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27

[...]

Aquel muchacho esperaba de lo más tranquilo recostado contra un árbol, el aire a su alrededor contaminado por el humo tóxico que emanaba su cigarrillo.

Humo casi tan tóxico como él.

Ese joven de ojos rasgados, azules cabellos y sonrisa despampanante realmente parecía ser bueno, vaya que lo fue en su momento.

Siempre que engañaba a una pobre incauta fingía ser todo un encanto, el chico perfecto por el que tu madre moriría, sin saber que realmente era el chico que tu padre odiaría.

Tan inteligente que engañaba a todos a salir con él, para moldearlas a su antojo hasta que las chicas eran incapaces de dejarlo, por más cruel que fuera.

Ese fue el infierno que vivió Minatozaki Sana durante dos años enteros, en su último año de preparatoria lo conoció, durante una fiesta de la familia, acompañado de un socio de su padre.

Inevitablemente Sana cayó en los encantos del muchacho, conversando durante toda la noche, y los meses que le siguieron, hasta que tras varias citas y besos robados empezaron a salir.

Ahí comenzó el infierno.

Al principio el chico era cariñoso, le daba flores, chocolates, joyas costosas, ropa de marca, palabras dulces, promesas de amor, cualquiera caería ante eso.

Hasta que un día, llegó su tan anhelado aniversario, dónde Christopher le exigió a Sana la prueba de amor.

Sana no quería, creía que debían esperar más, no se sentía preparada, obvio que a él no le importó.

Tras una bofetada, y amordazarla, le hizo creer que lo estaba disfrutando.

Chris fue tan cariñoso como violento, llevando a Sana al cielo y al infierno al mismo tiempo.

Esa fue la primera rosa de disculpa que Sana recibió, al siguiente día del suceso, Chris se presentó con una rosa roja y una promesa de que no se repetiría, que estaba muy arrepentido.

Y así dijo las siguientes veces, cuando la golpeó por haber hablado con otro chico, cuando rechazó salir a una cita, cuando le negó un beso, cuando no quiso coger en su asqueroso auto, cuando lo encontró cogiendo con una porrista.

En cada ocasión una simple rosa roja, y una promesa.

Sana sabía que estaba mal, seguir con Chris era doloroso, pero no conocía nada más.

Chris la hacía sentir amada, querida, importante, él le daba todo el cariño que en casa faltaba.

Cuando sus padres la dejaban meses abandonada, él estaba ahí, cuando la ignoraban por sus trabajos, él estaba ahí, cuando olvidaron su cumpleaños, él estuvo ahí.

Chris estuvo ahí cuando más lo necesitó.

Así como sus amigas.

Ellas lograron sacarla de ese doloroso lugar, costó mucho trabajo hacer entender a Sana, que ese amor por más que lo quisiera, no servía.

Ese amor solo era un agujero de posesividad y abuso, disfrazado de lo que alguna vez fue. Costó mucho, pero Sana pudo salvarse a sí misma. Aunque nunca más volvió a ser la misma.

Y el claro ejemplo de ello, fue su dependencia a Tzuyu.

La verdad es que, el día que se conocieron, Sana no estaba tan ebria como todos pensaban, por ello pudo ser testigo de todas las promesas de amor de la azabache, promesas tan parecidas a las de aquel muchacho.

Desde el primer momento que juntaron sus labios, supo que la quería, Tzuyu aun estando en estado de ebriedad, cuidaba de ella.

Esa noche la mantenía a su lado mientras caminaban, no dejaba que tomara de más, no permitió que ningún cholo se le acercara.

Esa noche la cuidó, protegió y amó como nunca nadie antes hizo.

Por eso aceptó ser su nova a pesar de su estado alcohólico.

En palabras de la rubia, la mejor decisión que pudo haber tomado.

Porque sin importar lo mal que la pasó al principio, ahora disfrutaba de un incondicional cariño que nunca antes experimentó, ni siquiera con Chris al principio.

Y por ese amor tan grande que le tenía, es que estaba parada ahí.

Todo el cuerpo de Sana se resumía a un pobre manojo de nervios, volver a verlo tan de cerca le daba náuseas, ni siquiera sabía cómo es que podía caminar, sus pierdas estaban a nada de fallar.

Hazlo por ella, hazlo por ella.

Era lo que pensaba como motivación, si se arriesgaba a tanto era por ella.

Sí, tal vez haber sido sola a reunirse con Chris fue estúpido, pero también sabía que eso era algo que debía hacer sola.

El peliazul logró percibirla por el rabillo del ojo, sonriendo en grande.

—¡Amor, viniste! -Exclama emocionado yendo a abrazarla.

Obvio sintió a la japonesa ponerse tensa entre sus brazos, poco le importó.

Sana es de su propiedad, debía hacer absolutamente todo lo que él diga, quiera o no.

-Sabía que vendrías, sigues siendo mi fiel perrito faldero. —Dijo Chris sonriendo burlón.

Su mano se posa sobre la cabeza de Sana, revolviendo su cabello.

Todas las alertas en su cuerpo gritaban que se alejara, que aún estaba a tiempo.

Lástima que ella nunca ha sabido escucharlas.

Se arrepentiría después.

-Escucha Chris, solo acepté a venir porque debo decirte algo.

El frunce el ceño disgustado.

Sana no tenía derecho a llamarlo por su nombre.

—¿Cómo me has dicho, maldita puta? —En un rápido movimiento se apoderó de la cabellera rubia, obligando a Sana a verlo. Sus ojos reflejaban extremo temor.

-Y-Yo... No qui-iero que me vuelvas a buscar. -Titubea.

Definitivamente esas no eran las palabras que él quería escuchar.

-¿Que mierda pasa contigo? Estuviste rogándome durante meses para que regresáramos, y ahora que te estoy dando lo quieres me mandas al carajo. -La sangre de Chris estaba hirviendo.

Nadie en el mundo tenía derecho a rechazarlo, mucho menos una perra sin valor como lo era la japonesa.

Vuelve a jalar los largos cabellos de Sana, ganando un quejido lastimero de su parte.

Ella ni siquiera luchaba porque la soltara, le avergonzaba admitirlo, pero tanto tiempo bajo su poder la convirtieron en un perro fiel.

Chris la adiestró a base de golpes, abusos y palabras lindas.

-Eres una maldita puta malagradecida, estoy seguro que estuviste revolcándote con alguien más. -Dijo lanzándola al suelo. No había nadie alrededor, podía darse el lujo que hacerle lo que quisiera.

Sana retrocedió rápidamente cubriéndose inútilmente con sus brazos.

Haz algo por amor a Dios. Deja de ser tan patética.

-Pero no te preocupes, ahora mismo te recordaré quien es tu dueño.

Chris la tomó de la muñeca, jalándola y arrastrándola por el suelo, ignorando los quejidos de dolor que soltaba.

Eso no hacía más que endurecerlo.

Escondidos entre unos arbustos, Sana pataleaba para poder quitárselo de encima, sabía lo que venía.

Podía ver a la perfección el duro bulto en los pantalones del muchacho.

Un fuerte golpe fue directo a su mejilla, haciéndola sollozar y distraerse.

Lo suficiente para no ver como Chris abría la cremallera de sus pantalones, sacando su duro miembro.

El coreano volvió a golpear su rostro, rompiéndole el labio.

Sana no encontraba forma de salir de esa, iba a ser violada y todo por su idiotez.

—¡Ayuda! ¡Alguien ayúdenme! —Sus pulmones quemaban por la fuerza en que gritaba, sentía como su garganta se desgarraba.

-¡Cállate zorra! Esto es lo que mereces. -Tapando su boca, Chris apretó sus mejillas, clavando sus uñas en la sensible piel de sus mejillas.

Parecía que era todo, volvería a sufrir.

Tal parece que nunca podría librarse de su eterna condena.

Usando su otra mano, el peliazul bajó los pantalones deportivos de Sana.

Solo debía quitar la prenda de algodón que cubría su intimidad y volvería a ser toda suya.

Cómo siempre ha sido.

Más sin embargo nunca pudo hacerlo, gracias a una patada que lo lanzó lejos de su presa.

-¡Aléjate de ella, idiota! -Tzuyu aparecía como un ángel salvador, yendo a rescatar a Sana.

Al verla, Sana no podía creerlo, de todas las personas que podrían ayudarla, nunca creyó que Tzuyu sería una de ellas.

Decir que se sentía feliz era poco. Realmente había ido por ella, no pasó por alto el numerito que hizo en su casa, Tzuyu lo notó y fue a buscarla, porque le importaba.

Y quería creer que... Porque Tzuyu la quería.

-¿Estás bien? –Nayeon llegaba al lado suyo acompañada de su esposa, quien iba corriendo tras la azabache.

Debía detenerla antes de cometer una estupidez.

-Nayeon. -Dice Sana abrazando a su amiga, sentía tanta vergüenza.

Tras su pequeña discusión por chat, Jeongyeon no pudo quedarse de brazos cruzados yendo por su hermana para ayudarla a buscar a Sana, y vaya sorpresa se llevó cuando su propia esposa le rogó que la llevará a buscar a la misma.

Ahí se dio cuenta de la gravedad de la situación, y comentarle al respecto no ayudó mucho a Tzuyu.

Si antes estaba preocupada, ahora estaba desesperada.

Ya ni le importaba que Sana se enterara sobre su infidelidad, o que ella misma le estuviera siendo infiel, como había imaginado.

Lo único que le importaba era encontrarla pronto, antes de que algo malo le sucediera, por suerte la encontró de inmediato y esperaba haberlo hecho antes de alguna tragedia.

Tzuyu se abalanzó sobre el cuerpo de Chris, sin esperar ni un segundo empezó a bombardear su rostro con certeros puñetazos.

Sus nudillos dolían por la fuerza de los golpes, poco le importaba, solo quería destruir a ese imbécil que se atrevió a tocar a su Sana.

-¡Wey espérate! ¡Lo vas a matar! -Jeongyeon la jaló como pudo, sujetándola por el estómago.

Tzuyu parecía un demonio, con su quijada apretada, respirando cuál toro enojado, y la sangre cayendo de sus manos.

El rostro del muchacho era una perfecta obra sangrienta, ni siquiera tuvo tiempo de defenderse, con suerte y seguía vivo.

Sin fuerza aparente, Chris logró levantarse, huyendo de la escena.

Cómo no, si es un perfecto cobarde.

-¡Suéltame! ¡Voy a matar a ese cabrón!

-¡Mejor atiende a Sana pendeja! -Grita Jeongyeon obteniendo finalmente que su hermana se calme.

Por supuesto que ella también quería matar a ese tipo, pero tenían cosas más importantes que hacer, como ayudar a Sana.

Tzuyu voltea a ver a su amada, tras las palabras de Jeongyeon.

Nayeon ayudaba a la misma a levantarse, las lágrimas cayendo libremente por sus mejillas, rompiendo el corazón de Tzuyu.

¿Cómo pudo ser tan idiota como para no protegerla?

Estaba demasiado preocupada pensando que la estaban engañando, como si no mereciera que Sana la abandonara, ella ni siquiera debería salir con Sana.

La japonesa merecía a una persona que supiera amarla y protegerla, porque ella representaba todo lo bueno del mundo, y merecía a alguien que fuera casi tan especial como ella.

Sana no merecía salir con un enfermo como Chris, y tampoco merecía estar enamorada de una total idiota como lo era Tzuyu.

Por más que la amara, Tzuyu sabía que debía romper con Sana.

Empujando a su hermana con brusquedad, corre hasta la rubia, alejando en cambio delicadamente a Nayeon, para poder abrazarla entre sus brazos.

Ahí estaba esa deliciosa fragancia a fresas que la volvía loca, esa suavidad de su piel tan fina, abrazarla y ver qué estaba bien, arreglaba su corazón.

-Dios mío, ¿Estás bien? ¿Te hizo algo? -Pregunta preocupada la menor, acariciando sus mejillas. Un moretón se mostraba en esa zona, junto su labio partido. — Maldito hijo de puta... — Espetó entre dientes.

-Estoy bien, estoy bien. Por favor solo vayamos a casa. —Suplicó Sana aún entre sollozos.

-No puedo dejarlo así, ese tipo debe ser castigado por lo que te ha hecho. -Por favor, Tzuyu, solo quiero ir a casa. —Ante aquel tono lleno de dolor, Tzuyu no pudo negarse más, tomándola en brazos, e indicándoles a las otras que era hora de marcharse.

El camino en auto fue sumamente silencioso, fue mejor así, todas sabían que no era el momento adecuado para hablar.

Debía aprovechar ese tiempo de paz...

Porque estaba a punto de terminarse.










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