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CAPÍTULO 24


El rosa, verde y blanco eran los colores que predominaban en el Palacio de la Samba, donde el contagioso ritmo y la inspiradora letra les recordaba la valentía con la que habían contado sus ancestros para superar las peores adversidades; ellos, quienes lucharon por mantener su cultura y el amor por su tierra debían ser el estímulo que los impulsara día a día para seguir adelante.

En una de las estrofas también invitaba a todos los manguereinses a cantar a viva voz sobre lo afortunados que eran, porque su país contaba con una flora y una fauna envidiable; cantaban sobre el arte y la cultura y la calidez del brasileño.

En una canción resumían lo que era Brasil y todo lo que había luchado a través de la historia.

Elizabeth ya la había escuchado y la adoró, no podía ser objetiva porque idolatraba la escuela a la que pertenecía, pero con toda la seguridad de la que podía disponer, la daba por ganadora.

Lamentó no haber estado en la presentación de la canción, porque ese fin de semana había sido su viaje a Tailandia; pero ahí estaba, poniéndose al día con el compromiso y la pasión que significaban los ensayos para el carnaval.

En la alta tarima la agrupación llenaba de samba el lugar, abajo la «abanderada» y su «escolta» mostraban sus habilidades para el baile y para llevar la bandera provisional que usaban para los ensayos.

Después fue su turno para demostrar de qué madera estaba hecha y cuánto podía resistir sambando encima de los altísimos tacones. Llevaba puesto un jumpsuit sumamente corto de flecos, que hacía más dramáticos y rápidos sus movimientos.

Junto a ella otras passistas también destacaban con el movimiento extraordinario de sus caderas, mientras sonreían ampliamente y se ganaban las miradas de los que ahí estaban, incluyendo algunos turistas a los que permitían entrar a los ensayos.

Elizabeth miraba en todo momento a Alexandre, que estaba entre el público asistente y le sonreía. En minutos se les unió la estrella de la escuela, la esperada y despampanante reina.

Ese viernes, en medio del ensayo inicial, pautaron que los demás se fijarían para los sábados por la noche. Elizabeth tuvo muy claro que desde ese momento ese día de la semana estaría totalmente comprometida con Mangueira.

A altas horas de la madrugada terminaron la fiesta, llegaron al apartamento justo para dormir unas pocas horas, porque a mediodía salía el vuelo para São Paulo, donde esperaban encontrarse con Rachell.

En el avión, Elizabeth iba junto a la ventana, mientras que Alexandre estaba sentado en el pasillo, y en la cómoda butaca gris al otro lado iba Luana, con una disimulada pero imborrable sonrisa. Él sabía que eso para ella era un sueño hecho realidad, pudo notarlo en esos hermosos ojitos grises cuando se inundaron de lágrimas en el momento que Elizabeth le mostró el pase tras vestidores del evento.

—¿Te siguen doliendo los pies? —preguntó Alexandre, preocupado por Elizabeth, ya que al levantarse después de dormir tan solo tres horas se quejó por el dolor en las plantas de sus pies; tanto, que él tuvo que prestarle ayuda para que pudiera llegar al baño.

—Horrores, todavía me palpitan, pero sé que pasará —aseguró, no era primera vez que pasaba por una situación semejante—. Solo será cuestión de práctica para que se acostumbren... De hoy en adelante voy a bailar todos los días durante horas con esos tacones, estoy segura de que no me ganarán.

Alexandre le sujetó las pantorrillas y la instó para que los levantara.

—Alex, ¿qué haces? No, no lo hagas.

—Si no lo hago, cuando intentes levantarte pasará lo mismo.

—Estamos en un avión —susurró con moderación para que no lo hiciera.

—¿Y qué importa? —cuestionó, entonces cedió y permitió que él llevara sus pies hasta su regazo, como mansamente dejaba que Alexandre tuviera el control en algunas cosas.

Con cuidado le quitó las sandalias color esmeralda de tacón bajito, no tuvo que desabrochar nada, solo sacarlas, porque llevaban una tira en la punta del pie y otra que bordeaba el talón y se abrazaba perfectamente a él.

Elizabeth agarró sus sandalias Jimmy Choo y las puso en una esquina de su butaca, al tiempo que se ponía más cómoda y gemía bajito, en una mezcla de dolor y placer cuando Alexandre empezó a masajearle.

Durante casi la hora que duró el vuelo él se dedicó a mimarle los pies, mientras conversaban y se seducían. Apenas anunciaron que estaba pronto el aterrizaje Alexandre volvió a ponerle las sandalias.

Una vez que Elizabeth descansó los pies en el suelo agradeció infinitamente lo que Alexandre había hecho, porque ya no sentía como si le hubiesen dado una paliza con una tabla en las plantas.

Sabía que tanto los ensayos como el carnaval serían un doloroso reto para ella y sus pies, pero también una gran satisfacción para su alma, porque desde que tenía uso de razón había soñado con eso. Bueno, realmente había soñado con ser la reina del carnaval, pero sabía que no era merecedora de tal título, porque no se había esforzado en absoluto para colgarse la banda.

Había otras chicas que vivan por y para eso, que desde que abrían los ojos hasta su último pensamiento antes de dormir era dedicado al carnaval, practicaban y se esforzaban todos los días del año, como para sentir que solo por amar todo lo relacionado al carnaval fuese suficiente para que ella se coronara.

Apenas el avión tocó tierra Elizabeth revisó su teléfono, encontrándose con el mensaje que esperaba de su madre.

Cariño, un chofer del hotel te estará esperando. Apenas llegues me avisas. Besitos de tu mami.

Elizabeth sonrió enternecida ante la muestra de afecto de su madre, podía asegurar que estaba más feliz que ella por el reencuentro, después de tantas semanas alejadas. Sin perder tiempo empezó a teclear.

Mami, ya llegué... Estoy esperando que abran las puertas de avión para bajar.

Envió el mensaje y le comunicó a Alexandre que los estaría esperando un chofer. Ella estaba realmente muy feliz, más bien pletórica de estar ahí, de tener al hombre que amaba a su lado, feliz de estar viviendo el amor por primera vez.

Alexandre le tomaba la mano y con la otra rodaba la maleta. Luana caminaba a su lado también llevando su maleta. Apenas salieron y antes de que pudiera ver al hombre que debía tener un cartelito con el apellido de Elizabeth una ráfaga de incandescentes flashes lo cegó e inevitablemente lo hizo sentir muy nervioso. No le gustaba ser fotografiado y jamás había sido el centro de atención de nada.

Era realmente molesto toda esa luz directa en sus ojos, por lo que tuvo que bajar la cabeza y llenarse de valor para lidiar con esa parte de la vida de su mujer.

No podía evitar pensar en todos los encabezados de esas fotos que les estaban tomando, donde solo se centrarían en las diferencias entre ellos, específicamente en edades y posición social. Nada bueno tendrían para decir de él, y eso lo hacía sentir impotente.

—Solo sigue, no les prestes atención —recomendó Elizabeth al sentir en la unión de sus manos cómo se tensaba.

Elizabeth, a quien situaciones semejantes la habían acompañado a lo largo de su vida, solo congeló una sonrisa en sus labios y levantaba la mano para saludar, al tiempo que apresuraba el paso.

Imaginaba que algo como eso pasaría, que los periodistas aprovecharían el marco de la semana de la moda para prácticamente acampar en el aeropuerto, a la espera de la llegada de todas las personas de renombre internacional que asistirían al importantísimo evento.

Luana no lo podía creer, soñaba con ser modelo y ese era un momento inolvidable. Aunque lo estaba disfrutando y estaba asombrada no mostraba emoción, solo seguía el paso apresurado de su padre.

—¡Señorita Garnett! ¡Señorita Garnett! —Escuchó Elizabeth al chofer que desde alguna parte a su derecha la estaba llamando y se hacía espacio entre los hombres de seguridad aeroportuaria que se estaban encargados de mantener a raya a los periodistas—. Bienvenida —dijo el hombre en medio de la algarabía y le recibió la maleta a Alexandre y a la chica.

Alexandre le abrió la puerta del asiento trasero y esperó a que Elizabeth y Luana subieran para después hacerlo él, tratando de ocultar que esos minutos habían sido los más estresantes en toda su existencia.

Elizabeth inhaló y exhaló profundamente al tiempo que abrazaba a Luana.

