CAPÍTULO 29
sonreía al ver las lágrimas de emoción que corrían por las mejillas de su hermana, debía admitir que también se sentía muy orgulloso de ver a su sobrina derrochando talento sobre la tarima.
Estaba presente, brindándole todo su apoyo a su hermana y sobrina, como se los había prometido casi dos años atrás, después de que les diera la trágica noticia de la muerte de Oswaldo.
Él formaba parte del equipo de operaciones especiales y cayó abatido en medio de un enfrentamiento con narcotraficantes en una favela, un día antes de que su hija cumpliera los ocho años; todavía recordaba ese momento en que tuvo que darle la noticia a Laura y el mismo poderoso nudo se le formaba en la garganta.
Sabía que en la vida de ellas el lugar de su cuñado era irreemplazable, que un padre y un marido siempre harían falta, pero hacía su mejor esfuerzo para que su hermana no terminara derrumbándose.
No solo le ofrecía su compañía algunos fines de semanas, sino que en fechas importantes y actividades especiales siempre estaba presente, como en esa ocasión, que Julissa participaba de esa obra de teatro; y ni mencionar la parte monetaria.
No pudo evitar reír con las ocurrencias del personaje que su sobrina interpretaba, la pequeña de diez años era brillante e ingeniosa, totalmente desenfadada a la hora desenvolverse en el escenario, por lo que tenía a todos desternillándose de la risa.
La función terminó en medio de una ensordecedora lluvia de aplausos y silbidos, los niños se perdieron tras el telón y la directora de la obra agradeció la presencia de todos en el recinto.
Las luces se encendieron y las puertas se abrieron, salieron al salón principal del teatro, donde poco a poco los niños ya cambiados empezaron a reunirse con sus padres.
Los pequeños estaban muy emocionados contándoles la experiencia a los padres, como si ellos no lo hubiesen visto; sin embargo, sus progenitores y otros seres queridos se mostraban muy entusiasmados al escucharlos.
Poco a poco los niños empezaron a jugar, como los compañeros que eran, mientras que las madres conversaban entre sí, temas familiares y laborales.
João tenía ganas de marcharse, ya el ambiente se estaba convirtiendo más en una reunión de esposas desesperadas que en un acto infantil, pero no se atrevía a pedirle a Laura que se marcharan.
Agradeció al cielo cuando empezaron a salir, pero para su desgracia, todavía en el patio seguían parloteando sobre la novela del horario nocturno.
—Disculpen, ¿han visto a Karen? —preguntó una mujer irrumpiendo en el grupo de mujeres que compartía sus teorías, y donde lamentablemente João tenía que estar—. Mi hija. —Sus pupilas se movían nerviosas, saltando de una mujer a otra.
—No, no la he visto —respondió una de las madres.
—Yo tampoco —respondió otra.
—Ni yo. —Negó con la cabeza Laura.
—Seguramente estará jugando con algunas amiguitas —comentó la primera que respondió.
—No, no está... Ya llevo rato buscándola —dijo mirando en derredor—. No la veo...
—¿Cuándo fue la última vez que la vio? —preguntó João, dejándose llevar por su instinto policial.
—Hace unos minutos, como cinco o siete... Fui al baño y le dije que me esperara... Necesito encontrarla. —Casi suplicó a punto de llorar.
—Cálmese... —Le pidió él.
—No puedo, tengo que buscarla... —Se dio media vuelta y caminó de prisa a la salida mientras la llamaba—. ¡Karen! ¡Karen!
João siguió a la desesperada mujer con toda la intención de ofrecerle su ayuda, corrió hasta alcanzarla justo antes de llegar a la salida.
—Señora, cálmese, no gana nada con desesperarse. —Le dijo, pero la mujer solo negaba con la cabeza—. Soy policía —Le informó para que confiara en él; inmediatamente surgió efecto.
—La dejé sentada ahí —dijo señalando una banca junto al portón peatonal de la escuela.
—¿Cree que pudo haber salido? —preguntó Moreira.
—No, ella no lo haría, estoy segura de que me esperaría aquí.
—¿Qué edad tiene la niña?
—Diez. —Sollozó—, solo tiene diez.
—En este caso, será mejor informar a la directora de la escuela o a quien esté a cargo en este momento. —João sabía que por ser domingo y que la escuela solo fue abierta para uso exclusivo del auditorio para la presentación de la obra de teatro quizás la directora no estuviera presente.
—Está bien —dijo la mujer mirando a todos lados para ver si hallaba a su niña.
—¿Vino sola con Karen? Es Karen, ¿cierto? —preguntó mientras caminaban dando largas zancadas hacia la oficina de la dirección.
—Sí, Karen... Solo vine yo...
—¿Y el padre? —Moreira hacía las preguntas de rigor.
—Ya no vivimos juntos, hace un año que nos separamos... En este momento estamos en medio de un juicio por la custodia de la niña —informó porque creyó prudente decir todo desde ese momento.
—¿Cree que él haya podido llevársela?
—No lo creo, sería una estupidez si lo hiciera.
No pudieron llegar a la dirección porque antes fueron detenidos por una maestra, quien les indicó que estaba a cargo del evento y que la directora no estaba.
Al explicarle la situación, la mujer se puso a disposición para ayudar, segura de que la niña no podía perderse estando ahí; sin embargo, la llamaron por los altavoces, y el personal de seguridad se dio a la tarea de buscarla, mientras que algunas madres ya se llevaban a sus hijos.
—Será mejor que vayas a casa. —Le pidió João a Laura.
—Tío, pero dijiste que iríamos a comer pizza, lo prometiste —protestó Julissa.
—Lo sé, «macaquinha». —Le dijo con cariño, acuclillándose frente a ella—. Prometo que cenaremos pizza, tu mami te llevará a casa a cambiarte, y yo pasaré por ustedes en un par de horas, ¿te parece?
—¿Te quedarás buscando a Karen? —Ya no era un secreto para nadie la desaparición de su amiga.
—Sí, cariño. —Le dio un beso en la frente, se levantó y besó a su hermana en la mejilla.
—Por favor, mantenme informada —suplicó Laura con sus ojos verdes puestos en los grises de su hermano. Ambos eran morenos de ojos claros, ella tenía una abundante, larga y negra cabellera rizada, con un cuerpo que no mostraba la mínima huella de ser madre de una niña de diez años.
Una vez que se fueron, João regresó su atención a la mujer que no paraba de llorar, pues había perdido la esperanza de que su hija apareciera en ese momento.
—Será mejor que llame al padre de la niña para salir de dudas —sugirió João—. Mientras, yo solicitaré los videos de seguridad de la entrada.
Después de varios intentos que terminaron por preocupar más a la mujer, le informó a Moreira que su exmarido no contestaba.
—Está bien, necesito que vea conmigo el video de seguridad... Siéntese, por favor.
João le ofreció la silla frente al monitor al lado del hombre de seguridad, entretanto él le indicaba la hora aproximada en que había dejado a su hija en la banca.
El hombre retrocedió la cinta y la dejó justo donde la mujer llegaba con Karen, se podía ver que se sentaron juntas, pero un par de minutos después la madre se levantó, le dijo algo a la niña y ella asintió con la cabeza.
—Dijo que me esperaría, aun así, le aseguré que no tardaría —dijo la mujer con sendos lagrimones corriendo por sus mejillas.
Se podía ver claramente cómo ella caminaba hacia el edificio y la pequeña permaneció sentada, pero casi un par de minutos después se levantaba y salía de la escuela.
—Necesitamos la grabación de la calle —informó el policía.
—Sí, aquí la tenemos. —El hombre regresó en la grabación, dejándola unos minutos antes de que la niña se levantara, entonces vieron llegar un auto negro.
—Es Marcos..., es el auto de Marcos, su papá. —Su voz detonaba una mezcla de alivio y rabia.
No se podía ver al conductor porque tenía puesta una gorra; sin embargo, la niña abrió la puerta del copiloto y él tiró de la mano de ella.
—Se llevó a mi hija, quiere robármela...
—Eso es un delito, automáticamente ha perdido la custodia —comento Moreira, más tranquilo de ver que la niña estaba con el padre. Ahora solo faltaba contactarlo, aunque a juzgar por la manera en que se llevó a la pequeña no parecía con ganas de devolverla. Podía asegurar que la había raptado—. Será mejor informar a la policía, antes de que consiga sacarla de la ciudad.
—Marcos no haría algo así, no se llevaría a nuestra hija, no de esa manera. —La desesperación volvía a ella junto con la incredulidad.
—Señora, aunque no lo crea, este tipo de eventos es muy común, sobre todo cuando se está peleando por la custodia. —Le explicó, caminó varios pasos y sacó su teléfono para dar parte a las autoridades correspondientes.
Él esperó hasta que llegara la unidad que se encargaría del caso, se despidió de la mujer deseándole que su hija apareciera.
Ella agradeció toda la ayuda que él le brindó y se marchó con los policías a la estación, para poner oficialmente la denuncia del secuestro de su hija por parte de su propio padre.
João se marchó de la escuela con dirección al apartamento de su hermana, dispuesto a cumplir con la promesa que le había hecho a su única y adorada sobrina.
Elizabeth despertó sintiéndose ligeramente ahogada, pero con rapidez se percató de que ese peso sobre su pecho se debía a la cabeza de Alexandre, quien estaba profundamente dormido; empezó a acariciarle los rizos desordenados, que después de tener sexo siempre terminaban como si hubiese estado en medio de un vendaval.
Tenerlo ahí le daba la impresión de que era un hombre tan vulnerable, tan indefenso. Lo tenía completamente a su merced, se sentía su protectora y deseaba que ese momento no pasara nunca, por lo que trataba de respirar muy lento y no moverse.
Miraba las canas que se asomaban en sus rizos cobrizos y las contaba, para que cuando despertara decirle exactamente cuántas tenía; después de un rato desistió y vio su teléfono en el borde de la mesa de noche; si se movían un poco podría caerse, por lo que con mucho cuidado estiró la mano y lo agarró.
Ella quería atesorar ese momento para toda la vida, ¿y qué mejor manera que a través de una foto? Por lo que accionó la cámara del teléfono e hizo una autofoto.
La miró y pudo notar que se le veía un pezón, que estaba muy cerca de la boca de Alexandre, por lo que sonrió traviesa. Estaba segura de que cuando se la mostrara terminarían riendo por un buen rato.
Manteniendo el mismo cuidado se pasó el teléfono a la otra mano, y con esa intentó capturar otra. El resultado fue realmente extraordinario, captó la esencia del momento como ella se imaginaba que se veían, él rendido sobre su pecho, con los labios ligeramente separados y los rizos desordenados. Se apreciaba media espalda desnuda de Alexandre, se le veía tan poderosa con el perfecto tatuaje adornándola.
Ella salió besándole la cabeza con los ojos cerrados, luciendo totalmente relajada. Había conseguido tapar el pezón con su brazo. Pensó que realmente parecía una foto tomada por un profesional.
Era demasiado tierna y sensual, sin duda quedaba claro que esa imagen había sido postsexo; sin embargo, su parte rebelde decidió compartirla en una de sus redes, con la total intención de que el mundo supiera lo feliz que era junto a él, sin importarle que con ello le daría de qué hablar a los medios sensacionalistas.
Subió la foto, solo editó un poco la luz, para que se viera más clara, y empezó a teclear el enunciado.
Cómo no amarte este lunes, y todos los días que nos queden por vivir, si en ti encontré un lugar, mi hogar.
Te amo, gatão.
La publicó y dejó el teléfono de lado para poder darle un abrazo, él se removió ligeramente, dejándole saber que estaba despertando.
—Hola, dormilón —susurró y empezó a besarle el pelo.
—Hola, mi amor. —La saludó con la voz ronca, sin tener la mínima intención de abandonar el cálido refugio, pero pasó sus brazos por debajo de ella para amarrarse a ese deseado cuerpo y gimió complacido—. ¿Cómo estás?
—Muy bien..., pero con hambre —dijo sonriente.
—Mi intención era que nos quedáramos aquí por lo menos una hora más, así, abrazados. —Raspaba suavemente con su barba en medio de los pechos de su mujer, como si fuese un gato mimoso.
En ese momento las tripas de Elizabeth hicieron un gracioso sonido, por lo que ambos empezaron a reír.
—Yo podría quedarme toda la vida así, contigo, pero creo que mi estómago no soportará más de cinco minutos... Estoy comprobando que es cierto ese dicho que reza: «amor con hambre no dura» —comentó sonriendo, aunque se sentía avergonzada por no poder controlar su organismo.
—Entonces. —Su voz se dejó escuchar con demasiada energía, como si de repente hubiese recuperado fuerzas—-, ¡vamos a comer! Antes de que tu amor se esfume.
Elizabeth se quedó mirando lo perfecto que lucía desnudo, su abdomen marcado y los oblicuos que sobresalían pecaminosamente, además de un trasero como piedra, al que muchas veces se aferraba. No tenía pinta de abuelo por ningún poro, su idea sobre los abuelos era que provocaban ternura, pero este solo despertaba lujuria, atracción y un deseo letal.
Cocinaron y comieron desnudos, después de descansar por mucho tiempo tirados en la cama conversando cualquier tontería y de que Elizabeth recibiera una llamada de su madre, en la que le confirmaba que había sido parte de todo ese plan de Alexandre se fueron a la ducha.
Elizabeth salió del baño primero que él, y envuelta en la toalla se tiró a la cama y agarró el control del televisor.
—¿Qué se supone que vas a hacer? —preguntó, parado bajo el umbral del baño y con las manos en jarras, como si estuviese sosteniéndose la toalla a las caderas.
—Ver televisión —respondió con total inocencia.
—No vinimos aquí para encerrarnos a ver televisión —aclaró caminando hasta ella, le quitó el control y apagó el aparato.
—Entonces, ¿tienes otro plan?
—Por supuesto, ¿acaso lo dudas?
—Estamos en medio de la nada, no creo que haya mucho por hacer, sobre todo cuando ya casi oscurece.
—Hay cosas mejores que hacer que ver televisión.
—¿Iremos a pasear? —curioseó levantándose de la cama.
—Algo así.
—Alexandre Nascimento y sus misterios —ironizó divertida—. ¿Tengo que ponerme linda?
—Nada te hará ver más linda que justo como estás ahora, pero lamentablemente tienes que usar ropa.
—¿Algo especial? —Siguió preguntando con una sonrisa de niña traviesa.
—Cualquier prenda que te pongas inmediatamente la haces especial, así que puedes usar cualquier cosa; después de todo, no fue mucho lo que conseguí meter en el maletín.
Caminó hasta el bolso, lo agarró y lo puso sobre la cama al lado de ella.
—A ver qué trajiste. —Se preguntó corriendo el zíper.
Ella se dio a la tarea de buscar alguna prenda para una ocasión campestre, solo esperaba que él hubiese metido algo adecuado.
Alexandre, que era mucho más práctico a la hora de vestir, se puso una bermuda celeste y una camiseta blanca.
—Estoy listo —dijo calzándose unas zapatillas deportivas Lacoste sin trenzas—. Necesito ir a hacer unos arreglos, volveré en unos minutos —anunció.
—No tardes —pidió ella, todavía indecisa si usar un vestido corto floreado o unos pantalones blancos estilo pescador.
—No lo haré, lo prometo. —Abrió la puerta, salió y la cerró.
Apenas Alexandre salió, Elizabeth, dominada por la curiosidad corrió a la puerta para seguirlo; esperó algunos segundos y abrió con la única intensión de ver a dónde se dirigía, pero se lo encontró parado en frente, con los brazos cruzados en el pecho.
—Sabía qué harías eso. —Fingió estar muy serio.
Elizabeth sonrió como quien había sido pillado «in fraganti» y se rascó el cuello por sentirse nerviosa.
—Solo... intentaba saber si ya te habías marchado.
—Querías ver a dónde iba, eso es todo. —Trataba de ocultar que la situación realmente le divertía.
—Está bien, nada gano con negarlo... Me muero de la curiosidad.
—Bueno, tienes que esperar. —Entró a la habitación, agarró las llaves y salió.
—¿Qué piensas hacer? —preguntó lo que era evidente.
—Asegurarme de que no me sigas.
—Alex, no puedes dejarme encerrada —protestó sin poder creerlo.
—Claro que puedo, solo serán cinco minutos, mi amor —dijo cerrando la puerta, siendo más rápido que ella y le puso seguro.
—¡Alex! No puedes hacerme esto. —Resopló al tiempo que miraba en derredor—. Sabes que si quiero salir puedo hacerlo por las ventanas, ninguna cierra por fuera.
—¡Lo sé! —contestó porque podía escucharla—. Pero no vas a arruinar la sorpresa, dijiste que te encantaban, que a todas las mujeres les gustan; ahora quiero que tengas un poco de paciencia... Si empiezas a vestirte ni notarás que me he marchado.
—Haré el intento, pero no tardes..., por favor.
—No lo haré. —Él empezó a bajar las escaleras de madera que daban a otro lado de la cabaña; sin embargo, varios metros después se detuvo, para ver si ella lo seguía, pero parecía que por fin le había hecho caso.
Llegó hasta el lugar que había pedido preparar para la ocasión, realmente le agradó cómo había quedado, había flores frescas por todos lados, no le quedaba más que encender las velas, porque ya ese cielo totalmente pintado de un sorprendente bronce estaba a poco de oscurecer.
Además de las velas, también encendió las cuatro antorchas que estaban en los pilares de madera, y puso la música a un volumen adecuado.
Regresó a la cabaña y la encontró sentada en la cama, ya con el vestido corto y de finos tiros con un estampado floreado puesto.
—¿Estás lista? —interrogó.
—¿En serio lo preguntas? —Se levantó como si la cama la hubiese quemado—. Estoy listísima.
—Entonces vamos. —Le ofreció la mano y ella la recibió.
Elizabeth se moría de ganas por preguntarle a dónde la llevaba, pero prefirió cerrar la boca y concentrarse más en lo que la rodeaba. Empezaron a bajar las escaleras, y este camino era mucho, mucho más largo. Pudo ver a través de los troncos de los árboles que había un lugar iluminado, pero imposible saber lo que era, solo era un reflejo, que podía jurar provenía de una hoguera.
Antes de que pudiera ver qué era lo que la esperaba escuchó una suave melodía y el estómago se le encogió ante la emoción, pocos pasos después los troncos se fueron dispersando, mientras ellos descendían por una rampa de madera. Entonces, a tan solo unos contados metros de llegar, pudo ver que era el muelle de un lago.
Estaba decorado con flores silvestres de muchos colores, había un tapete rojo, una cesta, pequeñas velas en vasitos de cristal y las cuatro antorchas que iluminaban mucho el lugar.
El lago era un gran espejo negro, en el que se reflejaba perfectamente toda esa maravillosa creación de Alexandre. Sentía que las mariposas habían abandonado su cuerpo y estaban bajo sus pies, haciéndola levitar; el corazón le saltaba de gozo y no podía dejar de sonreír como tonta, hasta empezó a temblar.
—¡Es hermoso! —dijo sin querer pisar el tapete y mirando todo lo que le rodeaba.
Alexandre guio sus movimientos en una clara invitación para bailar, ella, como una marioneta irremediablemente enamorada se dejó manejar.
—Dijiste que esta noche querías bailar. —Le recordó él, siguiendo el compás de la suave melodía.
Elizabeth todavía estaba tratando de asimilar eso y no conseguía sacar las palabras que se le atropellaban en la garganta y se le ahogaban en las lágrimas de emoción.
—¿Te ha gustado la sorpresa? —preguntó mirándola a los ojos que lucían vidriosos.
Elizabeth asintió con contundencia mientras tragaba en seco y parpadeaba rápidamente para no derramarlas.
—Mu... mucho —dijo con la voz ahogada y seguía bailando la suave melodía abrazada a él.
—Esto es más que un simple muelle...
—Es mucho más —dijo ella, haciéndose la fuerte para no llorar, pues no quería parecer tan sentimental.
—Eres tú —susurró llevándole una mano a la mejilla y le acariciaba con el pulgar el pómulo—. Mi muelle, hasta aquí llego, aquí quiero quedarme... Dijiste que querías ser mi puerto, y yo quiero que lo seas.
Elizabeth solo asentía una y otra vez, sin poder contener ya las lágrimas que él empezó a retirar con los pulgares.
—Me esforzaré por hacerte feliz, mi cielo, te recompensaré con mi amor todo el dolor que has sufrido.
—No quiero que te esfuerces, quiero que me quieras de forma natural, que sigas siendo tan espontánea como hasta ahora.
—Sé que soy algo loca e infantil, pero te quiero, de verdad lo hago...
—Quizá no merezca tanto.
—Lo mereces —aseguró, se puso de puntillas y lo besó con infinita e intensa ternura—. Te amo —murmuró contra los labios de él, húmedos por sus salivas.
—Por suerte ya te encontré —canturreó con la voz rota por las emociones y mirándola directamente a los ojos—. Realmente no sé qué he hecho para merecerte, porque nadie me apreciaba, y quien lo hacía no me interesaba... Dejé de creer en mi corazón...
—Que estaba en soledad. —Lo acompañó Elizabeth, sin poder controlar las lágrimas que seguían brotando. Se daba cuenta de que estar enamorada y ser correspondida era realmente perfecto, era hermoso, era el sentimiento más intenso; podía vivir y morir por ese hombre.
—Nunca pensé que te quedarías conmigo, has venido para hacerme feliz...
Abrazados siguieron bailando, compenetrándose cada vez más; después de varias canciones se sentaron a ver las estrellas, que se veían tan cerca y tan grandes que juraban que si estiraban las manos podrían tocarlas.
Empezaron a tomarse una botella de vino, que los hizo entrar en calor y despertó el deseo, por lo que terminaron quitándose la ropa para entregarse nuevamente al amor y al placer.
En medio del frenesí rodaron por el muelle e inevitablemente terminaron dándose un buen chapuzón de agua fría.
Salieron a flote carcajeándose mientras el agua helada los templaba; sin embargo, se quedaron ahí, esperando que el imprevisto accidente mermara la sorpresa para continuar en lo que estaban, y amarse en las aguas oscuras del lago.
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