Capítulo 6
Capítulo 6
Insultos y estrellas
Día 1 del programa M.E.R: 11 de enero
del 2015
4:45 pm
Todo lo que pasó al bajar del elevador resultó extraño para las margaritas. La doctora Wallace no dijo ni una sola palabra luego del espectáculo de Lilian, tan solo se limitó a sonreír; y no fue una sonrisa fingida, no. La mujer se veía genuinamente contenta.
Nadie en su sano juicio esbozaría una sonrisa así luego de una acusación tan ruda como la que arrojó Lilian, pero incluso yo, que la conozco bien, empiezo a dudar de la existencia del juicio de Margaret A. Wallace.
En fin, como la doctora no quiso hablar más, le pasó el relevo de la sesión a una doctora a la que conocía bastante bien. Ume les dio las indicaciones a las chicas y les dijo que tendrían que someterse a un chequeo médico, así como a una terapia psicológica privada como primera obligación dentro del programa. Por supuesto hubo objeciones, sobre todo cuando aclaró que ninguna de ellas podía dejar el hospital hasta que todas terminaran. Claro que acabaron por aceptar ¿Acaso había otra opción?
No fue una sesión muy agradable que se diga, ni siquiera la gentileza de la doctora Ume pudo aligerar ciertos momentos llenos de tensión. La sala de espera se transformó en un salón de tortura, en donde Sanne, Cloe y Dalia, intentaban sobrevivir a un silencio asfixiante. Las tres ya habían pasado por el arduo proceso de un chequeo médico y la sesión de terapia. Estetoscopios, balanzas, luces cegadoras, preguntas incómodas, olor a cloro y a químicos, no creo que haga falta decir la razón por la que ellas odiaban lugares como ese; resulta demasiado obvio.
Esperaban a Lilian, quien estaba viviendo su propio infierno en el consultorio de la doctora Ume. Las cuatro solo podían pensar en una única cosa: ¿Cuándo sería la hora de irse?
Dalia consumía sus horas de espera devorando la paleta que la doctora Ume le dio con especial cariño. Mientras tanto, Cloe rodó los ojos por cuarta vez en el día tras observar todo aquel dulce concentrado en la boca de la pelirroja. Su rutina durante el tiempo que llevaban en la sala de espera consistió básicamente en turnar su mirada de la revista en sus manos, a Dalia. La obesa se había dado cuenta de ello. Con un pequeño ruido, Dali sacó la paleta de sus labios, ganándose otra volteada de ojos por parte de Cloe.
—¿Ya lo encontraste? —le preguntó a Cloe, logrando que ella levantase la mirada que fingía estar atenta en la revista.
—¿Qué cosa? —cuestionó Cloe, confundida.
—Tu cerebro —bramó Dalia —, es que ruedas tanto los ojos que imagino que eso debe ser lo que buscas. Yo que tú no me esforzaría tanto, si no lo has encontrado aún debe ser por algo.
Sanne, quien se mantenía atenta a su teléfono, soltó una pequeña carcajada al oír aquello. Dalia le causaba repugnancia, aunque no se trataba de algo personal en contra de la chica, solo le parecía una abominación lo que le hacía a su cuerpo. Debía tener una mejor alimentación ¿Cómo podía vivir sin una dieta? Lo mismo pensaba de Cloe, ya que no comer no es una dieta en sí ¿Cómo podían vivir esas chicas?
Al escuchar la respuesta de Dalia, Cloe apretó con fuerza la mandíbula y la miró con furia ¿Quién se creía ella para hablarle de esa manera? De inmediato, la mente de la rubia viajó a Rachelle y pensó en lo que le respondería su mejor amiga del mundo mundial a un hipopótamo como el que tenía enfrente.
—¿Y tú los encontraste? —contraatacó.
—¿Qué cosa? —preguntó Dalia.
—Tus pies, no creo que puedas verlos con tanta grasa de por medio —soltó la revista y se cruzó de brazos —. Aunque no me esforzaría tanto en buscarlos si fuera tú. Si no puedes verlos, debe ser por algo, cerda.
Dalia respiró hondo y trato de fingir que esos insultos no dolían. La miró directo a sus ojos azules, para luego fijarse en ese cabello rubio que incluso de lejos se veía dañado. Pasó su mirada hacia sus labios quebrados e hinchados, que estaban en una curva burlona hecha solo para ella. Sus huesudas piernas estaban cruzadas; verlas tan delgadas le hizo sentir lástima por unos segundos. Volvió hacia su mirada, profunda y cruel, y la lástima se esfumó por completo.
—¿Eres porrista? —preguntó Dalia, sacando el dulce de su boca.
—Si, ¿por qué?
—Es que eres tan típica —dijo Dalia, manteniendo la mirada a pesar de que Cloe la intimidaba —. Eres de esas que se creen mejor que el resto solo porque, en tu distorsionada mente, te pareces a lo que todos buscan en una chica. La verdad es que no estás ni cerca de lucir como alguien perfecta.
—Pues, estoy mejor que tú. Mucho mejor.
—¿En serio lo crees? Bueno, yo no tengo que teñir mi cabello para sentirme especial. Yo no tengo que dar piruetas o saltar para que crean que soy igual de genial que las porristas que se ven en películas. Yo como sin control, tengo grasa en el abdomen y quizá si soy una cerda, pero al menos yo no ando por la vida burlándome de los demás. Esa es la única manera en la que puedes sentirte bien contigo misma.
—A nadie le agradan las gordas —dijo Cloe, tratando de que las palabras de Dalia no hicieran efecto en ella.
—Permíteme abrirte los ojos, y es que a nadie le agradas tampoco. Nadie quiere a una irritante y molesta chica como tú cerca. Así que entérate: ni tú, ni yo, somos agradables para este mundo.
Dalia se levantó de la incómoda silla en la que había estado sentada y, tras tirar la paleta al suelo, se cruzó de brazos justo frente a Cloe.
—¿Quieres saber algo? Eres muy parecida a mí, y sé que eso te aterra. Hay una parte de ti que de seguro debe sentirse identificada con una cerda como yo. Los kilos que a mí me sobran y a ti te faltan, nos unen. Así que, ¡bienvenida a tu peor pesadilla, Cloe! ¡Eres igual que una gorda!
—¡Jamás podría parecerme a ti! —reclamó Cloe, molesta. Se levantó para poder encararla y escondió lo mejor posible que sus palabras la llevaron a un pasado en el que ella fue la que tuvo kilos extra en su abdomen.
—Hay una parte de ti que es igual a mí, y otra que simplemente nos separa a una importante distancia, ¿quieres saber cuál es? —Dalia guardó silencio por unos segundos, logrando el dramatismo que buscaba causar —. Cuando la gente me conoce bien, se da cuenta de que soy más que una chica gorda. Soy amable, graciosa y una buena persona, pero tú eres exactamente lo que se espera de ti. Llevo dos días conociéndote y no me has dado ni una sola sorpresa. Solo eres la típica chica que tiene tantas inseguridades que decide que es mejor bombardear al resto con insultos antes de que te ataquen a ti.
—¡Claro que no! ¡Yo soy muy segura de mi misma! ¡Tú eres la insegura, la cerda!
—Puede tengas razón, soy una gorda y no puedo ver mis pies —Dalia se acercó hasta quedar a una distancia que puso nerviosa a Cloe. Tenerla frente a ella era como tener a su pasado mirándola a los ojos —, pero tú...Tú eres solo un estereotipo que salió terriblemente mal.
A Cloe le latía el corazón con rapidez y nerviosismo, nadie la había atacado de esa manera hasta ese momento. Pensó en lo que haría Rachelle, pero supo que ella nunca se vería envuelta en una situación como esa. Los ojos verdes de Dalia la sumergieron en un mar de inseguridades que rondaban en su cabeza y, a pesar de que por fuera disimuló bastante bien lo mucho que le afectaron esas palabras, por dentro se sentía rota. Había vuelto la sensación que la acompañó durante años, cuando la balanza aguantó más kilos que los que tenía en ese momento
Dalia tuvo razón en algo: Cloe era muy insegura.
—Ahí está, el que seamos inseguras las dos nos hace parecidas —habló Dalia —. Pero es ese pequeño e importante detalle en tu personalidad lo que nos separa y agradezco que sea así, porque preferiría vivir con estos kilos extra sobre mí antes de ser tan cruel como tú.
Sanne levantó la vista para encontrarse con ese intenso duelo de miradas. Escuchó todo ese intercambio de insultos y pudo concluir que esas chicas estaban hechas de fuego por dentro. Las dos estaban tan destrozadas que no les importaba destrozar a alguien más. Al final, le sorprendió que no terminaran golpeándose entre sí. Al parecer, ninguna tenía las ganas de perder su tiempo en abofetear a la otra.
La batalla de miradas se cortó en el instante en que la puerta del consultorio de la doctora Ume se abrió. Lilian salió de ahí inexpresiva, pero llenó el ambiente de un aire desamparado. Pasó sus ojos pálidos por cada una de las margaritas y se marchó lo más rápido posible de ahí. Protestaba por lo bajo, gruñía y lanzaba maldiciones. Se veía molesta, pero en el fondo se notaba que estaba lastimada. Incluso las tres chicas que la observaron irse olvidaron que ya eran libres de marcharse y se quedaron mirando con lástima como ella llamaba el ascensor, temblando.
El aire tenso volvió una vez Lilian desapareció en el elevador. Cloe y Dalia regresaron a su duelo de miradas, pero Sanne no perdió el tiempo en recoger sus cosas para marcharse. Para cuándo ella se levantó de su silla, Dalia decidió que también debía irse y cortó el contacto visual con Cloe, pero la delgada mano de la rubia tomó su robusta muñeca. Esos dedos tan frágiles impidieron que se marchara.
—Esto no se quedará así, gorda de porquería —dijo, entre dientes.
—Lanza los insultos que quieras, costal de huesos —amenazó, soltándose de su agarre —. Yo te los devolveré con gusto.
Sin más, se retiró hacia el elevador. Cloe no quiso quedarse en esa sala de espera mucho tiempo más, así que no tuvo más opción que caminar también hacia ese lugar. En fin, así concluyó la visita de las margaritas al hospital St. Gilbert. La primera sesión del programa M.E.R tuvo como resultado varios insultos que terminaron por descifrar la verdad que ninguna de ellas quería afrontar: Las margaritas eran todas diferentes, pero había detalles en los que se parecían. Eran iguales sin serlo realmente, y tendrían que aprender a vivir con ello sin importar qué tantos insultos las próximas sesiones traerían.
...
6:10 pm
El odio que Lilian sentía hacia los doctores me parece tan irracional como mi absurda necesidad de escribirte esto. Sin embargo, ella se tomaba la molestia de defender sus sentimientos con razones que, en su mente desastrosa, tenían sentido.
No le agradaban los doctores porque todos le parecían unos entrometidos, además de que eran extremadamente falsos. Los veía regalando sonrisas y diciendo "seguro te mejoraras pronto", "te ayudaremos a que te sientas mejor", y, luego de años escuchando tales mentiras sólo podía preguntarse una cosa: ¿En qué momento les dio permiso a esas personas en batas blancas para ofrecer su ayuda de esa forma, cuando ella nunca la quiso?
Oh, pero el detalle que más odiaba acerca de los doctores no era ninguno de los previamente expuestos ¡No estaban ni cerca! Sin duda, lo característica más molesta que compartían esos hombres y mujeres era su sinceridad. En una vida en la que siempre tuvo a algún médico corriendo tras ella, nunca conoció a alguno que tuviese pelos en la lengua al decirle todo lo que su actitud podría traerle como consecuencia ¿Por qué siempre tenían que mencionar que los niveles de calcio, sodio y potasio en su sistema eran demasiado bajos? ¿Por qué debían recordarle de una manera tan ruda que su garganta estaba sufriendo las terribles consecuencias de los vómitos que se provocaba cada tarde, o cada mañana?
¿Por qué tenían que hacer énfasis en todo lo que estaba haciendo mal?
Así que Lilian odiaba a los doctores, y la doctora Wallace encabezaba su lista negra. Lo que le hicieron ese día lo tendría grabado en su memoria durante años y lo recordaría con el amargo sabor que el resentimiento traía consigo. Ella era así: se prohibía sentir tristeza y se convertía en un huracán de muchas otras cosas. Sentía lástima por sí misma, lástima por quien era y lástima por lo que seguiría siendo en un futuro. Ahora, que habían expuesto sus cicatrices más terribles a un público crítico, no estaba muy segura de cómo reaccionar.
Esa lástima que sentía hacia sí misma la llenaba de enojo, mezclando eso con la molestia que ya tenía hacia la doctora Wallace, se podía decir que Lilian era un manojo de sentimientos encontrados. Era una torre inclinada, sus muros de contención se habían doblado. Solo conocía a alguien capaz de remendarla.
Sintiéndose patética, golpeó un par de veces la puerta de madera. Sabía que él le abriría, así que se estaba preparando mentalmente para lo que vendría después. Tendría que enfrentarse a un par de ojos cafés dispuestos a expresar todo, incluso el dolor que ella le causó la última vez que se hablaron.
—¡Lili! —Silene, la hermanita pequeña de Derek, gritó su nombre al verla al otro lado de la puerta. Corrió hacia ella y no tardó en envolverla en uno de sus típicos abrazos de oso.
Con siete años, Silene era la luz de la vida de su hermano y su madre. Era una princesita que corría en la casa, haciendo lo que se le antojaba con su dulce sonrisa y sus vestidos de princesa. Había heredado el cabello color miel de su madre, pero compartía los mismos ojos café de su hermano y ese "encanto Osbone" que la chica bulímica tanto adoraba de esa familia. Lilian no tardó en envolverla con sus delgados brazos, inclusive le sonrió.
—¡Princesa! —exclamó Lilian, aunque su voz quedó atorada en cierto punto. Le ardía la garganta —. Qué bonita estás hoy.
—Estaba jugando con Derek —le informó una vez se separaron —. Le puse una tiara.
Lilian elevó las esquinas de sus labios con cierta debilidad, añadiéndole tan solo un poco más de volumen a su débil sonrisa. Derek haría cualquier cosa por su hermanita, incluso vestirse de princesa por más que eso lo molestara.
El señor Osbone era soldado, por lo que siempre estaba fuera de casa. Lo último que Lili supo de él fue que estaba en una misión en Irak, haciendo los deberes que la señora Osbone rara vez se atrevía a mencionar. Siempre que lo hacía, sus ojos se llenaban de lágrimas y su voz se le atoraba en la garganta. Estar casada con un hombre como él debía ser duro, pero Lilian nunca escuchó alguna queja por parte de la mujer. Con el señor Osbone fuera, Derek se había transformado en un pilar más en su casa y supo llevar bien su papel. Apoyó a su madre y ayudó a criar a su hermanita. Gracias a él, Silene era una niña hermosa que nunca sintió que le faltó algo. Eso sí, era un tanto malcriada, pero eso no va al caso...
—¿Derek con tiara? Eso seguro que es algo divertido de ver —dijo Lilian con una sonrisa de medio lado—. Hablando de tu hermano, necesito verlo, princesa ¿Será que puedes...?
—Sile, ¿quién es?
Como si lo hubiera llamado con la mente, Derek apareció tras su hermanita. En el momento en el que se encontró con los ojos pálidos de Lilian, las palabras no consiguieron el impulso necesario para abandonar su garganta. Él era bueno hablando latín, sabía alemán a la perfección, el francés y el portugués los dominaba con destreza, pero cada idioma que conocía se borró de su subconsciente en el instante en que la vio. Era un léxico muy extenso, que se volvía obsoleto ante una mirada que, si bien solía ser agria, también era una de las más débiles que jamás había visto. Lo único que logró hacer fue quitarse la tiara de cartón sin dejar de observar esos ojos. Lilian detalló cada uno de sus movimientos, recordando en silencio el terrible día que había tenido. Necesitaba con urgencia a su mejor amigo.
—Princesa, ve a jugar con mamá en la cocina —fue lo único que Derek consiguió decirle a Silene una vez su léxico volvió a su mente.
—Okey —dijo la niña tras encogerse de hombros —. Lili, ¿quieres jugar con mami y conmigo?
—Lili y yo tenemos que hablar —sentenció él, sin expresión alguna y sin dejar de mirar los ojos de Lilian.
—Uy —fue lo que consiguió decir Silene, quien le tenía cierto temor a esas palabras —. Bueno, más tarde.
Lilian asintió débilmente, sin poder alejar la vista de los ojos de Derek. Silene tomó la tiara de la mano de su hermano y se marchó hacia la cocina cantando una canción de melodía confusa.
Una vez se encontraron solos, Lili tuvo que ignorar el ardor en su garganta para intentar tragar aquel nudo que se había formado en ella; ese era el efecto del tono café en los ojos de su amigo. Su mirada era demasiado expresiva como para soportarla sin sentir que algo se clavaba en su pecho. Solo con verlo, notó todo el dolor que estaba sintiendo, todo lo que estaba aguantando. La manera en que se enfrentó a él había sido bastante fuerte. Lo hirió, claro que lo había hecho.
Lili suspiró con fuerza en el momento en que leyó en los ojos de Derek una clara pregunta: «¿Qué haces aquí?». Sin duda, ella no estaba ahí para ofrecer una disculpa; él había olvidado la última vez que ella había hecho algo como eso.
—Sé que no me pedirás perdón por romper tu promesa —dijo ella, bajando la mirada —, pero... fingiré que lo hiciste y saltaré a la parte en que te perdono porque yo...
Lilian llevó su dedo índice hasta sus labios, donde mordisqueo con nerviosismo su uña. Todas sus cutículas estaban destrozadas, el estrés siempre le jugaba una mala pasada a sus manos.
—...Necesito un abrazo de mi mejor amigo —confesó, levantando la mirada una vez más.
Derek no perdió el tiempo y, apenas escuchó esa confesión, extendió sus brazos y recibió a su amiga con gusto. Rodearla era tan sencillo que daba miedo, pero él decidió ignorar ese detalle en ese momento. Las respiraciones alteradas provenientes de la temblorosa Lilian en sus brazos fue lo que delató lo mal que la había pasado en esa sesión junto a Margaret. Ella podía ser orgullosa, agria y demás, pero también era alguien frágil a quien el mundo le había hecho mucho daño. La habían abandonado tanto que a eso se había acostumbrado la margarita con bulimia. Por eso, Derek la acercó mucho más a él, tratando de hacerle entender que había alguien que, sin importar lo que ocurriera, jamás la abandonaría.
—¿Qué pasó? —preguntó él, con delicadeza. Acarició su cabello por más corto que este fuera, y el olor a una fragancia de lavanda llenó sus fosas nasales al instante. Fingió que eso no alteró en lo absoluto a su terco corazón.
—Vio mi historial médico, Derek —las caricias de su amigo se detuvieron un instante por la sorpresa. Sin embargo, volvió a la delicadeza de sus cariños para reconfortarla —. Ella lo sabe, sabe que me pasó...y se lo dijo al resto de las chicas. Ahora todas saben que casi morí...
—Sh, ya —la calmo Derek al notar que su temblar empeoraba —. Entremos, ¿sí?
Ella asintió al tiempo en que él la tomaba de la mano para adentrarse a la casa. No fue necesario hablar, ambos caminaron de manera casi automática hacia las escaleras. Subieron juntos y sincronizados, como lo habían hecho por años, hasta llegar al ático; lugar que Derek había transformado en su habitación.
Él nunca se conformó con las cuatro paredes de su recámara original. Quería algo más grande para que el desorden de sus libros y sus pizarras llenas de ecuaciones pudiesen convivir en paz; una armonía que solo él comprendía y Lilian había aprendido a vivir con ella. Lo mejor de haber instalado su lugar de descanso en el ático era el techo a dos aguas repleto de estrellas adhesivas que brillaban con la oscuridad. Había algo hermoso en ellas, algo que Lili no se cansaba de mirar.
Ella se lanzó en la cómoda cama de Derek, quien apagó la luz en el momento en que la cabeza de Lili tocó la almohada. Las estrellas hicieron su acto de presencia al instante e iluminaron la habitación con un brillo fluorescente que le sacó una pequeña sonrisa a Lilian. Sintió el lado izquierdo de la cama hundirse y supo que su amigo estaba a su lado, mirando las estrellas, sumergido en el mismo silencio que ella.
—¿Sabes? Hay algo en estas estrellas que siempre me han traído calma —confesó Lilian —. Lo cual es tonto porque solo son pegatinas. Dime, ¿cómo es que adhesivos para niños pueden calmar una vida tan caótica como la mía por instantes que parecen eternos?
—Primero que nada, no son pegatinas para niños. El empaque dice "para todas las edades", Lilian; el empaque no miente —se defendió Derek, sacándole una pequeña carcajada a su amiga —. Y segundo, cada quien consigue calmarse a su modo. Todos tenemos nuestra manera de traer al sol luego de una tormenta y si la tuya es ver unas estrellas fluorescentes en un viejo ático repleto de libros y ecuaciones físicas, entonces no apartes la mirada del techo. Deja que su brillo te calme por eternos segundos y no te preguntes por qué lo hacen. No cuestiones el poder de esas pegatinas para todas las edades.
Lilian sonrió, sin apartar la mirada de las estrellas. Derek siempre sabía qué decir, hasta comenzaba a creer que tenía un don para hablar de una forma tan ideal.
Se permitió perderse en el consejo de su amigo y en el brillo fluorescente de las pegatinas. El recuerdo de la doctora Wallace llegó a su mente, como expuso su secreto y luego estuvo durante el chequeo tratando de convencerla que sus clavículas salientes no eran la solución a sus problemas. La odiaba, odiaba que se metiera en sus asuntos, odiaba esa sonrisa comprensiva...y odiaba que la tratara como una flor.
Suspiró y sintió lástima por sí misma una vez más ¡Y pensar que tendría que aguantar a Margaret dos años más! Quería librarse del alcoholismo de su madre, tratar de recuperar a la única persona con la que podía tener un lazo familiar y para eso necesitaba el dinero. Tenía que terminar el programa por más duro que fuera.
—Sé que estoy enferma, Derek. No soy estúpida —dijo, como si el brillo de las estrellas la hubiese obligado a confesarlo —. Solo que no me siento enferma. Cuando tengo atracones yo...me odio a mí misma. No sabes lo horrible que es no poder controlar ese sentimiento y quisiera detenerlo, pero no puedo; solo como hasta que me duele no solo el estómago, sino también el alma.
» Y cuando lo vomito no siento que este mal. Es decir, no me siento bien, pero en el fondo es lo más cercano a hacer lo correcto que he hecho... porque se siente correcto, yo lo siento correcto. Por eso no siento que estoy enferma, a pesar de que sé que lo es así. No hay nada dentro de mí que me diga que estoy cometiendo un error ¿Comprendes?
Derek tragó saliva con dificultad. Los pensamientos de Lili dolían y él sentía que lo acababan de abofetear con la ruda verdad a la que se enfrentaba su amiga. Aún le resultaba extraño que ella le gustara. Es decir, es difícil querer a alguien tan destrozada, pero él la quería mucho. Verla era como ver un florero roto, y él esperaba poder encontrar el pegamento para poder remediar las piezas separadas. Tomó su mano y sintió una anomalía en su ritmo cardíaco cuando ella se apoyó en su hombro.
Aún miraban las estrellas en el techo.
—¿Qué crees que pase cuando me sienta enferma? —preguntó ella —. Enfermarse no es algo lindo y por supuesto que no se siente bien. Así que, ¿cómo crees que reaccionaré cuando...lo sienta? ¿Qué me pasará, Derek?
—Pues, tendrás que sanar, Lili—dijo él, acariciando con su pulgar la mano de ella.
—Es más fácil de decir que de hacer —ella puso sus ojos en blanco—. No hay vacuna para la bulimia, tan solo soy yo luchando contra mi mente y ya te dije que lo que hago se siente correcto, ¿cómo esperas que luche contra algo que mi mente cree que está bien?
—Te diré algo, cuando sientas que estás enferma y no solo lo sepas, pensarás en eso. Solo puedo asegurar que, cuando el momento llegue, yo estaré a tu lado para ayudarte a sanar y te bajaré todas las estrellas que desees contad de calmarte.
Lilian soltó una carcajada ante lo que acababa de oír.
—Por favor, Derek. Tú mejor que nadie sabes que es imposible bajar una estrella del cielo, así que no me vengas con frases cursis y clichés que eso no va contigo —le dijo Lilian —. Esperaba más de ti.
—A ver, yo me refería a las estrellas del techo, tonta. Te bajaría todas y cada una de ellas solo para calmarte por unos segundos —sonrió —. Bajarle una estrella del cielo a alguien me parece la frase más ridícula jamás inventada luego del "tengo mariposas en el estómago cuando te veo" Bah, las dos son cliché a más no poder. Pero, ¿bajarte estrellas del techo? No verás a nadie que haga eso.
—En ese caso, tienes razón. Tiene el sello de Derek Osbone por todos lados.
—Además, sé que es físicamente imposible bajar una estrella del cielo. Aunque, de ser posible, se la daría a mi ex.
—¿A Niki? ¿Por qué? Ella te detesta.
—Y el sentimiento es mutuo, créeme. Una estrella es una enorme bola de gas e hidrógeno y, por la fusión, llegan a temperaturas entre 2000 o 50000 grados Celsius. Así que, si le bajara una estrella del cielo a mi ex, sería un verdadero espectáculo para mí ¿Imaginas?
—¿Quemarías a Niki con una estrella?
—Hey, ella se quejó de mí por ser un "pésimo novio", lo cual no es cierto. Debería superarme y convertirme en el peor ex que ella haya tenido ¡¿Y qué mejor forma de hacerlo que quemando esas espantosas cejas con todas las estrellas que ella me pidió y que, por razones físicamente obvias, no conseguí?! Bueno...se quemaría más que las cejas, pero ella se lo buscó.
Lilian comenzó a reír, olvidando la lástima y el enojo por bellos y eternos instantes ¿Cuántos años debía tener ese cliché? ¿Cuántas personas debieron prometerles las estrellas a sus amados o amadas? Pues, Derek había destruido todo eso en un abrir y cerrar de ojos. Solo su inteligencia y personalidad eran suficiente como para cambiar la visión del mundo que tenía Lili. Es más, él tenía su propia visión de todo y de todos; las suyas siempre eran las interpretaciones más interesantes y las más divertidas. Por eso y más, ella estaba agradecida por tenerlo como amigo.
Entre carcajadas a las que se le unió Derek, alcanzó a ver el brillo fluorescente de las estrellas. Sí, odiaba a Margaret y sí, su vida era un caos, pero, ¿qué importaba eso cuando se reía? ¿Qué importancia tenía el dolor cuando estaba bajo el brillo de unas pegatinas "aptas para todas las edades"?
—Eres único, Derek Osbone —dijo ella, tras calmarse —. ¿Sabes qué? No bajes las estrellas, ni del cielo, ni del techo. Allí se ven bien.
Se acurrucó a su lado, de la manera en que siempre lo hacía cuando necesitaba sentir su compañía. Él rodeó su delgada figura con sus brazos y se quedó mirando las pegatinas en el techo. Ella aún no sentía el estar enferma, aún no creía ni admitiría que se estaba marchitando y, por lo tanto, no iba a ceder con facilidad a los métodos de la doctora Wallace...
Así que él no descarto de bajarle todas y cada una de las estrellas del techo cuando lo necesitara.
Algo que me dolió terrible fue escribir los insultos entre Cloe y Dalia. No creo que nadie merezca recibir palabras tan fuertes solo por su peso y espero que nadie se haya sentido identificad@ con esos insultos. No importan los kilos de más o los kilos menos, cada quien es único a su manera y si no te han dicho lo especial que eres aún pues te lo diré yo...¡No hay nadie como tú!
Dinámica 7:
Aw, las estrellas son uno de los símbolos más importantes en este libro (o al menos uno de mis favoritos). Mi idea original para esta dinámica incluía estrellas fluorescentes de verdad, pero aja, no voy a hacer que compren pegatinas porque 1) no pienso que hacer que gasten dinero y 2) quédense en sus casas amigos, los quiero sanos y felices.
Así que no puedo hacer que compren estrellas, pero puedo pedirles que hagan las suyas, ¿no? Obviamente no van a brillar, pueden ser un simple dibujo. Y, como el capítulo se llama insultos y estrellas, hagámos una estrella por cada insulto que nos haya dolido (que nos hayan dicho, o que nos hemos dicho a nosotros mismos).
A Lilian sus estrellas le dan calma, yo no sé si estas logren lo mismo en ustedes, pero parte de estas dinámicas es intentarlo.
No olviden marcar un check en su calendario al hacerlo y comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita si suben las dinámicas a redes sociales. Me emociona ver su progreso.
Con amor, Rina García ❤
Pd: vean alguna película, lean un libro, escuchen música e intenten sacarle el máximo provecho a este tiempo en casa ❤❤
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