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Epílogo

Epílogo

Presentando a Jared:

11 de enero del 2017

Regresar a Sweets todos juntos luego de tanto tiempo se sentía correcto. La dulce ironía de que ese fue el lugar de reunión de unas margaritas con problemas de alimentación cobraba sentido ahora que ninguna de ellas se sentía intimidada o tentada ante los postres en la vitrina. Finalmente, podrían disfrutar de alguna delicia del local sin sentirse culpables. Eso sí que era una victoria. 

Cloe extendió la paga al chico detrás de la barra de jugos mientras que Derek se encargaba de agarrar los dos batidos que habían pedido. Incluso después de que la compra fue hecha, el nerd ladeó su cabeza y examinó al empleado con su expresiva mirada cuyo color superaba a los cafés azucarados que vendían en ese lugar.

—Gracias por su compra —dijo el chico, sin mucho animo.

Cloe ya se disponía a irse hasta la mesa con el resto de sus amigos, pero la voz de Derek la detuvo.

—¿Quieres un consejo mejor que esa propina, que de hecho es bastante mala? —Cloe volteó a observar a Derek y entrecerró sus ojos azules hacia él. El nerd le hablaba al empleado que estaba en el puesto que él había ocupado por años, pero ella pudo percibir que saldría a relucir uno de los peculiares comentarios de su amigo en cualquier momento.

—Eh... —el chico no supo que decir ante eso.

—Solo dile que si —le aconsejó Cloe —. De igual forma te lo dirá.

Derek sonrió ante lo bien que su amiga lo conocía.

—En ese caso, está bien —el chico se encogió de hombros —. ¿Cuál es el consejo?

—Renuncia —dijo el nerd sin anestesia previa —, tu trabajo es una mierda.

El empleado abrió mucho sus ojos, sorprendido ante tal consejo. Cloe no pudo hacer más que negar con la cabeza, divertida ante la sinceridad en las palabras de Derek. Tomó a su amigo del brazo y, tras decirle al chico que lo ignorara, lo arrastró hasta la mesa en la que los esperaban.

—Salir contigo es arriesgarse a pasar vergüenza a cada segundo, nerd—soltó Cloe con diversión.

—Ni que lo digas —habló Lilian al tiempo en el que su novio se sentaba a su lado —. No tienen ni idea de todo lo que tengo que aguantar.

—Es tú culpa, tu dijiste que me amabas. Te condenaste solita —él le entregó el batido, no sin antes tomar un sorbo de este —. Es más, todos en esta mesa se condenaron. Saben bien que me aman.

—Pobres de nosotros — bromeó Eve, apoyada en el hombro de su prometido pelirrojo.

No sé tú, pero hace un año yo no me imaginé verlos así. Delatores y margaritas, todos tan unidos que podían ser un retrato perfecto de una verdadera amistad. Existen cosas buenas en este mundo y esa imagen resultó ser una de ellas.

—Entonces —habló Dann, dando por terminado el tema del amor hacia Derek —, ¿habrán nuevas margaritas?

Sip —respondió Dalia, esbozando una sonrisa ante el recuerdo de una nueva generación de margaritas —. Oh, debieron verlas. Son tres chicas y un chico ¡Me trajeron tantos recuerdos!

—Una de ellas me recordó a Cloe —soltó Sanne, con diversión —. Era tan perra como ella al inicio del programa.

—¡Oye! —se quejó la mencionada —. ¡Eso no es verdad!

—Tiene razón —la defendió Lilian —, Clo era peor.

—¡Pero así te queremos! —Dalia la envolvió en sus brazos, causando que riera.

—Si, se nota que me aman. Creo que el nerd y yo estamos recibiendo una clase de cariño muy confuso.

—Los raros siempre salimos perjudicados, friki —Derek extendió su batido hasta el de ella.

—Y por eso algún día dominaremos el mundo —dijo Cloe para luego chocar vasos con el batido de Derek.

—Mierda, yo no quiero vivir en un mundo dirigido por ustedes —soltó Cal.

—Nadie quiere —concordó Sanne.

Cloe y Derek soltaron una carcajada al unísono que parecía seguir la sincronía de alguna estrategia maligna. No obstante, estaban lejos de eso. Tan solo estaban disfrutando de estar juntos de nuevo, igual que el resto.

La conversación era más dulce que las especialidades del local. Pronto, historias sobre los hijos de Dann comenzaron a llenar de risas a todos y había tantas bromas como felicitaciones con respecto a la futura boda entre dos delatores. Todo iba perfecto, hasta que llegó la clase de interrupción que convierte a una historia demasiado feliz en una interesante:

—¡Esto es una mierda, Ethan! —quizá fue el grito lo que interrumpió la conversación, o quizá fue la intensidad con la que se dijo, pero lo cierto es que esas palabras provenientes de una mesa cercana fueron suficiente como para que tanto delatores como margaritas se callaran —. ¡Lo que me hiciste es la mierda más grande que pudiste cometer!

Debes recordar lo curiosas que son nuestras cuatro chicas, ¿no es así? Ellas voltearon, algunas con más disimulo que otras, y se encontraron con una gran coincidencia de la vida; porque la vida es una coincidencia hecha de coincidencias más chiquitas, por más complicado que suene.

—Chicas, ese es...—notó Sanne.

—Es el chico que vimos en la  oficina de Margaret —soltó Lilian en voz baja, como si fuera a ser escuchada en cualquier momento.

—¿Quién? —preguntó Derek, confundido ante el cambio de conversación.

—El chico de la otra mesa —explicó Dalia —. El que acaba de gritar.

—¿Él es una margarita? —preguntó Eve, quien también le había prestado especial atención al grito. Las cuatro chicas asintieron —. En ese caso, pobre Ethan. Lo compadezco por el camino que la espera.

Sí, sin duda ser delator no es un trabajo sencillo.

—Sigo sin entender de quien hablan —dijo Calvin.

—Yo tampoco entiendo —habló Dann.

—Al menos no soy en único —fue el turno de Derek en sumarse a ese grupo de delatores perdidos.

—Bien, volteen disimuladamente hacia su derecha —les ordenó Sanne.

Eso hicieron, los tres delatores hombres voltearon su mirada hacia el lugar indicado. Lo que ninguno esperó fue que el resto de sus acompañantes soltarán gritos al mismo tiempo, criticando la forma en la que les costó disimular.

—¡Por Dios! ¡¿Qué entienden ustedes por disimular?! —les gritó Cloe —. En especial tú, pelirrojo ¡Era voltear, no dislocarte el cuello!

—Bueno, bueno, ya —Calvin alzó sus manos rendido —. Mejor nos quedamos con la curiosidad.

—Sería lo mejor por el bien de tu cuello, amor —Eve rodó los ojos. Parecía que el pelirrojo nunca aprendería a ser disimulado.

—¿Podrían callarse un instante? Intento escuchar lo que le pasa al chico —soltó Lilian —. Cierren la boca aunque sea unos minutos.

—Nos manda a callar para escuchar una conversación ajena —analizó Derek —. Espero que esto deje claro quién de los dos es una mala influencia en esta relación.

Lilian golpeó su brazo con poca fuerza y Derek fingió una mueca que acabó por convertirse en sonrisa. La margarita siguió escuchando aquella conversación que nada tenía que ver con ella y sus amigas la siguieron.

—Tienes razón, Jared. Esto es una grandísima mierda —el delator, cuyo nombre sabían que era Ethan le hablaba con firmeza, aunque lograron entender que también había algo de tristeza en su tono de voz —. ¿Pero sabes que es una mierda todavía más grande? Ver a mi mejor amigo convertirse en...en...en un esqueleto. 

—¿Y qué si lo hago? —bufó el chico que ahora conocían como Jared —. ¿Y qué? ¿A quién le importa?

—¡A mi me importa, grandísimo imbécil! Eres como mi hermano, ¿crees que me siento bien al ver como te pones cada vez más débil y triste? Intento entenderte, Jared, pero no me estás dejando hacerlo. Ni siquiera sé qué fue lo que te llevó a esto.

—No me pasa nada, Ethan.

—Yo te enseñé a mentir, que decepción que te salga tan mal ¿Por qué ya no comes? ¿Acaso tus hermanos tienen algo que ver en esto? ¿Es por Sophie?

—Ella no tiene nada que ver.

—Entonces tus hermanos sí —indagó Ethan. Ni los delatores, ni las margaritas, escucharon alguna respuesta a eso. Solo hubo silencio —. Lo sabía. Es una mierda que te estés enfermando por ellos. Tú mereces ser feliz más que nadie en el mundo, pero parece que no lo ves.

—¡Te he dicho que estoy bien!

Las cuatro margaritas supieron al instante que esa declaración era más falsa que el rosal en el consultorio de cierta doctora con extraños ideales. Solo bastaba escuchar al chico para notar que no estaba bien, que se estaba hundiendo en algo mucho más grande que sí mismo. No obstante, ellas cuatro todavía recordaban como era sentir correcto lo incorrecto. Aún estaba fresco el recuerdo de tentaciones que las llevaron los límites más peligrosos.

—Una cosa es que lo pienses, y otra es que en realidad estés bien —contraatacó Ethan —. Soy tu mejor amigo, la persona que ha estado a tu lado toda tu puta vida ¿Acaso crees que te metería en una locura cómo está si no fuese necesario? Margaret se convirtió en mi única opción para recuperar a mi hermano. 

—A veces eres tan egoísta...

—Pues, perdóname si lo soy, pero me asusta que, al verte, ya no encuentro al chico con el que crecí. Estoy viendo como te desvaneces, Jared. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo como...desapareces.

La voz gruesa y un tanto rasposa del nuevo delator se escuchó quebrada en cierto punto. Sin la necesidad de verlo directamente, todos los fisgones de la conversación dedujeron que estaba conteniendo lágrimas que solo la desesperación y el miedo son capaces de invocar. La posibilidad de perder a alguien que amas afecta inclusive a los más fuertes. Así que no importaba que tan fuerte sonara o se viera Ethan porque su trabajo a partir de ese momento no se basaría en la fuerza, sino en la valentía.

Eso es lo que hace a un delator lo que es: ser valientes. Dann, Derek, Eve y Calvin lo fueron. Sintieron miedo, pero lo domaron para poder ayudar a las personas que más amaban. Eso debía hacer Ethan por Jared, pero solo las personas en esa mesa lo sabían. 

Presenciar aquella escena fue como revivir el pasado, solo que con otros protagonistas. Las margaritas sentían que estaban en el estreno de una película igual de deprimente que las suyas, solo que ahora conocían el camino que tomaría Jared. Conocían el final aún cuando todo eso recién iniciaba y sabían que Jared tendría que pasar por incontables altas y bajas antes de poder estar en el lugar de esas margaritas sanas. No podían sentir lástima ante ese chico delgado y con actitud defensiva, solo podían rogar que aguantara.

Porque, aunque el final del camino era hermoso, recorrerlo requería de mucha fuerza de voluntad...cosa que un esqueleto no siempre tiene.

—¿Deberíamos ir a decirle algo? —preguntó Dalia, conmovida por la escena que había escuchado.

—No —Lilian negó con la cabeza al tiempo en el que respondió. No notó cuando su mano se entrelazó a la de Derek, pero agradecía que él pudiera tomarla sin sentir que solo fuesen huesos cubiertos de piel —. No tenemos el derecho de entrometernos en esto. Él debe sanar por su cuenta, como lo hicimos nosotras. Nuestro consejo solo estorbaría.

—Estoy de acuerdo con Lili —habló Sanne —. Después de todo, cada margarita vive un proceso distinto para florecer. Sería tonto esperar que él tenga la misma experiencia que nosotras. Es un alguien distinto, así que él encontrará su propia forma de sanar.

—Estoy tan orgulloso de ustedes —soltó Derek, con una sonrisa que imitaron el resto de los delatores.

—Todos lo estamos —secundó Dann —. Han cambiado mucho.

—Arriesgándome a sonar como Margaret, diré que no cambiamos—Lili se encogió de hombros —. Nosotras solo...florecimos.

¿Quien lo diría? Después de todo, le tomaron cariño a las palabras florales de la doctora que ahora no era tan molesta. Esa era señal de que las personas que fueron hace un año, ahora estaban dispuestas a ver al mundo diferente. La realidad sigue siendo "jodida", igual que la sociedad. Pero, una vez que la miras con ojos distintos, logras encontrar primaveras donde otros solo ven crudos inviernos

Para ese momento, notaron que Cloe estaba en una órbita distinta al resto. Tenía un lápiz en su mano que había sacado de quien sabe dónde y escribía algo en una servilleta. Todos fruncieron el ceño en su dirección.

—Eh...Clo-clo —la llamó Eve —. ¿Qué haces?

—Sé que no debemos entrometernos —ella sonrió, sin dejar de escribir —, pero unas palabras de aliento no le sientan mal a nadie.

Amplió su sonrisa cuando terminó de escribir. Dobló la servilleta y haló a un extraño que pasaba cerca de su mesa. Le pidió que entregara la nota al chico de la mesa contigua y que a cambio le daría unos cinco dólares. El extraño aceptó, y lo próximo que supieron sus amigos era que Cloe sonreía satisfecha mientras su paloma mensajera cumplía su trabajo.

Las margaritas desviaron su atención hasta los amigos, quienes recibieron la notita extrañados. La leyó Jared, sin comunicarle ni una sola de las palabras ahí escritas a Ethan. El nuevo "esqueleto" que se uniría a la siguiente generación de margaritas de la doctora M. Wallace, frunció su entrecejo al ver lo que resguardaba esa servilleta. Así se mantuvo por un momento, en el que su expresión hacía que los huesos de sus mejillas se notaran aún más de lo que ya lo hacían. Sin embargo, al final sonrió, extrañando a su delator.

—¿Qué dice? —preguntó Ethan. Los fisgones de la mesa contigua callaron para poder escuchar la respuesta.

—Algo extraño —respondió Jared, sin eliminar su sonrisa. Luego, observó a su amigo —. Tienes razón, capaz si deba entrar a este programa. No creo estar tan enfermo como dices, pero si eso te hace sentir más tranquilo, lo haré.

—¿Quién eres y qué le hiciste a Jared? —cuestionó Ethan, sorprendido.

—Soy el mismo, idiota. Solo no quiero pelear contigo por esto. Es solo un tonto programa, ¿qué tan malo puede ser? 

 El chico terminó por guardar la servilleta en su bolsillo. Luego de eso, comenzó a charlar con normalidad junto a su amigo. No hubo más gritos, ni reclamos, solo una escena normal protagonizada por un esqueleto y aquel que debía aguantarlo.

—¿Qué decía la nota? —preguntó Calvin hacia Cloe. El resto tenía la misma curiosidad que él.

La margarita de ojos azulados sonrió con satisfacción. Todos sus amigos la observaban, pero saber si ella respondería era algo que ni siquiera las personas que mejor la conocían podían asegurar. Cloe era increíblemente impredecible, eso jamás iba a cambiar.

—Ah, eso es un secreto que ahora queda entre Jared y yo...Pero aquí entre nosotros, tengo el presentimiento de que la historia de ese chico será muy interesante —ella sonrió y luego se puso de pie —. ¿Nos vamos?

Dejaron Sweets con una sonrisa en sus rostros, pues ahí no solo habían vivido buena parte de sus historias, sino que dejaban una a medio iniciar. Ese secreto entre la servilleta, Cloe y Jared, quedaría grabado para siempre en el subconsciente de ese esqueleto vuelto margarita. No todos los inicios son dulces, menos si se habla de alguien que le huye a la glucosa y a los carbohidratos, pero esos principios que carecen de dulzura suelen presentar a los mejores protagonistas.

Esos inicios eran la clase de cosas que Cloe quería salvar, así podría cambiar al mundo. Comenzó con Jared, ¿quien sabe que otra historia podría mejorar? Ahora que la suya y la de sus amigas seguían el camino de un final feliz, quería formar parte de muchos comienzos más.

Las cuatro ansiaban ver a muchas más flores florecer y conseguir que este prado inmenso al que le llamamos vida se llenara de más margaritas orgullosas como ellas...

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