XXVII Nativos
La joven guía dirige a los recién casados a través de la exuberante vegetación que los envuelve por completo sin que apenas puedan ver más que algunos esquivos rayos que se escapan entre la tupida maraña del follaje de arbustos, altas palmeras y árboles majestuosos en los que habitan innumerables clases de pájaros y algunos monos que, al darse cuenta de la llegada de los improvisados visitantes, inician una ensordecedora y estridente sinfonía que se propaga por toda la jungla.
—Disculpad, ¿podríais decirme a dónde vamos, por favor? Me están achicharrando los mosquitos y me estoy arañando la cara y las manos con todas estas lianas y ramas —pide Olaf algo alterado por el desconcierto.
—Espera ya queda poco —le avisa la muchacha mientras se detiene para recoger unas hojas de una planta con un extraño olor amargo y la pasa por su rostro y manos—. Haced lo mismo que yo, esto ahuyentará a los mosquitos. Démonos prisa, ya estamos llegando.
Poco a poco la densa vegetación se va deshaciendo al llegar a una playa de arena blanca que se adentra en un mar turquesa en calma. Grandes cangrejos buscan refugio entre la espuma de las olas que barren a besos la orilla. Una enorme tortuga que escarba en la arena para depositar sus huevos levanta ligeramente la cabeza al ver a los recién llegados para indiferente continuar con su ardua labor. Algunas gaviotas les sobrevuelan expectantes graznando enfadadas los a recién llegados.
—¡Qué bonito es todo esto! —exclama maravillada Húdié al ver lugar tan paradisiaco.
—Sí, permanece virgen e inalterado desde la llegada de mis antepasados desde el continente hace miles de años. Inés prohíbe, bajo pena de muerte, a los piratas y comerciantes adentrarse en la jungla y en el resto de la isla más allá de las fronteras del puerto y el pueblo marinero... es el acuerdo al que llegó con mi tribu.
—¿Inés? —pregunta Olaf curioso—. Te refieres a la Barracuda.
—Sí, la señora. Ella vivió algunos años con mi pueblo cuando arribó sola a esta isla.
—Vaya esa voraz devoradora de hombres tiene nombre y todo. Quién lo diría —bromea el joven— ¿Y dices que estuvo con tu pueblo cuando llegó a esta isla? —pregunta curioso ante la noticia.
—¡Olaf! —le llama la atención Húdié con aire molesto—. No me gusta que hables mal de mi amiga, y que intentes sacar información sobre ella, seguro que luego tratarás de usarla con no muy buenas intenciones...
—Solo bromeaba, mi capitana. De verdad que desde que nos hemos casado te has vuelto muy mandona. Quiero el divorcio. —Rompe a reír el enamorado mientras corre tras la mariposa para cogerla en un abrazo y terminar rodando ambos por la arena.
—Aquí no hay divorcio que valga —confirma ella—. A lo hecho pecho. Si no, no haberte casado. —Se revuelven en un beso apasionado.
—Lamento tener que romper este momento tan empalagoso, pero o nos damos prisa o no podremos pasar al otro lado, la marea está creciendo y cerrará el paso pronto. —Señala la guía hacia un acantilado que se derrama desde las montañas hasta las profundidades marinas.
Alertados por la noticia corren hacia una cueva que se sumerge en la montaña, el agua les cubre por la rodilla. El interior permanece iluminado por rayos que entran entre huecos del techo y las paredes, golpeando contra el agua del fondo e iluminando de destellos deslumbrantes toda la oquedad. Una gran cantidad de peces de diferentes tamaños y colores van dominando el espacio a medida que el nivel del agua va creciendo.
—Espero que nos dé tiempo a salir, vamos muy justos, ya os avisé que teníamos que darnos prisa... —afirma preocupada la guía, se detiene un momento entre dudas—. Ahora no recuerdo bien si era por este lado o por aquella brecha de allá, hace tanto tiempo que se me ha olvidado el camino correcto.
—¿Cómo que no lo tienes claro? No me puedo creer que nos hayas metido aquí dentro y no sepas como salir... —le increpa Olaf algo molesto. El agua les llega ya por la cintura y va subiendo rápido.
—Ahora me quedé yo contigo chico listo. No te gustan tanto las bromas pues toma de tu medicina. —Sonríe la joven guía mientras se lanza a una profunda poza—. Tendremos que nadar un poco hasta aquel lado de la cueva —avisa desde el agua.
Nadan hasta el lugar indicado sin encontrar más que una pared plana.
—Ahora tenemos que tomar todo el aire que podamos y sumergirnos para encontrar el paso. Mantened la calma y no os perdáis.
—Pero... —protesta Olaf con aire molesto.
—No seas miedica cariño y confía en sus palabras. —Le besa Húdié y se sumerge tras de la muchacha.
Olaf las sigue entrando tras ellas en una pequeña abertura que conduce a una galería, al final puede verse la luz que alumbra la salida. Uno a uno van saliendo al llegar al otro lado, respiran aceleradamente al subir a la superficie. Las voces de unos niños en la playa alertados de su presencia atraen su atención.
—Vamos, ya hemos llegado a mi poblado —avisa la guía mientras empieza a nadar dirección a la orilla. Los recién casados la siguen de cerca.
No tardan en llegar mientras un grupo de niños se arremolinan entre ellos saludándolos emocionados en un extraño lenguaje, la mayoría buscan curiosos a Húdié para tocarla y cogerla de la mano, nunca antes vieron a una persona con rasgos orientales.
—Será mejor que os quitéis la ropa y la dejéis secar en la arena, aquí no os hará falta —informa la muchacha mientras va quitándose las prendas que lleva puestas. Los acompañantes obedecen sin ningún pudor y comienzan a desvestirse igualmente.
La pequeña cala se abre hacia la jungla protegida entre imponentes montañas a ambos lados, haciéndola prácticamente inaccesible por tierra. Los recién llegados se adentran entre el matorral, los niños los llevan guiándoles entre la espesura por una pequeña senda de tierra creada por el incesante ir y venir de incontables personas a lo largo de los años. No muy lejos encuentran un poblado formado por algunas chozas hechas con estacas y paneles de hojas de palmeras entrelazadas, esparcidas alrededor de una pequeña laguna de agua dulce. Un grupo de mujeres alertadas por las voces de los niños salen a su encuentro al verlos llegar. Colocan collares y coronas de flores a los recién llegados, al igual que llevan muchas de ellas. Los hombres dejan sus quehaceres y los miran curiosos. Entre todos puede haber unos cincuenta más una docena de niños.
—Venid os presentaré a mi madre, es la jefa de la comunidad. Algún día yo también seré la encargada de dirigir a mi pueblo. —afirma orgullosa la joven muchacha.
—Bienvenidos a nuestra casa, venid. Íbamos a comer, compartid con nosotros nuestro almuerzo —invita la jefa a los recién llegados mientras abraza con fuerza a su hija—. ¿Qué tal Inés?
—Muy bien. Te manda saludos —afirma contenta la muchacha—. Mira, ellos son Húdié y Olaf, son amigos de la señora. Ella les dio permiso para venir a conoceros.
La jefa del poblado, bastante mayor, de piel tostada y cabellos largos y blancos, se acerca para tocar y mirar con más detenimiento a los recién llegados. Busca a la mujer, acariciando su rostro y admirando la extraña belleza de sus facciones, continúa palpándola hasta llegar al vientre.
—Ahora muchacha has de cuidarte y alimentarte bien, otro ser habita en tu interior. Será un niño guapo y fuerte como el padre.
—¿Cómo puede saber...? —pregunta contrariada la futura madre a la par que sus mejillas se ruborizan, buscando con una mano en su vientre plano.
—Mi madre es muy sabia, no tengas la menor duda de que estás preñada si ella así lo afirma. Es una gran noticia querida amiga —confirma la anfitriona mientras pasa su mano igualmente sobre su vientre, tras ella el resto de mujeres repiten lo que parece un ritual—. Es para darle la bienvenida entre nosotros. Además de una bendición es una señal de buena suerte que favorece a quién lo toca para quedarse igualmente preñada. Los hijos son un regalo de las estrellas, además perpetúan a nuestro pueblo. Quedamos ya muy pocos.
La jefa se acerca a Olaf, realizando el mismo ritual, toca su rostro y su pecho, buscando curiosa la marca en su brazo clavándole una uña para adentrarse con sus ojos grises y apagados en los verdes del joven.
—Tú, tú vas a... —calla por un instante, su cuerpo se estremece.
—Hay cosas que es mejor que no se sepan antes de que ocurran. —Olaf lleva con delicadeza un dedo sobre los labios de la mujer para que no siga hablando, le guiña un ojo y le regala una tierna sonrisa.
La mujer sabia se da media vuelta y con tono amable llama al resto de los presentes.
—Vamos, agasajemos a nuestros invitados con nuestros más exquisitos manjares.
Se sientan todos los comensales en el suelo mientras algunos hombres van pasando bandejas con pescados cocinados al fuego y diferentes tipos de frutas. Los recién llegados se sientan junto a la jefa del poblado, Olaf agradecido y hambriento traga con ímpetu todo lo que le ofrecen, mientras Húdié, más recatada y contrariada por la noticia, permanece ensimismada asimilando su nuevo estado.
Tras la copiosa comida, la jefa de la comunidad comienza a hablar, y al instante, todos callan buscando un lugar alrededor suya, los niños se arremolinan entre sus brazos, parecen una gallina rodeada de sus pollitos.
†
«Hubo un tiempo en el que nuestros antepasados vivían felices y en paz por todo el archipiélago salpicado de islas. Fueron tiempos prósperos y de gran esplendor para nuestra cultura, pero llegaron otros pueblos desde el continente, eran violentos y usaban arcos y flechas, robaban y saqueaban nuestros pueblos, secuestrando a nuestras mujeres. Nosotros éramos pacíficos y rehuíamos los enfrentamientos, de esa manera nos íbamos replegando a la vez que ellos se expandían. Pero al igual que nos ocurrió a nosotros, a ellos les llegaron a su vez otros pueblos más violentos aún, que además de secuestrar a sus mujeres y a las nuestras, gustaban comer la carne de los niños en extraños rituales a dioses malditos...».
—¡Oh! Eso es terrible —interrumpe Húdié la narración de la historia mientras busca cobijo entre los brazos de su enamorado.
La jefa de la tribu sigue contando su historia:
«En unos pocos años, estas islas, en otro tiempo lugares de paz y de alegría compartida, se convirtieron en prisiones de terror, gritos y llantos que esparcía el viento de un lugar a otro. Nuestras gentes, que en otra época se contaban por miles, veían cada vez más como se reducía su población. Por si fuera poco todo aquello, fue, no hace mucho, que llegaron los hombres blancos en grandes barcos desde el otro lado del océano, trayendo armas que escupían fuego y enfermedades que nos mataban a todos por igual. Ya no quedaba ningún sitio donde poder estar a salvo. Los últimos de nuestro pueblo, siendo yo una niña, nos refugiamos en este reducto escondido y protegido por entre las montañas, aunque sabíamos que antes o después nos encontrarían y nos harían esclavos. Y cuando todo parecía perdido para nosotros, como si fuera un regalo del océano... llegó ella, casi muerta, sola en una barca que arribó a nuestra playa».
—Inés... la Barracuda. —Trata de asegurarse Olaf.
—Sí, ella —confirma la guía moviendo afirmativamente la cabeza.
«La salvamos y la cuidamos mientras estuvo inconsciente, pero aunque se recuperó pronto de sus heridas físicas, las del espíritu eran más dolorosas y profundas. Hablaba en sueños y llamaba insistentemente a un hombre y a sus hijos. Cuando despertó apenas decía palabra, solo paseaba por la playa con la mirada perdida en el océano y no dejaba de llorar. Poco a poco su espíritu se fue calmando y la alegría brotó de nuevo en su corazón. Ella decía que yo era como su madre y me enseñó vuestra lengua, aquí fue feliz entre nosotros.
»Pero compartía como nosotros el temor de que la isla, antes o después, fuera ocupada por tropas y colonos llegados del Viejo Continente. Fue así que decidió que la mejor manera de evitarlo no era esconderse, sino adelantarse a lo inevitable. Entonces buscó un lugar seguro y protegido donde empezar a levantar su propio pueblo y construir un asentamiento que empezó siendo, al principio, un puerto con una taberna y una casa de citas. Atraídos por el nuevo proyecto llegaron contrabandistas, forajidos y piratas, lo peor de lo peor de los hombres blancos que, sin embargo, alejaba de estas rutas a otros barcos de colonos protegiéndonos a nosotros y a nuestro pueblo de una invasión casi segura...».
—Muy lista la Barracuda, puso al gato sin saberlo a cuidar de los ratones, ahuyentando lo malo con lo peor —confirma Olaf sorprendido por la estrategia de la comandante pirata—. Jamás hubiera imaginado que existiera esto aquí.
—Cierto, de esa manera podemos estar seguros y seguir con nuestras vidas tranquilas en esta isla —confirma la jefa del poblado—. Esa es nuestra historia y la de la mi hija adoptiva que nos quiere y nos cuida. Y si os ha dejado venir, es porque confía plenamente en vosotros y sabe que guardaréis nuestro secreto. Por eso, os dimos la bienvenida y confiamos también en vosotros.
La mujer se levanta y con ella el resto de los miembros de la tribu que vuelven a sus quehaceres diarios, los niños prefieren ir a jugar a la playa.
Marcha la mujer sabia abrazada a su hija, dejando a los jóvenes enamorados solos, recostados sobre la fresca hierba. Poco a poco ha ido cayendo la tarde y el sol ya se escora hacia las montañas.
—¿Te gustaría vivir aquí amor? Sin los problemas de nuestro mundo tan complicado y violento. Olvidándonos de todo y de todos, solos con ellos criando a nuestros hijos... —busca Húdié a su esposo para fundirse en un beso apasionado.
—Sería un sueño precioso, pero... no podemos. Hemos de volver y continuar con lo que empezamos, nos esperan y nos necesitan, debemos regresar a nuestro mundo.
Se levantan y caminan tranquilamente hacia la playa, observando a los niños jugando desenfadados.
—Pero seguro que algún día podremos traer a nuestros hijos para que los conozcan y puedan jugar con ellos —insiste Húdié en su creciente deseo por regresar.
—Gracias por este viaje de novios maravilloso, por haberme enseñado el significado de la palabra amor y por ser la madre de mi hijo. Estoy convencido de que serás una gran madre —agradece con tiernas palabras y completo de amor el esposo.
Se acercan hacia donde están sus ropas ya secas y en ese mismo momento que las recogen, retumban entre las montañas la salva de tres cañonazos. La señal de que se acerca el enemigo y su inevitable destino.
Los niños corren asustados al interior de la jungla a la vez que llega a la carrera la joven guía.
—Tenemos que irnos. Los hombres nos cruzarán al otro lado con los cayucos.
—¿Y qué hará tu pueblo? —pregunta Olaf contrariado, recuperándose a la realidad de lo que se les viene encima.
—Buscarán refugio entre las montañas. No te preocupes. Sabrán protegerse —confirma la joven guía mientras ayuda a algunos hombres a sacar de entre la vegetación unas pequeñas embarcaciones que utilizan para pescar.
†
Marcha el sol entre las montañas, anunciando la llegada de una noche estrellada en calma. Se alejan los cayucos sobre la oscuridad del mar, llevando a los visitantes que atentos miran como se hacen pequeños los nativos que les despiden desde la orilla de aquel paraíso escondido al tiempo que camina despacio; los corazones de los dos enamorados palpitan emocionados en el recuerdo de cuando abandonaron sus hogares y en el pensamiento de la gran batalla que comenzará con la llegada de la mañana.
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