Capítulo 12
Desconocido
— Ya te dije que estoy cerca, sé que puedo descubrirlo sin llegar a ese extremo. —Es demasiado. Esta conversación está haciéndome alzar la voz refunfuñando, en un tono nada propio de mi.
— ¿Cuánto tiempo piensas que tenemos? ¿Toda la vida? Pues no. Me contaste que Marina había descubierto el secreto, entonces necesito pruebas. Sé que la amas y la pones por sobre todas las cosas, he esperado porque te tengo estima y porque sé que te has esforzado y lo has dado todo por este trabajo. — Hace una pequeña y triste pausa. —...incluso cosas que no debiste dar. — Agrega frustrado y sé a lo que se refiere.
Odio saber a qué se refiere.
— Por favor Samuel, un mes, solo un mes más y todo saldrá a la luz, en un mes puedo conseguir la verdad y las pruebas.— Suplico, sé que tiene una debilidad por mí, voy a usarla hasta el final.
— ¡Pero no tenemos un mes!, Máximo tienes dos semanas. — Suspira cansado. Puedo imaginarlo debatirse entre lo que debe hacer y la posición en la que lo pongo.— Si en una semana no logras avanzar tendrás que hablar con ella...a menos que quieras que otro lo haga.— Esa posibilidad me hace apretar los dientes.
Eso jamás puede pasar, ella no será puesta en peligro por nadie. No y no.
— ¡No puedo creer que me estés poniendo en aprietos! ¡No puedes hacerme esto! No puedes contarlo, confié en ti, no puedes, simplemente no...¡Auch!. — Mierda, me he puesto tan nerviosa que me acabo de quemar con la estufa.
—Dos semanas Amelia, no más. Te sugiero que hables con tu hija y le ahorres muchos problemas. — Dice y cuelga.
Esta vez su razón le ha ganado a la estima que me tiene.
Maldito imbécil.
Empujo la comida de la estufa demasiado cansada. Siento mi ceño fruncirse y suspiro para alejarlo.
No pago miles de dólares en tratamientos anti-edad para arruinarlos en un berrinche.
Relajo la mirada y me acomodo el delantal a la silueta. Quiero gritar y aminorar la frustración y el odio que siento, pero jamás lo haré a costa de mi belleza, eso sí que no.
Samuel ha decidido de qué lado ponerse y no es del mío, el muy idiota se ha condenado solo.
Miles de ideas pasan por mi mente, él sabe demasiado y tengo que detenerlo si quiere revelarse. Sucia sabandija, sólo hay un lado correcto aquí y debe creerme, el lado contrario al mío no será el vencedor.
Mi pensamiento se interrumpe cuando escucho la puerta principal abrirse y cerrarse, simulo que estoy demasiado concentrada en la estúpida sartén con la que me acabo de quemar y no en debates ético-legales.
Por no decir, en debates de vida o muerte.
Los pasos se acercan apresurados, no me giro en ningún momento y me limito a tararear la canción que suena en la radio mientras revuelvo el estofado.
De repente la canción de Bruno Mars desaparece dando paso a un silencio abrumador y luego un sonido en la mesa.
Giro hacia el lugar donde está la radio y mis ojos se encuentran con los de Marina quien ha apagado la música, en mi mirada estoy segura que hay asombro, en los suyos un fuego abrazador que amenaza con quemar todo a su paso.
La feroz jovencita se cruza de brazos y puedo distinguir que nada bueno se aproxima, todo en su porte es exigente e imponente, no me sorprende, después de todo es mi hija.
Lo que sonó en la mesa es aquello que lleva en sus manos. Lo pone en mi vista y se qué es "su tratamiento".
Hago un esfuerzo por mantener la serenidad como siempre que veo ese frasco, por dentro soy un nudo de nervios, pero no debo adelantarme a los acontecimientos.
— ¿Se han terminado, cariño? — Pregunto con naturalidad. Quizás sólo sea eso.
— ¿Quieres decir si me he tomado ya otro dulce frasco de mi "tratamiento"? — Dice con una voz sarcástica. Las comillas aéreas la hacen ver infantil, en otra situación la habría regañado por su tono, pero no hoy, no anticipando que ella ya conoce más de lo que debería. — Tengo una pequeñita pregunta para ti, ¿Cómo es posible que mi diagnóstico de VIH sea falso y que en realidad las pastillas que tomo, no solo ahora, sino hace UN PUTO AÑO, me están volviendo loca? — Oh santa mierda.
Ella sabe todo. El infierno está aquí.
Marina
La miro, tratando de canalizar mi odio solo en la mirada. Espero en silencio que la intensidad que le pongo a observarla, pueda derretirla en cualquier momento.
Diosa del Refri, debería dejar de ver pelis de superhéroes.
Soy ilusa en creer que puedo causar aunque sea un mínimo de nervios en ella, su mirada no me da ni un ápice de arrepentimiento, no la veo acorralada ni nada, sólo me observa desde su superioridad habitual. Lo detesto.
— Entonces mamá, quiero escucharlo. — Mi voz se percibe irreconociblemente calmada y decepcionada. Quiero incomodarla. — Este es el momento en el que me das una excusa. Bueno, quizás sólo puedas admitir que quieres enloquecerme o matarme, después de todo eso es lo que mejor se te da. — Deseo gritarle que la odio, que me ha hecho sentir miserable y vacía.
Pero prefiero los golpes bajos, las amargas verdades quizás la hagan sentir más culpa.
— Está bien, ¿Tú niña grande, quieres saber la verdad? Pues te la digo: es por tu bien, siempre lo fue. Pero ya está, dejalas si quieres, después de todo ya viene siendo hora de que comiences a asumir la realidad en la que vives y salgas de tu bonito mundo de las maravillas. — Mi madre comienza a desatarse el delantal que lleva puesto y se acomoda el único mechón de cabello que no se encontraba tan pulcramente colocado como los otros, lo cual solo anuncia que será: granada y escape.
— ¿Es así de fácil? ¿Me drogas por meses y lo único que dirás en defensa es eso? Con razón todos te dejan, madre. — Otro golpe bajo, otro intento tonto de incomodar a la mujer de hielo.
— Las pastillas, las necesitas. — Ni siquiera se molesta en responder mis agresiones, como si tuviera la capacidad de silenciarme. Deja escapar un pesado suspiro y a mí la razón se me nubla cada vez más. — No son para volverte loca, pequeña, todo lo contrario. — Dice sin interés mientras mira la hora en su reloj, como si tuviera que irse ya. — Son para mantener a raya tus...episodios.— Termina de decir como si estuviera en la charla más monótona de todas. Sin nada de interés en mi.
— No te creo. — Le digo, noto de inmediato que estoy temblando, me concentro en detenerlo. Me prohíbo ser débil ante ella.— ¡Yo no estoy loca! No tenía todo esto antes de las pastillas, mis ataques de pánico me los causaste tú, mamá. ¡Me estás drogando!, ¡Hace un año que tomo esta mierda por tu maldita mente enferma!— Lanzo lejos el frasco y las pastillas se despilfarran por todo el suelo.
Las comisuras de sus labios se arrugan mirando en esa dirección, pero no dice nada.
— Dejalas. Pronto las extrañarás. — Comienza a caminar para salir de la cocina pero no se lo permito. Me pongo en su camino. — Marina, no lo recuerdas y no puedo culparte. Pero te daré una pista y tu mente comenzará a debelarlo: lo tomas por lo que pasó con tu hermano.— Aquello me toma por sorpresa, retrocedo un paso y la miro extrañada, esperando que se ría, que diga que es una broma, está siendo incoherente.
— ¿De qué hablas? Lo único significativo que ha pasado con Matt es que se marchara con papá. Lo odié por eso, pero ¿Sabes? Ahora lo comprendo un poco, debería haber hecho lo mismo. — Ella se sorprende, supongo que mo le gustó nada mi respuesta, pero continúe: — Además eso no pasó hace un puto año ¡Y mucho menos lograría volverme loca!— Grito.
Me empiezo a agitar, siempre que hablo de Matt pasa eso, supongo que mi cuerpo aún no le perdona el haberme dejado aquí.
En ese momento su mirada cambió, al principio pensé que era de dolor por lo que le había dicho, luego, cuando me habló, supe que era de pesar, y lástima. Es la mirada que más detesto en el mundo.
— Oh cariño, mi pequeña. — Se acerca a mi y pone una mano en mi mejilla, la quito de inmediato. — Es mucho para tí, la psicóloga lo dijo. Tu mente bloqueó todos los recuerdos de aquel 31 de agosto. Ella lo llamó "mecanismo de defensa", para eso son las pastillas, intentan mitigar las lagunas mentales que tienes. — No entiendo bien a que se refería. En mis oídos sus palabras causan interferencia, como si se hubiera disparado una alarma dentro de mi sistema. — La llamaré esta noche y planearé una cita. Todo estará bien, he creado todo un teatro para protegerte...pero ya no más. — Aprovechó mi estado de estupefacción y comenzó a caminar para irse.
— ¡Espera!— Le dije — Aún no me has explicado el tema del VIH. ¿Eso que pinta en la historia, madre?— Amé que en ese momento de mierda pude hacer esa pregunta.
Tardó en responder al menos unos siete segundos. Cuando habló me dejó aún más perpleja.
— Necesitaba alejarte de Taylor. — Musitó sin siquiera voltearse hacia mi.
— ¿¡Por qué!? — Grité la pregunta. Me estoy exaltando más de la cuenta, todo es demasiado para mí y solo pienso en que ella no debe...por ningún motivo puede saber lo mismo que yo de Taylor, Pero ¿Por qué otro motivo querría alejarme de él?
—Dame unas semanas, Marina. — Dijo mirando sobre su hombro hacia mi. — Todo se aclarará en ese periodo de tiempo.— Solo eso dijo y se marchó.
***
Me encuentro en mi cuarto, sentada en el suelo, recostada en una pared, con las rodillas en alto y la cabeza entre ellas. Mis manos oprimiendo mi cabeza y entrando en contacto con el sudor frío que me recorre.
He pasado las últimas horas tratando de recordar aquello que mi madre dijo que bloqueé.
Llegué a pensar que era otra mentira, pero en mi primer intento sentí algo, dolor, y mucha tristeza, tanta que me parece increíble que la haya sentido sin que nada me haya sucedido. Los siguientes intentos por recordad a Matt fueron iguales, con demasiada angustia y con lágrimas salieron de mis ojos sin que pudiera evitarlo, pero no logré ver nada, cada vez lloro, pero no encuentro la razón.
Respiro pesadamente, estoy agotada, así que decido ducharme y dormir.
Intenté relajarme bajo el agua, pero no funcionó, así que me planteo tomarme un calmante. Justo cuando voy a ello se enciende mi móvil.
Es un mensaje de Luis, preguntando si puede llamarme y aunque no estoy de humor sé que es la única persona que podría hacerme sentir mejor, así que no le contesto y directamente lo llamo.
— Hola.— Digo, antes de que él pueda decir nada.
— ¿Qué pasa, enana? — Pregunta de inmediato.
Luis es genial. Nos conocemos tan bien que sabe cuándo mis holas son tristes, aunque los finja contentos.
— Al parecer las amargas verdades que buscaba no resultaron ser lo que esperaba, y ahora me siento más perdida que antes.— Respondo secamente.
Hasta responder a mi mejor amigo es agotador.
—Ese es el problema de las verdades, peque: no siempre resultan ser lo que quieres escuchar, por eso usamos las mentiras y los silencios, para adornar las cosas.— Me dice en su tono de psicólogo.
— ¿Ya te han dicho que puedes resultar sorprendentemente inteligente y reflexivo?— Le digo.
— Nunca así de bonito.— Responde él.
Solo puedo reír. Siempre sabe cómo sacar lo mejor de mí.
— Enana...— empieza a decir, pero se detiene.
— Dime imbécil. — Lo incentivo a seguir.
