Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Mariposa negra (VI)

Cuando Cass logró sentarse en el asiento trasero de un taxi en el aeropuerto internacional de Tokyo sólo quería llegar al hotel donde tenía las reservaciones, dejar a Asa en una habitación y lanzar las llaves al fondo del mar. Durante las doce horas de viaje la mujer se quejó de forma constante y la empatía que podía haber tenido hacia ella por las dificultades para acomodarse en un largo vuelo comercial debido a su estado físico se esfumaron a las pocas horas.

Estaba agotada, pero al menos aún tenía la capacidad para apreciar el trato que recibieron por parte de las aeromozas que no dudaron en atender los constantes reclamos y pedidos de Asa e incluso del taxista que sin dudarlo ayudó a la mujer a subir al asiento delantero para luego guardar la silla de ruedas en la cajuela. Todos ellos hablaban inglés en diferente medida y esperaba que el personal del hotel también lo hiciera. Hasta el momento los problemas de comunicación no habían aparecido y esperaba que se mantuviera así, confiaba más en el diccionario que llevaba en la maleta que en Asa para navegar la ciudad.

―Intenta descansar cuando lleguemos. Sé que con el jet lag va a ser pesado, pero tenemos el fin de semana para aclimatarnos antes de comenzar ―aconsejó Cass cuando notó que la mujer sólo asintió sin tratar de discutir―. ¿Estás bien?

Agotada.

―Deja que yo me encargue de todo hasta que tengamos algo más claro. No va a servir de nada que te arrastre conmigo mientras me preparo, esto no va a ser tan sencillo como llegar y pedir una cita ―explicó, pese a que sí pensaba hacer eso exactamente: ofrecería la oportunidad de discutir de forma civilizada primero, aunque estaba convencida que no la tomarían.

Asa giró un poco el rostro desde el asiento del copiloto, pero no se animó a hablar. Al menos hasta que pudiera dormir y recuperar energía no se sentía capaz de reclamarle el hecho que sus hijos llevaban años perdidos y que cada día que seguía separada de ellos era una tortura.

. .

Su habitación estaba al lado de la de Asa y no sentía ningún tipo de actividad, así que supuso que la mujer había logrado conciliar el sueño a diferencia de ella. Dormir no era algo sencillo para Cass incluso en la mejor de las situaciones, por eso siempre trabajaba largas horas o llenaba su tiempo al límite con otro tipo de actividades que la desgastaran lo suficiente como para caer rendida. Sin embargo, en ese momento pese a que su cerebro le demandaba que se metiera a la cama después de una ducha relajante, su cuerpo no tenía intenciones de cooperar.

Las cortinas pesadas no dejaban que las luces de la ciudad ingresaran, las almohadas eran cómodas y la temperatura agradable, pero nada de eso importaba, aunque cerraba los ojos no estaba quedándose dormida. Ofuscada prendió la luz de la lámpara y rebuscó en su cartera hasta encontrar el libro que compró a último minuto antes de embarcarse en el avión. Fue el primero que tomó en la tienda sin siquiera detenerse a leer el resumen, sólo debió haber sido un instrumento para poder tener una excusa contra pasajeros parlanchines o la misma Asa ya que sospechó de forma correcta que no iba a ser una compañía placentera.

Retomó la lectura con irritación, había avanzado bastante pese a que consideraba que el contenido era ridículo. La protagonista de la historia era desesperante, pero lo que había salvado al libro del basurero era el interés romántico: un atractivo magnate griego, alto y misterioso, carismático e inteligente, que gustaba de los paseos a la luz de la luna y las camisas medio abiertas que dejaban ver un atisbo de su figura escultural.

Frustrada miró el reloj, eran las once de la noche y el capítulo de sexo apasionado en la playa no ayudó en absoluto a que sus ánimos para dormir aparecieran. ¿Cuántas horas llevaba despierta? Sin dudas eran más de veinticuatro, no quería ni tratar de pensar desde cuando no dormía al menos seis horas seguidas.

Convencida que no iba a poder conciliar el sueño, tomó el teléfono. Debían ser las siete de la mañana en Los Ángeles, pero se detuvo antes de marcar el número de Madison. Llevaban años trabajando juntas y eran amigas más que compañeras laborales, le había dejado encargado que siguiera averiguando por la partida de nacimiento desaparecida del hospital, pero con el fin de semana encima dudaba que pudiera darle alguna actualización. Giró sobre la cama y dejó escapar un grito ahogado contra la almohada.

―Necesito un trago.

Con eso en mente decidió arreglarse para ir al restaurante del hotel, esperaba que siguiera abierto o tendría que aventurarse por las calles de Tokyo.

. .

