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IV Hospital

__ __ 20___, 12:00 Hospital, Bethlehen, Pensilvania, EEUU.

Un par de celadores y un médico les estaban esperando y sin dilaciones ayudan a bajar la camilla y la dirigen a toda prisa al interior del hospital.

Un grupo de familiares y pacientes leves que esperan turno para ser atendidos se acercan para ver lo sucedido. Algunos sacan sus teléfonos y comienzan a hacer fotos y gravar todo lo que está ocurriendo.

El médico, sin detenerse, comienza a verificar la gravedad de las heridas y las primeras actuaciones llevadas a cabo en la ambulancia.

—¿Qué tenemos aquí? —pregunta el médico a la carrera.

—Ha habido un accidente en la 22. Es un muchacho, tiene..., tiene..., está destrozado... Hemos hecho lo que hemos podido. Le hemos metido toda la sangre que teníamos pero a pesar de los torniquetes las hemorragias son incoercibles —informa sobrecogido la enfermera que lo ha traído. A pesar de sus muchos años de experiencia, nunca ha visto a una persona con lesiones tan graves y que permanezca con vida—. Entró en parada cardiaca en la ambulancia pero le conseguimos reanimar hemodinámicamente.

—Sí, soy consciente de la gravedad. ¿Tiene algún tipo de identificación?

—Encima solo lleva un teléfono movil pero está apagado, si tenía alguna documentación la ha debido de perder en el accidente.

—diga a los agentes de la puerta que se pongan en contacto con sus compañeros y traten de buscarla en el vehículo inmediatamente.

—Ahora mismo —añade la doctora mientras se va hacia la puerta. 

—Está bien. Ya nos encargamos nosotros —ordena el médico mientras dirige la camilla y observa los huesos rotos que sobresalen de las piernas—. Directos al quirófano de traumatología para cohibir el sangrado y reducir las fracturas.

Dirige su atención hacia la cabeza y retira las gasas empapadas en sangre.

—Decid a radiología que lo tengan todo preparado, en cuanto detengamos la sangría necesitaremos escáner de cráneo, habrá que evacuar el hematoma subdural lo antes posible, antes de que la presión provoque más daños al cerebro. —Baja de la mirada al pecho—. Además, placas de la caja torácica para determinar cuántas costillas tiene rotas y poder evaluar neumotórax, y el alcance del derrame pericárdico—. Aguanta chaval, te sacaremos de esta.

Justo antes de entrar en el quirófano se cruzan con una enfermera de piel morena, algo entrada en años y en quilos que queda paralizada al creer reconocerlo, se dirige a toda prisa hacia él y busca entre los girones de la bata blanca cubierta de sangre, para reconocer la credencial.

—Rosalind —susurra entre dientes al leer la etiqueta—. ¡Oh, no. Dios mío! Es Marko el hijo de Rosalind. Ella, ella trabaja aquí, es mi compañera de planta. No puede ser... —confirma mientras rompe a llorar—. Yo lo conozco desde que nació.

—¡Está bien! —Trata de reponerla el médico—. No tenemos tiempo para lamentaciones. Tráiganme su historial médico al quirófano y póngase en contacto con la madre —reclama con voz autoritaria.

—Sí, doctor. De inmediato.

El timbre del teléfono suena un par de veces, la mujer lo coge para responder:

—Sí, Mamí. Dime... —le habla cariñosamente por el nombre de pila.

—Rosalind... Rosalind —la voz de la mujer al otro lado del teléfono suena temblorosa y entrecortada, le cuesta articular las palabras—, tienes que venir al hospital urgentemente... —Corta en seco la frase, no sabe como decírselo.

—¿Por qué? Hoy es mi día libre. Es el cumpleaños de mi hijo y vamos a salir a comer todos juntos. ¿Ha ocurrido algo?

La amiga y compañera toma fuerzas para dar la triste noticia:

—Ha habido un accidente. Marko ha entrado en el quirófano, le están operando de emergencia —habla con frases cortas evitando dar más información.

