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Capítulo 44



Capítulo 44
Jardín del Edén:
Día 215 del programa: 14 de Julio del 2015

3:45 pm

Hay abrazos que sanan; esos que te devuelven a la vida en un instante. Puedes encontrar, apoyado en el hombro de otra persona, un sentido para respirar. Y sí, es tan sencillo como suena. Un simple gesto es capaz de salvar a alguien de una profunda tristeza.

En el instante en el que Sanne, Dalia y Cloe entraron en la floristería en la que se desarrollaría la sesión de ese día, Derek se alejó de Cal, Eve, Lilian y Margaret, para envolver a su friki en un abrazo desesperado. A pesar de ser el enemigo número uno del ejercicio, sus brazos tenían cierta firmeza— quizá adquirida por tanto cargar cajas y exprimir frutas—, y esto se sentía en los abrazos que solía obsequiar.

Cloe se dejó envolver, esperando un abrazo sanador que le quitara de la mente la imagen de esa bañera llena de agua. Era aterradoramente tentadora, lo cual la hacía temblar. Derek era experto regalando gestos que funcionaban como medicina, pero ese, en particular, no funcionó.

La margarita anoréxica no encontró el sentido de vivir en el hombro del nerd, tampoco reflexionó sobre lo agradable que podía ser respirar al sentir la mano de él subir y bajar en su espalda, dando caricias de apoyo. Ya no sentía nada, salvo la fascinación y el terror de su último instante de vida; todavía lo esperaba con ansias. Tan solo esperaba no quedar sin aliento en los brazos de su amigo, pues ese sería un trauma del que él nunca podría huir. Así que rogó en silencio que el tiempo no fuera tan cruel, pues Derek no se lo merecía.

Al soltarse, Cloe comenzó a considerar que el abrazo sanador fue más para él que para ella. Jamás había visto a Derek ojeroso, hasta ese momento. Quizá solo se sujetó de Cloe porque él necesitaba algo en lo que apoyarse, pues era obvio que no estaba bien. Ese fue el primer acto egoísta que la friki presencio en el nerd. Aunque, no podía llamar egoísta el querer sanar un dolor propio, sujetando otro dolor. Menos cuando, aún con esa cara llena de tristeza, él le sonrió. Entonces, Cloe entendió que había dos tipos de personas a la hora de sufrir: aquellos que expresaban su dolor de manera obvia y hacia el exterior, y aquellos que lo mantienen en su interior y sufren en silencio; ella era la primera, pero jamás creyó que Derek podría pertenecer al segundo grupo.

Ambos se separaron. Con pasos débiles, ella se acercó a Lilian, quien se encontraba sentada en un banco cerca del mostrador de la floristería. Derek, por su parte, fue con Sanne y Dalia para saludar. Cloe ignoró por completo a Eve y a Calvin, que estaban a su lado, y se fijó en su amiga. Ni siquiera notó que la contextura de Lili se veía mucho menos delgada que la de ella.

—¿Qué le pasa a tu novio? —preguntó Cloe hacia Lilian. Entre ellas dos, nunca hubo necesidad de saludos. Se veían, e inmediatamente comenzaban a charlar. Así habían forjado su amistad.

—Ni idea —Lilian solo pudo suspirar —. Siempre que le pregunto responde que no le pasa nada y, a los dos segundos, vuelve a ser el mismo Derek que conocemos. Es demasiado terco, jamás me dirá que le ocurre.

—¿Alguna idea de lo que pueda ser? —preguntó Cloe, al tiempo en que Lilian le hizo intercambiar de lugar con ella, pues se veía demasiado inestable de pie.

—Pues...—ella pasó su mirada de Cloe a Eve, quien estaba a su lado, sintiéndose terrible por la apariencia de su querida prima —. Derek es un buen amigo por excelencia, odia que aquellos que le importan sufran. Supongo que el ver a dos de sus mejores amigas en situaciones difíciles lo tiene así.

Y era lógico, pues ambas Nicols estaban en momentos críticos de sus vidas.

Eve había comenzado terapia para superar ciertos recuerdos que aun la hacían temblar. La denuncia hacia sus antiguos compañeros de trabajo ya estaba puesta, pero eso no la tranquilizó. Las imágenes que revoloteaban en su memoria la despertaban en las noches, en medio de gritos y sollozos. Se alejaba por instinto de Calvin, de Derek, o de cualquier hombre, pues veía espejismos de sus agresores en numerosas ocasiones. Cuando recordaba que ellos, en especial su novio, jamás le harían daño, se echaba a llorar. Solo podía sentirse culpable por sus reacciones.

Sin duda, lo peor de todo era cuando se perdía en sí misma. Había instantes en los que su mirada se extraviaba en la nada, y sus ojos se llenaban de lágrimas. Calvin estaba seguro de que eso se debía a los recuerdos de los abusos, cuando la verdad, esos momentos en los que Eve estaba fuera de sí, eran instantes en los que pensaba en Cloe y en su estado preocupante. Su mente parecía viajar lejos de este mundo, y sin conciencia de sus acciones, se lastimaba a si misma; se golpeaba, rasguñaba, todo eso sin darse cuenta que se estaba transformando en su propia agresora.

Y por supuesto, Cloe no tenía idea de eso.

Margaret apareció de entre unos mostradores llenos de flores, con una sonrisa que desapareció al ver la delgadez de Cloe. Derek, Sanne y Dalia se incorporaron al grupo, lo que hizo entrar a la doctora en razón. Carraspeó para aligerar el ambiente y volvió a sonreír. Le dolió ver a una de sus margaritas ser más hueso que persona, pero debía seguir.

—Bien, ahora que estamos todos, podemos empezar —dijo en su voz regia.

Cloe se tomó unos instantes para observar la floristería. Las flores estaban organizadas por colores en distintos anaqueles, y su perfume llenaba todo el local. La apariencia romántica y sencilla de la tienda combinaba con los arreglos florales exhibidos en el mostrador. Incluso sus empleados, todos pasados de los cuarenta años, se veían a gusto con su entorno. Era, incluso, agradable. Pero, al encontrar el nombre del local en uno de los arreglos florales, Cloe abrió mucho sus ojos y incomodidad la invadió al instante. Deseó haberse quedado en su habitación, ya sabía dónde estaba.

—Este lugar debe ser como un paraíso para usted, doctora —soltó Sanne.

—No. De hecho, este es mi paraíso —indicó Eve, con una sonrisa ladeada. Aún traía sus lentes de sol puestos, para ocultar su deplorable estado —. Hoy es mi turno de ayudarlas en su sesión, chicas. Y no se me ocurrió mejor lugar para la idea de Margaret que este.

Cloe rodó los ojos con fastidio ¿Por qué todo giraba en torno a Eve? Eve, Eve, Eve, incluso esa pequeña floristería giraba en torno a ella. Por el nombre lo dedujo, aunque jamás había entrado antes. Su prima suspiró con tristeza al encontrarse con su mirada odiosa y trató de continuar.

—Verán, este lugar le perteneció a mis padres —les explicó la rubia natural —. Ellos se enamoraron siendo niños y yo, pues, fui el error que dos pequeños de dieciséis años no esperaban, pero que amaron igual.

—¡¿Dieciséis?! —exclamó Dalia con incredulidad. Se sintió mal de inmediato, pues estaba hablando de los padres de Eve. No obstante, ella le sonrió.

—Aja, dieciséis —asintió Eve —. Sé que es poco. Incluso a mí me duele saber que ahora, con veintitrés años, soy mayor de lo que ellos fueron al tenerme. De hecho, tengo más edad que cuando fallecieron, cinco años después de mi nacimiento.

—Por conducir ebrios —le recordó Cloe con hostilidad. Y no usó ese tono por mal, solo que así solía decirlo su padre. Por lo tanto, no conocía otra manera de recordar a sus tíos.

Eve suspiró. Sus ojos azules relampagueaban por las lágrimas bajo sus oscuros lentes de sol. Eran pocos los recuerdos que tenía sobre Opal, su madre, y Noah, su padre. Sus tíos se transformaron en su único consuelo ante la pérdida de ese amor paternal, y los amaba con toda su alma. Aun así, el no tener a sus padres le dolía. Cuando los recordaba, se formaba un nudo en su garganta y un hueco en su corazón.

—Fue un error, Clo-Clo. Es triste que los recuerden solo por el error que culminó con sus vidas, más que por sus vidas en sí —aseguró Eve —. Sé que mis padres no fueron los mejores ejemplos, pero eran buenas personas. Me amaban y estoy segura de que los amé.

» Abrieron esta floristería no solo como una manera de obtener dinero suficiente para criar a una bebé inesperada, también querían dejarme un legado; algo que me hiciera recordar que ellos harían lo que fuera por mí. Eso último lo descubrí cuando me dejaron leer el testamento de mi papá, hace pocos años. Este lugar fue lo único que heredé luego de sus muertes. Literalmente, es lo último que me queda de ellos y, aunque no me dedico a ella al cien por ciento, me aseguro de que lo que hicieron por mí quede tan hermoso como ellos hubiesen querido.

—¿Por eso este lugar se llama jardín del Edén? —preguntó Derek, quien había notado el nombre del local —, por Eve.

Eve le sonrió a su amigo y asintió. Ella no se ocupaba demasiado de la floristería, tan solo iba de vez en cuando a chequear su funcionamiento. Ahora que estaba ahí, con el olor a flores que la transportaba a su infancia, se arrepentía por no haberse ocupado más del legado de sus padres ¿Pero que pudo haber hecho, si sus tíos nunca consideraron suficiente el trabajo ni el local que le dejaron? Por supuesto que se acostumbró a ignorar el recuerdo de sus progenitores, cosa que a Cloe se le había contagiado. Incluso, quedó sorprendida ante la información que Eve recién había revelado.

—Yo...no sabía que este lugar te pertenecía—admitió en voz baja —. Tampoco tenía idea de que mis tíos abrieron la floristería por ti, ni que te hubiesen dejado herencia. Creí que solo fueron unos niños irresponsables, ¿por qué papá y mamá no me dijeron nada sobre esto?

—Pues, porque mis padres cometieron errores que no quieren que ni tú, ni yo, repitamos —Eve se encogió de hombros.

—No sé nada sobre mis tíos —reflexionó Cloe.

—No te sientas mal, Clo-Clo. Lo que yo sé de mis padres es lo poco que recuerdo. De hecho, es triste que mis únicas memorias de ellos sean en este pequeño local. Aún recuerdo que ellos tenían la extraña costumbre de pedirle a sus clientes que compraran flores de acuerdo a su significado... —sonrió Eve, caminando hacia los anaqueles y tomando una lista —. Las acacias significan elegancia, entonces veía a señoras extravagantes llevar varias a sus casas; las gardenias simbolizan amor secreto, así que muchos llevaban de esas en San Valentín. Y recuerdo, vagamente, que papá siempre me regalaba carmelias porque significan belleza pura...

—Eso es...—Dalia sonrió al ver como a Eve se le escapaba una sonrisa nostálgica —. Es tierno, Eve.

—Este lugar no es una floristería usual gracias a ellos —aseguró —. Es única en su estilo...y casualmente, es demasiado Margaret para ser verdad.

Margaret soltó una pequeña carcajada. Eve había descubierto no hacía mucho que la doctora Wallace llegó a conocer a sus padres, por haber sido clienta frecuente de la floristería. Se hizo fanática de la manera en que Opal y Noah crearon ese pequeño mundo para su hija, y amó que le incluyeran flores al asunto.

No era coincidencia que Cloe estuviera en el programa. La verdad, Margaret buscó a Eve por curiosidad hacía meses. Tan solo quería ver en quien se había convertido la pequeña de unos vendedores de flores tan inusuales, ya que Margaret nunca pudo olvidarlos. Irónicamente, la prima de Eve entró al programa M.E.R gracias a una charla en medio de la compra de un ramo de margaritas.

—Es cierto, cariño —le aseguró Margaret a Eve —. Tus padres transformaron este lugar en uno de mis favoritos, y debo admitir que aun hoy me siento en casa cuando paso por esa puerta.

—Igual que yo...—concordó la chica, a pesar de que sus recuerdos eran vacilantes y escasos.

—Margaritas, hoy las traje aquí para revelarles la razón por la cual ustedes cuatro fueron seleccionadas para mi programa —Margaret cambio de tema, regresando a la sesión —: por la desesperación de sus delatores.

Las chicas pasaron sus miradas de Margaret a los delatores. Ellos recordaron la manera y las razones por las cuales llamaron a Margaret en primer lugar. Un nudo nació en la garganta de los tres, pues volver en el pasado era algo duro de asimilar ¿Habían hecho lo correcto, o no? Eso lo sabrían al terminar el programa.

—Conocí a Calvin, a Derek y a Dann porque los tres encontraron folletos que dejé en locales. Me llamaron preocupados, cada uno por su respectiva margarita. No obstante, con Eve, fue una casualidad. A ella quería conocerla por simple curiosidad y de alguna manera terminamos hablando sobre su prima; supe que había encontrado a una cuarta e inesperada margarita.

—¿Solo íbamos a ser tres? —preguntó Sanne a lo que ella asintió.

—Perfecto —Cloe se cruzó de hombros molesta —. Otra cosa que arruinas, Eve. Me iba a librar de este absurdo programa y lo echaste a perder.

—Yo...—la voz de Eve se quebró al instante y no pudo decir más.

Calvin notó como su novia se removió incomoda ante el doloroso comentario de su prima, así que tomó su mano. Lo que menos necesitaba era perder la cordura en ese instante. Por esa razón, la sujetó para evitar que los comentarios tóxicos de Cloe la dañaran más de lo que ya estaba.

Cloe, por su parte, fue recorrida por el odio que conservaba hacia la perfecta de su prima. Todo resultaba, de alguna u otra manera, su culpa: por ella estaba en el programa, por ella se sentía horrenda, por ella quería morir...por ella quería vivir. Como odiaba que su perfección fuera el centro de todo.

Por otro lado, Margaret soltó un suspiro. Sabía que su sesión tendría un peso importante en las relaciones entre sus margaritas y delatores. No obstante, la imagen de Eve estaba tan distorsionada para Cloe que dudaba que algo pudiese salvar ese lazo. Tomó la lista de significados de flores de la mano de la delatora rubia y encaró a las chicas una vez más.

—No tienen ni idea se lo mucho que sus delatores las aman. Ellos tienen una imagen de ustedes que espero que al final del programa, las cuatro logren exteriorizar. Por eso las escogí: porque ellos están desesperados por encontrar a las Cloe, Sanne, Dalia y Lilian que sus trastornos opacan —aseguró —, y hoy les toca a ustedes devolverles ese cariño que les han ofrecido.

» El amar y ser amado es una de las cosas más hermosas que tiene la vida. Nunca hay que olvidar que el cariño se debe devolver, pues un abrazo no es abrazo si uno de los dos no quiere envolver al otro con sus brazos; el afecto se quiebra en el instante en que olvidamos como querer de la manera correcta.

—Una flor para cada delator, así llamó Margaret a esta sesión —continuó Eve —. Deben darle una flor a su respectivo delator según los significados que hay en esa lista. La única diferencia es que las rosas no significaran amor, sino estereotipos.

—Pues, ya era hora de que recibiéramos algo —bromeó Derek, quien ya no se veía tan triste como antes —. Me sentía un tanto ignorado en el programa.

—¡Me agrada esto! —exclamó Dalia, que sabía que le daría una flor merecida a su amado hermano mayor.

—Y a mí —concordó Sanne.

—Pues, a mí no —Cloe se cruzó de hombros —. Yo no quiero darle flores a ella.

No pudo mirar a Eve a los ojos, es que le dolía no poder ser ella ¿Por qué el mundo no la hizo igual de perfecta? ¡¿Por qué todo se lo llevó Eve?! No podía ver que su prima sufría tanto o incluso más que ella, su mente se lo impedía. Margaret tuvo razón: su imagen estaba demasiado distorsionada.

Lilian no aguantó más estar en medio de esa guerra fría que Cloe había declarado. Por lo tanto, la tomó por las muñecas, esas huesudas y quebradizas muñecas, y la puso de pie con sumo cuidado.

—Es una flor, Cloe —le aseguró con delicadeza —. Deja el orgullo atrás y regálale una simple flor.

—Es lo menos que puedes hacer por ella —dijo Sanne, colocándose a su lado —. Ha hecho demasiado por ti.

—Nunca se lo pedí —bramó Cloe.

—Con más razón —intervino Dalia —. Vamos, Clo. Eve se merece una flor...

Cloe miró a su prima, y un intenso dolor de pecho le hizo esbozar una mueca. La incomodidad de sus huesos delgados, su hueco en el estómago, los cólicos, el mareo, todo eso se volvió obsoleto ante lo horrible que se sintió al ver a su prima ¿Una flor para Eve? Una flor para Eve...

Una flor para su rosa con más espinas.

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