Capítulo 60
Capítulo 60
Conociendo a Jayden:
Día 365 del programa M.E.R: 11 de enero del 2016
10:00 pm
Sé mucho de dolor; sé demasiado.
Sé tanto como ellas cuatro.
Tan pronto como se les fue permitido, las margaritas entraron a la habitación de Lilian en el hospital. Verla con lágrimas en sus ojos fue una sorpresa para todas, pero no se detuvieron a pensar que era la primera vez que la veían con torrentes en sus mejillas, pues las de ellas estaban en una situación similar.
Derek les dedicó una sonrisa, había pasado todas esas horas en el silencio más cómodo y necesario que se había instalado entre él y Lilian. Estaba orgulloso de ella en todo sentido, más aún por querer seguir adelante a pesar de lo que había vivido. Para ese momento, él podía decir con seguridad que estaba más enamorado que nunca de una chica que no solo era huesos y piel, sino que resguardaba un alma guerrera en su interior.
Dejó un beso protector en la sien de su novia y se levantó de la camilla para ir junto con Eve y Calvin, quienes estaban justo detrás de las chicas, en la entrada de la habitación.
El nudo que se les formó en la garganta a las cuatro resulta difícil de poner en palabras. Sanne, Dalia y Cloe jamás habían visto a Lilian tan destruida y eso solo les recordó que estuvieron al borde de perderla. No obstante, el nudo en ellas tenía una razón distinta. La vida lo instaló en ellas, pues resultaba abrumador pensar que se podía seguir viviendo a pesar de todo por lo que había pasado; era tormentoso presenciar una segunda oportunidad para todas luego de lo que le habían hecho a sus cuerpos. Pero este era un tormento que traía alivio consigo, una niebla que prometía un paisaje hermoso tras su cortina.
Había sido un año lleno de problemas, 365 días llenos de inseguridades, y, aun así, las cuatro seguían respirando. En sus narices entraba el mismo aire que al inicio del programa, vivían de la misma manera, solo que ahora aspiraban distinto. Muchas cosas cambiaron.
—No tienen ni idea de cuánto las amo, chicas —soltó Lilian en medio de llanto.
Cubrió su cara, solo porque las lágrimas eran tantas que cierto pudor fue necesario en la escena ¿Descorazonada? ¿En que pensaron al ponerle ese apodo? Los mejores corazones viven escondidos entre costillas, no importa que tanto se muestren estás. El amor que Lilian sentía hacia otros nunca fue visto con claridad porque ella no sentía lo mismo por sí misma. Pero ahora que estaba buscando poco a poco una manera de quererse, el cariño hacia los que amaba se desbordaba solo de su garganta. Lo mismo les ocurría a ellas.
El programa no les dio una visión distinta de la sociedad, sino que les proporcionó una perspectiva diferente de ellas mismas. No eran una belleza estereotipada, pero había fragmentos de hermosura entre sus pétalos. Con cada segundo que pasaba, Cloe, Sanne y Dalia podían apreciarlos más. De esa manera, eran capaces de quererse a sí mismas y al resto. Esa era la cura que habían encontrado que, si bien no les daba cuerpos sanos de forma automática, les estaba devolviendo almas curadas.
—¿Que...que dijiste? —preguntó Cloe, sintiendo que el nudo en su garganta se comenzaba a transformar en lágrimas en sus ojos.
—Que las amo —repitió la chica en la camilla —. Son de las mejores cosas que tengo en la vida...
—Ay, Lili...—Dalia cubrió su boca, ella ya estaba llorando mares —. Tú también eres parte importante de nuestras vidas; de las más importantes, de hecho.
—Y también te amamos —aseguró Sanne, con ojos relampagueantes —. Te amamos como no tienes idea.
Sin necesidad de decir más palabras, las tres se acercaron hasta ella para envolverla en un abrazo que no pudo rechazar. Una flor necesita agua para crecer y hay flores que nacen de lágrimas como esas, que eran puras y llenas de alegría; alegría por vivir, por amar, por sentir...alegría por tenerse entre ellas para poder derramar mares en hombros huesudos.
Por experiencia personal, creo que se comete un error al decir "me quiere, no me quiere" cada vez que se ve a una margarita. Lo que en verdad se debería hacer al tener una de esas flores en una mano es cuestionarse de este modo: "¿Me quiero, no me quiero?". Esta clase de personas tienden a olvidar el amor propio, pero cuando lo encuentran, se transforman en las más bellas del prado.
Y tengo fe en que el último pétalo de cada margarita gritará en voz alta "¡Me quiero!". Es lo que todas merecen sentir.
—Por favor, nunca vuelvas a hacer eso —sollozó Cloe —. No sé qué habríamos hecho si te perdíamos...
—¿Quién nos pintaría una vida hermosa en un lienzo blanco si tú no estás? —preguntó Sanne, sin soltarse del abrazo.
Lilian sonrió de lado y las estrechó aún más contra su cuerpo. Definitivamente, ellas saben lo que es dolor. De hecho, al llegar a este punto de la historia, creo que ellas saben más sobre ese tema tan particular de lo que yo pude aprender. No obstante, también saben cómo salir adelante a pesar de todo. Eso es algo admirable, no todos lo logramos...
—Esto no pasará otra vez —aseguró Lilian —, y está vez lo digo en serio. Me cansé de los extremos.
—Me alegra escuchar eso, bonita —habló Derek con una sonrisa.
—A todos nos alegra, Lili —lo apoyó Eve —, a todos...
Las margaritas se acomodaron mejor en la camilla junto a ella. A duras penas cabían todas en tan reducido espacio, pero se rehusaron a alejarse. Encontraron comodidad en cierto punto y comenzaron a llenar el espacio con conversación, puesto que el silencio no les parecía el compañero adecuado en ese momento. Hablaron con tonos calmados y aliviados, ya no había razón para sentir tristeza.
Los delatores y las margaritas le informaron a Lilian todo lo que ocurrió durante las horas en las que había estado inconsciente. Calvin le habló de cómo llegó con Eve al hospital poco después de que las chicas y Derek lo hicieran. Le aseguró que ni sus amigas ni su novio descansaron hasta asegurar que ella estuviese segura.
Después, fue Dalia quien le contó que hablaron con sus hermanas tan pronto como llegaron al hospital, y Cloe le informó que ellas la esperaban afuera; habían viajado hasta Detroit solo para estar junto a ella. Ellas y los hermanos Everton—salvo Primrose, quien le mandó un cordial saludo, pero no quiso ir hasta allá— llenaban la sala de espera. Lilian quedó sorprendida al escuchar la cantidad de gente preocupada por su salud. Entonces, Derek y Sanne le dijeron que ya era hora de que se diera cuenta del valor que poseía en la vida de muchos. Demasiadas personas serían capaces de mover cielo y tierra solo por ella.
La conversación estaba tomando el rumbo indicado, hasta que Caroline y sus acciones fueron mencionadas.
—¿De verdad hizo eso? —preguntó Lilian con sorpresa.
—Si —aseguró Sanne, quien fue una de las testigos de la escena —. Ella sollozaba y gritaba, Lilian. Dijo que no entendía que ocurría y que sólo quería que despertarás.
—Y cuando le dijimos lo que te ocurría entró en pánico —habló Dalia —, incluso Derek y Cal tuvieron que intervenir. Repetía una y otra vez que tú no podías estar así de mal. Negaba que tenías bulimia y su llanto aumentaba cada segundo.
—Dijo que, si morías, ella también lo haría, Lili —Derek soltó eso sin tapujos, pues sabía que no había manera de suavizar esa noticia.
Lilian tragó saliva con dificultad al escuchar aquello.
—¿Yo le importo? —cuestionó —. Después de todo, ¿si me quiere?
—Eres su hija —intervino Eve —. Ese es un amor difícil de borrar. Quizá el alcohol y sus problemas personales la desviaron del cariño sano, el que merecías, pero el verte en ese estado le recordó que te ama.
—Me ama...—ella mordió su labio. Creyó que nunca podría decir esas palabras una vez más —. ¿Y qué pasó con ella? ¿Está bien? ¿Sigue afuera?
—Margaret intervino en el instante en el que ella enloqueció —habló Calvin —. Hablaron por un rato, lo último que supe fue que la doctora la convenció para entrar a rehabilitación.
—¡¿Qué?! —exclamó sorprendida. No obstante, una sonrisa apareció luego en su rostro.
Siempre quiso darle la oportunidad de mejorar a su madre. A pesar de los golpes y los insultos, ella llegó a tener fe de que algún día se redimiera y así volvería a ser la dulce mujer que conoció en su infancia. Lo único que Caroline necesitaba era ayuda, por eso Lilian había ingresado al programa M.E.R en primer lugar. Pero Margaret consiguió lo que ella nunca pudo. Por primera vez desde que la conoció, Lili deseó ver la molesta sonrisa de la doctora para agradecerle.
—Entonces, ¿Margaret sigue aquí? —le preguntó a sus acompañantes.
—Si —respondió Cloe —, y digamos que la guerra fría entre ella y los delatores está en pausa.
