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Capítulo 8.

Un corazón roto

que hacen que no sea yo mismo.

Mañanas intranquilas

que hacen que mis sentidos se nublen.

Tus labios sobre los míos

la droga que podría remplazar a la cocaína y la heroína.

—Sin título, Cuaderno de letras de Mark Zugadi.

Mark Zugadi.

Algo que he aprendido en los últimos años es que Vanessa puede ser considerada como muchas cosas: dulce, inteligente y amigable, pero para mí, Vanessa Martin es la mujer más peligrosa, es una droga, una que es capaz de adormecer mis sentidos, me deja sin aire, al punto de que pueda quedar en un coma o morir. De alguna una otra forma lo he sabido siempre, tal vez por eso tenemos esas continuas guerras estúpidas, tal vez por eso cada vez que la miro mi corazón palpita a un ritmo diferente, tal vez por eso puedo escribir miles de canciones que tengan que ver sobre ella.

Vanessa Martin, mi droga, el único que la posee, el único afectado por ella y yo como un maldito adicto sigo cayendo por ella, no hay ningún programa de rehabilitación que pueda quitar a Vanessa Martin de mis venas, nadie podría arrancarla de mi alma y mi corazón, la única cosa que podría hacerlo es la mismísima muerte en persona.

Ahora, aquí, sintiendo sus labios, por una tercera vez, luego de años sin probarla, lo he comprobado. Vanessa Martin puede ser mi musa, la dueña de cada una de mis canciones, pero ella también es mi maldita perdición y sin ella yo simplemente soy otro intento de cantautor con un cuaderno de hojas blancas y un lápiz la cual su punta siempre se parte.

Me separo suavemente de ella, esperando por su parte una cachetada o gritos de insultos, pero nada sale. Abro mis ojos, los suyos aún están sellados con suavidad como si estuviera digiriendo lo que acaba de pasar. Cuando ella por fin muestra sus ojos, me asusto como la mierda, hay esperanza, una esperanza que no quiero darle.

Vanessa necesita más que un tonto cantante de una banda que siempre vive de gira, de fans en fans, de fiesta en fiesta, ella necesita alguien que esté siempre ahí, apoyándola en todo lo que se proponga y yo, lastimosamente no puedo ser ese alguien.

—Uh, puede que las cocinas sean nuestro nuevo lugar, Vanessita.

Sabía lo que me iba a ganar cuando soltara aquellas palabras, lo que no había imaginado era el cómo se iba a sentir.

Los ojos de Vanessa rápidamente pierden ese brillo, esa esperanza que antes estaba firmemente ahí, se fue. Levanta su mano y el estruendoso sonido que hace al impactar su palma con mi mejilla resuena en todo el lugar.

—Que sea la última maldita vez que pones tus cochinos labios sobre los míos, Mark. ¡La última!

No digo nada, no tengo la fuerza de voluntad para hacerlo. El padre de Vanessa hace su presencia en la cocina, nos lanza una mirada a ambos que claramente pregunta lo que ha sucedido.

—Es mejor que me retire.

—¿Está todo bien, Mark?

Evito la mirada de Gael al igual que Vanessa evita la mía posando sus ojos en su padre.

—Mark está bien papá. Ya se iba.

—¿No te quedas a cenar?

Sigo mirando a Vanessa con atención, sé que lo anterior dicho es una clara advertencia para que yo salga de ahí.

—No, Gael, recuerda que vine a visitar a mis padres y mamá ya debe estar esperándome con la comida servida—digo dirigiéndome a Gael con una muy evidente falsa sonrisa, es tan evidente que él no me la devuelve—. Solo quise pasar por aquí a saludarlos y hablar unas cosas con Vanessa.

—Oh, verdad que serás su nuevo chofer—bromea sobre el asunto pero ninguno de los dos hace el amago de reír.

—Cambié de opinión, podré tomar el autobús o caminar.

Eso enciende mis alarmas, no voy a permitir que Vanessa siga caminando sola por las calles de noche.

—Tenemos un trato.

—No me interesa—replica ella seriamente—, no necesito de tus servicios de chofer.

—Vanessa...

—Dije que no—zanja ella el asunto con otra negativa.

Olvida que será así, Vanessita.

Sin más, me acerco a Gael envolviéndole en un abrazo como despedida. Salgo de la cocina, inhalando y exhalando aire, buscando la paz y la tranquilidad que había tenido hace unos minutos.

Cuando estoy a punto de tomar la cerradura de la puerta principal, el llamado de Karen me detiene en seco, me doy la vuelta, ella tiene su rostro preocupado, con aquel sensor maternal al máximo. Sabe que pasó algo, pero la conozco y sé que no preguntará nada.

—¿Otra vez no vas a despedirte?—dice al cambio.

Camino hacia ella y la abrazo con todas mis fuerzas. Karen Martin en muchas ocasiones se ha convertido en mi cómplice, la considero mi segunda madre y sin duda alguna entra en ese top de mujeres que más quiero y debo proteger.

—Perdón, olvidé que estabas aquí.

—Eres malo, Mark—masculla ella luego de golpear mi hombro.

Beso su frente y con una sonrisa de despedida por fin salgo de ese lugar.

Camino hacia la derecha, pero me detengo cuando llego al muro que separa mi casa con la de los Martin. Pienso, pienso en todos esos momentos que viví junto a esa familia, el cómo se convirtieron en personas tan especiales para mí y para mi propia familia. Es extraño como personas que no llevan tu sangre pueden ser tan importantes para ti en algún punto de tu vida. Suspiro y reanudo mi caminata hasta la casa de mis padres, muevo el pomo de la puerta hacia la derecha y me introduzco en el calor hogareño.

Lo primero que observo es a mamá llevando algunos vasos al comedor y poco después aparece la figura de papá sujetando un plato con ensalada. Ellos al escuchar mis pasos levantan la mirada, sonriéndome.

—¿Cómo están los Martin?—inquiere papá.

—Muy bien, Karen estuvo un poco melodramática porque no la había ido a visitar—tomo los vasos de las manos de mamá y como aquel chiquillo de dieciocho años ayudo a organizar la mesa.

—Karen me llamó diciendo que serás el chofer de Vanessa mientras estés en el país.

Mis movimientos se detienen. Me da miedo el saber cómo esas dos mujeres pueden pasarse información con tanta rapidez.

—Sí, se lo propuse a Vanessa.

—Y ella aceptó, ¿no?

—Cariño, deja a Mark respirar—papá vuelve a entrar en la cocina, supongo a buscar otro de los platos de mamá, ella por el contrario me sigue observando con atención.

—Aceptó pero luego cambió de opinión—su sonrisa se borra pasando a mirarme con preocupación.

Me acerco a ella para tranquilizarla—. Tranquila mamá, que aunque esa mujer me abofeteara, me insultara de una manera cruel o dijera mil veces que no, yo no podría dejarla como carnada para los lobos.

—Eres un buen muchacho, Mark—besa mi mejilla.

¿Realmente lo soy? Lo pienso un poco, antes de sacar conclusiones precipitadas y me doy cuenta de que si lo soy. Mark Zugadi es un buen muchacho pero...

—Puedo ser mejor.

Llego a mi apartamento a las diez de la noche, a pesar de las insistencias de mis padres de quedarme en casa. No quería hacerlo, por más que apreciara estar en mi vieja cama solo quería llegar al apartamento, tomar mi cuaderno y escribir, a solas.

Sujeto mi cuaderno el cual fielmente siempre está en mi mesita de noche queriendo que fuera tomado por mis manos y deslizar un lápiz o una pluma sobre sus páginas. Es arte pura lo que hago cuando escribo ahí, mi cuaderno es mi vida, es tan importante como mi familia.

Cuando tomo el bolígrafo empiezo a anotar, con rapidez y firmeza y por primera vez no es una canción de amor, es sobre otra cosa, sobre lo que hice en esa cocina, lo mal que me siento en estos momentos, el que no debía arruinarlo como siempre con Vanessa, que por una vez debía ser ese Mark que siempre he querido ser.

Cuando termino de escribir y observo las palabras impregnadas con tinta, el nombre de Chris martillea en mi cabeza por lo que tomo mi teléfono y marco su número, junto a los otros dos dolores en el culo.

Solo pasan treinta minutos cuando mi timbre suena una y otra vez y en esta ocasión no hay burlas detrás de la puerta por parte de Frankie y Dustin. Tal vez los tres se encuentran nerviosos por mi tono de voz el cual se escuchaba un poco perdido. Finalmente abro la puerta, los rostro preocupados de mis amigos confirman mi teoría, por lo que les sonrío tratando de calmarlos. Frankie es el primero en solar un improperio.

—¡Eres un maldito hijo de...

—Cuidado con lo que dices de mamá Margarite—advierte Dustin antes de que Frankie termine su oración.

—Una hermosa mujer que le salió su crio algo defectuoso—termina por decir Frankie haciendo que todos rompiéramos en carcajadas.

—Voy a empezar a usar esa grosería—Afirma Dustin.

Los tres chicos entran a mi apartamento y como siempre algunos se quitan los zapatos y se avientan en los sofás y otros simplemente se dirigen derechito a atacar mi refrigerador.

—Tu voz estaba tan inestable que pensamos que tuviste un ataque de ansiedad y estabas a punto de cortarte las venas—miro incrédulo a Chris, él se encoje de hombros—. ¿Qué?

—¿Cortarme las venas?

—Vale, creo que Frankie me ha pegado la adicción a las series de televisión con temática policial.

—Nunca creí esto de ti, Chris.

—Siento interrumpir tu momento de decepción, Markito—Dustin come un pedazo de su banana antes de seguir—, pero, ¿por qué nos has llamado como si tuvieras un ataque de pánico y estuvieras a punto de morir?

—Besé a Vanessa.

Los tres detienen lo que fuera que estuvieran haciendo—me atrevo a decir que también detuvieron su respiración—, para mirarme con atención. Esa atención de la que debería estar acostumbrado pero aún sigue molestando.

—Escribiste una canción—no es una pregunta.

—No me dejaron terminar, besé a Vanessa, luego dije una estupidez y para terminar ella estrelló su mano pesada en mi mejilla botándome de su casa al instante.

—¿Estabas en su casa?—Frankie me mira como si fuera un ganador.

—En realidad, estaba en casa de sus padres.

La mirada ganadora se aleja dando paso a la decepción. ¿Es que este idiota solo puede pensar en sexo?

—Entonces no escribiste una canción.

—Si lo hice, Dus. Quiero que le echen un ojo.

Entrego mi cuaderno a Chris y, Dustin y Frankie se colocan a sus espaldas para leer al mismo tiempo. Cuando terminan, Chris solo mantiene fija su atención en el cuaderno, Dustin vuelve a comer de su banana y Frankie, la persona que menos esperaba que reaccionara, es la que me mira como si fuera un mono con pijamas en una patineta.

—¿Qué coño te hace esa mujer en la cabeza?

Buena pregunta, Frankie, es una muy buena pregunta hermano.

—No lo sé.

Mark es...complicado, tanto que me encanta. Soy masoquista xD

¿Qué tal va la historia? ¿Les esta gustando?

Nos estamos leyendo.

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