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CAPÍTULO 4


El flamante Roll Royce negro se detuvo en Ipanema, frente al hotel Fasano, mientras Marcelo buscaba en su teléfono el correo de la prestigiosa agencia Mata Hari, que ofrecía mujeres de compañía a los hombres del más alto nivel económico del país e inclusive del exterior.

No cualquier mortal podía aspirar a tener por compañera durante un evento o un fin de semana a alguna de las mujeres que eran parte de la agencia, ya que las cifras establecidas por sus servicios no estaban al alcance de todos, pero bien valía la pena.

La agencia poseía a mujeres hermosas e inteligentes, todas debían dominar todo tipo de tema, desde política hasta bioquímica, hablar cuatro idiomas y poseer un exuberante cuerpo; en definitiva, el coctel perfecto para un hombre de poder.

—Hemos llegado, señor —dijo el chofer mirándolo a través del retrovisor.

—Se llama Constança Saraiva. —Le dio el nombre.

Eriberto no necesitaba nada más, porque ya estaba familiarizado con ese tipo de órdenes, no era primera vez que pasaba por el Fasano en busca de una mujer.

—Enseguida regreso, señor —anunció y bajó del auto.

Marcelo se quedó revisando su teléfono, sonrió al ver las fotos que se había tomado con Luana esa mañana, antes de que la presencia de Alexandre le arruinara el día.

Después de pasar algún tiempo admirando las fotografías desvió su atención a la entrada, porque Eriberto se estaba tardando más de lo debido; esperó por lo menos un minuto, estaba decidido a bajar cuando vio salir a una mujer con un vestido rojo largo, entallado al cuerpo de una manera perfecta, el mismo se acampanaba desde las rodillas hasta el suelo; era manga larga y cuello redondo, que iba de hombro a hombro.

Era una chica de cuello largo y cintura diminuta, aunque podía jurar que era la más pequeña que había visto, poseía unas caderas que solo le hacían desear que su noche de aburridos compromisos terminara antes de comenzar. Era de baja estatura, pero derrochaba elegancia y seguridad con cada paso corto que el vestido le permitía.

—Permítame ayudarle, señorita —dijo Eriberto al abrir la puerta y ofrecerle la mano para que se apoyara al entrar al auto.

Marcelo pudo tener un ligero vistazo del escote en la espalda antes de que ella la pegara al asiento.

—Buenas noches —saludó él—. Puedes ponerte cómoda.

—Buenas noches. —Se limitó a decir, clavando su impactante mirada marrón en él.

—Te conozco —susurró reconociendo esos rasgos, pero no sabía de dónde.

—No, no me conoce, desgraciadamente solo nos hemos topado antes —respondió hoscamente, pues no quería estar ahí. No deseaba salir con Marcelo Nascimento, porque sencillamente no lo toleraba, y supo quién era demasiado tarde, cuando Simone le mostró el perfil del cliente; aunque se negó no le aceptaron el rechazo, porque ya no había tiempo.

—¿Es una broma? —preguntó ligeramente sorprendido, al ver que estaba prácticamente irreconocible—. Eres la enfermera del Couto. —Soltó un sonido parecido a una mínima carcajada—. ¿Cómo es posible? —Se preguntó mirando a esos ojos fieros.

El auto se puso en marcha, Eriberto sabía perfectamente dónde sería la reunión de su jefe, por lo que no tuvo que esperar las indicaciones.

—Es posible —determinó ella, sintiendo la burla en el tono de voz de Nascimento—. Sé que por alguna razón existe algo que hace que nos rechacemos. No pude tolerarte en cuanto te vi, y sé que tampoco soy de tu agrado, así que si quieres cancelar el servicio nos harás un favor a ambos.

—Como enfermera eres una maldita, de eso no tengo la menor duda, pero no voy a terminar con el servicio porque mi compromiso es más importante que tu incomodidad... Además, desde este instante serás la mujer que a mí me dé la gana que seas. —Fue incisivo con sus palabras.

