VII Baile
«El palacio de Venecia era totalmente diferente al de Roma. En la capital primaba el estilo clásico de líneas rectas, la racionalidad y austeridad en las construcciones. Venecia no entendía de estéticas y todo era en barroco recargado y exagerado, irregular incluso deforme. Si en Roma los interiores de los edificios públicos y palacios se decoraban con mosaicos, en Venecia las paredes se rellenaban por un sinfín de cuadros, tapices y esculturas que se retorcían sobre ellas. Si Roma representaba lo divino y el orden natural, la razón, la armonía y la proporción; Venecia era todo lo contrario: ausencia de reglas y orden, la libertad, la fugacidad y el misterio. Roma era el continuismo y Venecia representaba el cambio de los nuevos tiempos. Y aquel palacio era la demostración en piedra y mármol de la misma Claudia, su otro ella, la que soñaba y disfrutaba sin límites.
»Nos recreábamos de un apacible baño en una gran bañera de cristal en la planta superior del edificio mientras nos acicalaban algunas doncellas con tanta espuma que apenas podíamos vernos entre nosotras, ni siquiera cambiamos palabra en aquellos momentos de placer íntimo, ensimismadas cada una en sus propios pensamientos. Y así fue cayendo la tarde mientras se acercaba el gran momento, el esperado baile y mi encuentro con el galán más hermoso de Venecia.
»—¡Ven querida! Salgamos, vistámonos y preparemos a esta palomita para su gran noche, la más hermosa de su vida.
»Nada más salir del agua, las doncellas nos echaron sendas toallas de algodón egipcio para secarnos. Y con un gesto, Claudia avisó al ama de llaves, que permanecía seria y atenta, para que abriera una puerta de madera con destellos dorados al fondo de la gran habitación principal en la que destacaba entre diferentes muebles, una enorme cama llena de cojines y cubierta completamente por un dosel de gasa que la protegía de los molestos mosquitos que abundan por la laguna.
»—¡Bienvenida a mi más preciado cofre del tesoro, Ragnhild de Man! —Extendió su mano para coger con delicadeza la mía—. Entremos...
»Nuestros ojos destellaron al contemplar tanta belleza y esplendor. Todo estaba perfectamente ordenado en el gran vestidor: los maniquíes, muñecas de porcelana a tamaño natural vestidas con aquellos fastuosos trajes, parecían un pequeño ejército listo para ser usados, pelucas de diferentes colores, una gran estantería llena de zapatos y todo tipo de accesorios de los que algunos desconocía su existencia, incluso dudaba de su posible uso. Quedé de súbito prendada ante joyas tan maravillosas, sin poder siquiera hablar.
»—¡Vamos niña! Que esto lleva su tiempo y los invitados empezarán a llegar pronto. Ven súbete en este banquito para que podamos vestirte con comodidad. Pero antes dime: ¿Cuál te gusta más? Elige uno para esta noche.
»—No sé... Son todos tan... —Incapaz de decidirme ante tanta variedad y belleza mi mente divagaba entre dudas.
»—Quizás éste bermellón con perlas y zafiros, o éste púrpura imperial con filigranas de plata y diamantes... —la emperatriz tomó la iniciativa.
»—No, ya lo tengo, quiero ese... —Señalé hacia uno de intenso verde brillante, bordado con hilos de oro y rociado de esmeraldas fulgurantes—. Me recuerda a los verdes prados de mi tierra amada.
»—¡Oh perfecta elección querida! Es uno de mis preferidos, bueno, todos los son. —Sonrío mientras me ayudaba a subir al banquito y como una más de aquel pequeño grupo de sílfides empezaron a trabajar sobre mí.
»Primero me pusieron un corsé con ballenas, prenda que nunca había usado antes y por Dios, solo de recordarlo se me resienten las carnes, pensé que desfallecía al no poder respirar, pero poco a poco me fui acostumbrando y cuando lo hubieron apretado con fuerza, me pusieron el pesado vestido en el que encajé como si estuviera hecho a mi medida; una peluca de color fuego como mi propio pelo, coronada por media luna de marfil y una máscara plateada destellante que tapaba todo mi rostro, dejando ver solo mis ojos y mis labios pintados de intenso rojo carmesí.
»Y cuando terminaron de vestirme y arreglarme, la emperatriz me hizo una pequeña reverencia, y con ella todas las damas que le asistían.
»—Estás preciosa, pareces una valkiria digna de entrar al Walhalla, mira ven contémplate en este espejo. —Me acercó a un gran espejo de alabastro que coronaba la pared central de la habitación. Quedé maravillada, anonadada.
»Claudia me acompañó a la puerta donde un par de doncellas sostenían sendos paquetes. Su vestido y accesorios, supuse.
»—Ahora querida, espérame fuera. Es mi turno...».
†
—¡Oh, no puedo! Muero de la curiosidad por saber cómo era el vestido de la emperatriz... He de decir, que había escuchado hablar mucho del carnaval veneciano, pero nunca imaginé que fuera tan así, como lo cuentas, resulta tan, tan...divino. Juro que iré algún día... —Estalla maese Nicolás en una explosión de emociones incontroladas mientras deambula emocionado de un lado a otro de la sala.
