XVI Huracán
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Deambula el capitán pirata de un lado a otro del puente de mando, anda mosqueado haciendo cábalas, lame con su lengua la humedad del aire, observa atento los colores de las aguas tranquilas, no para de farfullar cada vez que mira al sol, se queja de que si hace frío y al rato calor.
—¡Eh! caballeros, se acerca un enemigo mayor que toda la Armada Imperial, así que será mejor que busquemos refugio. Tirad de todas las velas: las cuadras, los foques, las cuchillas y la cangreja. Más vale que no nos pille el ojo de la tormenta. ¡Eh piloto! pon rumbo al puerto pirata de las Islas Olvidadas —gruñe apoyado sobre la baranda.
Gritan al unísono marinería y oficiales, artilleros y cocineros, todos corren a sus puestos veloces como rayos. No hay orden que pueda dar un capitán más deseada, que la de regresar a puerto.
Poco durará la alegría de la tripulación, las previsiones del capitán eran más que acertadas, se acerca un terrible huracán, pisándoles los talones los acecha. Ya lanza sus primeros abrazos intentando atraparlos, zarandeando la nave de proa a popa que viene pesada, cargada de tesoros y armas le cuesta recuperar la posición vertical.
Así llevan algunos días danzando entre las bandas de lluvia, corriendo las olas, arrastrados por el viento, esquivando el ojo del huracán, para no caer en las fauces de enemigo tan temido y voraz.
—¡Señor! Algunos oficiales pensamos que el timonel anda errado en sus cálculos, ya hace tiempo que deberíamos haber llegado. La tormenta nos ha alejado del puerto... no hay duda —increpa el segundo al mando.
—¡No le consiento que diga eso...! —Se lanza el piloto en busca del que puso en duda su buen oficio.
—Detengan esta disputa caballeros. Usted vuelva a tomar los mandos y enderece el rumbo o nos iremos a pique sin haber resuelto este asunto, y usted cuádrese cuando hable conmigo. ¿Qué propone que hagamos, caballero?
—Algunos oficiales pensamos que deberíamos echar la carga por la borda, recalcular nuestra posición y capear el temporal buscando un nuevo puerto al que dirigirnos, ¡Señor!
Silva el sable del capitán tan rápido, que ningún ojo pudo ver como lo desenvainaba. Rueda la cabeza del segundo por cubierta instantes antes de que caiga el cuerpo.
—¿Alguien más piensa que es buena idea tirar mi cargamento por la borda? Antes me hundo con mi barco que derramar tan preciados tesoros en las oscuras profundidades. Si lo quiere el huracán que venga y me lo arranque, pero yo no rindo nada.
—¡Un faro! He visto la luz de un faro, allá doce grados a estribor. Es el puerto Tortuga, no me cabe duda, ya huelo el perfume de sus mujeres —alerta eufórico el guardiamarina, apuntando con su catalejo hacia destellos deslumbrantes.
—Ya han oído al vigía, háganle caso, que parece ser el único que está en su puesto cuando es necesario —grita el capitán dando por terminado el motín.
Ponen rumbo a la protección del puerto, esquivando al gran huracán o «Jura can» como llaman los nativos al temible ogro que solo tiene un pie. Orgullosos cantan y brindan con ron los marineros mientras maniobran en busca de protección, y no es para menos, se han enfrentado al peor de los enemigos que puede encontrar un navío en medio del océano y salieron victoriosos.
Amarrada la nave en puerto se preparan para el desembarco. Anda la tripulación nerviosa, acicalándose y poniéndose la ropa de pasear por tierra antes de recibir cada uno su parte del botín, y de dejar bien guardadas las armas, nadie puede salir con ellas o terminarían metiéndose en mayores problemas que en alguna simple pelea.
—Caballeros, zarparemos dentro de tres días con la próxima marea alta, en cuanto caiga la tormenta. Así que dense prisa y gástenselo todo, pero no se retrasen porque el que no esté a bordo a tiempo, se quedará en tierra; ahora vayan y disfruten, es su merecida recompensa —les recuerda el capitán para que estén alerta.
Marcha la tripulación encandilada por las luces de colores de las posadas y tabernas, de los aromas de especias, licores y perfumes, y de los atrayentes cantos de sirenas. Llevan en sus bolsillos un buen puñado de monedas y poco tiempo para gastarlas, ¿de qué les servirán cuando regresen para embarcarse?
—Eh muchacho... toma, te la has ganado. —Lanza un doblón el capitán al guardiamarina que ya bajó a la dársena.
De un ágil salto coge al vuelo la moneda el guardiamarina, sonríe contento.
—¿No pertenecería también a su viejo capitán y maestro? Como siga así, me quedaré con sus mejores tesoros, señor.
—No tientes a tu suerte loro parlanchín o te rebanaré el cuello como al segundo. —Sonríe a carcajadas el capitán mientras con recelo le observa marchar, entre plumas le llevan las más bellas sílfides.
«¿Qué secretos guardas joven Olaf de los Pueblos del Norte? Por mucho que te ocultes a mi no me engañas. Antes o después descubriré quien eres» se dice para sus adentros el capitán, atento y vigilante a cada paso que da el enigmático joven, como el tiburón que acecha a su presa.
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Resuenan desde el muelle las campanas de la Fantasma. A voces llama el Capitán a sus hombres para que regresen a bordo, que ya pasaron los tres días con sus noches y está próxima la marea alta.
Corre el joven marino, escapando de los lazos que le echan las más bellas damas que, entre sedas tratan de atraparlo, no puede perder su barco, sería un error imperdonable porque nada le ata a tierra. Vuela el joven albatros entre la tripulación que va subiendo sobre cubierta, listos para pasar revista, algunos sin nada encima, desnudos como llegaron a esta vida. En el puente de mando les aguarda el capitán pirata.
—Bienvenidos caballeros, me alegra volver a verles, espero hayan disfrutado como es debido de su merecido descanso. Veo que algunos han perdido hasta los calzones, bajen luego al economato y adecéntense un poco, no es agradable ver espectáculo tan espantoso. —Sonríe a carcajadas el capitán mientras pasa revista a sus hombres.
El guardiamarina mira de reojo la línea de flotación del barco, ligero va, descargado de peso. Se pierde Olaf entre cábalas:
«¿Cómo pudo...? Si el barco no soltó amarras en tres días con sus noches, ni descargó carro alguno. ¿Cómo pudo el viejo truhán haberse quitado los tesoros de encima...?».
—¡Eh muchacho! ¿Es que acaso se quedó en los besos de alguna sirena, o tiene algo que contarnos...? —las voces del capitán le alertan al llegar a su lado. Echa el pirata mano a la espada con cara de malos amigos.
—No, señor, solo que he dormido poco y ando algo atontado. —Trata de cambiar de tercio el joven Olaf, asustado de que haya podido oír sus pensamientos.
—Más te vale loro parlanchín y no pienses tanto, eso mejor déjamelo a mí, que por algo soy el capitán de este barco. Y ahora caballeros rompan filas y vayan cada uno a sus puestos, partimos cuando despunte la luna, nos espera un largo viaje.
Se dispersa la marinería tirando cada uno hacia su sitio, preparando el barco para salir del puerto.
—Usted, listillo, hágase cargo de los nuevos reclutas. —Señala el capitán a un puñado de viejos lobos de mar, entre ellos, un niño escondido en amplios ropajes que le quedan grandes, se estira orgulloso intentando aparentar ser más alto—. Asígnales alguna tarea, colócalos allá donde sean necesarios. Y a ese mocoso, si no encuentras nada, mejor lo tiras por la borda.
Sonríen a carcajadas al unísono capitán y marinería. El niño se achanta.
—¡Señor, sí, señor! —responde Olaf con aire marcial—. Acompáñenme caballeros, veamos que les enseñó la vida y de qué pueden ser útiles en esta chalana.
Sueltan cabos y amarras de la Fantasma, ya marcha siguiendo la estela que marca la luna. El capitán se encierra en su camarote con algunos de los oficiales, seguro anda rumiando alguna bravata estrafalaria.
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Se dirige el guardiamarina con los nuevos reclutas hacia el palo mayor, mira preocupado al chico que anda remangándose, viéndolo tan débil no cree que dure mucho en aquel barco.
—¡Señores! Es una tradición en esta nave, que el último en subir y en bajar a lo alto del mastelero de juanete mayor sea tirado por la borda. El que me traiga la bandera que ondea allá en lo alto, podrá elegir tarea.
Les pilla por sorpresa a los reclutas la propuesta y antes de darse cuenta, el pequeño ya ha salido lanzado nada más escuchar la palabra 'mastelero', trepa como un monillo entre las cuerdas para recoger la bandera, escurriéndose entre los veteranos enzarzados en empujones y patadas, entrega orgulloso el ganador de la contienda el trofeo de tela.
Mira de reojo Olaf al pequeño mientras esperan que vayan bajando el resto.
—¡Caballero! —Señala al desafortunado que cayó de lo alto, rompiéndose las dos piernas en el impacto—. Ha sido un placer contar con su presencia en este navío de guerra, pero... lamentándolo mucho, hemos de continuar con la tradición. El resto hagan el favor de tirar a este señor por la borda, sus servicios ya no son necesarios.
Asigna el guardiamarina los trabajos a los reclutas, dejando al chico para el último.
—Dime, chaval, ¿qué trabajo prefieres?, elige cualquiera menos el de capitán, no creo que al viejo le haga gracia la propuesta, tiene malas pulgas en esa barba. Te aconsejo que te mantengas lejos de él si quieres seguir con vida en este barco y, cuando lleguemos al próximo puerto, será mejor que te licencies y busques otro oficio, éste no es para niños.
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Sale el sol sereno por levante, ya llega despejada el alba.
—¡Señor...! —Golpea con ímpetu el guardiamarina la puerta del camarote del capitán, a viva voz le llama.
Arranca la puerta el capitán, el sable en una mano y la pistola en la otra, le siguen sus oficiales alertados por las voces de los marineros.
—¿Pero qué diablos es esto? ¿Qué está pasando en mi barco? —Se lanza contra la barandilla del puente de mando, perplejo y mudo, al ver a la tripulación cantando y en lo alto del palo mayor al chico tocando un violín.
Lanza carcajadas el capitán, acompasadas con el canto de la tripulación.
—¡Diantres! Por un momento pensé que había un motín en mi barco. Muchacho saca un barril de ron y repártelo entre mis hombres, a ver si así, afinan la voz.
Se adentra la fragata Fantasma en el océano de aquella soleada mañana. Roto el silencio de una mar solitaria y en calma por el canto de unos marinos y la melodía de un violín.
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