—Lo siento. —Se disculpó con ambos, pero miraba a Alexandre.

—No te disculpes, no es tu culpa.

—A mí me pareció fabuloso —intervino Luana, exteriorizando sus emociones y miró a través de la ventanilla, para ver a los periodistas y cómo se alejaban cuando el auto se puso en marcha. Para ella había sido la experiencia más extraordinaria vivida.

Mientras transitaban por la carretera Ayrton Senna de la denominada Nueva York de Sudamérica, como era conocida São Paulo, Elizabeth volvió a escribirle a su madre, informándole que habían logrado salir con vida del aeropuerto.

Ella le respondió de muy buen ánimo, diciéndole que no había importado cuánta seguridad y organización habían puesto a su disposición, ella también había tenido el mismo recibimiento.

Justo cuando el chofer se detuvo frente al Hotel Renaissance se alegró de no ver periodistas, suponía que no le habían permitido la estadía para evitar que incomodaran a gran parte de los participantes del evento que ahí se hospedarían.

Elizabeth entró, caminaba por el vestíbulo hasta recepción cuando vio que su hermanita se acercaba corriendo a ella, y más atrás venía su madre, caminando con esa elegancia y seguridad de la que era poseedora, pero una amplia sonrisa mostraba que estaba muy feliz de verla.

—¡Eli! —Violet se amarró en un fuerte abrazo a la cintura de su hermana.

—¡Hola, enana! ¡¿Cómo estás?! —Le preguntó con la emoción formando lágrimas en su garganta. Se acuclilló para estar a la altura de la preciosura de ojos violeta y volvió a abrazarla con fuerza.

—Estoy bien.

—Ya veo, estás más linda, y creo que has crecido más desde la última vez que nos vimos —hablaba acariciándole las sonrosadas mejillas.

—Tú también estás muy linda... ¡Te he extrañado mucho!

—Yo también —confesó levantándose y poniendo la mirada en su madre.

—Pero sé que estás bien y muy feliz viviendo con Alex... ¿Puedo saludarlo? —preguntó en un susurro.

—Claro —dijo sonriente.

Elizabeth miró a Alexandre que estaba a su lado y lo dejó con Violet mientras ella se fundía en un fuerte abrazo con su madre.

—Estás preciosa, mi niña, me tranquiliza mucho verte tan bien —hablaba Rachell sin querer soltar a su hija.

—Estoy bien, mami... No sabes cómo había extrañado estos abrazos —susurró con los ojos cerrados y sintiéndose niña entre los brazos de su madre.

Después de ese momento tan emotivo, Elizabeth, con el orgullo hinchado y el corazón latente de amor por el hombre a su lado, que vestía unos vaqueros azul oscuro, una chaqueta casual en el mismo color y una camisa blanca se lo presentó a su madre, mientras le acariciaba la espalda.

—Mamá, era hora de que conocieras a Alexandre en persona.

—Hola, es un placer —dijo Rachell con una gentil sonrisa, recibiendo la mano del hombre y percatándose de que las palmas, sobre todo en la parte interna de los nudillos eran ásperas.

—Igualmente, Rachell, muchas gracias por la invitación —respondió él con sinceridad.

Rachell notaba que sus ojos grises eran mucho más bonitos y se notaban más claros en persona, también podía advertir algunas canas en los rizos; realmente muy mínimas, pero imposible que a ella se le escaparan con lo meticulosa que era.

—Gracias a ti por acompañar a mi hija, me alegra ver que está bien... —Desvió la mirada a la chica que ya había visto en fotografías.

—Es mi hija, Luana. —La presentó él, nervioso.

—Mucho gusto, señora Garnett. —Ella no podía controlar su cuerpo, estaba temblando literalmente, producto de la emoción que sentía. Estar ahí, dándole la mano a una mujer que tanto admiraba y que amaba absolutamente todos sus diseños.

—Por favor, llámame Rachell. —Sonrió, sintiendo la mano trémula de la jovencita, que realmente era hermosa, una belleza que si se contaba con los contactos requeridos no pasaría desapercibida para los grandes de la moda. Decidió en ese momento que antes de que otros descubrieran ese diamante ella hablaría con su hija, para ver si Luana estaría interesada en formar parte de sus modelos, para presentar la próxima colección de primavera–verano.

—Es... está bien..., Rachell —tartamudeó.

—Ven aquí. —Abrazó a la jovencita—. No tienes que estar nerviosa...

—Es que la admiro mucho —confesó con las pestañas temblorosas—. Es usted la mejor diseñadora del mundo.

—Gracias, pero ya no estés nerviosa, soy tan humana como tú. —Trataba de tranquilizarla con un abrazo y una sonrisa, realmente era encantadora la niña—. Supongo que todavía no han almorzado, ¿les parece si vamos al restaurante? —propuso.

—Sí, es buena idea, mamá, pero primero subiremos a la habitación a dejar las carteras y bajamos —anunció Elizabeth, quien deseaba estar más cómoda.

—Está bien, cariño, espero en el restaurante.

—No tardaremos —prometió y siguió al botones que discretamente había estado esperando por ellos para llevarlos a sus habitaciones.

Luana no esperaba una habitación para ella sola, pero disimuló su emoción y entró, todavía sin poder creérselo.

Alexandre y Elizabeth agradecieron al botones por su amabilidad, pero en cuanto la puerta se cerró el mundo quedó por fuera, Elizabeth se lanzó en contra de él y lo besó apasionadamente; adoraba sentir cómo sus manos le apretaban la piel, cómo esos dedos se encajaban en ella y su forma tan entregada de besarla.

En medio de la batalla de sus lenguas, él, con pasos muy cortos empezó a guiarla a la cama, donde se desplomaron sin dejar de besarse. Elizabeth abrió las piernas para acoplarse perfectamente a él y lo encarceló; sin poder evitar que sus instintos la dominaran se frotaba contra él, moviendo su pelvis en busca del placer que le provocaba sentir cómo poco a poco la erección cobraba vida.

—Le... le dijiste... —Alexandre trataba de hablar en medio de los chupones que se entregaban y moviéndose contra ella—, a tu madre... que... que no...

—Lo sé. —Resopló, como si eso fuera la válvula de escape a tanta presión ardiente que llevaba por dentro—, pero me haces perder la razón, gato y me emociona que estés aquí conmigo.

—Sin embargo, ahora que podemos, creo buena idea que nos detengamos —sugirió con el pecho agitado—. Treinta segundos más y tendrás esta cobra dentro de tu cueva.

—Está bien, pero después del almuerzo regresamos aquí, pedimos una botella de champán, unas fresas y nos metemos al jacuzzi, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —afirmó él.

—Haremos el amor toda la tarde y noche... Ahhh, y por la madrugada también. ¿Cuento contigo?

—Sabes que no tienes que preguntarlo, nada me parece mejor.

—Entonces quítate de encima. —Lo empujó juguetonamente y se levantó de la cama—. Voy al baño a secarme y a cambiarme las bragas, ya sabes cómo me pones tan solo con tus besos.

—¿No sabes hacer otra cosa que provocarme? —dijo tirado en la cama.

—No es esa mi intención. —Le regaló una sonrisa pícara—. Mejor búscame las bragas —pidió, se quitó las sandalias y entró al baño, dejando la puerta abierta.

Alexandre se levantó, agarró la maleta y la subió a la cama para complacerla.

—¿Algún color en específico? —preguntó, rebuscando en el compartimiento donde estaba la ropa interior de ambos.

—Negras, de hilo —dijo ella desde el baño.

Él buscó, se la llevó y regresó a un lugar seguro, donde la desnudez de su mujer no amenazara con robarle la cordura.

Después de unos minutos Elizabeth regresó al lado de Alexandre, buscó su estuche de maquillajes y sentada a su lado borró todas las huellas del apasionado beso.

—Ahora sí, vamos a comer.

Salieron de la habitación y tocaron a la puerta de al lado, donde estaba Luana.

—¿Estás lista? —preguntó Alexandre, una vez que ella le abrió la puerta.

—Sí. —Salió sonriente de la habitación y los acompañó.

Cuando llegaron al restaurante Elizabeth le preguntó al maître por la mesa donde estaba la familia Garnett; él, con gran amabilidad los guio.

Pocos metros antes de llegar, Elizabeth pudo ver que la esperaba una maravillosa sorpresa, retuvo su grito de emoción, pero no pudo hacer lo mismo con su sonrisa y con sus pies, que apresuraron el paso.

—¡Ay, por Dios! —Chilló emocionada y con sus brazos abiertos, dispuesta a dar un gran abrazo—. Dijiste que no podrías venir, ¿por qué no me dijiste que cambiaste de planes?

—Porque se supone que las sorpresas no se anuncian —dijo Luck, abrazándola con fuerza, pero ella lo hacía mucho más intenso que él.

—Te he extrañado tanto, ¿cómo has estado?

—Antes de tu abrazo estaba bien. —Jadeó en el oído de ella—, pero ahora creo que tengo unas cuantas costillas fracturadas.

—No seas exagerado. —Se apartó de él, lo miró a los ojos y volvió a abrazarlo—. Dime que me has extrañado, que casi no consigues respirar sin mí —pidió sonriente.

—Te he extrañado mucho, mucho... y mucho. —Le plantó un beso en la mejilla—. Pero no quiero que tu marido me rompa la cara, ya se le nota que está a punto de explotar por los celos —susurró y se apartó de ella.

—Sé que no lo está, así que no molestes —aseguró con esa sonrisa imborrable.

Mientras Elizabeth estaba demasiado entusiasmada con Luck. Los corazones de Luana y Oscar estaban desbocados, pero se obligaban a disimular la sonrisa y las miradas.

—Hola, Oscar. —Alexandre saludó al chico, porque a pesar de que le había declarado estar enemistado con él, creía prudente demostrarle que por su parte seguía siendo su amigo.

—Hola. —Lo saludó, sin ese tono de admiración que antes usaba.

—Alex, ¿puedes sentarte a mi lado? —pidió Violet.

—Claro, princesa. —Caminó y se ubicó al lado de la niña.

Elizabeth le puso una mano sobre el hombro a Luana.

—Oscar, te presento a Luana... Aunque ya se conocieron por teléfono —comentó Elizabeth.

—Sí, hola, Luana —saludó con seguridad, aunque los nervios seguían dándole una batalla en el interior—. ¿Cómo estás?

—Hola, estoy bien... Gracias. —Las últimas palabras se ahogaron en su garganta entre tanto latido desbocado, pero los presentes se lo achacaron a los nervios de todo lo que estaba viviendo en ese momento.

—Luana, ven aquí —pidió Luck, quien le plantó un beso en cada mejilla—. Me alegra mucho verte de nuevo.

—A mí también —dijo emocionada, por ver una cara que conocía y admiraba, pero que ya no despertaba los mismos nervios que Oscar Garnett.

—Siéntate conmigo —pidió con esa amabilidad y alegría que lo caracterizaba.

Elizabeth se sentó al otro lado de Luck, frente a Alexandre; mientras que frente a Luana quedó Oscar, quien había fruncido ligeramente el ceño desde que la chica se mostró más efusiva y relajada con el ex de su hermana.

Elizabeth no podía evitar extrañar a su padre, hubiese sido realmente perfecto si estuviera en esa mesa, pero ya su madre le había avisado que no viajaría, para que se hiciera a la idea y no sufriera, pero eso era imposible, no importaba con cuánto tiempo de anticipación le avisaran, su corazón no se resignaba al rechazo de su progenitor.

Rachell sabía que su hija extrañaba a su padre, por lo que se esforzaba por mantener una amena conversación y descubría porqué Alexandre había fascinado tanto a su hija, era un hombre que mostraba seguridad, seriedad e inteligencia.

Luana era una chiquita encantadora y la notaba muy cómplice de Elizabeth. La relación de su hija no estaba dentro de los estándares de lo que podía considerarse normal, pero a pesar de ello se le veía radiante, muy feliz. A él lo observaba muy enamorado de su niña, notó cómo se quedaba mirándola, atento a cada palabra que ella expresaba, era como si la venerara con la mirada; y en ese momento estuvo segura de que ese hombre estaría dispuesto a dar la vida por su hija, por lo que sin pensarlo pondría en sus manos la seguridad de Elizabeth.

Deseaba que Samuel pudiera hacer lo mismo, que se diera la oportunidad de mirar más allá de los ojos de padre celoso, que pudiera abrir la mente a lo inevitable. Debía aceptar que su hija no podría estar toda la vida con ellos, que en vez de discutir y levantar barreras, lo más sensato sería ganarse el respeto de ese hombre que cuidaría de su tesoro de ahora en adelante.

