Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 5


Oscar despertó más temprano de lo normal, debido a los ruidos provenientes del gimnasio, sabía que era su padre quien estaba muy tenso, y podía jurar que era por la situación de Elizabeth. No había sido secreto para ningún miembro de la familia que había viajado a Río para traerla de vuelta a casa, pero regresó con las manos vacías, y taciturno.

Toda su vida viviendo con él le había hecho comprender que cuando estaba molesto, triste o mortificado casi no dormía y trataba de liberar estrés pasando mucho tiempo ejercitándose.

Se quedó mirando al techo, seguro de que pronto volvería a dormirse, pero algo en el centro de su pecho no le dejaba volver a conseguir el sueño, por lo que buscó su teléfono para entretenerse hasta que su madre entrara para avisarle que debía prepararse para ir a la preparatoria.

No le agradó mucho encontrarse con casi una docena de mensajes de Melissa, y no habían pasado ni ocho horas desde su última conversación. Decidió ignorarlos por algunas horas, suponía que no se daría cuenta porque debía estar durmiendo.

La quería, le gustaba mucho estar con ella, pero también sentía que lo estaba asfixiando; era demasiado intensa en sus emociones, algo con lo que verdaderamente no había contado.

En un intento por huir de ese tácito acoso salió de la cama y se fue al baño, se duchó, y mientras se lavaba los dientes pensó en ir a compartir con su padre, le daría la pequeña felicidad de entrenar con él, como tanto le gustaba, también porque de alguna manera quería hacerlo sentir bien, porque por más que intentara negárselo, se sentía culpable.

Se puso un chándal, se calzó sus zapatos deportivos y bajó al gimnasio. No estaba practicando capoeira, sino Muay Thai, con el saco y el muñeco de impacto.

—¿Necesitas una mano? —preguntó agarrando el escudo de boxeo.

Samuel se detuvo con el aliento quemándole la garganta y el pecho a punto de reventarle, sintiéndose gratamente sorprendido de ver a su hijo levantado tan temprano.

—Mejor calienta esos músculos. —Jadeó sonriente, sin mencionarle que estaba presenciando un milagro. Se pasó el antebrazo por la frente para retirarse el sudor que le estaba entrando en los ojos—. Agarra la cuerda.

Oscar la agarró y empezó a saltarla, aunque no tenía ni la mitad de la habilidad de su padre se esforzaba por mejorar, quizá si practicara más estaría más cerca de lograrlo, pero siempre estaba más concentrado en los videojuegos que en ejercitarse.

Hasta los doce años estuvo en una escuela de artes marciales, pero nunca le apasionó, por lo que terminó convenciendo a sus padres de abandonarla.

Unos cinco minutos fueron suficientes para calentar, después subió al cuadrilátero, donde su padre se puso los protectores y agarró el escudo, empezó a alentarlo para que golpeara y pateara con fuerza, haciéndolo recorrer cada esquina.

Cuarenta minutos después estaba totalmente agotado y a punto de tirar la toalla; sin embargo, todo agotamiento valía la pena, porque había conseguido que su padre se pusiera de mejor ánimo.

Le gustaba verlo lleno de esa energía que contagiaba a todos, esa forma de ser que impulsaba a querer ser como él, ese ejemplo a seguir que terminaba siendo insuperable, porque su padre era sencillamente el mejor.

Terminaron agotados, sin aliento, profusamente sudados y sentados en la lona, aliviando la resequedad de la boca con agua.

—Estuviste bien, pero necesitas practicar más —recomendó Samuel, admirando a su hijo despeinado, sudado y sonrojado.

—Lo intentaré. —Jadeó con el pecho adolorido—. Papá..., perdóname.

—¿Por qué? —preguntó confundido.

—Fue mi culpa, lo siento... Yo los presenté, no debí hacerlo. Si tan solo lo hubiese imaginado no le habría pedido a Eli que me llevara a la playa. Si no hubiese sido por mí hoy ella estaría aquí, con su familia —dijo con la mirada al suelo, se sentía muy avergonzado con su padre como para mirarlo a la cara.

—Oscar, no tienes que disculparte por nada, no tengo nada que perdonarte, las cosas pasan y ya.

—No, no es así, no debí presentarlos... Sé que estás triste y molesto porque Eli no está en casa, ya nada volverá a ser como antes.

—Ciertamente, pero eso no quiere decir que lo que pase sea malo. Sí estoy molesto, pero no contigo ni con Elizabeth; lo estoy con ese hombre que ha tenido el poder de manipularla, pero sé que en algún momento ella se dará cuenta de que no le conviene, que esa relación no tiene sentido... y regresará a casa. —Le palmeó la mejilla, consolando a su hijo y también tratando de consolarse a sí mismo.

—Lo consideraba mi amigo, pero ya no, traicionó la confianza que le di —confesó. Sabía que enemistarse con Cobra no era suficiente para hacer sentir bien a su padre, mucho menos para solucionar el problema, pero por lo menos tranquilizaba su conciencia.

—¿Te parece si vamos a tomarnos un buen batido de proteínas? —pidió Samuel, queriendo hacer a un lado el tema, porque no quería que su hijo siguiera sintiéndose culpable por decisiones que eran exclusivamente de Elizabeth, y porque le enfurecía revivir lo pasado en Río—. Anda, arriba, arriba. —Le dijo con energía. En cuanto estuvo de pie le pasó un brazo por encima de los hombros y abrazados salieron del gimnasio.

En la cocina pusieron todos los ingredientes que Samuel dictaba sobre la encimera de mármol.

—Mide seis claras —pidió entregándole el medidor para que vaciara del cartón de claras de huevo la cantidad exacta.

En la licuadora Samuel vertió leche, banana, avena y las claras de huevo, todo lo batió aproximadamente por un minuto y sirvió los vasos.

—Salud. —Chocó su vaso con el de Oscar—. ¿Cómo van las cosas con Melissa? —preguntó, interesado en la relación amorosa de su hijo.

—Bien —dijo escuetamente.

—¿Solo bien? —Usó un tono pícaro.

—Sí, nos vemos todos los días en clases, pasamos mucho tiempo juntos... Demasiado, diría yo. —Carraspeó y le dio un gran trago a su batido.

—Es normal que quieras pasar tanto tiempo con ella. Sin saber que estaba enamorado de tu madre quería pasar todo el día a su lado. Te invaden unas ganas casi incontrolables de querer conocerla en un solo día, aun así, veinticuatro horas no son suficientes y quieres más y más... Quieres saber todo de ella, qué es lo que hace cuando no estás a su lado...

—Eso me pasó las primeras semanas, ahora quiero tener más tiempo para mis cosas y mis amigos, pero Melissa quiere estar cada minuto pegada a mí. Ya no le agradan mis amigos y quiere tenerme controlado en todo momento —confesó, sintiendo que podía confiar en su padre.

—Eso no pinta muy bien. Es normal que a las mujeres que queremos no le agraden nuestros amigos, siempre los verán como una mala influencia; sin embargo, que tú te sientas agobiado en tan poco tiempo me hace tener la certeza de que la jovencita es algo intensa... ¿Muy emotiva? —preguntó frunciendo el ceño, sintiendo compasión por su hijo.

—Más o menos, creo que su necesidad de estar a mi lado y preguntar por todo lo que hago y hasta pienso es obsesiva.

—La pregunta es, ¿cuánto estás dispuesto a soportar?

—No lo sé, no creo que mucho —dijo rascándose la nuca.

—Lo importante es que te hagas respetar, si no quieres nada más con ella se lo dices y haces valer tu decisión... Espero que no le hayas hecho muchas promesas.

—No muchas... Papá, debo darme prisa o no llegaré a tiempo para la primera clase —comentó tratando de evadir esa conversación que empezaba a incomodarlo.

—Sí, sí... Ve, hijo. —Le palmeó la espalda y le permitió que se marchara.

Él se terminó su batido y subió a la habitación, encontrándose a Rachell saliendo de la cama.

—Buenos días, perezosa —saludó, tratando de mejorar la situación entre los dos, ya que había estado bastante tensa en los últimos días.

