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XXIII Sentencia

Novela para lectura en Wattpad.

Regresa el capitán dando tumbos de un lado a otro de la cubierta con los primeros rayos del alba, protesta y maldice a voces intentando llegar a duras penas al camarote, un tufo a alcohol le precede. En el interior le espera la princesa sentada en una silla, recostada sobre la mesa, adormilada entre ensoñaciones.

—¿Viste lo que hicieron esos bastardos del emperador en mi barco? Uno me lo revienta y el otro me lo transforma en un híbrido de carguero, más que la Fantasma parece un alma en pena... —Sonríe él solo de su gracia.

—Dijo que ahora será más ligero, rápido y que puede embarcar a más hombres que aborden a la Victoria —le devuelve ella con aire serio y mirada inquisidora.

—¿Sí, qué más te dijo ese vástago de Olaf el Rojo? —busca el Capitán a la Princesa ávido de respuestas.

—Que tendría más capacidad para cargar los tesoros que arranque al hijo del emperador... Pero, ¿dónde está? —pregunta cada vez más intranquila al ver que no regresa con el pirata su amado.

—Quedó retenido en los calabozos hasta que se ejecute la condena —devuelve con tono resignado el capitán meneando la cabeza.

—¿Cómo? ¿De qué condena hablas? —Cambia la mirada angustiada por unos ojos de besugo escurridizo.

—No pude hacer nada. Bien sabes que lo intenté, que tuve que hacer de tripas corazón y pedir clemencia por él hasta el último momento... Pero la Barracuda es dura de roer y no cedió ni un palmo en sus intenciones y arrastró con ella a todos los miembros de la asamblea. —Alarga la mano intentando elevar un dedo que acompañe sus palabras mientras mantiene el equilibrio a duras penas—. Me quedé solo como la una en su defensa. Dictada está la sentencia, en un rato aplicarán su terrible condena.

—¿Qué...? —grita desconsolada la princesa—. ¡No puede ser! ¿De qué condena hablas?

—Van a lincharlo en la plaza en menos de una hora.

—¿Cómo puede ser eso? —Se revuelve cual gata enrabietada la princesa, arrebatando de la carcasa la pistola al capitán.

—No podrás detenerlos... esa comandante se la tenía jurada y no va a dar su brazo a torcer ni cambiará de opinión. Yo he decidido volverme para no verlo, no quiero ser cómplice de felonía tan injusta. —Menea la cabeza negando con aire de resignación—. Bien sabes que a pesar de todas nuestras desavenencias le tengo en gran aprecio... Lo echaré de menos, era un buen oficial, aunque el pobre lo fue por poco tiempo, hubiera llegado a capitán pero no ha podido ser... 

—¿Dónde se esconde esa arpía, esa comadreja que se hace llamar Barracuda? —Apunta en el entrecejo del capitán.

—Niña aparta de mí esa pistola, que aunque está descargada... nunca se sabe, hay veces que las carga el diablo y ese a mí, me la tiene jurada. —Continúa el capitán riéndose él solo de sus bromas, que a Húdié no parece hacerle la más mínima gracia—. Al final de la dársena, en el pueblo marinero tiene una casa de citas, andará preparándose para dar la orden y que comience el escarnio público...

—¡Carga la pistola! —reclama la princesa mientras entrega el arma al pirata.

No tarda en rellenarla bien de pólvora y meter la bala, tira hacia atrás el martillo percusor y coloca el cebo bien seco para que haga buena explosión. 

—¡Ala! Ya la tienes cargada. Te advierto que esto es peligroso. Sería mejor que no hagas lo que se te está pasando por la cabeza o lo lamentarás después de haberlo hecho. Pero bueno, tú verás... espero que no yerres el tiro llegado el momento.

Quita la pistola de la mano del capitán y enfadada sale como llevada por el diablo que vuela que no corre la princesa entre la gente, en busca va de la comandante, a su paso todos se apartan extrañados por comportamiento tan extravagante.

Ríe a carcajadas el capitán a la marcha de tan inocente niña, coge un cubo con agua que estaban utilizando para fregar la cubierta y se lo echa por la cabeza, resopla por el contacto del frío elemento, llama a sus hombres entre risas, entreviendo la que se avecina... 

—Vamos Caballeros, ya me siento recobrado, sacad un par de barriles de ron y vayamos a divertirnos... 

En una calle apartada entre casas de pescadores y chozas de paja, deslumbra de luces y sedas de colores tan peculiar casa de citas. Detenida la pirata en la puerta, se acicala la princesa que nobleza obliga.

De entre las ventanas la observan curiosas un ramillete de cortesanas, sonríen y comentan asombradas ante la belleza de la muchacha. Le abren la puerta sin darle tiempo a llamar.

—¿Sí? —pregunta una altanera moza de piel morena y pelo negro.

—He venido a hablar con la señora de la casa —responde seria y molesta.

—Pase querida, la recibirá encantada.

Entra la Princesa pistola en mano apuntando hacia el techo, embriagada queda de perfumes e inciensos del lejano Oriente, nunca antes desde la marcha de su casa la sintió tan cerca... tan lejos.

Bellas mujeres de facciones diferentes y de  distantes lugares  entre cojines y plumas la observan atentas, resoplan suspiros, risas y cuchicheos. En lo alto de las escaleras que dan paso a las habitaciones, aparece la más fascinante dama de todo el puerto pirata, envestida con sus mejores galas, a la muchacha reclama con semblante serio y mirada desafiante. 

