CAPÍTULO 14
Apenas llegaron a la casa de Reinhard, Elizabeth llamó a Violet, como le había prometido, para que pudiera hablar con su abuelo. Aunque lo hiciera por lo menos tres veces por semana, para ella nunca era suficiente conversar con el hombre que tanto adoraba y que tanto la consentía.
—Estoy llegando, espera un minuto, enana. —Trataba de tranquilizar la ansiedad de su hermanita, que pretendía sorprender a su abuelo. Miró a Alexandre de soslayo y él ya la estaba mirando, por lo que le guiñó un ojo y sonrió. Le emocionaba que viviera sumamente pendiente de ella.
Caminaban tomados de la mano por el pasillo que llevaba del estacionamiento al salón principal. Donde estaba segura los estaría esperando Reinhard Garnett, en compañía de su tía, porque aunque llevaran más de treinta años de casados, seguían siendo inseparables; anhelaba que el amor entre Alexandre y ella fuese tan intenso que pudiera superar tanto tiempo y tantas tempestades.
Suponía que el tiempo para los enamorados iba más de prisa, porque llevaba meses enamorada del hombre que le sujetaba la mano y para ella era como si tan solo hubiesen pasado unos cuantos días, esperaba que esas emociones, ese estado de alegría y plenitud en el que estaba viviendo constantemente no mermara jamás.
—Eli, no le digas que estás hablando conmigo, tiene que ser una sorpresa —pidió la niña emocionada.
—Está bien, no le diré... —La tranquilizó y vio a su abuelo sentado en su sillón favorito, y a su tía sentada a su lado, tomándose lo que parecía un humeante té—. ¡Hola! —Corrió hacia ellos y los llenó de besos, mientras Alexandre aguardaba a que Elizabeth se expresara para poder saludar—. , alguien desea hablarte —comunicó entregándole el teléfono.
Reinhard recibió el aparato con la mirada puesta en los ojos de su adorada nieta, aunque sabía que la había citado ahí con el principal propósito de reprenderla.
—¿Hola? —saludó al llevarse el teléfono a la oreja.
—¡Avô, sorpresaaaa! —exclamó Violet emocionada, y él se carcajeó divertido y sorprendido.
—Hola, mi pequeña Violeta, qué alegría escucharte.
—A mí también me hace muy feliz escucharte... Te extraño demasiado —repitió lo mismo que le decía cada vez que hablaban.
—Yo también, mi princesita, no te imaginas cuánto...
—Ya le dije a papi que cuando tenga vacaciones me iré a tu casa, quiero pasar mucho tiempo contigo.
—Yo mismo hablaré con él para que te traiga, y si no puede te mandaré a buscar... ¿Te parece si hacemos una videollamada?
—Sí, me encantaría verte, avô... Y así tú puedes ver a Blondy, lo tengo aquí conmigo —comentó con la energía que la felicidad le proporcionaba.
—Entonces pasaré a la sala de cine, espera un minuto y te llamo.
—De acuerdo, te quiero, mi viejito.
—Yo también. —Reinhard soltó una corta carcajada, enternecido con su nieta.
Terminaron la llamada y él puso sus ojos azules en los grises de Alexandre.
—¿Cómo está, señor? —preguntó ofreciéndole la mano, la cual fue recibida en un cálido apretón.
—Bien, gracias por aceptar la invitación —dijo con un tono serio, no estaba totalmente satisfecho con el hombre, por estar exponiendo a su nieta al llevarla a la favela.
—Es un placer, disculpe que no había podido asistir con anterioridad.
—Sé que estabas ocupado con el trabajo, entiendo perfectamente cuando se tiene que cumplir con ciertas responsabilidades —comentó con total sinceridad, mientras aguardaba el momento justo para poder tener una conversación muy seria con ese par. Una de sus virtudes era ser muy paciente y tratar los temas con tacto, jamás había podido ser tan impulsivo como lo era Samuel, y bien sabía que lo había heredado de su madre. Elizabeth, su hermana, siempre fue el vendaval de la familia.
Lo que menos quería era hacer esperar a Violet, en ese instante ella era su prioridad, así que les hizo una invitación a todos para que lo acompañaran a la sala de cine, donde podrían verla.
Elizabeth, sin dejar de parlotear con Sophia, le sujetó la mano a Alexandre y siguieron a Reinhard, quien apoyado en el bastón los guio hasta el lugar.
El hombre le pidió a uno de los operadores del sistema audiovisual de la casa que conectara la llamada, mientras ellos esperaban cómodamente en las butacas a que se diera la conexión.
Un tono de llamada fue suficiente para que Violet contestara, inevitablemente Elizabeth sonrió ante la impaciencia de la niña.
—Aquí estoy, avô —dijo agitando ambas manos. Estaba sentada sobre su cama con las piernas cruzadas, en medio de un remolino de sábanas, todavía con el pijama puesto y con Blondy cargado.
—Te veo, mi pequeña, ¿qué haces todavía en la cama? ¿Dónde están tus padres? —preguntó sonriente y la mirada brillante por la emoción.
—Papi dijo que podía dormir hasta la hora que quisiera, creo que están en el gimnasio... Hola, tía —saludó poniendo la mirada en Sophia.
—Hola, muñeca, pero qué linda estás.
—¿Aunque no me haya peinado? —preguntó pícara.
—¿No te has peinado? Ni lo había notado, luces preciosa. —Claro que había visto que tenía el pelo un completo desastre, pero lo cierto era que seguía tan hermosa que le daban ganas de comérsela a besos.
—Gracias... Ay, tía, dile a mami que me lleve contigo por favor, quiero estar allá, como Eli.
—Tienes que esperar las vacaciones, cariño; prometo que apenas terminen las clases te traeré.
—¡Gracias, tía! —Chilló emocionada—. Hola, Alexandre, ¿escuchaste?... Muy pronto iré a Río, ¿crees que podrás seguirme enseñando a surfear?
—Por supuesto.
—Mi abuelo me está guardando la tabla, estoy segura de que la está cuidando muy bien.
—Aquí está esperando por ti —intervino Reinhard.
—Avô, ¿sabes? Yo ya sabía que Alex estaba enamorado de mi hermana... ¿Cierto que te lo dije, Eli? —Le preguntó, y Elizabeth se sonrojó y sonrió tontamente.
Elizabeth no pudo decir nada, solo afirmó con la cabeza y miró a Alexandre a su lado, quien carraspeó disimuladamente.
—¿Por qué lo sabías? —preguntó Sophia mirando a la sonrojada pareja.
—Es que Alex era muy evidente. —Rio divertida y con un aire de suficiencia—. Miraba mucho a Eli, a cada segundo... Y se quedaba como tonto... Así como se miran papi y mami.
Sophia y Reinhard rieron ante la conclusión de la niña.
—¿En serio era tan evidente? —Alexandre le susurró la pregunta a Elizabeth.
—No lo sé, no me daba cuenta, quizá porque quería que me miraras más allá de lo que era evidente para las demás personas —respondió en el mismo tono, conteniendo las ganas de besarlo, por respeto a los demás.
Violet siguió parloteando, arrancándole carcajadas al abuelo por encima de los presentes. No dejaba duda de que amaba a Reinhard Garnett y que deseaba poder estar con él.
La niña se despidió lanzando besos a la pantalla y moviendo una de las patitas de Blondy para que también se despidiera.
Casi un minuto después salieron y regresaron a la sala, donde se encontraron con Renato, que bajaba las escaleras todavía con el pijama puesto, despeinado y más dormido que despierto.
—¡Vaya! No sabía que había regresado el señor manos ligeras —dijo Elizabeth en una carrera hacia su primo.
—¡No! ¡No! —Renato levantó las manos en señal de alto, como si Elizabeth fuera un perro que estaba a punto de darle una cálida bienvenida a su adorado dueño.
No importó cuánto se negara, ella igual se le lanzó encima, rodeándole la cintura con las piernas y le plantó varios besos en la mejilla, mientras que Renato trataba de mantener el equilibrio.
De manera inevitable Alexandre sintió celos, no importaba que su parte más racional le recordara que eran primos, su parte egoísta rugía al verla tan compenetrada con ese chico, que la había acompañado a la favela, y no le quedaba más que aguantarse esa agonía que provocaba el temor de perderla.
—Ya bájate, bájate —pedía Renato ante el efusivo encuentro por parte de su prima.
—¿Cuándo regresaste? —preguntó otra vez con los pies en el suelo y le despeinaba todavía más el pelo.
—El martes, ¿qué haces aquí?
—No me digas que no sabes.
—Sí, avô me dijo que estás viviendo en Río y que tío Sam está que se muere de celos...
—Sí, ya tengo varias semanas viviendo con Alexandre —dijo orgullosa del hombre con el que estaba compartiendo su vida e hizo una seña hacia él, quien estaba a varios pasos parado al lado de su abuelo.
Renato, al verlo, lo reconoció inmediatamente, no lo podía creer; definitivamente, algo no andaba bien con Elizabeth, ¿acaso había enloquecido?
Alexandre avanzó varios pasos y le ofreció la mano, mientras los ojos azules estaban cargados de confusión y el ceño intrincadamente fruncido.
—Es un placer, Alexandre Nascimento.
Renato comprendió que debía fingir que no se conocían, y le seguiría el juego, pero eso sí, Elizabeth debería explicarle qué rayos estaba sucediendo.
—Igualmente, Renato Medeiros, ¿son novios? —preguntó echándole un vistazo a su prima parada a su lado.
—Sí... Bueno, vivimos juntos —respondió Elizabeth por Alexandre al tiempo que le regalaba una sonrisa de agradecimiento, por no exponerla delante de su abuelo.
—Ah. —Movió la cabeza asintiendo, sin poder creérselo todavía—. Bueno, sigo a la cocina. Buenos días abuelo, abuela —saludó a quienes había ignorado debido a la sorpresa.
—Buenos días, Renato —saludó Reinhard.
—Buenos días, Renatinho. —Renato era el único de los nietos de su marido al que Sophia le permitía que la llamara abuela, todos los demás le tenían que decir tía.
—Eli, ¿vienes? —propuso en su camino a la cocina.
—Ya regreso. —Le dijo a Alexandre, él solo asintió.
—Alexandre, ven con nosotros —pidió Reinhard y miró a Elizabeth—. Estaremos en el jardín.
Elizabeth siguió a Renato, mientras que Alexandre caminó al lado de Reinhard y Sophia.
—¿Ahora sí vas a decirme qué tanto haces en Chile?
—Eli, ¿en serio? —La interrumpió él, volviéndose a medio camino y la miraba con el ceño fruncido.
—¿En serio qué?
—No te hagas la tonta, sabes a lo que me refiero... ¿El capoeirista de la favela? —susurró, pero su connotación era de reproche—. ¿Acaso enloqueciste?
—Él no vive en la favela.
—Supongo, sino Samuel Garnett ya te hubiese sacado a la fuerza de allí... ¿Cómo es posible? —recriminó—. ¿Acaso seguiste yendo a ese lugar? ¿Cómo es que te gusta ese hombre?
—Ay ya, Renatinho, te pareces a mi padre. Me gusta y punto.
—Te gusta y punto, esa no es la respuesta...
—¿Qué quieres que te diga? Me gusta, me enamoré de él, es un buen hombre, un gran hombre, con el que puedo compartir mi mayor pasión.
—¿Acaso no recuerdas lo rudo que fue contigo?
—En realidad no fue rudo, lo que sí recuerdo de ese día fue que me salvó...
—Sí, y a mí me dejaron tirado en el basurero, a punto de morir del terror que sentí al no encontrarte... Ese hombre no es para ti, es mucho mayor que tú... ¿Y qué pasó con Luck?
—No es tan mayor... Luck y yo terminamos, y no necesito de tu aprobación para enamorarme.
—Pero ¿cómo sucedió?, ¿en qué momento? —Seguía totalmente confundido.
—El destino quiso que nos encontráramos en otras oportunidades.
—Eso que acabas de decir es sumamente ridículo..., extremadamente cursi... Sé que volviste a la favela, de verdad estás loca y se lo voy a decir al abuelo... —sentenció.
—No, primito, no lo harás. Recuerda que yo te guardo un gran secreto, ¿o ya olvidaste lo que estabas haciendo en la oficina de avô?
—Puedes decirle lo que te dé la gana; además, tengo tiempo sin tener citas sexuales por internet, y después de todo, eso no le hace daño a nadie.
—Que yo vaya a la favela tampoco...
—Te estás poniendo en riesgo; definitivamente, creo que algo les pasó a tus neuronas.
—Renato, deja la paranoia. Voy con Alex y es mucho más seguro...
—Eli, te dije que no regresaras, no entiendo cómo puedes hacerlo después del infierno que vivimos ahí.
—Tú eres un miedoso, cobarde...
—Si crees que no poner mi vida en riego es cobardía, pues lo soy, pero voy a contarle a avô y dejar mi conciencia tranquila.
—Renato, no seas aguafiestas.
—Llámalo como te dé la gana, igual le diré...
—No lo hagas, te lo suplico. —Juntó las manos en señal de ruego—. Yo lo haré, te lo prometo.
—Sé que no lo harás.
—Sí lo haré, dame unos días... Te lo prometo.
—Te doy hasta el viernes, y no voy a esperar a que tú me lo confirmes. El sábado hablaré con él, se lo hayas dicho o no.
—Te odio —refunfuñó.
Él sonrió cínico, ella podría odiarlo todo lo que le diera la gana, pero él no iba a secundarle en semejante locura. Siguió a la cocina y la dejó a medio camino.
Elizabeth resopló, sintiendo que estaba contra la espada y la pared, necesitaba pensar en algún tipo de chantaje para seguir manteniendo la boca de Renato cerrada.
Lo siguió a la cocina, ahí ya no podían hablar, porque había personas que seguramente le contarían a su abuelo cualquier palabra sospechosa que expresara; sin embargo, aprovecharía la oportunidad para empezar a presionarlo.
—Sé perfectamente que no vas a Santiago simplemente para desconectarte del mundo, porque eso es imposible para ti. Sé que vas a visitar a alguien —dijo acercándose a él, pero después se alejó y le pidió a una de las mujeres del servicio que llevara limonada al jardín.
Elizabeth supo que las cosas se complicarían esa mañana cuando se topó con la inesperada visita de su tío Ian, quien llegaba con semblante de pocos amigos; sin embargo, se relajó cuando la vio.
—¡Qué linda sorpresa! —dijo avanzando hacia ella.
—Hola, tío, qué alegría verte. —Apresuró el paso y lo abrazó, al tiempo que recibía un cálido beso en la mejilla.
—No sabía que estabas en Río.
—¿Avô no te lo había contado? —preguntó sorprendida y tragó en seco, porque parecía que sería peor de lo esperado.
—No.
—¿Ya no hablan?
—Todos los días, pero supongo que tendrá sus razones para no decirme.
—¿Tampoco has hablado con mi papá?
—No... ¿Ha pasado algo? ¿Cuándo llegaste?
—Hace unas semanas...
—¡¿Unas semanas?! —preguntó atónito.
—Sí... —Se mordió el labio, dudando si contarle sobre Alexandre, pero suponía que no podría ocultarlo por mucho tiempo, a menos que mintiera sobre su relación; pero en nombre del amor que sentía por él, sabía que no lo merecía—. Estoy viviendo aquí en Río..., con mi novio.
—Este muchacho... ¿El modelo? —cuestionó todavía perturbado.
—No, Luck y yo terminamos hace un tiempo... Es otro hombre.
—¿Desde hace cuánto que son novios para que estés viviendo con él?
—Unos meses... ¿Has venido a visitar a avô? —Cambió rápidamente el tema.
—Sí, pero lo que me trae aquí es Liam, vine a hablar con Renato.
—Acabo de dejarlo en la cocina, ¿qué hizo Liam esta vez? —preguntó consciente de que su primo mayor era el dolor de cabeza de su tío.
—Ha desaparecido, llevo tres días sin saber de él; no ha ido a trabajar, tampoco ha ido a su apartamento, y no me dijo que se iría de viaje, lo cual no sería muy conveniente, ya que mañana tenemos un compromiso importante.
—Seguramente estará en casa de algún amigo o amiga, no me extraña que desaparezca —comentó ella.
—A mí tampoco, solo quiero asegurarme de que mañana podré contar con él.
—¿Qué es eso tan importante? Claro, si se puede saber.
—Maiara va a casarse en unos meses con un coronel de la fuerza aérea. No sé si la recuerdas, la ingeniera...
—Sí, sí, claro... Pero, tío, creo que Liam y ella no se llevan bien, disculpa que sea sincera, pero no creo que debas obligarlo a asistir.
—Pues, tendrá que hacerlo, porque se hará un espectáculo aéreo el día de la boda y se supone que él va a coordinarlo junto a un teniente. Las pruebas inician mañana y tu querido primo es el que sabe toda la logística y el plan de vuelo —comentó, dejando salir una vez más la rabia que le provocaba no saber si iba o no a contar con su hijo.
Lo que más le enfurecía era que Liam mismo se había ofrecido a hacer eso, como para que a último momento lo olvidara.
Ian estaba muy comprometido con la boda, porque sería quien la entregara en el altar; quería a esa chica tanto como a sus alocadas hermanas o a su sobrina, y no deseaba que una de las atracciones más importantes de su boda se cancelara simplemente por la irresponsabilidad de su hijo.
—Liam es un caso perdido —dijo sonriente y negando con la cabeza.
—Más le vale que aparezca, porque si no, se va arrepentir. —Se acercó y le dio un beso en la mejilla—. Voy a preguntarle a Renatinho si sabe algo de él, después voy con ustedes.
—Está bien. —Le sonrió enternecida, adoraba a su tío, aunque también le tenía mucho miedo y respeto, porque era demasiado estricto. Liam era el único que tenía el valor de burlarse de él.
Ella quiso decirle que dudaba mucho que el pobre de Renato supiera dónde estaba su hermano, él no sabía ni dónde estaba parado. La vida real para su primo era una especie de dimensión casi desconocida; sería más fácil si deseara preguntarle sobre las últimas tendencias tecnológicas, pero prefirió correr al jardín, para decirle a Alexandre que se marcharan; todavía no tenía el valor para enfrentar a su tío, que, por lo visto, no sabía nada.
Nota: Buenas tardes, estoy de vuelta por aquí. Ahora sí, terminaré de publicar este libro.
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