Mariposa negra (II)
Las mañanas infernales no eran algo inusual en la vida de Cass, pero esa en particular estaba comenzando a tomar niveles apocalípticos para su salud mental.
Comenzó con una inesperada lluvia matutina cuando estaba regresando luego de haber cumplido con su objetivo de salir a correr por media hora. Con la maratón de Boston del año ya finalizada no tenía sentido mantener el nivel de las semanas previas, no era lo más saludable seguir forzando su cuerpo ni tampoco tenía el tiempo para llevar ese ritmo por un periodo tan prolongado.
Cuando anunció que tomaría el caso Miller su jefe casi se murió, el hombre no deseaba meterse en un lio de quince años que incluía a la policía y una posible batalla de nivel internacional. Si bien no podía ordenarle que lo dejara pasar, por su expresión ya sabía que iba a hacerle la vida difícil y sin dudas comenzaría a planear cómo eliminar cualquier opción para que ella pudiera tomar la jefatura cuando él se trasladara.
Sus casos activos tampoco mejoraron su día. Los dos niños abandonados en el motel habían intentado escaparse de la casa de acojo en la que se les dejó temporalmente y los detuvieron a punto de embarcarse con destino a Sioux Falls en Dakota del Sur. El mayor se negó a revelar para qué pretendían viajar una distancia tan larga y mucho menos explicó de dónde consiguieron el dinero para pagar por el viaje. Las horas de investigación de ella, sus compañeros y la policía dieron algo de frutos. Los dos pequeños eran hijos de John Winchester, un exmarine que había perdido a su esposa en un incendio años atrás. Durante casi siete años habían estado viviendo sin dirección permanente y lo único seguro era que el hombre no pensaba retornar a la natal Lawrence, Kansas de sus hijos.
Cass deseaba invertir más tiempo con ellos, en especial con el menor que se veía mucho más dispuesto, pero tenía otros casos donde los niños se encontraban en un peligro mayor que el haber sido dejados en un motel. Quería encontrar a ese John Winchester para hablar y llegar a algún acuerdo en el que no tuviera que perder la custodia de sus hijos, siempre que era posible le gustaba mantener a las familias juntas.
Sus otros casos siguieron la misma línea problemática. Niños que no se adaptaban a sus hogares de acogida, padres que recaían en alcohol o drogas y abogados que eternizaban procesos. Pero también le tocó la cereza del pastel; si algo podía generar que perdiera la compostura era cuando le avisaban que alguna madre había decidido tomar a sus hijos y regresar a vivir con el padre o novio abusador. Sabía que era más complejo que una mala decisión, sus años de estudio se lo recordaban, pero la parte emocional de su cerebro ladraba rabiosa.
En su descanso a medio día aprovecho para ir a registros públicos para empezar a recolectar algo de información sobre el caso Miller. Pidió el acta de nacimiento del menor de los hijos de Asa, ese había nacido en los Estados Unidos y su documentación sería uno de los tantos papeles que debería conseguir. No se sorprendió demasiado cuando le informaron que tendría que regresar otro día ya que tenían problemas para dar con la partida.
Había pensado reunirse con Asa esa tarde, pero se vio obligada a cancelar la cita cuando minutos después de regresar de su hora de almuerzo recibió una llamada para atender un tema urgente del grupo de ayuda para gente que vivió en el sistema de acogida que formó meses atrás. La idea era apoyar a quienes se encontraban con la cruda realidad que significaba cumplir los dieciocho y ser considerado un adulto al que ya no se le brindaría siquiera la precaria ayuda que muchos niños recibían. Pocos tenían relaciones sociales fuertes que les sirvieran de apoyo o personas con quienes compartir experiencias en un ambiente donde pudieran sentirse identificados y comprendidos. Ella misma estuvo en esa situación cuando era joven y si bien al final encontró un lugar al que pudo llamar hogar, fueron varios años que dejaron sus marcas a la ya complicada situación por la que se vio bajo tutela del estado.
Una persona normal pediría vacaciones o al menos no se lanzaría de cabeza a tomar casos complicados que sólo iban a sumar más estrés, pero el estar ocupada haciendo algo provechoso era la forma en que sobrellevaba sus propios traumas de la infancia.
. .
Cuando Cass ingresó a Celestino el ambiente cálido de las luces amarillas y la suave música de violín del restaurante lograron que por unos instantes se relajara tras el pesado día de trabajo. No había tenido tiempo de cambiarse así que llevaba un conjunto de falda y saco a cuadros acompañados por una blusa blanca que le daban la apariencia errónea de estar ahí para una reunión de negocios. Al instante la anfitriona tomó su nombre y la llevó hacia la mesa en donde la esperaba Christopher Thompson, el orgulloso poseedor de una frondosa barba que llevaba corta pero sumamente cuidada, junto con una botella de vino tinto.
―Debí haber traído la cámara ―bromeó al verla, poniéndose de pie, esperando que ella tomara el asiento al frente de él en la mesa para dos―. Cassandra Stevens no parece lista para posar en la portada de una revista.
―Por favor ―bufó como respuesta con una media sonrisa―. Incluso así puedo conseguir mi portada ―agregó, dejando que su largo cabello rubio se meciera luego de colocarlo sobre su hombro al momento de sentarse.
―Tendrías que dejar que esa melena tuya pase por las manos de un estilista para hacerla voluminosa ―acotó divertido.
―Si eso ocurre tendrías que ir a sacarme de alguna estación policial ―remarcó sin perder el humor, llevaba el cabello lacio y no pensaba dejar que nadie lo arruinara con químicos y laca.
―Por algo soy el abogado de la familia. ―Christopher buscó con la mirada al mozo para darle a entender que estaban listos para ordenar―. Supongo que por eso me pediste para salir a conversar.
―Linguini con langostino ―ordenó ella dándole sólo una mirada rápida al menú antes de dejarlo a un costado.
―Farfalle con salmón ahumado y salsa de mascarpone ―pidió Christopher, entregando el menú al mozo con una sonrisa.
―Si mi pan al ajo no llega voy a estar muy decepcionada ―comentó Cass divertida.
―Lo pedí junto con el vino ―replicó él negando con la cabeza, tomando la botella para servir la bebida en las copas―. Papá se queja que no hayas ido el fin de semana pasado a casa ―comentó―. Y ya sé que estás ocupada, él sabe que estás ocupada, justo por eso está preocupado, cree que estás trabajando más de lo que ya sueles hacer y eso es excesivo.
―Nada que no pueda manejar ―replicó con suavidad. Los Thompson fueron su última familia de acogida y los que lograron sacarla de la inclemente rueda del sistema social―. Este fin de semana estaré por ahí.
―¿En qué lio te has metido ahora? ―preguntó él con curiosidad.
―Aún no me meto, quiero corroborar contigo hasta dónde puedo presionar y por dónde ―respondió con anticipación, podía sentir que el caso Miller se complicaría y sus sentidos estaban ansiosos por los retos que vendrían.
―Estás picando mi interés ―admitió él.
―¿Qué sabes de Asa Miller? ―preguntó, en preparación para lo que sería una conversación en la que por simple confidencialidad tendría que evitar ser muy precisa con nombres.
Me tomó un poco encontrar a la autora de este fanart (Lo malo de internet es que con el tiempo estas cosas las compraten tanto que ya no se sabe cuál es la fuente original)
Pasen por la página de LoveShun01 en DeviantArt para ver más de sus trabajos y una versión de mejor calidad y mayor tamaño: www.deviantart.com/loveshun01
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