Rompen ambos Olafs a reír al ver a tan comedido personaje perder la compostura, mientras la narradora de la historia le recrimina severamente, al sentirse despertada de aquel precioso sueño de recuerdos imborrables.
—Perdón... disculpe la interrupción, continúa niña, no te detengas —insiste con cierte sofoco el maestro.
†
«Después de cerrar tras de mí las puertas dejándome sola en la habitación, corrí hacia un balcón que daba a los canales, para poder observar los fuegos artificiales que iluminaban de color aquella noche mágica. Paseaban a la Pantegana, la gran rata de cartón, en una barca; y la multitud se agolpaba en góndolas y en las calles, llamándola y gritándola. Y yo, me sentí parte de todo aquello, de aquel teatro con miles de actores revestidos con sus atrezzos e inmersos en una inmensa función de fantasía que todo lo envolvía.
»Abrieron las puertas del gran palacio, comenzaron a llegar los invitados, un par de pajes ataviados con uniformes los anunciaban, llegaban príncipes y princesas, duques y duquesas, barones con sus baronesas, sultanes con sus harenes llegados de tierras lejanas. Poco a poco, la fiesta se iba animando y el murmullo y las risas lo invadían todo. Un nutrido grupo de camareros repartían, en bandejas de plata, alargadas copas de vinum titillum traído de la Champaña Franca y del que todos bebían como si fuera a acabarse. Malabaristas, y acróbatas, trapecistas y contorsionistas animaban aquel lugar mientras la música de violines, violonchelos, trompetas y flautas animaban a bailar a los asistentes.
»Y allí estaba yo, nerviosa, intranquila, escondida entre las columnas de la planta superior, esperando a Claudia que no salía y buscando entre todos los asistentes a mi enamorado, imposible distinguirlo entre tanta gente en aquel baile de máscaras. Y casi sin darme cuenta, se abrió la puerta del vestidor y salió ella, seria y altiva, la reina de corazones, la más bella entre las más hermosas mujeres. Extendió grácil su mano y la extendió para que la cogiera, imité su pose distante y caminamos despacio saliendo hasta lo alto de las escaleras, allí se detuvo para que todos la miraran o más bien, la admiraran.
»Pararon los bailes mientras todos los allí presentes, atónitos, nos buscaban con la mirada. Se detuvo la música, seguida de un clamor creciente por la admiración que despertamos en el clímax del momento, en la exaltación de los sentimientos y las emociones.
»Hicimos una reverencia al unísono, acompañado el gentil movimiento con una inocente sonrisa, despertando un emocionado aplauso como en al final de una obra de teatro...»
†
—¿Pero cómo era el traje? —inquiere ansioso maese Nicolás.
—Sí, hija. Dinos ya, que nos tienes en ascuas —reclama el padre.
—¡Ay! No me despertéis de este entresueño en el que ando sumida por mis recuerdos —pide en amarga queja la princesa.
—Pues dinos ya madre, no ves que tienes a tu público impaciente.
Sonríe Ragnhild ante el creciente interés de los hombres de su vida por saber de cosas de mujeres y sin dilatar más la conversación regresa a los detalles de aquel mágico momento.
†
«Llegaba vestida toda de blanco, como la novia espera a su enamorado en el altar, con un vestido de terciopelos de sedas albas, imitando a la nieve perpetua que corona el Monti pallidi y que puede verse inalcanzable en la distancia desde cualquier punto de la ciudad. Así, como era ella, la emperatriz del Imperio más grande que jamás haya existido, lo era también la Prima Dona de Venecia convertida en arte. Salteado el vestido de perlas blancas, lágrimas de diamantes e incrustaciones brillantes de nácar, suaves plumas de avestruz sobre la peluca y las hombreras, y una larga cola de plumas de pavo real en inmaculado candor. Su rostro cubierto por una máscara de porcelana con forma de cara de cisne blanco, con negro antifaz que mimetizaban sus ojos grises y pálido naranja en el pico, daban una nota de color entre tanta blancura.
»Fue en ese mismo momento cuando le vi aparecer, avasallado que no acompañado por una cohorte de doncellas que trataban de llamar su atención, los pajes anunciaban su llegada golpeando el suelo con sus bastones, que pareciera lo hicieran en mi corazón. Pero a diferencia de todos los presentes, él no buscó a la emperatriz sino que me buscaba a mí. Y nuestras miradas se encontraron y nuestros ojos se besaron, entregándonos irremediablemente el uno al otro.
»—Míralo, ha llegado el pececito justo a tiempo como te dije. ¡Ay! ¡Si conoceré yo a mi querido sobrino! —musitó entre dientes mi acompañante mientras comenzamos a bajar lentamente las escaleras, sin que él apartara de mí la mirada—. No te muestres muy interesada ni te entregues a él sin resistencia, tampoco te ha hagas mucho la estrecha que eso ya no se lleva en estos tiempos. Y déjate llevar por tu corazón hasta conseguir tu propósito.
»Llegamos al último escalón para detenernos. La emperatriz hizo una señal a uno de los camareros para que se acercara, recogió un par de copas para darme una y brindar.
»—Cin-cin amiga, que empiece la función...
»Y comenzaron a acercarse los invitados para saludarla personalmente. Los hombres besaban su mano, las mujeres le hacían reverencias, y ella, a todos regalaba los oídos con palabras amables y alguna simpática gracia.
»Hasta que le tocó a él, venía de ajustado traje negro de pirata que, relucía sobre una camisa blanca abierta por el pecho, el sombrero y hasta la máscara de esas que llevan los corsarios eran del mismo color azabache; pero tras el antifaz, sus ojos de color de las esmeraldas relucían de vida y pasión.
»—¡Vaya sobrino! Que sorpresa, te has dignado a venir a verme, pensaba que no vendrías, que tenías cosas mejor que hacer —le increpó con aire molesta la anfitriona.
»—Lo pensé mejor... —respondió con cierta ironía.
»—Sí, ya veo, me alegro —insistió Claudia—. Bueno pues que te diviertas, y ahora, sino te importa... todavía queda mucha gente por saludar...
»—Sí, ya me voy, pero no sin antes pedirte que me permitas robarte a tu misteriosa amiga para sacarla a bailar.
»—Como audaz pirata me vienes sobrino y a mi invitada me quieres quitar... Está bien, sabes que a ti no te puedo negar nada, te la presto, pero cuídamela bien, no me la estropees. —Y extendió mi mano posándola con suavidad sobre la de él.
»He de confesar, que al principio me sentí desfallecer, mis piernas temblaban y apenas podía hablar.
»—No sé bailar esta música —balbucee.
»—No te preocupes, solo déjate llevar y sígueme los pasos, se aprende rápido —me respondió con voz segura y amable, su tono era tan delicado como cada palabra que salía de su boca.
»El director de la orquesta avisó del inicio de una Lavolta mientras los músicos terminaban de afinar sus instrumentos y numerosas parejas se iban sumando a la pista de baile. Mi galán se quitó la máscara para que pudiera verle bien, tomó mi cintura con una mano y la otra la apoyó sobre su espalda mientras yo pasé mi mano derecha sobre su cuello y con la izquierda apreté mi muslo para recoger el vestido, como hacía el resto de señoras. Ya estábamos en posición, pero no estaba segura de lo que debía hacer.
»—Empezamos con una gallarda, ¿sabes cómo va?
»—No, en mi tierra no se bailan estas danzas tan refinadas... —respondí preocupada de meter la pata y rodar por el suelo, provocando la risa de los asistentes. «Eso sería terrible» pensé para mis adentros.
»—Vale, no te preocupes: es un compás binario compuesto, lo haremos de manera sencilla en un 6/8. No pienses en nada, solo mírame a los ojos y sigue mis pasos...
»Y habiendo dicho esto, comenzó la música llevándose mis temores y mis dudas, solo me dejé ir en aquellas notas, segura entre sus brazos; y danzamos y volamos como nunca lo hube hecho antes. Nada ni nadie importaba en ese momento mágico, solo nosotros dos, unidos en la belleza de la danza. Detenido el tiempo en Venecia.
»Terminó el baile, dejaron de bailar el resto de parejas y nosotros seguíamos danzando como si una silenciosa música nos hubiera traspasado y continuara sonando en nuestros corazones. Todos nos miraban, la orquesta no sabía si seguir tocando o empezar otra. Solo se oían las risas de la emperatriz, que rompía el silencio y el protocolo a carcajadas.
»—Bailas muy bien. —Detuvo el baile en seco mi acompañante y maestro, recogiéndome entre sus brazos y acercando sus labios a los míos.
»—Nunca dije que no supiera de danza... —Me solté de sus brazos y buscando a un camarero que pasó cerca, cogí una copa de aquel espumoso. Él me siguió el juego, quitándole la bandeja con varias.
»—¿Salimos al balcón a tomar un poco de aire? —me propuso con mirada pícara. Asentí con una tierna y cautivadora sonrisa.
»—Tu ejército de aduladoras nos sigue. Si las miradas matasen, caería fulminada en este mismo instante —susurré acercando mis labios a su oído. Sentí como se estremecía.
»—Yo ya he elegido pareja de baile —afirmó confiado y seguro.
»—¿Sabes qué...? Estoy pensando que sería mejor irnos del palacio. Llévame a la calle, quiero ver como se divierte la gente de la ciudad, perdámonos entre ellos. Quiero sentirme libre, sin que nadie nos mire. Quiero que esta noche sea eterna y que nunca acabe. Muéstrame tu mundo, tu vida y tus gustos...
»—Tus deseos son órdenes para mí mi misteriosa reina. Déjame que te lleve al lugar donde nacen todos mis sueños...».
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