No puede ser
ϟ ..ઇઉ..ϟ
Todos me miraban esperando una respuesta que yo no era capaz de pronunciar. La intensa mirada de Filipp hacía que mis piernas flaqueasen mientras que la calidez de los ojos de Alessandro lograba que mi corazón latiese acelerado.
¿Cuánto tiempo llevaba en silencio desviando la mirada de uno a otro? No lo sabía.
"Piensa, Daniella, ¡piensa!" —Me apuré.
—Sí... Yo... creo que es lo mejor. —Filipp abrió los ojos con sorpresa al mismo tiempo que Alessandro me sonreía con la mirada.
—Lo es —Asintió. Miró al rubio que lo observaba con gesto serio—, porque además de tener que estar controlando el baile, lo más correcto es que yo vaya con una... amiga —Su mirada se detuvo en mí unos segundos. Sentí una aguda punzada en el pecho y agaché la cabeza para evitar que el malestar que notaba se viese reflejado en mis ojos—, y Daniella es lo más parecido que tengo a una.
Levanté la vista de nuevo al escuchar mi nombre. Filipp desvió la mirada durante unos segundos y con un largo suspiro asintió a Alessandro y me sonrió a mí. Sentí unas leves cosquillas en mi rostro y vi que Alessandro me miraba curioso, con una ceja arqueada. Aparté la vista rápidamente.
—Y... ¿dónde están todas? —Pregunté mirando a mi alrededor para cambiar de tema. La gente ya empezaba a levantarse para ir a la pista de gimnasia.
—Hoy es el desfile de Luis Giannetti, Nella —Explicó Jake logrando que mi cuerpo se tensase de arriba abajo—, ¿recuerdas? Casi la mayoría de las chicas han salido para verlo. —Asentí en silencio. Había sido un mal cambio.
—Y también algunos chicos... —Rio Alan, pestañeando cómicamente. Le sonreí.
—Entiendo. Se hace tarde, voy... a subir a cambiarme. —Vi aumentar la extrañeza de Alessandro en sus ojos marrones.
—Te esperamos en la sala, amie.
—No te preocupes, Ali. No lleguéis tarde por mi culpa. —Sentí la mirada de Alessandro sobre mí hasta que cerré la puerta del comedor.
Subí a mi habitación para colocarme el uniforme de gimnasia. Sabía que llegaría tarde a clase, pero aun así no me daba prisa. Me detuve delante del espejo del baño para retocar mi maquillaje; nadie se había dado cuenta de las pequeñas marcas amarillas de mi rostro, y así debía seguir siendo.
Caminé tranquilamente hacia el amplio gimnasio. La bonita falda-pantalón no nos hacía ningún favor en esta época del año y lo mejor era correr hasta llegar a clase para no pasar frío, pero en aquel momento a mí no me importaba que mis piernas se pusiesen azules.
Mi mente se había bloqueado tratando de procesar la idea de que Alessandro necesitaba a una amiga para ir al baile; la necesitaba porque él tenía novia. Ella no estaba en el internado, pero la tenía.
No me di cuenta de que ya había entrado en el gimnasio hasta que escuché a Rachel que, embutida en unas apretadas mayas negras y un pequeño top blanco, ya había empezado la clase y gritaba como si fuese una animadora.
—¡Se nota que ya hay calefacción! —Me susurró Alan, señalándola con la mirada y ganándose un codazo de Alina en las costillas.
Reí en silencio y me acerqué a la profesora, que no me había visto entrar.
—¿Puedo pasar?
—¡Oh! Daniella, si, no te preocupes. Hoy trabajarás con Alessandro porque tus compañeros ya están de a dos, él sabe lo que tiene que hacer —Asentí y me encaminé lentamente hasta el borde de la pista donde él esperaba sentado en suelo—. Hoy tengo la clase casi vacía —Suspiró Rachel hablando consigo misma—. ¡Venga chicos, vamos desde el principio! Uno, dos, tres cuatro. Uno, dos...
—Hola. —Saludé a Alessandro y me senté frente a él esperando instrucciones.
Mi corazón tamborileaba con fuerza dentro de mi pecho y mis mejillas enrojecieron. No era normal que a alguien le sentase tan bien el chándal escolar.
—Hola. ¿Me ayudas con los estiramientos?
—¡Claro! Dime que tengo que hacer.
—Coloca la planta de los pies contra los míos y agarra mis manos.
Me acomodé como él me pedía. Pude fijarme en que sus piernas eran bastante más largas que las mías y sus pies, dos o tres números más grandes. Levanté la vista y me quedé paralizada al ver las manos de Alessandro tendidas hacia mí, un nuevo torrente sanguíneo se agolpó contra mis mejillas.
—¿Daniella? —Sacudí mi cabeza con disimulo para apartar el embotamiento que nublaba mi mente y le tendí mis manos temblorosas. Sentí que ardía cuando él las agarró con delicadeza.
Levanté mi mirada y me encontré con sus ojos, brillantes, traviesos, sonrientes. No pude evitar sonreír en respuesta.
—¿Y ahora? —Susurré.
—Ahora, tira de mí con cuidado —Con el corazón haciendo eco en mis oídos, hice lo que me pedía. No sabía exactamente qué era lo que le ocurría al proyecto de pelirrojo, por lo que tampoco sabía si podía hacerle daño—. No tengas miedo, Daniella. —Di un respingo al escuchar mi nombre.
—No quiero hacerte daño. —Confesé.
—No lo harás. —Aseguró mirándome fijamente.
Me mordí el labio inferior tratando de evitar, una vez más, preguntarle por qué no podía hacer deporte ni seguir el ritmo de entrenamiento de los demás. Vi como la mirada de Alessandro descendía hasta mi boca e inmediatamente después, sus labios cayeron entreabiertos. Los recuerdos de mi vergonzoso sueño acudieron inmediatamente a mi mente.
Aparté rápidamente la mirada y escuché como mi compañero exhalaba ruidosamente.
—Está bien —Dijo rompiendo el silencio que habíamos creado—, te enseñaré cómo hacerlo.
Alessandro tiró con delicadeza de mis manos logrando que me inclinase sobre mis piernas hasta que llegué a tocarme los pies; me sujetó en esa posición durante unos segundos y luego me ayudó a volver a mi posición inicial. Me miró queriendo saber si había comprendido y yo asentí aún no muy segura.
Tiré de sus manos con cuidado, pero me quedé más tranquila al ver que Alessandro descendía sobre sí mismo sin ningún problema o síntoma de dolor.
Cambiamos varias veces de ejercicio siguiendo los pasos que Alessandro se sabía de memoria, hasta que Rachel se acercó a nosotros.
—¿Qué tal vais chicos? ¿Cómo estás Alessandro? —Preguntó sin esperar la respuesta a la primera pregunta.
—Bien. —Contestó él educadamente. La profesora asintió risueña.
—Estupendo. Hoy vamos a realizar un ejercicio nuevo ¿de acuerdo? —Mi cuerpo se puso en alerta al ver la fría mirada del proyecto de pelirrojo posada sobre el suelo—. Será algo sencillo, Alessandro. —Él asintió aun mirando hacia abajo.
Rachel le pidió que se tumbase sobre una colchoneta con las piernas flexionadas; se arrodilló frente a él y tomó su pierna derecha. Miré con horror como le ayudaba a estirar, rotar y flexionar la pierna y la rodilla sin el mayor temor a hacerle daño. Noté la mirada de Alessandro sobre mí y me obligué a cambiar mi expresión.
—¿Has visto cómo se hace? —Escuché preguntar a Rachel. Dirigí mi vista hacia ella y vi que sus ojos estaban posados sobre mí.
—¿Eh? —Alessandro me observó divertido.
—¿Has visto lo que tienes que hacer? —Repitió Rachel con paciencia.
—Mmm... Sí. —La joven y curvilínea profesora me dejó su lugar y caminó contoneando su cadera hasta el centro del gimnasio, donde nuestros compañeros seguían haciendo sus ejercicios.
—¡Vamos chicos, con un poco de ritmo! —Agarró el mando negro que tenía en el suelo y le dio al "play". Una animada canción instrumental comenzó a sonar y todos gritaron.
—Está bien... vamos allá. —Me dije infundiéndome ánimo.
—Vamos allá. —Repitió él mientras colocaba ambas manos detrás de su cabeza, dejándome ver los músculos de sus brazos.
Los miré impresionada durante unos breves segundos que no pasaron desapercibidos para mi compañero, que sonrió, aún con timidez, pero orgulloso y presumido.
Agarré su pierna izquierda e imité los movimientos que le había visto hacer a Rachel.
Él no apartaba sus ojos chocolate de mí y yo no dejaba de recibir corrientes eléctricas a lo largo de todo el cuerpo.
Empujé lenta y delicadamente su pierna hacia fuera, esperando su señal de que me detuviese; empujé un poco más, pero Alessandro sólo me miraba con diversión. Empujé un milímetro más y él sonrió levemente. Empujé entonces un milímetro más y de pronto su cara se desfiguró por completo; apretó los dientes y lanzó gruñido que atemorizó todo mi cuerpo.
¡Lo había lastimado! Con el susto, solté su pierna de golpe e intenté alejarme de él. Me llevé las manos al pecho, preocupada —casi aterrada— por haberle hecho daño.
—¡Ay, Dios! ¡Alessandro!
Él cambió de expresión tan rápido como lo había hecho antes y comenzó a reír tímidamente.
Una oleada de rabia y alivio recorrió mi cuerpo. ¿Me había tomado el pelo? ¿Me había preocupado para nada? Enfadada, quise ponerme de pie y marcharme, pero, haciendo honor a mi torpeza, me enredé con mis propias piernas y caí entre las suyas, golpeando mi rostro sobre su pecho. Él dejó de reír y yo sentí que me mareaba con el calor que emanaba de su cuerpo. Levanté la mirada y me encontré con la suya, tan cálida y brillante como la de mi sueño. Mis mejillas se tiñeron de rojo, por lo que me apresuré a levantarme.
Quedé de rodillas frente a él, mirando a nuestros compañeros, que nos daban la espalda mientras hacían flexiones al ritmo de la música. Volví la vista a Alessandro llena de ira y reproches que hacerle, pero vi que negaba algo con la cabeza mientras miraba al techo con una pequeña sonrisa y una expresión que no pude entender y mi enfado se desvaneció.
—Alessandro... —Las palabras se quedaban atrapadas en mi garganta. Mis ojos estaban aguados.
¡Sentía tanto alivio de no haberle hecho daño! Una pequeña gota resbaló por mi mejilla y sin que pudiera hacer nada por impedírselo, las demás siguieron su ejemplo. Me cubrí los ojos en un inútil intento de que él no pudiese verme. Sentí como se sentaba y colocaba una mano sobre mi cabeza.
—¡Daniella! —Su voz sonaba alarmada—. ¿Qué ocurre?
—Pensé... ¡Pensé que te había lastimado! —Intentaba controlar mi llanto, pero su gesto de dolor no dejaba de reproducirse en mi mente, haciéndome temblar.
—¿Por eso lloras? —Me ofendió la incredulidad de su voz. Aparté con violencia las manos y lo miré aún con los ojos bañados en lágrimas.
—Me asusté al pensar que te había hecho daño, ¿tan raro es eso? No tengo idea de qué te ocurre, no sé dónde te duele, ni qué evitar hacer para que no te duela. Yo...
—No llorar.
—¿Qué?
—Si no quieres que algo me duela, no llores —Levantó la mano y, con sumo cuidado, acarició con el pulgar mi mejilla, limpiando el camino que mis lágrimas habían seguido. Una última gota rodó por mi mejilla hasta encontrarse con la mano de Alessandro—. Por favor, no llores. Lo siento; sólo quería bromear, no sabía que te asustarías por mí. Lo siento.
Asentí, aceptando sus disculpas, y terminé de limpiarme los ojos con la manga del uniforme sacándole una nueva sonrisa.
—Muy femenina. —Bromeó.
—Muy idiota. —Le aseguré.
Él suspiró profundamente para luego coger aire y darme la razón.
—Lo soy. No sabes cuánto. —Le sonreí y él me dedicó una mirada dulce y cálida.
—¡Hey! —Los dos dimos un pequeño brinco al escuchar la voz de la profesora—. No os veo hacer los ejercicios.
—Perdón, profesora, es que no me siento muy bien. —Dijo Alessandro, provocando una inmediata preocupación por parte de Rachel y una discreta mirada de extrañeza por mi parte.
—¿Te hiciste daño durante el ejercicio?
—No, pero si sentí dolor, creo que necesito descansar.
—Sí, sí, por supuesto. Daniella, acompáñalo. —Asentí y acompañé a Alessandro en silencio hasta la salida del instituto.
—¿Alessandro, qué...?
—¿Vienes conmigo? —Preguntó esbozando una pequeña mueca que intentaba ser una sonrisa.
Busqué sus ojos y pude apreciar la falta de brillo en su mirada junto con ese opaco color pardo que reflejaba su tristeza.
—Claro... —Lo seguí hasta el campo de fútbol.
El viento frío golpeaba con fuerza mis piernas y mi cara, pero no iba a pedirle tiempo a Alessandro para ir a cambiarme, porque el riesgo de que desechase su idea de mostrarme lo que fuera que fuese a mostrarme, era muy grande.
Él entró en el campo y avanzó con decisión hasta quedar colocado a unos metros de la portería. Me quedé detrás de él, esperando paciente y en silencio, dándole espacio y tiempo para pensar. Podía ver sus puños apretados, colgando a ambos lados de su cuerpo. Sentía como luchaba en su interior para lograr expresar lo que quería decir hasta que, finalmente, suspiró al tiempo que aflojaba los puños.
—Tenía cinco años... cuando mis padres murieron.
Toda mi sangre se congeló.
Mi corazón se detuvo durante un largo segundo antes de comenzar a latir frenéticamente, luchando por obtener su preciado alimento rojo. Una parte de mí, deseaba con locura correr a abrazar a Alessandro, decirle que no pasaba nada, que no tenía por qué contármelo, pero la otra temía que se quedase callado y que nunca más me hablase de aquello.
Recordaba las palabras de Axel: "Él te lo contará algún día, estoy seguro". Ese día había llegado, justo como él había dicho, y si Alessandro estaba listo para contármelo, yo estaría lista para escucharlo.
—Aquel día...
—¡Hey! ¡Jóvenes!
"¡¡No puede ser!!"
Un hombre de pelo canoso, oculto tras un mono de trabajo verde y una gruesa bufanda, nos llamaba desde la banda del campo.
—¡Van a coger un resfriado! Retírense a su bloque, por favor. —Alessandro gruñó para sus adentros y se pasó una mano con cansancio por el pelo, luego, se giró hacia mí con una expresión casi divertida.
—Te lo contaré en otro momento, te lo prometo —Por primera vez bajó la vista a mis piernas y su mirada se endureció—. ¡Oh! ¡Por Dios, Daniella! ¿Por qué no me dices nada?
—¿Eh?
—¡Estas helada! —Dijo elevando la voz mientras tiraba de mi mano en dirección a la salida—. Buenas tardes, disculpe. —Dijo cuando pasamos al lado del hombre que nos había interrumpido.
—Buenas tardes. —Repetí yo. El señor asintió y ambos salimos del campo.
Alessandro caminaba apresurado mientras murmuraba algo que yo era incapaz de escuchar.
—Alessandro, ¡no corras tanto o me llevarás arrastrada por el suelo! —Él se paró de golpe, haciéndome chocar contra él, y, sin darme tiempo a retroceder, me cargó en sus brazos y comenzó a dar largar zancadas en dirección al Pettit. Yo me aferré a su cuello asustada—. ¡Esto es completamente innecesario! —Le aseguré.
—Casi te congelas por mi culpa, no me digas que esto es innecesario. —Gruñó.
Una vez que mi cuerpo se quitó de encima el asombro, sólo podía sentir el ardiente tacto de sus manos sobre mis piernas heladas, su suave cabello acariciando mis dedos, su dulce olor haciéndome hervir por dentro y que, junto con el acelerado compás de mi corazón y esas feroces tormentas eléctricas en mi estómago, me hacían sentir que flotaba y querer sonreír.
Eso no estaba bien; yo no estaba bien, no podía estarlo.
Alessandro me dejó en el suelo poco antes de llegar a nuestro bloque. Me apuró para que subiera a mi habitación y me hizo prometer que iría derechita a tomar una ducha caliente.
—Nos vemos en la cena. —Se despidió.
No había notado el frío que tenía hasta que Alessandro se alejó de mí. Sin saber por qué, me quede mirando como avanzaba por el pasillo azul hacia su habitación. Cada paso que daba hacía aumentar esa extraña sensación de vacío en mi pecho.
"Él tiene novia, Daniella, no puede gustarte, no debes fijarte en él. No puedes fijarte en él... No puedes enamorarte."
Alessandro desapareció de mi vista entrando en su habitación. Suspiré con cansancio.
"Olvídate de esos sentimientos. Sois amigos; sólo amigos." —Me repetí, aunque cada palabra pesaba y dolía como mil demonios en mi mente.
Bajé la vista a mis piernas pálidas, y vi horrorizada el tono grisáceo, prácticamente azulado, que tenían.
Corrí a mi habitación y, tal como había prometido, me metí en la ducha y dejé mi mente en blanco mientras el agua caliente devolvía a mi cuerpo su temperatura normal. Me duché con tranquilidad y mientras mi pelo reposaba con una mascarilla, apliqué en mi piel la loción hidratante de fresas que tanto me gustaba.
Sin poder soportar más mi silencio mental, dejé que mi cabeza se llenara con las pocas palabras que Alessandro, con tanta dificultad, me había podido decir. Sus padres habían fallecido cuando él era apenas un niño; lo habían dejado, tal vez, cuando más falta le hacían, y eso explicaba la profunda tristeza que ocultaban sus ojos la mayor parte del tiempo, pero no explicaba por qué no podía hacer ejercicio.
Suspiré. Tendría que esperar otra oportunidad en la que quisiera contármelo.
Me vestí a toda velocidad y salí al pasillo para comenzar a repartir las invitaciones del baile.
La gran mayoría de chicas no estaban en el internado, por lo que llamar a sus puertas sería inútil, además, estaba el pequeño problema de que la mitad del instituto no me soportaba. ¿Qué debía hacer? Colar la invitación por debajo de la puerta no sería demasiado "glamuroso" y no teníamos un buzón a donde nos pudiesen enviar cartas o, en este caso, invitaciones; Sophia se encargaba de hacernos llegar nuestra correspondencia llamando a nuestra puerta y entregándonosla en mano, pero en aquella ocasión no era trabajo suyo, sino mío.
Finalmente, decidí pegar la invitación en la puerta, así todas la verían nada más llegar a su habitación. Fui a por celo y lo puse en la parte de atrás de los sobres. Coloqué cada invitación en su respectiva puerta y, satisfecha, volví a mi habitación, me tumbé en la cama y sentí como el cansancio se apoderaba de mí.
Cuando abrí los ojos de nuevo, me sorprendió la tenue luz anaranjada que entraba por el ventanal del balcón, iluminando a penas la habitación. ¿Las farolas ya estaban prendidas? Busqué mi móvil sobre la mesilla de noche y encendí la pantalla para ver la hora.
"¡Las cinco de la mañana!"
¡Me había perdido la cena! Vi que tenía varios mensajes y me sorprendí al ver que cuatro de ellos eran del mismísimo Alessandro.
Abrí la conversación sintiéndome mal por la repentina emoción que luchaba por ocupar mi corazón.
# Alessandro: ¿Daniella, no bajas a cenar?
# Alessandro: ¿Daniella, te sientes mal?
# Alessandro: ¿Puedes contestarme? ¿Te pasa algo? ...Me vas a obligar a subir a tu habitación.
# Alessandro: Oye, espero que estés bien. Mándame un mensaje cuando te despiertes.
Sentí como mis mejillas se calentaban. Levanté la vista hacia mi balcón. Había dejado las cortinas abiertas, de modo que Alessandro se había asomado a la ventana para ver cómo estaba. No puede evitar sonreírle a la nada. Era demasiado temprano para escribirle, no quería despertarlo, pero lo haría en dos o tres horas.
Miré los demás mensajes, uno de Alina, y otro de Filipp, preguntándose por qué no había ido a cenar, deseando que me sintiese bien y mandándome saludos de Alan y Jake. Tenía también una foto del plato de espagueti de Alan con el mensaje: "¡Lo que te has perdido! :P"
Y finalmente, un mensaje de Drew.
# Drew: ¡Linda! No te he visto en el comedor durante la cena. Espero que no te sientas mal de nuevo. ¡Recuerda que hemos quedado mañana! Te esperaré junto con David después de desayunar. Un beso.
¡Cierto! ¡Había quedado con Drew! Pero aún faltaban cinco horas para eso. Me puse en pie y me recogí el pelo para darme una ducha de nuevo. Había dormido con la ropa puesta y era incapaz de seguir con ella. ¿Tenía un ligero TOC con la limpieza? Era posible.
Me puse un pantalón negro y mi jersey gris con pequeños brillantes azules. Me calcé con unas botas negras y me maquillé para que no se viesen mis pequeñas marcas. Cuando terminé, me senté al frente de mi ordenador.
Abrí el correo y vi con alegría que tenía un mensaje de mi madre. En su último mensaje me había dicho que se tenía que ir a trabajar a Suiza y que no hablaríamos por unos días, lo cual a mí me había venido de mil maravillas porque me había ahorrado el tener que mentirle con mi supuesta enfermedad, pero al mismo tiempo me sentía preocupada.
¿Por qué no íbamos a poder hablar? ¡No me lo había explicado!
Nerviosa, abrí el mensaje y comencé a leer:
"Hola cariño. ¿Cómo estás?
¡Yo con un montón de trabajo y congelada! ¡Hay que ver lo fría que es Suiza en esta época!
Siento no haber podido ver tus fotos antes. Aprovechando que estaba aquí he hecho una pequeña expedición por los Alpes e hice fotos para mi próxima exposición, por eso no he tenido móvil ni internet. ¡Oh, que maravilla de paisaje, cariño! ¡Cuánto extrañé que estuvieses ahí!
En cuanto a tus fotos, ¡son realmente buenas, hija! ¡Estoy tan orgullosa de ti!
A ver si acierto quienes son los que aparecen en ellas.
¿El rubito con el balón es Filipp, a que si? La chica rubia tiene que ser Alina, y el chinito y el chico de pelo castaño que se miran mal serán Alan y Jake —Reí al leer la definición de Alan como "chinito"—El chico de pelo largo tiene que ser Alessandro ¿cierto? Pero no sé quién es el otro, el que está detrás de la cámara, ¿quién es él?
Te mando un beso cariño, espero que estés bien.
Te quiero.
Mamá"
Así que por eso era. Suspiré. Cuanto me habría gustado estar con ella en los nevados Alpes suizos...
"¿Pero lo cambiarías por los ratos que pasaste con Alessandro?" —Preguntó una molesta voz en mi cabeza, a la que no pude responder.
Permanecí durante un largo tiempo en silencio mirando el mensaje de mi madre sin ver realmente nada.
Poco a poco, el tiempo volvió a correr y yo decidí borrar esa estúpida pregunta de mi mente y contestarle a mi madre.
"Hola mamá. Yo estoy bien, ¡organizando el baile de invierno! ¿Qué te parece? Por cierto, Luis me ha llamado, la verdad es que me ha sorprendido, quiero que hablemos para contarte.
En cuanto al chico de la foto, hombre mejor dijo, es Axel, mi profesor de fotografía, ¿nunca te había hablado de él? —Pregunté con inocencia. Sabía que no lo había hecho. Me había guardado al lindo profesor para mí sola, con la intención de no escandalizar a mi madre, pero, por alguna razón, aquello ya no me parecía importante— ¡Es guapísimo! Ojalá pudieras conocerlo.
Espero que podamos hablar pronto. ¡Hay tantas cosas que quiero contarte!
Te quiero mamá.
Daniella"
Envié el mensaje y escribí otro para las gemelas contándoles todas las novedades y mis dudas amorosas.
"¿Amorosas? No, no, no, ¡nada de amor!"
¡Necesitaba ayuda urgente!
Los primeros rayos de sol entraron por mi ventana y supe que ya podía contestar el mensaje de Alessandro.
# Daniella: Siento no haberte contestado, Alessandro. ¡Ayer estaba agotada y me quedé dormida sin más! Pero no te preocupes por mí, en ningún momento me sentí mal. Te veo en el comedor.
Después de otra hora mirando las noticias sobre el desfile de mi padre en el ordenador —Al parecer a todo el mundo le había encantado por su "juvenil y glorioso diseño, tan favorecedor"—, bajé al comedor y desayuné con calma para luego salir hacia la parte de atrás del Pettit, en dirección al bosque de desnudos cerezos, en cuyo interior esperaba El David de Miguel Ángel.
—¿Aún sin pantalones? —Le pregunté a la estatua, que se mostraba indiferente al hecho de estar desnudo.
—¿Aun tratando de hablar con las piedras, Nella?
—¡Hey, hola! —El moreno salió de detrás de la escultura de mármol con una inmensa sonrisa—. ¿Estabas apreciando el firme trasero de David? —Reí.
—¿Qué? ¡A mí me respeta, señorita! Yo soy todo un macho —Rio él, fingiéndose ofendido—. ¡Llegas temprano!
—Me aburría —Dije encogiendo los hombros—. Pero tú también estás aquí, así que también llegaste antes de tiempo.
—Salí a correr y ya me quedé a esperarte —Explicó él—. ¿Qué te pasó ayer a la noche?
—Me quedé dormida. —Dije avergonzada, haciéndolo reír.
—Bueno, mejor eso a que te hayas enfermado de nuevo.
—¡Desde luego! Y dime, ¿qué querías contarme? —Drew me sonrió con un extraño brillo en los ojos.
—Te eché de menos mientras estuviste enferma, Nella. Las cosas no están bien entre los chicos y yo... Primero fue Filipp, y ahora Alan y Jake...
—¿Qué pasa con ellos? —Pregunté extrañada.
—¡No lo sé! ¡Ya no quieren andar conmigo! Mientras que fui capitán no tenían problemas con eso, ¿sabes? Nosotros eramos compañeros, amigos, pero Filipp se hace con la capitanía y ellos... se van con él —Lo miré sin dar crédito a lo que escuchaba—. ¡No les digas nada, por favor! No quiero que anden conmigo por obligación. ¿Entiendes? —¡Claro que entendía! Pero no me creía que Alan y Jake... ¡ellos no eran así! —. Daniella, eres lo único que me queda.
—Todo se arreglará, Drew. Ya lo verás. —Aseguré, intentando consolarlo.
—Estaré bien mientras te tenga a ti cerca —Dijo sonriendo y acercándose a acariciar mi mejilla, haciéndome sentir incómoda—. Oye, ¿tienes ya pareja para el baile?
—Sí. Voy a ir con Alessandro.
—¿Alessandro? —Preguntó completamente descolocado.
—Sí. Nosotros somos los encargados del baile y tendremos que vigilar que todo salga bien así que lo más fácil es que estemos juntos.
—¡Oh! Entiendo. En ese caso, ¿me guardarás un baile? —Dijo mientras me agarraba por la cintura y me atraía hacia él.
—Drew, suéltame. —Pedí amablemente.
—Daniella, sal conmigo.
—Ya te dije que voy a ir con Alessandro. —Reí.
—No hablo del baile. Sé mi novia —Enmudecí—. ¡Te necesito tanto!
—Te ayudaré en todo lo que pueda, Drew, pero como amiga. —Me removí de nuevo, tratando de soltarme, pero el agarré del moreno era firme y duro.
—No te quiero como amiga. Te quiero, Nella. Quiero que seas mi novia. —Dijo con voz dulce.
—No puede ser.
—¿Por qué no?
—¡Porque yo no te amo!
—Llegarás a hacerlo. Yo puedo darte todo lo que me pidas.
—Mi amor no está en venta —Hable con firmeza—. No puedo darte más que mi amistad.
—¿Y si no me basta con eso? —Preguntó acercándose a mi boca. Aparté la cara y lo miré con gesto serio.
—Es todo lo que te voy a ofrecer, Drew. Es eso o nada. —Vi como su perfecta máscara se quebraba ante mis ojos. Su rostro tomó una expresión hostil y su mirada perdió todo rastro de brillo.
—¡Yo podría dártelo todo, Nella! ¿Sabes lo que te estás perdiendo? —Gritó—. ¡Mi padre es jugador de fútbol, y mi madre una de las pocas y mejor pagadas comentaristas de deportes! ¿Qué son los tuyos? ¿Crees que te faltaría algo? Daniella, puedes vivir como una reina. Nadie volverá a meterse contigo. —Clamé al cielo cansada.
—Drew, suéltame. —Dije, colmándome de paciencia.
El moreno rio y me soltó. Retrocedí un paso y miré llena de rabia como se burlaba. ¿Qué rayos pasaba con él?
—¿Tú... tú qué clase de persona eres? ¿Te da igual lo que piensen de ti? ¿Te da igual no ser nadie?
—Mejor nadie que algo tuyo, por lo que veo. —El pelinegro dejó de reír y me miró con los ojos inyectados de cólera. Agarró mi mano y tiró de mí con brusquedad, haciéndome quedar entre él y el abdomen de El David.
Grité por el susto.
—¿Qué más puedo hacer, rubia? —Preguntó escupiendo el apodo que Filipp utilizaba. Sus ojos negros ardían con furia, atemorizándome—. ¿Es por él verdad? ¿Tú también lo prefieres a él? —Preguntó zarandeándome.
—¿Estás loco, Drew? ¡Suéltame! —Grité asustada.
—No, esta vez no. Esta vez me toca a mí robarle a él. —Se abalanzó contra mí de repente, uniendo nuestros labios en un seco beso mientras me observaba fijamente.
Traté de apartarlo sin éxito, consiguiendo sólo que se estrujase más contra mi, y lastimando mi cabeza en el duro mármol, mientras recordaba las palabras de Alessandro me había dicho a principios de curso:
"Te daré un consejo, Daniella. Déjale a Drew las cosas claras. Tal vez creas que tienes la situación controlada, pero no es así. Si no lo paras a tiempo te convertirás en su logro personal, en un trofeo que tomará por las buenas o por las malas, antes o después".
Drew luchaba bruscamente por abrir mi boca mientras que yo la apretaba para mantenerla cerrada. Cerré los ojos con fuerza. No quería que me viese llorar.
—¡Suéltala! —Abrí los ojos y Drew había desaparecido de mi vista. En el lugar de sus ojos negros había ahora un par de ojos color chocolate que me miraban preocupados—. ¿Estás bien? —Asustada, miré hacia el suelo, donde Drew se retorcía sujetándose la mandíbula—. Daniella, ¿estás bien? ¿Te ha hecho algo? —Negué con la cabeza y Alessandro suspiró—. Vámonos.
Me agarró de la mano y tiró de mí por el camino de piedra que nos sacaría del bosque. No me atreví a girar la cabeza de nuevo; si Drew seguía tirado en el suelo, o si se había levantado, era algo que no quería saber. Todo lo que quería ver en ese momento era la ancha espalda de Alessandro cubierta por una chaqueta de cuero negro. Con cada paso que dábamos, alejándonos de aquel lugar, mi cuerpo se sentía más relajado. Comencé a ser consciente entonces de que Alessandro y yo estábamos caminando agarrados de la mano.
Todo mi brazo ardió, enviando oleadas de calor a mis mejillas, que enseguida reaccionaron coloreándose de rojo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza.
—Alessandro...
—No me agradezcas nada. —Habló con tono serio.
—No... no era eso... —Él detuvo sus pasos y volteó a mirarme.
Me fijé en que traía el pelo recogido en una coleta, dándome una perfecta visión de su bonito rostro. Sus ojos mostraban una mirada fría y cargada de rabia, que me hizo bajar la vista.
—Bueno, sí, también quería agracederte pero... ¿cómo me has encontrado?
—Estaba en el balcón y te vi pasar hacia el bosque. —Dijo encogiéndose de hombros.
—Y tú... ¿saltaste por el balcón? —Él asintió—. ¿Por qué?
—Porque no quiero que te pase nada malo, Daniella.
Hola Zanahorias y Zanahorios. Aquí estamos una semana más. ^^ Contadme qué os ha parecido este capítulo!
Muchas gracias por leerme, por votar, ¡¡por comentar e implicaros tanto con la novela!!^^ Vuestros comentarios me animan a seguir escribiendo y, para qué negarlo, me hacen demasiado feliz <3
Os dejo una foto del que sería mi perfecto Alan:
¡Y eso es todo por hoy! ¡Me despido como siempre, con un gran beso con sabor a Zanahoria!
Alma.
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