Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 59

Capítulo 59
Que las estrellas sean testigos:
Día 365 del programa M.E.R: 11 de enero del 2016

9:00 pm

Ella nunca llegó a sentirse enferma de verdad. Quizá siempre lo supo, pero jamás experimento la sensación de ver su trastorno como algo malo. Creyó merecer cada instante de sufrimiento, cada gota de agonía, cada purga y cada abstinencia hacia algún alimento.

Lo hizo hasta desvanecerse en sus huesos.

Creció con la imagen de unas rosas taladrando su esperanza de un mundo tan alegre como el que tuvo en su infancia. Aprendió que una belleza inalcanzable es capaz de arruinarle la vida a quien trata de alcanzarla, y que la sociedad es tan cruel que envuelve a las personas en lazos de vergüenza e inseguridades. Lilian se acostumbró a ver lo peor en cada oportunidad ¿Pero puedes culparla? Solo conocía esa manera de percibir el mundo. Fue eso lo que la llevo al peor de los extremos.

Por suerte, no era el último extremo que se detendría a alcanzar.

Un pitido que alternaba su sonar la hizo reaccionar. El olor a alcohol y cloro le devolvió el impulso para respirar con normalidad. Sus ojos se mantenían cerrados y solo había oscuridad ¿Estaba muerta? ¿Así se sentía morir? En el instante en el que un intenso dolor la recorrió de pies a cabeza se dio cuenta de que no era así. Ella seguía tan viva como siempre lo había estado y tan adolorida como su cuerpo acostumbraba.

Abrir sus ojos fue una hazaña digna de admirar ¿Dónde estaba? ¿Qué ocurría? Su confundida mente solo pudo descifrar el brillo fluorescente de unas pegatinas en el techo sobre su cabeza. Le costó encontrar el aliento para hablar y mucho más la fuerza para pronunciar la única palabra que esas estrellas le hicieron recordar.

—D...Derek.

Volteó hacia su brazo izquierdo y encontró una vía inyectada en una de sus venas. Sintió una especie de tubo conectado a su nariz y descubrió que el pitido que había escuchado antes no era más que un electrocardiógrafo marcando el ritmo de su adolorido corazón. Dedujo que estaba en un hospital, un lugar al que nunca deseó volver, y fijó su mirada en el techo una vez más.

Las estrellas seguían ahí y no le fue muy difícil adivinar quién las colocó justo sobre ella.

Incapaz de realizar algún movimiento, soltó un soplo de aire. Al observar el color fluorescente de las pegatinas recordó que había pasado con exactitud: las purgas vinieron a su mente, la debilidad de su cuerpo se hizo presente una vez más, revivió las palabras que escuchó al otro lado de su puerta, así como el momento en el que arrojó un espejo y como se desmayó al intentar abrirle la puerta al chico que extrañaba.

Lo que ocurrió en su habitación fue que las palabras de Derek y Dalia la conmovieron tanto que ella alcanzó a sentirse terrible consigo misma. Se abrazó a si misma hasta sentir que podía rodearse por completo y descubrió que estaba más delgada que nunca. Creyó merecer el dolor en sus huesos y el ardor en su garganta. Sin embargo, al escuchar las voces fuera de la habitación, algo la movió a intentar ir con ellos.

Supo que estaba destinada a estar sola, pero no quería estarlo. Trató con todas sus fuerzas, en aquel entonces, de ponerse de pie. Pero, cuando lo logró, perdió el conocimiento y cayó al suelo, rasgando parte de su labio lleno de vómito con uno de los cristales del espejo que previamente había roto. No tuvo que pensar demasiado para saber que había estado al borde de la muerte, así que se lamentó en silencio que ese suceso se hubiese repetido.

Sintió unos dedos entrelazarse con los suyos y el calor de un apretón de manos la recorrió de pies a cabeza en cuestión de segundos. Adolorida, movió su cabeza hasta el lado derecho de la camilla. Encontró a un chico de cabello chocolate oscuro despeinado, lentes de pasta, una sonrisa triste, y un par de ojos cafés cansados que la miraban con cierto alivio.

—Hola —susurró Derek cerca de su oreja —. Me tenías preocupado, bonita.

Su voz se escuchaba cansada y triste, pero aliviada. Él sentía que podía volver a respirar ahora que la veía despierta. Movió cielo y tierra junto con las margaritas para llegar al hospital lo más pronto posible, y no le importó llamar a su madre para que le trajera una bolsa llena de pegatinas fluorescentes para asegurarse de que, cuando la frágil mujer que amaba abriese sus ojos, ella supiera que había alguien dispuesto a llevarle las estrellas hasta donde ella estuviera.

La voz del chico fue el detonante necesario para que Lilian soltara un mar de lágrimas que venía aguantando desde hacía años. Así es, la chica estaba llorando y solo él y las estrellas fluorescentes eran testigos de un suceso tan importante como ese. Estaba adolorida de pies a cabeza, pero el dolor más fuerte era el que estaba instalado en su corazón. Solo logró sentirlo al ver los ojos de Derek y darse cuenta de que estuvo al borde de no verlo nunca más ¿Y Cloe, Sanne, Dalia? ¿Qué había hecho si no las hubiese visto más? Calvin, Eve, sus hermanas...estuvo a un paso de perderlo todo.

A un paso de perder la vida.

Recordó las palabras de Derek, ese momento en el que le dijo que ella no creía merecer amor. Se dio cuenta del daño que eso le trajo al joven de lentes con el que había terminado, y sus lágrimas cayeron en mayor cantidad. Pasó años creyendo que la vida había sido quien le quitó la oportunidad de querer, cuando la única que la había privado de hacerlo era ella misma. Ella se etiquetó como alguien incapaz de merecer amor.

Es más, se convenció de que no era digna de merecer nada. Solo entonces notó que había ignorado el lado luminoso del mundo y se fijó únicamente en las sombras de la sociedad. En medio de su llanto notó que había llevado todo demasiado lejos. Siempre supo que la bulimia no era el color más oscuro en el lienzo de su vida, pero solo en ese momento descubrió que su trastorno era la razón por la cual su cuadro estaba desgarrado.

—Lili, todo está bien —Derek tomó su rostro con cuidado y limpió las lágrimas que salían de sus ojos pálido —. Calma, ya todo pasó. Estás bien, cariño.

—No...Nada está bien, Derek —su voz sonaba débil y quebrada —. Perdón, perdón...

—Sh, ya, no tienes por qué disculparte —Derek trató de calmarla limpiando las lágrimas que caían por sus delgados pómulos. No obstante, el torrente de agua era tal que le fue imposible secar su piel de porcelana partida —. Bonita, no hay razón para pedir perdón.

—¡Sí la hay! —sus gritos eran desgarradores, como si rasguñasen su garganta sin piedad —. Hay tantas razones por las que debo pedir perdón...

Entre sollozos, buscó aire para poder hablar. Se sentía asfixiada por la cantidad de lágrimas que se apoderaban de sus ojos, pero no podía detenerlas. Además, el suero en su vía sanguínea comenzaba a picar, el tubo en su nariz empezaba a ser una molestia y el pitido del electrocardiógrafo se aceleraba sin ritmo alguno. Se sentía mal, como si su cuerpo fuese una prisión; quizá, siempre lo fue. Con la bulimia tomando el papel de barrotes indestructibles, su alma se mantuvo encerrada por años dentro de aquella cruel cárcel ¿Sabes que fue lo peor de todo? Lilian ya no podía recordar como lucía ese pedazo de ella, esa alma que, cual damisela en apuros, rogaba por libertad.

Había tanto por qué pedir perdón y, a medida que su debilidad aumentaba, la necesidad de decirlo se hacía más fuerte.

—Lili, debes calmarte —le pidió Derek, alterado ante el sonido del electrocardiógrafo. Apretó su mano con fuerza e insistió en que se mantuviera tranquila —. Por favor, no te sigas haciendo daño.

—Perdón, Derek. Lamento todo esto...

Quizá la única manera de dejar de hacerse daño era terminar de soltar todo lo que la mataba por dentro ¿Recuerdas esa vez que se purgo de sentimientos junto con sus amigas? Pues, un detalle quedó atorado en su garganta; uno que no había descubierto hasta ese instante.

—Te debo una disculpa por regalarte un amor tan inestable —le dijo, llorando —, y como mil más por todas esas veces que no aprecié tu ayuda...

—Lili...

—No puedo contar las veces que vomité sabiendo que eso podía hacerte daño y siento no haberme detenido —se fijó en sus ojos café —. Perdón por dejar de comer, me hice daño.

Más allá de estar pidiéndole perdón a Derek, ella sentía que le estaba ofreciendo sus disculpas a alguien más: a sí misma. Ella jamás había dicho en voz alta todas esas pequeñas espinas de su ser que, de alguna u otra manera, terminaron por lastimarla. Su manera de querer, su insistencia en creer ser menos, sus impulsos por vomitar, todo eso la convirtió en la margarita marchita que agonizaba en ese momento.

—Lo lamento —ella apretó aún más su mano contra la de él —. Repetí el peor error de mi vida por no ver lo que estaba justo bajo mis ojos.

» Creí merecer estás piernas delgadas, este cuerpo débil, este dolor recurrente, este vacío que no desaparece...todo eso porque alguien me dijo una vez que yo nunca seré suficiente. Traté de desvanecerme en lugar de demostrar que si valgo algo, aumente el sufrimiento en lugar de disminuirlo cuando debí haber visto lo que tanto me insistías. Siempre supe que estaba mal, pero fui muy testaruda para verlo, para sentirlo...y mírame ahora.

Él volvió a tratar de limpiar sus lágrimas en vano. Estaba tan débil y delgada que una persona común habría sentido terror con solo verla. No obstante, él la amaba tanto que solo pudo ver el interior de ese cuerpo esquelético ¿Qué vio? Pues, a una Lilian que ni ella misma conocía.

No sabía si era la fórmula de sus lentes, quizá se debía a la miopía que poseía, pero él fue capaz de encontrar en cada etapa de la vida de la chica a una Lilian a la cual amar. Lili lo supo en el instante en el que él se hizo un espacio a su lado en la cama del hospital y la abrazó con cariño. Veía belleza en la fealdad exterior, en la delgadez y en las lágrimas, porque él no solo se limitó a conocer la prisión que ella había creado, sino que también se detuvo a conocer al alma prisionera de huesos y vacíos.

Ella no encontró la fuerza para mover sus brazos y abrazarlo como quería. Otra oleada de tristeza la invadió, pues se culpó por no poder ver lo que Derek veía. Jamás encontró esa belleza propia, incluso llegó a creer que no existía. Su mente viajó a las mariposas que tanto pintaba, ¿sabrían ellas lo hermosas que eran?

Quizá ella tenía alas coloridas, pero era incapaz de verlas.

—Me duele todo... —confesó sin dejar de llorar.

—Se pasará —le aseguró él —. Es dolor, y el dolor tiene un fin; todo lo tiene.

—Yo casi encontré el mío...

Él tragó saliva al pensar en eso.

—No lo estaba buscando —aseguró ella, pero frunció el ceño después —. ¿O sí? ¿Lo habré buscado, Derek? ¿Soy capaz de matarme? Te lo pregunto porque no lo sé...ya olvidé como se siente pensar con tranquilidad. Mis pensamientos rebotan en mi mente como si jugarán conmigo, ¿puedes contestar por mí?

—Ay, bonita —ella notó en su voz quebradiza que él también comenzaba a llorar —. No sé lo que estabas buscando. No sé si intentaste llenar un hueco dentro de ti, terminar con un miedo, o si lo hiciste sin pensar, pero sé que hay algo que te falta y me temo que no puedo dártelo. Capaz eso era lo que buscaste durante cada atracón, cada vez que intentaste "llenar" el vacío del que tanto me contaste...

—¿Qué cosa?

—Amarte, eso es lo que necesitas, Lilian. No importa cuánto te diga que te amo, o cuantas veces las chicas intenten convencerte de que te quieren mucho, te sentirás vacía hasta que logres quererte a ti misma.

» Sabes, tres margaritas me dijeron hoy que tú no serás capaz de ponerte en mis zapatos hasta que encuentres unos para ti. Me di cuenta de que pasé años tratando de que te vieras con mis ojos, cuando debí ayudarte a encontrar una manera de verte a ti misma, a la Lilian que quieres ser y amarás.

Él trazo patrones lentos en los brazos de ella al tiempo en que lágrimas corrían por los rostros de ambos. Con dificultad, ella se acurrucó a su lado y lo utilizó para secar su tristeza. El mundo es cruel, pero las personas lo somos aún más...y somos expertos en lastimarnos a nosotros mismos.

—Quizá tienes razón...—dijo Lilian con tristeza —. No sé cómo amarme.

—Y es una lástima, porque te puedo asegurar que vale la pena quererte como yo lo hago —él trató de esbozar una sonrisa —. Pero ya basta de hablar de mis opiniones, o las de alguien más. Basta de fijarte en como lucen otras personas, o como otros quieren que seas. Basta de pensar que, por no ser de una manera específica, la gente te abandonará; la única opinión que te debe importar es la tuya. Solo tú podrás definir tu valor, y sé que eres un tesoro hecho persona, pero quién se lo tiene que creer es Lili, no yo.

» ¿Estás dispuesta a creerlo?

—Es muy difícil... —sollozó —. No debería serlo, pero lo es...Y....Y...

Lloró aún más. Dolía saber que debía quererse a sí misma, pero le era imposible porque algo dentro de ella que le decía que no merecía amor propio. Estaba físicamente agotada y mentalmente destrozada. Se sentía poca cosa, algo inútil, la sobra de la sociedad...Una margarita en medio de unas rosas rojas.

Sentía que amar a alguien como ella era demasiado complicado ¿Cómo sentir cariño por alguien que no sabe cómo querer correctamente? ¿Cómo sentir algo por ella, cuando sentir era doloroso en su mundo? No se suponía que las cosas fueran de esa manera. Sabía que, si su vida hubiese sido "normal", ella habría sido una chica segura de sí misma, dispuesta a amar y a amarse ¿Qué fue lo que le impidió ser así? ¿Qué la llevo a todo eso? Miró las estrellas y su brillo fluorescente la hizo caer en una dolorosa verdad.

La más dolorosa de todas, una de la que no podía escapar.

—Lili, Lili, bonita, deja de temblar —él la abrazó con fuerza, preocupado ante eso —. Cariño, por favor...

—Yo...Yo...

No podía detenerse. Temblaba porque eran demasiadas cosas que sentir. Jamás había llorado tanto; se había reservado sus lágrimas para alguien importante y, por esa razón, las dejó escapar todas de una sola vez. Lloró por ella y para ella, porque esa era la mejor manera de pedirse perdón. Descubrió aquello que temió admitir por años y solo le quedaba soltar lágrimas en su nombre.

—Estoy enferma...—sollozó —. Y esta vez no solo lo sé, lo siento.

Él la apretó con más fuerza contra su cuerpo, esperando detener su temblar. Ella no pudo sentir el vacío al que estaba acostumbrada, tan solo sintió tristeza, acompañando un dolor del cual no se podía librar.

—Se siente horrible...Se supone que debería quererme, que debería ver lo que tú ves en mí, pero esto me lo impide. Es el dolor, son mis miedos, es la bulimia lo que no me deja vivir como debería. Es la peor enfermedad del mundo y no sé qué hacer para curarme.

—Ya lo admitiste, ese fue tu primer paso —él la besó en su frente con cariño —. No tienes ni idea de la fuerza que requiere el solo decirlo y te admiro por haberlo hecho.

—Sé que lo que hago no es correcto, tampoco se siente correcto, ya no más. No quiero seguir así de adolorida...no me lo merezco.

—Una vez te dije que estaría a tu lado para ayudarte a sanar y créeme que lo haré. Te amo y, por si no lo sabes, lo único que quiero es verte tan sana como mereces.

Ella se acurrucó aún más a su lado, sintiendo su calor y su cariño. Trató de buscar consuelo en las estrellas, no lo encontró. Sabía que le sería imposible sentirse bien mientras siguiera así de enferma. No podría curarse con tan solo pensarlo; lo había dicho una vez: no existe vacuna para la bulimia. Le quedaba un largo camino en el que seguro seria tentada un millón de veces por las ideas de purgas y atracones.

Pero al menos sabía que no sentiría aquello como algo bueno.

El sonido del electrocardiógrafo logró calmarse luego de unos minutos de silencio. Ella se detuvo a escuchar la respiración de Derek, que se entrecortaba de vez en cuando por el llanto que comenzaba a cesar. Aun así, el subir y bajar del pecho del chico logró llenar de calma a Lilian. Todavía no entendía como él podía estar a su lado después de todo ¿Cómo había obtenido la paciencia para bajarle las estrellas del techo siempre que lo necesitó?

—Debe ser difícil amar a alguien que no se ama a sí misma —ella se mordió el labio con cierta tristeza.

—Lili, estudió física cuántica por diversión, es obvio que me gusta lo difícil —le dijo, sonriendo —. En otras palabras, me encantas.

Ella cerró los ojos con sutileza al escuchar aquello. Sin duda, lo más bonito que tenía en la vida era todo el cariño que él le daba. Estaba además el de sus amigas, quienes también adquirieron el don de querer a alguien como ella. Se habían tomado la difícil tarea de aguantar un amor inestable. Encontraron belleza en pétalos marchitos.

—Gracias, cariño —le dijo ella a él, aún con sus ojos cerrados —. Tibi gratias ago tibi, quía ad amandum me. [1]

—Gracias a ti —le respondió, logrando que ella abriera los ojos y lo mirara con cierta duda.

—¿Por qué?

—Porque, a pesar de todo, te dejaste amar. El primer paso ya está listo, bonita. Solo te queda seguir adelante.

—Quiero vivir...

—Y lo harás —le aseguró —. Ya lo estás haciendo.

Y las estrellas fueron testigos de cómo él adhirió sus labios a los de ella. Lilian se dejó besar con lentitud y cariño, porque sabía que era digna de merecer tal gesto. Ella valía lo suficiente como para recibir amor de alguien más sin que la abandonaran y, más importante, sabía que en algún momento alcanzaría a quererse a sí misma.

El camino sería duro, pero ella quería vivirlo.

Las flores merecen amor, no importa lo que diga la sociedad al respecto. Ese jardinero cruel solo querrá darle agua y luz de sol a aquellas rosas que considera perfectas. Lo que desconoce de las margaritas es que, dentro de su fragilidad, esconden una fuerza de voluntad impresionante. Si se lo proponen, ellas son capaces de opacar a cualquier tallo con espinas en el prado. Tan solo hacen falta las ganas de seguir adelante y el compromiso consigo mismas; necesitaban encontrar amor para crecer.

Y las estrellas fluorescentes fueron testigos de cómo eso ocurría. Una flor lastimada tenía ganas de amar, de sentir...tenía ganas de vivir.

[1] Latín: Gracias por amarme

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro