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XVII Abordaje

Salta en acrobacias el guardiamarina sobre la percha del mastelero mayor haciendo malabares con algunas balas de cañón al ritmo del violín. El chico se hizo una cabaña con maderas y lonas sobre la cofa del vigía y de ahí baja en escasas ocasiones, permanece día y noche con la mirada perdida en al horizonte. Han hecho los dos buenas migas.

Apunta el capitán con su pistola larga, aprieta el gatillo, la explosión desatina las notas del violín. Cae el guardiamarina entre las gavias enredado con brazas y cabos, queda suspendido, atado e inmóvil, su cara frente al capitán, de su ceja surge abundante sangre.

—¡Vaya! Erré el tiro. Tuviste suerte Olaf de los Pueblos del Norte, apunté al ojo y solo te ha rozado. La próxima vez que te vea holgazaneando en mi barco no fallaré el disparo. 

—¡Un pequeño bote con vela a estribor capitán! parece hay dos personas a bordo —avisa en un chillido el vigía.

—¿Un bote? Pero se puede saber qué hacen esos locos en mitad de este océano... —Busca con la mirada el capitán dirección a tan exigua presa.

Rescatan a los náufragos que, una docena de hombres y una grúa son necesarios para subir al barco a la dama de alta alcurnia con cara de ángel, enorme como un tonel de vino, acompañada de un sirviente pequeño y enjuto como una vara.

Una vez en cubierta, la señora dice algunas palabras en una lengua extraña, se supone de agradecimiento; sus facciones delatan que ha de ser del Lejano Oriente.

—A sus pies mi hermosa dama, sea bienvenida a mi barco, siéntase como en su casa. —Extrema sus modales el capitán haciendo pomposas reverencias, besa la mano de la recién llegada mirándola de reojo, aparentando contrariedad al no entender palabra alguna de lo que habla la recién llegada.

—Dice que agradece el rescate de tan amable y apuesto capitán —traduce el guardiamarina bocabajo y con la cara ensangrentada.

—¿Pero cómo...?

—Es un dialecto de los reinos de Oriente, no es que lo domine bien pero algo chapurreo... Me enseñó una meretriz que conocí en un burdel de Cartagena y con la que compartí lecciones de lengua y cama...

Silva el sable del capitán al cortar las amarras que retienen enredado al joven, tan solo un destello antes de envainar de nuevo. Rueda el guardiamarina por el suelo.

—Acompaña a la dama a mi camarote y espera a que yo vaya, y el resto que continúe con sus quehaceres, se acabó el espectáculo.

Venda la dama la herida de la frente de Olaf con un trozo de su enagua mientras esperan la llegada del capitán que ya viene por cubierta emperifollado como un almirante entre sedas, plumas y medallas. Nadie de la tripulación se atreve siquiera a pestañear a su paso, más les vale, les va la vida en ello.

Sirve el muchacho suculentos platos que traen de la cocina, respetando la etiqueta para tan importante velada, mientras va traduciendo a duras penas la conversación de los dos comensales. Poco a poco van sacando algunas conclusiones:

«Que es la institutriz de una princesa de Oriente que escapó cuando fue enviada para ser desposada con el hijo del emperador de Occidente y ahora la anda buscando por estos lares. Que embarcó en un carguero pagando peaje, pero la abandonaron a su suerte en la barcaza sin agua ni provisiones después de robarle todo...»

—No te guardes ningún secreto, bribón, mira que cuento las palabras, y abandona el camarote cuando termine la cena y lo hayas recogido todo, que de lo que tenemos que hablar en adelante no hace falta traductor, nos bastamos solos. ¡Ah! Y cuando salgas dile al mocoso que toque las más románticas melodías que conozca. —Despide el capitán al improvisado camarero mientras hace carantoñas y guiños a su invitada, colocándole sobre su hermoso cuello un collar de zafiros y esmeraldas.

Suenan las notas del violín hasta el alba en compás de las olas que golpean sobre el casco en aquella noche mágica.

Despiertan las voces del capitán con los primeros rayos de la mañana.

—¡Eh loro parlanchín! Acompaña a la dama y a su séquito a su barca, cárgala de suministros y agua, pero no te pases en demasía vaya a irse a pique con tanto peso, que ya lleva en ella provisiones para un mes. Dale una brújula que esté en buen estado, márcales rumbo al sur, siempre al sur, y encontrarán puerto en menos de una semana.

Se acerca el capitán para despedirse de su dama con un beso, y acercando sus labios al oído de la señora trata de susurrarle algunas palabras en su propia lengua. El guardiamarina que ve las intenciones del galán, acerca su oreja intentando pillar prenda, mas se encuentra con un guantazo del capitán que lo lanza de un lado a otro de la cubierta.

—Dirigíos a la ciudad de Tucume a la dirección que hay en estas cartas. —Desliza sobre la mano de su enamorada algunos legajos—. Dígale al mayordomo de mi palacio que desde este momento usted es la señora de la casa y que lo tenga todo preparado como habíamos acordado, que se llega el momento señalado... él sabrá de lo que hablo. ¡Ah! Y no se preocupe por la princesa, yo cuidaré de ella —susurra con delicadeza para que nadie le escuche y luego la besa.

Descargan en un balancín desde una grúa a la invitada y a su extraño acompañante que permaneció toda la noche sin decir palabra, sentado sobre sus pies con los ojos cerrados a un lado de la puerta del camarote. A lo lejos, hacia el sur la pequeña vela se pierde en el horizonte.

—¡Izad todas las velas tiburones! Y pongamos rumbo a estribor, busquemos a ese carguero que, he de enseñarle modales a ese insensible capitán y ya de paso le aligeraremos de peso, que repleto de tesoros ha de ir para abandonar tan preciosa carga.

Cambia la fragata Fantasma su rumbo en persecución de una nueva presa y de singulares aventuras surcando aquel vasto océano.

Acecha el pirata al mercante, ya llevan varios días tanteándose en la distancia, jugando al gato y al ratón, buscando una equivocación del otro, aguardando una oportunidad, un golpe de viento que le dé la delantera al perseguidor o de escapar al perseguido.

Las tripulaciones no tienen descanso, voltejean las embarcaciones con rápidas viradas a barlovento y sotavento sin parar un instante y casi al unísono en una macabra danza entre cazador y presa. Se juegan la carga, incluso la vida les va en ello.

Observa atento el capitán pirata los primeros rayos de sol que trae la mañana con viento suave de poniente, envuelto en ligera bruma que les lleva de frente a una tormenta que se acerca por levante.

Quizás sea la oportunidad que andaba buscando el viejo lobo de mar, toma el mando del timón, cambia el rumbo abandonando la persecución, cogiendo redonda la popa, abriéndose a babor para esconderse en la bruma, buscando la borrasca para tomar la delantera.

—¡Aguantad! Todos preparados, un poco más... ¡Ahora! Vamos caballeros todo a estribor —grita el capitán con todas sus fuerzas, rompiendo el silencio que les oculta en la tormenta.

Recoge la fragata los primeros soplos del cambio de viento que disipa la niebla y pone al navío escorado hacia estribor dirección al mercante, crujen maderas y cabos, lanzándola como un halcón en picado hacia su presa.

Gritos desesperados llegan del mercante, cambia el rumbo en peso muerto sin viento, demasiado tarde.

—¡Cargad con encadenados las baterías! Apuntad a los palos y a la velas, no quiero ni un solo fallo.

—¡Todo listo capitán! —avisan los artilleros.

—¡Fuego! —ordena el Capitán a medida que sobrepasa la Fantasma al carguero. Uno a uno van descargando la línea de cañones, retumba en sonido ensordecedor al reventar de aparejos que vuelan por los aires. Herido el mercante en la primera pasada enarbola bandera blanca, levantando la tripulación los brazos con intención de rendir la nave.

Lanzan rezones los primeros piratas abordando al carguero, asegurando la posición antes del desembarco, dirigiendo a los rendidos hacia la popa.

—¡Tranquilos caballeros! tan solo les aligeraremos un poco de peso y luego nos iremos, si no hacen ninguna tontería no tienen nada que temer —advierte el capitán pirata al tomar el control de la nave mercante—. ¡Dense prisa mis tiburones! Rebusquen entre la carga de la bodega que puedo oler la plata.

Escondido entre la carga de fardos de azúcar de caña y balas de algodón, un par de cofres cargados con lingotes de oro y plata. El guardiamarina recoge en el camarote del capitán un joyero, una pequeña daga, los vestidos de la matrona y algunos más pequeños que lo debieron ser de la princesa escapada; encontrando, además, documentos y cartas de navegación que se esconde con picardía entre su casaca.

—Parece ser cierto lo que decía la señora —avisa el joven al salir al encuentro del capitán, llevando entre sus brazos femeninas posesiones tan poco frecuentes en un barco de hombres.

—Yo nunca lo puse en duda muchacho, una gran dama nunca miente. ¿Qué clase de caballero abandona a tan gentil persona sin víveres ni agua, arrebatándole todos sus haberes? —Busca el capitán pirata a su homónimo del mercante.

El aludido da un paso adelante.

—Elija arma rufián, pistola o sable, que le reto en duelo a muerte para restablecer el honor de mi amada, aunque solo lo fuera por una noche.

—Ambas —resuelve con escasa confianza el anfitrión, sin tener claro cuál le viene mejor.

—¡Eh muchacho! arma a este pelagatos... y cuenta hasta cinco, que no creo haya otro en este barco que sepa contar tanto. —Sonríen los piratas.

—Uno, dos, tres...

Se vuelve el capitán del carguero disparando por la espalda al pirata, del impacto su sombrero de tres picos vuela por cubierta. Sable en mano se lanza el anfitrión contra su oponente. A la de cinco se vuelve el pirata clavando la pistola en la frente del atacante y sin pensarlo dos veces aprieta el gatillo. Detenido un segundo el desventurado, unos hilos de humo salen de los orificios de entrada y salida de su cabeza, los ojos escapan de sus órbitas, antes de caer desplomado.

—Nos veremos en el infierno, saluda al diablo de mi parte. Vamos caballeros, volvamos a nuestro barco que ya terminamos lo que vinimos a hacer en éste. Y si alguien de los presentes quiere reengancharse en la Fantasma sea bienvenido, que siempre hacen falta brazos fuertes y la paga y el ron por seguro serán mejor que en esta tartana.

Entrega el guardiamarina al capitán el joyero y los vestidos de la dama y la princesa de Oriente. 

—Capitán esta daga es pequeña para un pirata, quizás pudiera servirle al vigía.

—¡Ummmm! Está bien templada y las incrustaciones son de gran valor. Seguro perteneció a noble señora, y no te quepa duda de que me darían por ella un alto precio en cualquier puerto. ¡Va! Está bien, dásela a ese mocoso, quizás algún día le salve la vida.

Busca el guardiamarina al niño en lo alto del palo mayor. 

—Toma, es un regalo del capitán, pertenecía a una princesa de la China, seguro te será de utilidad.

—Agradece el pequeño el presente con un sentido abrazo aderezado de lágrimas, aterrado está todavía por el ensordecedor ruido de la andana de los cañones resonando aún en sus oídos.

—Vamos caballeros regresemos a nuestro barco, démonos prisa que se aproxima una tormenta y más nos vale alejarnos lo antes posible de ella que tiene pinta de ser mal amante. —ordena el capitán a sus hombres, desde el puente sonríe observando de reojo a los dos jóvenes que parecen haber hecho buenas migas.

Marcha la fragata Fantasma en busca de nuevos lances que ensalce su nombre por aquellos mares.

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