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Presentaciones

―Pobre chico. ―en mis sueños una voz se abría paso a mi mente. Pero mis ojos eran demasiado débiles para abrirse.

― ¿Él va a estar bien?

―Quien sabe. La cosa esa le machacó el brazo tremendamente. Sus heridas se pueden infectar muy rápido.

― Pero vaya que es estúpido.

― ¡JaeHee!

― ¿Qué? Es su culpa. El chico no corrió rápido.

―No es su culpa. Mira... trae puesto aun el arnés. Debe ser nuevo.

―Vamos, llevémoslo a la aldea.

*

― ¿Cómo sigue? ―El brazo derecho me dolía y tenía mucha sed. Pero aún era incapaz de abrir los ojos.

―Su brazo ya está sanando. La fiebre ya no está subiendo. Yo digo que en dos días estará como nuevo.

―Wook, eso dijiste hace tres días. Y él parece estar igual de jodido de cuando lo encontramos en el bosque.

―JaeHee, deja de ser tan pesimista, ¿quieres? Él va a estar bien.

―Bien. Pero si muere no quiero ser yo quien se haga cargo de su entierro.

*

Exhalé pesadamente y fruncí el ceño. Sentía el peso de cien elefantes sobre mí. Ahora podía sentir cada parte de mi cuerpo. Mis párpados se levantaron lentamente para volver a cerrarse al instante tratando de acoplarse a la poca luz que había. Cuando se abrieron por completo, intenté recordar qué pasaba.

El lugar era oscuro y el techo estaba un metro arriba de mi cabeza. Parecía ser de piedra. Me incorporé lentamente, sentándome. Tosí un poco y me di cuenta de que mi sed era más salvaje a como nunca la sentí.

Mi cuerpo estaba sobre un pedazo de tela color marrón. Y a mi alrededor no había nada. Sólo un coco con líquido. Me estiré y lo tomé apresurándome a llevarlo a mis labios.

Agua. Deliciosa y refrescante agua.

―Wow, eso debió ser un récord. ―miré hacia mi izquierda sobresaltado. Un chico estaba sentado a mi lado. Era moreno y su cabello llegaba a sus hombros. Tenía un par de ojos azules los cuales me miraban curiosos.

― ¿Quién eres? ― Mi voz sonó rasposa.

― Me llamo Hasun. ¿Cuál es tu nombre?

―Jimin. ―Me limité a contestar. Su voz me era familiar. ― ¿Qué pasó?

― Bueno... Eso debería preguntarte. Mis amigos y yo estábamos por el bosque y escuchamos un grito de un Hairok y...

― ¿Qué es un Hairok? ― pregunté confundido.

―El animal que te atacó. ―Yo alcé las cejas sorprendido. ―Corrimos y lo encontramos sobre ti. Mi amigo Jaehee le disparó y tú yacías inconsciente en el suelo. Estabas perdiendo mucha sangre, casi te destrozó el brazo. ―Inconscientemente miré hacia mi brazo el cual estaba vendado desde el hombro hasta el codo.

Chasqueé la lengua. ―Ahora recuerdo. El arnés no me dejaba correr bien y me atrapó.

― ¿No te dijeron que lo debías quitar en cuanto llegaras? ― Miré al chico. ¿Quién era él? ¿Dónde estaba?

― ¿Dónde estoy? ― Mi cara debió parecer muy confundida pues él dudó un poco en responder.

― En la cueva de la aldea.

― ¿Aldea? ¿Hay más... humanos aquí?

― Sí.

― Pero... ¿Cómo?

― Mejor acompáñame. Y veelo tu mismo. ―Se levantó y me tendió la mano para que me parara también. Caminamos al otro lado de la habitación y ella retiró las tiras de tela que tapaban la puerta. Pasamos por ellas y entonces quedé anonadada.

Era una porción de bosque. Pero sin árboles mutantes ni animales. El césped era corto y hasta olía a rosas. Varias personas realizaban diferentes actividades. Algunos entrenaban, otros cocinaban, varias mujeres tejían. Pero lo que realmente me sorprendió es que todos eran sumamente jóvenes. Todos de parecían de mi edad.

― ¿Por qué todos son tan jóvenes? ― Susurré.

― No duramos mucho aquí, ―dijo con tristeza a mi lado Hansun― además de que una vez que estás en este planeta no puedes envejecer.

― ¿Qué? ―Pregunté atónito. ― ¿Por qué?

― Alteraciones al clima. ―Hansun se encogió de hombros. ― Estúpidos Yakatis y sus ambiciones por ser eternos.

― ¿Cuánto llevas tu aquí?― Él se rascó la nuca.

―Ocho meses, creo.

―Eso es poco. ―Dije algo sorprendido.

― Si... Nadie ha durado más de dos años aquí. ―Su mirada dictaba tristeza. ¿Y cómo no estarlo? Éramos prácticamente obligados a separarnos de nuestros familiares para ser enviados a morir aquí.

― ¿Tú crees que... algún día podamos hacerlo? ¿Recuperar el planeta?

Él suspiró pesadamente. ―No lo sé. Y si eso pasa. No será pronto. Digo... llevan 100 años intentándolo. Por algo no se ha podido.

― Quisiera que esto fuera una pesadilla.

―Basta de hablar de eso. Ven conmigo. ―Él comenzó a caminar y yo lo seguí. Ahí me di cuenta de que el espacio en el que estábamos era más grande de lo que parecía.

Hansun me llevó por un sendero mientras a mi alrededor varios adolescentes me miraban. Pronto nos encontramos en una entrada demasiado similar a la de la cueva en la que me desperté.

Cuando entramos pude notar tres grandes troncos en la habitación. Haciendo la función de mesa. Y rodeados con pequeños pedazos de troncos cortados. Funcionando como sillas.

― ¡Hansun! ―En el segundo tronco un chico de rizos castaños alzaba la mano hacia él. Alrededor de él había dos chicos más. Hansun me hizo un gesto para que me acercara con él.

―Hey chicos. Miren quien despertó. ―Dijo.

―Oh, lindura... ¿Cómo está tu brazo? ―Preguntó el castaño.

―Bien. No me duele. ―Contesté tímido.

―Soy Wook. Yo cuidé de tus heridas estos cinco días.

― ¿Cinco días? ―Pregunté atónito.

― Sí. Casi pierdes el brazo. ―Replicó de forma hostil un chico rubio a su lado.

― ¿Cuál es tu nombre? ―Preguntó Wook.

― Jimin, Park Jimin. ―Dije algo nervioso. Estas personas me intimidaban.

―Supongo que el día que te encontramos fue el día en que llegaste. ¿No?

― Claro que fue así, ―dijo con una risa el rubio de su lado― lo encontramos aún con el arnés puesto. ¿Qué clase de estúpido se deja el arnés? Todos saben que es lo primero que se debe sacar del cuerpo.

― ¡JaeHee! ―gritaron los tres contra él. Reprendiéndolo.

― Tiene razón yo... fui muy tonto. Pero estaba bloqueado. Tenía mucho miedo. ―Dije evitando sus miradas.

― Cariño, ―el tercer chico, de cabello rojizo habló― aquí lo primero que tienes que aprender es a erradicar ese miedo. Es lo que te estorbará y lo que te hará morir.

― Sí. Lo sé. ―Susurré cohibido.

― Bien. Siéntate, Jimin. ―Wook se corrió un asiento, dejando uno libre. ―Ven a comer. Como te darás cuenta la aldea es muy parecida al fuerte. Los fundadores la hicieron así para poder sentirnos como en casa.

― ¿La aldea? ―Hansun se sentó delante de mí y me dio un plato con alguna clase de ensalada.

― Creo que eso no te lo ha dicho Hansun. ―Yo negué con la cabeza. ―Bien... Hace aproximadamente 100 años, cuando el Gobierno comenzó a mandar a los marcados a la Tierra, los habitantes aquí descubrieron la cueva de la entrada. En la que estabas hace unos minutos. De alguna manera descubrieron que era una puerta a esta parte del bosque, ―mencionó mirando a todos lados― y que aquí adentro hay otras cuevas pequeñas. Se adueñaron del lugar transformándolo para ubicar a los marcados y que así pudiéramos convivir en civilización con los demás. Aquí dormimos, aquí tomamos nuestros alimentos y después volvemos a los deberes diarios allá afuera.

― Entonces, ¿siempre regresan aquí al final del día? ―Pregunté con curiosidad.

― No necesariamente. Si estás en la zona tropical, la cual está a kilómetros, deberás encontrar un propio lugar para dormir hasta que puedas regresar.

― ¿Aquí está... dividido por zonas?

― ¿No te explicaron nada en el fuerte? ―Yo negué con la cabeza.

― No sobre las áreas del planeta.

―Wow. ―Exclamó Hansun. ―Explícale Gye, tu eres bueno en eso.

El pelirrojo me miro y sonrió. ― El planeta Tierra está dividido en varias zonas. Desierto, Bosque, Selva, Playa y Montañas. Todas las zonas tienen diferente flora y fauna. La más peligrosa de todas es la Selva, debido al clima que es muy extremo. Demasiado calor en la tarde y en las noches es una helada. También sus animales son los más salvajes y letales de todos. El Desierto es simplemente eso... un lugar despoblado. Sin agua, ni flora ni fauna. Si quieres morir en días, ese es el lugar indicado. La playa y el bosque son los lugares más sencillos. Encuentras agua y comida rápidamente.

― ¿Y qué hay de las montañas?

― Ese lugar es intocable. ―Él me observó con una mirada extraña. ―Ahí es donde todos los Yakatis residen.

Entonces me di cuenta. Aquí, el entrenamiento del Fuerte parecía una burla. Esto era más. Esto era la realidad.

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