Capítulo 9
Capítulo 9
Yo no te juzgo:
Día 4 del programa M.E.R: 14 de enero del 2015
10:00 am
La segunda sesión del programa terminó una vez cuando cada margarita terminó sus respectivos alimentos asignados. Luego, la doctora se marchó sin añadir algo más. Al final del desayuno, Cloe y Sanne estaban asqueadas. Podían sentir como los carbohidratos se adherían a su abdomen, a sus caderas, a cada centímetro de sus cuerpos...
Dalia, por su parte, se había quedado con la reflexión que les dejo la doctora. Durante gran parte de su vida sintió que un mar de diferencias la separaba de chicas como las que tenía enfrente. Burlas e insultos le hicieron creer que no pertenecía a ningún lado, que jamás encajaría en la sociedad. Es más, sin importar lo que le había dicho a Cloe, eso de que se parecían por ser inseguras, ella se sentía como una intrusa en el grupo de margaritas solo por ser la única con kilos de más.
Ver a esas chicas tan flacas sentirse indefensas e incómodas en esa sesión fue algo nuevo, extraño. De repente, sintió que su pecho se inflaba con satisfacción y no pasó mucho tiempo antes de escuchar a su subconsciente gritar unas palabras que nunca pensó que entrarían en su cabeza: ¡Las delgadas también se equivocan! Y es que creció creyendo que alguien sin lonjas en el abdomen, tenía la vida hecha. Al parecer, no era así. Lo pudo entender.
Lilian, por su parte, se sentía humillada. Ni siquiera pudo mirar a Cloe, quien se comió tan solo la mitad del plato de vergüenza que le pertenecía a ella. Y si, llamaba a la comida vergüenza porque eso era lo único que sentía al comerla...
—Me largo de aquí —soltó Cloe, sintiendo toda la comida al borde de su garganta. Necesitaba hacer ejercicio, quemar calorías. No podía seguir allí.
—Yo también —anunció Sanne, aunque Cloe ya se había marchado para ese momento. Tuvo un poco más de decencia y les sonrió a Dalia y a Lilian. Eso sí, no pudo verlas a los ojos—. Nos vemos, chicas.
Una vez Sanne se retiró de la mesa, Lilian se levantó y caminó hacia el mostrador para comenzar a hacer lo que le correspondía: trabajar. Estaba tan avergonzada que sabía que le costaría vivir el resto de ese día con normalidad. Margaret parecía tener un don para humillarla y lo odiaba cada vez más. Lilian veía los métodos de la doctora como burlas hacia ella, solo que, en lugar de ser graciosas, hacían que se despreciara más de lo que ya lo hacía. Solo le recordaba que se detestaba por ser como era, por no poderse controlar.
Por no ser perfecta.
Todo era culpa del vacío que dejaba el estrés, la ansiedad. Por eso comía, porque no sabía cómo llenar aquel hueco que nació cuando su madre se volvió alcohólica, cuando padre la abandonó, cuando se quedó sola...Todo era culpa de las rosas que él prefirió; y es que un jardinero prefiere los pétalos rojos antes que los pálidos de una margarita, ¿no? Ella misma se lo había dicho a Margaret, así que lo creía:
Las margaritas eran flores débiles a las que nadie se detiene a mirar.
Lilian se encontró con los ojos café de su amigo una vez se acercó a la barra de jugos. No apartó la vista de él mientras rodeaba esa mesa y no lo hizo hasta que llegó al lado de los empleados. Mordió sus uñas con nerviosismo, no encontró mejor solución para calmar su ansiedad. Entonces, su mirada pálida se perdió en el suelo. Fue como si la vergüenza le pesara a ese azul apagado.
Él suspiró con pesar, le dolía verla así. Con delicadeza, tomó su delgada muñeca y apartó su mano de la boca para que dejara de morder sus uñas. Ella levantó la mirada y Derek comprendió por todo lo que pasaba. Lilian creía que él era el de los ojos expresivos, pero ella tenía unos que mostraban a gritos lo que pensaba, así que su amigo pudo escuchar todo ese odio hacia sí misma sin la necesidad de que ella hablara. Vio la vergüenza, el dolor, la creencia a no ser suficiente, y se preguntó porque Lili no podía ver todos los hermosos detalles que él veía en ella; esas pequeñas cosas que lo estaban enamorando.
Si tan solo ella hubiera podido verse a través de esos ojos café...
—¿Necesitas un abrazo de tu mejor amigo? —le preguntó él, sin soltar su muñeca.
—Necesito huir de este planeta y mudarme a uno en donde no existan las flores —dijo Lilian con un hilo de voz —, pero me conformaré con tu abrazo.
Prácticamente se lanzó a sus brazos y él la rodeó sin problema. Lili era una flor más frágil de lo que se veía. De hecho, con una simple brisa, era capaz de derrumbarse. Por suerte, Derek sabía exactamente cómo sostenerla, y eso hizo con su abrazo.
—Odio tener que aguantarla —confesó ella, haciéndose pequeña entre los brazos de Derek —. Odio a la doctora, y también odio sus maneras de humillarme. Van cuatro días de este jodido programa y puedo asegurarte que jamás había sentido tanta vergüenza hasta ahora.
—No lo hace adrede — dijo él, separándose un poco para poder mirarla a los ojos —. Margaret tiene sus métodos, no tengo ni idea de cómo funcionan, pero de algo deben servir.
Ella suspiró y cerró sus ojos, tratando de mantener la calma. Derek contuvo sus ansias de llevar una mano al rostro de su amiga y acariciar su mejilla. Siempre fue muy cariñoso, en especial con Lilian, pero ahora que comenzaba a sentir cosas por ella, prefería abstenerse a ciertas cosas. No sabía lo que una simple caricia podría provocar dentro de él. Así que contuvo su impulso, tan solo continuó observando esa frágil figura. Pensaba que la vida estaba siendo demasiado injusta con ella, que estaba sufriendo cosas que no le correspondían sufrir. Lo comprobó cuando notó rastros de maquillaje en su cuello, cubriendo moretones que jamás debieron llegar a su cuerpo. Lilian no mostraba sus heridas, ella caía sola.
Una vez esos ojos pálidos se abrieron de nuevo, Derek se preguntó cómo hacía ella para nunca tenerlos llorosos. La última vez que él la había visto llorar fue cuando ella cumplió quince años. La Lilian actual no lloraba, tenía otras maneras de demostrar lo que sentía.
—Como sea —ella se soltó de Derek para poder comenzar a trabajar con normalidad —, tendré que aguantarla. Solo así podré pagar el apoyo que necesita Caroline para superar el alcoholismo.
—Es injusto que tú la mantengas —soltó Derek, y luego se cruzó de brazos —. Ella es tu madre, las cosas deberían ser al revés.
—Si las cosas fueran como deberían, yo tendría un padre amoroso en casa. Ya ves, la vida no es como se supone que debe ser.
—Como me gustaría moldear este mundo para que tu vida sea la que mereces, Lili.
—Pero no puedes, así que conformarte con ser parte de ella. Ya haces mucho al volverla un poquito más soportable.
—¿De verdad hago de tu vida algo mejor?
—¿En serio tienes que preguntar? Osbone, tú eres la razón por la que aún puedo decir que respirar se siente como vivir y no solo como un reflejo; y te lo puedo decir en cuatro idiomas diferentes, además.
Derek no pudo evitar sonreír. Sintió su corazón acelerarse, latiendo a milésimas de segundos que no eran normales. Lilian dijo aquello como si fuese algo natural, como si él pudiese notarlo con facilidad, pero la verdad es que no. Muchas veces, él dudó si estaba haciendo bien su trabajo. Ahí dedujo que Lilian le gustaba un poco más de lo que había creído, porque esas palabras trajeron muchos más reflejos involuntarios de los que había esperado.
Muchas más dudas en su mente de las que debió haber dejado.
—Tan solo me gustaría que la doctora esa no me humillara —continuó Lilian, logrando cambiar de tema. Como tenía la mirada concentrada en leer los pedidos de la barra, no notó lo extensa que era la sonrisa en su amigo.
—Lo sé, Lili...—habló Derek, ignorando los síntomas de alguien con una reciente atracción hacia su mejor amiga solo para apoyarla.
—Solo recordar cómo me vieron las chicas me causa escalofríos —ella se volteó para verlo —. Me juzgaron, me juzgan en silencio por lo que hago...
—Yo no te juzgo —una voz conocida llamó su atención al otro lado de la barra.
Cuando volteó, se encontró con la única margarita de cabello rojizo, que caía en ondas hasta llegar a su espalda baja. Lilian quedó sorprendida al reconocer a Dalia, y más aún al escuchar que ella respondió a una conversación en la que no estaba incluida, pero que escuchó. La margarita con obesidad le dedicó una sonrisa amistosa y se sentó en una de las sillas de su lado de la barra.
—Dalia...Yo... ¿Cuánto has oído? —preguntó, por miedo a que ella supiera sobre su madre alcohólica.
—Acabo de llegar —le dijo —. Y debes saber que yo no te juzgo, Lilian. Sería hipócrita juzgarte por lo que comes cuando yo soy la que no para de comer.
—Ya, entiendo —dijo Lili, bajando la mirada, aún tenía vergüenza.
Lilian era un enigma, o al menos eso pensaba Dalia. Cuando la doctora la retaba, ella se convertía en esta chica agria y de respuestas audaces, capaces de dejar boquiabierto a cualquiera. Sin embargo, cuando nada la hacía enojar, o sentir, sus respuestas eran cortas y su mirada pasaba de ser una fría a convertirse en una llena de miedo. Esa margarita era dos chicas en una sola, y una de sus versiones era más conversadora que la otra.
Al ver que no obtendría más por parte de Lilian, llevó su mirada hasta su delator. De inmediato, recibió una cálida sonrisa de la que desbordaba solo amabilidad por parte del chico. Derek notó el parecido entre ella y Calvin con un simple vistazo a esa margarita, no pudo negar que ya sentía empatía y hasta cariño por ella. Cal hablaba tanto de su hermanita menor que podía decirse que los delatores ya la conocían bien, cuando ni siquiera se habían presentado correctamente.
—Seré sincera —admitió Dalia, mirando a ambos —. No me he ido de este lugar porque muero de hambre. Sé que debería dejar de comer, pero, ¡vamos! ¡Esa ensalada no sirvió ni de tentempié! No sé cómo sobreviven Sanne y Cloe con tan poca comida.
—Te sorprenderías de lo fácil que es —dijo Lilian, ganándose una mirada de alerta por parte de Derek —. Pero no lo volveré a hacer.
—Eso espero —dijo él. Luego, se dio la vuelta y fue en busca algo en los mostradores en el fondo.
Cuando el chico se fue, un silencio extraño se instaló entre ellas dos. La verdad, de las tres margaritas con las que tenía que convivir, Lilian era la que le caía mejor a Dalia; o al menos era la única a la que toleraba. No era como el resto de las margaritas, ella jamás la insultó o la miró con repulsión. Y, a pesar de que había dos versiones contradictorias que habitaban en la chica bulímica, ninguna de ellas le resultaba molesta del todo. Lili era la primera delgada que conocía que no había hecho algo para ganarse su odio, convirtiéndose en la primera excepción que conoció la chica obesa.
—¿Pintas? —preguntó, con curiosidad.
—Sí —respondió Lilian —. ¿Cómo lo supiste?
—Tus manos están llenas de pintura —señaló —. Y cuando nos conocimos dijiste que ibas a ver una galería de arte.
—Oh, cierto —recordó —. Pues sí, me gusta pintar. No es nada del otro mundo.
—Seguro pintas muy bien. Debes de tener obras muy bonitas.
—No son tan buenas —aseguró, bajando la mirada una vez más.
—No, son magníficas —habló Derek, apareciendo tras ella con un pequeño frasco gourmet de galletas que dejó frente a Dalia.
Lilian se encogió de hombros ante las palabras de su mejor amigo y se dispuso a limpiar la barra para no tener que responder. Ahí estaba es contradictoria actitud una vez más: si bien Lilian era osada a la hora de responder, no era muy segura de sí misma. A Dalia le agradó ver a una margarita vulnerable, alguien delgada con una debilidad; no estaba acostumbrada a presenciar algo así. Lilian se veía como alguien real, no como Cloe ni como las tantas otras bullys que había conocido.
—Galletas de avena y banana —interrumpió Derek, señalando el frasco que le entregó —. La receta de Sweets es bastante sana, es de los pocos postres que ofrecemos que están libres de gluten y tienen poca grasa. Son ricas, te gustarán.
—Gracias, ¿Derek, cierto? —él asintió —. Me agradó lo que le respondiste a Cloe más temprano. Esa chica es experta en juzgar, no sé quién se cree.
—Solo deben ignorarla. He hablado con su prima y, la verdad, Cloe no es mala persona, solo que hay gente que sufre diferente.
—Pues, si quiere sufrir que no lo haga insultándome —Dalia se cruzó de brazos —. Todas estamos en lo mismo, tenemos que aguantar a la doctora Wallace y sus sesiones extrañas. Sé que todas las margaritas piensan lo mismo de mí: que soy una gorda de mierda, una cerda y que no debería estar cerca de ellas, pero al menos Sanne y Lilian no lo dicen a cada rato. Lo siento, no puedo sentirme mal por Cloe cuando ella me trata así.
—Yo no pienso eso de ti —dijo Lilian.
Dalia ni siquiera se molestó en ocultar la sorpresa encerrada en sus ojos ¿Estaba hablando en serio? No, capaz mentía. Después de todo, todos la creían una cerda.
—¿De verdad no crees que soy una gorda de mierda? —preguntó Dalia.
—Jamás me detuve a pensar en si lo eres o no. Y en el caso de que lo seas, ¿por qué habría de criticarte por ello? —habló Lili —. Sería hipócrita juzgarte por comer demasiado cuando yo tengo que vomitar todo lo que ingiero, día y noche. Hacerte sentir mal cuando sé que yo estoy peor sería estúpido y no creo que lo merezcas.
—Todos me juzgan...
—Pues, yo no —Lilian se encogió de hombros —. Tú decidiste comer demás, ellas decidieron comer menos, pero no juzgo a ninguna. A la única persona que juzgo es a mí misma. Creo que ya es un trabajo suficientemente duro como para ponerme a ser crítica de otras personas.
Dalia quedó sorprendida, pero la sorpresa no le impidió sonreír. Lilian le devolvió una sonrisa pequeña ante su amabilidad. Si bien ella era osada, dura y hasta fría en ocasiones, no significaba que Lili no podía ser amable y hasta comprensiva con otras personas.
La margarita con obesidad se dedicó a comer sus galletas con gusto, ese era un desayuno real, y lo hizo en compañía de la margarita con bulimia, que no tomó ni una sola de las galletas que le ofrecieron. Dalia no se sintió juzgada en ningún momento. Creyó que la gente delgada era cruel, pero al parecer había excepciones.
Comenzó a preguntarse si Margaret Wallace había incluido a Lilian Bennett en el programa porque sabía que ella era una excepción.
...
10:15 am
En esos últimos días, suspirar se había vuelto una costumbre para Eve. Cloe seguía sin hablarle y comenzaba a creer que esa disputa duraría meses, cosa que no sería capaz de soportar.
Eve Nicols siempre fue considerada la niña tierna de la familia. A pesar de lo madura que podía llegar a ser, tenía un blanco corazón que le agarraba cariño a las personas con rapidez. Era ese cariño lo que movía a Eve. Vivía para amar, para querer; y cuando alguien la rechazaba, se sentía vacía.
Suspiró una vez más, logrando que Calvin Milestone levantara la vista de los papeles que había estado revisando toda la mañana. Ya era costumbre que Eve pasara el día junto a él en su oficina. Ella decía que le gustaba verlo trabajar porque podía hablar, bromear, y hacerle cumplidos sin desconcentrarse. Ella no tenía ese don, se distraía con facilidad.
Así estaban: ambos en la lujosa oficina de Calvin, a lados opuestos del escritorio. Sin embargo, Cal no pudo pasar por alto todos los suspiros de Eve. Se le rompía el corazón cada vez que soltaba uno.
—Odio escucharte suspirar —le dijo, dejando a un lado los papeles para mirarla directo a los ojos.
—Lo siento...—ella bajó la mirada. No se había dado cuenta de que sus suspiros eran demasiado sonoros.
—No, yo lo siento —dijo él, tomando su barbilla con delicadeza para levantarle la mirada —. Mi deber es hacerte feliz, discúlpame por no estar haciéndolo bien. Solo dime, ¿qué tengo que hacer para detener esos suspiros tristes?
Eve le dedicó una pequeña sonrisa ladeada. Justo por cosas como esa quería tanto a Calvin. No era como el resto de los chicos con los que había salido, esos que a duras penas se preocuparon por ella, o por lo que sentía. Tampoco era como los idiotas con los que trabajaba, esos que no dudaban en insinuársele a pesar de que se negaba a cada intento. A diferencia de todos ellos, Cal era respetuoso, atento, tenía un don para notar cuando ella no se sentía bien y un talento para sacarle sonrisas.
—Tú no tienes que disculparte —le dijo Eve, con dulzura —. Ya bastante me alegras el día con tu compañía. Es agradable pasar el tiempo contigo, Cal.
Él le sonrió.
—Pero no es suficiente —dijo él, tomando su mano. Esta era demasiado suave comparada con la suya —. ¿Qué quieres que haga para hacerte feliz?
—¿Sabes cómo hacer que mi prima me hable? —preguntó, haciendo una especie de puchero —. Ya van cuatro días y las únicas palabras que he obtenido de ella son: jódete Eve.
—Auch.
—Si, auch —suspiró, sintiéndose derrotada —. No sé qué hacer, Cal. Sé que hice lo correcto al llamar a Margaret. Ella necesita sanar, aunque no lo vea. Es solo que no quiero que esto termine de separarnos.
—Te aseguró que no lo hará. Ustedes dos tienen una historia muy larga como para que se termine aquí.
—Sí, una historia que has tenido que aguantar por meses en los que no he podido cerrar mi bocota, solo porque me duele no ser tan unida a mi prima como lo éramos antes. La diferencia es que, la primera vez que te lo conté, creí que no podríamos estar peor.
» Es obvio que me equivoqué porque de alguna manera terminé en este escenario, donde tengo a mi lindo novio luciendo extremadamente bien en ese traje y en lugar de distraerlo como debería de su trabajo, estoy pensando en que Clo-clo podría no volver a hablarme.
Ella cerró sus ojos con fuerza, pues sentía que poco a poco comenzaban a cristalizarse. Calvin apretó su mano y la observó con detenimiento, odiaba verla tan triste. Cuando ella abrió de nuevo sus párpados, él quiso borrar las lágrimas que aparecieron en esos iris azules, solo que no estaba seguro de cómo hacerlo.
—Mi corazoncito está lastimado, Cal —susurró.
—Ven acá.
Calvin soltó su mano solo para extender sus brazos y darle a entender que debía rodear el escritorio para llegar a él. Eso hizo, ella se levantó y en pocos segundos ya estaba sentada de nuevo, pero esta vez en el regazo de Cal. Sus brazos la rodearon y su aroma la impregnó; olía a perfume de hombre, ni tan fuerte, ni tan suave, lo que la instó a esconder su rostro en su camisa. Muchas de sus lágrimas se secaron en la chaqueta del traje de Calvin, otras fueron recogidas por él mismo, al limpiar las mejillas de Eve con delicadeza.
Él pudo comprenderla, también sintió temor al pensar que Dalia podía hacer lo que Cloe hacía en ese momento. Inscribieron a sus margaritas en el programa porque las amaban, y no había nada más doloroso que sentirse rechazado luego de dar tanto por alguien. El caso de Eve era peor, pues ella no solo se sentía rechazada; se sentía odiada.
—Solo no quiero mirar hacia atrás en un futuro y darme cuenta de que no valió la pena aceptar el programa de Margaret—dijo ella —. No quiero que este sea el final porque no estoy preparada para dejarla.
—Todo se solucionará —habló Calvin, tomando la mano de Eve para depositar un beso en ella —. Ya verás.
Ella sonrió con debilidad. A pesar de sentir que su mundo se venía abajo por la manera en que Cloe estaba reaccionando, tenía a Calvin a su lado, lo que hacía de todo un poquito mejor.
—Espero tengas razón —ella se hizo más pequeña entre sus brazos mientras hablaba —. Cambiando de tema, ¿ya te he dicho que adoro tus abrazos? Lograste calmarme en segundos. También adoro tus ojos, y tu cabello, y tu voz, y tu perfume...Creo que te adoro, Calvin Milestone.
Calvin no pudo evitar soltar una pequeña risa ante las palabras de Eve. Peinó unos cuantos mechones rubios que se le habían adherido al rostro, gracias a las lágrimas. Luego, acunó el rostro de la chica entre sus manos y se permitió a sí mismo perderse en esos profundos ojos azules que le encantaban. No fue el único que se perdió en miradas, ella no tardó mucho en extraviarse en ese par de ojos verdes, brillantes y hermosos. En milésimas de segundos, pudo recordar porque él era la esmeralda en su colección de joyitas.
—Y yo te adoro a ti, Eve Nicols.
Con las mismas intenciones en las mentes de ambos, Calvin acercó aún más el rostro de Eve al de él. Ella no tardó en rodear el cuello de Cal con sus brazos, y entrelazó su cabello rojizo entre sus dedos para acortar aún más la distancia. Sus labios estaban a milímetros de encontrarse, las ansias eran más obvias que nunca...Pero el claro camino que ambos habían marcado se vio interrumpido por el tono de llamada proveniente del móvil de Calvin.
Él soltó un resoplido lleno de frustración que hizo reír a Eve, aún cuando también se sentía decepcionada por no llegar a donde quería. En fin, luego tendría el tiempo para hacerlo. Tras robarle un pequeño roce de labios a su novia, Calvin tomó su teléfono. Negó con la cabeza con cierta diversión al leer el nombre en la pantalla.
—Es Derek —informó.
—Joyita inoportuna...—soltó Eve, mientras jugaba con el cabello rojizo de su novio.
Calvin dejó escapar una pequeña carcajada y, sin soltar a Eve ni moverla de su regazo, contestó.
—Hey, ¿qué pasa, amigo? —habló al teléfono al tiempo en que Eve dejó un rastro de besos en su mejilla.
—Hey, Cal ¿Me pasas a Eve? —preguntó Derek.
—¿Por qué me llamas para hablar con Eve? —preguntó Calvin, alzando una ceja a pesar de que él no podía verlo —. ¿Y cómo sabes que Eve está conmigo?
—Pf, los conozco, enamorados. No hay que ser genio para saber que en este momento están en una posición que agradezco no estar viendo—aseguró Derek —. Además, te llame para hablar con Eve solo porque sé que así tenía más probabilidades de interrumpir un momento importante, lo que lo hace mucho más bochornoso para ti y divertido para mí.
—Mierda, un día de estos te haré pagar, Osbone —dijo el pelirrojo con cierta diversión.
—Mientras tanto, disfrutaré del poder que tengo sobre ustedes, linda parejita. Si no quieres que te moleste, deberías seguir el ejemplo de tu novia y poner un tono de llamada que solo escuchen los perros, por eso nunca contesta. Hablando de Eve... ¿Me la pasas, por favor?
—Jimmy Neutrón quiere hablar contigo —le dijo a Eve, ofreciéndole el teléfono.
Ella tomó el móvil enseguida y sintió como Calvin aumentó la intensidad del abrazo una vez sus dos manos quedaron libres. La rubia llevó el teléfono a su oído y habló:
—No sé qué le dijiste, pero no me agrada que te burles de mi novio.
Derek rio ante las palabras de la chica. Su risa era gruesa, menos que la de Calvin, pero igual de contagiosa. Escucharlo hizo sonreír a Eve, amaba esa clase de carcajadas. Con Derek era sencillo tontear y bromear, incluso cuando no buscaba hacerlo.
—Calma, tu novio y yo tenemos una muy fuerte relación basada en molestarnos mutuamente —aclaró él con diversión —. Y, solo para que no te sientas celosa, también me estaba burlando de ti ¿Ves? Yo sí te quiero.
—Aw, eso era todo lo que quería escuchar, mi linda joyita. También te quiero, y te quiero mucho.
—Menos mal que no soy celoso —dijo Calvin, sacándole una pequeña risita a Eve quien no tardó en besar sus labios de manera corta pero cariñosa.
—Eve, escucha, te llamé por algo importante —Derek llamó su atención una vez más —. La segunda sesión del programa se hizo en el café en el que trabajo. Digamos que no todo salió como debía. Bueno, para ser sincero, ni siquiera sé qué esperaba Margaret al obligarlas a comer todo lo que comieron. En fin, creo que sobra decir que a tu prima no le gustó el método de la doctora.
» Quizá estoy exagerando, pero la vi salir alterada del lugar. Lo mismo con Sanne, ya llamé a Dann y dijo que vería si estaba bien. Creí que debías saberlo, quizá Cloe te necesita.
Calvin notó como Eve se tensó al escuchar aquello. La preocupación por su prima la envolvió en cuestión de segundos, pero dejó salir su lado maduro y actuó con una calma sorprendente. Se obligó a pensar en lugar de dejarse llevar por la angustia; fue fuerte solo por Cloe.
—¿Cuánto comió, Derek? —preguntó.
—La mitad de una bandeja que podríamos comer entre Calvin y yo —soltó Derek.
Era demasiada comida para la que Cloe acostumbraba a comer. Pudo imaginar a su prima preocupada y angustiada por ganar calorías; pudo verla moviéndose de un lado a otro sintiéndose mal por haber comido tanto. Tras decir en voz alta que ya sabía dónde podía estar Cloe y agradecerle a Derek la información, colgó la llamada y le devolvió el teléfono a Calvin.
Debía hacer algo por su prima. Si se sentía mal, si estaba tan alterada como Derek le había dicho, tenía que estar ahí para ella. Las cosas entre las dos cambiaron con los años, pero eso no quería decir que Eve no era capaz de dejar todo solo para apoyar a su pequeña prima. Ella era capaz de renunciar a lo que sea contad de verla feliz.
—Es Cloe —le informó a Calvin una vez se puso de pie y tomó sus cosas —. Debo ir con ella, me necesita.
—Por supuesto, ¿quieres que te lleve? —se ofreció tras ponerse de pie también.
—No, creo saber dónde está y puedo llegar caminando —aseguró ella para luego acercarse a él —. Lamento irme así...
—Hey, no lamentes nada —él tomó su barbilla y le sonrió —. Ella te necesita.
—Te lo compensare —le aseguró para luego dejar un beso corto en sus labios.
—Tú solo ve a salvar el corazón lastimado de tu prima, ¿Sí?
Ella asintió y luego él la dejó ir. Eve se armó de valor, sabía que Cloe no la querría allí. Aun así, iría porque no estaba dispuesta a dejar que la historia entre ella y su prima se acabara en ese momento.
Ese no podía ser el final.
...
11:00 am
¿Cuántos minutos llevaba trotando? Cloe ya había perdido la noción del tiempo. Aun así, no pensaba detenerse. Jadeante y cansada, continuó con su rutina de ejercicios. Trotaba sin parar por la camineria del parque, con su mente haciendo cálculos confusos sobre calorías ingeridas. Algunos se detuvieron a observar con preocupación, y desagrado, su delgada figura, pero ella no se inmutó ante todas esas miradas críticas. Es más, ni siquiera las notó. Eliminar toda esa comida de su organismo le parecía más importante en ese momento.
Casi podía imaginar la grasa extra viajando directamente hasta sus piernas, convirtiendo sus glúteos en dos flácidos y gordos pedazos de carne. Los carbohidratos la harían lucir como la gorda que fue, esa de la que se burlaron sin piedad. Toda esa comida arruinaría su figura de porrista, ¿y sabes lo que ocurriría si ella dejaba de ser lo suficientemente delgada como para volar por los aires en las rutinas de animadora?
Perdería a Rachelle, su mejor amiga.
Perdería a Cameron, el amor de su vida.
Jamás sería perfecta, como Eve.
Y todo eso por un montón de comida.
Por instantes, odio a Lilian ¿Cómo podía comer tanto? Es decir, sabía que la bulimia incluía atracones y purgas constantes, pero jamás imaginó que sería algo tan exagerado. Continuó trotando, sintiendo como el aire podía colarse dentro de su ajustada camiseta de ejercicio hasta llegar a sus costillas. Estaba viviendo esos momentos de angustia por culpa de la margarita con bulimia y su manera tan grotesca de comer.
Una vez más, se sintió fea...Horrorosa. El método de la doctora no la logró sanar, solo aumentó su preocupación por acercarse a la perfección. Esa vez, la buscaba entre trotes y ejercicios, entre jadeos y sudor, entre insultos silenciosos dedicados a ella misma y a Lilian. Se asustó al pensar que, con tantos carbohidratos y grasas sobre su cuerpo, jamás sería perfecta.
—¿Quieres compañía? —sintió una voz conocida a su lado, a duras penas si volteó a encontrarse con la portadora de la misma.
No supo como, pero Eve logró encontrarla y ahora trotaba descalza junto a ella, con tacones en mano y ropa casual; esos jeans ajustados debían de estar haciendo incómodos el ejercicio, pero no le importó. Cloe rodó los ojos de inmediato e intentó acelerar el paso, pero estaba demasiado cansada como para hacerlo. Al no poder alejarse de su prima, decidió continuar como si su repentina aparición no le hubiera afectado en lo absoluto.
—De ti no quiero nada —le dijo, cortante.
A Eve le dolía toda esa frialdad. Se lo había dicho a Calvin: su corazón estaba lastimado, porque así se sentía cada vez que su primita la trataba de esa manera. Sin embargo, no iba a darse el lujo de quejarse, lloriquear o protestar; no cuando Cloe la necesitaba. Quizá la margarita lo negaba a toda costa, pero Eve podía ver que su prima solo estaba fingiendo ser fuerte. La manera en que movía sus manos con nerviosismo cuando trotaba lo demostraba, Clo no estaba bien. Fue entonces cuando, a la delatora dejó de importarle si era odiada o no.
Solo deseó ver bien a su margarita.
—Cloe, escúchame —le dijo tras tomarla por la muñeca y detenerla —. Sé que te sientes mal, Derek me contó todo lo que pasó. Primita, sé que crees que toda esa comida te hará daño, pero si sigues trotando será peor. Mírate, estás demasiado cansada. Descansa, ¿sí?
—A ti no te incumbe como me siento —le reclamó, soltando su mano —. Ni te incumbe, ni te importa.
—Por supuesto que me importa, Cloe —ella tragó saliva y se fijó en los profundos ojos azules de su prima, eran iguales a los suyos—. Eres lo más importante en mi vida y solo quiero que estés bien.
De haberlas visto ahí, paradas una frente a otra, habrías pensado que el reflejo de alguna de ellas se escapó de algún espejo y fue hasta el encuentro del cuerpo frente al cristal. Solo que la imagen que debía ser idéntica sufrió algunos cambios. Una de ellas se veía mucho más demacrada que la otra.
Las diferencias entre las dos eran pocas, pero marcadas. La más obvia era que Cloe se veía frágil y delgada, mientras que Eve tenía un cuerpo sano. La primera era de baja estatura, tenía mejillas delgadas y ojeras que ni el maquillaje podía cubrir. La segunda era alta, se veía radiante a pesar de la tristeza que claramente sentía, y no se le notaban raíces en el cabello como a su prima, ya que ella si era rubia natural. Eso sí, los ojos de ambas eran idénticos, tan profundos como el mar y tan hermosos como un cielo despejado.
A simple vista, Cloe parecía la versión destruida de Eve, y eso era algo que la margarita con anorexia nunca pudo ignorar. Le resultaba imposible alcanzar el nivel de belleza natural que tenía su prima. Su sonrisa ligera, sus rizos de oro, no conseguía tomar con las manos esa perfección que tanto buscaba. Parecía que sólo Eve podía ser portadora de ella.
Sin embargo, en ese momento, no pudo pensar en Eve como alguien belleza envidiable. No la pudo ver cómo la rosa que, inconscientemente, la había lastimado hasta convertirla en lo que era. Tan solo vio los ojos de su prima, aquella que estuvo ahí desde el primer instante. Vio el azul que se encargó de calmarla durante sus momentos de crisis. Por instantes, olvidó que la odiaba y recordó todas esas veces que necesito abrazarla cuando se burlaron de ella antes de ser tan delgada. Eve fue su salvavidas cuando tocó fondo, ¿por qué ahora no se permitía ser rescatada?
—Cloe, sé que no me quieres aquí —dijo Eve, con voz temblorosa —, pero no me voy a ir. Solo necesito entender, ¿qué es lo que te molesta de comer? ¿Por qué te pones así, primita?
Cloe cerró los ojos para evitar llorar ¿Qué le molestaba? Los carbohidratos, la grasa, los kilos extra que le costaría eliminar, que la echaran del equipo de animadoras, el poder perder a su mejor amiga y a su novio, volver a ser el hazmerreír de la gente, no ser perfecta...La comida traía consigo un millón de problemas que Cloe no quería afrontar. Ni siquiera al abrir los ojos para ver a su prima pudo ver que el problema no estaba en la comida, estaba en algo más.
—Si lo que sientes es vergüenza, si lo que crees es que se van a burlar de ti, tienes que saber que no todos son así —habló Eve, tomando la delgada mano de su prima —. Cloe, no me importa cuántos carbohidratos comes al día, eres mucho más que una calculadora de calorías. Para mí lo eres todo, Clo-clo. Te amo y, porque sé cómo eres de verdad, yo jamás te voy a juzgar.
Cloe se sentía afligida. Podía sentir la comida adherirse a ella, pegarse a las paredes de sus piernas y caderas. Observó a Eve hablar y de repente sintió una especie de pellizco en el pecho. Escuchó con claridad como ella le decía que jamás la iba a juzgar, pero le pareció una gran mentira.
La gente siempre juzga y nunca pararán de hacerlo porque es algo que está en nuestra naturaleza. Sin embargo, se sentía tan triste y angustiada por su peso que sus ojos se le llenaron de lágrimas y decidió mentirse a sí misma. Optó por creerle a Eve, a pesar de que sentía que todo lo que decía era una gran mentira.
—Quiero irme a casa...—soltó Cloe, llorando.
Se sentía derrotada, todo por un par de calorías extra en su sistema. Eve no tardó en rodearla con sus brazos. Fue aterradora la manera en que sintió los huesos de espalda de su prima contra su piel. Sin embargo, no dijo algo al respecto. Lloró por ella, por lo que sentía la persona más importante en su vida, pero se mantuvo firme ante el abrazo. Eve Nicols tenía un corazón demasiado blando, pero se volvía de titanio a la hora de proteger a su primita.
—Vamos entonces —le dijo, con delicadeza —. Las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas para ti.
Juntas, comenzaron a caminar hacia el destino que habían predeterminado. Juntas, podían hacerse pasar por el reflejo distorsionado de un espejo roto y por la imagen real. La perfección que tenía Eve, le parecía inalcanzable a Cloe. Quizá lo era, quizá era inútil seguir intentando ser tan bella como ella. Sin embargo, no dejaría de tratar. No quería ser un reflejo de la belleza, ella quería ser la belleza.
Sin embargo, no pensó en eso. Se concentró en los brazos de su prima, que la sostenían. Hacía tiempo que no se sentía protegida por alguien. Ahí estaba de nuevo su salvavidas, sacándola a flote cuando se sentía a la deriva.
...
El agua era su lugar.
No importaba que tan bien o que tan mal se sintiera Sanne, sumergirse en el agua con cloro de la piscina siempre la llenaba de paz. Le daba tiempo para pensar, para analizar lo que le molestaba o lo que le agradaba; o simplemente no pensaba y se dejaba llevar por sus brazadas. El problema era cuando se detenía al llegar al final de la piscina. Ese era el momento en el que se lamentaba por tener que descansar.
Se apoyó en la orilla de la piscina jadeando por el cansancio. Sentía que su rendimiento había disminuido, todo gracias a la comida que había ingerido esa mañana. Nada de lo que comió fue sano, y recordarlo solo aumentaba la repulsión que sentía hacia sí misma. Se hundió en el agua, conteniendo la respiración el mayor tiempo posible. Esperaba que el cloro pudiese limpiar tanto sus pensamientos, como toda la grasa que no debía estar en su organismo. Vaya decepción sintió al regresar a la superficie y sentirse igual.
Había cosas que ni el agua podía limpiar y sentimientos que, ni nadando, podía opacar.
—Hey —una voz conocida le hizo levantar la mirada.
Se quitó los lentes de nado solo para poder ver a Dann directo a los ojos. Mientras, él se agachó para quedar a la altura de su alumna. Sanne se limitó a responder su saludo con una sonrisa pequeña, ese simple gesto fue una señal de alerta para su entrenador. Si Sanne Coleman no cargaba una amplia sonrisa en sus labios estando dentro de una piscina, entonces algo no estaba bien.
—¿Cuántas vueltas llevas? —le preguntó.
—Perdí la cuenta —admitió ella, apoyándose del borde con ambas manos.
—¿Tienes energía para una carrera? —le preguntó, quitándose la camisa para quedar solo en traje de baño.
Ella sonrió y se colocó los lentes de nuevo.
—Siempre tengo energía para vencerte, entrenador.
—Prepárate a perder, niña —dijo, y también esbozó una sonrisa.
En cuestión de minutos, Dann ya estaba dentro de la piscina y la competencia comenzó. Tanto entrenador como alumna eran increíblemente rápidos en el agua. Parecían estar hechos para vivir en ese medio, para movilizarse con brazadas elegantes y bien realizadas.
Lo que atrajo a Dann Carlton a entrenar a Sanne en primer lugar fue la pasión que vio en sus ojos la primera vez que la encontró nadando. Para entonces, ella era tan solo una niña, pero él notó de inmediato que esa pequeña ya tenía muy claro que quería vivir para sentir el agua en su piel. Los ojos grises de Sanne siempre delataron que, si quería llegar lejos, lo haría nadando. Probablemente lo haría en estilo mariposa, ya que ese se le daba de maravilla. Tan bien que, luego de cuatro piscinas, logró vencer a su entrenador.
—¡Y la alumna supera al maestro! —exclamó una vez ambos se detuvieron.
Dann soltó una carcajada y se quitó los lentes para poder verla con claridad fuera del agua. Sanne era tan aficionada a ese deporte que nunca pudo evitar ser competitiva. Siempre quiso ser la mejor, superar al resto. Eso la llevo a exigirse demasiado siempre que algún nadador de su categoría era capaz de superarla. Para ella, conformarse nunca fue una opción.
Algo en la actitud competitiva de Sanne fue lo que la llevó a sobrepasarse. Fueron esas ganas de ser la mejor lo que la impulsó a comer sano y, en el momento en el que eso se volvió obsesión, la chica con altos dotes para socializar se convirtió en alguien que juzgaba al resto y a sí misma sin parar. Se apartó del mundo e incluso logró hacer a un lado su sueño de llegar a las olimpiadas.
Dann vio esa transformación en la que podía considerar su mejor amiga. Noble, como era, fue incapaz de abandonarla a pesar de que su actitud le causó problemas en ocasiones. La defendió ante otros atletas y salió perjudicado en el mundo del deporte, pero no le importó. Él siempre estaría ahí para defenderla. Sin embargo, si de algo estaba seguro, era que había una persona de la que jamás podría proteger a su alumna, y esa era ella misma. La crítica más dura de Sanne era su propio ser.
—Bien, ganaste —admitió él —. Yo pago el almuerzo, entonces.
—Hoy no, Dann —dijo Sanne, quitándose los lentes —. Comí demasiado gracias a la doctora Wallace y prefiero prepararme algo ligero.
Dann asintió lentamente con la cabeza al oír aquello. Gracias al cielo Derek lo había llamado, Sanne estaba peor de lo que imaginó. Notó de inmediato la batalla que ella estaba librando contra sí misma. Sin duda, necesitaba el apoyo que solo su delator le podía dar.
— Derek me contó sobre la sesión de hoy —confesó el entrenador.
—¿Derek es el chico de lentes que siempre está con Lilian, la chica con bulimia? ¿No? —preguntó Sanne, a lo que él asintió —. Él lo vio todo, fue una vergüenza.
—Comer no debe darte vergüenza, Sanne.
—A mí no me da vergüenza comer. A quien debería darle es a Dalia ¡No se controla! No sé cómo puede vivir así, es repugnante y denigrante.
—Creo que lo que hizo la doctora al intercambiar sus platos fue un extravagante intento de decirles que deben ponerse en los zapatos de la otra. A ti te tocó estar en el lugar de alguien con obesidad, ¿qué sentiste?
—¡Repulsión! Dios, no sabes cuánto me costó ver toda esa comida ahí y saber que ni una era baja en grasa, o en azúcar. Me costó aún más comerla ¡Todavía puedo sentir que hay trozos de chocolate bajando por mi garganta! Lo odio, es asqueroso.
—¿Y Dalia te trató mal luego de que tragaste toda esa comida?
—Pues, no.
—¿Ves? Ahí está. Se pueden romper las reglas alimenticias, se puede no hacer dieta, y eso no significa que tengan que tratarte con repulsión. Contigo no lo hicieron, ¿por qué crees que deberías hacerlo tú?
Sanne se quedó callada. Debía admitirlo, desde que conoció a Dalia solo pensó lo peor sobre ella. A duras penas le hablaba, le causaba repulsión. Jamás sería tan cruel como Cloe para decírselo en la cara, pero era cierto que le disgustaba tenerla a ella y a sus kilos de más cerca.
Sin embargo, también debía admitir que, con solo cuatro días de programa, las veces en las que la escuchó hablar se dio cuenta de que en verdad no era mala chica. Aun así, la repulsión no se iba. Estaba instalada en su sistema, como un código que no podía eliminarse. Y así como aborrecía la manera en que Dalia trataba a su cuerpo, ahora se odiaba a sí misma por igual.
Había comido lo mismo que alguien a la que no le importaba ingerir alimentos poco saludables.
—No es necesario que ella me juzgue —dijo Sanne —. Ya bastante tengo conmigo misma en este momento.
—¿En qué piensas ahora? —preguntó Dann, acomodándose mejor en el agua.
—Pienso en ese montón de comida bajando hasta mi estómago. Se está pegando a mis brazos, a mis caderas, y me hará más lenta para nadar. Pienso en el azúcar y en la harina que comí, no debí dejar que cosas tan dañinas entrarán en mi sistema. Pienso en que tengo que hacer ejercicio, o jamás conseguiré quemar esas calorías. Pienso en mí y que me doy asco.
Para Sanne, su manera sana de vivir y comer era la única, por eso debía seguirla a toda costa. Por eso, cuando no seguía sus propias reglas, esas que le decían que azúcares no iban incluidos en una dieta, se detestaba a sí misma. Cuando Sanne no comía como creía que era correcto, la ansiedad se apoderaba de ella. Puede sonar un poco extremo, pero si no comía sano, entonces no tenía idea de quién era.
—No vuelvas a decir eso. Tú no das asco, Sanne —le reclamó su amigo —. Por alguna razón, tu mente se acostumbró a creer que debes odiarte, u odiar a cualquiera que no come sano. Eso convirtió a la comida saludable en algo dañino para ti. Sé que aún no lo ves, pero te estás lastimando.
» Nos conocemos desde hace años, eres de las personas más importantes en mi vida. Te quiero tanto, Sanne, que eres parte de mi familia. Mi esposa te llama cuñada, ¡mi hijo te adora y te dice tía! Eres más que mi alumna, eres parte de mí. Y sé lo que sufres, sé que en este momento te debes estar juzgando y odiando, pero no deberías porque eres una persona magnífica sin importar que clase de comida entre por tu boca.
Sanne tragó saliva al escuchar aquello. Dann siempre fue un pilar para ella, ese hermano que nunca tuvo. Dejó de ser su instructor para ser su amigo, y no podía estarle más agradecida por sus palabras y apoyo. No existía nadie tan noble como él, quizá su delator era lo más sano en la vida de esta margarita. Él era lo único que jamás se volvería dañino para ella.
—No sé cómo te estás insultando en ese momento o qué piensas sobre ti, pero quiero que sepas que es mentira —continuó —. No importa cuánto te juzgues, tienes que tener clara una cosa...
—¿Qué?
—Que yo jamás te juzgaré. Así que, cuando necesites que alguien te recuerde lo mucho que vales, aquí estaré para ti.
Sanne sonrió, pues se quedó sin palabras ante lo que escuchó. A veces, olvidaba el valor de tener a alguien como Dann a su lado. Sabía que era un gran amigo, una parte muy importante de su vida, pero solía pasarlo por alto. Eso sí, sus palabras, si bien fueron sinceras, no lograron convencerla por una sencilla razón: ella se seguía diciendo a sí misma que era desagradable por haber comido de esa manera.
Su baja autoestima logró opacar todas las buenas intenciones de su entrenador. Eso no significaba que ella no las apreció o que no las quiso, tan solo era cuestión de que no podía creerle del todo. La margarita con ortorexia comenzaba a fiarse únicamente en esa voz crítica dentro de ella.
—Quiero la revancha —declaró Dann, rompiendo el silencio.
—¿Quieres perder otra vez? —preguntó Sanne, con diversión.
—Oh, no. Esta vez serás tú quien llegue de última, niña.
Y, sin previo aviso, tomó el impulso necesario y comenzó a nadar. Ella lo siguió de inmediato, recuperando esos pocos segundos de desventaja con habilidad. Sanne era una flor que necesitaba mucha luz para poder crecer.
Ella necesitaba de la clase de claridad que se obtiene a partir de una pizca de amor propio.
Ayer no actualicé y me disculpo, pero para compensar mi ausencia les traje este cap SUPER largo. Espero lo disfruten...
Dinámica 10:
La dinámica de hoy es super sencilla, pero necesaria. Me parece que el mundo suele ir a una velocidad absurdamente rápida y se nos olvida pensar en nosotros muy a menudo. Hoy, quiero que hagan algo que amen, que los identifique.
Los reto a hacer algo que aman por al menos una hora. Dibujen, lean, tomen fotos, vean televisión, lo que ustedes quieran, pero deben ser conscientes de que estan realizando algo que aman durante esos 60min.
¿Qué les demostrará esto? Pues, a veces la mejor forma de conocernos a nosotros mismos es encontrarnos con cosas que amamos. Espero que esto les sirva de algo.
Recuerden marcar check en su calendario y comentarme con el hashtag #soyunamargarita si suben sus dinámicas a sus redes sociales.
Con amor, Rina García❤
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