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VI Traslado


__ __ 20__, 12:00 Hospital, Bethlehem, Pensilvania, EEUU.

—Quiero serle claro y no me voy a extender por las ramas —dirige estas palabras, para comenzar la conversación, el director del hospital a la niña que se sienta frente a él en la mesa de la sala de reuniones.

—No esperaba menos de usted —responde ella con total calma.

—Y yo espero que comprenda la gravedad de la situación y también de la necesidad de que podamos llegar en esta ocasión a un acuerdo... —insiste el hombre con solemne seriedad.

—Soy muy consciente, pero no me venga una vez más con la misma propuesta, porque no la voy a aceptar.

—Tú no estás en posición... —eleva el tono de voz para cortar de golpe la frase, bien sabe que ese no es buen camino, ya lo intento antes en otras ocasiones.

La habitación de grandes dimensiones permanece prácticamente vacía, tan solo algunos escasos cuadros de ilustres médicos que trabajaron en otro tiempo en aquel hospital decoran las blancas paredes. En el medio de la sala un gran y pesada mesa rectangular de madera, escoltada a juego por una docena de sillas; en una de ellas se sienta el director, un hombre mayor y achaparrado con aspecto desaliñado y rostro rechoncho en el que resaltan, tras unas gafas redondas, dos pequeños ojos que permanecen clavados sobre los papeles del expediente que mira detenidamente, con su mano derecha golpea con un bolígrafo sobre la mesa con cierto nerviosismo.

Frente a él, al otro lado de la mesa, la niña parece empequeñecida sobre la silla en la que está sentada mientras espera las palabras de aquel hombre; sus piernas cuelgan de la silla y sus pies se balancean en el aire, baile de zapatos de negro charol; sus pequeños ojos azules chisporrotean sin apartar la mirada del director, su cabello rubio recogido en dos largas coletas reposan sobre un abrigo negro, sus manos finas y blancas reposadas sobre la mesa.

En otra silla, al lado de la niña, Mamí con la cara desencajada de preocupación se balancea ligeramente mostrando cierto desconcierto y ansiedad. Detrás del director una mujer alta y esbelta, de cabello rojizo, permanece de espaldas asomada a una ventana y aunque pueda parecer indiferente, permanece atenta al desarrollo de la conversación.

—Bien, han pasado ya tres meses desde que... —reinicia el director el diálogo.

—Tres meses y tres días —rectifica la pequeña.

—No me interrumpa más, por favor —eleva el tono de voz el hombre mientras trata de volver a la calma para seguir con su exposición:

«Hace tres meses y tres días, que ingresó su hermano en el hospital y fue operado de emergencia. No voy a entrar a explicarle el estado en el que se encuentra, lo sabe igual que yo. Su hermano está en estado vegetativo y las posibilidades de recuperación a estas alturas son prácticamente imposibles y si llegara a recobrar la consciencia, los daños cerebrales serían severos y la falta del ojo y de otros órganos, le mantendrían conectado a los equipos auxiliares y postrado en cama para siempre.

»Hemos aguantado durante estos meses por si daba alguna señal de recuperación por deferencia hacia su madre que fue trabajadora nuestra. Pero los elevados costes económicos que supone mantener a ese muchacho en este hospital, nos hace imposible mantener por más tiempo esta situación».

—Le he dicho que no acepto que lo desconecten. Vendan la casa de mis padres y quédense con el dinero si es lo que quieren, pero a mi hermano no... —Rompe la intervención del director la niña.

—Está bien Lucy, tranquila, deja que termine de hablar el director y luego buscaremos entre todos una alternativa. —Trata de rebajar la tensión la enfermera.

—Gracias —recalca el hombre mientras clava sus pequeños ojos en Mamí.

Mamí muestra una sonrisa forzada.

—Hemos sido muy pacientes y condescendientes contigo. Pero hasta aquí hemos llegado —eleva el tono de voz, mostrando enfado—. Hemos permitido que durante este tiempo Mamí cuidara de usted y que se quedara con ella en su casa, pero eso se acabó.

El director hace un receso, mostrando sin tapujos la inquina que le provoca la niña.

—Así que, la junta rectora del hospital ha decidido que quizás haya llegado el momento de informar de su situación y de entregarla a la "Asociación para Asuntos de los Niños", para que, al carecer de padres y familiares directos, sean ellos lo que se hagan cargo de usted. —Esboza una sonrisa de victoria—. Porque... ¿cuántos años tienes, cinco?

—Seis —responde Mamí de manera instintiva. El director la mira con desagrado y vuelve la mirada a la niña.

Lucy queda petrificada, sabe que tiene todas las de perder, y que una vez se la hayan quitado de en medio, nada les impediría desconectar a su hermano y darlo por muerto. Mamí agarra con fuerza la mano de la niña, asustada teme que se la van a quitar.

—Pero... —retoma el director la conversación—, hay otra posibilidad que quizás quieras aceptar.

—¡Dígame! —reclama la niña sabiéndose acorralada mientras salta de la silla entresacando su cabeza por encima de la mesa.

—La doctora Lisa Simpson tiene una oferta que hacerla. —Señala el hombre a la mujer que miraba por la ventana y que al escuchar que la nombran se da la vuelta y se dirige hacia el director.

—Hola —dice con ternura mirando de frente a la niña.

—Hola Lisa —devuelve el saludo la pequeña con cierta sorna—. Parece ser que tiene una propuesta que hacerme. Está bien la escucho.

—Represento a una fundación que tiene como fin investigar un tratamiento para personas que han sufrido daños celebrares severos y que prácticamente es imposible su recuperación por los métodos tradicionales. —Hace un receso mientras coge el expediente que tiene el director para echarle una ojeada por encima—. He revisado personalmente el estado en el que se encuentra tu hermano y pienso que cumple todos los requisitos que estamos buscando. Podría ser un buen candidato para hacer nuestros ensayos clínicos con él.

—Está diciendo que quiere utilizarlo de cobaya de laboratorio.

—Podría pintártelo de otras maneras menos bruscas, pero básicamente así es —habla con voz suave y agradable, y tono tranquilo y seguro.

—Conseguirá que mi hermano recupere el conocimiento.

—Solo puedo decirte que lo vamos a intentar.

—No me vale.

—Te valdría si te digo que sí.

—Si me dijera que sí. —La niña reflexiona por un instante—. Le preguntaría que cuánto tiempo necesitaría.

—Un años a lo sumo, quizás solo medio. Nos urge conseguir resultados positivos cuanto antes, no tenemos mucho tiempo.

La niña caya durante un largo minuto para pensar. Las dos han permanecido mirándose de frente en todo momento. La conversación entre ellas ha sido fluida y la conexión entre ambas inmediata.

—Han experimentado con algún otro ser humano. —Vuelve a la carga la pequeña.

—No, ni tampoco con animales. —Respira hondo, quizás guardándose la preocupación antes de dar una respuesta—. Esta será la única oportunidad que tendremos, si fracasamos no habrá más intentos.

—Está bien acepto —confirma la niña—. Pero yo estaré presente en todo momento. No voy a permitir que experimenten con él sin estar yo delante.

—Como quieras, ya nos organizaremos llegado el momento. —Sonríe satisfecha la mujer al haber alcanzado un acuerdo—. ¿Trato hecho? —Se echa sobre la mesa para extender su mano.

La niña alarga la suya pero antes de apretarla con la doctora hace una última petición.

—¿Puede venir Mamí con nosotras?

—Por supuesto —confirma la doctora mirando a la enfermera que había permanecido en silencio todo ese tiempo—. Podría encargarse de ti, la haremos un contrato y trabajará para nosotros, si ella quiere, claro está.

Mamí, sin decir palabra, asiente contenta. Por nada dejaría a la niña sola y todo aquello le resulta muy misterioso.

—Entonces todos contentos —rompe el momento el director—. ¿Y de nuestro acuerdo?

La mujer saca su teléfono móvil de un pequeño bolso que lleva colgado del hombro, hace una llamada.

—Todo ha ido bien. Podéis hacer la transferencia prevista. —Guarda el teléfono—. Ya está hecha la donación al hospital. Ahora, espero que cumpla su parte del trato y borre cualquier rastro que haya del muchacho en su base de datos.

—Descuide colega. Me encargaré personalmente. —Se levanta satisfecho el director— Si me disculpan prepararé el traslado como habíamos previsto. —Sale a toda prisa.

La doctora se pone unas gafas oscuras que le tapan medio rostro y las tres mujeres salen de la sala de reuniones, se dirigen al ascensor y bajan al parking del sótano. La doctora guía a sus invitadas hacia una ambulancia. Entran por la puerta de atrás.

—Mi nombre real es Elisabeth —les informa la doctora mientras se quita las gafas y las guarda en el bolso—, pero podéis llamarme Eli.

—Encantada Eli —devuelve Mamí con tono más tranquila.

—Gracias, Eli —La niña se agarra a ella en un fuerte abrazo mientras rompe a llorar, descargando toda la tensión y ansiedad que mantenía guardada dentro de aquella sala de hospital.

Al poco tiempo se acercan un par de celadores trayendo una camilla con el cuerpo del muchacho mutilado e inconsciente, lo introducen en la ambulancia y cierran la puerta. El vehículo inicia la marcha para salir del hospital. En el interior, la doctora conecta al paciente al instrumental médico y hace una rápida revisión para comprobar el estado en el que se encuentra.

Lucy coge la mano de su hermano y besa su mejilla, dejándole un churrete de lágrimas.

—Nos vamos de este hospital, hermano. Vamos a dar un paseo —habla con ternura y frases entrecortadas por la emoción—. La doctora Eli va a curarte. Todo va a ir bien, ya lo verás. Ten esperanza y no pierdas la fe, hermano. Te quiero.  

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