Era lunes de mañana, Jeongin como de costumbre había ido al colegio muy temprano para poder ver a Chan. Iba caminando despacio mientras lo ubicaba con su mirada, hasta que lo halló trepado en el mismo árbol de siempre. Sonrió con emoción, sintiendo su corazón empezar a latir con velocidad, comenzó a aproximarse despacio y con nerviosismo. Tenía la intención de pasar de largo como cada mañana, más no esperó que Chan se lanzara del árbol justo frente a él, causando que diera un brinco del susto.

—Hola, ¿te asusté? —habló Chan con su voz suave.

—Ho-hola... sí, digo no, solo me tomó desprevenido... —susurró, nervioso.

Chan sonrió, mostrando esos bellos hoyuelos en sus mejillas.

Jeongin sentía su cuerpo entero temblar, sus piernas estaban perdiendo fuerza, su garganta sin energía para hablar, su mente nubla para pensar. Jeongin podía sentir como las mariposas volaban desde su ombligo hasta Chan, sintiéndose embobado por él.

—¿Te acuerdas de mí?

—Sí, sí, sí me acuerdo —balbuceó.

—Soy Chan, por cierto.

Ya lo sé.

—Yo soy Jeongin —murmuró, desviando su mirada y sintiendo la intranquilidad apoderarse de su cuerpo.

—Te he visto pasar por aquí en las mañanas, ¿se te hace más cómodo el camino? —habló Chan, rascándose sus cabellos traseros, casi cerca de su nuca, en señal de nerviosismo.

—Oh sí, paso por aquí porque...

Quiero y necesito verte cada mañana para que mi sistema pueda funcionar correctamente.

Ese pensamiento fue el que se le pasó fugazmente en la cabeza a Jeongin, eso le gustaría decirle, más no quiso exponerse y sentir pena.

—El camino se me hace más corto —mintió mientras asentía con su cabeza.

Por supuesto que Chan sabía que esa era una excusa, o bueno, de eso quiso convencerse, porque de un momento a otro la valentía que tenía al principio comenzó a esfumarse.

—Bueno... —empezaba a ponerse más nervioso, ya no tenía alguna cosa que decir, su cabeza estaba dejando de funcionar y tornándose en blanco—. Nos vemos —susurró, avergonzado por haber perdido el valor, dándose la vuelta y queriendo huir de la vergüenza.

No obstante, Chan fue detenido por Jeongin, quien le había agarrado su brazo para evitar que se marchara. Ante el tacto, ambos sintieron corrientes en su cuerpo. Jeongin le soltó el brazo con rapidez, sintiéndose tan tímido.

—¿Te... te gustaría a-almorzar... conmigo? —tartamudeó—. Aquí, e-en el jardín.

Chan no pudo evitar sonreír con su corazón contento.

—Sí, me gustaría mucho.

Conectaron miradas y sintieron la felicidad florecer en su interior.

—¿Vamos a clases juntos? —propuso Chan, buscando la manera de continuar con ese momento, de seguir hablando con Jeongin.

—Sí, eso me gustaría mucho —Jeongin aceptó con gusto.

Chan tomó su mochila del suelo y se la colocó en su hombro. Entonces los dos caminaron lo que restaba del jardín hasta llegar al edificio de sus salones, ambos en silencio, pues estaban tan llenos de timidez que no se atrevían a hablar, tan solo se miraban a cada segundo y sonreían con inquietud. En algunos instantes intercambiaban cortas palabras, hasta que llegaron a la parte donde ya no podían continuar juntos y se despidieron, ansiando que la hora del almuerzo llegase para volver a verse.