— Siempre podrás contar conmigo para lo que sea, incluso para decirte dulces mentiras, por si la realidad resultó ser muy amarga.— Responde, su tono sereno aunque a la vez con un deje de seriedad.
—Lo sé, sé que siempre puedo contar contigo.
— Siempre...— Por un momento se detiene, su voz parecía dudosa. — Pulga, las mentiras tienen una función a veces. Son como un parche para la herida. —
—Pero la herida sigue ahí debajo aunque se oculte.
—Claro que si. Pero sin ese parche, el exterior podría lastimar más a esa herida cuando está sensible. Las mentiras pueden servir por un tiempo cuando son para cuidar, como los parches.
—Por un tiempo...— Repito y me quedo con esa idea.
***
La alarma hace que mis ojos se abran, odio tener que levantarme para ir a la universidad. En esos segundos entre despertar y apagar la alarma, debo admitir que siempre me planeo dejar los estudios con tal de dormir un poco más.
El celular se encuentra junto a mi oreja, al parecer me quedé dormida mientras conversaba con Luis.
Me preparo en modo automático: un baño, alisarme el pelo y tomar un short corto, una sudadera y los tenis de siempre.
Mi cabeza sólo piensa en la conversación de ayer con mi madre y en las dulces palabras de Luis, que aunque extrañas, debo admitir que tienen algo de sentido.
Luego de acabar el turno de Literatura Inglesa, que decidí tomar de forma optativa, me sorprende un abrazo por detrás, de esos que nunca faltan en nuestra relación.
Nuevamente el ambiente tenso se marchó y volvemos a ser él y yo. Pienso cómo decirle que no tengo VIH sin que se traduzca a: ¡Puedo tener muchas relaciones sexuales! O algo cómo ¡En realidad todo fue obra de la loca de mi madre y solo estoy enferma mentalmente! Hasta que recuerdo que mi madre me dijo que en dos semanas todo estaría aclarado, quizás sólo es cuestión de esperar.
Antes de que pueda poner en palabras algo de todo lo que pienso, mi mirada choca con la de Harold que parece estarme mirando hace más que unos segundo.
Cuando lo veo no pierde el tiempo y me hace un gesto de cabeza, articula con los labios un: tenemos que hablar.
Seguido a eso entra al baño de hombres, y como podrán imaginar, esta estúpida, lo sigue.
Una semana después:
— ¿A dónde vas? — Pregunta mi madre en cuanto ve que bajo las escaleras para marcharme.
— Me encontraré con Luis. — Le digo sin girarme siquiera. — Vuelvo tarde. No me esperes. — Me dirijo a la puerta sin esperar una respuesta.
— ¡Marina Prescott ven un momento!— Odio que me llame así, como si fuera una niña mal portada.
— Ya te dije que sí, que iré mañana a la consulta con la doctora. — Digo en tono cansado porque se ha pasado toda la semana diciendo lo mismo y posponiendo aquel encuentro.
— No es eso. Tenemos que hablar de un tema importante. Luego te daré una explicación al respecto, pero lo primordial en este momento es que me digas lo que sabes de los Brown.— Me dice en un tono exigente. Me desconcierta al segundo.
— ¿Qué? — 140 pulsaciones por minuto. Demasiado nerviosa para siquiera decir más.
— Marina, sé que sabes el secreto de esa familia, por eso te quise apartar de todo, por eso el falso diagnóstico de VIH, porque sé que son peligrosos y sé que lo sabes, solo tienes que decírmelo y todo se solucionará. — Ok ya son 160 por minuto, vale, vale, respira y miente, vamos Marina, tú puedes.
— No creo entender a qué te refieres, yo...— Comienza a sonar mi móvil e internamente doy mil gracias al desconocido por darme más tiempo, hasta que respondo y escucho su voz.
— Hola gatita. — Harold. ¿En serio? ¿Ahora? — Estoy a una cuadra de tu casa. Ve saliendo. — Me dice, Justo en ese momento con una demandante Amelia esperando que confiese.
Oh Por Dios. Oh por Dios.
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