Capítulo 47
Capítulo 47
El odio a los doctores:
Día 276 del programa: 13 de septiembre del 2015
5:00 pm
—Esto es incómodo —soltó Lilian, rodeándose así misma con sus brazos.
A pesar de tener una bata puesta, se sentía descubierta, pues la tela era demasiado delgada y muy ligera. Lo mismo sentían Cloe, Sanne y Dalia. Las cuatro no hallaban cómo reaccionar ante la desnudez de sus cuerpos, inclusive con las batas y ropa interior cubriéndolas resultaba incómodo; sin mencionar que hacía un frío terrible en el consultorio de la doctora Ume.
Si bien ellas estaban pasando los minutos más bochornosos de sus vidas, Ume, Margaret y Jade actuaban con total normalidad, pesándolas y haciendo diversos exámenes. Ya debían de estar acostumbradas, pues esa no era la primera vez que les hacían exámenes médicos; aunque era la primera vez que las examinaban a las cuatro juntas... Además de que Lilian había escapado molesta de su última sesión médica, hacía varios meses, por lo que nunca había tenido la experiencia de estar con tan solo una bata frente a esas doctoras.
—Concuerdo con Lili, esto es muy incómodo —habló Dalia, al tiempo en que subía a una balanza que le indicó Jade.
—¿Cómo hicieron estás cosas? ¿Con papel crepé? —preguntó Sanne señalando la bata.
—No lo sé, pero siento que, si aumentan la rapidez del ventilador, las cuatro terminaremos teniendo una escena estilo Marilyn Monroe —dijo Cloe —, y eso no nos gustará.
Jade soltó una pequeña risa que fue acompañada por una mayor por parte de Ume. A pesar de lo que pensaba su hermana menor, la mayor de las Everton no creía que las margaritas le estuvieran haciendo daño a su madre ¿Cómo chicas tan amables podrían ser dañinas? No tenía sentido, y por lo tanto lo consideraba una exageración más de Primrose.
—Falta poco para terminar —les aseguró Jade, anotando el peso resultante de Dalia en su blog de notas —. Oye, felicidades, Dali. Van cinco kilos menos.
—Esa es nuestra chica —celebró Cloe y de Dalia salió una sonrisa de orgullo propio
Se notaba la seriedad que le estaba poniendo a ese nuevo comienzo.
—Y según los análisis de sangre de la semana pasada, los niveles de sodio en tu sangre se estabilizaron, Sanne —le notifico Ume —. ¿Tú actitud ha mejorado?
—Pues, con Margaret como psicóloga, he estado avanzando —aseguró con una leve sonrisa —. Aún me siento rara cuando rompo alguna norma alimenticia y hablar con extraños todavía me resulta duro...
—Ha mejorado muchísimo —la apoyó Lilian —. Solo basta con verla: pasó de odiar a todos los que no seguían sus dietas a tenernos a nosotras tres, que tenemos desórdenes alimenticios, como mejores amigas.
—Y lo de los extraños se te pasará —le aseguró Cloe a Sanne —. Es más, lo primero que haré cuando hayas superado eso será conseguirte un novio.
—¿Tú? ¡Ja! No, gracias. Estoy bien así —se negó Sanne.
— ¿Por qué no? Creó que podría ser muy buena casamentera —aseguró la margarita anoréxica.
—Sigue soñando —carcajeó Dalia —. Tú serás casamentera el día que yo me atreva a usar un bikini en público.
—¡Trató hecho! —exclamó la rubia teñida.
Sanne negó con la cabeza divertida, al parecer Cloe si se había tomado su papel muy en serio. En cuanto a su mejoría, todo lo que había dicho era cierto. Margaret la había ayudado tanto que comenzaba a entender las diferencias entre comer sano y obsesionarse con la comida sana. Finalmente veía sus errores y, lo mejor de todo, era que había recuperado su intuición a la hora de comer. Ahora si podía decir cuándo fue la última vez que sintió hambre.
—A ver, Cloe —la doctora Wallace tomó el relevo —. Aún no hay una mejoría notoria en tu salud, pero sé que estás comiendo un poco más ¿No es así?
—Dejé que Derek me preparara una tarta de chocolate —le informó —. Comí menos de un pedazo, pero es un inicio.
—Exacto, vas bien, querida —aseguró Ume con una sonrisa —. ¿Y qué tal con tus miedos? ¿Todo bien?
—Si se refiere a ser igual a Eve, eso está superado. Aún detesto verme en el espejo, pero, igual que Sanne, asisto a sesiones de terapia con Margaret. Ahí permito que su sabiduría de Yoda me ilumine.
Las dos doctoras y la estudiante de nutrición soltaron una carcajada sonora ante el comentario de Cloe. Bien, ella estaba poniendo de su parte para mejorar. No sería sencillo, pues hacía poco que había admitido que tenía anorexia, pero tuvo un buen inicio y las doctoras esperaban que siguiera mejorando. Además, el simple hecho de que ella estuviera ahí presente ya era un logro demasiado grande.
—Bien, vayamos con Lilian —continuó Margaret.
Lilian rodó los ojos. Si bien toleraba a Margaret, parte de ella seguía odiándola por ser lo que era: una doctora. No importaba que tanto tratara, siempre la vería con desconfianza. Los doctores son personas entrometidas, y ella no quería que nadie se metiera en su vida. Una mirada llena de sorpresa se apoderó del rostro de Jade al ver las anotaciones que tenía sobre Lilian. Llamó a su madre y a su tía Ume para que vieran lo que ella estaba observando y el mismo rostro de sorpresa se instaló en las dos doctoras. Las margaritas se miraron entre ellas, ¿eso era bueno o malo?
—Lilian, querida —habló Ume —. Si no te molesta la pregunta, ¿cuándo fue la última vez que vomitaste?
Por supuesto que sí molestaba la pregunta, pero la había respondido las últimas veces así que no se podría librar de ello. Sacó la cuenta y pronto notó que algo andaba mal. Utilizó sus dedos para ver si estaba en lo correcto y ella misma quedó sorprendida ante la respuesta.
—Hace un mes...—soltó con sorpresa.
—¿Y eso es bueno? —preguntó Dalia confundida.
—¡Muy bueno! —exclamó Jade —. La última vez que nos vimos, antes de que ella se enojara y se fuera, nos dijo que se purgaba a diario, incluso dos veces al día.
—Por eso es tan delgada, además de que mantuvo su peso luego del episodio que sé que no te gusta que mencione, así que no lo diré —dijo Ume, acercándose hasta Lilian para dedicarle una sonrisa —. No era natural la cantidad de veces que se purgaba y está disminución es un gran avance.
—Ni yo me di cuenta de que estaba dejando de hacerlo...—notó Lilian.
—Eso es que Derek te trae distraída —canturreó Cloe —. El amor, el amor, el amor es la mejor medicina.
—Créeme, no solo es Derek —ella sonrió de lado por alguna extraña razón.
Quizá estaba así debido a que cada vez reía más junto con sus amigas, o que finalmente alguien compraba sus obras a un excelente precio —alguien anónimo en la página de internet en la que había probado suerte durante años—, a eso podía sumarle que Caroline no había vuelto a traer a ningún hombre borracho a casa, y si lo había hecho, entonces ella no lo había notado porque pasaba más noches en la residencia Osbone que en la suya propia. La vida de Lilian parecía estar entrando en un momento de calma luego de tantas tragedias. Y, al estar tan ocupada disfrutando de momentos de alegría, olvidó tener atracones, vomitar, tomar laxantes o consumir píldoras dietéticas. Olvidó sentir el vacío que normalmente sentía.
Margaret se acercó a ella con la intención de felicitarla, pero al notar una cicatriz descubierta por la tela delgada de la bata, se detuvo. La doctora frunció el entrecejo y le pidió que se sentará en la camilla.
—¿Para qué? —preguntó Lilian.
—Una última revisión —le explicó —. Hay algo que no examinamos antes.
Lilian tomó asiento en la camilla y, como si tener la bata no fuera lo suficientemente incómodo, Margaret removió la tela lo suficiente como para descubrir la gran cantidad de cicatrices en su pecho. La margarita bulímica se sonrojó en ese instante y tuvo que bajar la mirada ante el miedo de estar tan expuesta. Su corazón latía con fuerza mientras que la mirada de la doctora recorría las marcas en su cuerpo, intentando descifrarlas. Quería tanto cubrirse, pero no encontraba el control en sí misma.
—La última vez que nos vimos en este hospital dijiste que te lastimas a ti misma —Margaret palpó una de las cicatrices cerca de la clavícula de Lilian y la inspeccionó con cuidado —. ¿Sigues haciéndolo?
Las margaritas fruncieron el ceño al escuchar aquello. Una vez que Margaret se movió para buscar un algodón con el cuál limpiar las cicatrices, las chicas vieron a lo que se refería la doctora. Lilian no pudo verlas, no tenía la fuerza para hacerlo. No obstante, no le costó saber que sus amigas adivinaron sin problema que aquellas cicatrices no eran lesiones provocadas por ella misma. Eran algo más.
—No me siento para nada cómoda —advirtió, comenzando a respirar extraño.
—Quizá lo mejor es que se cubra —sugirió Sanne, notando que Lilian no se sentía bien en cuanto a tener esas cicatrices al descubierto.
—Sinceramente, Lilian, jamás había visto un caso que se provocara lesiones con fuego —Sanne fue ignorada por la doctora, quien continuó con su chequeo. Cuando Lilian intentó cubrirse, Margaret la detuvo con delicadeza y presionó un algodón con agua oxigenada en su clavícula—, porque esas parecen quemaduras ¿Acaso fumas?
En los ojos de Margaret, Lilian pudo ver cómo esa doctora trataba de analizarla. Un miedo terrible la invadió de pies a cabeza. No podía enterarse de lo que le ocurría, ¡no la quería siendo un estorbo en su vida! ¡No quería decirle la verdad! ¡Ella no debía enterarse!
—¿Me vas a responder? —preguntó Margaret, al obtener tan solo silencio.
—Doctora, creo que lo mejor es no hacerle esa clase de preguntas —Dalia tomó a Margaret por el brazo y la hizo retroceder —. No en este momento.
—Lili, cariño, respira —Ume se acercó hasta ella, notando que estaba entrando en un ataque de pánico.
Si se enteraba de la verdad, ¿qué ocurriría? Si Margaret llegaba a descifrarla mediante los extraños métodos que contaba en sus libros de autoayuda, ¿que podrían hacerle a Caroline? A pesar de todo, y que esas cicatrices fueran básicamente culpa de su madre, ella aún la amaba.
¿Cómo podía no amarla? ¡Ella le dio la vida! Amaba a la Caroline que fue y por eso no podía abandonar a la Caroline del presente. En una vivía la otra y, a pesar de que una fue una farsa que utilizó solo para atraer al hombre que amó y que no le correspondió, influyó de gran manera en la vida de Lilian. Quiso alejar su mirada de la de Margaret, pues comenzaba a ser demasiado analítica. Pero, para desgracia de ella, en medio de ese movimiento solo logró que su cabello descubriera otra cicatriz más reciente, arriba de su ceja.
Más pánico para sentir.
—¿Qué es eso? —preguntó la doctora Wallace, soltándose de Dalia para tomar el rostro de Lilian entre sus manos de porcelana.
Cada célula del cuerpo de Lili le gritaba que se alejara, pero el terror de ser descubierta no la dejaba moverse ¿Y si la veían con lastima?
—Mamá, mejor déjala —intervino Jade, rodeando el brazo de Lilian en espera de que eso fuera un apoyo para ella —. Solo mírala, está entrando en una crisis nerviosa.
—A ver, descorazonada, mírame —Cloe movió a Margaret y se colocó frente a Lilian —. Respira, ¿sí? Inhala, exhala, inhala, exhala...
—Yo...yo...yo...—a Lilian se le hacía difícil hablar, pues tenía la imagen de su madre en la mente.
Pero la imagen de la Caroline antigua, no la borracha ¿Y si ellas descubrían que toda su vida había sido una farsa creada por un hombre incapaz de reconocer un simple error? ¿Y si la dejaban por creer que ella era solo una bastarda? ¿Y si...Y si...Y si...? ¿Y si la doctora descubría que su mayor problema no era la bulimia?
—Es imposible que ese golpe te lo hayas hecho tú misma —le dijo Margaret, angustiada por su margarita.
—Lilian, no la escuches —insistió Cloe —. Mírame a mí... ¡Y que alguien calle a la doctora, por amor al cielo!
—Mamá, deja de hablar —Jade se apartó de Lilian y tomó a su madre —. ¿No ves que se siente mal?
—¡Pero tiene que responder, Jade! —y, por primera vez, las margaritas vieron a Margaret enfurecer. Fue como si hubiese llegado a un punto de quiebre, en el que simplemente explotó —. ¡Ella tiene que hablar! ¡¿Te están haciendo daño, Lilian?! ¡¿Qué tienes?!
—¡Deja de meterte en mi vida! —Lilian se levantó de la camilla y encaró a la doctora —. ¡Deja de preguntar! ¡No quiero tu ayuda, no la necesito! ¡Déjame en paz! ¡Solo déjame!
Lilian se había puesto roja y, a pesar de su metro sesenta, lucía intimidante al gritar. Margaret dio un paso atrás, pero se recuperó en compostura con rapidez. Una furia que no había tenido en años se apoderó de ella ¿Por qué Lilian no se dejaba ayudar?
—¡Debes poner de tu parte! —le gritó —. Ya no sé qué más hacer contigo ¡No sé cómo ayudarte a sanar si no te dejas! ¡Eres tan...tan...tan...! ¡Ugh!
Tuvo que tomar un respiro, tragar saliva y concentrarse; no podía perder el autocontrol en ese momento. No obstante, a veces le costaba a mirar a Lilian, pues ella le recordaba a alguien en especial. Desde su desorden alimenticio hasta su manera de pensar, todo en ella la transportaba al pasado...Uno en el que ellas dos se hubiesen entendido bastante bien.
—Lilian, ya te haces suficiente daño con tu bulimia casi descontrolada —dijo con más calma —. Si alguien más te lastima debes decirme y así lo evitaré.
—¿Quieres saber quién me hace daño? —preguntó Lilian en ese momento —, ¡Tú y tus jodidas preguntas! ¡Déjame en paz! ¡¿Por qué todos los doctores son así de entrometidos?! ¡No los quiero en mi vida!
Todo había marchado tan bien ese último mes, hasta que Margaret le hizo recordar el vacío en su ser que quería llenar. Quería comer hasta sentir el dolor que merecía, y luego vomitarlo todo para ganar el ardor en su garganta que de seguro sería el único premio que obtendría en su vida. Toda la paz se esfumó en ese instante, y todo por una doctora entrometida.
Por eso odiaba a los doctores.
—Lilian, ya basta —Sanne la sostuvo por los hombros al notar que comenzaba a temblar —. Mírame, deja de ver a la doctora Wallace.
—Mamá, será mejor que te saque de aquí —Jade tomó a su madre, quien estaba roja por la furia también ¿Pero que le pasaba a Margaret? —. Vamos con Beatrice para pedirle alguna dieta para las chicas, ¿sí?
Y, sin esperar una respuesta, Jade la sacó de ahí. Una vez fuera del consultorio, la furia de Margaret quedó atrás y la invadió una inmensa culpa ante lo mal que se había comportado con Lilian. Sintió ganas de llorar, pues las paredes del hospital cobraron otro sentido para ella. De repente, las vio igual que como las había visto hace años. Es que la actitud defensiva de Lilian la arrastró de una cruel manera hacia el pasado. No obstante, se contuvo al encontrar la mirada de su hija. Sonrió, y retomó su actitud de siempre. Jamás se permitiría enfrentar a los fantasmas del pasado frente a sus hijos. Por ellos, debía ser fuerte.
Mientras tanto, en el consultorio, Lilian a duras penas se podía controlar. Ya se ha dicho que la margarita bulímica casi no se permitía sentir tristeza; lo reemplazaba todo con melancolía y enojo. Pues, una vez Margaret se largó, Lili se transformó en la peor combinación de esos últimos dos sentimientos.
—Lilian, cálmate —Dalia trató de sujetarla al tiempo en que ella se sacudía en lo que parecía un descontrol en sus nervios.
—¡La odio! ¡La odio! —gritó, a pesar de que eso no era del todo verdad —. ¡La detesto! ¡No la quiero volver a ver en mi vida!
—Lilian, tienes que respirar —Sanne temió por la seguridad de su amiga en el instante en que ella aferró sus uñas en su piel, ¿pero que se estaba haciendo? —. ¡Lili, detente!
—¡Me quiero ir! ¡Me quiero ir! —sollozó sin llorar. Sintió sus dedos apretar con fuerza sus brazos, hasta dejar pequeños moretones en ellos —. ¡Qué no se meta en mi vida! ¡La quiero lejos de mí!
—¡Lilian Bennett, te calmas ya! —Cloe soltó ese reproche con fuerza, logrando que Lilian se quedara sin palabras ante la autoridad que, de la nada, había ganado Cloe —. Ahora, siéntate en la camilla. No puedes razonar alterada, así que cálmate y deja de gritar.
—Yo...yo...
—Respira —le indicó, tomándola por los hombros —. Piensa en cosas agradables. Yo luego me encargaré de darle su merecido a la doctora por gritarte, ¿sí?
Sanne y Dalia se miraron entre ellas ¿Desde cuándo Cloe se había vuelto alguien capaz de mantener el orden? Lilian no quiso contradecirla, pues se sentía derrotada en todo sentido. Se sentó en la camilla y soltó un largo suspiro.
—¿Por qué se tiene que meter en mi vida? —preguntó Lilian, cabizbaja.
—Porque le importas —dijo Ume, acercándose hasta Lilian para arreglar con cuidado su bata mal puesta —. Créelo o no, todas le importan. Solo quiere verlas bien.
—¿Y qué carajo va a saber ella sobre lo que me hará estar bien? —alzó la vista, solo para demostrar que sus ojos se habían adquirido cierta tonalidad roja.
Sí, eso pasaba cuando aguantaba las ganas de llorar.
Ume suspiró. Lilian también le recordaba a un detalle de su pasado, así que podía comprender la frustración de Maggie por su insistencia al silencio. De hecho, desde el instante en que conoció a las margaritas, supo que cada una de ellas tenía el poder de revolver las memorias tanto a ella, como a Margaret. Esas margaritas traían recuerdos que las dos doctoras se habían encargado de poner en segundo plano por años. Siempre creyó que su amiga sería lo suficientemente fuerte como para controlar las emociones que aquellos recuerdos podrían despertar. Después de esa escena, comenzó a ponerlo en duda.
—Sabes, Lilian —Ume con delicadeza en su voz —. Tú me recuerdas a alguien que conocí en este hospital. Esa persona también odiaba a los doctores.
—Pues, debes de tener pacientes muy sabias, Ume —le dijo, sin ánimos.
—Oh, yo no la atendí —sonrió de lado —. De hecho, la conocí cuando ambas ingresamos a este hospital como pacientes. Yo ni siquiera tenía pensado ser doctora en aquel entonces, pues en el fondo también odiaba a ese tipo de gente...vaya ironía, años después y soy graduada de medicina.
Ella soltó una pequeña carcajada, como si sus memorias le hubieran contado un chiste. Las paredes del hospital también eran como un hogar para Ume, en donde vivió momentos buenos y malos...pero vivió. A ese punto de su vida, agradecía tener recuerdos de aquellos años en los se la pasó con vías sanguíneas decorando sus brazos a cada instante y terribles dolores que daban la impresión de ser eternos.
Pero no lo fueron, pues se esfumaron.
—Yo tenía cáncer de mama cuando me ingresaron a emergencias de este mismo hospital. Fui un caso que muchos especialistas llamaron como "desgracia", pues solo tenía dieciséis años y ese tipo de cáncer suele aparecer en mujeres con más edad...yo era una niña.
» Y la persona de la que te hablo era una paciente permanente de emergencias, por el simple hecho de ser uno de los casos de anorexia purgativa más preocupantes que muchos especialistas del momento alguna vez llegaron a ver. La conocí por accidente; pero que buen accidente, debo decir. Y ella era como tú, Lilian: actuaba a la defensiva, no quería que nadie se metiera en su vida y, lo más importante de todo, odiaba a los doctores.
—¿Anorexia purgativa? —preguntó Cloe —. ¿No es lo que tuvo Lili?
—Ajá —Lilian se encargó de responder, bajado la mirada con vergüenza —. Es como mezclar anorexia con bulimia...
—Y obtener un terrible cóctel —completo la doctora —. Sí, es cierto que ella padeció lo mismo que tú en algún momento, Lili. Pero, a pesar de las similitudes, son muy diferentes. De hecho, no podría conformarme a compararla tan solo contigo, cuando las cuatro me recuerdan mucho a ella.
—¿Todas nosotras? —preguntó Dalia.
Ume asintió. Recordaba a esa paciente en especial, que tenía su habitación al lado de la de ella y frente a la de un chico que conoció en su estadía como paciente en el hospital. Podía retratarla como alguien insegura de sí misma, como Lilian, pero con una particular e incomprensible manera de pensar, como Cloe. Sentimental, como Dalia, pero al mismo tiempo se guardaba demasiados sentimientos para sí misma solo para verse más madura, como Sanne.
Margaritas, margaritas, ¿ves que todas tienen el mismo color de pétalos a pesar de la diferencia en sus tallos?
—Ella era maravillosa, y no tenía idea de ello. Quizá eso es lo que hace que la vea en ustedes —sonrió —. ¿Por qué digo era? ¡Ella sigue siendo maravillosa! Y una de las mejores amigas que se pueden desear.
Jade, luego de dejar a su madre junto con una colega de trabajo, decidió regresar al consultorio para disculparse por su comportamiento. Aunque no entendió la razón de la crisis de su progenitora, estaba dispuesta a pedir perdón por ella. Sobre todo, luego de ver lo mucho que le afectó a Lilian. Al notar desde la pequeña ventana que daba hasta el consultorio como su tía Ume charlaba con las chicas con tranquilidad, decidió no interrumpir. Tan solo se quedó escuchando la historia, con la puerta entreabierta.
—¿Quieren saber el nombre de esa chica que odiaba a los doctores? —les preguntó.
—Oye, no puedes contarnos una historia como esa y dejarnos con la intriga —sonrió Sanne —. Suéltalo, Ume.
—Margaret A.Wallace.
Y eso...ninguna de las cuatro lo vio venir.
—Espera, espera —Lilian se tuvo que levantar de la camilla para encarar a Ume mejor —. ¿Estás diciendo que Margaret era esa paciente?
—¿La que odiaba a los doctores? —preguntó Dalia.
—¿Entonces, Margaret sufrió de anorexia? —Sanne estaba igual de sorprendida que el resto.
Ume asintió, revelando que todo aquello que habían preguntado era cierto. Así fue como esas dos amigas se juntaron: gracias a estar al borde de la muerte. Mientras las células de Ume habían decidido multiplicarse de una manera anormal, generando un cáncer tortuoso en su vida, Margaret había invertido su proceso de alimentación a un punto tan peligroso que, para aquel entonces, ella fue tan solo un esqueleto con alma adolorida.
Cuando Ume se aburría, o cuando la quimioterapia no la dejaba sin ánimo alguno, iba hasta la habitación de Margaret y ahí charlaban por horas. Maggie casi nunca se movía de su cama, ¿cómo iba a hacerlo? Esa chica a duras penas si respiraba en aquel entonces. La mayoría de las conversaciones entre las dos se basaron en sueños, en que habrían hecho con sus vidas de no estar tiradas en la sección más terrible de emergencias de ese hospital. Y otras veces, tan solo hablaban de lo mucho que odiaban a los doctores. Ellos les arruinaban su existencia: a Ume con quimio, a Maggie con pastillas, terapia y comida. No obstante, siempre que alcanzaban ese punto de la conversación, alguien entraba a la habitación con una sonrisa y le ofrecía una flor a cada una.
¿Y de dónde sacaba flores estando internado en ese hospital? Esa era una pregunta que ni Margaret, ni Ume se molestaron en contestar.
—¡¿Margaret anoréxica?! —exclamó Cloe con sorpresa y Ume asintió—. Ay carajo, esto sí que me tomó por sorpresa...
Claro, las chicas conocían a la Margaret sonriente, de voz maternal y figura sana. No vieron lo que Ume vio alguna vez: a alguien a un suspiro de su muerte. La doctora agradecía que aquella faceta de su amiga fuese algo para contar y no para mostrar, pues ni fotos quedaban del deplorable estado de Margaret. Era imposible imaginar a la doctora Wallace actual como alguien con anorexia...
Tan solo había que preguntarle a su hija, que al escuchar eso llevó una mano a su boca con sorpresa ¿Su madre en el lugar de una margarita? No podía creerlo, ni siquiera podía retratarlo en su mente. El corazón se le subió a la garganta, ¿por qué nunca le había dicho algo al respecto?
—Ella odiaba a los doctores —aseguró Ume —, y terminó siendo una.
—Yo habría huido de este hospital en su lugar —dijo Lilian.
—¿Crees que no pensó en hacerlo? Ambas nos alejamos de este lugar durante mucho tiempo. Volvimos hace años para buscar a una persona, pero...Bueno, se puede decir que no tuvimos mucha suerte con eso.
» En fin, supongo que ninguna de las dos se puede quejar. Mi mejor amiga formó una vida de la cual puede sentirse orgullosa, y yo no podría estar más contenta con el papel que tomé.
—El papel de una doctora —sonrió Dalia.
—Terminé por tomarle cariño a esta clase de gente —se encogió de hombros —. Por favor, no le digan a Margaret que les conté sobre nuestro pasado.
» Desconozco si ella querrá revelárselos en algún momento, aún queda mucho que ustedes no saben, pero solo ella puede decírselos. Tan solo les conté este detalle para que entiendan que Margaret es capaz de ponerse en los zapatos de ustedes cuatro. De hecho, creo que lo hace inconscientemente. Por eso, las quiere ver sanar. Son sus margaritas y, aunque pueda cometer errores, siempre buscará lo mejor para ustedes.
Lo mejor para ellas y para el legado de Jayden...
...
7:00 pm
—Sé que ya lo he dicho muchas veces —habló Aviv, tras tragar un pedazo de lasaña con gusto —, pero lo mejor que pudo haber hecho mi hermana fue comprometerse con un chef.
El prometido de Jade, Arthur, negó con diversión ante el comentario de su futuro cuñado. Primrose estaba al otro lado de la mesa, leyendo una revista sin prestarle mucho interés al resto de su familia. Padme, por su parte, paseaba de arriba a abajo con su móvil, mostrándole a su hermana mayor — que vivía en Francia, muy lejos de Detroit —, lo hermosa que era la nueva casa de la futura pareja de esposos.
El sonido de la puerta abriéndose llamó la atención de Loto, el fiel can que nunca abandonaba el costado de Aviv...a menos que se tratara de comida o de alguna chica que lo mimara en exceso. Corrió, meneando su cola con entusiasmo, a recibir a Jade entre lengüetazos que sin duda era mejor llamar besos. En una situación normal, Jade se habría dedicado a mimar al cachorrito. Sin embargo, había algo rondando en su mente que la tenía ida de sí. Al recordar la escena de esa tarde, en la que su madre le gritó a Lilian de una manera en la que jamás esperó ver en su progenitora, se le erizó la piel. Y todo empeoró al repasar las palabras que escuchó por accidente de su tía Ume. Se había enterado de cosas que habría preferido ignorar. Así que el pobre perrito se quedó sin mimos.
—Hola —la saludó Arthur, con una sonrisa cariñosa. Le dio un pequeño beso en los labios una vez ella llegó a su lado —. Te esperamos para cenar.
—Todos menos Avi —intervino Primrose —. Él ya va por su segundo pedazo de lasaña.
—¿Y de qué sirve tener hermanas si no puedo aprovecharme de los talentos de sus novios? —preguntó Aviv —. Búscate un hombre que sepa hacer postres para que yo sea feliz, Prim.
—Tarado —se limitó a decir su hermana, para luego volver a su lectura.
Jade no le prestó demasiada atención a la conversación entre sus hermanos. Dejó su bolso en la encimera de la cocina, se quitó su bata de doctora y la lanzó sobre la encimera también. Caminó de nuevo hasta la mesa y se sentó en uno de los asientos libres, sintiéndose rendida. Pero qué día más largo.
—¡Miren quien llegó! —una Padme entusiasta corrió a abrazar a su hermana —. Hey, saluda a Azucena.
—¡Hola, Jade! —la chica desde la pantalla del móvil de Padme le lanzó un cálido beso a su gemela, pero notó algo mal al instante —. ¿Qué tiene mi otra mitad que está tan decaída? ¡¿Qué le hiciste Arthur?!
—¿Yo? ¡Juro que nada! —se excusó el hombre de inmediato —. No hice nada, ¿o sí, amor?
—No fuiste tú, cariño —Jade tomó su mano —. Es solo que...
—¿Qué? —preguntó Aviv —. Veo tu ceño fruncido incluso con mi ceguera. Mejor habla de una vez para poder solucionarlo, porque no me agrada que mis hermanas estén tristes.
Jade sonrió. Si algo les agradecía a sus padres era haberlos criado de manera en que los cinco hermanos resultaron muy unidos. Con pocos años de diferencia, habían creado entre ellos una especie de complicidad inigualable.
—Es solo que...creo que concuerdo con Primrose por primera vez en años —se mordió el labio.
—¿Ah? —Prim levantó su mirada de la revista y miró a su hermana.
—Hay que alejar a mamá del programa M.E.R —habló, mirando a Prim directamente.
—¡¿Qué?! No me digas que tú también estás con esa estupidez —dijo Padme —. ¿Crees que unas chicas tan amables como esas podrían hacerle daño a mamá?
—No son las chicas, Pad. Es lo que despiertan en mamá...
Jade tragó saliva. Les tenía cariño a las margaritas y las quería ver sanas, pero su madre siempre sería su prioridad. Si su salud dependía de alejarla de las chicas, entonces lo haría. Además, luego de ver la reacción de Margaret al silencio de Lilian, dudaba que ella fuera la mejor opción para atender a cuatro personas tan destrozadas.
Conocía muchos casos en los que la anorexia regresaba al paciente debido a conexiones con su pasado. Alguien con un trastorno alimenticio puede tener episodios durante toda su vida, incluso después de ser considerado sano. Así que cabía la enorme posibilidad de que el programa fuera capaz de arrastrar a Margaret de nuevo a la anorexia. Quizá era momento de considerar el final a ese proyecto...
—Pues, me parece egoísta que crean que lo mejor es dejar que esas chicas asuman sus trastornos por su cuenta —las reprochó Pad —. Mamá es la mejor en lo que hace, ¿no es así? ¡Ella podría cambiarles la vida! Deberíamos dejar que las ayude.
—Ni que fuera problema de mamá que esas cuatro chicas tomaron tan pésimas decisiones —Primrose rodó los ojos —. Si le hace daño estar junto a ellas, entonces alejémosla.
—Sinceramente, creo que le haría más daño si la separamos de las chicas —habló Aviv —. Está muy apegada al programa y conocemos a mamá: una vez inicia algo, lo termina.
—En eso estoy de acuerdo con Avi —habló Azucena, desde el móvil —. Pero, si mamá de verdad está muy sensible, deberíamos buscar una manera de alejarla sin que se dé cuenta.
—Digo que ser directos es mejor —insistió Primrose.
—Y yo digo que esas chicas merecen sanar —contraatacó Padme.
—¡Ugh! ¡No sé qué hacer! —Jade sostuvo su cabeza con frustración.
¿Cómo alejar a su madre de un pasado doloroso, cuando no sabía nada de él en verdad? ¿Cómo quitarle la ilusión de devolverles la alegría a esas cuatro chicas, cuando las quería con locura? ¿Cómo interferir en el sueño que compartía con un tal Jayden, a quien ni siquiera conocía?
Su uso de razón le pedía alejar a su madre de lo que fuera que pudiera devolverla a su anorexia, pero su corazón y vocación le rogaban que le dejara ser lo que era: una doctora; la increíble doctora Wallace. Arthur acarició el hombro de su prometida en forma de apoyo y le dedicó una sonrisa, como único gesto capaz de ayudar.
—¿Quieren un consejo por parte de alguien que no es un Everton? —preguntó, dedicándose a todos en la mesa.
—Por favor —pidió Padme, esperando que alguien aparte de Aviv se uniera a su causa de defender a las margaritas y el sueño de su madre.
—Dejen a su madre hacer lo que ama —les dijo —. Han pasado meses pensando en si el programa es lo mejor para Margaret. Chicos, si ella lo creó y llamó a esas cuatro margaritas, se tomó la molestia de conocerlas y agarrarles cariño, entonces es porque ella quiere esto. Capaz es lo que necesita, ¿nunca se lo han preguntado?
—¿Crees que mamá pueda necesitar esto más que las margaritas? —preguntó Jade.
—No lo sé, amor. Es tu madre —Arthur se encogió de hombros —. Yo tan solo estoy dando mi opinión. Aunque, los años que llevó conociendo a mi suegra, puedo decir que ella es una mujer que sabe lo que hace. Además de ser una doctora muy capaz.
Jade asintió, estaba de acuerdo con su prometido en algo: su madre era una excelente doctora. Ella fue la principal razón por la cual quiso estudiar medicina. Siempre admiró su vocación y su entrega, no podía ni quería alejarla de algo que le hacía ilusión.
—Está bien, hagamos algo —Jade miró a sus hermanas y hermano —: dejemos que el programa continúe.
—¡Sí! —celebró Pad.
—Pero, si en algún momento vemos que la cantidad de comida en el plato de mamá disminuye, me temo que las margaritas tendrán que buscar otra doctora...
—¿Por qué dejaría de comer? —preguntó Aviv confundido.
—Quizá Jayden tenga la respuesta a esa pregunta —Jade se levantó de su lugar, le dio la espalda a sus hermanas y hermano para caminar hacia la cocina y buscar la cena —. Lástima que ninguno de nosotros sabe quién es o dónde está. Supongo que nos quedaremos con la duda.
La verdadera duda aquí es, ¿querrán los hijos de Margaret saber quién era Jayden? ¿Estarían dispuestos a aguantar toda la historia?
Las dudas no son eternas, y está no será la excepción...
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