—Pero ¿qué dices? No puede ser —se lamenta en un grito desgarrador— ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está Marko? ¿Y mi marido? ¿Dónde está mi marido? —Se le abarrotan las preguntas ante el desconcierto y la angustia.

La niña pequeña ha escuchado los gritos de la madre, sale de su cuarto y baja las escaleras corriendo, agarrándose a sus piernas. El timbre de la puerta suena una vez. La mujer mira a través de la ventana y ve un coche de policía aparcado en frente de su casa.

—¡No! No puede ser. Esto solo es una pesadilla. No puede estar pasando de verdad. Corre hacia la puerta, la abre.

En la terraza, dos agentes de policía. Uno de ellos con tono sereno pero rostro compungido da la fatal noticia a la mujer que termina por hundirse y romper a llorar, se tambalea mientras el otro agente la sostiene, evitando que caiga.

La mujer suelta el teléfono para echarse las manos a la cara y ocultar su llanto y su pena. La niña recoge el móvil.

—Rosalind, ¿estás ahí? —escucha del otro lado a la enfermera que trata infructuosamente de comunicarse.

—Hola Mamí, soy Lucy. Mi madre está hablando con unos policías. Ahora vamos para allá. Dile a mi hermano que por favor no se muera, que le queremos mucho —responde con pasmosa tranquilidad la niña.

—Claro que sí, pequeña, se lo diré. Os estaré esperando en urgencias.

La madre de Marko sale envuelta en un manto de lágrimas acompañadas de sollozos, se agarra con fuerza del brazo de uno de los agentes para poder andar mientras el otro les abre la puerta del coche. La niña los sigue de cerca con su rostro impertérrito y la mirada perdida.

Tras entrar en la parte trasera del vehículo, los agentes se suben y el coche marcha hacia el hospital.

En el hospital, después de haber realizado los estudios radiológicos, han llevado al muchacho al quirófano de neurología, donde tras trepanar el cráneo, están evacuando el hematoma subdoral para lo que le han tenido que realizar una toracocentesis izquierda por neumotórax a tensión y colocarle un drenaje de Pleur-Evac.

El coche de policía se detiene a las puertas de emergencia del hospital, se baja el copiloto y ayuda a la mujer a bajarse, tras ella la sigue la niña.

Mamí se acerca hacia ella a toda prisa, ambas mujeres se funden en un fuerte abrazo.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde están mi hijo y mi marido? Por el amor de Dios, dime lo que ha ocurrido —reclama la mujer en tono angustiado mientras continúa sin poder dejar de llorar.

—Será mejor que hablemos dentro —confirma la enfermera mientras la dirige hacia el interior del edificio.

Llevan a la mujer a una pequeña sala, la acomodan en un sillón, le dan un vaso de agua y un calmante para tranquilizarla. La niña se queda en la puerta sin decir palabra, con sus grandes ojos azules observa con detenimiento todo lo que está pasando.

Mamí coge las manos de su compañera y comienza a explicarle todo lo que ha pasado. —¿Cómo se le puede explicar a una mujer que su marido ha muerto en un accidente y que su hijo se debate entre la vida y la muerte en un quirófano? ¿Con qué palabras?— Lágrimas brotan de los ojos de la amiga mientras la madre se deshace en gritos de angustia y desesperación a medida que va conociendo lo ocurrido.

—¿Dónde está mi hijo? Llévame junto a él, tengo que estar a su lado, me necesita —reclama la mujer mientras con dificultad se pone en pie.

—Sabes que no puedes entrar en el quirófano. Eso solo entorpecería el trabajo del personal que está operando. —Trata de calmarla con tono compungido.

—Sé muy bien lo que puedo y no puedo hacer. Por favor, llévame ahora mismo o lo busco yo por todo el hospital.

—Está bien, vamos.

La enferma comprende que no va a poder convencerla y conduce a la madre por un pasillo, la niña camina tras ellas, a su paso se cruzan con otros sanitarios que se apartan, mirándolas de reojo, evitando hacer ningún comentario.

Las dos mujeres se detienen ante la puerta del quirófano. La madre mira a través de una pequeña ventana, su cuerpo se estremece al ver a su hijo en la mesa con el cuerpo destrozado, da un grito desgarrador al verlo así.

En el interior el médico principal busca hacia la puerta y clava la mirada por unos segundos en la de la madre y luego vuelve a su operación.

Rosalind entreabre la puerta del quirófano. Mamí la detiene.

—No lo hagas, no les molestes. Déjalos hacer su trabajo, son los mejores y saben que es tu hijo, están haciendo todo lo posible.

—Está bien. —Se deja caer apoyada sobre la puerta. El fuerte calmante comienza a hacer sus efectos en el cuerpo tembloroso de la mujer que no deja de sollozar.

—Venid —avisa la enfermera—, hay una sala de espera aquí al lado, estaréis más cómodas allí. La operación puede demorarse por varias horas más. Va a ser una espera larga. Tened fe en Dios, ahora Marko está en sus manos.

La enfermera guía a madre e hija a una habitación contigua, no hay nadie, solo una mesita con algunas revistas y algunos sillones confortables, acomoda a la madre en uno de ellos y la niña se sienta al lado.

—Ahora tengo que irme, tengo que atender a otros pacientes, pero me iré pasando de vez en cuando a ver como estáis —se disculpa la enfermera mientras recoge el pelo de la cara de su compañera y amiga.

—Está bien, Mamí. Yo cuidaré de ella —responde la pequeña mientras coge de la mano a su madre.

Marcha la enfermera para regresar al rato trayéndolas un café, un batido y algunos sándwiches para que coman algo. Después de unos minutos vuelve a salir. 

Rosalind se recuesta sobre sillón y comienza a rezar:

«Señor, no te lleves a mi hijo, no me lo quites a él también. Llévame a mí, yo ya he vivido suficiente pero él tiene toda la vida por delante. Es un buen chico, nunca hizo nada malo, es un alma pura. Si ha de tener que irse, yo me ofrezco en su lugar, pero no te lo lleves a él, te lo ruego, a mi Marko, no.

»Virgen santa, tú que conoces el sufrimiento por la pérdida de un hijo, no me hagas pasar por tu calvario. Intercede a tu hijo por el mío, yo iré en su lugar...».

Han pasado más de diez horas desde que Marko entró en el hospital. Finalmente, el doctor que ha dirigido la operación sale y busca a la madre en la sala de espera.

—Rosalind, hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, pero pienso que no ha sido suficiente. Como profesional del gremio que eres, no te voy a engañar.  El cuadro es desolador —habla con tono serio—, Marko mantiene las constantes vitales pero está muy grave y no podemos darte todavía un diagnóstico definitivo, al menos neurológico, hasta que se le pueda retirar la sedación, pero me temo lo peor.

Mamí regresa en ese momento y escucha detenidamente mientras observa que la madre está como dormida y la niña permanece con la mirada perdida.

—También tendremos que valorar la evolución de los flujos arteriales de ambas extremidades que han permanecida en isquemia mucho tiempo...

El doctor termina la exposición y guarda silencio mientras observa extrañado a la mujer que permanece inmóvil. Mamí se echa las manos a la cara para evitar gritar. La mujer no dice palabra permanece sentada en el sillón con los ojos cerrados.

—¡Rosalind! ¿Me has escuchado? ¿Te encuentra bien? —insiste el médico mientras se acerca a ella.

—No puede escucharle, señor. Se le ha roto el corazón —afirma la niña mientras echa la cabeza en el pecho de su madre.

El médico lleva dos dedos a su cuello para comprobar que la mujer no tiene pulso.

—Enfermera, busque una camilla de inmediato, esta mujer ha sufrido una parada cardíaca por una posible fibrilación ventricular, hay que llevarla a un quirófano para tratar de reanimarla.

—No se moleste doctor. Mi madre ya se ha ido, se fue con un ángel que vino a buscarla —dice la niña en completa calma mientras se levanta y con paso cansado se dirige hacia la mesa de operaciones donde permanece aún su hermano, coge su mano—. No tengas miedo allá donde estés Marko, yo cuidaré de ti y te traerá de vuelta a casa. Se lo prometí a mamá. Confía en mí.  

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