Capítulo 54
Capítulo 54
¿Y las espinas de las rosas?:
Día 361 del programa M.E.R: 7 de enero del 2016
6:30 pm
A diferencia de Lilian, quien sufría de un tortuoso insomnio, Derek tenía el don de dormir en donde fuera. Durante el viaje en avión, que duró una larga hora con veinte minutos, él no hizo más que soñar. De hecho, siguió durmiendo en el taxi que los llevaba hasta la casa de Harry. Estaba apoyado en el huesudo hombro de Lilian, quien tenía el corazón en la garganta mientras examinaba las calles de Chicago cubiertas de nieve blanca. Illinois no estaba tan lejos de Michigan, su estado natal, y aún así ella sentía que ese era un lugar completamente distinto al lugar en el que creció. Era menos caótico, a su parecer.
O quizá solo estaba en el lado de la ventana que mostraba al Chicago hermoso.
Sus manos temblaban, pues sabía que cada vez estaba más cerca de conocer a aquellas dos personas que se convirtieron en sus pesadillas vivientes. Jamás las había visto a la cara, pero si al verlas en una simple fotografía despertaba purgas y vacíos, ¿qué ocurriría cuando las tuviese frente a frente?
Lo único que la tranquilizaba era la calmada respiración de Derek rozando su hombro, al menos él estaría a su lado. Acarició el cabello chocolate de su novio, con cuidado de no despertarlo, y continuó inspeccionando el paisaje. Los dos días más duros de su vida estaban a punto de iniciar.
—Será mejor que lo despiertes —indicó Harry, observando a Lilian por el espejo retrovisor desde el asiento de copiloto —. Ya estamos por llegar.
A Lili no le costó notar lo mucho que él detestaba la cercanía entre ella y Derek. Harry los observó con recelo durante todo el viaje, pero no dijo algo porque sabía que no estaba en el derecho de hacerlo. A Lilian no pudo importarle menos la opinión de ese hombre. Lo único que la mantenía cuerda en una situación tan difícil era el apoyo de ese nerd y el de sus amigas, quienes no paraban de escribirle mensajes de texto para comprobar que estuviese bien. Así que no iba a alejar a las personas que amaba solo por la incomodidad de Harry, menos cuando solo aceptó ir con él para proteger a Caroline.
Con delicadeza, empezó a llamar a Derek. Sacudió un poco su hombro, esperando que, de esa manera, él abriera sus ojos cafés. El chico comenzó a quejarse e incluso se adhirió aún más a ella, esperando que lo dejase dormir un poco más. No obstante, terminó por levantarse justo en el instante en el que el taxi se detuvo. Le dedicó una sonrisa somnolienta a Lilian al tiempo en el que Harry le pagó al conductor.
—Hola —la voz de Derek se escuchó ronca justo antes de que dejase escapar un largo bostezo—. Adivina que estaba soñando.
—Mhm, ¿será aquel sueño en el que tu hermana se vuelve presidenta de los Estados Unidos y tú te aprovechas de la situación y haces que todos en la Casa Blanca te llamen "súper D"? —preguntó ella con diversión. A Derek lo perseguía ese peculiar sueño desde los quince años y aún no existía explicación lógica para ello, ya que nadie lo llamaba por ese apodo.
Derek soltó una carcajada, ya no le sorprendía que ella hubiese adivinado. Asintió con la cabeza y dejó un beso en su mejilla.
—Pero qué bien me conoces —le sonrió y luego tomó su mano —, por eso te amo.
Harry se apresuró a salir del auto al escuchar aquello, lo que hizo que la sonrisa de Derek se extendiera aún más. Una especie de guerra fría se había instalado entre ellos dos desde el inicio del viaje, y el chico de lentes no podía estar más contento por ello. No estaba ahí para hacer feliz a Harry, estaba ahí para apoyar a Lilian. Mientras ese hombre supiera que alguien que amaba en verdad a su hija estaba a su lado, impidiendo que algo malo le ocurriera, Derek estaría satisfecho; el que aquello sacará de quicio al padre de su novia era tan solo un punto extra que le alegraba la existencia al nerd.
—No sé qué estás disfrutando más —dijo Lilian al tiempo en el que se colocaba un grueso abrigo —, molestarlo, o el hecho de que tenga esa venda en la nariz ¿Quién diría que eres capaz de golpear tan fuerte?
—Eso le enseñará a no meterse contigo —le aseguró Derek, ayudándola a ponerse bien la bufanda. En ese instante, notó el temblor en las manos de Lili. Tomó una de ellas y depositó un beso en sus nudillos —. Hey, todo estará bien, ¿sí? Solo serán dos días, estaremos de vuelta en Detroit antes de que lo notes.
Derek abrió la puerta del taxi, tomó las dos mochilas que se limitaron a llevar como equipaje, y extendió su mano, esperando que Lilian la tomara. Ella respiró con fuerza y, tras titubear, entrelazó sus huesudos dedos con los de Derek. Ambos salieron del auto amarillo y aspiraron el frío aire de Chicago. El invierno resultaba una tortura para la contextura delgada de Lili, que carecía de la grasa suficiente como para refugiarse de las ventiscas nevadas. No obstante, entró en calor con rapidez, al dar con la casa que tenían en frente. La sorpresa eliminó todo el frío instalado en su cuerpo, pues sus iris pálidos encontraron una casa demasiado grande y lujosa como para ser cierta.
Se aferró a la mano de Derek —aquella que no estaba vendada en los nudillos—, y los dos intercambiaron miradas ¿Esa era la vida de Harry? Resultaba muy distinta a la humilde que fingió tener los años en los que formó parte de la vida de Lilian. Derek apretó su quijada con molestia. Tenía frente a él un hogar que podría considerarse mansión sin problema, ¿y le dio a Lili una vida tan normal cuando pudo llenarla de lujos en algún momento? Pudo haber tratado a su hija como una reina si tan solo se hubiese esforzado, pero no lo hizo.
Harry sacó su única maleta de la parte trasera del taxi y los animó a ambos a caminar hacia la gran reja que daba con la casa. Saliendo del shock, Lilian arrastró a Derek hacia donde su padre le indicó ir. La reja se abrió de par en par luego de que él presionara una especie de botón en su juego de llaves. De este modo, el panorama de una casa para nada modesta se hizo claro ante los ojos de los dos recién llegados.
Era más grande que la casa de Margaret y mucho más lujosa que el apartamento Milestone. Al ver su inmensidad, Lilian viajó en su subconsciente a aquellas mansiones de millonarios que se ven en películas. No obstante, está perdía cierto encanto por la nieve, que arrastraba toda la hermosura del amplio jardín delantero.
De igual manera, seguía siendo impresionante.
Y si el exterior resultó un espectáculo capaz de dejarlos boquiabiertos, el interior de esta era capaz de dislocar quijadas. Ya el recibidor en sí era inmenso, de la mitad del tamaño de la casa de Lilian. Dos escaleras imponentes estaban plantadas en el medio de él y, tras ellas, se abría el espacio al resto de la casa.
Derek solo pudo reír con ironía al observar mucamas e incluso mayordomos por todo el lugar. Apretó con más fuerza la mano de Lilian, ¿Por qué Harry no le dio una vida digna a su hija si tuvo la oportunidad para hacerlo? No obstante, estaba seguro de que los lujos eran lo que menos le importaba a ella. Esa mansión no era lo que le incomodaba, sino la gente que vivía ahí.
—¡¿Harry?! —una voz femenina se escuchó desde el lado este de la casa —. ¡¿Eres tú, cielo?!
Lilian tragó saliva con dificultad debido a su lastimada garganta. Estaba a punto de iniciar todo y no sabía si era lo suficientemente fuerte para aguantarlo.
—¡Sí! ¡Ya llegué! —se limitó a responder Harry, para luego voltear a encarar a Derek y a Lilian.
Pocos segundos después, una mujer de unos cuarenta y tantos años llegó al recibidor sin hacerle mucho caso a los recién llegados. Era alta, esbelta, rubia y de ojos claros. Aunque había algo en su rostro que no encajaba del todo con la perfección que irradiaba. Quizá se debía a lo plástica que se veía su cara; demasiado Botox que, lejos de hacerla más bella, solo le agregaban años. Eso sin mencionar que aquella sonrisa en sus labios parecía un gesto completamente ensayado. Sin duda alguna, ese era el detalle que arruinó por completo el aura de belleza perfecta que la mujer tanto se molestaba en mostrar.
Ella se acercó a su esposo, ignorando por completo a los desconocidos. Hablaba en un tono aparentemente suave, pero bastante apresurado. Lanzaba preguntas al aire: ¿cómo te fue, cariño? ¿Qué tal Detroit? ¿Fue agradable el vuelo? Aunque no dejó tiempo entre sus incógnitas para respuestas. El temblor en su voz indicó le indicó a los recién llegados una cosa: Lilian no era la única nerviosa por ese encuentro.
—¡Ay, cielo! —exclamó la mujer con los ojos bien abiertos al encontrar la venda en la nariz de su marido —. ¡¿Qué fue lo que te pasó?!
De manera disimulada, o al menos eso intentó, Lilian se colocó frente a Derek para evitar que la mujer notara su puño vendado. Lo que menos quería era que él saliera perjudicado por aquel golpe hacia Harry, así que hizo lo posible por alejar la atención de él durante su estadía en Chicago. Aunque su delgado cuerpo no cubrió demasiado que se diga.
—No fue nada —se limitó a responder Harry. Luego, tuvo que tragar saliva para continuar —. Eh...Cariño, ellos son Derek y Lilian.
En ese momento, la mujer los miró por primera vez desde que entró a la habitación. Le resultó imposible seguir fingiendo aquella sonrisa al enfocarse en los ojos pálidos de Lilian. Tan solo la reemplazó con lo que sentía en verdad: terror. Terror a que esa chica fuese hija de su esposo. Terror a encarar la prueba de lo que quiso pasar por alto durante años...terror a no poder escapar de la horrible verdad que ahora la envolvía.
—Lilian, ella es Clarice —Harry se dirigió a su hija, quien no apartó la mirada de la mujer —, mi esposa.
El subconsciente de Lilian reaccionó de una manera un tanto peculiar, una en la que nunca esperó hacerlo. En lugar de sentir tristeza, odio, o miedo, comenzó a comparar a la figura frente a ella con la de su madre. Llegó a una conclusión aún más inusual y se la repitió a su conciencia sin emitir sonido alguno: si a mamá no la hubiese destruido el alcohol, sería mucho más bonita que esta tal Clarice. Luchó para no sonrojarse, pues el solo tener pensamientos como ese le dio vergüenza. Era una idea demasiado infantil e inmadura para su gusto ¿Qué le estaba pasando?
—Es un placer conocerte, Lilian —Clarice se dirigió hacia ella, entrelazando el brazo de su marido con el suyo de manera casi posesiva.
Lilian solo esbozó una sonrisa pequeña. Estaba dispuesta a ser educada, mas no pensaba en recurrir a la hipocresía en ningún momento.
—¿Dónde están las niñas? —le preguntó Harry a Clarice.
—Arriba —respondió la mujer —. Las llamé cuando te escuché llegar, así que no deben tardar en bajar.
A pesar de que Harry se había referido a ellas como "niñas" —pues era obvio que hablaba de las hermanas de Lilian—, según los cálculos de la margarita, ellas debían tener la edad de Derek, o quizá unos años más. En la única fotografía que poseía de sus rosas, ellas lucían rostros joviales de entre dieciséis a diecisiete años. Considerando que ella recibió esa foto a los catorce, lo más lógico era pensar que sus hermanas eran mayores que ella por dos o tres años. Claro que las probabilidades de que aquel cálculo fuera erróneo eran gigantes.
La verdad, Lili no sabía nada sobre sus rosas; ni siquiera conocía el grosor de sus espinas.
Tal y como supuso Clarice, el sonido de unos pasos bajando las escaleras delató la presencia de esas dos chicas. La tensión se hizo presente al instante, y era tan fuerte que Lilian no tuvo el valor de mirarlas hasta que dejó de escuchar el repiqueteo de tacones sobre los peldaños finos. Solo en ese entonces, supo que las dos debían de estar al mismo nivel que ella...en el mismo piso, la misma habitación, el mismo lugar...
Estaba frente a frente con sus rosas.
Sus manos comenzaron a temblar una vez más y lo más inteligente que se le ocurrió fue esconderlas en los bolsillos de su abrigo. No había visto a sus hermanas a la cara aún, era cuestión de armarse de valor. No se sintió con la fuerza suficiente como para hacerlo, así que decidió respirar profundo para buscar todo el valor que se había esfumado de su ser. Sintió el oxígeno refrescar sus pulmones y, de manera automática, levantó la mirada. Así, sin pensarlo demasiado, porque a veces es necesario lanzarse al vacío sin considerar el dolor que generará la caída.
Lo primero que notó fue que su predicción era totalmente cierta: no eran niñas, sino mujeres lo que tenía frente a ella. No había diferencias notorias entre sus dos hermanas, por lo que no le costó adivinar que se trataba de gemelas idénticas. Tanto en una, como en la otra, cabellos dorados caían en una cascada de oro sobre sus hombros, hasta llegar a sus espaldas. Los vestidos que portaban delataban piernas largas y esbeltas, de modelos experimentadas. No importaba que tanto buscara Lilian, no pudo encontrar ni una sola imperfección en sus pieles blancas. Resultó bastante predecible aquel encuentro, ellas eran tan perfectas como lo esperó. Aunque aquel pensamiento se esfumó al dar con los ojos pálidos de una de ellas.
¿Eran lágrimas lo que veía?
Lilian siempre imaginó que, de encontrar a sus rosas algún día, ellas serían crueles. Su imagen lo fue, ¿por qué en persona no lo serían? Olvidó por completo que, dentro de huesos y piel, se esconden almas; y existen almas buenas que nacen de semillas horrorosas.
La rubia con lágrimas en los ojos hizo algo que Lilian nunca imaginó. Sin pedir permiso alguno, se lanzó a sus delgados brazos y la rodeó en un abrazo. Esa rosa aumentó su agarre al sentir que el pequeño cuerpo de Lili era demasiado delgado, pues eso la hizo sentir peor. Soltó un sollozo y, solo en ese instante, su hermana gemela se unió a aquella cercanía.
Lilian quedó en shock, incapaz de reaccionar ante aquel gesto. Escuchó unas disculpas balbuceadas entre respiraciones débiles ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Acaso sus hermanas sentían culpa? No lo sabía y no podía averiguarlo, el corazón en su garganta desgarrada opacó cualquier pensamiento lógico. No tenía ni idea de si las quería lejos, o si no les importaba tenerlas cerca; le costaba sentir algo estando tan confundida.
Tan solo se podía preguntar: ¿Y dónde están las espinas de las rosas? ¿Por qué no se había clavado ninguna aún?
En medio del abrazo, ella se sintió pequeña...quizá demasiado. Por ser alguien que se valía de la confianza como impulso para mostrar cariño hacia otras personas, aquel exceso de afecto comenzaba a tornarse muy incómodo para ella. Derek lo notó y salió del estado de shock en el que él mismo había entrado. Con delicadeza, le pidió a las rubias dejarla respirar un poco. Ellas la soltaron y permitieron que él se encargara de darle apoyo al sujetarla por los hombros. Incluso después del abrazo, la rubia de ojos llorosos no pudo dejar de mirarla.
—Lo siento, lo siento —se disculpó con una sonrisa triste —. Creo que mi hermana y yo fuimos demasiado abruptas. Espero lo comprendas, es que nos enteramos de tu existencia hace unos días y ahora que te vemos...
Solo observaba a Lilian, y lo hacía con dolor en sus ojos. Mordió su labio inferior y limpió algunas lágrimas en sus mejillas.
—No sabes cuánto lamento que esto haya tenido que ser así —le dijo —. Es muy injusto para ti.
De nuevo, Lilian tomó aquello por sorpresa. Seguía buscando las dichosas espinas en esa chica...pero no las encontraba. Esa rubia decidió dejar a un lado la tristeza y soltó una sonrisa amable.
—¡Ay, pero que tontas somos! ¡No nos hemos presentado! —exclamó, tratando de añadirle entusiasmo al encuentro —. Yo soy Samara.
—Y yo Silvana — habló la otra rubia, quien se dirigió a Lilian con timidez —. Para la mayoría somos Sam y Sil, eres libre de decirnos así si gustas.
Nombres no muy lejos de parecerse, físicos idénticos, voces iguales ¿Cómo hacían para reconocer a esas dos chicas?
—Eh...Hmn...Yo...soy...—Lilian tartamudeaba, incapaz de pronunciar alguna palabra correctamente. Entre el temblar de su voz, decidió armarse de valor una vez más. Respiró profundo y dejó salir las seis letras de su nombre en un tono de voz bajo —: Lilian. Me llamo Lilian.
—Es lindo nombre —sonrió la rubia que se presentó como Silvana.
—Lo es, y resulta interesante saber que una de nosotras no nació con la maldición de la "s" —acotó Samara, sacándole una sonrisa tímida a Lilian que no duró más de tres segundos. Acto seguido, los ojos de Sam dieron con los cafés de Derek. Ella solo pudo fruncir el entrecejo, sin saber quién era ese extraño —. Disculpa, pero, ¿quién eres? ¿Nos ocultaron la existencia de otro hermano, acaso?
Esa última pregunta fue más una acusación que una duda, y fue dirigida hacia Harry. Se notaba la molestia de Samara ante la situación, pero no estaba enojada con Lilian, lo estaba con su padre y sus terribles decisiones ¿Qué clase de hombre abandona a su hija? Pues, Sam siempre creyó que el suyo no lo haría. Por supuesto, se equivocó...Ella estaba decepcionada.
Volteó para encararlo, aunque solo consiguió sorprenderse ante la venda en la nariz del hombre. Abrió mucho los ojos al encontrarlo de esa forma y su hermana gemela tomó aquello como una indicación para voltear también. Silvana si soltó un pequeño gritó y se mostró preocupada ante el golpe en el rostro de su padre.
—¡Por Dios! ¡¿Pero qué fue lo que te ocurrió, papá?! —Sil se acercó hasta él para analizar la gravedad del golpe.
—¿Quién te golpeó? ¿El Karma? —preguntó Samara cruzándose de brazos. Al parecer la acidez era algo de familia.
—¡Samara, más respeto a tu padre! —le reclamó Clarice.
Sam rodó los ojos y les dio la espalda a sus progenitores. Lilian se sorprendió una vez más, ¿prefería encararla a ella que a su padre y a su madre?
—Soy Derek Osbone —para cortar el ambiente tenso, Derek optó por extender su mano y presentarse. Samara la tomó y la estrechó, devolviéndole la sonrisa amistosa —. No hay de qué preocuparse, gracias al Cielo no soy otro hijo de Harry. Solo soy el novio de Lilian, estoy aquí como compañía.
—Pues, es un placer conocerte, Derek —y ella sonrió aún más al ver que los nudillos del chico estaban vendados —. ¿Puedo llamarte karma? Creo que te pega mejor ese nombre.
Derek frunció el ceño ante sus palabras. Al entenderlas, solo pudo dejar escapar una pequeña carcajada, apenas audible. Harry, quien no estaba muy a gusto con esa situación, cortó con la broma y decidió pedirles a sus hijas que llevaran a sus huéspedes hasta sus habitaciones.
Al instante, se formó otra pelea, puesto que Samara no permitiría que su hermana perdida y su novio durmieran en dormitorios separados. La fuente de este conflicto se debía a que Harry siempre fue muy severo en cuanto a las relaciones amorosas de sus hijas. De hecho, Lilian era la primera de ellas que llevaba a su pareja hasta esa casa. Samara insistió en que no permitiría que los separara, principalmente porque notó la incomodidad y el miedo de Lilian ante ese lugar extraño. Además, no creía que su padre tuviese el derecho de exigirle algo a esa chica.
Lilian era la única con derecho a exigir en ese lugar.
Después de un rato de miradas retadoras y un conflicto padre e hija bastante tenso, Harry cedió ante el deseo de Samara. No quiso seguir discutiendo, así que advirtió que estaría en la sala de estar por si lo necesitaban. Luego, se retiró hasta ese lugar acompañado de su esposa. Sam no pudo hacer más que poner los ojos en blanco y se preguntó quién de los dos era más idiota: ¿Su padre, por haberle hecho algo así a una de sus hijas, o su madre, por seguir con él a pesar de que buscó a otra en algún momento de su matrimonio?
Quizá los dos eran igual de idiotas.
—Si sigues con esa actitud, mamá enfurecerá —le advirtió Silvana.
—¿Y a mí qué me importa? Te recuerdo que ni tu ni yo vivimos bajo este techo, Sil —le habló Sam—. Ya no tenemos que seguir las órdenes de esos dos ciegamente. Me cansé hace años de ser la hijita perfecta que trataron de moldear, pero esto fue el colmo. Defenderé a quien me dé la gana de defender, sin importar que se molesten.
—Yo...emm... —Lilian aún no conseguía las fuerzas para hablar sin titubear —. Lamento ser la causa todos estos problemas.
—No, no, créeme que nuestros problemas familiares no comenzaron contigo —aseguró Samara —. No te sientas culpable cuándo no has hecho nada malo.
—Pero habría sido más fácil para ustedes si el error de su padre se hubiese quedado bien lejos, ¿no es así? —Lilian rodó los ojos, deseando estar en Detroit en lugar de Chicago.
—¡Para nada! —fue el turno de Silvana para hablar —. Habría sido una pérdida de tiempo venir a Chicago si tú no hubieses venido.
—Sil y yo no hemos pisado esta casa desde que cumplimos la mayoría de edad —explicó Samara —. Vivimos en Los Ángeles y evitamos a toda costa a nuestros padres. Digamos que nuestra relación se arruinó hace años.
—¿Por qué? —preguntó Derek con cierta curiosidad.
—Pues, Sam se cansó de las órdenes de nuestros padres —acotó Silvana, encogiéndose de hombros —, y yo sigo a mi hermana a donde quiera que vaya.
—Sil y yo tenemos una relación excelente. Siempre estamos juntas y nos apoyamos mutuamente —continuó Sam —. De hecho, siempre he dicho que, si en algo soy buena, es en ser una gran hermana. Lo creí, hasta que nos hablaron de ti por primera vez.
» Te puedo jurar que en el instante en el que papá nos contó sobre ti, parte de mí se vino abajo. Me di cuenta de que dejé a alguien de lado toda una vida; y no era alguien cualquiera, se trataba de mi hermana. Es cierto que no sabía de tu existencia, pero igual me sentí culpable...aún tengo cierta culpa dentro de mí. Pudimos ser tres en lugar de dos, pudimos haberte dado este cariño que entre Sil y yo siempre ha estado, pudimos haber evitado todo esto...
Si contáramos todas las cosas que pueden ser, pero al final no son en esta vida, esta historia jamás terminaría. Tengo la teoría de que la palabra "podría" nació ante las consecuencias de un presente irreversible. Es tan solo una herramienta para pintar un hoy con mejores posibilidades, como si nuestro día a día fuera una hoja gigante con trazos de grafito capaces de borrarse. No obstante, unas letras unidas no tienen el poder de cambiar el peso de los hechos a través del tiempo.
Añadir un podría o cualquiera de sus conjugaciones a una oración puede agregar belleza a aquel conjunto de palabras. No obstante, es capaz de causar dolor al alma ¿A quién le gusta admitir que algo pudo haber sido y no lo fue? Lo cierto es que a nadie le agrada pensar en eso, aunque estamos tan acostumbrados a hacerlo qué nos lastimamos de igual manera. Resulta sorprendente la inmensidad del masoquismo humano, ¿no lo crees?
Samara notó lo dolorosa que resultaba la realidad de la que trataba de escapar a través de un pudo ser, así que cambió de tema. Junto a Silvana, les indicó a Lilian y a Derek seguirlas hasta el piso de arriba. Eso hicieron y subieron las escaleras tras ellas.
Las gemelas los guiaron hasta una de las habitaciones al final del largo corredor que desvelaba el ala oeste de la casa. La pareja esperó que el dormitorio fuera igual de lujoso que el resto de la mansión y por ello no se sorprendieron con el tamaño de este. Cama enorme, muebles elegantes, ventanales amplios...Ese lugar parecía ser un dormitorio de ensueño, pero Lili se sentía lejos de estar soñando. Solo estaba en un extraño limbo al que aún no sabía si definir como pesadilla.
Samara decidió que lo mejor sería dejar que ellos dos descansaran. Supuso que el viaje y todas las cosas después de su llegada debió de dejarlos exhaustos. Su hermana concordó con ella y, tras ofrecer su ayuda ante cualquier inquietud, se retiraron de la habitación. Tan solo cuando la puerta de madera blanca se cerró tras de ellas y Lilian se encontró a solas con Derek, ella pudo respirar con normalidad.
Su corazón había estado latiendo rápido durante todo ese tiempo. Estaba tan acelerada que tuvo que sentarse en la cama para recobrar las fuerzas. Todo había ocurrido a una velocidad aterradora y ahora se encontraba confundida. Llevó la uña de su dedo pulgar hasta su boca y comenzó a mordisquearla con nerviosismo ¿Cómo se suponía que debía sentirse? ¿Triste, alegre, incómoda, vacía?
Esperó recibir espinas y al no encontrarlas, sus expectativas sobre las rosas quedaron en blanco ¿Ahora que debía esperar?
—No te comas las uñas —le advirtió Derek, dejando las dos mochilas en un pequeño sillón cerca de la cama —. Sé que parece ayudar con la ansiedad, pero no lo hace.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lilian.
—Extiende tus manos —le pidió. Ella le hizo caso y él las tomó con cuidado —. ¿Ves que tus cutículas están llenas de sangre? Si ya llegaste hasta ese punto y aún sientes ansiedad, entonces no es un método que sirva. Hay mejores maneras de calmarse.
Ella pensó en atragantarse hasta vomitar como un método bastante útil, pero eliminó ese pensamiento de su mente por temor a que él lo descifrara. Optó por soltar sus manos, acostar su delgada columna vertebral en la cama y observar el techo. Deseó que hubiera alguna pegatina con forma de estrella en él, pero nada es perfecto.
—¿Tú entendiste lo que ocurrió con Samara y Silvana? —le preguntó al tiempo en el que él se acostó junto a ella —. Es decir, siempre esperé que ellas me odiaran, pero parecen no hacerlo...
—Creo que tus hermanas son la muestra de que, incluso las personas que menos esperas, son capaces de ponerse en tus zapatos. Me recordaron que, a pesar de lo horrible que resulta ser nuestra especie, todos los humanos tenemos la capacidad de sentir empatía, aunque no todos la demostramos.
—Empatía —ella saboreó esa palabra como si fuera parte de algún vocabulario nuevo —. Es que eso no encaja...
—¿No encaja en qué?
—En el tallo de una rosa...
Y es que ella seguía preguntándose dónde estaban las espinas. Temía encontrarlas en algún momento inesperado y que estás se clavaran sin piedad en sus huesos sobresalientes, pues estaba segura de que saldría lastimada tarde o temprano...
Pero quizá las espinas que la atravesarían no vendrían de un par de rosas.
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