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OneShot

Se encendió una luz en el cuarto oscuro. Moroha comenzó a hablar, mientras alumbraba su rostro con una linterna, para parecer más terrorífica.
- Esta que les voy a contar es una historia muy antigua, que ha pasado de generación a generación, desde mis tatarabuelos hasta mí en la noche de hoy...

<< Cuentan las leyendas que en una fría noche sin estrellas, una joven obsesionada con su cabello, lo peinaba frente a un espejo, solamente iluminada por la luz de una vela que llevaba rato de uso, pero que no se consumía.

"92... 93... 94..."

Contaba, contaba delicadamente cada paseo del peine por su hermoso pelo, tan suave y brillante.

"95... 96... 97..."

Suavemente acariciaba y desenredaba cada nudo. Frente al espejo se veía tan dotada de hermosura que cualquiera diría que era una bella hechicera realizando su ritual de juventud eterna.

"98... 99... y ¡100!"

Kagome terminó de peinarse, pero un ruido de procedencia desconocida perturbó su paz. El corazón se le estrujó por la incertidumbre. Al mirar al reflejo, pudo descubrir que tras sí había un chico que la estaba espiando, oculto en la oscuridad.
- ¿InuYasha?, ¿Qué haces aquí? - interrogó ella, al reconocerlo.

Él sacó de su bolsillo una enorme tijera, y comenzó a recortar en el aire amenazadoramente. Ella se asustó demasiado como para comprender lo que él respondió. Intentó correr, pero Inuyasha la atrapó enseguida.
- Siempre andas presumiendo tu estúpido cabello. Sería una lástima que lo perdieras.

Kagome negó, ahogada en llanto. No quería que él hiciera eso. Le preguntó si quería algo, le ofreció hasta dinero, pero él solo quería hacerla arrepentirse de su vanidad.

InuYasha tomó la tijera, y mientras ella lo observaba horrorizada, comenzó a cortarle el cabello. La joven intentó liberarse, pero el chico era más fuerte. Comenzaba a ser gobernada por el pánico, y en unos minutos el miedo se convirtió en odio y deseos de venganza.

Quiso hacer uso de una nueva ley del Talión: ojo por diente, y diente por ojo. Le arrebató la tijera, y enterró la punta filosa en su estómago. Lo dejó desangrándose en el suelo.

Una vez muerto, una vez completada la venganza, Kagome se miró al espejo, contemplando con tristeza cómo había perdido el cabello que tantos años le había llevado embellecer. Ahora sólo habían un montón de puntas disparejas y mal cortadas en su cabeza.

"Cuando todos me vean se reirán de mí. Dirán que soy fea, ¿Cuándo volverá a crecer?, Es demasiado tiempo, no puedo esperar tanto, ¡No!, ¡No soportaré ser fea durante tanto tiempo!"

Observó la tijera ensangrentada con la que había matado a InuYasha. La arrancó del cuerpo, y decidió terminar con su propia vida.>>

- Esta que les conté, fue la historia de Kagome la Sangrienta. - concluyó Moroha con el relato, mientras seguía iluminando su rostro con la linterna.

A Towa todo le pareció ridículo, y comenzó a reírse a carcajadas de la poca imaginación que tenía Moroha para hacer relatos de terror. Cada vez que contaba uno, los protagonistas siempre eran sus padres: InuYasha y Kagome. Al parecer, Moroha creció desde niña con la idea de que sus padres eran unos espectros de Chernóbil.

A Setsuna sí logró asustarla, pues tenía una costumbre similar a la de Kagome La Sangrienta. Se peinaba el cabello cien veces cada noche. Sí, era una exagerada.
- ¿Y dónde está lo que da miedo? - preguntó Towa, riéndose aún.
- Cuenta la leyenda que si peinas tu cabello cien veces en una noche, tal y como lo hacía María La Sangrienta, ella aparecerá para matarte. - respondió Moroha, mirándola de reojo.

Setsuna suspiró de alivio, porque se había peinado así millones de veces, y nunca le había pasado nada.
Towa quedó confundida, pues no entendió el cambio de "Kagome La Sangrienta" a "María La Sangrienta" Quizás ese era el nombre de la chica del cuento original.

- Según cuenta la historia. - continuó hablando Moroha, al ver a sus primas calmadas, lo cual no era su intención. - Otra forma de invocarla y atraer su maldición es si dices tres veces "María La Sangrienta" frente a un espejo, ella aparecerá y te matará con la misma tijera con la que murió.

Sus primas las gemelas, ya cansadas, decidieron parar con los cuentos de miedo, e ir a dormir.

El reloj dio la campanada de las doce, y Towa se levantó unos momentos a tomar agua. Llena de sueño, observó como Setsuna una vez más había dejado su espejo favorito tirado en la cocina. Viéndolo de cerca, se acordó un poco del cuento que les había hecho Moroha.

"Así que si menciono tres veces ese dichoso nombre aparecerá la fantasma a matarme... ¡Tonterías!"

- María la Sangrienta. - dijo frente al espejo. Escuchó entonces un grito lejano. Sintió un mínimo escalofrío. Miró hacia los lados, pero no vió nada fuera de lo normal.

"María la Sangrienta" volvió a decir. Cierto frío le caló en el cuerpo. Sintió su corazón dar golpes en el centro del pecho. No sabía por qué estaba tan nerviosa, pues no creía en esas cosas. Tuvo cierta chispa de duda, aún así, se decidió. "María la Sangrienta" dijo por última vez.

Una misteriosa sombra se asomó al reflejo del espejo, tomando la forma espectral de una chica con el cabello disparejo. Su piel era pálida, casi verdosa y sus ojos vacíos. Traía consigo una tijera, y vestía un camisón blanco.

Towa gritó de pánico, soltó el espejo y fue corriendo lo más rápido que pudo al cuarto, donde a gritos y empujones despertó a Setsuna y a Moroha.
- ¿Qué pasa? - preguntó Setsuna, molesta porque no le gustaba que la despertaran.
- ¡Era ella!, ¡María la Sangrienta! - decía la albina a gritos. - ¡Era horrible!, ¡Dije tres veces su nombre y apareció!
- Estuviste soñando - respondió su hermana, fastidiada.

En ese momento, María La Sangrienta llegó al cuarto, suspendida en el aire de forma fantasmal. Towa estaba gobernada por el terror y se ocultó detrás de Moroha.
- ¡Es ella!
- ¿Quién? - preguntó su prima, que no entendía nada.
- ¿Acaso eres ciega?, ¡La fantasma que está flotando ahí! - contestó bruscamente la asustada, mientras señalaba a María La Sangrienta con una mano temblorosa.
- ¡Allí no hay nada! - contradijo Moroha, molesta.

La fantasma comenzó a reírse.
- De nada sirve. Ellas no pueden verme, ni escucharme, sólo tú. - respondió, con una voz lenta, pero venenosa.

Towa se aferró a las sábanas. Su hermana le dirigió una mirada perpleja, y Moroha otra de confusión.
- Debería matarte por invocarme, pero voy a esperar. - dijo María. - Ya que vas a ser mi víctima número cuatro mil, quiero que mueras de una forma especial, una más... divertida. Dejaré que vivas por un par de horas, pero no te confíes. Antes de mañana en la noche, ya estarás muerta.
Tras esas palabras, la fantasma desapareció.

Towa quedó rato paralizada, y temblando por el miedo. Setsuna y su prima intentaron calmarla, lo que les llevó horas.

Al día siguiente cuando la maldecida se levantó, todo a su alrededor parecía normal, pero estaba asustada. Había logrado dormir por intervalos de pocos minutos, de los que volvía a despertar, con miedo a que en cualquier momento una tijera le atravesara el estómago o el cráneo. En la noche nadie le creyó, pero sabía que todo era cierto. Sin bajar la guardia, caminó hasta la mesa del desayuno.
- Con tus nervios no pude pegar ni un ojo en toda la noche - se quejó Setsuna, con aire somnoliento. Se tomó un poco de café, lo cual la ayudó a quitarse un poco de sueño.

Moroha observaba a su prima con interés. No entendía cómo una incrédula podía creer en la veracidad de María La Sangrienta, pero decidió dejar el tema de lado. Le ofreció un poco de café con leche, y continuó bebiendo del suyo propio.

Towa lo aceptó. Un poco intranquila, se quedó observando la superficie del líquido, como la leche cambiaba de color, y hacía que salieran pequeñas burbujitas en el café. Parecía como si formaran un dibujo, la imagen de un rostro femenino. Recordó la apariencia grotesca de la fantasma, y su amenaza de muerte. Se asustó, y el impulso la hizo arrojar la taza directamente en la cabeza de Setsuna.
- ¡Idiota! - gritó su hermana furiosa, mientras el café con leche le corría por las mejillas.

Towa se disculpó. Moroha quería reírse, pero por otro lado temía la reacción de la desafortunada Setsuna. Si se le molestaba demasiado, podía tirar la cafetera a la pobre albina, lo cual no le convenía porque ese día le tocaba a ella la limpieza.

Setsuna fue a limpiarse. Moroha continuaba observando a su prima, cada vez más intrigada. Preguntó qué había pasado. Towa dió un suspiro largo.
- Por favor, sé sincera conmigo, ¿María La Sangrienta fue invención tuya? - preguntó, con una mano en el pecho.

Moroha volvió a hacer el mismo comentario de la noche anterior, que esos cuentos de terror llevaban años transmitiéndose en su familia.
- ¿Qué tan reales crees que sean? - interrogó la albina.

Su prima miró hacia otra parte.
- No lo sé. En este mundo existen muchos misterios. María La Sangrienta es uno cuya respuesta prefiero no averiguar. Dicen que la curiosidad mató al gato. - contestó, con una mirada seria.

Towa aguantó un poco el aire, antes de seguir con la conversación.
- Tienes que ayudarme. Ella viene a por mí. - dijo, en voz baja.
- No puede ser cierto. Si ella quisiera matarte, ya estarías muerta. - respondió Moroha, con cierto tono de incredulidad.
- Me dijo que yo era una víctima especial. - murmuró, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. - Por favor, Moroha, tienes que ayudarme. No quiero morir todavía.

La azabache quedó sorprendida al ver aquel llanto. Se dió cuenta de que Towa hablaba muy enserio. No sabía cómo reaccionar. Jamás se había visto en una situación así, pero decidió hacer lo que pudiera por salvar a su prima.

Ambas se quedaron discutiendo ideas durante un buen rato, y Moroha llegó a un par de conclusiones: a fin de cuentas, María La Sangrienta era una muerta, y para regresar al mundo material necesitaba de un portal. La invocación de Towa pudo haber abierto ese portal dentro del espejo de Setsuna. Entonces se le ocurrió una idea.

La azabache llamó a su mamá, una experimentada sacerdotisa. Llegada la tarde, la señorita Kagome apareció allí.
- Los seres malignos no son algo para tomarse a la ligera. - dijo ella, en forma de regaño.

Al escuchar la voz de su tía, Setsuna se asomó por la puerta del cuarto. Llevaba su espejo favorito en la mano. Towa se lo arrebató, provocando que su hermana se molestara.
- Tía, esto es lo que usé para invocarla. - explicó la albina, luego de ponerlo en manos de la madre de Moroha. - Pensamos que si lo purificas, el portal se cerrará.

La señorita Kagome le pidió a las tres que se hicieran atrás. Colocó el objeto en el suelo. Sacó su arco y una flecha de la aljaba.
- Lo vas a romper. - advirtió Setsuna.

Moroha la mandó a hacer silencio. La sacerdotisa disparó una flecha, y en vez de romper el cristal, lo atravesó. Una energía oscura manó del espejo. Las chicas sintieron escalofríos, sobre todo Towa, la cual reconoció como poco a poco, esa energía se materializaba en la imagen de María La Sangrienta.

Era la misma mujer, espectral y grotesca. Sus ojos vacíos parecían dos pozos oscuros, llenos de odio. A diferencia de la vez anterior, llevaba consigo una amenazante tijera en la mano, un herramienta llena de manchas de sangre antigua. La señorita Kagome preparó otra flecha, pero la fantasma se abalanzó sobre ella.

De pronto, María desapareció del lugar. Las chicas miraban los alrededores, buscando señales de dónde se metió la espectro.

La tía Kagome se incorporó del suelo, y dirigió a Towa una mirada extraña.
- Maldita..., te atreviste a cerrar el portal, ¡Vuelve a abrirlo!, ¡Invócame de nuevo! - dijo, con una voz distorsionada.

Había sido poseída por el fantasma. Moroha se llevó ambas manos a la boca, preocupada por su madre. La albina se adelantó.
- ¿Por qué lo necesitas? - preguntó, con valor.
- Es de día aún. - murmuró, mientras le arqueaba los ojos. - No puedo sobrevivir tanto tiempo bajo la luz, ¡Invócame maldita!

Towa apretó los puños, su hermana le puso una mano en el hombro.
- No la escuches, ¡Déjala desaparecer!
- Ah, ¿Sí? - preguntó la espectro, luego de mostrar una pequeña sonrisa. - Entonces no te molestará que el alma de tu tía Kagome se extinga junto con la mía, ¿Verdad?

Los ojos de Moroha se llenaron de lágrimas.
- ¡Mamá! - gritó.

La sonrisa de María La Sangrienta se ensanchó.
- Decide, Towa, el tiempo corre.

La aludida apretó más los puños. Setsuna negó con la cabeza, pidiéndole que no hiciera caso a las amenazas de la fantasma. La albina no resistió más la presión de la situación. Corrió hasta el cuarto, y trajo otro de los espejos de Setsuna. Moroha la detuvo.
- No lo hagas.
- ¡Ella es tu madre!, ¿La dejarás morir?

La azabache continuó llorando. Towa agarró el espejo con fuerza. Su brazo temblaba.

"María La Sangrienta" dijo, con voz trémula.
- Vamos... - le incitaba la poseída.

"María La Sangrienta" murmuró. Apenas se le pudo escuchar.
- ¡No!, ¡Detente, Towa! - le pidió Setsuna.

"María La Sangrienta" pronunció por tercera vez.

La tía Kagome cayó al suelo, desmayada. La fantasma se volvió a materializar a su lado. Con la tijera en mano, se abalanzó sobre Towa, clavándole el objeto punzante en el estómago.

La chica sintió una oleada de dolor, que le hizo perder la respiración. María La Sangrienta arrancó el arma homicida y desapareció. La joven herida se dejó caer sobre las lozas del suelo, rompiendo el espejo que llevaba en la mano en miles de pedazos. Moroha y Setsuna se arrodillaron junto a ella.
- ¡Resiste!, ¡Todo saldrá bien! - le aseguró su prima, mientras buscaba con manos temblorosas, el celular en sus bolsillos para llamar a la ambulancia.

Setsuna, a pesar de su poca sensibilidad habitual, tomó a mano un pañuelo que comenzó a apretar contra la herida de su hermana, tratando de detener el flujo de la sangre. Sus ojos también se llenaron de lágrimas.
- ¡No puedes morir así!, ¡No de esta forma tan patética!

Towa intentó contestar, pero las palabras no le salieron. Palpó el suelo, sintiendo como ya su sangre caliente se había extendido por una parte del piso. Su visión se comenzó a nublar. Escuchaba los gritos cada vez más confusos que la llamaban. Se perdió en un sueño profundo.

No supo cuánto tiempo pasó entre ese momento, y el otro en que recuperó la conciencia. Intentó moverse pero no pudo hacer ni un gesto. Intentó hablar pero su boca no se abría, y la lengua permanecía inmóvil. Quiso abrir los ojos pero tampoco pudo. Se dió cuenta de que sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, y el resto de su cuerpo se encontraba en una posición supina. Un pánico interno la gobernó.

"¿Dónde estoy?" se preguntó a sí misma. Escuchó una risa alocada y sarcástica en su mente.

"Bienvenida a mi mundo. Ahora estás muerta como yo" era la voz de María La Sangrienta. "Dije que serías una víctima especial, que morirías de forma diferente a las demás. Por eso, serás la primera en ser consciente de su propio velorio."

"¡No!, ¡No!" rogaba de forma interna. Pudo escuchar voces femeninas afuera.

- ¡Todo esto es tu culpa, Moroha! - oyó decir a Setsuna. - Si tan sólo no le hubieras contado esa estúpida leyenda.
- ¡Almenos intenté ayudarla!, ¿Tú qué hiciste para salvarla? - contradijo, molesta.

Towa sintió un golpe contra la tapa del ataúd. Al parecer ellas se enfrentaban.
- ¡Alto!, ¡Este no es lugar para pelear! - intercedió la voz lastimera de su madre. - Muestren respeto a la memoria de Towa.
- Tía Lin, ¿Por qué tuvo que pasar esto? - preguntó Moroha, en un tono quebradizo.

La albina escuchó silencio. No sabía qué pasaba, pero seguramente su madre estaría llorando, abrazada al resto de los familiares.

Pasaron varias horas de incertidumbre. Luego, oyó un susurro junto al ataúd, "Hija, te quiero", de su madre. Esas palabras lejos de sonarle tranquilizadoras, le dieron un aire de despedida, de fin. Sintió aún más miedo de abandonar el mundo de los vivos.

Luego percibió una nueva voz desconocida, pidiendo que Dios la recibiera en su gloria, un sacerdote seguramente. Sintió el ataúd moverse. Unas personas la estaban levantando.

La chica se llenó de pánico.
"¡No!, ¡No!, ¡Sáquenme de aquí!" Continuó sintiendo en su mente la carcajada malévola de María La Sangrienta. Se llenó de más pánico aún. Hizo esfuerzos sobrenaturales por moverse, pero ni pestañear pudo.

Lloró lágrimas invisibles. Cuando la caja paró de moverse, creyó que ya estaba dentro del hoyo. Fue su sorpresa, cuando la tapa del ataúd se abrió, y dos personas la trasladaron a una caja diferente.

Tras un par de movimientos que ella no pudo interpretar. La caja quedó inmóvil.
"¿Qué pasa?" se preguntó a sí misma. Luego de un rato sintió un poco de calor. Escuchó el ruido de un material quemándose.

"No..." volvió a pensar. "Dime que no es una cremación, dime que no es una cremación..."

Sintió calor en la parte de atrás de su cabeza, una quemadura dolorosa y ardiente. Quería apartar la nuca, pero seguía inmóvil.

El resto de su cuerpo comenzó a quemarse lentamente, reduciéndose a cenizas. Por fuera su rostro estaba sereno, pero por dentro quería dar gritos con todas sus fuerzas. Sentía un dolor infernal, y una desesperación terrible.

"¡Paren!, ¡Paren!" rogaba con su alma.

"Esto es mejor de lo que pensé", dijo María La Sangrienta, y fueron las últimas palabras que escuchó de ella.

El dolor llegó a su estado máximo, sólo podía seguir con sus súplicas y sus gritos internos. El estado de conciencia no le duró mucho más. Sintió que el sueño volvía abrazarla, y recibió a la muerte con cierto alivio.

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