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Mariposa negra (III)

Christopher fue bastante claro la noche anterior, podía hacer todo el papeleo que quisiera, pero el caso era oficialmente una investigación policial donde ella tenía poco que hacer. La respuesta general no le gustó, aunque no era algo tan lejano a lo que esperaba, sabía que no era un caso en el que pudiera hacer mucho, pero no pensaba ignorar a la mujer por ello. Asa llegó a los servicios sociales por desesperación, la policía no estaba haciendo mucho por ella, incluso estaba teniendo problemas para que al menos desempolvaran su caso. Sin embargo, nada le impedía hacer averiguaciones por su cuenta, no podría presionar a nadie por respuestas, pero eso no le impedía apelar a que algunas personas estuvieran dispuestas a colaborar sin necesidad de una orden judicial.

Debía volver a conversar con Asa para hacer una lista de personas a las que tendría que buscar, eran quince años de historia perdidos. No sería sencillo, pero lo fundamental era probar que los niños existieron. Eso obligaría a que la policía tuviera que reabrir el caso de forma oficial y gracias a que su despertar del coma fue noticia, confiaba que la idea de los medios de comunicación interfiriendo serviría como impulso para darle prioridad a la investigación.

Cass estacionó su camioneta frente a la dirección de contacto que Asa le dejó. Era la casa de su hermano y estaba viviendo ahí luego que le dieran de alta en el hospital. Cuando se acercó a la puerta de entrada notó que los escalones que debían llevar al pórtico habían sido reemplazados por una rampa improvisada.

Suspiró con incomodidad, esperaba que Asa pudiera enfocarse en todo lo que recordara sobre su vida previo al ataque, pero sabía que las condiciones en las que debía estar viviendo podían distraerla. Era obvio que la casa no se construyó pensando en el acceso de una persona con discapacidad y el interior debía contar con un diseño que no tomaba en cuenta el espacio que necesitaba una silla de ruedas para maniobrar.

Tocó el timbre y esperó.

―¿Sí? ―atendió un muchacho que debía de rondar los trece años.

―Mi nombre es Casandra Stevens, de servicios sociales ―se presentó, cuidando que su postura no resultara amenazante gracias a su estatura sumada a los tacones―. Vengo para conversar con Asa Miller, ¿se encuentra en casa?

―¡Papá! ―llamó el muchacho y se retiró, dejando la puerta abierta.

Cass escuchó un par de gritos que sin dudas eran los de un padre frustrado por las respuestas monosilábicas del casi adolescente que vivía bajo su techo.

―Perdón ―se disculpó un hombre de apariencia cansada y prominentes ojeras―. Mi hijo parece haberse olvidado por completo de sus modales, no suele comportarse así, se lo aseguro.

―A esa edad todos lo hacemos ―replicó sonriendo un poco―. No vengo en asuntos oficiales, sólo para conversar con su hermana ―explicó, a veces sentía que su presencia aterrorizaba a los padres que no tenían nada de qué preocuparse.

―David Miller ―se presentó extendiendo la mano derecha, invitándola a que pasara a su casa.

Cass esperó en una pequeña sala, donde al instante en que se sentó pudo escuchar el chirrido de la silla de ruedas de Asa acercándose. La mujer era su foco, pero conocer un poco más de la situación familiar al momento en que quedó en coma también era necesario, sabía que por los quince años la habían dado por desaparecida o incluso muerta.

―¿Por qué te demoraste tanto? ―se quejó la mujer con los ojos enrojecidos y algo agitada―. ¡Pensé que nos reuniríamos ayer como prometiste!

―Como el caso no es oficial aún surgieron ciertos inconvenientes que requirieron mi atención en el trabajo ―explicó frunciendo las cejas, si pensaba que recibiría una disculpa de su parte con esa actitud estaba muy equivocada. En su primer encuentro no lo notó, pero la expresión con la que la miraba y su comportamiento le hicieron sentir que estaba frente a una adolescente y si lo meditaba, quizás aún lo era, estar en coma por quince años no te hace madurar mágicamente.

―¡Dijiste que lo tomarías! ―exclamó con desesperación.

―Por eso estoy aquí, pero no es a mí a quien debemos convencer para hacerlo oficial ―habló con calma, mentalizándose que sería una larga y tediosa conversación―. Hay mucho que necesito que me cuentes, detalles, nombres, lo que sea que puedas recordar.

―¡Ya te dije lo que pasó!

―Y volverás a contármelo y luego lo tendrás que hacer treinta veces más con la policía ―dijo Cass, manteniendo la mirada fija en la mujer―. Eres la que estuvo ahí, no es lo mismo haber vivido un evento que saber qué ocurrió por un relato, puede que sientas que ya dijiste todo lo que sabías, pero para quien te escucha la imagen nunca será tan clara a menos que te asegures de transmitirlo todo, incluso los detalles que no te parezcan relevantes.

―¿Acaso quieres el nombre de mis vecinos o si tenían perro?

―Lo del perro quien sabe, pero sí, necesito saber de tus vecinos ―respondió Cass encogiéndose de hombros―. No soy policía, pero lo que me estás pidiendo implica un trabajo similar, estamos hablando de más de una década, no es tan sencillo como ir a tocar puertas y preguntar qué pasó hace una semana. ―Suavizando la mirada dejó que su cuerpo se relajara―. No va a ser fácil y sé que no es justo luego de lo que te ha tocado, pero si quieres recuperar a tus hijos va a ser una batalla cuesta arriba. ―No pudo ser tan honesta como deseaba, porque la verdad completa también debía incluir la opción de que estuvieran muertos.

. .

Luego de una larga y agotante charla con Asa, Cass consideró que tenía suficiente información como para comenzar a hacer averiguaciones por su cuenta. Lo primero que necesitaba era verificar que los pequeños fueran reales y para eso tenía que encontrar gente que los recordara, algo para nada sencillo tras quince años. Podía imaginar que si conseguía un par de testigos que lo corroboraran, la cabeza de alguien iba a correr por el suelo en el departamento de policía, dos infantes desaparecidos no eran un detalle sin importancia.

Dejar su auto estacionado en frente del viejo edificio de departamentos donde Asa había vivido no le daba mucha tranquilidad. Estaba acostumbrada a hacer visitas a barrios de gente de pocos recursos, pero sabía que la zona en la que se encontraba era territorio disputado entre dos pandillas locales. Cuando anotó la vieja dirección, comprendió en buena medida por qué nadie ahondó más en la investigación de lo ocurrido, seguramente se asumió que la muchacha había sido pareja de algún pandillero y terminó siendo atacada como acto de una venganza.

Una mujer de mirada cansada y grandes ojeras abrió la puerta de mala gana cuando Cass tocó en el que había sido el departamento de Asa en el cuarto piso. Entre la música de radio a volumen elevado, el llanto de un par de pequeños y un fuerte olor a comida quemada, Cass recibió una respuesta clara; la actual inquilina no sabía nada sobre quienes vivieron ahí en los últimos años. Sin darle mucho espacio a más preguntas, le cerró la puerta en la cara, sólo comentándole que la anciana del departamento 101 llevaba viviendo ahí por décadas y quizás ella sabría algo.

Cass torció la boca con molestia, pero respiró profundo para relajarse, sabía que no iba a ser sencillo encontrar alguna pista.

El decorado exterior del departamento 101 era llamativo, el lugar parecía ofrecer una variada gama de servicios esotéricos: Madame Benoit era la adivinadora residente según los múltiples carteles descoloridos que decoraban las ventanas enrejadas.

―Adelante, estaba esperando tu visita ―habló una voz femenina abriendo la puerta con lentitud luego de unos momentos que Cass tocara.

―¿Estaba esperando a servicios sociales? ―bromeó cuando se aseguró de tener buena parte del cuerpo en el interior.

―¿Qué? ¡Yo no tengo ningún niño aquí! ¡Vivo sola! ―exclamó una mujer ataviada en varios chales prendiendo la luz de la sala, destruyendo por completo la atmosfera mística que construyó con unas cuantas velas e inciensos.

―Sólo quiero hacerle unas preguntas.

―A menos que seas policía y tengas una orden puedes irte ―replicó con voz rasposa, cruzándose de brazos.

―Es sobre Asa Miller, tuvo un accidente hace unos quince años.

―¿Asa? ―repitió la mujer con extrañeza, relajándose un poco―. ¿Ese era el nombre de verdad de la del cuarto piso?

―¿Cómo la conocía?

―Melissa Smith. Sabía que no era real, cuando recién llegó la acompañó una muchacha de esas que trabajaban en el refugio para mujeres.

―¿Tenía hijos?

―No lo sé ―respondió desviando la mirada.

―¿Qué tal si le pago por una visión al pasado? ―preguntó Cass con una sonrisa de medio lado y bajando el interruptor de la luz para que la velas volvieran a reinar en la habitación.

―¡Ah! Puedo garantizarte que has venido al lugar adecuado, Delphine Benoit no tiene clientes insatisfechos ―accedió, a la vez que su voz retomaba un tono misterioso e invitaba a Cass a sentarse frente a ella en una mesa redonda decorada con un largo mantel.

Cass colocó una grabadora sobre la mesa y cuando recibió un ligero asentimiento como muestra de permiso comenzó a grabar la conversación.

Madame Benoit sabía poco de la mujer que conoció como Melissa. La describió como una jovencita sumamente atractiva, reservada y que siempre miraba hacia atrás, como si esperara que algo fuera a aparecer entre las sombras cuando salía de su departamento. Confirmó que tenía dos hijos pequeños y pese a que no era capaz de recordar los nombres, no dudó un segundo al mencionar que el menor de ellos era el bebé más precioso que jamás hubiera visto. Sin embargo, lo que sí podía relatarle con más detalle fue el día del accidente; lo recordaba con asombrosa exactitud ya que ese fue el día en que se convenció de tener el don.

Cass observó a la mujer en silencio y trató de que su entrecejo no se frunciera demasiado ante tal declaración y la sobriedad con la que habló.

―Era de madrugada y sentí un horrendo escalofrío ―explicó acomodando uno de sus chales―. Todo quedó en un silencio antinatural. Fue cuando me asomé con cuidado por la ventana que logré ver a la niña avanzar con dirección a las escaleras.

―¿Niña?

―Una pequeña de no más de cuatro, cabello largo y oscuro como la noche ―describió con incomodidad―. Llevaba un vestido anticuado y al diablo en los brazos.

―¿Qué tiene que ver la niña con lo ocurrido con Asa? ―preguntó Cass tratando de redirigir la conversación a lo que le importaba, no estaba ahí para recolectar experiencias sobrenaturales o alucinaciones.

―Fue cuando la perdí de vista que escuché el grito de Melissa ―respondió Delphine bajando la mirada―. Fue como si el mundo volviera a la vida, la niña regresó sobre sus pasos y comenzó a alejarse del edificio aun cargando ese bulto infernal. Sentí a alguien correr, pero no vi a nada más, luego varios de los vecinos comenzaron a asomarse con cautela, pero nadie se atrevió a ir a investigar, la policía llegó cerca de una hora después.

―¿Una hora?

―Todos aquí sabemos que llamar a la policía es invitar problemas. Es un milagro que Melissa lograra sobrevivir hasta que llegó la ambulancia.

―¿Qué les dijiste cuando tomaron tu testimonio?

―Lo mismo que a ti, pero a diferencia tuya ni se gastaron en terminar de escucharme, creo que hasta botaron las pocas notas que tomaron al inicio.

Cass asintió y agradeció por la conversación. Al menos había confirmado la existencia de los pequeños, algo que hasta ese momento estaba asumiendo como cierto sólo bajo la palabra de Asa. Su postura era distinta a la de los policías, pero comprendía que uno de los grandes obstáculos para que la investigación tomara fuerza era la poca credibilidad que tenía la mujer tras años de haber estado en coma.

―Sé que crees que la niña es intrascendente, que lo imaginé ―habló Delphine al detenerse frente a la puerta de entrada antes de abrirla y tomar a la rubia por el antebrazo―. Pero debo advertirte que estás revolviendo territorios oscuros.

―Eso lo sé ―afirmó con seguridad, pero a diferencia de la adivina, creía que el demonio que asechó esa noche llevaba saco y corbata.

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