Mariposa negra (IV)
En las siguientes semanas Cass continuó visitando una serie de lugares donde sabía podía tratar de contactar algunas personas que pudieran haber conocido a Asa. La mujer trabajó en un supermercado y como personal de limpieza en un restaurante, acumulando en promedio unas sesenta horas de trabajo semanales, suficiente como para que algún compañero la recordara. Sin embargo, ninguno de ellos ofreció información útil cuando los contactó, todos la describían como una persona muy reservada y que usaba todo su tiempo libre para estar con sus hijos.
El refugio para mujeres dio mejores resultados luego de que consiguió hablar con las personas correctas y explicarles la situación. La mejor fuente de información provino de una persona peculiar; un joven universitario que donaba algo de su tiempo libre apoyando al lugar en que pasó buena parte de su niñez junto con su madre.
―Mi mamá y Melissa fueron cercanas ―explicó el muchacho―. No solían hablar mucho con otras personas.
―¿Recuerdas a sus hijos?
―¡Claro! Yo jugaba con el mayor. ―El ánimo de su voz fue grande al mencionarlo―. Nos dejaban aquí cuando se iban a trabajar. Me acuerdo de que era mucho más fuerte que yo y eso que le sacaba dos años ―explicó riendo.
―¿Recuerdas a su hermano? ―indagó Cass.
―Muy poco, no lo dejaban jugar con nosotros.
―Estoy segura de que un bebé necesita menos actividad física.
―Yo creo que era porque las cuidadoras estaban obsesionadas con él, se reunían en grupo para verlo todo el tiempo y tomaban turnos para cargarlo.
―¿En serio?
―Sí, decían que era el bebé más bonito del mundo ―respondió cruzándose de brazos―. Super molesto la verdad, incluso luego de que se fueron aún seguían hablando de él.
―¿Nunca se enteraron qué ocurrió?
―Creo que la vieja directora sabía algo, al igual que mi mamá, sé que hablaron unos días luego de que ellos dejaron de venir. Pero sea lo que haya sido se lo llevaron a la tumba ―explicó con incomodidad, ambas mujeres habían fallecido durante el tiempo que Asa estuvo en coma―. En su momento no lo pensé demasiado, recién el año pasado que comencé como voluntario me di cuenta de que algo malo debió pasar.
―¿Alguna vez escuchaste algo sobre el padre? ―Estaba segura de que la respuesta sería negativa, pero no perdía nada con probar.
―No, pero sé que le tenía miedo.
Cass sólo asintió y le entregó una tarjeta con su información de contacto, en caso recordara algo más.
―¿Te serviría una foto? ―preguntó el muchacho de improvisto―. No te lo puedo garantizar, el depósito es un verdadero desastre, pero aquí acostumbramos a tomar fotografías en las celebraciones y recuerdo bien que Melissa aceptó tomarse una con sus hijos y nosotros por primera vez para el día de la madre.
―Debes de haber estado muy chico, ¿cómo lo recuerdas? ―preguntó ella con verdadera curiosidad.
―Porque luego de la foto ambas se pusieron a llorar. Me asusté como nunca, el albergue era mi lugar seguro y por un momento pensé que algo malo estaba pasando, a esa edad lo de llorar de alegría no es algo que se entienda muy bien.
―¿Si la encuentras me mandas una copia?
―Claro, lo que sea para ayudar, todavía no me cabe en la cabeza que la policía ni tratara de buscarlos.
Cass sonrió y contuvo las ganas de expresar lo que pensaba de los agentes de la ley en esos momentos. No le servía amargarse de nuevo, ya lo había hecho cuando decidió visitar la estación de policía como parte de su investigación. El agente que debía llevar el caso aún no se animaba a abrirlo de forma oficial, sabía que cabezas rodarían y no quería ser quien oprimiera ese gatillo. Por lo que pudo conversar de forma extraoficial, se trató de un trabajo deficiente, donde se asumió de forma errónea demasiadas cosas. La existencia de los pequeños se pasó por alto por el simple hecho de la ausencia de juguetes, comida o muebles para bebés, cosas con las que personas con un presupuesto tan apretado como Asa difícilmente llenarían su casa. Los vecinos poco colaboradores o con miedo a hablar tampoco ayudaron.
. .
Cuando Cass llegó entrada la noche, el sobrino de Asa se encontraba en el jardín delantero de su casa, consolando a una pequeña varios años menor que no paraba de llorar. Cerca de una hora antes recibió una llamada desesperada de David Miller, su hermana parecía que había perdido la cabeza en medio de una nueva telenovela japonesa que descubrieron en uno de los tantos canales del cable. No fue un exabrupto menor, una ambulancia tuvo que acudir al domicilio y los paramédicos se vieron en la necesidad de inyectarle un calmante para evitar que se hiciera daño.
