CAPÍTULO 34
Apenas llegaron al apartamento Elizabeth corrió a cambiarse, se puso un vestido cubierto en su totalidad por brillantes verde selva, extremadamente corto, en forma de campana, de donde colgaban unos flecos igualmente brillantes; y el escote era en forma de corazón y de tiros finos.
—Déjame ayudarte. —Se ofreció Alexandre al verla apresurada.
—Gracias, cariño. —Ella se sentó en la cama a ponerse los zarcillos grandes y llamativos, mientras que Alexandre se acuclilló frente a ella para calzarle las altísimas plataformas, que igual que el vestido, titilaban por los brillos verdes.
Cada sábado los ensayos eran como un mini carnaval, vivían una y otra vez la misma fiesta, usaban diferentes vestuarios, llenos de brillo y color, pero se guardaban los tocados, el vestuario final y las carrozas como la mayor sorpresa para el primer desfile, porque sabían que era el más importante, de eso dependía si ganaban o no.
Elizabeth, llevada por el entusiasmo había diseñado con la ayuda de su madre cada vestido que usaría durante los ensayos, y todas las semanas llegaba uno nuevo a la boutique.
Se recogió su espesa y larga melena en una cola alta y apenas se retocó el maquillaje que había usado para ir a la casa de sus suegros; sabía que todavía no era momento para algo impactante, porque era mejor guárdaselo para el gran día.
—Espero que no me dé algún calambre —dijo ya lista, mientras Alexandre la miraba embobado.
Con esos tacones se veía más imponente, más sexi; y sobre todo, más alta, porque quedaba justo de su misma estatura.
—Lo harás bien —dijo para infundirle confianza, aunque sabía que ella estaba muy nerviosa porque empezaban los ensayos en la calle.
—Recuérdame que mañana tengo que ir a la prueba del disfraz. —Le dijo, porque últimamente su cabeza estaba en todos lados y se olvidaba de muchas cosas. Ya era la cuarta prueba de su fantasía, que llevaba cinco meses en diseño, pero sabía que bien valía la pena todo ese tiempo, porque su diminuta vestimenta estaba siendo confeccionada con materiales como plumas, espejos, telas metálicas, seda y algunos cristales preciosos.
—Sí, ya lo puse en recordatorio en tu teléfono.
Elizabeth se acercó y le estampó un beso en los labios.
—Sé que te molesto mucho, creo que tendré que buscarme a una asistente para que me ayude con todo esto.
—Nada de eso, ninguna asistente, en esto quiero ser tu cómplice... Permíteme que te ayude a cumplir tu más anhelado sueño. —Esta vez fue él quien le regaló un suave beso.
—Y lo estás haciendo, si no fuera por ti todavía tuviera mis piernas de fideos, y solo daría lástima ante las demás chicas.
—Siempre has tenido buenas piernas.
—No como las tengo ahora. Solo por este resultado... —dijo admirando sus extremidades con los músculos bastante formados y marcados—, te perdono todo lo que me has hecho llorar durante los entrenamientos, por todo el dolor que he tenido que soportar. —Segura de que había aumentado bastante las piernas; tanto, que muchos vaqueros ya no le quedaban, porque no pasaban de sus muslos.
—Mi ayuda no ha sido suficiente. En serio, sin problemas puedo ser tu asistente en todo este proceso... Y para empezar... —Sin que ella lo esperara la cargó, ganándose un grito de sorpresa—, te recuerdo que vamos tarde. —Se echó a andar a la salida.
—¡Mi cartera! —pidió divertida antes de que salieran de la habitación.
Alexandre giró y en brazos la llevó hasta el mueble donde la había dejado; ella estiró una mano, la agarró y envolvió con sus brazos el cuello de él, quien una vez más emprendió el paso a la salida.
—Abre la puerta —indicó Alexandre.
Elizabeth lo hizo y después solo dejó que se cerrara sin ponerle seguro, y no se preocupaban de que alguien pudiera meterse a robar, porque el edificio era bastante seguro.
Entraron al ascensor y ella iba muy cómoda en los brazos de su marido, que no mostraba que empleaba esfuerzo alguno; y en el vestíbulo del edificio pidieron un taxi.
—Ya bájame —solicitó en un susurro.
—Todavía no.
—Es que creo que le estoy mostrando el culo a Gomes —susurró, segura de que el vestido muy corto dejaba a la vista el culote verde selva y brillante que llevaba puesto.
Ese comentario causó un efecto inmediato en él, quien la bajó y la abrazó, como si con eso pretendiera marcar territorio, también le echó un vistazo al hombre tras el mostrador de cristal, pero parecía más concentrado en las cámaras de seguridad que en ellos.
El taxi llegó, agarrados de las manos salieron del edificio y subieron al auto. Alexandre le dio la dirección, mientras Elizabeth buscaba en su cartera para escribirles a sus primas que iba en camino.
De inmediato tuvo respuesta, Ana le dijo que estaba esperando que ella escribiera para entonces salir; Elizabeth siguió tecleando, entretanto Alexandre hablaba por teléfono con Moreira.
Él le dijo al otro lado de la línea que estaba en casa de su hermana y que en unos quince minutos saldría, que estaría comunicándose con él, porque sabía que no sería fácil encontrarse en ese mar de gente.
El taxi tuvo que dejarlos un par de calles antes de llegar, porque la afluencia de personas no le permitía avanzar más.
Alexandre le agradeció, pagó por el servicio y bajaron. Tomados de las manos se hacían paso entre el mar de gente y en medio del bullicio donde se imponía la samba oficial de Mangueira ese año.
No importaba cuánto la escuchara, Elizabeth terminaba canturreando con gran pasión. En el tiempo que llevaba con las prácticas había conocido a muchos de los que participarían con ella, aunque normalmente le tocaba con las mismas tres estaciones que conformaban la reina, las baianas y las passistas que presentaban a la batería.
Era muy común que se quedara conversando con muchas personas, las cuales tenían el mismo entusiasmo que ella. En medio de besos se despidió de Alexandre, quien se quedaría franqueando la calle y desde donde le tomaría fotos, ya que ella debía pasar al centro, a reunirse con los demás compañeros.
—Tienes que estar al pendiente de mi teléfono, porque seguro que Ana o alguna de las gemelas llama —dijo entregándole la cartera estilo sobre de lentejuelas rosadas.
Alexandre se colgó la cadena de la cartera al cuello, dejándosela al frente, de donde también le colgaba la cámara.
—Sí, estaré pendiente. Ve, que están esperándote. —La instó con ganas de darle otro beso, pero era mejor no seguir reteniéndola.
Elizabeth se integró para hacer lo que le hacía feliz, bailar samba con furia, al ritmo que la batería marcaba. Empezaron a avanzar y no podía parar de bailar, de sonreír ni de mostrar una actitud llena de energía; aunque tuviera los pies adoloridos, porque sabía que en pocas semanas los ojos del mundo estarían puestos en cada uno de los integrantes de la escuela.
Su acompañante, que tocaba la pandereta, era un hombre de piel muy oscura, totalmente rapado, de contextura delgada, ojos saltones y unos dientes envidiablemente blancos. Él la llenaba de energía, marcándole el ritmo en el instrumento que ella debía seguir con sus caderas, los gestos que hacía le ayudaban a reír y a mostrarse más efusiva, también a olvidar lo fatigada que estaba.
Alexandre avanzaba al mismo paso, sin quitarle el ojo ni el lente de encima a Elizabeth. Podía haber miles de personas, pero su único objetivo era ella.
Ana fue la primera en llegar y quedarse junto a Alexandre, mientras se gozaba todo el espectáculo y le hacía porras a Elizabeth, quien al verla le sonrió y guiñó un ojo, sin perder el ritmo.
—¡Lo hace muy bien! —dijo Ana en voz muy alta, para que Alexandre pudiera escucharla.
—Sí, lo hace perfecto —dijo llevándose la Nikon nuevamente al rostro para enfocar a su mujer y se acuclilló para captar desde otro ángulo la elegancia y energía de la que era poseedora. Con precaución se desplazó como si fuese un cangrejo para seguir a Elizabeth y con toda la intención de hacer la fotografía perfecta.
Alexandre vio que Ana recibió una llamada, y aunque se apartó un poco para poder atender no la perdió de vista y estuvo muy atento, porque sabía que así como había familiares y amigos de los participantes, además de turistas, también se infiltraba más de un malhechor para cometer sus fechorías; y antes de que ella pudiera reaccionar podrían dejarla sin teléfono.
—Llegaron Hera y Helena. —Le comunicó.
—¿Dónde están?
—Cerca, ayúdame a buscarlas... Posiblemente veas a Lucas, es un rubio alto, muy alto, de pelo largo y barba abundante —explicó, segura de que al «ricitos» se le haría más fácil hallarlos, porque su estatura le ayudaba.
A él no le fue para nada difícil dar con el hombre que Ana había detallado, porque pudo verlo con un enmarañado moño que había hecho de su melena dorada; en realidad era bastante alto, suponía que estaría por los dos metros.
Parecía no venir acompañado, pero a medida que se acercaba y entre la multitud que los rodeaba pudo ver que era acompañado por las dos pelirrojas, que no le alcanzaban ni a los hombros.
—Ahí vienen. —Le avisó.
Ana empezó a dar saltitos para ver si los veía, pero le era imposible, eso le pasaba por ser una enana.
Alexandre, al ver su esfuerzo levantó su mano y empezó a hacer señas, siendo visto por una de las gemelas.
—Ya nos vieron —dijo él para que ella dejara de seguir empeñada en un imposible.
—Gracias.
Cuando las gemelas llegaron saludaron a Ana con besos y efusivos abrazos.
También aprovecharon para saludar a Alexandre, al tiempo que le plantaban un beso en cada mejilla y después le presentaron a Lucas.
—¿Dónde está Elizabeth? —preguntó Helena entusiasmada, dirigiendo la mirada a la multitud que practicaba.
—Ya va más adelante —explicó Alexandre.
—Pero quiero verla —dijo Hera.
—Vamos, vamos —dijo Ana, avanzando los metros que Elizabeth les llevaba por delante—. Está bellísima.
Las gemelas y Lucas lograron verla brindando el espectáculo que no podía interrumpir, a pesar de que estaba muy sudada, seguía sambando y sonriendo.
—Sí que está hermosa, esto tiene que verlo Samuel —dijo Hera con toda la intención de estamparle en la nariz a su primo lo que su hija estaba haciendo, para ver si de una vez por todas mostraba su apoyo.
Sacó el teléfono, le hizo un video de aproximadamente un minuto y se lo envió.
En pocos minutos ya las gemelas estaban cantando y también sambando, e intentaban que Lucas bailara con ellas, pero a pesar de estar viviendo en Río desde que tenía doce años, seguía manteniendo ese «envidiable ritmo» de los gringos. No obstante, él no sufría de vergüenza y hacía su mejor esfuerzo por divertirse con sus mujeres.
Ana estaba concentrada en el ensayo, no solo Elizabeth se llevaba su atención, sino que particularmente también le gustaba la presentación de las baianas.
Se volvió para ver si Alexandre seguía obsesionado con tomarle fotos a Elizabeth, cuando repentinamente el estómago se le encogió de manera brutal y los nervios estallaron, haciéndole temblar las piernas cuando vio que a su lado estaba João, y ella ni enterada de que había llegado; ni siquiera sabía que iba a estar ahí.
Él le sonrió con disimulo y ella dudó un poco en saludarlo, pero después lo hizo con su mano, agitándola ligeramente. En el momento que el moreno avanzó un paso, ella quiso retrocederlo, pero se quedó inmóvil con el corazón galopando; podía escuchar sus latidos por encima de todo el bullicio de los ensayos.
se acercó y le plantó un beso en cada mejilla.
—¿Todo bien? —preguntó alejándose muy poquito de ella.
Ana se quedó mirando sus ojos bonitos con las palabras enredadas entre los latidos de su corazón que retumbaban en su garganta y se obligó a asentir con la cabeza.
—¿Y tú? —preguntó casi ahogada por los nervios.
—Muy bien —dijo él, aparentemente más tranquilo que ella, pero lo cierto era que estaba igual de descontrolado.
Ana sabía que no podía hablar mucho, porque no quería quedar expuesta ante los presentes.
—Me alegra. —Apenas dijo, pero deseando que de verdad estuviera superando a su ex, aunque realmente no sabía para qué lo anhelaba, si claramente no tendría nada con él.
Buscó fuerzas de donde no las tenía y se giró para seguir viendo el espectáculo y tratar de olvidar que tenía una tentación de chocolate respirándole en la nuca y despertando todos sus poros, recordando en ese momento que no solo tenía los brazos tatuados, sino también el pecho y la espalda, y que deseaba ver una vez más todas las figuras que tenía marcadas en la piel, poder besarlas como lo había hecho aquella madrugada.
Tragó en seco varias veces para controlar sus nervios y soportar las ganas de querer salir corriendo del lugar, perderse entre tanta gente y olvidar que al poli lo tenía demasiado cerca, alterando sus sentidos.
João no podía dejar de mirar a Ana, de verdad quería concentrarse en la presentación, pero sus ojos no querían apartarse de la delgada rubia a unos cuantos centímetros de él.
No era que había dejado de amar a Bruna, todavía le dolía mucho su traición, en algunos momentos, cuando su orgullo flaqueaba, deseaba buscarla y perdonarla, tratar de hacer borrón y cuenta nueva, porque ciertamente, la separación le estaba costando un mundo; sin embargo, cuando veía a Ana sentía que encontraba valor, ella era como un ejemplo a seguir. Si se mantenía firme en no perdonar al desgraciado que no valoró a tan espléndido tesoro, cómo caer él en las redes de la debilidad y poner de rodillas a su orgullo.
Gracias a ella había mantenido su honor y tampoco podía negarse a sí mismo que había disfrutado mucho todos y cada uno de los momentos compartidos con esa niña de corazón roto.
En algunos momentos conversaba con Alexandre, quien tampoco estaba muy al pendiente de lo que pasaba a su alrededor, porque como buen obsesionado de la fotografía, estaba como un poseso sin soltar el obturador.
Los ensayos terminaron, pero la fiesta continuó; y de manera inmediata tanto Elizabeth como los demás participantes del carnaval fueron asediados por los turistas que deseaba fotografiarse con ellos mientras elogiaban las presentaciones de cada uno.
A ella le tomó por lo menos dos horas librarse de tantas atenciones, y en medio de sonrisas, con las que trataba de ocultar que verdaderamente estaba agotada y con los pies adoloridos se despidió del asedio de las personas y se fue con su gente.
—¡Ay, por Dios! —exclamó llegando hasta sus amigos—. Estoy muerta —chilló, soportando un poco más las temibles plataformas.
—Estuviste genial —dijo Alexandre con una sonrisa y mirada de orgullo que no podía ocultar.
—Gracias, amor. —Le echó los brazos al cuello y se colgó de él, quien inmediatamente la abrazó por la cintura y la cargó, regalándole un poco de alivio a sus pies, por lo que gimió de placer en el oído de él—. Estoy agotada pero feliz, muy feliz.
Desde su cómodo lugar Elizabeth saludó a los demás presentes, quienes comprendían que estuviese hecha polvo, porque no cualquiera soportaba ese maratón.
Permitieron que ella descansara unos minutos en los brazos de Alexandre y después caminaron hasta el estacionamiento, donde Ana, Hera y Moreira habían estacionado.
Alexandre decidió irse con su amigo y Elizabeth se fue con Ana, no sin antes pautar el lugar donde se encontrarían para seguir con la celebración.
—No me dijiste que habían invitado al poli —comentó Ana, más como un reproche.
—Es el mejor amigo de Alex, no es justo que solo invite a los míos, porque se sentirá incómodo —respondió Elizabeth, quitándose las plataformas para masajearse los pies, aunque prefería los mimos de su marido—. Además, no debería perturbarte en absoluto, dijiste que no querías nada con él. —Le recordó.
—Sé lo que dije, y no es que no quiera nada con él, de querer quiero. —Resopló, sintiendo que las mejillas se le arrebolaban por el calor interior, porque el deportivo poseía muy buen aire acondicionado—. El problema está en que sigue amando a su ex y lamentándose por no tenerla...
—¿Y qué con eso? Si está dispuesto a tener sexo, que es lo que a ti te interesa, lo demás no importa. No necesitas sus sentimientos sino su cuerpo, puedes verlo simple y llanamente como un instrumento de placer...
—No es tan fácil, Eli —masculló sin atreverse a poner la mirada en ella—. No estoy para escuchar sus lamentaciones, ni cuánto está sufriendo por superar a esa mujer.
—Es sencillo, móntate un numerito de dominante y lo amordazas...
Ana soltó una carcajada porque Elizabeth siempre conseguía hacerla reír.
—Lo pensaré —dijo simplemente por salir del tema.
—No tienes que pensarlo, a milla se nota que a él también le gusta lo que tú le das... Los hombres son demasiado evidentes —prosiguió muy entretenida con la conversación.
—Sé que le gusta, el problema es que después viene con arrepentimientos, y eso a mi orgullo no le agrada para nada.
—Pues apenas termines lo echas de tu apartamento, sin quitarle la mordaza... Aninha, déjale claro que no estás para ser consejera sentimental, que solo quieres sexo con él, y que poco te importa si sigue muriéndose por la ex.
—Quizá si no estuviera en la misma situación que él todo fuese más fácil, pero todavía estoy intentando sacar los pedazos de Rodolfo que tengo en el pecho.
—Mi amor —chilló Elizabeth agarrándole una mano y se la besó—, ya verás que vas a olvidar a ese hijo de puta. —Trataba de consolarla, porque verdaderamente amaba a su prima y no quería que sufriera.
—Gracias, cariño, sé que voy a sacarlo definitivamente, lo sé —dijo convencida.
Siguió conduciendo por varios minutos, y de vez en cuando miraba por el espejo retrovisor, para ver el auto que la seguía, aunque realmente fijaba más su atención en el conductor.
—Es aquí, no te pases. —Elizabeth la trajo de vuelta a la realidad.
Entraron al estacionamiento, y antes de que pudiera bajar, ya los otros dos autos que las venían siguiendo habían aparcado en las plazas contiguas.
Esperaron a que Elizabeth volviera a ponerse las plataformas y salieron del estacionamiento para entrar al local nocturno, un clásico carioca que ofrecía música en vivo.
Alexandre y Elizabeth sabían que no podían pasarse con los tragos, porque al día siguiente ella debía entrenar a primera hora y después ir a buscar a Luana para almorzar con ella.
Estaban ahí para celebrar el compromiso de ellos, por lo que las preguntas no paraban, sobre todo querían saber cuándo se casarían. Pero ellos no daban una fecha exacta, solo decían que muy pronto. Quedó totalmente claro que las gemelas serían las damas de honor, Ana y Moreira parte de los padrinos.
João, que no había sido puesto sobre aviso, no pudo evitar sorprenderse cuando las gemelas intimaban con el grandulón, pero supo mantener la compostura.
Lucas, orgullo de tener a sus dos pelirrojas a cada lado, conversaba amenamente con los otros hombres, quienes fueron de su total agrado; incluso, les hizo una invitación a la isla.
Contó la historia de su vida para quienes no la conocían y estaban interesados en saberla. Había nacido en California, Estados Unidos, pero durante unas vacaciones, cuando tan solo tenía doce años, sus padres, quienes eran amantes empedernidos de la naturaleza, terminaron perdidamente enamorados de Río y decidieron quedarse.
El negocio de su pequeña familia de tres era de hoteles nudistas y ecológicos, sus padres administraban dos en Río, uno cerca de la playa Abricó y el otro en Buzios, que era de las preferidas para la comunidad gay.
Él había decidido quedarse en la isla, la cual alquilaba para casi todo tipo de eventos y la cual ponía a disposición de Alexandre y Elizabeth por si deseaban casarse allí.
—Pero no lo haremos desnudos —bromeó Elizabeth y todos se carcajearon.
—Espero que no, o Samuel no lo cuenta... —dijo Ana divertida, segura de que su tío moriría de un ataque al corazón.
Parlotearon durante toda la madrugada, cantaron y bailaron, no se marcharon hasta que prácticamente los echaron del lugar.
De regreso al estacionamiento Elizabeth volvió a subir al auto de Ana, ella la llevaría hasta el apartamento y João haría lo mismo con Alexandre. Ambos pudieron irse con Moreira, pero Elizabeth no quiso dejar marchar sola a Ana, quien de todas maneras tomaría la misma vía.
El deportivo azul eléctrico se estacionó frente al edificio en Copacabana, justo cuando las primeras luces del día se apreciaban en el horizonte. No se marchó hasta que Alexandre estuvo con ella y entraron al edificio, entonces arrancó totalmente decidida a lanzarse en su cama y dormir por lo menos hasta mediodía.
Detrás de ella arrancó Moreira. Lo traía pisándole los talones, pero decidió ignorarlo; puso música para concentrarse en otra cosa y no en el moreno que mantenía sus ganas despiertas. Adoraba los domingos a esa hora, porque las vías todavía estaban despejadas y podía ir más de prisa.
Sin poder evitarlo y sin que la música surtiera efecto volvió a mirar por el retrovisor, y se sintió totalmente desilusionada al ver que João ya no la seguía. Ni siquiera se despidió de ella, por lo que no le quedó más que seguir con su camino, tratar de poner su atención en la música y soportar el nudo de lágrimas de impotencia que se le formó en la garganta.
Sabía que era una tonta ilusa, ella misma se criticaba duramente por ser una estúpida soñadora, que no aprendía de los duros golpes de la vida, pero era su esencia y por más que tratara de retenerla siempre salía a flote.
También estaba furiosa con él, porque le daba alas, alimentaba sus ilusiones en sus encuentros cuando no hacía más que mirarla, conversar y bailar con ella, hasta sabía que mientras bailaban le coqueteaba y se excitaba, no era una estúpida que no pudiera sentir y comprender lo que pasaba en él cuando sus cuerpos se rozaban.
Definitivamente, iba a volverla loca, no sabía qué carajos quería o por qué no se decidía de una buena vez.
—En fin, se va al fondo del saco de los desgraciados —refunfuñó muy molesta.
Sus reflejos reaccionaron a tiempo para dar un frenazo, antes de estamparse contra el Chevrolet que salió de una calle y se le atravesó en el camino.
Saberse a salvo desató sus nervios, el corazón estaba a punto de vomitarlo y no podía controlar el temblor en sus manos. En medio del pánico reconoció el auto, y por supuesto, al conductor.
Sus nervios fueron arrasados por la molestia y su reacción fue tirar de la manilla, quitarse el cinturón de seguridad de un tirón y bajar al tiempo que él también lo hacía.
—¡Estás loco! —gritó furiosa—. ¡¿Ahora qué?! ¡También eres de tránsito! —reprochaba, mientras él, con largas zancadas y decisión se acercaba a ella, y a su lado pasaban los vehículos a gran velocidad, sin detenerse a preguntar qué pasaba, lo que quería decir que si iban a secuestrarla a nadie le interesaba—. ¡¿Por qué demonios haces...?!
Su pregunta fue interrumpida cuando él le llevó las manos al cuello y la estrelló contra su boca. Antes de que pudiera corresponderle ya él estaba invadiéndola con su lengua. Por lo que a Ana no le quedó más que entregarse a ese arrebato.
El beso duró varios minutos y se ganaron más de un bocinazo de los autos que pasaban zumbando a su lado.
Ana se quedó sin aliento y sin palabras, no tenía la más remota idea de qué decir ante esa inesperada obstrucción, se dio cuenta de que tenía sus manos apoyadas en el pecho de él y las retiró.
—Es... ¿esto qué significa? —tartamudeó parpadeando rápidamente ante el desconcierto, pero sintiendo que las rodillas le temblaban.
—Significa que tenía demasiadas ganas de besarte —explicó él acariciándole con los pulgares la mandíbula y las pupilas muy dilatadas paseándose de la boca a los ojos de ella.
—¿Y así... apareces de la nada, provocando que casi me estrelle contra tu auto? —protestó llevando sus manos a las de él, retiró el toque y retrocedió un paso.
—No podía esperar a que el destino o nuestros amigos nos brindaran otra oportunidad para vernos —explicó.
—¿A qué juegas, João? —interrogó frunciendo el ceño.
—No entiendo —susurró.
—Me dices que no quieres involucrarte conmigo, que lo que hicimos estuvo mal, porque solo estábamos dolidos por lo que nos hicieron, pero vienes y me besas... Es sí o no, decídete —exigió fulminándolo con la mirada—. ¿Qué es lo que quieres?
—Justo en este momento quiero estar contigo, pasarlo bien, tratar de rehacer mi vida... Necesito desesperadamente olvidarme de Bruna, y quizás, si me ayudas, no termine por caer en la tentación de volver con ella...
Ana tensó la mandíbula y sintió como si cada palabra que él decía fuera un puñetazo a la boca de su estómago. Antes de abofetearlo o de ponerse a llorar decidió largarse del lugar.
—Yo no voy a resolver tus problemas del corazón —dijo con dientes apretados e iba a subirse al auto, pero él la retuvo por el brazo—. No me toques imbécil, suéltame. —Apenas él aflojó el agarre ella dio un tirón y subió a su deportivo—. Si lo que quieres es coger para tratar de olvidar a la zorra de tu ex, búscate una puta... Eres un estúpido, João, un bruto... No sé por qué en algún momento creí que podías comprenderme, pero eres igual a todos, eres la misma clase de mierda que Rodolfo. —Le escupió con rabia, puso en marcha el auto y se fue, esquivando el Chevrolet.
Él se quedó con lasdisculpas atoradas en la garganta, estaba seguro de que había metido la patahasta el fondo y que Ana tenía toda la razón. Ella también estaba herida, y élsolo pretendía lastimarla todavía más.
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