—¡Vamos! Dispare, máteme, no se eche ahora atrás si vino a eso, princesa.

—No, solo quiero... —entrecortada la frase, sin resuello la voz de la muchacha; mantiene digna presencia y el pulso firme a pesar de las circunstancias, mas ahogada en lágrimas.

—¿Qué entonces? Hable niña, Acaso se cansó de ser pirata y busca un nuevo trabajo, aquí siempre será bien recibida y como persona tratada y respetada por el tiempo que quiera estar en mi casa; usted decide lo que ofrece, tal vez sonrisas mimosas, caricias y palabras, o azotes con fusta, que de todo gusta en este lupanar, señala a algunas muchachas entre replique de sonrisas cómplices.

—No, disculpe, no me trajo eso —recupera el aliento la princesa pirata para hacer una nueva pausa.

—Quizás vino entonces a solicitar nuestros servicios y disfrutar de la sensualidad de placeres hasta ahora nunca antes experimentados, aprendería entre expertas manos. Y si lo desea... también disponemos de mancebos dispuestos a satisfacerla.

—Tampoco es eso, quizás en otro momento... —Se sonroja la recién llegada. Todas comentan entre ellas.

—Entonces... ¿qué?, díganos ¡ya! muchacha, que nos tiene en ascuas. —Aguardan atentas una respuesta mientras la miran fijamente todas las presentes en la gran sala.

—Vengo a suplicarle que no lo maten —resuelve finalmente la mariposa, armándose de coraje para dar respuesta.

—¿Matar, a quién? No entiendo... —trata de encontrar sentido a sus palabras.

—A Olaf, por supuesto.

—¿Y por qué habría de no hacerlo?

—Porque él me encontró cuando estaba perdida y me enseñó a volar sin miedo. Porque a pesar de ser un truhán descarado que se las da de mucho, en el fondo es un niño roto que llena de belleza un mundo donde solo hay oscuridad y muerte. Sea solo porque es bueno, atento e inocente. Y porque le amo con toda mi alma, sin él vivir no puedo, solo de imaginar que le he de perder muero —reclama con el corazón en la mano, la princesa consentida.

—¡Anda ya niña! Déjate de bobadas y ven... harás los honores; a saber que te habrá contado ese liante que tienes por capitán. —La arrastran las muchachas por las escaleras, en voladas la sacan a la terraza junto a la dama—. Dame esa vieja pistola no acertarías ni a tres cuartas con ella y toma esta, en las distancias cortas nunca falla, te la regalo por habernos honrado con tu visita, llévala siempre cargada porque nunca se sabe cuándo podrá hacerte falta. —Envuelta en un pañuelo de terciopelo una pequeña pistola de incrustaciones de piedras preciosas, plata y nácar.

Asomadas al balcón la dama con su invitada y entre ellas, todas sus doncellas en un ramillete arremolinadas. Levanta el brazo la comandante con la vieja pistola en mano, imitándola con la nueva la pirata, las dos aprietan el gatillo al unísono, disparando ambas al cielo, dando comienzo a la sentencia impuesta al markado. 

En la plaza sueltan al guardiamarina como si fuera a un torito bravo, desnudo pero cubierto de pegajosa brea y emplumado de pies a cabeza como un pollo. Corriendo sale a toda prisa por el medio de una calle abarrotada; que a su paso algunos le dan empujones, otros a golpes con cañas y varas, otros le tiran frutas y verduras y hasta algunas pétalos de flores desde los balcones, y todos entre risas y palmas le animan y le cantan vítores. 

«¡Salve emperador de los piratas!» gritan a su paso entre chanzas y carcajadas.

Llega el guardiamarina fajando dignamente cada golpe, agradeciendo cada palabra de ánimo, aunque resbala en varias ocasiones para darse de bruces contra el suelo, pero en ningún caso parece molesto que más bien acepta y saluda a su paso, sabiéndose aunque de esa guisa protagonista de tan esperpéntico pero divertido espectáculo. Mas no se detiene hasta que finalmente llega bajo el balcón donde le aguardan las damas, sube con facilidad por entre las rejas de la ventana para rescatar de la mano de su amada el pañuelo de terciopelo que anuncia el final de la condena.

—Bella...

—Lindo... 

—Te estuve esperando toda la noche que la pasé en vela y me tenías muy preocupada, ni te imaginas el infierno que he pasado y las cosas que he llegado a pensar, que no vuelva a ocurrir algo como esto, si te quieres ir de fiesta toda la noche con tus amigotes, antes me avisas. —bromea la mariposa ya más tranquila al ver el brillo de unos ojos enamorados y sentir el ritmo acelerado de un corazón entregado.

—Y mira encima como me llegas, que das asquito bonito, así ni te me acerques. —Le besa la mariposa con trémulos labios, para acto seguido golpearle con fuerza en el rostro.

Cae el guardiamarina extasiado por un beso, atontado por el golpe de un puñetazo, para despeñarse entre los brazos de los presentes que se amontonan bajo él; le recogen entre un puñado de fornidos hombres y le tiran a la mar salada para que se limpie bien todo el cuerpo.

Hierve el ambiente en Puerto Esmeralda, animados y unidos se preparan todos a una en la hermandad para la gran batalla naval que se aproxima. Que no temen a la escuadra imperial, porque si los otros tienen al almirante vencedor de Lepanto, ellos cuentan con la astucia y valentía del emperador de los piratas. 

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