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CAPÍTULO 9


De vuelta a la cervecería donde Alexandre había dejado la moto se encontraron nuevamente con el grupo de hombres que jugaba dominó, disfrutaban de cervezas heladas y contaban algunos chistes.

—¿Cómo sigue el juego? —preguntó Alexandre interrumpiendo la partida.

—Breno ya me debe cervezas para lo que me resta de vida —respondió Orlando.

—Lo que quiere decir que no vivirá mucho, después de todo —comentó Gustavo y todos soltaron sendas risotadas, que contagiaron a Elizabeth.

En realidad, ella esperaba que el viejo de Breno viviera unos cuantos años más.

—Juega una partida. —Lo animó Breno.

Alexandre miró a Elizabeth, pidiéndole permiso con la mirada. Sabía que no podía obligarla a permanecer en algún sitio si no le gustaba. Ella le asintió sonriente.

—¿Y la señorita malos gustos no juega? —preguntó Orlando.

—No, realmente no sé jugarlo, pero puedo mirar —dijo con amabilidad.

Gustavo se levantó para darle el puesto a Alexandre y se ubicó en el asiento de espectador. Elizabeth iba a sentarse al lado del hombre de pelo y cejas blancas y nariz aguileña cuando Alexandre le sujetó la mano.

—Ven aquí, jugaremos juntos mientras te explicó. —La condujo hasta sentarla entre sus piernas, al borde de la silla—. ¿Estás bien ahí? —Le preguntó al oído.

—Sí, muy bien —dijo cómoda y con la mirada puesta en cómo Breno mezclaba las fichas de cara a la mesa.

—Agarra siete fichas —pidió Alexandre.

Elizabeth eligió con más lentitud de lo que lo hicieron los demás, pero lo cierto era que estaba emocionada ante la novedad de lo que vivía.

—Acomódalas aquí —solicitó, mirando por encima del hombro de ella—. Esos viejos tramposos no pueden ver tus fichas —avisó con la vista fija en sus amigos.

—Entiendo —respondió ella con esa indeleble sonrisa de satisfacción.

—Aquí el más tramposo eres tú —dijo Orlando expulsando el humo del cigarrillo que disfrutaba.

—Carlos, trae dos cervezas más —pidió Breno al que atendía la cervecería.

Elizabeth quiso negarse cuando le pusieron la botella al lado, pero al ver que Alexandre no la rechazó no dijo nada.

El juego inició, el primero en mostrar una ficha fue Orlando, seguido de Breno, y luego fue el turno para Elizabeth, a quien Alexandre le dijo qué ficha sacar.

A pesar del insistente ruido de los autos y las motos, de las personas pasando y los diferentes géneros musicales que provenían de muchas partes, Elizabeth consiguió entender el juego y concentrarse en este, ganando confianza no solo en tomar la decisión sobre la ficha que mostraría, sino también para conversar con sus oponentes, los que la mayoría del tiempo le sacaban sonoras carcajadas.

El tiempo pasó muy rápido, jugó unas cuantas partidas y ganó un par de cervezas, de las cuales solo bebió una, porque constantemente pensaba en su propósito para el carnaval, y porque no quería arruinar todo el trabajo que había conseguido junto a Alexandre.

Se despidieron en medio de risas y abrazos, sintiéndose más en confianza con ellos y prometiendo volver. Subió a la moto y se abrazó a Alexandre.

—¿Quieres ir a comer a algún sitio? —Le preguntó antes de arrancar.

—No, en el apartamento tenemos suficiente comida envasada... Mi plan es que vayamos a descansar, quizá veamos una película.

—Es un buen plan —dijo él, admirando cómo ella le plantaba un beso en el hombro.

Alexandre puso la moto en marcha, y gracias a la destreza con la que contaba para esquivar los autos y meterse por muy buenos atajos llegó en pocos minutos a su destino.

Se ducharon, y al salir del baño Elizabeth decidió buscar la película, mientras Alexandre calentaba la comida.

Terminaron en el sofá, cenando mientras veían una película nacional de acción y suspenso, en la que se sumergieron totalmente, hasta que el teléfono de Elizabeth repicó, interrumpiendo la concentración de ambos.

—Seguro es mi mamá —dijo levantándose y corrió en busca de su teléfono, al tiempo que Alexandre pausaba la película.

No era su madre sino Luck, quien inevitablemente la hacía feliz con el simple hecho de querer comunicarse con ella, sin pensarlo le contestó.

—Hola, uomo bellissimo —saludó caminando de regreso al sofá—. ¿Cómo estás? —preguntó y miró a Alexandre. «Es Luck», gesticuló exageradamente para que le entendiera.

—Hola, gata, estoy bien...

—¡Te extraño! —Chilló entretanto se sentaba en las piernas de Alexandre, ponía los pies sobre el sofá y con sus dedos jugueteaba en los rizos que caían sobre su nuca.

Él le puso la mano en la rodilla, fue subiendo con una lenta caricia y miraba a ese rostro de muñeca de porcelana que lo tenía enamorado y lo hacía sentir el hombre más afortunado del mundo.

—Yo también, no te imaginas cuánto, sobre todo hoy, que ha sido un día bastante difícil.

—¿Por qué? ¿Qué pasó?

—Unos impertinentes periodistas no pararon de acosarme.

—Pobre, cariño, ¿qué hiciste que te están hostigando? —preguntó sonriente.

—La pregunta es: ¿qué hiciste tú?

—Te juro que me he portado bien, Alexandre puede dar fe de ello. —Le frunció la nariz al hombre a su lado, que empezaba a ser travieso, porque su caricia ya había abandonado la pierna y se paseaba por su abdomen e iba en ascenso.

—Evidentemente podrá dar fe, porque es uno de los involucrados —masculló al otro lado de la línea.

—Ahora sí que no te estoy entendiendo —dijo confundida.

—Es mejor que vayas a las publicaciones de Ana en su cuenta... Está claro que algún curioso llegó a ella por ti, y ahora están pidiendo explicaciones.

—No entiendo, Ana... ¿Aninha? —preguntó sin poder hilar la más remota idea de lo que le decía Luck.

—Sí, tu casi hermana, Aninha.

Apretó con fuerza los rizos de la nuca al sentir cómo él le apretaba un seno y jugueteaba con su pulgar en el pezón.

—¿Te metí en problemas? Sigo sin entender qué fue lo que hice.

—Realmente no les he dado importancia, solo que creo que esto nos concierne a los dos.

—Deja que vea lo de Ana y te devuelvo la llamada.

—Es mejor que lo hagas sí. —Fue él quien cortó.

Elizabeth inmediatamente se fue a la cuenta de Ana y revisó sus últimas publicaciones, ahí estaba, era un video de la noche anterior, donde aparecía ella disfrutando de la presentación, pero Elizabeth sintió que estaba a punto de vomitar el estómago.

—¡Ay mierda! ¡Mierda! —exclamó quitándose la mano de Alexandre del pecho de un tirón y se levantó como si su marido se hubiese convertido en un fuerte campo de electricidad.

—¿Qué pasó? —preguntó él aturdido.

Elizabeth se pasó la mano por el rostro con desesperación, antes de mirar una vez más el vídeo. No había dudas, ahí, entre la gente que bailaba aparecía ella, casi succionándole el alma a Cobra por la boca.

Estaba segura de que Ana no lo había hecho con mala intención, probablemente ni siquiera se había percatado de que decidió publicar justo ese video en el que ella aparecía tan apasionada con otro hombre que no era Luck.

Supuso que llegaron a Ana porque ella la etiquetó en varias publicaciones la noche anterior. No tenía caso llamarla ni reclamarle nada, solo debía afrontar la situación.

—Esto. —Exhaló para encontrar un poco de calma, y volviendo a las piernas de Alexandre le mostró el video.

—¿Por qué te alarmas tanto?, ¿no quieres que nos vean juntos? —preguntó sintiendo que una mezcla de decepción y molestia lo embargaba.

—No, no es eso, Alex... Es que se supone que Luck y yo seguimos siendo novios, no hemos hecho público nuestro supuesto rompimiento... No sé si me entiendes —habló con la mirada atormentada puesta en sus ojos.

—Eso creo, pero ¿por qué no lo haces público y ya?

—Ahora tenemos que hacerlo, pero no se suponía que sería de esta manera. —Suspiró ruidosamente—. Llamaré a Luck. —Le avisó. Esperó varios segundos mientras le acariciaba el pómulo a Alexandre, ese en el que estaba la ligera sombra de la cicatriz—. Lo siento, lo siento, cariño. —Se lamentó—. Voy a solucionarlo...

—Elizabeth, puedes estar tranquila, solo te llamé para avisarte, porque sospeché que no lo sabías.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer ahora?

—Diremos que terminamos hace un par de meses, pero que seguimos siendo buenos amigos.

—Está bien, me parece coherente. —Soltó una risita nerviosa—. Bueno, no es para nada coherente...

—No lo es, pero ¿qué mierda importa?... Ni siquiera tendríamos que dar explicaciones, porque es nuestra vida privada y podemos hacer con ella lo que nos dé la gana.

—Gracias, cariño. Entonces..., terminamos hace un par de meses e igual seguimos siendo amigos, ¿cierto?

—Sí, con eso es suficiente, y no te preocupes, sé que ahora mismo tienes problemas más serios en tu cabeza.

—Siempre tan compresivo, por eso te adoro... Cuéntame, ¿cómo está todo por allá? —preguntó más aliviada.

—Igual que siempre, aunque Violet vino a visitarme. No había vuelto a saber de mí y quería asegurarse de que seguimos siendo amigos. No quise ir a tu casa, porque con la suerte que tengo posiblemente estampo mi nariz contra el puño de tu padre.

—¿Sabes que vino a buscarme?

—¿En serio? Tu padre no puede comprender que ya no eres una niña.

—Sí, me sorprendió en la entrada del edificio de Alexandre...

—Imagino tu susto.

—Ni te lo imaginas, estaba que me moría de los nervios, pero mantuve mi postura... Luck, es que siento que si no lo hago seguirá creyendo que tiene control sobre mí.

—Haces muy bien en mantenerte firme. Sé que lo amas y él te adora por encima de todas las cosas, solo que esa adoración algunas veces lo ciega...

—Eso lo tengo muy claro. —Suspiró ella—. Te mentiría si te digo que no lo extraño, pero fue él quien decidió no hablarme... Ojalá fuese la mitad de comprensivo que mi mamá o mi abuelo, que es tan lindo... Conoció a Alex y lo aceptó. —Le sonrió y recibió el mismo gesto.

Elizabeth permaneció al teléfono por más de media hora, poniéndolo al día con todo lo sucedido desde la última vez que habían hablado. Conversar con él siempre había sido tan relajante, puesto que era extraordinario escuchándola y dándole consejos. Estaba segura de que si sus tendencias sexuales pudieran corresponderle serían la pareja perfecta, porque verdaderamente se amaban, con un amor que nadie podría comprender.

—Veo que todo se ha solucionado —comentó Alexandre, que no quiso intervenir en la conversación.

—Sí, te envió saludos.

—¿Estás más tranquila?

—Mucho... Realmente Luck tiene razón, no estamos obligados a compartir nuestra vida privada con nadie.

—Es lo más sensato que ha dicho el muñeco desde que lo conozco —comentó apartándole el pelo de los hombros y echándoselo hacia atrás.

—No seas odioso... Luck ha sido bueno contigo.

—Porque no escuchaste la amenaza que me hizo.

—¿Te amenazó? No lo puedo creer, Luck no es así.

—Entonces no lo conoces bien —intervino muy serio.

Elizabeth se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, tenía ganas de llamar a Luck para confrontarlo. Alexandre no merecía que todos lo vieran como el malo de la historia.

—¡Es mentira! —soltó en medio de la risa.

—¡Estúpido! —Le golpeó el pecho—. No me dan risa tus bromas... —reprochaba cuando estalló en carcajadas, porque él empezó a hacerle cosquillas—. Ya, para... ¡Ay no! ¡No! —suplicaba en medio de su estruendosa felicidad, pero él seguía atacándola.

En poco tiempo ella estuvo contra el sofá, dándole la pelea, tratando de librarse de las traviesas manos, retorciéndose y carcajeándose a más no poder, pero lo cierto era que no podía quitárselo de encima.

—Alex, ya, por... favor. —Volvía a estallar en carcajadas.

Repentinamente unos fuertes jadeos y un ruidoso encuentro de cuerpos los hicieron detenerse en seco, ambos volvieron la mirada a la pantalla del televisor, donde una escandalosa escena pornográfica ensordecía el lugar.

—El control, ¿dónde está el control? —preguntaba Alexandre, alarmado porque los jadeos de la mujer pidiendo más y diciendo palabrotas tenían que llegar hasta los oídos de Marques.

—¡Ay por Dios! ¿Qué es eso? —preguntó Elizabeth en medio de risas, al tiempo que se levantaba del sofá, pero sin quitar la vista del televisor.

—El control. —Seguía buscándolo Alexandre, hasta que lo encontró.

—Déjalo, solo bájale el volumen —pidió Elizabeth fascinada con la escena.

—¿Estás segura? —dijo enmudeciendo la desvergonzada programación. Imaginaba que se había cambiado de canal en medio del jugueteo.

—¿Cómo tienes esas cosas ahí? —interrogó divertida.

—Bueno, soy hombre, algunas veces necesitaba algún tipo de estimulación para desahogarme —explicó y se rascaba la nuca—. Creo que el vecino no estará para nada contento.

—Ay, yo no soy tan chillona. —Entrecerró los ojos y se acomodaba el desordenado pelo.

—Casi —argumentó él—. ¿Ya puedo quitarlo? —interrogó.

—¿Te incomoda?

—No, me excita —respondió sin tapujos.

—¿Y para que me tienes aquí? —Se quitó la camiseta de él que llevaba puesta, quedándose solo con la tanga.

Alexandre miró sus pezones erectos, percatándose de que la película la ponía a mil. De una zancada estuvo con ella y le cerró la cintura.

—No sé por qué pensé que podrías escandalizarte.

Elizabeth bufó y se puso de puntillas para abrazarle el cuello.

—Algunas veces eres muy anticuado. —Frunció la nariz divertida y después la frotó contra la de él—. ¿Te parece si doblamos a los actores?

—Me parece... Siempre tienes muy buenas ideas. —Movía la cabeza afirmando y juntando ligeramente las cejas.

—Hagámoslo entonces, y tienes que durar lo mismo que el actor. —Le pidió con pillería y Cobra soltó una corta carcajada inundada de incredulidad—. ¿Qué?, ¿acaso no puedes?

—Bien sabes que no, ese tipo se habrá tomado unas cuantas pastillas, además de que esas películas las editan muy bien, hacen cortes para que se repongan y vuelven a grabar, sin mencionar que repiten la misma escena desde diferentes ángulos... Así que no me pidas imposibles, es más fácil bajarte la luna.

—Con un orgasmo me conformo. —Se mordió provocativamente el labio.

Por lo menos la escena les ayudaba, porque los protagonistas estaban en un sofá, y ellos lo tenían.

La mujer estaba sentada sobre el hombre, cabalgándolo de espaldas a él. Ellos se acomodaron frente al televisor para repetir la escena, como si fuesen unos atentos aprendices.

Elizabeth se quitó la tanga y se subió encima de Alexandre, disfrutando de lo que estaba haciendo, pero también se atacaba de risa, tanto como él.

En ese momento el hombre puso a la actriz en el suelo, con el cuello prácticamente doblado y las piernas elevadas, mientras él la penetraba parado sobre el sofá, pero con las rodillas flexionadas para poder llegar a su objetivo.

—¡Ay no! Eso sí que no, es imposible. —Se quejó Elizabeth riendo.

—Sí se puede, ¿nunca lo has hecho?

—Así no, me dará tortícolis.

—Para nada, a ver... Acomódate. —Él la maniobró como si fuera una muñeca y consiguió que ambos imitaran esa visualmente difícil posición.

Elizabeth jadeó ruidosamente y estaba sonrojada, pero disfrutaba todo lo que sentía desde esa perspectiva. Para Alexandre no era difícil, ya estaba familiarizado con eso, fueron muchas las mujeres a las que tuvo que impresionar para que se dieran por bien servidas y le pagaran por sus servicios.

La sintió a punto de llegar al orgasmo, la sujetó por la cintura y la elevó, terminando Elizabeth encima de él una vez más.

Después de varios minutos, de que ella gozara en dos oportunidades del más divino estallido y de que él también se corriera en su interior tuvieron la certeza de que no podrían igualar a los de la película, ni por muchas ganas que se tuvieran.

Intentaron seguir viéndola un poco más, pero tanto sexo les fastidió. Apagaron el televisor, se ducharon y se fueron a la cama, porque ambos tenían que madrugar para continuar con el entrenamiento.

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