―Ha pasado por tanto que no quisimos que la internaran ―se excusó la esposa de David al momento en que la asistenta social frunció las cejas con desaprobación: se habían negado a que la trasladaran a un hospital.
―Me dijiste que comenzó a gritar que el muchacho de la pantalla era su bebé. ―Cass no comprendía que había ocurrido y durante la llamada recibió muy poca información.
―Mi hija nos recomendó una novela que la hermana de una de sus amigas estaba viendo, la pobre sigue afuera llorando, cree que es su culpa que Asa esté así ―explicó David negando con la cabeza―. El actor es uno de esos muchachos que participaron en el torneo galáctico, no sé si lo llegaste a ver.
―Sé del torneo, pero no puedo decir que captara mi atención.
―Yo estuve muy interesado en su momento, por eso sé de quién se trata. ―El hombre prosiguió con incomodidad―. La organizadora de eso fue la nieta de Mitsumasa Kido.
Cass mantuvo la mirada clavada sobre David por unos instantes, tratando de dar forma a la información.
―¿Asa lo sabe?
―No lo creo.
―Estuve posponiendo esto porque no quería conversarlo con Asa presente, pero creo que podemos aprovechar mientras sigue dormida. Quiero saber por qué se escapó y cómo fue que nunca lograron dar con ella por tantos años ―pidió, necesitaba ahondar en la vida de la mujer desde una perspectiva externa.
―Mi hermana... ―David bajó la mirada y cerró los ojos con fuerza―. Asa fue un reto para mis padres desde que recuerdo. Tenía tres cuando nos mudamos a California y nunca logró adaptarse por completo.
―Si no fuera por qué sé que nació en Japón no lo adivinaría, no se le siente acento, ni a ti tampoco ―recalcó Cass.
―Mis padres fueron muy insistentes, ya ni recuerdo cuántas horas tuvimos con tutores luego del colegio. Asa se la pasó llorando los primeros años porque quería hablar en japonés y le costaba mucho interactuar con niños de su edad por eso.
―Tu papá era americano, ¿no?
―Sí, pero rara vez nos hablaba en inglés cuando estuvimos en Japón, eso fue un error de su parte ―explicó con pesar―. Al mudarnos mi papá decidió sólo hablarnos en inglés y mamá lo imitó pese a tener acento fuerte, eso hizo que se distanciaran mucho de Asa, más cuando mis hermanos nacieron y sólo aprendieron inglés.
David prosiguió explicando cómo su hermana sufrió mucho durante sus primeros años de colegio. Su apariencia e insistencia por usar su idioma natal fueron recibidos con burla e incluso agresión, provocando que fuera una niña solitaria. En casa las cosas no eran mejor, sus padres estaban convencidos que lo mejor era que se adecuara a las costumbres y cultura, llegando al punto de cambiar la dieta de la familia a una occidental.
―Lo más duro para ella fue su nombre, eso fue algo en lo que nunca obedecí a mis padres, yo seguí llamándola Asa, pero ellos usaban su segundo nombre; Linda. ―La incomodidad en David era palpable, no deseaba hablar mal de sus progenitores, pero era difícil exponer sus acciones en una luz que no fuera negativa―. Cuando cumplió los doce algo explotó y dejó de sufrir en silencio, es como si decidiera que toda la familia debía de ser igual de infeliz que ella. Hasta ese momento habíamos logrado llevar una relación de hermanos tranquila pese a las presiones, pero creo que sintió que la traicioné al haberme adaptado tan bien. Desde ahí hay poco que pueda contar, nos distanciamos, ella comenzó a juntarse con muchachos mayores de mal vivir y un día poco después de que cumplió catorce no volvió a casa. La policía nunca la pudo encontrar.
―Mis suegros pasaron el resto de sus días buscándola, se endeudaron al punto en que perdieron la casa ―intervino la esposa de David―. Nuestros primeros años de casados tuvimos que ayudarles con los gastos del menor de mis cuñados.
―Recuerdo que mi papá manejaba todos los días por la ciudad, aunque no tuviera nada que hacer ahí, pensando que quizá la encontraría, lo hizo hasta unas semanas antes de fallecer. Mi mamá murió un año después que él, invirtiendo el poco dinero que tenía en un detective privado que jamás encontró alguna pista.
―¿Ustedes siguieron buscándola luego? ―preguntó Cass, haciendo una nota mental para hablar con ese detective en algún momento.
―No, las deudas de mis padres no nos persiguieron, pero ayudar a mis hermanos puso un peso muy fuerte al inicio de nuestra relación, recién hace dos años pudimos comprar esta casa ―respondió David.
Cass asintió y se quedó en silencio pensando, encontrando sentido a cómo fue que la historia de Asa se descarriló hasta llevarla a un coma de más de quince años. El primer día que hablaron, la mujer le explicó que conoció a Mitsumasa Kido al tratar de robarle la billetera en la entrada de un elegante hotel en un periodo en que había estado viviendo en las calles. El mayordomo del hombre la atrapó, pero el millonario se compadeció, decidiendo ofrecerle comida y techo junto a él en lugar de llamar a la policía. Asa se sintió deslumbrada con el gesto y fue incapaz de distinguir el peligro al que se expuso al aceptar.
No tomó más de unos días del viaje de negocios del magnate para que la relación con la adolescente se tornara en algo más que simple ayuda. Kido la convenció de haber quedado prendado de ella pese a la diferencia de edad y que deseaba que lo acompañara a Japón. La joven no dudó y Cass pudo finalmente comprender la razón gracias a la conversación con David.
De alguna manera la menor de edad fue llevada a Japón en un avión privado, evadiendo cualquier control que debió impedir que saliera del país sin autorización de sus padres. Al instalarse en una de las propiedades de Kido en Tokyo comenzó a usar el apellido de soltera de su mamá: Ito. No pasó mucho tiempo antes de que quedara en cinta y el millonario decidiera que lo mejor sería reubicarla en una cabaña en las montañas donde podría relajarse en medio de la naturaleza mientras era atendida por algunos de sus empleados.
Ikki, el hijo mayor de Asa nació y fue ahí que ella comenzó a percatarse que en realidad no tenía libertad. Kido no la dejaba salir sin una escolta, no podía inscribirse a clases o buscar empleo, se encontraba completamente aislada. Las promesas de que la llevaría a vivir a la mansión y la presentaría en sociedad nunca se cumplieron, pero ella temía levantar la voz y quejarse; no quería quedar abandonada en un país al que ya no reconocía y menos con un bebé en brazos.
Su hijo fue la única compañía real que tuvo por dos años fuera de las eventuales visitas de Kido quien cada vez se notaba menos interesado en ella. Fue en un arrebato de valor que decidió escaparse llevándose a Ikki con ella, logrando regresar a los Estados Unidos sin ser perseguida por el poderoso hombre.
Cass estaba convencida que Kido debió dejarla ir, no había manera que una persona de su edad con un niño pequeño pudiera haber subido a un avión sin algún tipo de influencia moviéndose detrás de los telones. El hombre ya se había aburrido de Asa y era una forma de librarse de la joven sin ocasionar escándalos.
Asa no se sintió capaz de volver a casa de sus padres y acabó en el refugio de mujeres, enterándose poco después de su segundo embarazo. Con apoyo del lugar consiguió un trabajo y un departamento subsidiado por el estado. Dio a luz a John, su segundo hijo, consiguiendo el empuje necesario para enderezar su vida y salir adelante, cosa que consiguió por un tiempo hasta que su pasado decidió regresar a tocarle la puerta por algún motivo desconocido.
―Mi hermana va a ir a buscarlo ―dijo David rompiendo el silencio que se había formado los últimos minutos.
―Kido está muerto y Asa sólo recuerda a sus hijos de muy pequeños ―replicó Cass torciendo el labio con fastidio―. Además, no puede aparecerse en la vida de un joven, así como así... o al menos no sin investigar un poco más.
―Debe haber algo que se pueda hacer ―presionó él llevándose las manos a la cabeza―. Mi hermana estuvo en coma por años y no pude hacer nada y mis sobrinos...
―No he dicho que vayamos a quedarnos de brazos cruzados, mientras más investigo las cosas se ponen peor, por lo que hay que ir preparados ―explicó ella sin animarse a compartir más.
Esa tarde, durante su hora de almuerzo, recibió la llamada de la oficina de registros explicándole que no había nada sobre el hijo de Asa, ni tampoco parecía que hubieran robado la partida, la correlación numérica era adecuada, no había ningún expediente desaparecido. Llevaba semanas tratando de dar con el documento y era como si nunca hubiese existido en primer lugar, lo cual le hacía pensar que alguien había invertido mucho en borrar la existencia a ese bebé.
. .
Algo que solía exasperar a Cass era la hipocresía y el administrador de uno de los lujosos hoteles de la ciudad apestaba a ella. No tenía la esperanza de que colaboraran con ella, no estaban obligados a hacerlo. Sin embargo, debido a la actitud de superioridad, el fastidio no era menor.
Un detalle de vital importancia era corroborar que Kido hubiera estado presente en las fechas y lugares que Asa le contó y aunque gracias a viejos periódicos pudo confirmarlo, le incomodaba de sobremanera no poder ratificarlo con los archivos del hotel. En algún momento si lograba conseguir una orden policial, volvería en persona a buscar al hombre que la atendió para aplastarle el documento en la cara.
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