La mañana del domingo, luego que el mozo abandonara la habitación de Asa con el pedido de desayuno, Cass decidió que tenía que ahondar en un tema delicado un poco más. No quería alterar a la otra mujer o exponerla demasiado, por eso decidió ofrecerle para comer con ella lejos de la mirada de otras personas.

―Quieres hablar ―soltó Asa, dejando de lado sus palillos―. Siempre que quieres preguntarme algo incómodo fijas la mirada de forma tan intensa que parece que quieres hacerme explotar con la mente.

―Primera vez que me lo dicen así.

―Pregunta.

―Es sobre la noche del ataque. Sé que te incomoda y no es tan vital, por eso no te he pedido que me repitas la historia una y otra vez.

―¿De qué sirve? Casi no recuerdo nada.

―Pero es parte del misterio, es el último momento que estuviste con tus hijos.

―Estaba en casa, me fui a acostar tarde, John había estado sumamente inquieto ese día, aunque no parecía enfermo. Me desperté con sus llantos en la madrugada, pero me demoré unos momentos en reaccionar por lo cansada que estaba, fue ahí que Ikki apareció en la puerta con su hermano en brazos y vi esa figura de rostro cubierto, quieta al lado de mi cama.

―¿Ikki lo vio?

―No lo sé, sólo le grité que se llevara a John.

―¿Lo reconociste?

―No, no lo creo, pero distinguí el arma. Luego todo es borroso, recuerdo haber tratado de pelear, pero... No, no sé qué más pasó ―explicó, quedándose en silencio.

―Cuando hagamos contacto con ellos... ―habló Cass momentos después, había un detalle importante que Asa debía ir interiorizando y no iba a haber muchas otras oportunidades para mencionarlo―. Tienes que comprender que John no usa ese nombre y aceptar que puede que incluso escuchándote prefiera seguir siendo Shun.

―Pero...

―Sólo lo digo para que lo consideres, sobre todo al inicio.

. .

Después de conseguir una camioneta de alquiler y maldecir por las complicaciones imprevistas de tener el timón al lado opuesto a lo que estaba acostumbrada, asistió a una reunión con Saeko Hori. Ella fue su contacto local que averiguó que todos los participantes en el torneo en que Shun participó habían sido huérfanos bajo el cuidado de Kido. No tenía mucho con qué trabajar y prefería no ir de frente a buscar a la nieta de Mitsumasa, la muchacha no era siquiera mayor de edad, si había opción de dejarla a un lado prefería tomar esa ruta.

Su plan no tuvo mucho éxito, al segundo día de estar vigilando el orfelinato en búsqueda de algo que pudiera servirle, Shuzo Tokumaru, el director, salió a increparla por su presencia. En retrospectiva no debía de sorprenderse, una rubia manejando un vehículo particularmente grande no se mimetizaba con facilidad en una sociedad homogénea como la japonesa.

El hombre se comunicó de forma decente en inglés, pero en el momento en que Cass mencionó a Shun pudo notar que cualquier intento por dialogar había terminado. No era primera vez que alguien se cerraba de golpe al hablar con ella, pero Shuzo simplemente le repitió en más de tres ocasiones que si deseaba conversar sobre el torneo o sus participantes fuera al corporativo y lo dejara en paz.

Fue así como acabó en la recepción de un moderno edificio tratando de que alguien se dignara a responderle, porque el buen trato se borró casi de inmediato cuando se dieron cuenta que no tenía una cita. Lo que no comprendía era por qué aún no la pateaban fuera del local y si pensaban que era estúpida ya que, aunque no gozaban de un nivel de inglés espectacular, de la nada parecía que habían perdido la habilidad por completo.

―Van a tener que hacer algo mejor que sólo ignorarme para que me vaya. ―La frase salió con más volumen de lo que deseaba, pero estaba comenzando a perder la paciencia―. Puedo quedarme aquí por horas hasta que alguien con autoridad aparezca.

Una de las recepcionistas le lanzó una mirada severa al ver como su actitud estaba llamando la atención de los trabajadores y personal que se encontraba en las cercanías, pero no cedió, había optado por ignorar y eso es lo que haría. Si la mujer seguía ocasionando alboroto seguridad no tardaría en aparecer para retirarla.

―¿Puedo ayudarla?

La voz masculina ofreciendo asistencia en inglés pertenecía a un hombre alto, de rasgos europeos, que vestía un traje entallado a juego con unos zapatos impecables. De no ser por la voluminosa y larga cabellera encajaría como el modelo perfecto para colocar en la portada de una revista de entrevistas a empresarios exitosos.

―Eso depende ―contestó ella girando para quedar frente a él y notando que a pesar de los tacos que traía no conseguía sobrepasar su estatura―. Mi nombre es Cassandra Stevens y tengo temas delicados que discutir sobre Mitsumasa Kido y dos de los muchachos que participaron en el torneo que realizó su nieta.

―Alexandros Dimitrakos ―se presentó extendiendo la mano como saludo, era obvio que la mujer era occidental―. Soy el presidente de Kido incorporated.

Cass aceptó el saludo, sintiendo la calidez que emanaba de la piel de Alexandros al segundo en que hicieron contacto. Pensó en lo delicada que veía su mano en comparación a la de él y que el apellido era sin dudas griego. Se golpeó mentalmente para enfocarse, no necesitaba comenzar a tener ideas extrañas por culpa de la novela que estaba leyendo y la falta de sueño decente.

―¿Qué es lo que necesita señorita Stevens?

―Vengo del departamento de servicios sociales de Los Ángeles ―explicó, notando de inmediato la expresión de confusión en el rostro del hombre, aunque podría asegurar que también tomó una postura más relajada―. La madre de dos de los participantes desea tener contacto con sus hijos.

―¿Disculpe? Hasta donde tenía entendido todos eran huérfanos. ―No conocía a fondo los detalles, pero estaba convencido que no existían padres en las vidas de esos jóvenes.

―Asa Miller despertó hace unos meses de un coma de quince años. ―Cass caminó un poco para alejarse de los oídos curiosos del área de recepción―. No creo que su caso haya logrado llegar a la prensa internacional, pero la mujer fue atacada y sus hijos desaparecieron. Estoy segura de que no necesito detallar más para que comprendas por qué estoy aquí, preferiría que esto no se volviera un circo mediático.

―Lo que está sugiriendo es serio ―se aventuró a decir.

―Qué formal ―soltó ella. Se había preparado para entablar una batalla con alguien que trataría de desestimarla desde el inicio: probablemente un hombre entrando a la tercera edad, con un inglés mediocre, ego delicado y además baja estatura en comparación a ella―. Prefiero resolver los problemas de frente mostrando mis cartas. Si puedes conseguirme una reunión con Saori Kido o quien sea que represente a Mitsumasa Kido para situaciones incómodas no resueltas puedo retirarme y regresar con Asa Miller para una conversación.

―Puedo hacer los arreglos pertinentes, aunque primero debo consultar quién es la persona más adecuada.

―Eso sería perfecto ―asintió Cass, abriendo su bolso para sustraer una libreta en donde había anotado su número de contacto en el hotel―. Voy a tomarte la palabra, Alexandros, y asumir que durante el día recibiré una llamada con una fecha y hora.

Él tomó la hoja que le ofreció y se percató que ella aún tenía la mano extendida, como si esperara un intercambio. Del bolsillo de su traje sustrajo una tarjeta con su número de contacto, pero la realidad era que si intentaba llamarlo sería atendida por su secretaria.

. .

De regreso en su cuarto del hotel, Cass se despojó de los tacos al instante, de haber sabido que los doce centímetros extra no iban a servirle para su estrategia de obligar al resto del mundo a sentirse chico hubiera llevado unos un poco más cómodos. Alexandros Dimitrakos la tomó por sorpresa, no esperaba ver un hombre como él ahí, en una posición tan elevada, rompía por completo todos los preconceptos con los que llegó.

«No debería quejarme, al menos parecía dispuesto a escuchar»

Era triste pensar que una persona comportándose de forma decente desequilibrara tanto su estrategia. Debido al intercambio que tuvieron optó por darle tiempo de concertar una reunión, era lo más razonable, pese a que rara vez las cosas funcionaban de esa manera. Observó la tarjeta que le entregó, preguntándose si Alexandros la seguiría sorprendiendo, sería inocente pensar que sin falta cumpliría con su palabra.

Ya sin maquillaje y con ropa más cómoda se recostó sobre la cama unos instantes, tomando el ridículo libro que aún seguía leyendo. Frunció las cejas cuando al pasar un par de párrafos comenzó a imaginar que la voz del magnate griego era de tono profundo y rico como las palabras que salieron de la boca de Alexandros.

Cerró la novela de golpe, no necesitaba andar mezclando una persona real con un personaje ficticio.

―Mejor invierto mi tiempo en coordinar mi exposición para la ISPCAN y una visita a la embajada americana, en caso algún ejecutivo tenga la brillante idea de intentar botarme del país ―susurró tratando de borrar los intensos ojos azules de Alexandros que ya habían comenzado a dibujarse claramente en su imaginación.

Fuente: https://www.zerochan.net/604836

La dirección de la imagen no me funcionaba, y la que he puesto es de donde la encontré, pero obvio que no es el autor :(

Hasta aquí va la cosa de forma inicial, este es el momento en que las historias se cruzan y no sé si vaya a agregar eventos que no se ahonden en Guerras Justas o simplemente dejar que todo corra por allá y el fic de Kusubana siga engordando. 


Alexandros Dimitrakos es Saga, pero para saber porque anda ahí con tremendo cargo y nombre falso ya saben a qué fic deben ir. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro