IX Conexión
__ __ 20__, 16 00, La Cueva, Pensilvania, EEUU.
La doctora entra a la pequeña sala seguida de sus dos invitadas. En el interior aunque pudiera preverse que estuviera repleta de monitores e instrumentos, apenas hay un par de cómodas sillas frente a una mesa que ocupa todo el frontal y en la que solo hay algunos mecanismos, un botón que alumbra en rojo y junto a él, la cerradura de una llave. Una gran cristalera llena toda la pared lateral.
—Ven Lucy, siéntate aquí, a mi lado. —Ofrece amablemente uno de los asientos a la niña mientras se sienta en otro y enciende un par de mecanismos.
Pero la niña no responde, se ha subido a la mesa y pegado al cristal, clavando su cara y sus manos para observar a través de él la estancia que hay abajo. Mamí trata instintivamente de contenerla.
—¡Marko! —gime en un casi inapreciable lamento—, hermano.
La cristalera deja ver una sala diáfana mucho más amplia que ocupa también una planta inferior. En un lateral, dentro de una especie de iglú con cubierta de lona transparente hay una mesa de quirófano que cuenta con todo el instrumental necesario, los equipos más avanzando hasta el momento que hay en el mundo. Sobre la mesa del quirófano reposa el cuerpo inconsciente del muchacho vestido con una ligera bata, de su brazo y en su pecho se conecta mediante electrodos con varios tubos a la maquinaria que monitoriza sus constantes vitales y en la cabeza una especie de casco ligero, igualmente conectado. Alrededor del muchacho tres investigadores embuchados por completo en trajes EPI se afanan en hacerle diferentes pruebas.
—¿Qué tiene Marko en la cabeza? —pregunta Mamí preocupada por el desconocimiento y las dimensiones de lo que está viendo—. Nunca vi estos aparatos ni en el hospital.
—Es un equipo MEG. Es un prototipo experimental, mucho más cómodo y no invasivo para el paciente y con el que podemos hacerle más pruebas —explica la doctora.
—¿Y para qué sirve? —Se adelanta la niña ante la cara de asombro de la enfermera.
—Sirve para valorar en milisegundos la actividad cerebral y organizar mapas funcionales cerebrales.
—¡Ah bueno! —Se da por enterada la niña.
—Queremos llegar a lo más profundo y apagado del cerebro para reactivarlo y traer a Marko de la mejor manera posible a este mundo.
—¿Y cómo lo harás? —insiste curiosa.
—Nosotros no lo haremos, lo hará IAC... —detiene Eli su exposición de golpe, su rostro torna triste y serio.
†
Varias cámaras y monitores colgados en la pared frente a la cabina permiten ver con mayor precisión cualquier lugar de la estancia, en un lateral siete torres informáticas que llegan hasta el techo, de todas tintinean luces de colores tan rápido que parecen casi inapreciables, pero entre todas destellan envolviéndolas en una de un sutil hado; todas se conectan y comparten de cables para unirse en uno con un cubo cuadrado de 3 x 3 mt.
En el centro del cuadrado levita una esfera suspendida en la ingravidez, en el interior de la esfera los códigos fuentes de una inteligencia única y diferente a todo lo creado hasta ahora por el ser humano. En el centro de la esfera que parece apagada un ojo cerrado.
Como si una madre alimentara en su vientre al hijo que lleva dentro, las torres alimentan la esfera protegida en el cubo, desconectados ambos del resto del mundo.
—Hola IAC ¿Qué tal estás? —pregunta la directora dirigiendo su mirada hacia la esfera, pero no obtiene respuesta.
—Hola IAC —repite la niña—. Encantado de conocerte. Dice la doctora que vas a ayudar a mi hermano, quiero darte las gracias por mí y por él.
Pero la esfera no responde.
—¿Qué le pasa? —busca a la doctora triste al sentirse rechazada.
—Está enfadado conmigo y no quiere hablarme por cosas que pasaron. No comprende que todo lo que hago es para protegerlo, no percibe el cariño y el sacrificio que estamos haciendo como lo sentimos nosotros.
—Yo sí lo comprendo porque es parecido a lo que hacía nuestra madre con nosotros, a veces nosotros nos comportábamos igual porque no la comprendíamos, ahora la echo mucho de menos y valoro lo que nos quería y cuidaba.
La doctora sonríe a la niña, de sus ojos corren algunas lágrimas; se recompone y cambia de objetivo hacia los investigadores.
—Buenas tardes equipo —saluda con satisfacción mientras señala con un dedo una de las cámaras que enfoca hacia el muchacho postrado—. Deme una valoración del paciente, doctor Lee —pide amablemente Eli, su voz resuena en el interior del iglú.
—Bienvenida a casa jefa —contesta el aludido—. Nos gustaría que nos acompañases desde dentro en este momento histórico para la humanidad.
La aludida sonríe.
—Tenemos nuevos miembros en el equipo. Os presento a Lucy y a Mamí y me gustaría compartir este momento con ellas, os agradezco la invitación.
—Hola Lucy, hola Mamí encantada yo soy Fátima. La echábamos de menos, doctora —responde una mujer que revisa cuidadosamente las extremidades del muchacho.
—Bienvenidas amigas y compañeras, yo soy Rosa, pero podéis llamarme Rosita linda —resuena entre risas y suspiros otra voz mucho más dulce y joven—. Lo que pasa es que no podemos vivir sin usted, doctora —agrega lanzando un beso a la grada.
—Yo también os quiero —recalca emocionada la doctora ante tales muestras de admiración y cariño—. Denle compañeros, confío en vuestro criterio. ¿Qué tenemos?
El doctor Lee comienza de viva voz a seguir los procedimientos establecidos para que quede registro de todo lo que está ocurriendo. Las tres mujeres en la cabina permanecen expectantes, sus corazones palpitantes, se agarran las manos. El ponente continúa:
«La Cueva, Centro de Investigación-Hospital, Pensilvania. Informe Médico Doctor Lee al alta Nº: 01 de Historia: A00001 Fecha: ___ ___20__. Paciente: Marko. Edad: 16. Nº Identificación: 01. Paciente remitido a Urgencias por un politraumatismo tras accidente por colisión frontal de automóvil el día __ __ 20__ Informe al alta:
»Exploración: Sistema nervioso: Coma profundo. EG: 4, mínimo movimiento de flexión en mano izquierda. Cicatriz temporal D. Enucleación ojo izquierdo. Ojo derecho con midriasis y mínimos reflejos oculares a la luz fuerte. Sin lesión de nervio ocular. Cuello no se observa deformación, conservación de pulsos carotideos. Tiroides con buena movilización, no se palpan masas ni nódulos. Cicatriz de traqueotomía con buena evolución».
A medida que va hablando va palpando con una mano el cuerpo del muchacho como si pudiera conectarse al de él de manera instintiva. Fátima va señalando con un puntero laser, las imágenes se van enfocando en las pantallas colgadas en la pared de enfrente. Otra de las chicas va pasando imágenes de scanner para que queden reflejadas. El doctor continúa:
«Amputación de brazo derecho a nivel de articulación gleno humeral con buena cicatrización. Tórax con buena ventilación global, con disminución de la ventilación en pulmón izquierdo. Fracturas costales de la 3ª a la 8ª, con punciones de toracocentesis. Pulmón derecho con buena ventilación global, fracturas antiguas de la 7ª a la 9ª costillas. No se observa Volet costal. Corazón rítmico, con ruidos amortiguados, se le realizó pericardiocentesis por derrame pericárdico. Abdomen con contusiones bilaterales en evolución; esplenectomía y hemipatectomía lóbulo D por contusión y hemorrágia. Cicatriz infraumbilical por cirugías (3) por isquemia mesentérica con resección parcial intestinal. Cicatriz de colostomía retirada en evolución. No se observa lesión en el aparato genital».
Va cogiendo una a una las extremidades, las palpa con delicadeza:
«Amputación supracondilea pierna izquierda. Amputación subcondílea pierna derecha. Ambos pulsos femorales conservados. Al alta presenta una TA: 110/65 mmHg, Fc: 85 l/mto ritmico. SatO2 92%, con gafas nasales a 45 l/mto. Se mantiene alimentación a través de SNG con unas 2000 Kcal/día. Pendiente de evolución».
El doctor sonríe al muchacho que permanece perdido y solo, y hay que devolverle a la vida. Es un milagro que pidió una madre para que su hijo viviera.
—Todo correcto, según lo previsto, estamos preparados. —Hace una pausa y mira hacia las mujeres—. Estando presentes en esta inspección el doctor Lee.
—Fátima...
—Rosita la más bella del jardín de rosas.
Suena un gong que recorre todas las estancias.
—Justo a tiempo, mis queridos colegas —agradece entre risas satisfecha la doctora—. Muchas gracias.
El equipo sale del iglú y se dirigen hacia una puerta de seguridad de la sala. Las luces se apagan.
—Soy la doctora Elisabeth procedo a conectar a Marko con IAC —eleva el tono de voz señalando con un dedo hacia muchacho y a la esfera. Se encienden algunos monitores y una luz alumbra el rostro del paciente.
—¡Se le ve tan bonito, tan frágil! Parece un ángel —suspira Mamí emocionada.
—Es un ángel en esta tierra —puntualiza la niña.
Durante un minuto permanecen calladas mirando al muchacho, cogidas de la mano, para transmitirle su ilusión, su alegría y su esperanza, para que no se sienta solo en la oscuridad que nubla su mente.
—¿Y el botón rojo? —pregunta Mamí intuyendo la respuesta.
—Comprenderás que la IA no pueden caer en malas manos... sería terrible. —La doctora hace un ligero receso para ordenar sus ideas y buscar las palabras apropiadas—. Llegado el hipotético caso de que pudiera ocurrir, el capitán y yo tenemos la llave... No puede quedar nada ni nadie de dentro...
—¡Yo lo comprendo! —confirma Lucy emocionada, viéndose en una serie de Netflix—. Asumo el riesgo, pero no vamos a permitir que eso suceda. Nosotros somos los buenos y vamos a conseguirlo.
—Eso es... lo conseguiremos —agradece la doctora con voz entrecortada. Pocos saben la dedicación y el esfuerzo que ha puesto en este proyecto que a pesar de las trabas y oposición de otros, de los errores y fracasos, se ha entregado a él en cuerpo y alma—. Ahora, quieres decirle algo a tu hermano antes de que nos vayamos.
—Sí... —resplandece el rostro de la niña al echarse de pie sobre la mesa, pegada al cristal.
—Dile... —invita Eli.
—Marko, ¿puedes escucharme? Todo va a ir bien. Te echo tanto de menos, regresa conmigo hermano —invita Lucy emocionada para dirigirse en busca de la doctora y echarse en sus brazos.
—Y ¿Ahora?
—¡Vaya, pesas mucho! —Se achuchan en un fuerte abrazo mientras salen de la sala—. Ahora a hacer un rato de ejercicio, otro de meditación, a la cena, al baño a asearse y a la cama como niñas buenas. Que mañana es domingo...
—¿Qué pasa mañana? —pregunta la niña curiosa.
—Un día especial para el grupo... Pero para los nuevos es una sorpresa, así que no os voy a decir nada.
Se dirigen por la estancia principal a una puerta, otros al igual que ellos van hacia el mismo sitio. Llegan a un gimnasio, algunos están haciendo algunos estiramientos o utilizando algunos aparatos de musculación.
Todos bromean y charlan tranquilamente, tratan de ser amables con las recién llegadas y entre bromas y risas hacen algunos ejercicios. Se los ve tranquilos y satisfechos, animosos y contentos por la buena marcha del proyecto y la expectativa del domingo.
Suena un gong, y se dirigen a la sala contigua iluminada con una luz más suave, en el suelo solo unos cojines. Cada uno va ocupando su lugar correspondiente.
—¿Y ahora? —pregunta Mamí.
—Ahora media hora de relajación en silencio —Señala la doctora hacia unos cojines amontonados junto a una pared—. Coged los que queráis y sentaos en el suelo. Podéis meditar, orar, reflexionar o lo que deseéis, pero en silencio para no molestar a los demás y con los ojos cerrados.
Poco a poco los presentes se van relajando cada cual a su manera, según sus creencias, conectándose todos en un único espíritu, de fraternidad y confianza mutua.
No tarda la niña en abrir los ojos para ir mirando y analizando a cada uno de los presentes con sumo detalle:
«El doctor Lee parece un hombre amable y simpático, sus compañeras de quirófano, ¿cómo se llamaban? Fátima y Rosita, sí. ¡Oh, realmente es bonita esa chica, Me encanta su pelo ensortijado Y Fátima me transmite paz, se nota es más seria y madura que su compañera...», va haciéndose sus deducciones la niña mientras observa detenidamente cada detalle.
«El capitán es un galán de Hollywood y sus hombres me inspiran seguridad y confianza... Ricardo el chófer ha de ser más nervioso, no para de moverse. Esos han de ser Joan y Joanna, parecen los padres de todos ellos, se les ve más mayores pero en plena forma, eso sin duda. Y esos dos no los conozco... eran los que ayudaron a Ricardo cuando llegamos... ya me informaré», se pierde imaginándolos hasta encontrarse con la mirada a la doctora, se queda extasiada. «De mayor seré como tú, doctora, aprenderé mucho de ti para ayudar a niños enfermos como mi hermano», piensa hacia sus adentros a medida que se va relajando.
Suena otro gong, todos se levantan y salen en silencio. La niña pregunta a la doctora lo que toca ahora y Ely le hace una señal con el dedo para que calle.
—Aquí dentro evitamos hablar —avisa con ternura—. Vamos fuera y te explico.
Al salir, mientras caminan al comedor la doctora sigue explicándolas algunas cosas sobre la Cueva. Al llegar, cogen unos cuencos y platos y se ponen algo del menú diario, formado por fruta y verdura, pan, tortas y galletas, algunos lácteos, agua, zumos y diferentes tés.
—Utilizamos el mismo sistema que los astronautas en el espacio, tenemos todos los alimentos deshidratados para ocupar menos espacio y se hidratan directamente en la cocina —le informa Joanna con voz amable mientras coge algo de fruta.
—Gracias señora, tiene todo muy buena pinta —agradece con una gran sonrisa la niña.
Se sientan todos en una mesa y comienzan a comer, apenas les da tiempo a hablar con el hambre que tienen, terminan, recogen y van a asearse, y luego cada uno a su lugar asignado para dormir. Mañana será domingo.
Y cuando todos duermen, en la sala de investigaciones, en el cubo cuadrado se enciende una esfera, se abre un ojo que destella de colores del arco iris y los monitores que marcan la actividad celebrar del muchacho comienzan a dispararse.
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