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XX Capitán

Novela para lectura en Wattpad.

—Ca... ca... ca... ca... —cacarea en estridente grito la vigía desde lo alto del palo mayor señalando hacia la proa—, ¡capitán un barco, no... dos, tres! —grita con todas sus fuerzas.

Sale el capitán a toda prisa de su camarote con los primeros rayos del alba corriendo hacia el bauprés con aire molesto y preocupado. 

—Por todos los diablos. ¿Qué es eso...?

—Si me permite capitán... —Apoya el guardiamarina el catalejo sobre el hombro del pirata—. Vamos directos a una fragata con veintiséis cañones de a 18 y diez de a 12, una auténtica fortaleza móvil. Escoltada viene por dos de veintiséis cañones de a 12 y  cuatro de a 6, algo más modernas y rápidas que la nuestra.

Hace un receso haciendo cálculos mientras todos le miran entre asombrados y preocupados.

—No tardarán en darse cuenta de nuestra presencia y rectificarán el rumbo, abriendo a ambos lados con la intención de atraparnos en medio como a una sardina. Si mis cálculos son correctos, aunque cambiásemos la dirección perderíamos el viento de popa y nos cazarían antes del mediodía...

—Calla desgraciado y agradece que no te meta una bala en el entrecejo por no hacer ruido. Pero en cuanto salgamos de esta... hablaremos seriamente sobre quién eres y de dónde vienes... Sabes demasiado de todo y empiezas a resultarme molesto.

—Como ordene capitán... pero ahora no se mueva. —Enfoca Olaf buscando el nombre de la comandante sin mostrar ningún temor a las palabras del pirata—. Lo que me temía... la «Victoria», la insignia del Imperio, ya no me queda duda.

—¿Y qué hace ese monstruo por estos mares?, ¿de dónde ha salido? —Quita el catalejo el capitán al guardiamarina para enfocar su vista en navío tan colosal e imponente y observarlo personalmente con más detalle.

—Supongo que el emperador se habrá cansado de las protestas de los armadores de los mercantes asaltados por piratas y ha decidido tomar cartas en el asunto para zanjar de una vez por todas este molesto imprevisto para sus intereses y se ha decidido... —hace el guardiamarina una pausa en su exposición, apretando sus dientes con rabia—, finalmente, por mandar a lo más selecto de la Classis, la flota imperial. Supongo que esta será solo una avanzadilla de reconocimiento. Además... 

—Además... ¿qué? ¿Qué más puede haber? —reclama con angustia el pirata.

—Pues imagínese señor. Si los planes del emperador pasaban por casar a su hijo con la emperatriz de la China y la susodicha se ha perdido por estos mares, andarán como locos buscándola, y no se detendrán hasta encontrarla, removerán cielo y tierra hasta dar con ella. ¿No cree?

—¿No cree? ¿No cree? —imita el capitán al guardiamarina haciendo muecas y aspavientos, molesto y preocupado. Farfulla entre dientes el pirata—. Desde que subí a bordo a este papagayo sabiondo y a ese mono de mal agüero solo me han dado dolores de cabeza, en cuanto salgamos de esta, los tiro a los dos por la borda.

Olaf no se da por enterado y sin mostrar temor alguno, incita al pirata con aire desenfadado —veamos con que nos sorprende en esta ocasión señor... porque lo tenemos realmente difícil.

Suenan pitos, campanas y voces en la escuadra imperial, rectificando a babor y a estribor las naves de escolta, cerrando el paso hacia mar abierto una y hacia la costa la otra. Enfilando de frente a la Fantasma la nave comandante.

—Han maniobrado tal y como dijiste, resultas tan pedante e insoportable. Sube a la verga y dile a ese mono que ice la bandera pirata, que no se duerma y que nos deleite con su música en cuanto se crucen ambos barcos. Y tú, prepárate, la jornada se presenta complicada —carcajea el capitán dirigiéndose a Olaf.

Toma el mando del timón el pirata con viento de popa sin cambiar el rumbo, entrando a toda vela en la celada, dejando que la escolta del enemigo se abra a ambos costados, tomando distancia entre ellos.

—¡Ahora! Vamos caballeros todos a sus puestos y carguen cañones, hasta el último mosquete nos va a hacer falta. Demos la bienvenida a ese almirante de tres al cuarto, veamos de qué madera está hecho. —Corrige el rumbo unos grados escorando la nave hasta el límite, tensando todas las velas. Algunos marinos se agarran a los cabos para no caer por la borda. Lanzada en picada va la Fantasma hacia la Victoria.

—Según mis cálculos, si no rectifica pronto no nos dará tiempo a sobrepasarla capitán, impactaremos de frente contra ella y no me cabe duda de que por el tamaño nos llevaremos la peor parte.

—Pues tendremos que buscar alguna alternativa, muchacho, ¿se te ocurre algo?

—Podríamos...

—Calla loro parlanchín y aprende. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. —Ríe el pirata mientras apunta a la Fantasma contra la Victoria que pareciera quisiera estrellarla. Acepta el desafío el almirante imperial, aunque su buque tiene el viento a fil de roda, ordena bracear las mayores, cambiar los foques y cazar sus escotas para enfilar de frente a la pirata. Confiado el tiburón aguarda a la presa que se le entrega, mostrando sus poderosos dientes y su superioridad cual presuntuoso gallo de pelea.

Y en el sepulcral silencio que precede a la antesala del infierno, rompe en llanto las notas de un violín en lo alto del palo mayor de la Fantasma, provocando el desconcierto y la confusión entre los marinos imperiales.

—¿Allí...? —Busca contrariado el almirante enemigo con su catalejo hacia el lugar de donde nace aquella música, pareciera hipnotizado por ella. Apunta con su pistola hacia el improvisado músico.

Cambia el pirata unos grados la dirección de la nave pirata, lo suficiente para evitar la colisión frontal. Tan cerca arremete la Fantasma que crujen ambos barcos en un largo y apasionado beso. Aprieta el almirante de la Victoria el gatillo de su pistola justo en el momento del impacto de ambos barcos, errando el tiro por muy poco. Vuela como gaviota herida el sombrero de tres tiros, dejando al descubierto el más hermoso rostro de una princesa de Oriente.

—¡Ahora caballeros! Escupid hasta la última gota de saliva que os quede en vuestros secos gaznates —grita a sus valientes el capitán. 

Obedecen los piratas a su orden en una lengua de fuego que embiste contra la Victoria arrancando jarcias y hombres que saltan por los aires.

Devuelve el saludo el pretendiente ofendido que, en el desconcierto, rotas las líneas, yerran la mayoría de los cañonazos, los suficientes para no mandar a pique a la Fantasma que consigue escapar por poco.

Corre el guardiamarina entre explosiones y cuerpos mutilados para cazar al vuelo el sombrero de cuatro tiros y sube entre cabos y palos a lo alto del palo mayor para poner el sombrero en la cabeza de su dueña que tiembla paralizada al haber visto la muerte tan cerca. Protege con su cuerpo Olaf a la princesa y se echa la mano izquierda sobre su brazo derecho, recordando aquel cosquilleo que sintió cuando era un muchacho en aquella noche de tormenta. Y busca con su catalejo en el puente de mando de la Victoria al almirante enemigo que le observa igualmente en la distancia, por seguro él también ha sentido el mismo escozor en su brazo.

—¡León!, ¿te acuerdas de mí, hijo de... Roma? —grita el pirata desde el puente de mando al cruzarse las proas de ambos barcos. Tan cerca los dos capitanes que casi pudieran tocarse.

El almirante imperial cambia la mirada buscando a la voz que le llama. Todavía no ha salido de la sorpresa por haber visto a la princesa de Oriente y sentido a un markado junto a ella, cuando además, cree reconocer a aquél que le llama. 

—¿Willem...? Willem van der Decken, ¿eres tú? Te creía muerto maldito neerlandés...

Ambos tensan el percutor de sus respectivas pistolas al mismo tiempo y aprietan sus gatillos al unísono, pero solo se escuchan los chasquidos del golpeo contra la chimenea de dos armas descargadas. Se sonríen sin apartarse la mirada los contendientes mientras se van alejando ambas fragatas.

Baja el guardiamarina a toda prisa, cargado de una batería de preguntas sin importarle siquiera el estado del barco, le sigue a la zaga la princesa expectante ante el giro de los acontecimientos. El capitán les mira de reojo viéndoles llegar, los espera sabiendo a lo que vienen.

—¡Capitán! ¿Es él verdad? Es León el hijo del emperador... —afirma más que pregunta el joven Olaf. Sus ojos cargados de fuego como todos los cañones de la Fantasma disparando al mismo tiempo.

—Sí, lo es —confirma el pirata, intentando no darle mayor importancia, incrementando la expectación de sus interrogadores. Se gira el pirata dándoles la espalda para buscar a sus hombres y darle algunas órdenes—. Vamos, caballeros, reparen cuanto puedan de este desastre, tiren por la borda a los muertos y busquemos refugio en el puerto pirata, estamos ya cerca, nos hemos salvado por un pelo de mi barba.

Regresa el capitán al timón poniendo dirección al puerto que ya se divisa a lo lejos, silba una repetitiva melodía entre dientes.

El guardiamarina contrariado no da crédito y vuelve a la carga nuevamente, disparando una batería de preguntas. 

—Pero usted lo conoce. Él le ha llamado por su nombre, nadie lo sabía hasta ahora, nunca lo había dicho antes. ¿Se conocen verdad? ¿De qué? ¿De cuándo? ¿Cómo...? 

—Mira estas dos ratas de mi barco, han estado escondiéndome secretos importantes, callados como bellacos y ahora me vienen pidiendo que les cuente mi pasado —habla como si estuviera solo el capitán y no hubiera nadie a su lado, para continuar silbando esa melodía que le transporta al pasado.

—Por favor, capitán... —suplica la princesa con palabras dulces y mirada tierna que derriten hasta al más duro pirata.

—Está bien —confirma Willem—, al fin y al cabo,  ya sois ambos parte de esta historia...

«Cierto es, mi nombre es Willem van der Decken, hijo pequeño de un acaudalado comerciante del ducado de Bramante, nombre que muy pocos conocen, pues fue el que tenía en mi otra vida. Desde hace varios siglos, las diferentes markas discutían entre ellas sus derechos por incluir las provincias de los Países Bajos a sus territorios; primero fueron los germanos, luego los francos y finalmente los ibéricos. Todos deseaban incluirlas a sus dominios, lo que sumió a aquellas tierras en incruentas  e interminables guerras. Pero sus valientes habitantes no estaban dispuestos a sumarse a ninguna de las markas ni someterse a ningún markado y firmaron su independencia de los territorios imperiales en la Unión de Utrecht  para organizar un ejército que hiciera frente a los invasores.  

»Por aquel entonces, cuando yo no era mayor que Olaf, una expedición  de británicos a las órdenes de Olaf el Rojo, aprovechando que el grueso del ejército se enfrentaba a los ibéricos, decidió asaltar nuestra indefensa provincia, saqueando y robando a su merced cuanto quisieron, violando y matando a mujeres y niñas, mi madre y hermanas entre ellas. Yo corrí peor suerte, como era joven y fuerte fui hecho esclavo y regalado por el Rojo al emperador.

»Cuando llegué a Roma me encadenaron a la galera personal de León que, por aquel entonces era solo un niño y disfrutaba apretándonos sin escrúpulos en sus juegos por llegar más rápido. Mi juventud se perdió a golpe de tambor en aquella prisión flotante y al recuerdo de una canción que me enseñó a silbar mi padre cuando era niño.

»Finalmente y después de varias batallas sin que hubiera un claro vencedor y en las que habían muerto mi padre y mis hermanos, el emperador decidió intervenir en aquella disputa que tenía sumido al imperio en un inacabable conflicto, y decidió, que la mejor solución era otorgar la independencia de aquellas provincias.

»Firmaron entonces el "Tratado de Ámsterdam", donde se declaraba la independencia y neutralidad de los Países Bajos y se repartían, a cambio, los territorios descubiertos en el Nuevo Mundo. 

»Sin embargo, yo, como muchos otros, continuamos sirviendo como chusma en las galeras romanas. Juro que deseé la muerte cada día y cada noche, pero el ansia de venganza era aún mayor, ni siquiera hacia ese estúpido y engreído niño que nos azuzaba con sus memeces, sino hacia a aquel británico que me había robado la vida de mi madre, mis hermanas y la mía misma».

El capitán hace una parada, se muerde el labio inferior aguantándose las lágrimas para clavar la mirada en el joven Olaf que se estremece, y con la mente perdida en los recuerdos de su otra vida, continúa silbando aquella macabra melodía. 

Olaf baja la mirada mientras el pirata sigue con su historia:

«Durante diez malditos años estuve encadenado a aquel remo, pero la suerte por una vez en la vida estuvo de mi lado y una mañana del verano de 1571 nos informaron que nos dirigíamos a una gran batalla naval y que si la victoria estaba de nuestro lado todos quedaríamos en libertad. Poco antes del comienzo del enfrentamiento nos quitaron los grilletes para que lucháramos en el bando de nuestros carceleros, que remedio, el enemigo era aún más sanguinario.

»La gran batalla naval de Lepanto fue una victoria que será recordada por siglos, la armada imperial vencía con facilidad a otomanos y sarracenos, y yo gané la deseada libertad y algunas monedas después de diez años de cadenas y latigazos. Aunque también aprendí en aquellos años todo lo que un buen capitán ha de saber para gobernar un barco...

»Aquellos malnacidos quisieron enrolarme por una miseria en alguno de sus navíos, pero yo lo tenía claro, ni por todo el oro del mundo me uniría a ellos, así que decidí poner millas de por medio y me embarqué dirección a estos mares con intención de hacerles pagar por todo el daño que me habían hecho».

Ya llega la Fantasma a puerto, el capitán pensativo sigue silbando aquella macabra canción, perdido en sus recuerdos. Olaf abrumado por la historia busca refugio en lo alto del palo mayor y la princesa de Oriente envuelta en un mar de lágrimas trata de comprender, de encontrar un sentido a la violencia de los hombres de este mundo.  

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