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XXVI Noche

Cae la noche arropando de estrellas al puerto pirata, luna nueva se esconde tímida en el horizonte. El pueblo entero en aquella isla encantada celebran y cantan en honor de los recién casados, disfrutando felices sin importarles el mañana, sin temor a la gran batalla que se les viene apresurada. La vida es frágil y efímera, de qué serviría preocuparse o temer por perderla, si al final de una manera u otra se acaba. Lo único que importa es el ahora, el momento presente, y también disfrutar al máximo entre las bromas y risas compartidas con amigos y camaradas en las escasas ocasiones que permite vida tan corta.

Pero no todos están allí celebrándolo. Los recién casados siguen en aquella casa, en el mismo lugar donde se habían aceptado el uno al otro, quizás pensando que de moverse se acabaría momento tan mágico para ellos. Sus cuerpos pegados, sus corazones latiendo acelerados al mismo compás, sus manos entrelazadas, sus miradas clavadas incapaces de separarse el uno del otro. Todavía resuenan en sus oídos las palabras de la comandante que hablaban de respeto, de entrega, de ayuda mutua, de familia. Todo había ocurrido tan rápido,  que ni siquiera eran conscientes de lo que habían hecho y ahora poco a poco todas esas palabras iban tomando sentido.

El universo entero había conspirado para que se hiciera realidad lo imposible. ¿Cuántos acontecimientos? ¿Cuántas circunstancias? ¿Cuánto desde el inicio de los tiempos...? Para encontrarse, para estar y ser ellos en ese preciso momento.

Húdié suspira emocionada mientras baja tímida la mirada. No hacía ni un año había tenido que dejar a su madre y a sus hermanas; los problemas y tensiones del palacio, el espejismo de la seguridad de su mundo para adentrarse en otro completamente nuevo. Iba al encuentro de un matrimonio forzado y el destino y sus ansias de libertad le habían llevado a otro con un hombre maravilloso, fascinante, del que había quedado completamente prendada. La niña, la mariposa que volaba inconsciente entre las flores se había hecho mujer tan rápido que ni siquiera se había dado cuenta de todo los cambios que había experimentado. 

Y de igual manera, en similares circunstancias, Olaf, sin saberlo, había tenido que dejar todo atrás para llegar y esperar a que ella también se subiera a aquel barco, evitando con ello que aquella hermosa mujer a la que tanto amaba se hubiera desposado con el hombre al que más odiaba.

«¿Era todo aquello fruto de la casualidad? ¿Pudo haberlo sido en otro lugar? ¿Podía haber sido de otro modo?, ¿en otras circunstancias? O por el contrario de no haberles juntado el destino en aquel barco fantasma nunca se hubieran encontrado y sus vidas hubieran navegado por mares diferentes sin haberse jamás conocido. ¿Qué hubiera sido de ellos entonces?» Olaf no puede dejar de hacerse esas preguntas mientras la mira atolondradamente.

—Dice una leyenda de mi tierra que los enamorados que están destinados a encontrarse están unidos por un fino hilo invisible que poco a poco los va atrayendo, que no importa lo lejos que estén porque siempre busca la mejor manera de encontrarlos en el instante preciso, cuando ambos están preparados para unirse y que nada ni nadie, llegado el momento, puede separarlos —musita con ternura la esposa mientras apoya la cabeza sobre su pecho, pareciera que le está leyendo los pensamientos.

—Yo... —Olaf no puede articular palabra, sus labios cimbrean trémulos, sus ojos parecen hipnotizados por la belleza de su enamorada.

—¿Tú qué...? Esposo mío.

—Yo te amo.

—Lo sé mi amor, lo siento en cada minúscula parte de tu cuerpo, en el mío. Ven, vamos...

Húdié lleva de la mano a Olaf, suben despacio las escaleras, abre una habitación para entrar juntos. 

—Espera —avisa la esposa mientras le suelta para ir encendiendo algunas velas, poco a poco la alcoba se va iluminando dejando ver algunas guirnaldas de flores y telas colgadas sobre las paredes, y una cama cubierta de pétalos de rosas blancas. Regresa frente a su enamorado con pasos lentos y con ternura comienza a desvestirlo echando la ropa al suelo, deja su pecho al descubierto para acariciarlo y besarlo.

Olaf sigue como ido, quizás haya conocido a otras mujeres y posea una experiencia de la que ella carece y sin embargo le cuesta comprender lo que le está pasando. En aquellas ocasiones solo buscaba satisfacer sus deseos e instintos, el simple placer de los sentidos, y sin embargo ahora todo le parece distinto, todo alcanza una dimensión tan diferente, en un sentimiento puro, verdadero, auténtico; en la entrega total en cuerpo y alma a otro ser humano.

La esposa se separa dando un par de pasos hacia atrás, con ternura y timidez va desvistiéndose ante su enamorado; él no puede dejar de mirarla con asombro, de admirar la belleza de cuerpo tan hermoso, su rostro angelical, su delgado cuello, sus senos pequeños pero firmes, su cintura plana, sus caderas perfectas. El esposo sonríe ante la beldad de la mujer, reacciona y la coge entre sus brazos para depositarla con ternura en la cama.

