Capítulo 61
Capítulo 61
La primavera más larga:
Día 730 del programa M.E.R: 11 de enero del 2017
Un año después...
2:00 am
Cuando los huesos dejan de doler, cuando la comida deja de ser una enemiga, cuando el hambre aparece solo a ratos, cuando las costillas dejan de verse, cuando cantar comienza a tener sentido...Solo en ese momento, sabes que una margarita ha encontrado su primavera más duradera; la flor luchó para no marchitarse y ahora es retoño nuevo.
Derek formaba parte de ese porcentaje de la población que no cantaba bien, pero tampoco hacia sangrar oídos. Lilian, por su parte, era de las que cantaba con sentimiento, con tanta inspiración que, de verla, te preguntarías si sus cuerdas vocales estaban desgarradas; pero no era así, la garganta de Lili llevaba meses sin estar adolorida.
Le había encontrado el sentido a cantar.
Luego de que le dieran de alta tras el incidente, un año atrás, Margaret tuvo una conversación con ella que cambió para siempre el rumbo de la vida de la margarita ¿Recuerdas esos cuadros que Lilian tanto se esforzó por vender en internet? Pues, la doctora resultó ser una de sus compradoras más frecuentes y, con la ayuda de su esposo— un crítico de arte prestigioso— consiguió que un artista reconocido aceptara a Lili como aprendiz por unos años. Era lo menos que pudo hacer, puesto que conseguirle educación formal sería imposible ya que ella nunca terminó la escuela secundaria. Maggie Wallace se disculpó en su momento por ofrecerle tan poco, pero la chica la detuvo al instante, eso era más de lo que podía pedir.
El único detalle con respecto a tal oportunidad era que se encontraba en Los Ángeles, muy lejos de Detroit.
En el momento, Lilian consideró negarse a la propuesta. Había demasiadas cosas que la ataban a su ciudad natal. Su madre, su empleo, sus amigas, su novio... ¿Cómo podría dejar todo aquello? Sus amigas fueron las primeras en intervenir en esa decisión. Eran pocas las oportunidades que la vida le daba a Lilian, así que la animaron a tomarla. "Existen llamadas y mensajes" le aseguraron "Eso que quieres alcanzar está muy lejos de nosotras y debes ir a conseguirlo".
Caroline también fue un gran factor que influyó en su decisión. Había accedido a recuperarse y Lilian solo se quedó tranquila en el momento que Margaret le dijo que, de aceptar la oportunidad que le ofrecían, ella se encargaría personalmente de vigilar a su madre.
Su trabajo en Sweets fue lo que menos le impedía irse. De hecho, estando en el hospital, decidió que no quería vender jugos o dulces nunca más. De esa manera, solo quedó un nudo que la ataba fuertemente a Detroit: Derek...
Pero tú ya conoces a ese chico. Él era capaz de ir hasta a Australia contad de cambiar el mundo.
Y así como pudo cambiar algo detrás de una barra de jugos, decidió que podría ayudar a cambiar el mundo de la persona más importante en su vida estando en Los Ángeles. De más está decir que su madre no pudo ponerse más feliz por la decisión de su hijo. Finalmente, el genio de veintiún años dejaría de vivir en el ático. Y así, fue como Lilian accedió a aceptar el trato de Margaret.
Todo lo valioso en su vida se trasladó a L.A, forjó un nuevo sendero allá; uno que compartía con sus amigas por teléfono.
Un año después, cantaba a todo pulmón su canción favorita en el auto de su novio, mientras Derek conducía por las calles de un Detroit nevado. Luego de meses sin pisar la ciudad, volvían a presenciar el caos del lugar en el que crecieron; un caos que tenía más encanto del que recordaban y que, sin duda, habían echado de menos.
Derek esbozó una sonrisa al escuchar a Lilian imitar la guitarra en la parte instrumental de la canción. El cambio que había surgido en ella era abismal. Sus ojos seguían igual de pálidos, pero ya no lucían melancólicos o necesitados. Sus mejillas ya no estaban hundidas, su clavícula ya no se mostraba tanto. Su cabello lacio había crecido hasta sus hombros, pues no lo necesitaba tan corto; ya no vomitaba. Su flequillo había desaparecido, no había más cicatrices que esconder. Y su sonrisa...ese gesto pasó de durar menos de cinco segundos, a cinco horas seguidas.
Ya no estaba marchita.
Él giró el auto hasta dar con la fachada de un consultorio conocido, nada ahí había cambiado. Ante tal paisaje, Lilian dejó de cantar. Su sonrisa desapareció al instante y observó el nevado lugar con melancolía.
—Hey —Derek llamó su atención al ver como su ánimo había cambiado —. ¿Está todo bien?
Lilian volteó su mirada para verlo, el recuerdo de la primera vez que estuvieron en esa calle llegó a su mente. Dos años parecían una eternidad, sobre todo cuando habían cambiado en todos los sentidos posibles. Se veían mayores; él, particularmente, se veía como todo un adulto con una barba naciente y un semblante calmado.
Los Ángeles les había hecho bien a los dos. Lilian logró establecer una muy buena relación con sus hermanas, mejorar en la pintura y en su salud. Derek logró entrar a una universidad y mantenerse igual de bromista que siempre. Su relación solo se fortaleció con el tiempo y por ello, Lili no pudo evitar sentirse mal al recordar su actitud al inicio del programa.
—La primera vez que estuvimos aquí...—ella se mordió el labio y lo miró con arrepentimiento —. Yo...te traté horrible ¿Lo recuerdas?
—Vagamente —él le sonrió de lado, deteniendo el auto justo frente al consultorio. La miró con esos expresivos ojos café —, pero fue hace dos años, bonita. No tienes que poner esa cara de arrepentimiento, ha pasado demasiado desde entonces.
—Pero sí me arrepiento por todo lo que te dije ese día —la vieja Lilian se habría mordido las uñas; la nueva Lilian sabía que ese era un hábito que no servía de nada —. Debí agradecerte en el momento. Siempre has hecho lo mejor para mí y te lo agradecí siendo la persona más agria de este planeta. Lo siento tanto, Derek
—Pues, no acepto tus disculpas.
—¿Cómo qué no?
—Simplemente no las acepto. Te comportaste de una manera natural. Estabas dolida y asustada, esa era la vieja tú. Así empezó todo y gracias a lo que vivimos ese año, ahora somos quienes somos. Solo piénsalo, llevamos un año viviendo juntos y aún no ha ocurrido ningún desastre de gran magnitud, todo eso porque desde ese primer día en el que fuiste, según tú, "horrible" conmigo, aprendimos a lidiar con los problemas. Así que no pienso aceptar ninguna disculpa.
La sonrisa en el rostro de Lilian se expandió hasta demostrar que ese gesto se veía demasiado bien en un rostro que no era delgado en exceso. Tomo la mano de su novio y lo miró con dulzura.
—¿Te he dicho que te amo, Osbone? —le preguntó, sin dejar de esbozar su sonrisa.
—Si —él la imitó en ese gesto —, pero no me molestaría volverlo a escuchar...
—Te amo — le dijo, muy cerca de su rostro —, y demasiado.
—Yo también te amo, bonita —respondió, tomando su rostro con delicadeza —. Más de lo que se puede poner en palabras.
Un año y medio de relación y Lilian seguía sonrojándose igual que el primer día. Lo lindo de su primavera duradera era que sabía que Derek tenía mucho que ver en su recuperación, pero no fue el factor que más influyó en ella.
Lilian aprendió a ver belleza en sí misma, sin la necesidad de que alguien más la guiara en esa tarea. Aprendió que no estaba hecha para que la dejaran, y que era privilegiada por tener a tantas personas que no se irían de su vida. La única responsable de la primavera en su interior era ella misma...
Y eso solo la hacía amarse más, y amar a aquellos que la apoyaron en todo momento.
Atrajo a Derek hasta sus labios y le contó, sin necesidad de hablar, lo agradecida que estaba de que todo hubiese salido bien. Lo besó con el amor que solo una margarita orgullosa puede sentir y le dio a entender que estaba feliz de tenerlo a su lado para poder encontrarle el sentido a cantar en un auto. No fue un beso de película, fue uno real lleno de sentimientos...que fue interrumpido por unos golpes en el ventanal del asiento del piloto.
Los dos voltearon al instante y, al encontrar a quien había interrumpido el momento, Derek solo pudo bajar el vidrio de la ventana sorprendido.
—Oigan, si van a recrear la escena del auto del Titanic al menos esperen a que los vidrios se empañen —soltó la chica con diversión —, hay cosas que no son aptas para todo público.
—No puede ser —Derek la miró con impresión —. ¿Friki?
Cloe sonrió al escuchar su apodo. Si bien estaba cubierta por un gran abrigo de invierno, con tan solo ver su rostro podrías adivinar que sus costillas ya no estaban tan expuestas como hacía un año. Sus mejillas ya no delataban a los huesos de su cara, tan solo dejaban a la vista un par de hoyuelos que acompañaban a su alegre sonrisa.
Apoyó su mano en el auto y, en definitiva, está ya no lucía como la de un esqueleto en vida. Además, una cantidad exagerada de brazaletes delataba que Cloe ya no seguía el modelo de los demás. Ahora era libre para ponerse lo que quería, para ser quien quisiera y actuar como quisiera; libre para ser la Cloe verdadera...
—Hola, nerd —lo saludó con una sonrisa.
Él aún seguía en shock, pues había algo que era totalmente distinto en la Friki que había conocido. Su cabello ya no estaba dañado y no era de color rubio maltratado. La chica movió un mechón de su cabello castaño que se había desordenado por el viento y continuó sonriendo. Era la primera vez que Derek veía a la auténtica Cloe, no a una copia de Eve. La imagen resultaba impresionante, lo suficiente como para dejarlo a él y a Lilian sin palabras.
Pero Lili no había visto a su amiga en un año, no importaba el shock, tan solo quería abrazarla. Se bajó del auto con rapidez y corrió hacia ella para envolverla en sus brazos. De inmediato, ambas se sintieron como en casa. La amistad había perdurado a pesar de los kilómetros de distancia; es más, se había fortalecido.
—¡Ay, Cloe! —exclamó Lilian —. ¡No tienes ni idea de cuánto te extrañé!
—¡Y yo a ti! —Cloe podía sentir que las lágrimas de alegría se acumulaban en sus ojos azules —. No sabes lo mucho que me hiciste falta. Los dos, de hecho. Detroit no es lo mismo sin ustedes.
—Pero al parecer lo manejaste bastante bien, friki —habló Derek desde el auto —. Te sienta bien ese cambio, te ves más...tú.
—Estás hermosa, Clo —le dijo Lilian, soltándose del abrazo.
—¡Igual que tú! Es decir... ¡Mírate! Te ves tan feliz y radiante.
—Lo estoy, de hecho —Lilian sonrió, logrando sacarle una sonrisa aún más grande a su amiga.
Se abrazaron de nuevo, esta vez entre risas. Se sentía distinto poder abrazarse sin que los huesos salientes sirvieran de estorbo.
—Bueno, chicas — Derek llamó la atención de ambas —. Quisiera quedarme, pero debo ir a Sweets con el resto de los delatores ¿Qué cara de sorpresa se verá mejor cuando Eve me muestre su anillo de compromiso? ¿Está? —puso una mueca que lejos de ser de sorpresa, podía provocar carcajadas —, ¿o está?
Y la segunda mueca no fue mucho mejor.
Lili se mordió el labio para reprimir una carcajada al tiempo en el que Cloe se pellizcaba el puente de su nariz y negaba con la cabeza. Derek se veía más maduro, pero su comportamiento no había cambiado ni un poco. Eso era algo que agradecía enormemente, puesto que había extrañado como loca al nerd que se convirtió en uno de sus mejores amigos.
—Por favor nerd, no les digas a Eve y a Cal que te dije lo del anillo —le rogó —. Se suponía que era sorpresa. Mi prima está muy ilusionada por decírtelo así que finge bien, o te juro que revolveré las neuronas en tu cerebro del golpe que te daré.
—Tranquila, friki. Cubrir los secretos de las Nicols se ha vuelto mi especialidad —le guiño el ojo a su amiga —. Como sea, ya me voy. Saluden a Sanne y a Dali de mi parte cuándo lleguen. Las quiero.
—¡Y nosotras a ti! —dijeron al unísono, al tiempo en el que Derek puso en marcha el auto para dirigirse al local en donde ya no trabajaría nunca más.
Una vez lo vieron desaparecer en las calles de asfalto, las dos se voltearon para caminar hacia la entrada del consultorio entrelazadas de brazos. La conversación se reanudó al instante. Se contaron todo lo que se habían dicho por llamadas y mensajes, solo para hacerlo más real en ese instante. Cloe soltó una carcajada al escuchar una de las anécdotas graciosas que implicaba vivir bajo el mismo techo que Derek, y Lilian solo pudo sonreír aún más al escuchar lo bien que le estaba yendo a Cloe en la universidad.
La oportunidad que la doctora le ofreció a Cloe el año anterior fue sencilla: Le dio una lista de universidades en las cuales podía estudiar lo que deseaba, todas prestigiosas y dispuestas a aceptar a alguien con el promedio brillante que había obtenido en secundaria; le dijo que ella pagaría los costos de la carrera y que la ayudaría a ingresar a cualquiera de esas opciones.
Era un gran impulso para obtener un futuro brillante, pero la chica decidió no elegir una de esas universidades y quedarse en la local, donde podría vivir cerca de su prima y recuperar esos años en los que la trató de la peor manera posible. En lugar de dejar que Margaret costeara sus estudios, le pidió que la ayudará a introducirse en la carrera de nutrición.
Así, la doctora se convirtió en tutora personal y Cloe se volvió muy unida a los Everton, puesto que los veía todos los días. Incluso probó la sensación de un noviazgo verdadero y lleno de cariño, muy diferente al de Cameron, y lo hizo gracias al hijo de Maggie, Aviv. Fueron pareja durante seis meses, hasta que todo terminó en una gran amistad.
Ese año, Cloe también había encontrado su primavera más larga. Se sentía renovada, alegre y lista para enfrentar un mundo lleno de críticas siendo Cloe y no la copia de alguien más. Fue la única margarita de las cuatro que descubrió que el planeta en el que vivimos no gira entorno a la opinión de los demás estando en Detroit. El resto había encontrado esa verdad en lugares distintos, pero todas llegaron a conocer la importancia de saber que el centro del sistema solar es el sol y no una sociedad tan cruel como la nuestra.
—Y me fue genial en los exámenes finales de Diciembre —le contó a Lilian —. En una semana tengo otros y te puedo asegurar que saldré incluso mejor.
—Me alegra escuchar eso, Clo —le dijo su amiga —. Estoy muy orgullosa de ti.
—Aún no es momento para sentir orgullo, descorazonada. Ya decidí que quiero cambiar el mundo de chicas como yo. Quiero ayudar a personas que están pasando por lo que tú y yo pasamos hace un año. Cuando lo logre, será momento de sentir orgullo.
—Lo lograrás, ya verás.
Cloe sonrió al sentirse capaz de poder hacer algo con respecto a la cantidad aterradora de costillas expuestas en el mundo. Llevaba exactamente ocho meses totalmente recuperada de su anorexia. La comida volvió a su día a día, los pensamientos malos se habían esfumado por completo. Sabía que Lilian llevaba seis meses sin purgarse y, así como personas anoréxicas y bulímicas podían llegar a sanarse, la friki había decidido que quería ayudar a todos aquellos que desafiaban los límites de lo sano solo por no cumplir los estándares de la sociedad.
Que el mundo se vaya preparando, porque esa Cloe Nicols estaba preparada para todo.
—¡Hey! ¡Chicas! —las dos voltearon al escuchar una voz conocida tras ellas.
Se quedaron atónitas al ver de quien se trataba.
—¿Es...? —cuestionó Cloe.
Era imposible que fuera ella, estaba demasiado cambiada. Sin embargo, a medida que la chica se acercó hasta ellas, más familiar se les hizo.
—Sí, sí es ella —dijo Lilian sonriendo
—¡Dalia! —exclamó Clo, corriendo junto a Lilian para abrazarla.
La primavera de Dalia había hecho un cambio gigantesco en sus pétalos blancos...
¿Dónde había quedado el resto de Dalia? Los kilos extra en su abdomen se habían ido gracias a gimnasios y a piruetas, dejando solo a una chica de figura sana, lo suficientemente delgada como para no considerarla obesa. El volumen de sus caderas delataba que no era la bailarina esbelta buscada por academias con frecuencia, pero la sonrisa en su rostro y el resplandor en sus mejillas pecosas demostraron que estaba feliz con la figura que había conseguido.
La verdad es que tú y yo sabemos que Dalia siempre fue así. Lo único que desapareció fue el exceso de grasa en su cuerpo, pero ella siempre fue la hermosa chica pelirroja que veían en ese momento; solo que, mientras que su antigua versión comía por nervios, la nueva Dalia encontró un refugió en el ballet para calmar su ansiedad. De esa forma, consiguió deshacerse de lo único que siempre le estorbó: sus inseguridades.
Aprendió a vivir con su diabetes como si está fuese una compañera y nunca más visitó a algún doctor por problemas cardiovasculares. Se miraba en el espejo con orgullo, adorando cada imperfección que se reflejaba en el cristal. Todo lo que siempre necesitó fue eliminar aquello que nunca perteneció a su dulce personalidad.
—¡Las extrañé tanto! —exclamó, abrazando a sus amigas con entusiasmo —. París está muy lejos, la distancia era demasiada, chicas.
La oportunidad que Dalia recibió por parte de Margaret fue el poder irse a París junto con Azucena, la única hija de la doctora que bailaba ballet en una academia profesional francesa. Le propuso que se fuese a vivir junto a ella para ganar independencia y una tutora personal capaz de enseñarle a bailar sin importarle su peso. Dali no lo pensó dos veces y se fue a Europa. Le dolió despedirse de su hermano y de sus padres, pero sabía que así aprendería a vivir sin ser la nenita de su familia.
Ese año, ella ganó la suficiente confianza en sí misma como para volverse completamente independiente. Además, ingresó en una escuela de ballet y Azucena se convirtió en una muy buena amiga. Dalia estaba muy feliz con su vida y consigo misma.
Su primavera le estaba sentando de maravilla.
—Ni que lo digas, pero te hizo demasiado bien —le respondió Lilian, una vez se soltaron del abrazo —. Estas tan diferente, Dali.
—Te quedaste corta —soltó Cloe —. ¡Estas diferentísima, Dalia! ¡Ay, estas tan linda y alegre! ¡Estoy tan feliz por ti!
—¡Y yo por ustedes! —dijo, soltando lágrimas de alegría —. Y....ya me hicieron llorar. Tardaron menos de lo que esperé.
Las risas de sus amigas sonaban tan auténticas y alegres que Dalia no pudo evitar aumentar su llanto. Así como estaba feliz por sí misma y por el hecho de que ahora cuando recibía abrazos podían rodearla por completo sin tener grasa extra estorbando, también estaba feliz por ver a dos de las personas más importantes en su vida sanas y sonrientes. No se veían frágiles, ni débiles, ni pálidas, ni preocupantemente delgadas...esa era razón suficiente como para que sus ojos desbordaran ríos de felicidad.
Ríos que por cierto no tardarían en congelarse si no escapaban del frío del exterior de Detroit. Cloe notó aquello y ese fue el impulso necesario que empujó a las tres para caminar hacia la entrada del consultorio; aquel lugar al que habían entrado hacía un año engañadas por unas cartas de peculiar caligrafía, y ahora entraban una vez más agradeciendo haberlas leído en primer lugar...
—No, a ver...Caleb, ya te he dicho que no puedes dar a tu hermana en adopción...
Esas fueron las primeras palabras que las tres escucharon al entrar al lugar, lo que les hizo saber que la última integrante de ese grupo de margaritas orgullosas estaba ahí. Efectivamente, Sanne se encontraba de espaldas a ellas, conversando por teléfono, ignorante ante la llegada de otras personas.
La oportunidad se le dio a Sanne fue librarse del programa. A diferencia de las otras chicas, a las que Margaret observó durante ese año, visitándolas, pidiéndole ayuda a colegas y estudiando sus progresos, Sanne se libró sola de la ortorexia. La doctora siempre supo que esa chica sería capaz de terminar su carrera y llegar a la meta sin supervisión, solo quería hacérselo saber.
Sanne era una ganadora, y ahora no solo lo decía para bromear con Dann, sino que se lo creía. Estaba segura de que era capaz de alcanzar cosas grandes. Su premio en aquella ocasión fue ganar una primavera eterna, en la que se volvió una flor fuerte y capaz de aceptar derrotas una que otra vez.
Sin la necesidad de que Margaret, Ume o Jade la atendieran a cada instante, Sanne decidió mudarse a Londres junto con su entrenador. Ahí, descubrió que era excelente en dos cosas. La primera era que en verdad estaba hecha para dar clases de natación, eso se le daba fenomenal. Y la segunda, era que ella debía ser la mejor tía en la faz de la tierra. Sus sobrinos eran su vida, su mundo.
Incluso valían más que una tentadora piscina llena de agua...
—No, Caleb, tampoco puedes subastar a Rubí ¿Quién te enseñó esa palabra? ¿Si acaso sabes lo que significa subastar? —ella hizo silencio, indicando que su sobrino debía estar respondiéndole —. Okey...no es eso, pero bastante cerca ¡Cómo sea! No puedes hacerle nada de eso a tu hermanita —de nuevo, silencio —. ¿Por qué no? Pues, porque... ¿Sabes qué? Mejor habla de esto con tus padres, ¿si, precioso? Nos vemos en una semana, cariño.
Luego de esa despedida, ella colgó con una sonrisa. Tan solo con pensar en la cara de los Carlton reaccionando ante el cuestionamiento de su pequeño hijo, soltó una carcajada. Lo mejor de ser tía era que podía utilizar la carta de "pregúntale a tu padre" para molestar a Dann. Lo disfrutaba demasiado.
—Uhh, yo también quiero saber cómo terminará eso —dijo Cloe, haciendo que la chica de cabello voluminoso volteara de inmediato.
Ella no había cambiado ni un poco... físicamente. Sin embargo, sus ojos grises delataban más alegría de la que hacía un año podían mostrar. Al ver a sus tres amigas, Sanne no pudo hacer otra cosa que extender sus brazos para que las tres corrieran a abrazarla. Las carcajadas se hicieron presentes en la recepción, puesto que en ellas se desbordaba la alegría del reencuentro más esperado para esas cuatro chicas.
El reencuentro de unas margaritas que ya no estaban marchitas.
—¡Oh, por Dios! ¡Ustedes tres están tan cambiadas! —chilló Sanne al soltarlas. Las miró una a una —. ¡Cloe! ¡Ya no eres rubia!
—No lo soy —rio la chica —. Este es mi color natural de cabello.
—Pues, te queda demasiado bien —sonrió, luego miró a Lilian —. Y miren quién no se ve tan agria ahora...
—Miren quien tiene cierto acento británico...—señaló Lilian, colocando sus manos en sus ya no huesudas caderas —. Te vas un año y ya hablas como una de esas actrices londinenses.
Sanne soltó una carcajada. Era cierto, aunque había luchado para conservar su acento americano, el británico se apoderó de su forma de hablar. Pasó su mirada gris hasta Dalia y su sonrisa se extendió.
—¡Y tú! —exclamó con entusiasmo —. Casi ni te reconozco. Estás tan...
—¿Delgada? —cuestionó la pelirroja.
—No, esa no es la palabra. Créeme que la delgadez es lo de menos aquí —aseguró Sanne —. Estás... ¡Radiante!
—Pues, esto no lo había logrado sin mi primera entrenadora —sonrió —, o sin una chica agria cual limón, o sin un costal de huesos parlante...Les debo tanto, chicas.
—¡Aw! ¡Cómo las extrañé! —Cloe volvió a juntarlas a todas en un abrazo —. Más les vale acostumbrarse a tenerme a su lado como un chicle porque les juró que no las voy a soltar nunca más.
Al escuchar tanto bullicio en la recepción, Primrose salió de su sala de descanso y regreso a su lugar de trabajo. Un año después y seguía trabajando como secretaria de su madre. Las cosas habían cambiado para las margaritas, pero para la Everton del medio todo seguía igual.
—Ay, no —se sentó de golpe en su silla —. Regresaron.
Al escuchar eso, las chicas voltearon a ver a la secretaria. Estallaron en risas con su comentario. Prim se había acostumbrado a ver a Cloe debido a que fue novia de su hermano, pero hacia un año que no veía a todas las margaritas juntas. Al parecer, las pacientes que peor le caían habían vuelto al centro de ayuda de su madre y ella no podía hacer nada al respecto.
—Que gusto es verte de nuevo, Prim —le sonrió Dalia —, aunque creo que tú no sientes lo mismo.
—Nosotras si te extrañamos, secretaria —acotó Sanne —. Poco, pero lo hicimos.
—Ajá —Primrose rodó los ojos.
—Oh, vamos, sabes que tú también echaste de menos tenernos por aquí — Lilian se cruzó de brazos —, ¿o lo vas a negar?
De los labios de Prim, salió una pequeña sonrisa. Fue de esos gestos casi invisibles, imposibles de notar a menos de que estés muy atento. Por suerte, las margaritas lo estaban y notaron que ella les dedicó su primera sonrisa en el programa.
—La doctora Wallace las espera en su consultorio, chicas —fue lo único que contestó, al tiempo en el que bajaba su mirada hacia el ordenador.
—¡Si nos extrañó! —exclamó Cloe, triunfante —. ¡La secretariucha extrañó tenernos aquí! ¡Señores, esto es un logro que merece discurso y todo! Lástima que no vine preparada...
Primrose negó con la cabeza al tiempo en el que esas cuatro chicas imprudentes entraban en el consultorio de su madre ¿Las extrañó en verdad? Pues, no lo sé. Prim es un dilema que nunca entenderé.
Volviendo a las margaritas, entrar en el consultorio fue como un viaje al pasado para todas ellas. Seguía igual de floreado que la última vez que habían entrado en ese lugar. El rosal falso en la pared estaba igual de rojo, y los sofás eran los mismos de hacía un año. En la mesa para café, reposaban cuatro macetas con flores sencillas.
Cada una tenía el nombre de una de ellas. Cada una tenía su margarita.
—Este lugar sigue igual... —dijo Dalia, recorriendo el consultorio con su mirada.
—No del todo —habló Cloe para luego señalar la ventana —. El árbol al que amputaste ahora tiene todas sus ramas, Lilian.
—Ese árbol...—Lilian sonrió con nostalgia —. Y las margaritas se ven igual de bien que cuando nos fuimos.
Las cuatro se fijaron en sus flores, todas tan blancas y sencillas que irradiaban belleza con tan solo verlas.
—Incluso mejor —señaló Sanne, tomando asiento frente a las cuatro flores.
—Eso es porque he estado cuidando bien de ellas —la voz de una conocida doctora las hizo voltear a todas.
Ninguna de ellas fue fan de los doctores en el pasado, menos de esa en particular. La llamaron loca, la tildaron de cruel, pero ahora que se encontraban cara a cara luego de dos años recibiendo su apoyo de forma incondicional, podían asegurar que todo el odio se había marchado. Solo quedaba una profunda admiración por Margaret Wallace, por su perseverancia al tratar de sanarlas, por sus ganas de mejorar un prado estereotipado y por remediar todos sus errores.
El cabello cobrizo de la doctora estaba un tanto más canoso que cuando las recibió por primera vez en su consultorio, y su sonrisa resultaba mucho más auténtica. Al separar a las margaritas en esa última fase del programa buscó enseñarles una de las lecciones más valiosas que Jayden le inculcó: florecer.
Crecer, seguir adelante, luchar por querer ser mejor, eso es algo que cada chica debía hacer por su cuenta. Florecer es trabajo de una sola flor, no del prado entero, y por ello buscó que cada una lograse encontrar el impulso para mejorar estando separadas. Supo que la amistad que habían creado sería lo suficientemente fuerte como para perdurar a pesar de la distancia, y esperó que entre llamadas y mensajes ellas lograran darse todo el apoyo necesario.
Las observó a todas, una por una, y se dio cuenta de que una de sus locas dinámicas había resultado, finalmente. Las cuatro encontraron la luz que se esconde entre la crueldad de la sociedad por su cuenta, pero sus raíces se habían entrelazado tanto a las de las otras que terminaron por juntarse. Les regaló la oportunidad de forjar una amistad real y duradera, una que no se borraría con facilidad.
Al enseñarle esa lección a sus flores, ella aprendió a florecer por su cuenta también. Comenzó a soltarse de Jayden, a apreciar su amistad, pero no a enfrascarse en ella. Luego de tanto tiempo, lo dejó ir... Así, la primavera de la doctora comenzó para nunca terminar.
—Les doy agua todos los días —aseguró Margaret señalando las flores—, y me encargo de podarlas con frecuencia.
—¿No tiene algo mejor que hacer que cuidar a cuatro margaritas? —preguntó Cloe con diversión en su voz —. En serio, doctora, usted necesita un mejor oficio.
Margaret soltó una carcajada. Había visto a sus chicas durante ese año las veces en las que fue a comprobar sus progresos, pero observarlas juntas una vez más era una experiencia que la llenaba de alegría. Eran como estrellas capaces de brillar solas, pero juntas tenían un destello capaz de cegar a cualquiera. Tenía frente a sus ojos la hermosura más grande de todas, la que proviene de bellezas simples que se unen para formar algo que fue capaz de dejarla sin palabras.
—Bien, doctora —habló Sanne, esbozando una sonrisa —, ¿qué haremos en esta sesión?
—¿Pintar maniquíes? ¿Cambiar nuestros almuerzos? —cuestionó Dalia.
—¿O trotaremos en el parque buscando imperfecciones? —la siguió Lilian —. Cuente, doctora, ¿qué hará para enseñarnos está vez?
—Ustedes se han enseñado solas, Lilian. Yo solo las he ayudado un poco, nada más —aseguró Margaret —. Ahora, en la sesión de hoy les daré la ayuda más importante de todas. Algo que les servirá por el resto de sus vidas...
—¿Qué haremos? —preguntó Cloe, intrigada ante lo que decía.
—Jardinería. Harán jardinería.
Las margaritas se miraron entre ellas, extrañadas ante la respuesta recibida. Una carcajada escapó de los labios de Cloe, a la que le siguió sonrisas por parte de sus amigas ¿Por qué les sorprendió escuchar las palabras de Margaret? Ya conocían que los métodos de la doctora eran peculiares en todo sentido. Por eso habían funcionado, porque para sanar a flores inusuales, se necesitan métodos nada convencionales.
Se necesita ver más allá, encontrar detalles que nadie más vería. Se necesita creer en un prado de margaritas orgullosas y en una primavera tan eterna como las estrellas en el cielo nocturno...
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