—Te ayudó mucho, Lili —le informó Derek —. Ella y Ume te atendieron hasta que estuviste estable. Luego, se encargaron de que el personal te tratara como debía y ella no se ha alejado del hospital solo para asegurarse de que estés bien.
—A pesar de todos los errores que ha cometido la doctora, no podemos negar que las quiere —habló Calvin.
—Solo por eso, no nos parece justo seguir molestos con ella. Ustedes cuatro le importan demasiado, sería tonto seguir con esta disputa —aseguró Eve —. ¿Verdad, joyita?
—Mhm —fue lo único que Derek consiguió decir.
—Me conformo con eso —sonrió la delatora rubia.
Lili también sonrió de lado. Trató de buscar ese enojó que solía sentir hacia Margaret, pero no lo encontró. De hecho, ninguna de las chicas podía seguir sintiendo odio hacia la doctora. Su manera de verla había cambiado tanto desde el instante en el que la conocieron que les resultaba imposible culparla por todas las veces que el programa M.E.R las hizo sufrir porque gracias a esos momentos de dolor, ellas se convirtieron en las margaritas de esta historia.
Unos toques en la puerta les indicaron que alguien deseaba entrar. Calvin se acercó hasta la perilla y, tras girarla y abrir la puerta, se encontró justo con aquella persona de la que estaban hablando. Los ojos avellana de la doctora estaban más cansados de la usual, y su sonrisa no era tan amplia como solía ser. Aun así, se esforzó por mantener cierta alegría en su rostro cuando el delator pelirrojo la dejó pasar. El fantasma de su pasado venía atormentándola desde hacía días, pero la sombra de los errores que había cometido en el presente era lo que no la dejaban dormir.
"No todos sufrimos igual, Maggie" recordó la voz de Jayden en su subconsciente "Todos aquí estamos enfermos, todos aquí respiramos el mismo aire, pero mi 'me duele' es distinto que el tuyo y será distinto al de los demás".
¿Por qué le costaba tanto entender las lecciones que Jayden tanto se esforzó en darle en su momento? Si tan solo las hubiese recordado a tiempo, quizá Lilian no estaría en el lugar en el que se encontraba. Quizá, tan solo quizá, el programa no hubiese sido un completo fracaso. Todo eso porque a ella nunca le gustó escuchar.
—Hola, Lili —saludó a la única que no había visto en el día. Bueno, si la había visto, pero inconsciente —. ¿Cómo te sientes?
—Terrible por fuera —dijo Lilian, sin ánimos de mentir —, pero mejor por dentro.
La doctora asintió, ya no pudo seguir fingiendo sonrisas. Estar dentro de esa habitación le recordó esos años en los que rara vez dejó una similar. Tragó saliva al ver a sus margaritas, se sentía culpable por haberles hecho pasar tantas humillaciones. Las arrastró hasta ese instante, ella sabía por experiencia propia que un hospital no era un buen lugar para terminar una historia y, sin quererlo así, las llevó justo a ese lugar con olor a cloro y químicos.
—Yo...les debo una disculpa —dijo la doctora —, a todos.
Dijo eso último pasando su mirada de las margaritas hacia los delatores, para volver luego hacia las chicas. Ellos sabían que Margaret era engreída y orgullosa. Solo por eso les sorprendió escuchar la palabra "disculpa" salir de sus labios. No los culpo por quedar impactados, yo me quedé igual al oírla pronunciar el primer perdón que me ofreció hace ya mucho tiempo.
Margaret tomó aire, esperando ganar fuerzas. Se sentía mal y derrotada, lo cual era un sentimiento que había desterrado hacía mucho tiempo de su sistema. Volteó unos segundos para observar la pequeña ventana de la habitación. Se perdió por instantes en aquel vidrio que dejaba pasar la luz natural gracias a su transparencia.
—Antes solían haber margaritas en cada ventana de este hospital —soltó con nostalgia —. Como las odiaba...
—¿Usted? ¿Odiar las margaritas? —preguntó Cloe, incapaz de creerlo —. Tiene que ser una broma.
—No lo es, en verdad las odiaba —aseguró ella, sin dejar de mirar la ventana —. Me distraían y siempre terminaba mirándolas en lugar de asomarme hasta poder ver el suelo...Estaba internada en el décimo piso, solo para darles una idea de cómo solía pensar en aquel entonces.
Dejó de observar la ventana para fijarse en los rostros impactados de los presentes. El cabello cobrizo de la doctora tenía más canas que al inicio del programa, y se encontraba en un moño mucho más desordenado del que acostumbraba a llevar. Sus mejillas se veían más delgadas y su espíritu más nostálgico.
Margaret nunca debió ayudar a esas cuatro chicas sin antes haberse ayudado a sí misma. Hay veces que creemos que las heridas sanan, que cicatrizan, pero siguen igual de abiertas que cuando se hicieron por primera vez. Ella no había sanado del todo, puesto que agradeció que las ventanas no tuviesen esas flores que la distraían de querer mirar al suelo sin vértigo alguno...
—Conozco a mi mejor amiga —continuó tras un suspiro —. Sé que Ume les dijo que yo fui una...margarita. Lo que no sé es qué tanto les reveló.
—Solo nos dijo que usted tuvo anorexia purgativa —habló Dalia —, y que estuvo ingresada aquí, en el hospital St. Gilbert.
—¿Les dijo por cuánto tiempo? —preguntó, al tiempo en el que se sentaba en uno de los sillones de la habitación.
—No...—respondió Sanne.
— Cinco años —les informó de manera abrupta —. Estuve aquí hasta los diecinueve.
Las miró a todas, una por una. Qué ironía pensar que la doctora de esas cuatro chicas llegó a estar peor que ellas en algún momento. Margaret juntó sus manos y respiró hondo, no resultaba fácil sacar el pasado a la luz...
Pero si quería cerrar las heridas, debía afrontar lo que las causó en primer lugar.
—La disculpa que les debo es por haberme tomado este programa demasiado personal —confesó —. No creí que las cosas ocurrirían de esta manera, pensé ser lo suficientemente fuerte como para pensar más allá de mis experiencias y sentimientos, pero no fue así.
» Me equivoqué. En algún punto del programa, empecé a retratarme en ustedes. Traté de curarlas como yo me curé y les enseñé lo que a mí me abrió los ojos en algún momento...pero es obvio que ustedes no son yo. No debí pedirles que enfrentaran sus pasados cuando no los conocía, tampoco debí humillarlas como sé que lo hice en algunas sesiones. Mis métodos se basaron en lecciones que alguien me dio una vez, pero las exageré esperando que ninguna de ustedes terminara en mi lugar. Traté de llenar unos zapatos muy anchos al tomar el lugar de aquel que me enseñó a vivir sin ser una sombra de la sociedad...
—¿Quién era ese alguien? —cuestionó Lilian y Margaret se fijó en ella al instante.
La doctora parpadeó un par de veces. "Oh, hola esqueleto parlante" recordó la vez que lo conoció "Yo también me escapé de la tienda de Halloween. Bienvenida al lugar dónde los huesos se ven más de lo que deberían...". Sonrió de lado, él siempre fue un bromista, no importaba la situación en la que estuviese.
—Ese alguien se convirtió en el alguien más relevante en mi vida —les aseguró —. Él me enseñó lo que yo traté de enseñarles a ustedes: que no vale la pena juzgar a alguien por lo que come, que lo que creía que estaba bien en realidad no era sano. Me mostró las sombras y las luces de la sociedad y me ayudó a identificar a esas personas valiosas en mi vida, a las que vale la pena regalarles flores.
» Me enseñó a quererme, a pesar de no ser de la talla de un maniquí, y me hizo entender que mis imperfecciones son lo que me hacen hermosa. Pero más importante, me enseñó que la belleza siempre será un estereotipo para la sociedad, por eso es mi deber luchar por encontrar la hermosura que se esconde en la realidad, esa belleza que está dentro de mí y de todos; esa que no se ve en rosas con espinas, se ve en margaritas sencillas.
La sonrisa nostálgica de Margaret se extendió. Él le enseñó tantas cosas siendo tan joven...
—¿Cómo se llamaba? —insistió Cloe. Ellas querían saber más.
Margaret volteó a ver la ventana una vez más. Una pequeña esperanza de que las margaritas no estuviesen ahí porque ese alguien se las llevó nació en su corazón. Era imposible, pero lindo de imaginar.
—¿Cómo se llamaba? —repitió la pregunta hasta que encontró el valor de responderla —. Se llamaba Jayden; Jayden Smith...
¿Has escuchado alguna vez el término manorexia? ¿No? ¿Nunca? Pues, es exactamente lo mismo que la anorexia nerviosa, solo que lo sufre el género masculino. Sí, lo sé, a mí también me parece ridículo que exista un nombre distinto para eso, pero supongo que alguna razón médica debe existir.
No debe preocuparte, no eres la única que no conocía ese término. Las margaritas fruncieron el ceño al escucharlo de la boca de Margaret y solo lo entendieron cuando les dijo que eso que Jayden solía tener, lo ataba a ellas. Él también se vio afectado por tener un cuerpo fuera de los estándares sanos, él también fue una margarita, pero distinto en cierto modo.
—Era extraño —les contó —, veía la manorexia con diversión. No sé de quién se estaba burlando, pero sentía que se reía de la vida mientras sufría. Se consumía a propósito...No tengo ni idea de cómo alguien tan raro pudo ser mi primer amigo.
Ellos se conocieron cuando Margaret ingresó como paciente de observación al hospital St. Gilbert. Desde el instante en el que él se presentó, ella notó que él no era común. Su delgado cuerpo retrataba tristeza, pero su actitud bromista rompía cualquier primera impresión que podía dar. Ojos alegres, figura deprimente. Él siempre fue un paradigma difícil de descifrar.
Les contó a las margaritas la fascinación de su amigo por jugar con fuego, por buscar lo peligroso y divertirse con eso. Usaba la manorexia como una forma de protesta, jugaba con ella y la retaba solo porque le causaba gracia. "Tantas personas han tocado este límite y han muerto en el intento" solía decir, señalando los huesos que se mostraban en sus delgados brazos "yo tan solo quiero rozar ese límite y salir vivo. Estoy jugando con mi vida, es solo por diversión".
Margaret lo creyó loco desde el inicio, luego entendió que esa "protesta" era tan solo una excusa. Él se sentía tan mal como ella, tan atrapado en estereotipos inalcanzables que se convirtió en un esqueleto ¿Por qué decía lo contrario y bromeaba sobre su situación? Pues, porque era raro; la persona más rara que Maggie alguna vez conoció.
Inclusive lo evitó durante largos meses al entrar al hospital, hasta que ignorar la presencia del chico se volvió imposible. Él solía tener fama de ser insistente y molesto y ella no tardó mucho en notarlo. Cada tarde durante sus primeros días en su estadía en el hospital St.Gilbert, justo cuando Maggie intentaba ver más allá de las molestas margaritas, llegaba él con una sonrisa y se presentaba. Lo hacía todos los días...sin falta:
—Hola, esqueleto parlante —decía él, sin tapujos —. Mi nombre es Jayden Smith, yo también me escapé de una tienda de Halloween...
—¡Ugh! ¡Ya sé quién eres! —repetía Margaret frustrada —. ¡Te presentaste ayer, y anteayer, y el día anterior a ese! ¡¿Puedes dejarme sola?! ¡¿Acaso no ves que no te quiero aquí?!
—Mhm...entiendo —decía el chico —. ¿Lo que te molesta es que no pida dulce o truco antes de entrar, no es así?
Solo conseguía hacer enojar a Margaret con aquellas visitas tan molestas. Para ese momento, la doctora no era más que una chica deprimida, de huesos frágiles y alma adolorida. Quería morir, por eso trataba de mirar al suelo desde un décimo piso. De hecho, había intentado el suicidio más de dos veces, pero su hermana mayor logró salvarla e internarla en un hospital que se especializaba en casos tan extremos como el de ella.
Maggie tuvo muy clara su situación en aquel momento, siempre supo que era un esqueleto viviente. Le daba asco su figura, pero sabía que le daría más asco aún si no se purgaba o se prohibía ingerir alimentos. Esa versión de sí misma fue perseguida por fantasmas de los que no hablaré, porque no tienen relevancia en esta historia. Solo debes saber que ella odiaba a la vida por ser tan injusta; si tan solo hubiese nacido en otro cuerpo, nada de eso habría pasado.
Una tarde, Jayden apareció con el mismo discurso de siempre. Se presentó y sacó su típica frase de Halloween. Margaret respiró profundo y decidió ponerle un fin a esa rutina diaria que no los llevaba a ningún lado:
—Me llamo Margaret —indicó ella, cortando la presentación del chico —, Margaret Wallace. Es un placer conocerte, Jayden Smith.
El chico sonrió en ese momento ¿Quién diría que escuchar el nombre de la chica lograría callar a tan irritante ser? Él caminó hasta llegar a la ventana, la abrió con la misma sonrisa instalada en su rostro y arrancó una margarita. No tomó la más bonita, sino una con pocos pétalos y que estaba casi marchita.
Ella se sorprendió cuando él se la ofreció:
—Eso era todo lo que quería oír. Nunca debes dejar una presentación a medias, hay muchas personas en este mundo y poco tiempo para conocerlas a todas, así que no debes desperdiciar a aquellas pocas que te digan su nombre —le dijo al tiempo en el que le ofrecía la flor marchita —. Bienvenida al mundo de los enfermos, Margaret Wallace.
La doctora recordó haber quedado impactada ante ese obsequio y esas palabras. A partir de ese momento, Jayden pasó a formar parte importante de su vida. Se veían todos los días, incluso esos en los que los uno de los dos estaba demasiado débil como para levantarse de la camilla. Pronto, Margaret se acostumbró a la sinceridad de Jayden y a sus opiniones tan extrañas sobre el mundo que los rodeaba.
Él veía cosas que el resto ni siquiera podía imaginar, y lo hacía con unos ojos tan grises que parecían tener la habilidad de tragarse al universo entero para mostrar su reflejo en un iris envolvente. A medida que los años pasaron, ellos se volvieron más unidos. Además, nuevos enfermos se unieron a su mundo. Ni Ume, ni Jacob, ni Alek, sufrieron por cuerpos delgados, pero Jayden les dio la bienvenida a un mundo en el que vivir es un reto y burlar a la muerte era su manera de superarlo.
A pesar de su extraña forma de ver su manorexia, él jamás estuvo de acuerdo con la anorexia purgativa que tenía Margaret. Quizá se debía a lo que ella le dijo alguna vez. Esa fue la principal razón por la cual Jayden empezó a hablar de margaritas, de rosas y de la sociedad:
—Si una de esas chicas de cuerpo perfecto muere, las personas llorarían por meses —le dijo Margaret una noche, viendo una revista —, pero si yo llegase a morir, me olvidarían en poco tiempo ¿Ves? La gente como yo no importa en este mundo.
Él frunció el ceño al instante.
—Ay, Maggie, no digas eso —le dijo Ume en aquel entonces —. No hables de muerte, me da escalofríos.
—Sí, ya tenemos suficiente con Jayden como para que tú vengas a hablar de la palabra con "m" también —habló Jacob, quien también se encontraba junto a ellas en ese momento.
—¡Pero es la verdad! —insistió la Margaret anoréxica —. No tengo valor en este mundo...
—¡Bah! ¡Resultaste más tonta de lo que imaginé, Margaret! —le reclamó Jay.
—¡Eh! ¡No me digas tonta, imbécil! —chilló la chica.
—Pero lo eres. Este mundo es horrible, eso lo sabemos, pero no te creí tan tonta como para creer lo que cree el resto.
—Este mundo gira alrededor de opiniones, Jayden. Las nuestras no valen ni un poco, así que nos queda seguir las de los demás.
—¡Tonterías! Maggie, tienes que abrir mejor esos ojos avellana de vez en cuando y darte cuenta del mundo que nos rodea en verdad. Vivimos en un prado, dónde solo las rosas importan, a pesar de que tengan espinas. Pero también existen margaritas, ¿sabes? Esas que son bellas, pero no siguen estereotipos. Existen miles y miles de pétalos blancos, solo que pocos los distinguen entre tantos rojos. Pero tú, especialmente tú, sabes el poder que tiene una belleza sencilla ¿Cuántas veces las flores en la ventana han evitado que saltes de ella? Me atrevo a decir que esas margaritas te han salvado cada día que llevas internada en este hospital.
—Ahórrate tus metáforas, Jay. No sé a dónde quieres llegar con esto —Margaret se sonrojó cuando la delató. Odiaba que revelara sus pensamientos, pero lo hacía todo el tiempo.
—Solo quiero decir que tú eres una margarita, Maggie. No eres un estereotipo, no eres perfecta, no eres una rosa. Tan solo eres de esas bellezas capaces de distraer, de salvar vidas, de salvarte a ti misma...La sociedad es ciega, es horrible y jamás lo verá, pero me rehusó a dejar que tú no lo veas.
Lo recordaba. Margaret se sentía envuelta en sus fantasmas, que recorrían esa habitación del hospital tan libremente que parecían incluso estar vivos. Sonrió con nostalgia al pensar en cómo él se fue esa noche molesto con ella y regresó a la mañana siguiente con algo en sus manos que cambiaría su vida por siempre:
—Era una carta—les contó a las margaritas —. Luego de esa noche, él me escribió una carta con la historia de una margarita, una chica con anorexia que se curó al descubrir que valía mucho más que una rosa...
» La leí una y otra vez, hasta que la historia se volvió parte de mí. Se sentía tan real que me molestaba que no fuese cierta, tan solo era la imaginación de Jayden dándome un poco de apoyo. Después de esa primera carta, me dio más. Todas contaban historias de margaritas, chicas que se sentían mal con la sociedad y con la vida. Siempre me incluía en sus historias como un personaje adulto, con una buena vida y sin anorexia. El final era lo más hermoso, porque las margaritas siempre terminaban amándose a sí mismas y mi personaje las ayudaba en el proceso. Me dio tantas lecciones con esas cartas...
Desde amor propio hasta aceptarse a sí misma, esas historias le enseñaron a Margaret que ella valía tanto como una rosa, a pesar de que sus pétalos eran pálidos. Cuando Jayden escribía de ella como una adulta, le daba esperanza. Y cuando terminaba las historias de las margaritas que inventaba con un final feliz, le hacía creer que ella también podía llegar a tener algo similar.
Terminaba cada carta con un "Con el más sincero afecto, Jayden Smith" haciéndole saber a la chica que había alguien en la vida real que la amaba, y que confiaba en que ella superaría lo que sea que se le enfrentara. Él le regaló amor a la vida con esas historias...algo que Maggie nunca esperó tener.
—Gracias a él estoy aquí —Margaret se limpió una lágrima que caía por su mejilla —, gracias a él y a sus margaritas...
Todos estaban demasiado sumidos en la historia. Estaban conociendo un lado de Margaret que nunca creyeron ver: uno vulnerable...uno que se asimilaba a una frágil flor. Y mientras la escuchaban hablar, conocían a Jayden; un chico que fue capaz de crear miles de margaritas para salvar la vida de una.
Y lo había logrado.
—¿Y qué le pasó a Jayden? —preguntó Dalia. Le parecía extraño que ella hablase de él como si fuese parte de un pasado, no de un presente.
—Sinceramente, no lo sé, cariño —se lamentó Margaret —. Un día, el resto de los enfermos y yo despertamos y ya no estaba. Creímos que estaba en alguna terapia especial en el momento. Al pasar una semana, empezamos a sospechar que había muerto. Al pasar un mes, me dieron de alta...estaba curada.
» Ume y yo decidimos regresar dos años después de eso y pedimos sus registros médicos. No decía nada sobre él estando muerto...tan solo desapareció y ya. Nunca dijo adiós, pero sé que el día que desapareció nos dejó a ambas unas margaritas en nuestras habitaciones. Conociéndolo, él planeó desaparecer y esa fue su manera de despedirse de sus únicas dos amigas...
La doctora suspiró. Puedo entenderla, el pasado resulta algo pesado. Los hombros de un humano son demasiado débiles como para cargarlo por mucho tiempo. Se sintió liberada al contarlo todo, como si la parte de ella que aún se encontraba encerrada en ese hospital hubiese atravesado la puerta de salida por completo. Ya lo había dicho todo, sabía que Jayden se habría sentido orgulloso de haberla visto en ese momento.
—En fin —ella se levantó de su lugar —, supongo que las vi de la forma equivocada. Ustedes no son yo, tampoco son las chicas de las que Jayden solía escribir. No podía curarlas de la forma en la que él me enseñó a hacerlo con sus cartas, fue mi error... perdóneme por haberme tomado esto tan personal.
La doctora tenía sus ojos avellana fijos en las cuatro chicas frente a ella. Se desvió por instantes a sus dijes de margaritas, ¿había hecho mal en iniciar un programa? ¿Se había equivocado al tratar de sanar a chicas tan débiles? ¿Por qué creyó que podría mejorar el prado que la sociedad había manchado con estereotipos, cuando ella fue igual a las que tenía frente a frente?
—Jayden fue excelente para sanarme —dijo —. Ahora tengo a un esposo al cual amar, unos hijos a los que he visto crecer, un empleo que amo, amigos que me quieren por como soy, amor propio que no se extingue con el tiempo...esperaba darles lo mismo: un futuro bonito. Pero supongo que no fui la indicada para esta tarea. Las libero del programa M.E.R, lamento haberles hecho perder su tiempo.
Tenía intenciones de marcharse con la vergüenza puesta de vestido, pero con la sensación de libertad por haber dicho todo haciéndole cosquillas en la garganta. Sin embargo, algo la detuvo.
—Espere, no puede echarnos del programa, así como así —Cloe se cruzó de brazos al tiempo en el que la doctora se detenía —. ¿Quién le dijo a usted que queríamos marcharnos?
—¿No...no quieren? —Margaret se volteó para mirarlas con sorpresa —, pero solo he hecho desastres...
—¡Claro que no! —dijo Dalia con una sonrisa —. Usted ha hecho mucho más que desastres. Es decir, mírenos; la Dalia de hace un año se habría sentido mal consigo misma por estar cerca de personas tan delgadas como las que abrace hace menos de una hora.
—La Sanne de antes habría estado asqueada por ver a personas así —habló Sanne, señalando a las chicas —, ahora ellas tres son mis mejores amigas.
—Oh, y la Cloe de antes no se habría puesto esto —señaló la chica, mostrando el pacman en su sudadera —, y probablemente habría insultado a todo el mundo por razones absurdas.
—Y la Lilian de hace un año habría estado feliz por verla marcharse, doctora. Pero la de ahora, no quiero que usted se vaya...
Ella le dedicó una sonrisa que Margaret no pudo evitar imitar. No era igual que aquellas que regaló al principio del programa, está era más calmada, más real...
—Cambiamos demasiado en un año —admitió Sanne —. Gracias a usted nos conocimos, gracias a usted vimos que nuestra manera de vivir no era la correcta, gracias a usted descubrimos que somos margaritas...
—Y estamos orgullosas de ello —completó Cloe.
—Así que queremos seguir con el programa —habló Dalia —. Queremos curarnos y vivir de la manera en la que nos merecemos.
—Necesitamos su ayuda, doctora —dijo Lilian —. Esto no se puede quedar así.
—Pero les hice daño...—dijo Margaret.
—Pf, no más del que nos hicimos nosotras mismas —aseguró Cloe.
—Puede que no nos haya dado el futuro que planeó, pero nos dejó algo más bonito todavía —habló Lilian.
—¿Qué cosa? —preguntó Margaret, ladeando la cabeza.
—Un presente más acordé al tamaño de nuestras almas...
Gracias a Margaret obtuvieron una amistad entre las cuatro que no se guiaba por el tamaño de sus cuerpos. Gracias a la doctora fortalecieron sus relaciones con los llamados "delatores", y se convirtieron en chicas capaces de devolverles el amor que tanto les ofrecieron esas personas que jamás se fueron de sus vidas. Por Margaret entendieron que el mundo no gira en torno a la sociedad, y que existe luz en los lugares donde hay sombras.
Gracias a la doctora Wallace, ellas sabían que estaban enfermas y, si bien sus cuerpos eran similares a los que tuvieron al inicio del programa, sus voces internas ya no les gritaban para continuar con esos terribles hábitos que las empujaban hacia abismos peligrosos. Admitir sus enfermedades fue el paso necesario para callar a sus trastornos, ahora solo les quedaba eliminarlos por completo.
—Estamos enfermas, las cuatro —habló Sanne por las cuatro —. No puede simplemente dejarnos así; debemos sanarnos, doctora.
Margaret sonrió al escuchar aquello. Al parecer, algo de su programa si se había insertado en esas chicas...
—¿Qué opinan ustedes? —ella volteó a ver a los delatores —. ¿Creen que debería seguir con el programa?
Eve, Calvin y Derek intercambiaron miradas. La doctora les había hecho demasiado daño a las chicas. Dalia y Lilian estuvieron al borde de la muerte ese año, y Cloe y Sanne habían sufrido más colapsos de los que podían contar. Sin embargo, al verlas a las cuatro unidas, no pudieron negar que el programa si sirvió de algo. Margaret creó cosas que ella nunca imaginó en su plan original y no se sentían en el derecho de arrebatarles a las chicas algo que se convirtió en parte de ellas.
Y de ellos mismos también, los delatores se convirtieron en parte importante del programa.
—Yo digo que sigan —habló Calvin con una sonrisa —. Estás chicas son demasiado fuertes, podrán aguantar lo que sea que siga.
—Y si creen no poder, aquí estaremos para recordarles lo fuertes que son —dijo Derek —. Es nuestro trabajo, ¿no es así?
—Bien, entonces en el nombre de mis joyitas, permitiremos que el programa continúe —Eve sonrió con entusiasmo —. Estamos ansiosos por ver a nuestras chicas sanas.
La sonrisa de Margaret se extendió. Resultó increíble pensar que, al inicio del programa, ninguna de las chicas podía aguantar ese gesto en la señora. No obstante, ahora les parecía contagioso. Les gustaba saber que ella era capaz de sonreír de una manera tan auténtica porque les daba esperanza. Si una margarita fue la razón por la cual Maggie nunca saltó de un décimo piso, entonces una sonrisa era señal de que ellas podrían, en algún momento, vivir sin costillas expuestas, temores sobre alimentos, o kilos de más.
Crecieron demasiado en ese año y la doctora lo había notado. Una lágrima de alegría cayó por su mejilla y casi pudo escuchar a Jayden susurrarle al oído unas palabras que había esperado escuchar durante meses:
"Solo míralas, Maggie. Ya no se ven tan marchitas, ¿o sí? El riego ha terminado..."
La primera etapa del programa había llegado a su fin...
—Bien, margaritas —en la voz de la doctora desbordaba orgullo —. Han superado la primera fase del programa.Aquí comienza la segunda: Es hora de verlas florecer, chicas...
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