La comida terminó y Rachell le informó a Elizabeth que esa noche a las ocho iban a compartir una cena con algunos de los organizadores del evento y otros diseñadores, también extendió su invitación a Alexandre.

—¿Qué harán ahora? —preguntó Elizabeth.

—Ya sabes que no tengo descanso, voy a ver las últimas pruebas de los diseños y me toca llevarme a este niño —dijo haciendo un ademán hacia Luck—. Tiene que ensayar.

—Ya ves, tu madre me explota —dijo sonriente—. ¿Nos acompañarás? —Más que una pregunta era una invitación.

—No, cariño, me encantaría, pero realmente estoy exhausta. Anoche iniciaron los ensayos del carnaval y estuve hasta las cuatro de la mañana moviendo este hermoso cuerpecito, sobre unos tacones de mínimo dieciséis centímetros. Y si realmente quiero estar atenta a la reunión de esta noche debo dormir por lo menos unas tres horas. —Se excusó.

—¿Y tú que harás? —Luck desvió la mirada hacia Alexandre.

—Lo mismo que Elizabeth.

—Él estuvo conmigo —intervino ella.

—Mami, ¿y yo qué haré? No quiero quedarme solita en la habitación —habló Violet.

—Antes de irme te dejaré con una de las niñeras del hotel, seguro que ella te llevará a pasear —dijo con cariño acariciándole la mejilla a la niña.

—Luana, ¿tú que harás? —preguntó Oscar, tomando a todos por sorpresa, porque había hablado muy poco.

—No lo sé, quizá ver televisión —dijo sintiendo que las mejillas se le calentaban.

—Si quieres puedes venir conmigo —intervino Luck.

Alexandre no pudo controlar los espontáneos celos paternales y carraspeó, obteniendo la atención de su hija.

—O si prefieres podemos ir a la piscina, iremos con Violet —propuso Oscar, sintiendo que su excuñado, al que siempre le había tenido cierto aprecio empezaba a caerle muy mal, por andar de entrometido.

—¡Sí! —Violet celebró de brazos alzados—. ¡Vamos a la piscina! Es que en Nueva York está haciendo mucho frío y no me gusta la climatizada, porque cuando salgo igual siento mucho frío.

Luana miró a su padre y realmente no supo definir lo que halló en su mirada. No podía saber si estaba de acuerdo en que fuera a la piscina, porque de ir con Luck el carraspeo había sido un «no» rotundo.

—Es... es que no empaqué traje de baño. —Dio esa excusa, tratando de descubrir si su padre lo aprobaba.

—Pequeña, por eso no te preocupes, ya mismo te pido uno —dijo Rachell.

Cómo decirle que no a la gran diseñadora, miró una vez más a su padre.

—En menos de quince minutos lo tendrás, no voy a permitir que te quedes encerrada en la habitación —habló Elizabeth.

—Papá, ¿puedo? —Resolvió preguntarle, porque no lograba descifrar su mirada y no quería hacer cosas que él no quisiera.

—Sí, puedes bajar, pero solo a la piscina —condicionó, sin importarle que los demás estuvieran en la mesa; y le echó un vistazo a Oscar, más que todo era una sutil amenaza, de la que nadie se percató.

Para Rachell esa condición de Alexandre fue tan Samuel Garnett. No sabía cómo era la relación con su hija, pero estaba segura de que la celaba más de la cuenta.

—Bien, entonces ustedes vayan a descansar —pidió Rachell a la pareja—. Que Luck y yo nos encargaremos de dejar a estos pequeños en la piscina antes de irnos.

Elizabeth se levantó y le dio un beso a su madre.

—Gracias, nos vemos en unas horas —susurró. Sí que había extrañado a su madre.

—¿En serio vamos a dormir? —Alexandre susurró su pregunta una vez que entraron al ascensor.

—Sí, no estaba planeada la cena... —Se acercó a él y se colgó de su cuello—. Pero dormiremos después de que estrenemos el jacuzzi y nos tomemos la botella de champán.

—A pesar de todo, no nos irá tan mal. —Hizo un puchero y lo acercó a los labios de su mujer.

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