—Buenos días. —Todavía tenía la voz ronca—, veo que no me esperaste —dijo de camino al baño.

—No quise despertarte, sé que necesitas descansar. —Dio largas zancadas para alcanzarla y le dio un par de suaves nalgadas—. Si quieres baja a entrenar, me ducho y voy a despertar a Violet.

—Estás de muy buen humor, supongo que algún bicho te picó o tuviste un extraño sueño.

—Nada de eso, simplemente quiero ayudarte. Sé que no he sido una compañía muy agradable en los últimos días.

Rachell lo conocía, sabía que esa era su manera de disculparse por haber sido tan intransigente y testarudo.

—Por lo menos lo admites.

Él se desnudó y entró a la ducha, mientras que ella se dispuso a lavarse la cara y los dientes.

Rachell salió del baño para cambiarse su pijama por ropa deportiva, lo dejó bajo el agua y envuelto en vapor.

A pesar de que se esforzaba por estar bien, por olvidar que Elizabeth estaba con un hombre que no iba a valorar la extraordinaria mujer que era, lo cierto era que no podía hacerlo, no podía sacar a su hija de su cabeza ni por un minuto, vivía mortificado y no podía evitarlo.

Salió envuelto en el albornoz y caminó hasta la mesa de noche, donde estaba su teléfono; lo agarró y se sentó al borde del colchón en su intento de ponerse al día con su agenda y no llegar preguntándole a su equipo qué tenían a primera hora.

También porque el terco de su corazón ansiaba encontrarse con algún mensaje de su hija, su deseo estaba por encima del trabajo, por lo que antes de revisar el correo se entró a la aplicación de mensajería instantánea; no había nada de Elizabeth, pero sí un mensaje de un número desconocido.

Lo más prudente sería ignorarlo, pero no pudo hacerlo, al abrirlo se encontró con un vídeo y la imagen de presentación fue suficiente para saber de quién se trataba; inevitablemente sintió la furia nacer en el centro de su estómago y en las plantas de sus pies, para después esparcirse como una espesa y ardiente nube de cenizas por todo su cuerpo.

Apretó fuertemente el teléfono con infinitas ganas de estrellarlo, pero algo más poderoso lo llevó a contenerse, respiró profundo tratando de calmarse, dejó el aparato sobre el colchón y se fue al vestidor, decidido a no tomar en cuenta el maldito video.

Se puso cada prenda con rabia y energía, sin poder dejar de pensar en su teléfono y en las ganas de mortificarlo de ese infeliz; ya le había quitado a su hija, ¿qué más quería? ¿Acaso deseaba restregárselo en la cara?

Con la camisa abierta y sin ponerse los zapatos regresó a la cama, sin pensarlo buscó rápidamente el mensaje y le dio a reproducir.

Alexandre Nascimento apareció en el recuadro con una camiseta negra, mirando fijamente a la cámara.

—Garnett, si está viendo esto es porque por lo menos me dio la oportunidad, solo espero que lo vea hasta el final —dijo con claridad y decisión—. Entiendo su preocupación, sus miedos, sé que está desesperado porque quiere a Elizabeth de vuelta, pero yo no puedo instarla, mucho menos obligarla a que haga lo que no quiere; le pedí que fuera con usted y no quiso. Soy padre de una jovencita y he experimentado la misma furia y el mismo temor que ha de estar sintiendo usted, no hay nada que nos llene más de impotencia que sentir que los hijos se nos escurren como agua entre los dedos; siempre queremos lo mejor para ellos, y para nosotros es que permanezcan a nuestro lado, bajo nuestras órdenes, porque siempre creemos tener la razón y porque solo queremos protegerlos. Nos olvidamos de sus sentimientos y no valoramos sus decisiones, no porque seamos egoístas sino porque estamos aterrados; preferimos hacer oídos sordos a tratar de comprenderlos... —Tragó en seco e hizo una pausa, pero seguía con la mirada fija a la cámara—. Sé que las palabras no dan seguridad, sé que nada de lo que diga hará que confíe en mí, porque ciertamente, no soy el hombre que su hija merece, eso lo tengo claro, pero más allá de los méritos está el amor... Que no sea un hombre más joven y que no tenga una mejor posición social para brindarle estabilidad económica a Elizabeth no hace diferencia de lo que siento por ella, unos años menos y unos millones de más no me harán mejor persona. Quiero a su hija con todo lo que soy y todo lo que tengo, cuidaré muy bien de ella, se lo prometo... Sé que piensa que solo estoy con Elizabeth por tenerla en mi cama, pero es más que eso, se lo garantizo; a mi edad busco compañía, una mujer que me devuelva la felicidad que me fue arrebatada; tuve la mala suerte de perder a la mujer que amaba, a la madre de mi hija... Fue poco el tiempo que estuve con ella, pero supe valorarla... Fue su hija la que erradicó el temor de volver a enamorarme, no sé cómo explicarlo, no quería volver a amar a nadie más, porque era más grande el temor a perderla... Sentía que si no ponía mis sentimientos en nadie estaría a salvo, no la perdería ni sufriría como lo hice con Branca, pero su hija hizo polvo ese temor y me devolvió la ilusión... Sé que tal vez esto le parecerá cursi, pero bien sabe que no lo es, sabe lo que es estar enamorado, sabe lo que es tener a alguien especial a su lado. No intento para nada convencerlo de que me acepte, solo quiero jurarle que quiero a Elizabeth, la quiero más allá de lo sexual, no la quiero solo por su físico, sino por su forma de ser, por lo que su sola presencia o su recuerdo me hace sentir. A mi edad esta situación puede considerarse ridícula, pero está demasiado lejos de serlo para mí. La cuidaré muy bien, tiene mi palabra, sé que no tiene ningún valor para usted y que de igual manera sigue odiándome, pero le voy a demostrar que sin dinero y siendo años mayor que ella voy a merecerla —expresó cada palabra casi sin parpadear y sin dudar.

El video terminó y Samuel se quedó con la mirada perdida en la pantalla. Una parte de su ser no podía creer en una sola palabra, la otra quería darle un voto de confianza, quería darle la oportunidad y ponerlo a prueba.

Sin embargo, nada podía convencerlo, porque lo único que deseaba era tener a su hija de vuelta en su casa, sabía que ella tarde o temprano debía irse, formar su propia familia, pero él no estaba preparado, no podía estarlo.

Elizabeth era demasiado importante para él como para dejarla al cuidado de otro, solo porque sí, simplemente porque juraba que la protegería; no podía confiar en la palabra de ningún hombre después de ver a cientos de miles en sus más de treinta años como abogado mentir con la mano sobre la biblia y mirando a los ojos.

Empezó a teclearle una contundente amenaza, pero terminó desistiendo, ni siquiera le respondería, porque no lo merecía. En eso la puerta de la habitación se abrió repentinamente.

—¿Todavía no estás listo? —preguntó una sudorosa Rachell.

—Ya casi. —Dejó el teléfono con la pantalla de cara al colchón y se levantó—. ¿Ya despertaste a Violet?

—Quedamos en que tú lo harías.

—Cierto, ya voy. —Caminó al vestidor, se calzó los zapatos y regresó a la habitación mientras se abotonaba la camisa.

En su camino a la salida Rachell se interpuso.

—¿Sucede algo? —preguntó mirándolo a los ojos, posándole una mano en la mejilla y regalándole a su pulgar la sensación de la barba de su esposo mientras la acariciaba.

—No, nada... Todo está bien. —Mintió y estaba seguro de que ella lo sabía, porque llevaba casi un mes sin estarlo.

Rachell se acercó y le dio un par de besos en los labios.

—Sé que no quieres saberlo, pero Eli está bien, hablé con ella hace unos minutos y me dijo que estaba en el gimnasio... Deberías llamarla.

—Fue ella quien se fue de casa, quien no quiso venir conmigo... Es ella la que debe llamarme.

—Samuel...

—Mejor no hablemos del tema, que no quiero discutir. Todo esto está afectando nuestra relación y no es lo que quiero, porque te amo.

—También te amo, lo sabes. —Le dio otro beso—. Ahora ve a despertar a la dormilona.

Samuel salió de la habitación y ella fue a ducharse.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro