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Capítulo 48

Capítulo 48
Llenando el vacío:
Día 236 del programa: 13 de noviembre del 2015

10:00 am

Lilian adquirió el don de perdonar ese último año. No le costó aceptar las disculpas de Margaret luego de aquella pelea en el consultorio de Ume, tampoco le resultó difícil hacer las paces con Derek luego de su primera disputa como pareja, ni con sus amigas después haberlas hecho enojar varias veces. En fin, le había agarrado el gusto a pronunciar las palabras "te perdono". Incluso, resultaban dejar un sabor dulce en su paladar. Pero a la única que nunca perdonaría, sería a si misma...y menos ese día.

Con la foto de la perfección que nunca alcanzaría en su mano y con la duda de lo que pudo haber sido su vida — pero no fue — en su mente, recordó que día era en el calendario. Soltó un suspiro y se sostuvo del lavamanos, se sentía como peso muerto en vida, deambulando entre un enojo y una melancolía que solo la llevaban al mismo punto una y otra vez: el del dolor interminable ¿Por qué no pudo quedarse dormida?

Se rodeó a sí misma, sintió sus costillas y se maldijo en silencio por despertar. Pudo haberse quedado en su cama, durmiendo hasta el día siguiente, y despertar en una mañana distinta a esa. Pudo haber intentado cerrar los ojos una vez más, pudo abrazar a Derek con más fuerza para combatir el insomnio, pero no hizo nada de aquello. Se levantó de manera automática, fue hasta su baño—¿por qué insistió en quedarse en su casa la noche anterior en primer lugar? ¿No habría sido más inteligente dormir en otro lugar? —, y buscó la foto...la dichosa foto...

Ese día, se cumplían cuatro años desde que descubrió quienes eran las chicas de la fotografía; ese día, se cumplían cuatro años del comienzo de una vida desgraciada y demasiado cruel.

El vacío del abandono la invitó a llorar, pero se rehusó. No es que fuera fuerte al aguantar sus lágrimas, sino que creía que, si lloraba, debía de hacerlo por alguien que valiera la pena. Ese era el momento de llorar por sí misma, y como no creía valer algo, le prohibió a sus ojos cristalizados derramar los mares acumulados.

Al no tener efecto en su mirada, el vacío se trasladó hasta el resto de su ser. Se apretó con fuerza, como si tratara de desvanecer o hacerse más pequeña. No logró nada, tan solo aumentó el dolor dentro de su cuerpo. Su labio inferior comenzó a temblar y supo que esa era señal de que pronto comenzarían los recuerdos. En instantes, comenzaría su propia película se horror.

Recordó, en sus últimos segundos de cordura, que Derek estaba afuera durmiendo, sin imaginar lo que a ella le atormentaba estando despierta. Lilian se apresuró a cerrar la puerta del baño con llave, no podía permitir que él la viera en ese estado. Una vez encerrada, buscó entre los compartimientos del baño hasta dar con esa bolsa llena de comida. Suspiró, jamás se perdonaría lo que le hacía a su cuerpo, pero era la única manera que conocía de estabilizar sus sentimientos. Aprendió de su madre que ella tan solo fue un error, y los errores no merecen sentir más que dolor, ¿no? Quizá no tiene mucha lógica, pero ella nunca razonaba con claridad al tener frente a sus ojos la opción de atragantarse en comida. Quiso comer hasta sentir dolor, y vomitar hasta percibir ardor.

Su labio comenzó a temblar otra vez y esa fue la entrada triunfal de las memorias más dolorosas de Lilian. Cuatro años atrás, su vida se echó a perder. Una vida feliz, quizá demasiado perfecta, se fue por la borda. Al pensar en ese trece de noviembre en particular, se le erizó la piel. Ese fue el día en que vio a su madre borracha por primera vez...

Fue el día en que, más ebria de lo que su hija alguna vez pudo ver, Caroline le dijo que ella tan solo fue un error que su padre cometió. Al no querer asumir las consecuencias, ni romper a su familia original —pues, el hombre cometió esa falla estando casado y con hijas —, decidió fingir una vida paralela. Convenció a Caroline, quien se enamoró perdidamente de él, para conservar a esa niña y fingir ser una familia real, cuando la verdad el utilizaba los días de semana para pasar el tiempo con las hijas que si planeó y los fines de semana para aguantar a una adolescente enamorada y a su error.

Fue ese trece de septiembre el día en que Lilian se enteró de toda la verdad; el día en el que su madre le dijo que su padre se había marchado porque ella no logró alcanzar el estándar de perfección que él deseo. Todo se vino abajo aquella vez...todo se transformó en un vacío del cual no terminaba de caer. El primer alimento entró a la boca de Lilian de una manera rápida y desesperada. Ella ni siquiera pudo saborear lo que supuso debía ser un pastelillo... ¿O fue un pedazo de pan? No lo sabía, pues no veía lo que se tragaba.

Tan solo lo tragaba y ya.

Luego de ese primer alimento devorado, atrajo el resto a su boca al compás de la desesperación de su vida. Comió y comió, tragó y tragó. Quisiera ser más descriptivo a la hora de narrar, pero la verdad es que los atracones de Lilian solían ser tan grotescos que la llenaban de vergüenza, y no me siento con la potestad de revelar cada detalle de una escena tan personal. Tan solo debes saber que la velocidad en la que bajaban los carbohidratos por su tráquea podía hacerle competencia a la velocidad de la luz.

Sí, a la velocidad de la luz.

Un aproximado de 2000 calorías pueden considerarse un atracón, pero estoy seguro de que Lilian ingirió más es día. Perdió la razón en sí misma, comió sin respirar ni pensar. Tan solo buscaba llenar un vacío que no estaba en su estómago, sino en cada centímetro de ella ¿Y cuándo se pensaba detener? Cuando le doliera...o cuando la bolsa estuviera vacía.

Un inmenso quejido en forma de punzada se apoderó de su estómago. Cayó al suelo tras rodearse la barriga para gritar de dolor. Bien, ahora se sentía llena...pero patética. Se abrazó a si misma durante largos minutos en los que recuperó, poco a poco, la conciencia de sí. Ese era el instante en el que la vergüenza la invadía. Ahí, mientras el dolor se apoderaba de ella, se detuvo a pensar en lo que alguien más diría al verla en esa situación.

El corazón se le aceleró, el estómago le dolía, la comida se le revolvía...si alguien llegaba a verla así, no sabría que hacer ¿Quién la entendería de encontrarla en ese estado? ¿Quién no la vería con asco al descubrir la manera tan repugnante en la que comía? Volvió a agarrar la foto, de seguro ellas no se preguntaban lo mismo. Las rosas de Lilian no se veían como chicas que tenían la desdicha de buscar consuelo al atragantarse en comida ¡Ellas parecían tener la vida que ella no pudo conseguir!

—¡Ah! —soltó un quejido corto tras sentir un revoltijo doloroso en su estómago.

Agradeció que su voz ronca fuera casi inaudible, así Derek no se despertó con sus quejidos. Sintió como la comida pidió regresar a su tráquea, devolverse a donde había entrado en primer lugar. Solo quería deshacerse de los alimentos que devoró con tanta desesperación. Esperaba que, al vomitar, los recuerdos se fueran, al igual que las calorías. Eso nunca pasaba, pero jamás dejaba de intentar.

Se levantó del suelo con dolor, dejó la fotografía en el lavabo, y se puso frente al inodoro. Ese era el momento en el que sus dedos tomaban un papel importante en la historia: debía de introducirlos en su boca, llegar hasta su garganta con ellos hasta producir arcadas capaces de raspar su interior. Ese era el instante de mayor dolor y de mayor vergüenza, pero lo sentía demasiado necesario. No sabía que sería de su vida si no expulsaba todo ese dolor.

Y debió aguantarlo un poco más...

No pudo introducir su mano en su boca, pues un golpe seco proveniente de su habitación la asustó. A pesar del dolor en su estómago y de sentirse tan llena que le resultaba incómodo caminar, abandonó el inodoro para correr hacia la puerta y abrirla ¿Qué había ocurrido? Temió por la seguridad de Derek, pues en una casa en la que habitaba Caroline podía temer por lo que sea. Así que su miedo fue más grande que sus impulsos de vomitar. Claro que el terror fue eliminado de su sistema en el momento en el que encontró lo que encontró en su habitación.

—Eh... ¿Qué está pasando aquí?

Sanne, Cloe, Dalia, Eve y Calvin estaban en su habitación...por alguna razón. Uno de los caballetes de Lilian estaba en el suelo y Derek parecía ser el responsable de ello. Cloe miró al nerd con reproche y lo golpeó en el hombro.

—¡Arruinaste la sorpresa! —lo regañó —. No sirves para estas cosas.

—¡Pero si tú me empujaste! —le reclamó el chico, que era el único en pijama en la habitación aparte de Lilian.

—¡Tú me pisaste! —contraatacó la chica.

—Hey —Lilian los detuvo a ambos —. ¿Y si mejor me dicen que hacen todos en mi habitación y luego siguen discutiendo?

Dalia y Sanne corrieron hacia Lilian para abrazarla con entusiasmo. En cuestión de segundos, Cloe se unió también a ese gesto cariñoso. Las tres no tenían ni idea del malestar que invadía a Lili en ese instante. De hecho, ninguno de los presentes sospechaba que ella sentía angustia por tener todas esas calorías en su interior, o que contaba los segundos para quedarse sola y poder expulsar todos los sentimientos ¿Y cómo iban a imaginar que ella pensaba eso en un día como ese?

—¡Feliz cumpleaños!

Ese trece de noviembre, Lilian Bennett cumplía dieciocho años; otra razón para sentir que el levantarse de la cama fue una mala decisión.

—Yo...eh...—tragó saliva y miró a Derek, quien le sonrió de lado.

—¿De verdad creíste que dejaría que este fuera un día triste? —se acercó hasta ella, tomó su rostro con delicadeza y beso su mejilla —. Feliz cumpleaños, bonita.

—Ew, nada de muestras de amor con nosotras tan cerca —dijo Cloe haciendo una mueca que le sacó una carcajada a Derek.

—Gracias —Lilian se limitó a sonreír —, a todos.

—No, todavía no agradezcas nada —la detuvo Sanne —. Derek, ¿tienes el obsequio, o también echaste eso a perder?

—Pero que poca confianza tienen en mi —él rodó los ojos y se alejó de ellas para buscar aquello.

Mientras Derek se encargaba del obsequio, Eve y Calvin se acercaron a la cumpleañera para envolverla en un abrazo. Otra cosa interesante que ocurrió ese año, además de agarrarle gusto a perdonar, fue que Lili comenzó a tolerar más los abrazos. Quizá eso se debía a que las margaritas eran demasiado cariñosas, igual que los delatores. Eventualmente, se acostumbró a recibir cariños. Pero ese día en particular, no estaba muy dispuesta a aguantarlos.

No la malentiendas, recibió a Calvin y a Eve con una sonrisa, pues les tenía cariño a ambos. Pero, por dentro, solo deseaba que todos se fueran para poder vomitar...tenía demasiadas ganas de soltarlo todo hasta percibir ardor en su garganta. Sintió nauseas una vez que la comida se revolvió por completo en su interior, pero se contuvo. Ignoró todo el malestar y fingió estar relativamente bien, hasta sonriente.

Derek sacó una pequeña caja envuelta de la parte baja de la cama de Lilian. Eso la hizo fruncir el ceño, ¿cuándo puso eso ahí?

No pudo formular aquella pregunta, al menos no en voz alta, pues fue interrumpida por un grito proveniente del exterior de su cuarto. Caroline la llamó de la única manera en que sabía hacerlo: con hostilidad y a todo volumen. El nombre de Lilian sonaba como un montón de clavos cayendo al suelo cuando era pronunciado por su madre.

La chica solo pudo soltar un suspiro al escuchar pasos acercarse a su habitación. Derek soltó una maldición y no tardó en esconderse bajo la cama. La madre de su novia lo odiaba por el simple hecho de estar para Lilian cuando nadie más lo estuvo. Casi parecía que Caroline sentía envidia de su propia hija porque, después de todo, alguien nunca la abandonó... Pero, ¿quién se había quedado por Caroline?

—¡Lilian! ¡¿Por qué carajo haces tanto ruido?! —entró a la habitación, transformando el ambiente alegre en uno demasiado incómodo.

Eve y Calvin fueron los principales sorprendidos ante la aparición de esa mujer de ojeras notorias, hedor a cigarro y ojos irritados. Por su parte, las margaritas adquirieron un estado alerta al instante ¿Qué podían hacer para defender a Lilian? Pues, no mucho. Pero hay que darles crédito por querer intentarlo.

—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Caroline con sus ojos entrecerrados, pues la luz de sol que entraba por los ventanales eran un infierno para su resaca —. ¿Qué están haciendo aquí?

Lilian suspiró con fuerza. Otra de las desventajas de no purgarse inmediatamente después de un atracón era que se sentía mucho más pesada y, por lo tanto, más decaída de lo normal. Así que, volteó con lentitud para encarar a su madre.

—Son amigos —le respondió fingiendo una sonrisa —. Y están aquí porque hace dieciocho años cometiste el error de no usar protección. Es lo que pasa cuando no te detienes aunque sea cinco segundos a pensar si estas lo suficientemente sobria como para enrollarte con un tipo y asumir las consecuencias: nace gente como yo.

Auch...aunque Lilian no mintió. Fue el error de una adolescente y un adulto joven pasados de copas; y ese error era la razón por la cual todas esas personas estaban ahí ese día, en una habitación llena de cuadros, pinturas y pinceles.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Caroline, confundida —. ¿Es tu cumpleaños, Lilian?

—Acertaste — Lili se cruzó de brazos —. Hace dieciocho años llegue a tu miserable vida. Felicidades, mamá.

Ella pronunció "mamá" como quien acusa a alguien de algo malo. No olvidaba todos los golpes que recibió de las manos que alguna vez le proporcionaron protección, ni el incidente con ese hombre borracho que aún le causaba pesadillas. Por ello y por mucho más, aquella palabra maternal dejó de tener valor para Lilian, así que solo la usó con el fin de hacer sentir mal a Caroline. Quería que su madre fuera capaz de ver el daño que le había hecho, quería que ella llorara y se arrepintiera de su error. Esperaba que esas dos silabas la llenaran de dolor...

Pero, por supuesto, Caroline no sintió nada. Se quedó inexpresiva, destrozando aún más el corazón de su hija. "Me lo esperaba" pensó Lilian, aunque en el fondo si creyó que recibiría una disculpa ese día. Después de todo, las palabras te perdono suelen ser dulces al paladar.

Lilian suspiró al no obtener respuesta, y sostuvo su estómago disimuladamente al sentir la comida retorcerse una vez más. Le dio crédito a los recuerdos por las náuseas, en lugar de a las calorías. Si algo quería expulsar de su ser eran los años en los que Caroline fue una buena madre. De esa manera, podría odiarla del todo. Pero, como no podía, todo era más complicado de lo que le habría gustado.

—¿Podrías largarte de mi habitación? —le dijo Lilian con hostilidad —. Quiero pasar el día en el que arruinaste nuestras vidas con las personas que...si me aman.

Algo de sentimiento...tan solo buscaba un detalle que indicara que su madre aun sentía algo por ella. Arrepentimiento, dolor, odio, enojo, amor, ¡lo que fuera! Pero solo encontró una enorme indiferencia.

—No hagan ruido —se limitó a decir —. Y quiero al infeliz de lentes lejos de mi casa, en caso sé que se te ocurra invitarlo.

—Vuelve a llamarlo así, y te pondré a vivir en la calle —la amenazó.

—¡¿Que...?!

—¡Oíste lo que dije, no me hagas repetirlo porque te juro que lo haré! —le gritó su hija —. Él puede venir a mi casa si yo lo decido, ¿entiendes? Ahora, vete a beber, que es lo que haces mejor.

Caroline quedó impactada ante la autoridad y seriedad de su propia hija. En sus ojos notó que hablaba en serio: si se metía con el infeliz de lentes, o con cualquiera en esa habitación, Lilian tomaría medidas drásticas ¿Echarla se la casa? Aquí entre nosotros, no creo que hubiese sido capaz de hacerlo. No obstante, sí que tomaría acción en contra de su propia madre.

Sin nada que decir, Caroline se marchó de la habitación. Una vez esta estuvo afuera, Lilian soltó un suspiro que sonó más como un sollozo sin fuerza suficiente como para transformarse en un llanto. Rendida, se sentó en la esquina del colchón de su cama. Era extraño: estaba llena, pero se sentía vacía ¿Cómo era eso posible?

Cloe se sentó a su lado, Dalia al otro, y ambas la abrazaron. Sanne se agachó a su altura y la miró con comprensión.

—Estoy muy orgullosa de ti —le dijo con una sonrisa leve.

—¿Por qué? —preguntó la chica sin comprender.

—Porque logras llenar de fortaleza un cuerpecito que a duras penas tiene espacio para unas costillas.

Lilian soltó una media sonrisa, un gesto involuntario. No estaba tan delgada como a inicios de año, pero seguía siendo preocupantemente flaca. Era increíble que, dentro de todo lo que estuviese pasando, ella aun encontrara fuerza para levantarse y para vivir incluso los días más difíciles. Era algo para sentir orgullo.

Dalia y Cloe se levantaron al sentir que otra persona se sentaba en el colchón. Derek, quien había salido de su escondite, abrazó a Lilian por la espalda y dejó un tierno beso en su mejilla.

—Te amo —le dijo en su oído —. Gracias por defenderme.

—Ella no tiene el derecho de llamarte así —Lilian no lo alejó, continuó apoyada en sus brazos —. Haces más cosas por mí que ella...Todos ustedes han hecho más por mí de lo que mi madre alguna vez intentó.

—Y lo hacemos con gusto, descorazonada —le sonrió Cloe.

—Ten —Derek le entregó la caja bien decorada —, para que veas lo mucho que te queremos.

Lilian rodó los ojos con diversión, ¿por qué se tomaron la molestia de hacerle un regalo? Rasgó el papel decorado con cuidado, encontrando una caja. La abrió, y sus ojos vieron algo que nunca creyó recibir como obsequio.

—¿Un espejo? —preguntó, tomando aquel espejo de mano.

En el cristal no encontró únicamente su reflejo destrozado. Un conjunto de letras escritas en el espejo le hicieron entender porque aquel era un obsequio digno de apreciar. Palabras como artista, empática, consejera, descorazonada, bonita...todas esas formadas en distintas caligrafías, acompañando el reflejo de su rostro que, por alguna razón, sonreía.

—Esas palabras son cosas que creemos que te describen a la perfección —le explicó Dalia —, eso que te hace la Lili que queremos.

—La idea fue de Derek —le informó Eve, sonriéndole con complicidad a su joyita.

—Quería que te vieras con mis ojos —él sostuvo su mano y le sonrió a Lilian —. No se me ocurrió mejor manera para que entiendas lo que nosotros podemos ver en ti: una persona maravillosa.

Lilian miró a Derek y olvidó la horrible sensación de sentirse llena y avergonzada al encontrar sus ojos. Luego, se fijó en el cristal, en todas las palabras puestas en él, y una de las sonrisas más amplias que los presentes en la habían visto se apoderó de su rostro. Olvidó su cumpleaños, y los recuerdos, incluso a Caroline, y se quedó con todas esas palabras ¿Cómo ellos podían ver eso en un error como ella? No lo sabía, creía que estaban equivocados, pero la llenaron de una alegría inmensa, una que no sabía que podía caber en ella.

—Es el espejo más hermoso que jamás he visto —les dijo, levantando la mirada.

—No es el espejo —habló Derek —. ¿Acaso no ves que eres tú?

Lilian negó con diversión, ¿cómo era posible estar enamorándose cada vez más y más? Le dio un beso corto en los labios y le sonrió con cariño al chico que sentía polillas en su estómago solo por ella.

—Gracias —se limitó a decir —. Te amo, Osbone.

—¿Y por qué Derek es el único que recibe cariño? —se quejó Sanne—. ¡Nosotros también escribimos!

—También los quiero a ustedes —dijo Lilian levantándose de la cama, les sonrió —. Se los agradezco muchísimo.

—¡Y a esto le llamo ablandar a un corazón de roca! —exclamó Cloe con alegría —. ¡Solo mírate! ¿Quién diría que eres el agrio limón que conocimos en enero?

—Bueno, la confianza lo es todo para mí, en eso baso mis amistades —se encogió de hombros —, y ustedes se la ganaron. Felicidades, ya conocen el lado dulce de un limón.

—¡Ay, me harás llorar! —soltó Dalia —. ¡Ven aquí y dame un abrazo!

La figura corpulenta de Dalia rodeó la delgadez de Lilian, quien se permitió ser abrazada por el resto del grupo también. Se sentía bien ser querida por alguien. Era agradable saber que un grupo considerable de personas la veían de un millón de maneras distintas, pero no como un error.

Aunque eso también la aterraba. Por lo general, aquellos que la amaban, la abandonaban. Sin embargo, luego se dedicaría a entrar en pánico. En ese instante, solo quiso sentir lo agradable que podía ser un abrazo. Lástima que el sentimiento agradable no duró demasiado.

—¡Ah! —soltó un quejido de dolor al sentir como la comida cada vez le hacía más daño.

Estaba demasiado llena.

Se alejó de ellos, quienes la soltaron alterados por el repentino cambio en ella. Se rodeó a sí misma, sosteniendo su estómago con dolor. Las náuseas le recordaron que no había eliminado los carbohidratos de su cuerpo; aún tenía vergüenza en su sistema. Soltó una mueca al percibir otro revoltijo en sus paredes estomacales y tuvo que sostenerse de la pared para retomar fuerzas.

Tanta comida la enfermaba.

—¿Qué pasa? —Derek se acercó a ella preocupado —. ¿Estás bien?

No...No lo estaba...necesitaba estar sola para vomitar y ellos no parecían tener intenciones de irse.

—Sí...Si...—mintió, tras tragar saliva.

—¿Segura? —Calvin intervino, notando que ella se sostenía el estómago como si sintiera dolor —. Lili, no te ves del todo bien.

—¡Estoy bien! —gritó alterada. En el instante que se dio cuenta de la manera hostil en la que le había hablado a Calvin, sacudió su cabeza y suspiró —. Lo siento, Cal. No fue mi intención gritar, pero hablo en serio y estoy bien.

—Mejor te sientas un rato —sugirió Sanne —. Estás roja, Lili ¿Tienes calor? ¿Puedes respirar bien?

—Abriré una ventana para que le llegue más aire —anunció Eve con rapidez, al tiempo en que Derek dirigía a Lilian hasta su cama para que pudiera sentarse.

—Les juro que me siento bien, fue solo un...cólico —mintió la cumpleañera.

—Ugh, a mí me suele pasar también —habló Cloe y luego miró a Derek, quien estaba angustiado —. Quita esa cara de drama, nerd. Sé que el dolor es insoportable, pero no es nada de lo que te debas angustiar.

Solo que Lilian no sufría de cólicos...ella sufría de otra cosa.

—¿Segura que todo está bien? —le preguntó Derek, mirándola directo a los ojos —. Por favor, dime la verdad.

—Es la verdad —le aseguró ella —. Esto no es nada de lo que debas preocuparte, Osbone.

—¡Bien! Porque no debes de perderte la fiesta, Lili —trató de animarla Dalia.

—¿Fiesta? —preguntó Lilian, alarmada.

—Eh, no es tanto como una fiesta. Es una reunión pequeña —habló Sanne —. Solo nosotros, Margaret, Pad, Jade y Ume, que quieren saludarte por tu cumpleaños.

Su corazón se aceleró y pasó de estar roja a pálida en cuestión de segundos. Si debía ir a aquella "reunión", ¿cuándo se quedaría sola? ¿Cuándo podría expulsar la vergüenza que sentía? Al notar que comenzaría a hiperventilarse, se tomó un tiempo para respirar hondo. Nadie pudo comprender que era lo que le pasaba, aunque Derek tenía una idea bastante cercana. Comenzó a acariciar su espalda en forma de apoyo y le susurró al oído:

—Puedo decirles que no quieres ir —sugirió —. Tú tranquila.

Pero eso sería peor, pues si le decía a Derek que no quería rodearse de más personas, él se quedaría junto a ella para animarla ¿Y cómo haría para purgarse bajo la atenta mirada de su novio? No, no podía permitir que él la viera vomitando...otra vez.

—No, si quiero ir —le respondió, tras tragar hondo.

—¿Segura?

—Muy segura.

Una vez allá, encontraría la manera de alejarse de todos y limpiarse a sí misma. Sentía necesario el tener que asearse por dentro, pues la comida no solo le causaba dolor, esta se mezclaba con sus memorias, causando un revoltijo de vergüenza del que se debía librar.

Sabía que su bulimia estaba mal, pero la veía como algo necesario. Se sentía correcto el vomitar, el librarse de todo por segundos. Por lo menos, en ese instante, fantaseaba con ello. Quería sentirse más liviana, más cercana a la imagen de sus rosas, con menos culpas en su interior. Le hacía falta introducir su mano en su boca para desatar aquel ritual que, si bien la llenaba de una satisfacción instantánea, le dejaba una vergüenza permanente que trataba de opacar mascando chicle de menta.

Miró su regalo, el espejo menos cruel que había visto en su vida. A pesar de lo dulce que se sentía perdonar, ella jamás podría disculparse a sí misma el hecho de no poder ver en su reflejo lo que el resto veía. Tan solo observaba a una Lilian rota, melancólica, abandonada; tenía frente a ella a un error.

Y ese error necesitaba vomitar con urgencia... 

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