Capítulo 58
Capítulo 58
Amar a una margarita:
Día 365 del programa M.E.R: 11 de enero del 2016
7:00 am
Era normal que Lilian contestara tarde los mensajes de texto, pero resultaba preocupante que no los respondiera en lo absoluto. Las margaritas restantes comenzaron a preocuparse cuando sus llamadas hacia la chica bulímica fueron constantemente rechazadas y su angustia aumentó cuando Derek decidió no prestarle atención a ni uno de los mensajes que le enviaron.
Había pasado un día desde que ambos regresaron de Chicago y ellas no tenían ni una sola noticia de alguno de los dos. Quizá veinticuatro horas no son demasiadas, pero les sorprendió el hecho de que Lilian no las hubiese llamado luego de dejarles claro durante su estadía en la ciudad de su padre que necesitaba verlas para desahogarse. Además, el silencio del nerd más escandaloso que existía era, sin duda, una gran fuente de preocupación. Conocían lo suficientemente bien a esa pareja como para saber que sus actitudes evasivas eran el resultado de que algo no había resultado bien ese fin de semana. Pero, ¿qué era ese algo?
Eso no lo sabían...aún.
Derek tenía una gran habilidad para pensar en mil y un cosas al mismo tiempo. Podría tararear una canción de Queen al tiempo en el que consideraba una variable dentro de alguna teoría relacionada con agujeros negros. No obstante, ese día, su cerebro no tenía ánimos para reflexionar sobre algo que no fuese Lilian y la manera en la que su relación había llegado a un fin tan abrupto sin explicación lógica.
Limpiaba la barra de jugos de Sweets sin ánimos y levantaba la mirada de vez en cuando para comprobar que su jefe, quien había decidido ir a supervisar su trabajo, estuviese distraído; solo así se permitía soltar uno que otro suspiro. Lili aún no llegaba y, por primera vez desde que tenía ese empleo, Derek no se molestó en cubrirla. De hecho, esperaba que decidiera no ir hacia la franquicia ese día, pues no quería verla.
Luego de sentir solo amor por Lilian, estaba experimentando una mezcla de enojo y tristeza hacia ella ¿Quién diría que una margarita es capaz de causar tanto daño, aún sin tener espinas en su tallo?
—¡Hola, nerd! —una Cloe entusiasta entró a Sweets junto con Dalia y Sanne. Las tres caminaron hacia la barra de jugos, esperando ser recibidas con una de esas sonrisas tan típicas en Derek —. ¿Me extrañaste?
Derek a duras penas levantó la mirada. Soltó el paño con el que estaba limpiando la barra y trató de sonreírles a las chicas, pero su gesto terminó por ser más una mueca que otra cosa.
—Hola, Cloe —respondió sin muchos ánimos —, Sanne, Dalia, ¿cómo están, chicas?
—Sin duda, mejor que tú —soltó Sanne, resaltando lo evidente —. ¿Acaso la llamaste Cloe en lugar de friki?
—Ese es su nombre, ¿no? —él se encogió de hombros —. No siempre tengo que llamarla de otro modo.
—¿Quién eres y qué le hiciste a Derek Osbone? —preguntó Cloe, casi con espanto.
—No estoy de humor —se limitó a decir y se fijó en un cliente que esperaba al otro lado de la barra —. Disculpen, pero tengo trabajo.
Sin añadir mucho más, se dirigió hacia el hombre de aspecto desaliñado que de seguro esperaba ordenar algún café con más glucosa que cafeína en sí. Las chicas quedaron sorprendidas ante lo que sus ojos acababan de ver. Estaban frente a una de las mayores rarezas del mundo, y no sé trataba de una excepción a una ecuación física, tan solo era un Derek Osbone desanimado y apagado, pero resultaba un hecho demasiado inaudito como para creerlo sin antes ser testigos de ello.
Solo lo vieron comportarse de una manera similar durante los primeros meses luego de la muerte de su padre. Pero incluso en aquel entonces, él trataba de aparentar la misma actitud de siempre. Ahora, ni siquiera se esforzaba en esbozar sonrisas sinceras. Eso solo podía significar que la gravedad estaba haciendo efecto en él, y que finalmente estaba tocando fondo.
—Derek —Dalia lo llamó con delicadeza y, tras un suspiro, él se acercó a ellas una vez más —. ¿Está todo bien?
—No quiero hablar de eso, ¿si, Dali? — le pidió, derrotado.
—No entiendo, ¿qué rayos pasó en Chicago para que te pusieras así? —preguntó Cloe.
—Cloe, en serio no quiero hablar de eso —está vez, Derek fue más directo y cortante.
Lo que menos quería era pensar en las palabras de Lilian, en su egoísmo y en la manera en la que lo dejó en un taxi. Sabía que era físicamente posible que su corazón estuviera roto, pero así se sentía. Le dolía el pecho, como si ella se hubiese llevado un pedazo de ese órgano bombeador de sangre con sus palabras.
Claro que su pulso seguía intacto, su corazón estaba latiendo en su caja torácica, por lo que los corazones rotos no existen; solo existen aquellos que terminan lastimados.
—Bien, no nos digas que te pasa —Cloe se cruzó de brazos, irritada ante la poca colaboración de Derek. Quería ayudar a su amigo, pero él no ayudaba —. ¿Al menos podrías decirnos dónde está Lilian? Lleva ignorándonos desde que llegaron de Chicago.
—Fuimos a buscarla a su casa, pero su madre nos echó —acotó Sanne —, y dijo que ella no estaba.
—Miente —soltó Derek, volviendo a tomar el paño para limpiar la barra —. Caroline nunca sabe dónde está Lilian, así que cuando dice que ella no está, es probable que Lili solo esté en su cuarto.
—¿Sabes que le pasa? —preguntó Dalia —. Lilian no es la reina de contestar llamadas y mensajes con rapidez, pero ella nunca nos ignora.
—No, no sé lo que le pasa —dijo con sequedad.
—¿Cómo no puedes saber lo que le pasa? ¡Tú siempre sabes que le pasa a Lilian! —le reclamó Cloe.
—Pues, dejé de saberlo en el instante en el que terminó conmigo —soltó. Eso dejó boquiabiertas a las tres margaritas —. Querían una razón para mí humor, ¿no es así? Pues ahí la tienen.
Las tres eran conscientes de que las cosas que empiezan siempre tendrán un fin. Incluso está historia llegará a su final en algún momento, incluso sus vidas y las nuestras terminarán en algún instante. No obstante, no esperaron que la relación entre Lilian y Derek encontrara su último punto, aquel que culmina con el más hermoso y triste poema de amor, tan rápido. Hay primaveras que parecen infinitas, pero, eventualmente, el otoño siempre se interpondrá ante ellas. Las hojas se caen, el verde se pierde...Y existen finales en la mitad de una historia.
Al ver las caras de sorpresa en el rostro de las tres chicas, Derek suspiró. Supuso que Lilian les había dicho algo, pero, por lo visto, ella no les había dirigido la palabra a sus amigas desde hacía ya un tiempo. Soltó el paño una vez más y comenzó a contarles todo a las margaritas.
Resultaba extraño para ellas escucharlo hablar en un tono de voz tan bajo. Mezclaba tristeza con enojo y contaba los hechos lento, tratando de buscarle lógica a una historia fugaz y sin sentido en cada palabra pronunciada. Qué todo lo que empezó por un cariño inigualable terminara por un malentendido en un taxi le parecía absurdo ¿A quién podría parecerle lógico el punto de vista de Lilian cuando ni sentido tenía? No obstante, las chicas intercambiaron miradas en un instante de la historia, delatando que comprendían más el punto de su amiga que el del nerd frente a ellas.
Derek les habló de cómo Lilian corrió hasta su casa tras terminar con él y se calló, pues ese era el final de la historia. Cloe, Sanne y Dalia dejaron un gran intervalo de silencio esparcido en la atmósfera. Aquel fue un fin demasiado abrupto, lleno de sorpresa. Quizá demasiado inesperado para todos.
—¿Y eso es todo? —preguntó Dalia, al ver que Derek no habló más —. ¿No hiciste nada cuando se marchó?
—¿Qué podría haber hecho? —preguntó Derek.
—Pues...seguirla —sugirió Cloe con la cabeza baja.
A pesar del tono de voz bajo que utilizó la friki al hablar, él fue capaz de escucharla. Miró a quienes podía considerar tres amigas cercanas y se dio cuenta de que todas esperaron que aquella hubiese sido su reacción. Ellas no podían pensar en ese como el final de la historia, puesto que él tuvo la oportunidad de ir tras Lilian y no lo hizo. No era el último punto al que se estaban enfrentando; tan solo se trataba de un punto y coma.
Derek suspiró ¿Por qué esperaron que él corriera tras ella? Pues, la respuesta es tan simple como la pregunta: él había hecho eso por años, pero ahora comenzaba a cuestionarse si eso era lo correcto.
—Chicas, le he dado todo a Lilian —dijo tras apoyar su peso en la barra sin mucho ánimo —. Amistad, confianza, cariño, amor...todo. Incluso le he dado partes de mí que estoy seguro que nunca recuperaré; eso incluye las ganas de amarla que aún conservo y sé que conservaré por mucho tiempo. Pero no puedo darle todo mi mundo y dejar que lo destruya de esta manera...no puedo permitirlo.
» Habría corrido tras ella si tan solo no me hubiese dicho que lamenta el amarme de la manera en que lo hace. Me dolió. Me abandonó por miedo a salir lastimada cuando yo me he arriesgado desde un principio. Siempre supe que ella me podía dañar, pero estuve a su lado sin importar el riesgo. Le di mil y una razones para confiar en mí...pero al parecer ella esperaba mil dos y nadie es capaz de dar tanto.
Él suspiró de nuevo.
—Me hizo daño y, como la persona lógica que soy, no corro detrás de lo que me lastima. Es como si un globo quisiera abrazar un cactus, todos sabemos que terminará mal.
El detalle importante entre el globo, el cactus, Lilian y Derek, es que es difícil referirse a un corazón roto sin usar una metáfora. Incluso "corazón roto" es una metáfora en sí. Este artilugio lingüístico solo adorna e incluso empeora una desilusión amorosa. Es una manera de decorar el dolor, y así lo vuelve más notorio y difícil de borrar.
Por esa razón, en esta clase de casos, es mejor apegarse a la realidad. No es necesario hablar demasiado, tan solo hay que ver lo que ocurre y analizarlo. Guiarnos por nuestro corazón y filtrar los impulsos en nuestro cerebro, así deberíamos funcionar.
Los matices de realidad entre Lilian y Derek eran tan diferentes que podrían estar hablando de problemas distintos sin darse cuenta. No obstante, las margaritas se habían vuelto expertas en rescatar la realidad de situaciones como esa. Por esa razón, Cloe suspiró y encaró a su amigo.
—Escucha, nerd —le dijo —. Entiendo que te dolió, pero comprendo el punto de vista de Lilian y quizá deberías tratar de hacerlo también.
—¡Siempre lo hago! —se quejó Derek —. ¡Siempre soy yo quien se pone en los zapatos del otro! ¡¿Por qué no se puede poner ella en mi lugar?!
—Porque a duras penas puede mantenerse en sus zapatos —dijo Sanne tras suspirar —. Es más, creo que Lilian siente que vive descalza...
Y, de hecho, era así. Ella vivía descalza, ignorando que su pisada dejaba una marca en el suelo por el que pasaba. Se perdía, olvidaba mantener su personalidad porque creía que su manera de ser no sería suficiente para nadie. Las personas que viven así tienen la tendencia a ser arrastradas por la sombra de la sociedad. Terminan culpando a las rosas por todo lo que les ocurre, son pocas las veces que bajan la mirada y descubren que sus pasos dejan el mismo impacto que el que podría dejar una belleza estereotipada.
Las margaritas lo entendían porque era algo que compartían con Lilian. Es imposible ponerse en los zapatos de alguien que vive con los pies descalzos, pero aquellas que sabían lo que se sentía pisar el suelo sin sentir que alguien nota su existencia, estaban bastante cerca de comprenderla. Son distintos trastornos, pero el mismo mundo: un mundo con flores y jardineros crueles.
—Ella me dejó —repitió Derek cabizbajo —. Si me amara tanto como dijo, no me habría hecho esto.
—Conozco a Lilian y sé que si hizo algo así es porque te ama demasiado —aseguró Dalia —. El problema es que ella no se ama a sí misma.
—Te sorprendería lo importante que es el amor propio en la vida —comentó Sanne —, y ese resulta ser el punto débil de todas nosotras.
—Odio admitir esto, nerd —Cloe lo obligó a soltar el paño que había recuperado y tomó sus manos —, pero Margaret tenía razón...
—¿En qué? —preguntó Derek.
Cloe suspiró. No despegó la mirada de los ojos café de su amigo. Admitir lo que estaba atorado en el borde de su garganta no era sencillo, pero sabía que era la verdad detrás de las raíces de su trastorno y los de sus amigas.
—Es cierto que somos margaritas —admitió —, y estamos lastimadas.
Tragó saliva, esperando que eso hiciera más sencillo decir todo aquello.
—No sé cuándo, pero este mundo nos dañó hasta creer que no somos suficiente para nadie. Le tenemos miedo al rechazo, todas nosotras. Sanne comía sano porque temía no ser tan buena como los alimentos que ingería, Dalia comía de más porque se sentía como un objeto de burla y yo...yo le tengo miedo a la opinión de los demás. Vivimos aterradas de la sociedad en la que crecimos porque aprendimos algo: a nosotras suelen dejarnos de lado.
—Las margaritas son frágiles y sencillas —dijo Sanne —, y si bien de sencillas no tenemos nada, somos tan frágiles como lucimos. Nos guiamos de nuestras inseguridades, nuestros miedos nos susurran al oído todos los días...
—Y no creemos merecer las pocas cosas buenas que tenemos en nuestras vidas —añadió Dalia tras un suspiro —, por eso estamos tan marchitas.
—El miedo de Lilian es que la abandonen —le informó Cloe, aunque eso él ya lo sabía —, y cree que tú no mereces tener a una margarita tan marchita en tu vida. Ella no tiene una opinión sobre si misma más que la que le dio la sociedad hace años.
» Ella cree que no tiene valor y, por lo tanto, vive con miedo a que tú lo creas también...Me arriesgo a decir que cree que todos piensan eso sobre ella.
Derek frunció el ceño al escuchar eso ¿Qué Lilian no tenía valor? ¡Pero si ella era la chica más inteligente, artística, creativa y hermosa que había conocido! Dejó de importarle su molestia en ese instante. Seguía amando a Lilian y, por lo tanto, creía en su valor más que nadie.
—No pongas esa cara, Derek —Sanne sonrió con tristeza —. Tampoco estamos de acuerdo con que crea eso de sí misma, aunque todas pensamos eso sobre nosotras en algún momento.
—¿Es que quién escogería a una simple margarita en medio de un prado de rosas rojas? —Dalia rodó los ojos y apoyó su codo en la barra de jugos para depositar el peso de su cabeza sobre su mano.
—Yo la escogí...—dijo Derek.
— Y eso te hace distinto al resto —sonrió Cloe —, pero debes entender que ella se cree todo eso de ser frágil y merecer cosas malas, nerd. Te ama y de seguro tiene miedo a que te vayas, así que se lastimó antes de que tú lo hicieras. Esa es la primera lección que le da la sociedad a personas como nosotras: si no puedes soportar los golpes que te dan, golpéate a ti misma.
—No debería ser así —insistió el nerd.
—Pero lo es —habló Dalia —. Aunque en algún momento dejará de serlo. Tengo fe en que Lilian verá la maravillosa persona que es.
—Si nosotras lo estamos haciendo, ¿por qué ella no? —dijo Sanne con esperanza desbordando en su voz.
—Somos margaritas, Derek —repitió Cloe —. Eso significa que somos frágiles, comunes, sentimentales y estamos llenas de problemas. No tenemos espinas, pero podemos hacernos tanto daño como si las tuviéramos ¿Y a los demás? ¡Pf! Creo que somos expertas en lastimarlos...
» Pero no todo está perdido para nosotras y, por lo tanto, no todo está perdido para Lilian. Quizá ahora ella esté pasando por un momento difícil y es incapaz de ponerse en tus zapatos, pero sé que, en un futuro, si te mantienes a su lado, ella será quién te apoye a ti. Confío en que ella no se marchitara del todo y que tú serás lo suficientemente fuerte como para amar a una margarita.
—Demuestra que eres de los pocos que ven pétalos blancos entre un millón de pétalos rojos —Sanne se encogió de hombros y le sonrió —. Nosotras ya sabemos eso, pero ella aún necesita verlo.
Derek parpadeó con rapidez tras escuchar todos los consejos provenientes de las chicas. Jamás las había escuchado hablar de esa manera. Las metáforas dejaron de ser metáforas para transformarse en su idioma: el idioma de gente desesperada, que está rota por dentro pero que se cura poco a poco, pegando cada pedazo suelto. Mostraron una realidad dentro de un lenguaje adornado, pronunciado por corazones frágiles y filtrado por mentes que poco a poco añadían amor propio a sus sistemas.
Él no sabía si Lilian era la culpable de sentir lo que sentía. Tampoco sabía si las chicas tenían la culpa de vivir lo que vivieron. Lo que sabía era que amaba a una margarita con locura y que eso traía consecuencias capaces de destrozarlo.
El amar a alguien que no cree merecer amor es como lanzarse al agua sin saber nadar. Estás en una constante lucha por mantenerte a flote, por no ahogarte en un millón de problemas que solo parecen multiplicarse, pero en el instante en el que esa persona se da cuenta que merece el amor que le ofrecen, un salvavidas te lleva de nuevo a la costa; es un amor inestable pero que puede llegar a ser tan duradero como el tiempo mismo.
Lilian no encontraba amor propio y, por lo tanto, no le veía el sentido al amor que le ofrecía Derek. Pero si él se fijó en una margarita en vez de ver a una rosa en primer lugar, tenía entre sus manos el poder de mostrarle la hermosura que veía en ella. Él tenía el corazón enredado en las raíces de una flor al borde de marchitarse ¿Acaso la iba a dejar sola cuando sabía que ya no podía escapar de los extraños encantos de una frágil flor?
—¿Qué hago aquí? —se preguntó a sí mismo —. Debería estar con ella.
Las chicas sonrieron.
—Eso siempre lo supimos, nerd —dijo Cloe con diversión.
El semblante de Derek se convirtió en una sonrisa ladeada. Era duro amar a una margarita, pero valía la pena. Los celos eran producto de una inseguridad dentro del corazón de Lilian, pero él quería asegurarle que aquel miedo era ridículo. Él amaba cada detalle de ella porque veía más allá de un cuerpo, o un perfume perfecto; el veía lo que Lilian no quería ver.
—Chicas, vámonos de aquí —dijo quitándose el delantal de Sweets —. Hay que buscar a Lilian.
—¡Ha vuelto nuestro Derek! —exclamó Sanne —. Te extrañamos, amigo.
Él dejó el delantal en la barra de jugos y se apresuró para poder salir de ese lugar. Necesitaba hablar con Lilian, al menos asegurarse de que ella estaba bien. No obstante, fue detenido por su malhumorado jefe. La sonrisa de Derek se extendió al poder pronunciar la palabra "renuncio", vaya que sintió satisfacción tras dejar ese horrible empleo. Se había cansado de trabajar en aquella franquicia de interminable inventario, pues él no cambiaba el mundo haciendo dulces y batidos, lo cambiaba estando junto a una margarita.
Sin permitir que su jefe dijera algo, él abrió la puerta del local y se marchó de ahí. Las chicas se miraron entre ellas, satisfechas. Es extraño encontrar a alguien que capaz de ver belleza en una flor frágil, pero existen excepciones. Tan solo tenían una vaga idea de lo que podía estar ocurriendo con Lilian y estaban basando sus interpretaciones en experiencias propias, pero esperaban que el delator de la chica bulímica pudiese hacer que ella se enamorara de una margarita.
—Amo cuando las cosas empiezan a ponerse de nuevo en su lugar —dijo Dalia con una sonrisa.
Al cabo de unos segundos, Derek volvió a abrir la puerta y a aparecer en el local. Miró a sus tres amigas al instante.
—¿Qué están esperando? —les preguntó, alzando una ceja —. Debemos encontrarla.
—Deberían arreglar esto en privado, nerd —sugirió Cloe —. Los esperamos aquí.
—Tonterías —bramó el chico —. Yo no soy el único que ama margaritas aquí, ¿o sí?
Las chicas se miraron entre ellas y no pudieron evitar sonreír. Las flores frágiles decaen en silencio, ¿sería muy tarde para demostrarle todo el cariño que sentían hacía unos pétalos descoloridos?
...
8:15 am
—¡Fuera de mi casa! —la voz ronca de Caroline no impidió que Derek, Dalia, Cloe y Sanne entrarán a la casa de Lilian.
La chica bulímica no aparecía en ningún lado, lo que era preocupante. Por esa razón, optaron por buscarla en esa casa que no era un hogar en lo absoluto. A Caroline no le agradaba ninguno de ellos, pero eso no les pudo importar menos. La hicieron a un lado y se apresuraron en ir hacia la puerta de la habitación de Lilian.
Cerrado. Eso no podía ser bueno.
—¿Acaso no escucharon? ¡Largo de mi casa! —volvió a gritar la mujer —. ¡Lilian no está aquí! ¡Váyanse o llamaré a la policía!
Justo cuando pronunció esas palabras, una especie de golpe seco se escuchó en el interior de la habitación de Lilian. Caroline frunció el entrecejo, de verdad creyó que su hija estaba fuera de la casa. Derek suspiró y se acercó hasta la puerta de la habitación. Sabía que podía ser rechazado una vez más, pero intentaría hasta poder entrar. Tenía un mal presentimiento y necesitaba ver unos ojos pálidos para calmarse.
—¿Lili? —preguntó tras tocar la puerta —. ¿Lili, me oyes?
Solo respondió el silencio.
—Lárgate de aquí, idiota —bramó Caroline y, en el instante en el que trató de empujar a Derek lejos de la habitación de su hija, Sanne y Cloe la detuvieron.
Derek no le prestó mucha atención a lo ocurrido con Caroline. Su mirada estaba fija en la madera de la puerta. Si bien sus ojos eran expresivos y penetrantes, no tenía el poder de ver a través de esa barrera que la separaba de la chica que amaba.
No sabía que le pasaba, o que tan enojada seguía, pero la conocía lo suficientemente bien como para saber que, en soledad, Lilian era capaz de encontrarse con sus demonios más oscuros. Estos eran crueles, horrorosos, y podían arrastrarla hacia el peligro mismo. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde.
—Lili, por favor, escúchame —dijo él, adherido a la puerta —. Sé que estás ahí dentro y que seguramente no quieres saber nada de mí...
Tragó saliva y miró como pudo a las margaritas. Sanne y Cloe luchaban por mantener quieta a Caroline, pero encontró el apoyo que buscaba en los ojos verdes de Dalia. "Continúa" le susurró, y eso fue suficiente como para seguir hablando.
—Tenía que decirte que lamento no haber comprendido por lo que estás pasando —dijo —, y lamento aún más haber reaccionado como reaccioné. No debí gritarte, ni enojarme, debí haberte seguido.
» Siempre supe que eras capaz de lastimarme, pero no quise aceptarlo en el momento y ese fue mi error. Debí entender que la gente tiene altos y bajos, que a veces se es más frágil de lo que uno acostumbra, y que yo amo cada detalle de la margarita que me enamoró, incluso esos que no entiendo.
—¡Suéltenme, perras! —gritó Caroline, tratando de liberarse del agarre de las chicas.
—Quiero ayudarte, Lili —continuó Derek, ignorando a la madre de la chica —, y sé que crees no merecer ayuda o amor, pero si lo mereces. Te mereces cada cosa buena que pasa en tu vida, cada día que despiertas, cada estrella en el techo, cada sonrisa en tu rostro, incluso esas que duran menos de cinco segundos...
—Mereces excepciones, Lilian—Dalia se acercó a Derek y colocó su mano en su hombro. Le habló a la puerta, esperando que Lilian escuchará —, y todos los que estamos aquí ahora, lo somos. Derek, Sanne, Cloe y yo no nos marcharíamos nunca de tu vida. Aprendimos a querer cada detalle de ti; desde tu agria personalidad hasta la fragilidad que escondes. Somos tus excepciones, Lili, y no nos vamos a ir.
—Abre la puerta, bonita —rogó Derek, adhiriendo su frente a la madera —. No nos alejes por miedo, no lo hagas...
El silencio proveniente de la habitación era aterrador, pero el golpe que escucharon detrás de la puerta fue mucho peor. Derek se separó de inmediato de la madera, e incluso Caroline detuvo su batuqueo y quedó tan inmóvil como el resto de las margaritas. Se había escuchado como una caída, como si algo hubiese impactado contra el suelo.
¿Algo...o alguien?
La chica obesa y el joven de lentes intercambiaron miradas preocupadas. En cuestión de segundos, se encontraron golpeando la puerta, tratando de abrirla. Lilian seguía sin contestar y la cerradura continuaba trabada. Cloe y Sanne se unieron a ellos en su intento de abrir la puerta a la fuerza. A ese punto, comenzaron a temer lo peor.
De alguna manera, lograron romper la cerradura con sus continuos golpes hasta poder abrir la puerta ¿Recuerdas el miedo más fuerte de Derek? ¿Aquel inusual terror por los déjà vu?
Pues, tenía frente a él a su peor pesadilla.
—¡¿Qué le pasó a mi hija?! —el grito de Caroline casi pareció un sollozo, o incluso algo peor.
Ella fue la única que pudo hablar, los demás quedaron paralizados ante lo que encontraron.
A veces los desordenes alimenticios empeoran y no dan señal de ello. En ocasiones, ni siquiera necesitan una razón lógica para aumentar su riesgo. Incluso antes de encontrarse con su padre, la alimentación de Lilian había disminuido. Sus purgas se volvieron poco comunes, pero sus desayunos, almuerzos y cenas eran casi inexistentes. No tuvo razón en ese entonces para bajar su consumo de alimentos, tan solo estaban las voces en su cabeza que le susurraban que disminuyera la cantidad en sus platos...
Esas voces.
No notó su decaída hasta que regresó de Chicago. Solo en el instante en el que se vio en el espejo retrovisor del taxi notó que sus clavículas eran unas montañas huesudas en su cuerpo. En medio de su tristeza y su enojo, creyó que merecía sentirse incluso peor, así que mezcló su comportamiento de naciente anorexia con pastillas, laxantes y unos dedos capaces de llegar a lo más profundo de su garganta para hacerla vomitar.
La anorexia purgativa de Lilian había vuelto de la peor manera posible, y esta vez la atacó sin piedad.
En muy poco tiempo se purgó como jamás lo había hecho. Se deshizo de todo lo que estaba en su cuerpo, esperando que su alma saliera de él también. Eso solo tuvo como resultado lo que sus amigas, su madre y el chico que vio belleza en esa margarita marchita presenciaron en ese instante: una Lilian más delgada que nunca, pálida, con sus ojos cerrados, su boca llena de vómito y sangre, inconsciente en el frío suelo de su habitación.
Amar a una margarita es demasiado difícil. Si no me crees, pueden preguntarle al espejo roto que estaba al lado de esa chica de respiración preocupante. El cristal hecho pedazos tenía escritas todas y cada una de las cualidades de esa flor en específico, y aun así no logró que ella se amara a sí misma.
Hay flores que llegan a los extremos y buscan sus propias espinas para ponerle un fin a lo que ven como un interminable tormento. Sin darse cuenta, buscan un final a la mitad de su historia...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro