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Capítulo 53

Capítulo 53
Las ventajas de tener un delator:
Día 360 del programa M.E.R: 6 de enero del 2016

7:30 am

Lilian Bennett nunca llegaba a tiempo al trabajo y Derek Osbone sabía eso a la perfección...

Y solo por esa razón, el chico se sorprendió al encontrar a su novia en el mostrador de Sweets tan temprano. Fue la primera vez, tras todo el tiempo que llevaban trabajando para esa franquicia, que ella llegó antes que él ¿La razón? Pues, eso resultaba tan obvio como la tristeza en las miradas de los dos.

Desde el día anterior, no se habían dirigido ni una sola palabra entre ellos. Derek quedó con un mal sabor de boca al recibir un rechazo por parte de Lilian, y ella quedó con acidez por haberle dicho lo que resultó un impulso en el consultorio de Margaret. Lili tragó saliva en el instante en el que encontró dolor en los expresivos ojos de su novio. Ella había causado eso...se sentía como la peor persona del mundo.

El silencio instalado entre los dos resultaba ensordecedor. Y sí, un silencio te puede dejar sordo, o al menos la amplitud y peso de este lo puede hacer. Era una ausencia de sonido abrumadora y extraña, algo incómodo que no resultaba normal entre ellos dos ¿Por qué no hablaban de una vez?

—Yo...—eso se escapó de la garganta de Lilian al tiempo en el que abandonaba la barra de jugos para acercarse a él.

Quedaron a tres pasos de distancia, pues ella no se atrevió a acortar la lejanía a centímetros. Se sentía como un monstruo por dejar tristeza en un rostro hecho para verse alegre, dolor en unos ojos que se hicieron para mostrar felicidad. Por ello, bajó su mirada al tiempo en el que un nudo se instaló en su garganta. En silencio, se lamentó por su manera de amar, esa que resultaba inestable, dolorosa y hasta letal.

Creía que Derek merecía algo mejor.

—Yo lo sien...

Sh —él la calló —. No hables.

Fue él quien se hartó de la distancia y la atrajo a sus brazos. La protegió de la única manera en la que la anatomía humana permite hacerlo sin recurrir a alguna fuerza física: un abrazo. Ella se dejó envolver, apoyando su rostro en su pecho y luego escondiéndolo en su cuello. Aspiró su aroma; era dulce, pero no lo suficiente como para asfixiarla. Sinceramente, a ella le pareció el aroma perfecto.

Junto a él, sentía que pertenecía a algún lado ¿A dónde? ¿A sus brazos? ¿A Detroit? ¿Al mundo? ¿A las estrellas? Ninguna de esas, ella solo sentía que pertenecía; y para alguien con un hogar fraccionado, pertenecer resultaba demasiado difícil.

Pero él lograba hacerlo.

Quizá Derek no merecía un amor tan inestable como el de Lilian, pero hay que dejar que sea él quien lo decida. Después de todo, él también sentía que pertenecía junto a ella: pertenecía a esa cercanía, a ese abrazo y por esa chica.

—No tienes que pedirme perdón, ¿sí? —le dijo en su oído —. Lo que pasó ayer fue demasiado difícil de afrontar. Reaccionaste así por miedo y lo entiendo...

Él se alejó del abrazo para tomarla del rostro y sonreírle. Ya no había dolor, tan solo cariño y comprensión. Con el simple hecho de que Lilian hubiese llegado antes al trabajo para ofrecer unas disculpas, él se sintió satisfecho.

—Entiendo todo lo que está pasando. Solo espero que sepas que estoy aquí para apoyarte en lo que sea. No soy igual a Harry, no creo que nadie en su sano juicio quiera imitarlo, así que debes creerme cuando te digo que no me iré.

» Soy de los que se quedan, bonita.

Una sonrisa apareció en los labios de Lilian. No supo cómo, pero él logró transformar esos vocablos simples en una hermosa oración, capaz de recordarle al corazón de Lilian que seguía con vida y no solo en un limbo sin sentido. El idioma con el que hablara Derek nunca tuvo importancia para ella. Incluso si él llegase a aprender ocho más, a ella le daría igual. Lo que le parecería hipnotizante de ese chico que rara vez callaba eran los sentimientos que desbordaban sus palabras, no la lengua o el dialecto que él utilizaba para decirlas.

—Me arriesgo demasiado cada vez que te digo lo mucho que te amo...—le confesó Lilian, bajando la mirada —. Es como entregarte una pequeña parte de mí, aun cuando tengo miedo a que un día despiertes, bajes la vista hacia mis piernas, te des cuenta de lo poco que soy, y decidas irte...

—Si no me he ido aún, no me iré pronto —le aseguró él —, y si aguanto ver lo poco que resulta ser tu cuerpo ahora, es porque aún tengo esperanza de que seas más en un futuro.

Sintiendo el corazón en la garganta, Lilian no pudo hacer más que colocarse de puntillas y adherir sus labios con los de su novio. Lo rodeó por el cuello y él mató la distancia al sujetarla de la cintura. Ahogaron el momento en un beso necesitado; uno en el que se besan más que labios, las almas también se juntaron.

Fue un beso aterrador, pues el temor de Lilian seguía a flor de piel: ella aún creía que podía ser abandonada. No obstante, también fue un beso con propiedades sanadoras, capaz de endulzar un corazón agrio, aunque fuera por unos instantes.

—Y... ¡Corte! ¡Fin de la escena! —una voz conocida para ambos los obligó a separarse del beso —. Lilian, cuando acordamos acompañarte a hablar con Derek, olvidaste mencionar que habría más lengua y saliva de la que suele haber en una charla normal.

Derek volteó para encontrar a las margaritas restantes sentadas en una de las mesas del local. Lilian tuvo que morder su labio inferior para evitar reír ante la reacción de Cloe, mientras su novio volvió la vista a la de ella para cuestionarla con la mirada.

—¿Y ellas cuánto tiempo llevan ahí? —preguntó, señalando a las chicas.

—El suficiente para estar asqueada. Tus manos estaban bajando mucho y no quería ver a donde llegaban —respondió Cloe, poniéndose de pie junto con Dalia y Sanne —. No me malentiendan, me alegra que todo esté bien entre ustedes, pero guárdense ciertas cosas para cuando estén solos.

—Eres una exagerada, Cloe ¿Por qué los interrumpiste? —le reclamó Dalia una vez las tres se acercaron a la pareja—. Si son tan tiernos...

—Ni tanto —Cloe rodó los ojos, pero soltó una pequeña carcajada después —. ¿A quién quiero engañar? Son la parejita más empalagosa que existe...luego del pelirrojo y mi prima.

—Si vuelven a decirme empalagosa...—comenzó Lilian.

—Nos matarás, captamos —rio Sanne —. Cloe, cierra el pico. Somos muy jóvenes para que nos maten.

—Así está mejor —Lili sonrió satisfecha.

Derek soltó una pequeña carcajada y se colocó al lado de su novia. La rodeó con un brazo y besó su frente, sin interrumpir la conversación entre ella y las chicas. Le encantaba ver a la Lilian tan llena de confianza, tan cómoda con otras personas y tan dispuesta a sonreír. De alguna manera, las margaritas lograron traer eso de vuelta en ella ¿Quién diría que lo que Lili necesitó todo ese tiempo era un grupo de buenas amigas?

—Hey, tengo que decirte algo —le habló Lili a Derek.

—Adelante —la animó.

—Pues, ayer, después de hablar con las chicas, las cuatro fuimos a mi casa y....no te tengo que pedir que adivines quien estaba ahí, ¿o sí?

—Harry —adivinó Derek con odio en su voz. Lili asintió.

—En fin, me propuso ir mañana a Chicago con él, a pasar el fin de semana en su casa con su familia—Derek abrió mucho sus ojos debido al impacto que le provocó el escuchar aquello —. Él quiere que conozca a mis hermanas...

—¿Qué cosa? —preguntó aún sorprendido.

—Aguanta, está no es la peor parte, nerd —le aseguró Cloe.

—Lili le dijo que iría —adelanto Sanne.

Si los ojos de Derek antes se veían grandes, ahora parecía que saldrían de sus órbitas en cualquier momento. Lilian pasó años odiando a sus rosas, ¿por qué aceptó conocerlas?

—Él sabe que Caroline me ha hecho daño —le contestó Lilian al encontrar aquella pregunta en su mirada —, así que podría demandarla. Si voy a Chicago podré convencerlo de que no lo haga.

—¿Podrías regañarla? —le preguntó Cloe a Derek —. Ya le dijimos lo estúpido que es hacer algo así. Además, si quieren meter presa a esa mujer, ¡que lo hagan! Se lo merece.

—Sigue siendo mi madre, Clo —Lilian le rogó comprensión —. Y no quiero que Harry sienta que tiene derecho sobre mí. Haré lo posible por defender a las personas que quiero, sin importar que el amor no sea mutuo.

Derek soltó un suspiro, se quitó sus gafas y apoyó su mano en el puente de su nariz. Detestaba a Caroline. Cada vez que Lilian insistía en protegerla, algo en él le pedía alejarla a toda costa. Si por él fuese, esa mujer ya estaría tras las rejas. No obstante, Lili le importaba tanto que aún se detenía a escucharla y a respetar su opinión. Si ella quería a Caroline, entonces él tendría que aceptarlo.

—Supongo que me dices esto para que te acompañe a Chicago, ¿o no? —preguntó Derek, sin soltarla.

—No puedo enfrentarme sola a mis hermanas —dijo Lilian, cabizbaja —. Me gustaría tenerte a mi lado, pero si no quieres...

—Lilian, iba a ir, aunque no me lo pidieras —habló Derek —. Lo que menos quiero es que estés sola con ese hombre. Compraré el boleto hoy mismo y mañana nos vamos a Chicago, no hay problema.

» Además, si bien odio a Caroline y creo que merece ese destino, estoy de acuerdo contigo en convencerlo para que no haga ninguna demanda. Detesto admitir esto, pero tu madre es parte de tu vida y Harry debe entender que no tiene el derecho de cambiar nada en ella. Te apoyo en esto, bonita.

Lilian suspiró con alivio tras escuchar eso, llegó a temer por instantes que él se negara ante su decisión. Ella no se sentía lista para afrontar a sus rosas estando sola y Derek era su pilar más fuerte; lo necesitaba. Si él estaba a su lado, entonces ella sabía que sobreviviría ese fin de semana con las personas que la impulsaron, sin saberlo, hasta la bulimia.

Levantó la mirada para ver a Derek, resultó aterradora la manera en que su corazón se aceleró con tan solo mirar su perfil. Hasta sus huesos temblaron al pensar que ese chico tenía su corazón entre sus manos, y él no lo sabía. Se estaba dejando amar, por más que le daban miedo las consecuencias. Se puso de puntillas y besó su mejilla con cariño.

—¿Qué hice para merecerte? —le preguntó Lilian al estar cerca de su oreja.

Él sonrió y volteó a mirarla. Tomó su mano y solo pensó en una respuesta lógica.

—¿Qué hiciste para merecerme? —repitió la pregunta, como si intentase saborear esas palabras —. Despertar, Lilian. Solo eso hiciste.

Así lo veía él. Con tan solo despertar, Lilian lo enamoraba un poco más ¿Por qué? Porque seguía ahí...

—¡Ay! Si son la pareja más tierna que he visto —soltó Cloe llevando una mano a su pecho, fingiendo dolor —. Es más, eso fue... fue... ¡Demasiado! Me pegó directo en la soltería, ahora sí que me siento sola.

—¡Por Dios! —carcajeó Dalia —. Vuelves a exagerar, Clo.

—¿Qué les parece si dejamos de hacer mal tercio y nos vamos? —sugirió Sanne —. Lili ya está bien acompañada, nuestro trabajo está listo.

—Si, si, mejor vámonos —Cloe tomó a Dalia y a Sanne por los brazos y las arrastró hasta la salida —, porque si estos dos siguen siendo así de empalagosos no podré aguantarlo.

—¡Cloe! —le gritó Lilian al tiempo en el que la rubia teñida abrió la puerta.

—¡No me puedes matar porque te perseguiré como fantasma y te diré empalagosa hasta en tus sueños! ¡Ja, gané está! —sentenció —. ¡Adiosito, los amo!

Sacó a Dalia y a Sanne de Sweets a carcajadas y cerró la puerta con cierta fuerza. Al estar solos, Derek negó con la cabeza con diversión ante la peculiar manera de actuar de Cloe. Lilian también esbozó una sonrisa y se volteó para encarar a su novio.

—Entonces —Derek tomó sus manos delgadas con cariño —. ¿Mañana nos vamos a Chicago?

Lilian asintió con la cabeza y lo abrazó una vez más. Él no la soltó, tan solo la apretó más fuerte contra su cuerpo.

—Será un fin de semana duro...—admitió Lilian en su pecho.

—Nada que no puedas afrontar —le aseguró Derek.

Lilian sonrió, era hermosamente terrorífico que alguien confiara tanto en una fortaleza que ella creía no tener. En ese momento, ella descubrió que Derek rompió otro cliché, uno que no se veía en películas, pero era tan recurrente en la vida de Lili que resultaba el estereotipo que ella más odiaba: aquellos que la dejaban.

Es que, la ventaja de tener a Derek como delator era que él resultaba ser un nerd inesperado. Hacia todo lo contrario a lo que el resto esperaba, lo que implica que él aguantaría un amor inestable, cuando alguien más ya habría salido corriendo...

...

12:30pm

En el instante en el que Sanne empezó a enseñar natación a pequeños, descubrió porque Dann se había dedicado a eso toda su vida: resultaba satisfactorio pasar conocimiento a alguien con el suficiente entusiasmo como para absorberlo. Además, ella amaba dar órdenes y a los niños por igual. Quizá ser entrenadora era el trabajo perfecto para ella y recién lo estaba descubriendo.

Sanne se despidió de sus alumnos, niños y niñas que no pasaban de los siete años. Una vez que esos pequeños salieron del anexo con piscina que tenía el gimnasio, ella se volteó para encarar a su entrenador. Él fue un testigo silencioso durante toda la práctica impartida por su alumna, quien no pudo dejar de esbozar una sonrisa durante toda la lección. Y creer que en algún momento ella fue una niña igual a las que sacudieron sus manos con entusiasmo para decirle adiós a su profesora de natación...

Sanne había llegado muy lejos.

—Me impresionas —le dijo él, arrojándole una toalla que ella, con rapidez, atajó.

—¿Por qué? ¿No esperabas que fuera mejor entrenadora que tú? —preguntó con diversión al tiempo en que secaba las gotas de agua de su cara —. Te gano en todo, Dann.

Dann negó con el cabeza, divertido. Estando en Londres, llegó a la conclusión de que siempre le harían falta esa clase de comentarios por parte de su alumna. Eso sí, no se arrepentía de su decisión, pues el poder escucharla más alegre y verla más sana, lo llenó de orgullo. Las olimpiadas más difíciles a las que Sanne se había enfrentado consistían en el peligroso juego de vencer su ortorexia. Ahora, que comenzaba a ser menos odiosa con extraños y a pensar menos en carbohidratos o en dietas, se podía decir que ella ya estaba en la recta final, al borde de la meta, con la medalla de triunfadora a escasos centímetros de ella.

—¿Vamos a almorzar con tu madre? —preguntó Dann, al tiempo en el que ella se sacaba el gorro de natación, dejando a la vista su desordenado y voluminoso cabello.

—Por supuesto —respondió ella, atando su "melena" en un intento de coleta —. Los quiero aprovechar a los dos por el tiempo que se queden en Detroit ¿Cuándo dijiste que te vas?

—En dos días, Sanne —le repitió por quinta vez en tres horas.

Ella aún no quería afrontar esa realidad.

Sanne suspiró una vez más y esbozó una sonrisa triste. Al vivir a cien kilómetros por hora, ocupándose de mil y un cosas al mismo tiempo, ella se había transformado en alguien muy independiente y madura al mismo tiempo. No obstante, el enfocarse tanto en ella misma, la aisló por completo del mundo a su alrededor. A duras penas notó la presencia de gente importante en su vida. Ahora que estaba viviendo diferente, al compás de una marea más calmada, se estaba dando cuenta de lo mucho que le hicieron falta esas personas. Comenzó a apreciar todo el trabajo que su madre y Dann habían hecho por ella. La apoyaron, estuvieron ahí cuando nadie más lo estuvo.

Con la ausencia de su entrenador notó lo duro que era ser independiente estando completamente sola. Deseó haber aprovechado el tiempo que perdió pensando en ella misma en darles gracias a los pilares más importantes en su vida. Le quedaban dos días para restaurar todos esos años en los que se comportó como una tonta obsesiva por comida sana y competencias...no le parecía suficiente. Al menos, ya podía reconocer que el valor de una persona no define por la calidad de los alimentos que ingiere, sino por la manera en la que ama; y ella quería amar bien.

—Serán dos días en los que no te dejaré en paz —le aseguró Sanne, colocándose una camisa y un short sobre el traje de baño; se cambiaría luego en casa.

Con un movimiento de cabeza, le indicó a su entrenador caminar junto a ella fuera del anexo con piscina hacia el gimnasio. Hablaron de lo que habían hablado durante meses por teléfono: sobre el trabajo de Dann, la apariencia de Rubí, el gusto de Lei por la cultura londinense a la que cada vez se acostumbraba más, el odio de Caleb hacia los doctores y los laboratorios...todas esas historias, ella se las sabía de memoria. No obstante, al oírlas sin un móvil, se sintieron más reales.

No pudo evitar sentirse mal al escuchar lo mucho que su sobrino la extrañaba. El sentimiento era mutuo, le hacía falta su precioso cada día de la semana. Además, parte de ella se culpaba por no conocer a Rubí, a quien sólo había visto en fotos. Incluso echaba de menos a Lei y sus comidas que rozaban el límite de lo no saludable. Los Carlton le hacían falta en todo sentido.

—No sabes cuánto te extraño, niña —le confesó Dann, al tiempo en el que caminaban por el gimnasio hacia la salida.

Sanne soltó un suspiro; al parecer, ella no era la única con el corazón dividido entre Londres y Detroit. Dann estaba aprendiendo a vivir sin su alumna estrella, a quien veía como una hermana. No obstante, aún le hacía falta. Estaba tentado a llevarse a esa margarita junto a él hasta el Reino Unido. El único detalle era que no sabía si eso sería lo correcto, no quería apartarla del estilo de vida que ella sola creó y que le sentaba de maravilla. Se prohibía a sí mismo ser egoísta, aunque pensaba que quería volver a nadar junto a ella en la misma piscina.

—¡Hey! —la voz de Dalia los hizo voltear a los dos mucho antes de poder alcanzar la salida.

—¡Dali! —Sanne sonrió al encontrar a su amiga, quien se acercó hasta ellos —. ¿Cómo estás?

—Bien, entrenadora —dijo con diversión —, aunque cansada. Hice todos los ejercicios que me pediste.

La pelirroja estaba bañada en sudor y la coleta alta que ataba su cabello era un completo torbellino. No obstante, se le veía sonriente. El orgullo dentro de sus ojos verdes era demasiado evidente, pues su ropa XL le quedaba cada vez menos ajustada. Dann notó su mejoría desde el instante en que la vio, y no dejaba de sonreír ante la pérdida de peso en la pequeña Milestone.

—Ehh, y no saben lo que me pasó...—Dalia se acercó hasta ellos, con la intención de contarles algo con el valor de un secreto —. ¿Ven a ese grupo de chicos de allá?

—Ajá —Dann asintió ante el movimiento disimulado de Dalia. Señaló a un grupo al fondo del gimnasio —. ¿Qué pasó con ellos? ¿Te molestaron?

—Si se estaban burlando de ti, voy ahora mismo a ponerlos en su lugar —espetó Sanne, con molestia.

—No, no, no —Dalia la detuvo y sonrió con cierta emoción —. Es decir, ellos me estaban mirando, pero no de una mala manera...

Sanne y Dann solo pudieron intercambiar miradas.

—¿Coquetearon contigo, Dali? —Sanne alzó una ceja y la chica obesa se sonrojó al punto de alcanzar el color de su cabello en sus mejillas.

— Pues...como que sí —rio con nerviosismo —. Es la primera vez que alguien se me acerca a hablarme con esa intención. No hubo asco de por medio ni algo por el estilo, solo miradas agradables.

Dalia recogió uno de sus mechones de cabello y lo entrelazó en su dedo. No sentía especial atracción por ninguno de los chicos que la miraron y le hablaron de manera coqueta, aunque respetuosa, pero le resultó imposible esconder su emoción ante ello. Recibir esa clase de atención era algo nuevo para ella, una especie de logro que creyó que nunca le pasaría. Por lo general, quienes recibían piropos eran las delgadas. No obstante, ese día, a ella le habían regalado unos cuantos a pesar de los rollitos en los costados de su abdomen.

Resultó ser que sus pecas infinitas, su cabello de fuego y sus ojos dulces eran capaces de opacar unos brazos llenos de celulitis y estrías.

—¿Es normal que esté así de emocionada? —preguntó sonriente y con poco aliento.

—Por supuesto que sí, Dali —Sanne le sonrió de vuelta, con ternura —. Aunque debes acostumbrarte a recibir piropos. Ahora que estás dejando salir a la verdadera Dalia, más chicos querrán ser parte de tu vida.

—¿Tú dices? —preguntó, no muy segura.

—Por supuesto que sí, pequeña Milestone —le sonrió Dann —. ¿Saben algo? Ustedes cuatro, e incluyó a Lilian y a Cloe en esto, han estado refugiando lo más brillante de sus personalidades dentro de sus trastornos por mucho tiempo. Los delatores teníamos la esperanza de que, al llevarlas con Margaret, dejarían salir lo mejor de ustedes y lograrían curarse...No saben cuánto me alegra estar presente para ver que eso está ocurriendo.

» No son las mismas personas que dejé cuando me fui a Londres y me encanta saber que tendrán futuros alejados de lo que las llevó a un consultorio lleno de flores el año pasado. Es cuestión de tiempo para que el resto del mundo se dé cuenta de las maravillosas personas que son ¿Quién sabe? Quizá ustedes logren cambiar a esta sociedad al hacer que la gente se fije en cuatro margaritas antes que en un montón de rosas.

Sanne sonrió ante esas palabras. Se veía tan imposible cambiar a la sociedad de esa manera. Por ahora, las chicas solo conocían a un número reducido de personas que preferían margaritas antes que rosas. Editar la perspectiva de todo un mundo no sería algo tan sencillo. No obstante, ella sintió la necesidad de decirle gracias a Dann: gracias por creer eso, por darle ánimos a Dalia, por llevarla a ese consultorio, por saber que estaba enferma incluso cuando ella no lo quiso ver...No pudo pronunciar aquello que se atoró en su garganta, porque resultó una palabra sentimentalmente complicada. Sus ojos se cristalizaron con tan solo pensar en la inmensidad del agradecimiento que sentía hacia su entrenador.

Es que la ventaja de que Dann Carlton fuera su delator era que él no solo la entrenó para nadar con rapidez en una piscina, sino que le enseñó mil y una lecciones más sobre la vida.

...

1:20 pm

—No puede ser — los ojos de Dalia se abrieron en sorpresa al destapar la caja decorada en sus manos.

Había resultado un gran día para ella, otras veinticuatro horas en las que no había renunciado a mejorar. Le costó menos el ejercicio, recibió el primer halago en su vida a parte de los que recibía por parte de su familia, pasó tiempo con sus padres, con sus amigas, y estaba feliz porque...simplemente porque sí.

A todo eso, debía sumarle una nueva emoción. Calvin, quien observó su reacción con una sonrisa, le entregó aquella caja con papel decorado, aunque mal envuelta, con el fin de provocar esa alegría que ahora iluminaba el rostro de su hermanita. Sentado a su lado, tomó el regalo con sus manos y lo extendió frente a ella, puesto que Dalia seguía en shock ante la sorpresa. El tutú de talla grande resultaba de un rosado pastel precioso y demasiado hipnotizador a los ojos de la bailarina soñadora.

—Te dije que hacían tutús de talla XL—le comentó su hermano, mostrando su sonrisa —. Bueno, en verdad no los hacían...la ventaja de ser el dueño de un imperio de la moda en crecimiento es que puedo decidir qué prendas se hacen, y cuáles no. Resulta, que ahora si se venden trajes de ballet en tallas grandes.

Dalia llevó una mano a su boca con sorpresa ¿De verdad tenía enfrente aquella pieza que se veía tan perfecta? Tocó la falda con delicadeza, era suave cual pétalo de flor. Tomó la prenda de las manos de su hermano y analizó el grosor del agujero por el que pasaba el cuerpo de la bailarina...una bailarina con grasa decorando sus costados.

—Ahora no hay nada que te impida cumplir tus sueños, hermanita —habló Cal —. Es hora de que sueñes despierta...

Ya se ha dicho antes que los hermanos Milestone poseían casi las mismas características: mismos ojos verdes, mismas pecas abundantes, mismo cabello de fuego...la única diferencia eran las cantidades distintas de kilos en sus cuerpos, pues ahora las sonrisas de ambos resultaban igual de duraderas.

Dalia se lanzó a los brazos de su hermano, rodeándolo en uno de esos abrazos Milestone tan cálidos como una tarde de verano. Se imaginó a sí misma dando piruetas, bailando como siempre quiso. No temió que se repitieran las burlas, pues su entusiasmo alejó todos los malos recuerdos. Tan solo vio su sueño convertirse en algo tan real que podría estar a su alcance si tan solo estiraba sus gruesos dedos...

—¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! —exclamó, sin soltarse del abrazo —. No sé cómo lo haces Cal, pero siempre me regalas nuevos comienzos...

—No te confundas, chiquita —le advirtió su hermano —. Este comienzo te lo regalaste tú misma. Tú eres quien está mejorando, eres tú quien decidió vivir la vida que mereces. Yo solo te conseguí un tutú acorde al tamaño de tu alma.

Dalia intensificó el abrazo, queriendo estar aún más cerca de su hermano, a pesar de que eso resultaba físicamente imposible. Ella siempre le agradeció a Calvin llevarla al consultorio de Margaret en primer lugar. No obstante, ahora le estaba agradecida por tantas cosas que le era imposible encontrar una medida para la longitud del "gracias" que quería expresar. Un tutú era poca cosa comparado con todo lo que le había dado su hermano.

Y no hablamos de comienzos está vez, pues lo más importante que le dio Calvin a Dalia fue amor. Incluso cuando nadie, ni siquiera ella misma, le regaló cariño a ese cuerpo obeso, él estuvo dispuesto a dárselo. La ventaja de tener a Cal como delator era sencilla: él media la importancia de una persona por el peso de su alma, no por los kilos en su cuerpo.

...

1:40 pm

Es difícil reír con recuerdos terribles atormentado la mente. Sin embargo, las Nicols conseguían hacerlo bastante seguido. Inclusive, lo hacían parecer sencillo, casi como un arte: el arte de sonreír. No obstante, estaba lejos de ser fácil. Cada sonrisa significaba un inmenso esfuerzo por parte de las dos.

—¡¿Gané?! —preguntó Eve, mirando sin comprender la consola de juego en su mano.

—Eve, reiniciaste la partida hace como diez minutos —carcajeó Cloe.

—¿En serio? —ella se sorprendió —. Creo que no sirvo para esto...

Cloe soltó una carcajada que hizo sonreír a su prima. Si hablamos de la contextura de Cloe, esta seguía igual de delgada y preocupante. No obstante, te puedo asegurar ella estaba comiendo más. La chica llegó a la conclusión de que era hora de dejar de depender de la opinión del resto, así que ya no vestía ropa que escondía su excéntrica personalidad. De verla en la calle, con sus camisetas de videojuegos coloridas, sabrías que había una friki dentro de esas costillas salientes. Eve no podía estar más orgullosa de que el reflejo de su prima ahora lucía más como Cloe que como una copia de sí misma.

Cloe tomó la consola que Eve dejó en el mostrador de la floristería. Ambas se encontraban ahí, trabajando. Ya que el juicio de su agresor por fin llegó a su fin, la delatora rubia decidió ponerle un punto definitivo al capítulo de su vida que incluía formar parte del medio audiovisual. En su lugar, se encargaría del negocio de sus padres. Clo, por su parte, había decidido ayudarla. Pronto, comenzaría una carrera universitaria que sorprendió a todos cuando la escogió: nutrición.

Le dejó muy claro a sus familiares y amigos una cosa: "sé exactamente lo que no se debe hacer. Entonces, ¿por qué no estudiar lo que es correcto y ayudar a otras personas?" Decidió dejar los videojuegos como un hobby en el que resultaba bastante buena. Así que se podía decir que la margarita que estuvo al borde de acabar con su vida voluntariamente, ahora buscaba un futuro lejos de la fuente de todos sus problemas.

Le pondría un parado no solo a su anorexia, sino a la de muchas personas más.

Eve se rindió en cuanto a seguir intentando con aquel aparato. Se levantó del mostrador y decidió ir a inspeccionar unos ramos de flores en las estanterías más cercanas. Un hábito preocupante que había adquirido la delatora, era el de observar por demasiado tiempo un solo objeto. Ya todos sabían que eso ocurría cuando las memorias la invadían, y lo comprobaban cuando su labio inferior comenzaba a temblar.

El corazoncito blando de Eve lloraba en un silencio envolvente, tan triste que resultaba imposible de ignorar.

Cloe se apresuró a ir hacia ella al notar ese diminuto temblar en sus labios. La abrazó por la espalda y con ese tacto impidió que los ojos azules de su prima siguieran fijos en las flores. Pudo comprender por lo que pasaba ya que ella también era protagonista de memorias dolorosas. La diferencia era que Eve tuvo varios agresores que la hirieron, Cloe solo se tuvo a sí misma como fuente de destrucción.

Se detuvo a pensar en lo duro que debió haber sido para Eve vivir de la manera en la que vivió. Le dolió, pues ella pudo haberla ayudado de no haberse comportado como una odiosa durante años. Entonces, solo entonces, agradeció el hecho de que su prima la hubiese llevado al consultorio de Margaret el año pasado. Así descubrió la verdad dentro de sus costillas salientes, ella era más que una calculadora de calorías o un costal de huesos.

Gracias a Eve, Cloe Nicols tenía las ganas de mostrarse al mundo en su máxima expresión.

—¿Te digo algo? —le preguntó, aun abrazándola.

—¿Qué cosa? —cuestionó Eve con un hilo de voz. Las memorias seguían siendo muy fuertes como para hablar sin temblar.

—No sé cómo lograste todo lo que hiciste viviendo el infierno que te tocó —le dijo —, pero estoy muy orgullosa de ti, Eve.

Eve sonrió de lado al escuchar aquello. Recordó que alguna vez le dijo a Calvin lo aterrada que estaba de que el programa pudiese separarla de su prima aún más. Resultó todo lo contrario, se unieron gracias a las reuniones de la doctora.

—Y yo de ti, Cloe —le respondió Eve.

—¿No me vas a decir Clo-Clo? —preguntó Cloe con un puchero.

—Creí que no te gustaba ese apodo...

—Esa era la anorexia hablando. La Cloe que quieres adora que su prima la llame así.

Tener a gente como los delatores en sus vidas les trajo un sin fin de ventajas a las margaritas, quienes eran incapaces de contar con precisión todo lo bueno que ellas habían instalado en sus caóticas maneras de comportarse. Cloe estaba segura de que tener a Eve junto a ella le daba la mejor de todas las ventajas, pues esa delatora en particular tenía un don que no muchos en la tierra poseemos: un corazón blando, que se vuelve de titanio por ciertas personitas.

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