—No habrá sexo —estableció con energía.

—Por supuesto que no; ciertamente, esperaba algo mejor. —Mintió con ganas de herirla y echándole un descarado vistazo. No podía creer todo lo que escondía el uniforme de enfermera—. ¿Qué edad tienes?

—No es tu problema, ponme la edad y el nombre que te dé la gana.

—Sabes que si sigues comportándote de esta manera puedo llamar a Simone y hacer que te saque de la agencia, ¿verdad? —amenazó sutilmente.

—Puedes hacerlo ahora mismo, adelante, no pierdas tiempo. —Lo alentó, segura de que Simone no le daría la espalda, simplemente la comprendería al conocer sus razones, porque una de las principales reglas de la agencia era no involucrarse con hombres que supieran algo de su vida privada.

Marcelo buscó su teléfono y estuvo a punto de marcarle a Simone, pero desistió.

—Tienes veintinueve —habló, sin saber que había adivinado—. Constança es un buen nombre, ¿lo usas a menudo?

—Lo he usado un par de veces.

—Entonces te llamaré Branca.

—Tú decides, aunque no es un nombre que vaya conmigo.

Marcelo miró los hombros morenos bronceados e hidratados que lucían perfectos con el color del vestido.

—Branca, estudiaste conmigo en la universidad —comentó ignorando el comentario de ella—. ¿Qué idioma dominas mejor?

—Español, francés e inglés —respondió secamente.

—¿Cómo es que solo eres enfermera? —preguntó ligeramente sorprendido, porque sabía que la mayoría de las mujeres de la agencia eran ingenieras, abogadas o simplemente vivían de los generosos ingresos que les proporcionaba pertenecer a Mata Hari.

—Eso no es de tu incumbencia, mejor concentrémonos en Branca —dijo altiva.

—Al terminar la carrera te largaste a París, estás aquí solo por un par de semanas. ¿Has estado en París?

—Algunas veces, tantas como para hacerle creer a quien sea que ahí vivo... ¿Qué se supone que estudié?

—Algo con ciencias de la computación...

—Bien, me especialicé en inteligencia artificial y trabajo en software. Lo que será suficiente para que no pregunten mucho, ya que debo mantener mi código de seguridad nacional.

Marcelo quedó impresionado por la ingeniosa respuesta, pero se reservó su opinión.

—Es aceptable. —Fue su escueta respuesta.

—¿Qué se supone que estoy haciendo en Río?

—Viniste al matrimonio de una amiga, toda tu familia vive en Francia, tienes la libertad para inventar sobre eso.

—Mi amiga, Constança, solo para que no olvides el nombre... ¿Por qué razón tuve que buscarte? Personalmente habrías sido la última persona en contactar, no eres para nada agradable.

—Tú mucho menos... Constança es una amiga en común y fue en la boda donde nos reencontramos. Con eso será suficiente.

—Así es, no es primera vez que hago esto, sé perfectamente cómo desenvolverme.

—Lo sé.

Ambos se quedaron en silencio y giraron las caras a las ventanas para mirar al camino.

Después de varios minutos Marcelo se volvió a mirarla, seguro de que la botella de champán que tenía en medio de los asientos se quedaría intacta.

—¿Desde cuándo trabajas en la agencia? —preguntó, captando la atención de la mujer.

—No voy a responder a eso —dijo mirándolo a los ojos.

A pesar de su arrogante actitud, lucía apuesto con ese traje, el corbatín le daba elegancia y seguridad. Debía admitir que era uno de los clientes más apuestos que había tenido, pero todo el físico lo mandaba al diablo con su carácter.

—¿Tienes hijos, marido...?

—Sabes perfectamente que no voy a responderte sobre mi vida privada. Si no tienes un tema de conversación interesante y alejado de mis cosas personales entonces no digas nada.

—Repasemos...

—Me llamo Branca, todavía no me has dicho el apellido.

—Usa Saraiva.