Se besan, se acarician, se entregan, se comparten hasta quedar exhaustos por toda una noche de amor y pasión desbocada. La fogosa mariposa cae rendida, duerme tranquila entre sus brazos. Él no puede dejar de mirarla y sus pensamientos vuelan en el recuerdo del padre que nunca tuvo.

«Sí, quizás no llegué a conocerle y, sin embargo, lo siento en este momento tan cerca de mí. Tan solo pensar en quedarme dormido para despertar y no ver a mi lado a mi amada esposa...». Se pierde Olaf entre ensoñaciones.

Tratar de imaginar lo que tuvo que pasar su padre al despertar y no encontrar a la mujer por él amada le hace estremecerse. Ahora comprendía lo que tuvo que sentir aquel hombre al que nunca pudo abrazar ni decirle papá; lo que hubiera sido capaz de hacer por localizar a su madre sino le hubiera llegado la muerte tan de repente. 

Y se pregunta a sí mismo, si su padre habría sentido en su pecho a pesar de la distancia y del desconocimiento de su existencia, que él le llamaba en el llanto del hijo que reclama a su padre. Se estremece pensando que ese llanto podría haberle hecho sentir como si le hubieran cortado una pierna o un brazo y los hubiera seguido sintiendo en la distancia.

—Pero ese no es el caso, a diferencia de mis padres, nosotros estamos aquí, y no permitiré que nadie ni nada nos separe mi amor... —musita casi inapreciable el esposo a su dormida enamorada.

—¡Húdié! ¿Estáis despiertos? Tenemos que irnos, daos prisa... —avisa una joven desde el otro lado de la puerta, golpeando sobre ella insistentemente.

La esposa abre con delicadeza sus pequeños y curiosos ojos negros, su rostro resplandece en un rayo de sol que entra por la ventana besándola la frente. 

—Pensé que todo había sido un maravilloso sueño, pero ahora que he despertado me alegra saber que todo es verdad, todo lo que vivimos ayer fue cierto. Venga, vístete, date prisa, nos vamos... —apremia Húdié a Olaf.

—No, yo prefiero quedarme aquí, continuemos donde lo dejamos ayer —insiste acaramelado el esposo, cogiendo a su enamorada por el brazo y arrastrándola hacia él para tratar de convencerla a besos.

—No, tenemos que irnos, es tarde ya, nos espera, vamos...

—¡Húdié! ¡Venga! —insiste la voz que desde el exterior de la puerta le avisa, incrementando los golpes.

—Sí, ya vamos, déjanos unos minutos para que nos arreglemos —responde Húdié con tono apresurado.

—¿Pero dónde? ¿A dónde vamos? —pregunta Olaf contrariado.

—Nos vamos de luna de miel. ¿Cómo crees que nos íbamos a casar sin hacer un viaje juntos después?

—Pero, no entiendo... —ronronea Olaf sin querer levantarse de la cama.

—¡Ay querido cuando te cierras en algo no hay manera! No te hagas el remolón y date prisa, vístete ya, que nos vamos. He dicho. —eleva Húdié el tono de voz con aire molesto.

Rompe a reír Olaf mientras sale de la cama y comienza a vestirse con rapidez. 

—¡A sus órdenes mi comandante! El primer día de casados y ya empieza a mandarme, como si no tuviera bastante con ese capitán mandón ahora tengo una capitana en vez de esposa. 

—Te he oído —le increpa autoritaria la mujer.

—Era broma cariño —devuelve con la mejor de sus sonrías el hombre.

Terminan de vestirse a la carrera y salen a toda prisa, fuera de la habitación les espera una joven de piel tostada, bajita y hermosa; de cara redonda, bonita y alumbrada por una amplia sonrisa cómplice. 

—¿Lo pasasteis bien anoche?, seguro que sí. Venga vamos o llegaremos tarde y se cerrará el paso...

Bajan a toda prisa las escaleras, salen de la casa para toparse de boca con el capitán que venía en busca de su oficial. 

—Olaf hace falta que... 

—Lo siento capitán ahora no puedo, me están secuestrando —responde el esposo mientras marcha a la carrera.

—Pero es que... —farfulla el pirata molesto. 

—Mis disculpas Willem, la vida de casado, ya sabe usted... uno ya no puede ni decidir qué hacer por sí mismo y ha de obedecer órdenes. Pero estoy seguro que podrán solventar cualquier problema sin mí.

—Sí, pero... —insiste el pirata cada vez más contrariado—, se aproxima una batalla y...

—Lo sé capitán, lo sé, pero me llevan de luna de miel, no puedo negarme, ni hacer nada. Cuando vean llegar a la Armada Imperial disparen una salva de cañones. Volveremos lo antes posible a la llamada. Ahora lo dejo todo en sus manos —resuelve Olaf mientras a empujones le arrastran.

—Maldito Rojo, si lo sé no dejo que te casen estas pulpos de agua dulce —grita el capitán viendo alejarse a su oficial. Menea la cabeza con resignación y vuelve solo al puerto para seguir con los preparativos de la gran batalla.

Corre Olaf sin saber a dónde va, confiado se deja llevar por la curiosidad y dos bellas damas que le empujan mientras se adentran en el interior de la selva que crece esplendorosa a las afueras del pueblo. 

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