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VII Cueva


__ __ 20__, 13:30, Bethlehem, Pensilvania, EEUU.

La ambulancia abandona el hospital y circula con suma precaución por el centro de la ciudad, pronto salen de la urbe dirección noreste para tomar un desvío e incorporarse a la US 22, pero el vehículo se detiene bruscamente un poco antes.

—Doctora, un control de carreteras mantiene retenida a una fila de vehículos —informa a través del intercomunicador con cierto nerviosismo el conductor.

—Lo que nos faltaba —protesta ella con preocupación—. Enciende las luces y pon la alarma. Si te detiene la policía diles que estamos trasladando a un paciente grave y que tenemos mucha prisa, que es de vital importancia.

—¡A sus órdenes! —responde en tono marcial el conductor.

Al momento comienza a sonar la alarma, y la ambulancia retoma con lentitud la marcha a medida que los coches de delante de ella se van apartando. Un agente de tráfico da el alto y el vehículo se detiene. El policía habla con el conductor, le pide que baje y que abra las puertas traseras.

El conductor obedece sin rechistar y abre atrás. El agente observa con detenimiento a las tres mujeres y al muchacho inconsciente de la camilla. La niña echa a llorar y la enfermera trata de calmarla.

—¿Pero se puede saber qué está haciendo? —grita la doctora en tono airado—. ¿No ve que llevamos un paciente grave? Si le perdemos, presentaré una denuncia contra usted ante sus superiores.

—Lo siento, señora —se excusa nervioso el agente, sin saber cómo reaccionar ante la situación a la que se enfrenta—. Tenemos orden de inspeccionar todos los vehículos. Buscamos a un delincuente peligroso que se ha fugado.

—Pues ya ha comprobado que aquí no hay ningún fugado. Ahora, por favor, si es tan amable, cierre la puerta y déjenos continuar —insiste la doctora cada vez más alterada.

—Por supuesto, señora. De inmediato —obedece de manera instintiva el agente—. Si lo desea podemos destinar un coche patrulla a que los escolten.

—No, no es necesario —responde la doctora algo más calmada—. Solo déjenos ir, gracias.

El conductor cierra las puertas y entra en la cabina, y al momento reanuda la marcha incorporándose a la carretera, tras alejarse del control apaga la sirena y después de algo más de media hora toma un nuevo desvió, y al rato un vial de tierra y grava atravesando un denso bosque de coníferas.

La ambulancia se detiene un momento ante cancela de lo que parece ser una granja, el conductor acciona un mecanismo y la puerta se abre de manera automática. El vehículo reanuda la marcha por un camino en mal estado. Nada hace sospechar que aquel lugar fuera otra cosa que una simple instalación agraria, aunque algunas cámaras celosamente escondidas siguen a los recién llegados en su recorrido.

Tras un cuarto de hora se detienen frente a una casa de madera, en el porche sentado en una mecedora un hombre con aspecto de labriego saluda con una mano mientras con la otra se lleva una pipa a la boca para dar una calada. Una mujer observa con detenimiento y preocupación desde el interior de la casa por una ventana. Un par de mastines, que no han dejado de ladrar desde que entraron en la propiedad, comienzan a dar vueltas alrededor del vehículo, pero a un silbido del hombre se dirigen hacia él y se tumban a su lado.

La ambulancia gira para entrar en un establo, algunas gallinas alborotadas salen revoloteando del interior en donde pacen tranquilamente media docena de caballos y un par de vacas lecheras. Grandes alpacas de heno cubren casi todo el espacio, tan solo un estrecho pasillo permite entrar al recinto. El conductor detiene el vehículo en el centro de la cuadra y tras accionarse un mecanismo, la plataforma de un montacargas los desciende varias plantas bajo tierra. Tras detenerse el elevador, el conductor hace algunas maniobras para colocar la ambulancia en un aparcamiento junto a un par de coches y otras tantas motos, sin demora baja a toda prisa para abrir la puerta trasera de la ambulancia.

—¡Por fin en casa! —Rompe el silencio la doctora mientras a toda prisa baja del interior—. Bienvenidas a la que será vuestro hogar durante los próximos meses... —Invita a salir a sus acompañantes, ayudando a Mamí ofreciéndole la mano. Lucy visiblemente emocionada y expectante salta al exterior y observa detenidamente las personas y el lugar en el que se encuentra.

Lo primero que llama la atención de la niña son varios uniformados fuertemente armados que vigilan atentos a los recién llegados.

—¿Todo bien? —pregunta el militar que parece de mayor graduación. Un hombre bien parecido y fornido, que permanece en pose firme aunque mira a la mujer con confianza y admiración—. ¿Algún contratiempo? —insiste.

—Sí, todo ha ido a pedir de boca, capitán —responde ella con tono amigable—. Gracias. Por favor lleven al sujeto al quirófano lo antes posible —avisa a un par de operarios ataviados con trajes de protección.

—Inmediatamente, señora. El doctor Lee está esperando con su equipo en la sala, lo tienen todo preparado —responde uno de ellos mientras con cuidado y celeridad sacan la camilla y la dirigen a través de un pasillo hacia una sala interior. La niña se muestra intranquila mientras se llevan a su hermano.

—No te preocupes, Lucy. Marko está en buenas manos, no podría estar en mejor lugar ni con mejores profesionales —Avisa la doctora mientras con ternura la coge de la mano—. Dejadme que os presente a los miembros del equipo y os explique un poco sobre las instalaciones. Aquí somos todos como una pequeña gran familia. Cada miembro tiene una labor asignada, aunque todos nos ayudamos en casos excepcionales.

—Ricardo es el ingeniero, nuestro mecánico y chófer, él nos trajo hasta aquí, también se encarga del mantenimiento de la maquinaria. —El hombre de aspecto latino saluda amablemente antes de marchar a sus quehaceres—. El capitán cuenta con un par de soldados, ellos se encargan de la seguridad tanto interna como externa de la Cueva, como así llamamos a nuestro hogar, este bunker secreto en medio de ninguna parte.

En el hangar central, además de los vehículos, destacan unas grandes estanterías metálicas en las que permanecen apiladas algunas cajas, en su mayoría de suministros y accesorios necesarios. En el frontal dos grandes depósitos contienen nitrógeno líquido que es utilizado para producir la energía eléctrica que almacenan unas baterías y que se va utilizando según requieren las instalaciones, además sirven para mantener una temperatura constante en todas las dependencias. Un sistema de bombeo recoge el agua subterránea y la deposita en un aljibe para ser utilizada para el consumo.

La doctora dirige a las dos recién llegadas hacia lo que parece un comedor anexo a una cocina.

—Os presento a Jon y Joanna, un matrimonio encantador, ellos se encargan de hacer la comida y la limpieza de la ropa y las habitaciones. ¿Tenéis hambre? —ofrece la anfitriona mientras se dirige hacia un frigorífico y saca una jarra con zumo—. Yo me comería una vaca de esas que había ahí arriba —sonríe estrepitosamente de su broma mientras devora todo lo que tiene a mano.

La niña sin cortarse un pelo coge un par de panecillos mientras la cocinera le sirve un vaso de leche. Mamí niega con la cabeza.

—Bueno, sigamos con la visita —avisa la doctora tras echarse un vaso de zumo y beberlo del tirón—. Venid, seguidme.

Eli las dirige hacia el otro lado del hangar donde una puerta da acceso a una pequeña biblioteca llena de libros y algunas mesas con sillas. Otra puerta de entrada a una sala de reuniones y la tercera que da acceso a las habitaciones.

—En esta duermen los hombres, y en esta otra las mujeres. —Va indicando y abriéndolas para que puedan verlas, en ambas hay tres literas con seis camas y otras tantas taquillas frente a ellas—. Yo tengo mi habitación individual... es el privilegio de ser la jefa. —vuelve a dejar escapar unas risas.

Abre su habitación, en el interior una cama más amplia, un armario y un tocador con un espejo.

—Pero, mientras estéis aquí os la cedo de momento, ya veremos más tarde como nos organizamos. —Abre el armario, se desviste y cuelga con delicadeza el traje que lleva de puesto, saca un mono azul y se lo enfunda.

—Aquí todos vamos vestidos igual, bueno, menos los tres militares que van de verde —informa mientras se retoca el pelo mirándose al espejo—. Luego le diremos a Joanna que nos de uno de la talla de Mamí y para Lucy... ¡Umm! le pediremos que te haga uno a tu medida.

—A mí me parece bien, estoy acostumbrada, será como si estuviera trabajando en el hospital —afirma algo más confiada Mamí.

La doctora saca una bata blanca que se pone sobre el mono azul, cierra el armario y busca la puerta para salir.

—Vamos, no tenemos todo el día... —avisa para que salgan con rapidez y abre otra puerta corredera—. Estos son los baños, son los únicos que hay, así que por aquí pasamos todos sin distinción. Podéis coger toallas limpias para ducharos y ahí tenéis gel, champú, cepillos y pasta de dientes. —Va señalando sobre unas repisas—. Aquí están los lavabos, las duchas y tras esas puertas están los inodoros. Si necesitáis algo ya sabéis...

—Se lo pedimos a Joanna. —Termina Lucy la frase. Se la nota contenta y emocionada, después de haber pasado por un auténtico infierno los tres últimos meses todo aquello le parece una aventura increíble, como si estuviera viviendo una película de ciencia ficción.

—Eso es, chica lista —confirma Eli, le da un beso en la mejilla y reanuda la marcha.

A paso ligero regresan al hangar y tras mostrarle algunas dependencias más, entre ella un pequeño gimnasio, una sala de reuniones y un área de descanso, enfila a toda prisa hacia una puerta de seguridad. Acerca su rostro a un visor biométrico para que reconozca la retina de su ojo.

—Ya os he mostrado las diferentes dependencias en las que convivimos el equipo que trabaja en la Cueva —informa Eli mientras con un chasquido se abre la puerta blindada—, Bienvenidos al centro de control y mando, el corazón de la Cueva. Ahora os mostraré y explicaré en qué consisten nuestras investigaciones y cómo traeremos de traer a Marko de regreso a la vida...       

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