—Entonces, me llamo Branca Saraiva, desgraciadamente nos conocimos en la universidad, donde dimos algunas materias juntos —dijo con ironía, sin saber que eso más que molestarle a Marcelo le causaba fascinación—. Me especialicé en inteligencia artificial y trabajo creando programas en la Gendarmería... Vivo en París, vine por dos semanas para el matrimonio de nuestra amiga Constança, donde nos reencontramos. ¿Cómo quieres que me comporte?, ¿como una simple amiga o como una mujer interesada en ti?

—Tendrás que hacerles creer a todos que hago mojar tus bragas con solo pensarme... —comentó.

—Lo siento, pero no traigo... —comentó, entrecerrando los ojos en un gesto mordaz—. Según Simone, fue una de tus exigencias, lo que es lamentable para ti, ya que acordamos que no habría nada de sexo.

Justo en ese momento el auto se detuvo en la entrada de la residencia que pertenecía a un poderoso empresario, dueño de las más importantes agencias aduaneras del país.

Conocía a Marcelo porque confiaba en él para importar a través de sus agencias caballos, autos, entre otras cosas.

—El señor Marcelo Nascimento —anunció Eriberto a uno de los hombres en la caseta de seguridad.

Al encontrar el nombre del invitado en el sistema de seguridad le dieron acceso.

—Lo único que lamento es no haber elegido otra opción —respondió Marcelo.

En la entrada de la majestuosa casa de tres pisos esperaban dos hombres, quienes ayudaban a los invitados a bajar de los autos, y una alfombra roja les daba la bienvenida.

Marcelo bordeó el auto, mientras «Branca» esperaba por él, aprovechó para mirar el escote que dejaba al descubierto la espalda en su totalidad; a pesar de todo, no tendría ninguna queja en llevársela a la cama.

Era una mujer hermosa con un cuerpo detonador de excitación, pero con una lengua viperina y una actitud desdeñosa, que erradicaban cualquier deseo sexual.

Ella se colgó del brazo de él y caminaron al interior de la casa, donde todo era luces, champán, música y un constante murmullo de las conversaciones que mantenían los presentes, que como era de esperarse, vestían de etiqueta.

Estaba acostumbrada a ese tipo de eventos, inclusive de mayor importancia, en países como Alemania, Suecia y Londres, donde algunos diplomáticos la llevaban o porque algunos empresarios de allá la solicitaban.

Marcelo la presentó con algunos de sus conocidos, y ella se mostró adorable, pero también derrochaba seguridad, poniendo en práctica temas que estudiaba a diario; y mantenía la conversación que ellos deseaban oír. A las personas con poder les gustaba ser aduladas en la justa medida, no les agradaba que resaltaran desmedidamente sus logros, porque creían que solo estaban interesados en sus bienes y no en la persona.

Con las mujeres podía desenvolverse hablando del banal mundo de la moda parisina, de los viajes y los eventos sociales del jet set internacional.

Con los hombres hablaba de economía, política, un poco de deportes y negocios. Muchos sentían curiosidad y admiraban su supuesto trabajo; ella soltaba la lengua un poco, pero antes de llegar a terrenos desconocidos prefería apegarse a las leyes inquebrantables de seguridad nacional.

En algún punto pasó a obtener más atención que Marcelo, pues su misión era encantar a los hombres, seducirlos sutilmente, aunque ella estuviese en compañía de otro, despertar en ellos envidia hacia su acompañante por tenerla a su lado, por insinuar con gestos que terminaría en la cama de él y no en la de ellos.

—Permiso, voy a aprovechar para llevarme a Branca —dijo Marcelo con el orgullo por los cielos. No era primera vez que solicitaba compañía de la agencia, pero sí que la mujer se desenvolvía tan bien.

Le quitó la copa y aprovechó que pasaba un mesero y la puso junto a la de él sobre la bandeja, le tomó la mano y ella se despidió de los hombres con una afable sonrisa.

—Vamos a bailar. —No era una propuesta sino una orden. Bajaron las escaleras hasta el centro del salón, donde otras parejas se movían al ritmo de la íntima y romántica melodía, con una gran lámpara de cristal de Baccarat.

Marcelo le puso las manos en las caderas y ella sobre sus hombros, se miraban a los ojos mientras se movían lentamente, las palmas de él acariciaban con lentitud sus caderas, percatándose de que ciertamente no llevaba ropa interior.

Esa mujer poseía una mirada poderosamente cautivadora, sus ojos oscuros parecían los de una hechicera, su piel bronceada era como el terciopelo; podía sentirla con sus manos aventurándose por la espalda.

Sin embargo, no tenían nada de qué hablar y el momento se debatía entre la incomodidad con destellos de placer que se obligaban a esconder.

—¿Cómo sigue tu hermano? —preguntó, tratando de entablar un tema de conversación.

La mirada de Marcelo se endureció y se tensó, pero no perdió la seguridad; con sus manos en la diminuta cintura que había captado su interés a la primera impresión la empujó bruscamente contra su cuerpo y bajó su cabeza hasta el cuello de ella, el que empezó a acariciar con su nariz, mientras disfrutaba del delicioso perfume, hasta llegar a su oreja.

—Cómo se encuentre Alexandre no es de tu incumbencia, eso forma parte de mi vida privada... Y solo tienes permiso para acceder a una mínima parte de mi vida laboral... Estamos aquí por negocios, recuérdalo —susurró lentamente mientras se paseaba con su mano por la espalda y al mismo tiempo hacía presión para que no se alejara.

La mujer estaba más concentrada en controlar su respiración y mantener sus nervios de acero que en las palabras susurradas en su oído. Suponía que se había dejado llevar por la pasión de su vocación, que despertaba ese interés por saber cómo seguían los que habían sido sus pacientes.

—Entonces hablemos de tu vida laboral, ¿qué se siente ser el gerente de Microsoft en el país? —preguntó alejándose para mirarlo a los ojos.

—Es sentirse realizado, alcanzar la meta por la que tanto me esforcé, y sentir que tengo el poder sobre todas las cosas que el dinero pone a mi alcance. —Le acarició con la yema de uno de sus dedos desde la base del cuello hasta el hombro—. ¿Qué se siente ser una dama de compañía? —preguntó pasándose ligeramente la punta de la lengua por el labio inferior.

Ella se quedó mirándolo por segundos, vagando con sus ojos negros en los grises de él, se mordió ligeramente una de las esquinas de su labio y después lo besó, un beso lento y sensual, metió su lengua en la boca de él, probando su sabor y sus ganas, fue un beso profundo, uno aprendido de la práctica, y cuando lo sintió más entusiasmado con el encuentro de sus bocas, sencillamente se apartó, dejándolo con ganas de más.

—Es sentir que tienes el poder sobre esos hombres que creen que pueden obtenerlo todo con dinero, es enloquecer y manipular a mi antojo a algunos de los personajes más influyentes del mundo, es ponerlos a suplicar por más y que me besen los pies si así lo quiero —dijo con sus pupilas fijas en las de él, se apartó poniendo la distancia necesaria y le regaló una sonrisa ladina.

En ese momento anunciaban que iban a servir la cena, por lo que debían ir al comedor; así que fue el momento perfecto para terminar el baile.

Ella se adelantó varios pasos, pero enseguida él la alcanzó y la hizo ir a su paso, colgada a su brazo.

Durante la cena ella se concentró en congeniar con las personas contiguas, y en algunos momentos le dedicaba miradas y sonrisas de fingida complicidad a su cliente; él no tenía por qué tener algún tipo de queja, había hecho muy bien su trabajo.

Justo al terminar pidió que la llevara de regreso al hotel y él aceptó sin más. El auto se detuvo en la entrada, para dejarla sana y salva en el lugar.

—Adiós. —Fue lo único que dijo antes de bajar del Roll Royce, completamente segura de que había dejado a Marcelo Nascimento con las ganas de meterse entre sus piernas.  

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