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XXII Juicio

Pavoneándose cual gallo de pelea camina orgulloso el capitán pirata por la dársena de levante con dirección a la taberna donde les aguardan en asamblea de capitanes; a su diestra camina la princesa ataviada con un vestido de seda carmesí, una casaca roja con algunas medallas colgadas de la solapa, un talabarte del que cuelga su puñal adornado de ricas incrustaciones, unas botas largas de montar y un sombrero de tres picos con tantos agujeros que parece un queso de gruyer; su rostro distante, escondiendo sus emociones tras una máscara de polvo blanco de perlas, en su frente destellos de oro, sus labios de rojo bermellón, sus ojos brillantes y negros marcados de azabache.

A la siniestra del Capitán, camina orgulloso y altanero el guardiamarina, ataviado tan solo con un calzón de blanco algodón, pues no quiso el pirata darle nada mejor; aunque a él no parece importarle lo más mínimo y exhibe con gracia su cuerpo atlético y bien formado, dorado a besos por el sol del Caribe; saluda galante de igual manera a jóvenes doncellas, meretrices y damas de alta alcurnia que le devuelven escondidas entre abanicos, sonrisas y guiños.

Nadie en el puerto quiere perderse a visitantes tan...inusuales. El murmullo de los cuchicheos se arremolina entre el tintineo de los aparejos y el rumor de las olas que golpean los navíos amarrados en el puerto.

—Vamos, capitán, entre, no se demore, que esperamos impacientes nos muestre el preciado botín que pescó por estos mares y díganos si ya puso precio a tan hermosos tesoros, quizás podamos llegar a un acuerdo para pedir rescate —avisa desde el interior del local la Barracuda, rodeada de bravos lobos de mar que brindan con jarras de ron. Llena hasta los topes está la taberna que no cabe ni una mosca más.

—Prefería enfrentarme en este momento a ese almirante de pacotilla y a toda la armada imperial antes que a esa arpía de lengua bífida —susurra el capitán entre dientes a los jóvenes enamorados mientras entran entre ademanes forzados y saludos a los presentes.

—No comprendo tanto alboroto, tan solo son mi primer oficial y la vigía del palo mayor, no tienen precio ni están en venta, pertenecen a la tripulación de la Fantasma pero si nos atenemos al código de la hermandad, son libres de pleno derecho y por ende de abandonarla en cualquier momento si así lo desean o reciben oferta mejor —contesta el capitán a la comandante, tratando de quitarle hierro al envite.

—¡Calla canalla! Que a ti ya te conocemos y sabemos de qué vas, y deja que sean ellos quienes se presenten. Primero la dama...

Enmudece el público, atento a todo detalle.

Da un paso adelante la muchacha, hace una pequeña reverencia, que realeza obliga aunque esté entre rufianes y criminales.

—Nací hija de la emperatriz de Oriente, princesa de la vigésimo tercera dinastía, primogénita en el orden sucesorio al trono de la China. Prometida al primer hijo del emperador de Roma, heredero de un imperio, dueño del mundo.

Prorrumpe un murmullo creciente en la taberna, todos comentan sorprendidos la información.

—¡Silencio! Silencio, por favor. o tendré que desalojar la sala. —La Barracuda se enfada y da un par de porrazos con la culata de su pistola en la mesa.

Todos de golpe callan.

La Barracuda invita nuevamente a la princesa a continuar con su exposición. Húdié agradece con una reverencia y sigue explicando su historia.

—Pero cuando fui enviada como mercancía de cambio, escapé de mi destino para unirme a la Fantasma, y esa es mi libre voluntad y mi deseo. Pido ser admitida en la hermandad pirata como uno más de vosotros, ni más ni menos.

—Serás proscrita y perseguida desde este momento —toma la palabra la comandante tras finalizar la princesa de Oriente su corto pero decidido alegato.

—Es que... ¿alguien aquí no lo es? —contrarresta Húdié.

—Pondrán precio a tu cabeza. Pues por lo que sé, es muy alto el precio que dan por entregarte viva, que el emperador no te quiere muerta.

—¿Acaso la suya no lo tiene...? Según tengo entendido, la que posa sobre sus hombros es la del precio más alto.

Cruce de miradas de mujeres altaneras, estudiándose la una a la otra frente a frente.

—¡Está bien, habló una princesa! Decidan damas y caballeros si la aceptan como a una más en el gremio de piratas de las Islas Olvidadas.

Claman al unísono los presentes, también los que a las puertas y ventanas se agolpan, embelesados ante la belleza y gracia de gentil muchacha; nombrándola por aclamación emperatriz de los piratas.

—Sé bienvenida a la fraternidad, por unanimidad eres aceptada entre nosotros. Que los vientos te sean propicios y las olas te guarden de los que atacan por la espalda —confirma la comandante mientras dirige su mirada al otro pretendiente, primer oficial de la Fantasma—. Y ahora vos... caballero, díganos de dónde viene y cuál es su historia.

Guarda nuevamente silencio la sala.

—Yo no soy nadie mi señora, ni tengo más propiedad que estos calzones que llevo puesto, todo lo demás... lo he ido perdiendo por el camino. Quienes hayan sido mis padres o mis abuelos no es importante en estos momentos y de los actos que ellos hayan realizado deberán responder ellos, no es justo que se me juzgue a mí por lo que hicieron otros... —Mira con aire de culpabilidad al capitán—, no soy yo responsable de ello. Yo respondo por mí y de lo que yo hago. Estoy aquí y ahora, soy uno más de la Fantasma, y lo que he conseguido en ella me lo he ganado con mi esfuerzo.

El capitán aparta de él la mirada buscando la de la Barracuda que parece enfadarse por momentos.

—Me preocupo cada día por dar lo mejor de mí para el bien del barco y de mis camaradas, por ayudar al resto, por cubrir sus espaldas en el combate. ¿Pregúnteles a ellos? Me gusta esta vida de pirata y... —muestra la mejor de sus sonrisas, dando por finalizada su alegato en grácil reverencia a los presentes—, ahora pido de igual manera ser aceptado como uno más.

En silencio acogen su alegato, que razón no le falta pero parece no haber convencido a casi nadie. Y de un puntapié en las nalgas, el capitán lo manda frente a la Barracuda que le espera pistola en mano para apuntar en su frente.

—Mira, muchacho. ¿Acaso crees que engañaste a ese viejo lobo de mar que anuda la soga para echártela al cuello? ¿O a aquel otro que afila su navaja?, ya te puso encima su único ojo cuando corrías desnudo.

La Barracuda se levanta y empuja al joven oficial que cae de culo a los pies de la princesa.

—¿Crees que no te olí nada más amarraste a la Fantasma? ¿Piensas que no vi antes la misma marca de tu maldito linaje grabada en tu brazo? Que no sé, que eres un bastardo del emperador y que por tus venas corre su imperial sangre. Más te valiera haber dicho verdad y no tratar de engañarnos como si fuéramos lerdos.

—¡Oh! —prorrumpen al unísono los presentes, asombrados por las palabras de la Barracuda.

—Aguarde mi bella capitana, quizás olvidé algunos detalles sin importancia ni consideré tuvieran relevancia, pero no dije mentira alguna, mencioné lo que pienso y de esta manera lo mantengo y me reafirmo: Yo solo soy yo y mis circunstancias y de ello respondo y si por eso de entregar mi vida, en sus manos la pongo. —Se da la vuelta el guardiamarina para encontrarse con la mirada de la princesa que le observa desconcertada y asustada, preocupada por la vida de su amante—. Pero no carguen en mis espaldas las culpas de otros, ni descarguen sobre mí su odio, eso no sería justo.

El joven Olaf se levanta y eleva el tono de su voz cruzando la mirada con cada uno de los allí presentes para continuar con su charla:

«Entiendo que a muchos de vosotros el imperio os robó bienes y familia. Que os echasteis a la mar acosados y perseguidos. Que el emperador puso precio a vuestras cabezas. Pero... ¿qué pensáis, que mi vida fue un camino de rosas? Si a vosotros os quiere muertos a mí por doble partida. Mi madre tuvo que hacerse pasar por mi hermana y me encerraron en un castillo para que no me descubrieran, cierto es que allí me crié, estudiando y aprendiendo para estar preparado en todo momento y ante cualquier circunstancia que me impusiera la vida. Mi padre fue un markado, ciertamente, pero murió siendo yo un bebé que ni siquiera llegué a conocerlo. Al final tuve que escapar perseguido como todos vosotros para evitar una muerte segura. Y si a ustedes le acosan sus altezas imperiales, a mi me odian, soy un posible aspirante, rival en potencia. Mas... ¿cuál es mi culpa?, haber nacido marcado. Solo pido ser aceptado como uno más, y si he de ser emperador que lo sea de proscritos y refugiados que como mi padre no deseo serlo de imperio alguno».

Dividido el público, discuten acaloradamente en posturas enfrentadas que, si bien las mujeres mayoritariamente le defienden, los varones piden para él la horca.

—¡Muerte al emperador y a todos los markados! Ese es nuestro lema —grita la Barracuda apuntando la pistola al pecho del guardiamarina, escondiendo tras el punto de mira una gran pena que solo ella sabe. Enmudece de nuevo la sala—. Solo con la muerte de todos ellos estará el mundo liberado. Ni un solo markado merece seguir vivo. —Se prepara la juez y verdugo para aplicar la condena.

—¡No! —grita la princesa poniendo su cuerpo delante del condenado.  Apunta la pistola su rostro.

—Quita niña o te vuelo la cara, que esto no va contigo.

—Te equivocas, sí va conmigo porque solo él me ayudó y protegió cuando más sola estaba, porque yo también sé lo difícil que es nacer con esas pesadas cadenas, no dejaré que lo haga.. —enfrenta la princesa a la capitana.

Está bien, si ese es tu deseo, aquí acabarán vuestras vidas. Tenéis un minuto para despediros...

Se revuelve Húdié para caer en los brazos de su enamorado.

—Aprenderás a vivir sin mí, como ya lo hiciste antes. Quiero que seas feliz y continúes con tu vida como si yo fuera una bonita historia del pasado —afirma Olaf mientras la aparta de su lado y con un beso se despide en busca de nuevos lances en otras aventuras...

Levanta el percusor de su pistola la Barracuda.

—Permítame Comandante que alce mi voz en defensa de este loro parlanchín, pues a mi lado ha navegado valiente y leal como el que más, algo petulante y muy pedante, pero entrañable... —Da un paso el capitán en defensa de su oficial—. Créanme todos los aquí presentes, que más motivo que yo nadie tiene para ahogar mi deseo de venganza en este joven, que si el Rojo me quito a una madre, me ha devuelto la ofensa con un hijo, y como tal, he de confesar que le quiero y le aprecio.

—¡Calla canalla! o acaso también queréis morir vos. —Carga con más ira sus palabras la comandante por lo que entiende una traición—. ¿Te revelas a mi decisión? ¿Es acaso ésto un motín...?

—No, mi bella señora, usted es la que manda y yo obedezco. —Retrocede abogado defensor, temeroso de unir su suerte a la del condenado.

—Está bien, acepto la pena impuesta y la acojo sin oponer resistencia, pero antes de marchar al Hades, permítame señora unas últimas palabras. —Busca desafiante el guardiamarina a la fiscal acusadora con mirada del que se sabe lo tiene todo perdido.

—Habla... Diga usted sus últimas palabras, esperpento de emperador.

Olaf se vuelve mirando directamente a los ojos de todos aquellos que piden su muerte, y elevando su voz para que le escuchen también los que están fuera, con seguridad y aplomo les habla:

«Como sabrán, la Fantasma enfrentó a la Victoria dejándola herida que no muerta. Seguro que ya habrá llegado a Puerto Príncipe y reparado todos sus desperfectos, rearmándose hasta los dientes. Como algunos ya sabréis y si no yo os lo digo, la Victoria es una fragata que dispone de treinta y ocho cañones de calibre pesado, a los que habría que sumar otros tantos de los dos navíos que la escoltan; además es posible que se les unan algunos buques de guerra más... Ni imaginar quiero el número de soldados de infantería y auxiliares que traerán, varios miles os podéis imaginar. Pues, según mis cálculos en una semana estarán a la bocana del puerto arrasándolo todo a fuego, y después entrarán a espada y no dejarán títere con cabeza. Bien sabéis mejor que yo, como se las gasta ese León...

—Que vengan, les estamos esperando —grita entre vítores un avispado pirata.

—Se equivoca caballero. Sin duda esto será una ratonera, nadie saldrá de aquí con vida y vuestra comandante lo sabe. No tenéis ninguna oportunidad frente a un ejército bien armado y pertrechado. Pronto, de persistir el bloqueo no tendréis provisiones ni para comer.

Y si ya lo sé, ¿de qué me sirves muchacho...? —Se levanta desafiante la Barracuda cogiendo al guardiamarina por los... huevos.

—Porque yo tengo un plan, una estrategia para vencerlos, y vosotros... no. —Aprieta los dientes aguantando el dolor. Cruza la mirada desafiante y orgulloso el joven oficial de la Fantasma con la comandante pirata.

—Bien, bastardo, escuchemos que nos propones, quizás consigas convencernos para que te perdonemos la vida y da gracias si vives un día más para contarlo.

Envueltos los capitanes entre cartas, mapas y botellas de ron, atentos a las propuestas del primer oficial de la Fantasma, discuten acaloradamente las posibilidades de vencer en una batalla naval que se antoja de antemano imposible, mas Olaf no conoce el significado de esa palabra.

Mientras, la princesa abandona la taberna tranquila y confiada, sintiéndose por primera vez una más entre tantos, disfrutando de una apacible noche en puerto Esmeralda. No le cabe la menor duda de que aquel a quien confiada entregó su corazón, convencerá a los capitanes y les llevará a una victoria segura.

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