Capítulo 42
Capítulo 42
Me quiere, no me quiere:
Día 210 del programa M.E.R: 9 de julio del 2015
7:00 pm
Desconozco, así como el resto del mundo, quien inició la tradición de arrancar pétalos de margaritas para tratar de adivinar si el amor que quieres te corresponde, pero fue una pésima idea. El número de pétalos en una flor es inexacto, así que el resultado puede ser cualquiera. Aunque era de suponerse que un "juego" tan absurdo se hiciera tan cliché y popular. Después de todo, a las personas nos gustan las cosas así: que tienen altas probabilidades de fallar. Es como si fuéramos adictos ilusionarnos. Somos tan masoquistas como un enamorado que busca flores en plena ventisca de invierno.
Ahora bien, regresando a la historia...Las luces, el sonido, las decoraciones, los adolescentes, sin duda no era el lugar para cuatro margaritas. No podían negar que su entorno lucía bien con el tema de "luces a media noche". Toda la cancha de baloncesto de la secundaria estaba repleta de faroles, lo que creaba un entorno casi mágico. Eso sí, lo demás arruinaba el encanto.
—Odio estos tacones —se quejó Lilian apoyándose en Dalia para acomodarse los zapatos—. No sé cómo lograron convencerme de traerlos.
—Aguanta, que te ves linda en ellos —aseguró Cloe —. Además, te sientan bien esos centímetros extra.
—Déjame vivir con mi metro sesenta, soy feliz con él —aseguró enderezándose con cuidado. Era inexperta en esa clase de calzado, así como en esa clase de fiestas.
Dada la rápida decisión de asistir a ese lugar, Dalia, Sanne y Lilian portaban atuendos sencillos comparadas con el resto. La primera, traía un vestido naranja y rosa estilo franela, que llegaba hasta sus rodillas. La segunda, un vestido rojo terracota caído, más corto que el de Dalia, que hacía juego con su labial potente. Y la tercera, un vestido blanco prestado, de espalda descubierta y escote alto, mucho más cortó que el de las otras dos.
En cuanto a Cloe, traía el vestido largo color azul que había escogido meses atrás. Era sencillo, con tan solo un hombro. Sus huesos se marcaban, pero la poca iluminación jugo a su favor, ocultando aquello. Las cuatro caminaron hacia el lugar donde servían ponche, solo porque ahí había menos personas. Les ofrecieron una y otra vez bebidas, pero ninguna aceptó.
Aún estaban aclimatándose a ese ambiente tan...peculiar.
—¿Dónde están Cameron y Rachelle? —le preguntó Sanne a Cloe, extrañada de que su novio y mejor amiga no hubiesen aparecido aún.
—No lo sé —dijo Cloe revisando su teléfono —. Les mandé mensajes, pero no contestan.
Dalia y Lilian intercambiaron miradas de alivio. Mientras más lejos estuvieran esos dos, mejor para ellas. Las pocas palabras que lograron intercambiar fueron suficientes como para concluir que no eran de su agrado. "Miss simpatía", bautizada así por Sanne, les resultó demasiado superficial a simple vista. En cuanto al novio de Cloe, había algo que no terminaba de encajar en él. Sin embargo, no sabían que era.
—¿Así se habría visto mi fiesta de graduación? —preguntó Lilian en voz alta, observando el grupo de adolescentes bailando.
—Probablemente —dijo Cloe con delicadeza. A veces, olvidaba que Lilian no iba a la escuela. Era muy inteligente, y sabía bastante a pesar de ser autodidacta. No obstante, ella jamás se graduaría, ni tendría esa experiencia. Era un poco triste.
—No me gusta —o quizá no tan triste como creyó —. ¿Cómo es que son las siete de la noche a penas y ya he visto a tres tipos vomitando? Además, esa música...
—Ugh, yo también la detesto —concordó Cloe, refiriéndose a las melodías vulgares que sonaban.
—Ay, a mi si me gusta —habló Dalia —. Es pegadiza.
—Cierto —concordó Sanne —. Me dan ganas de bailar con solo escucharla.
—¿Acaso no estás escuchando la letra? ¡Es horrible! —se quejó Cloe.
—Para bailar, no siempre necesitas entender o estar de acuerdo la lírica. Solo tienes que moverte —les indicó Dalia, meneando sus caderas con gracia —¡Vengan acá!
—¿Qué? —Lilian fue tomada por Dalia con ambas manos, y Sanne hizo lo mismo con Cloe.
—Sí, ya estamos aquí. Saquémosle provecho a esto —dijo Sanne, al tiempo en el que ella y Dalia las arrastraban a la pista de baile —. ¡A mover el esqueleto, chicas!
—Si eso fue una especie de broma, déjame decirte que fue de muy mal gusto —habló Lilian, aunque su voz ronca no se escuchó sobre la música.
Al llegar al centro de la pista, tras ser empujadas por muchos estudiantes que se sacudían al extraño compás de la música, Dalia y Sanne las animaron para seguirlas en sus pasos de baile. Cloe no pudo resistirse y aprovecho el hecho de que esa sería la última vez que vería a esas personas, así que bailó como si nadie la estuviese viendo. Bromeó, dijo sus locuras, y se olvidó de la lírica de la canción por completo.
Solo se dedicó a disfrutar de la primera fiesta en la que se sintió cómoda en verdad.
Bailaron y, cuando se cansaron, las chicas arrastraron a Lilian hasta el fotógrafo para poder conservar ese momento de las cuatro. Aún no entendían que era lo que tenía ella en contra de las cámaras, pero resultaba divertido convencerla de hacer cosas que normalmente no haría. Así, entre fotos, bromas, chistes y bailes, Cloe pasó horas junto con sus amigas, y no sintió que nada le faltará. Incluso olvidó que Cameron y Rachelle seguían sin aparecer.
—¡Me encanta esta foto! —exclamó Dalia al recibir la impresión instantánea.
—Ay, nos vemos bien —concordó Sanne —. ¿Qué opinas, Lili?
—Opino que mis pies mueren lentamente en estas máquinas de tortura — dijo, señalando los tacones de punta —. ¿Padme les dijo cuándo sacaría a la venta esas chanclas bonitas? Porque quiero ordenar unas.
Entre las tres, soltaron carcajadas sonoras ante el sufrimiento exagerado de Lilian. Cloe rodó los ojos con diversión, y acordaron ir las cuatro juntas hasta el baño para que Lili pudiera quitarse los zapatos unos minutos. Se estaban divirtiendo tanto, que el resto de la gente en la fiesta se hizo obsoleta para ellas. Caminaron fuera de la cancha, hacia los pasillos vacíos de la escuela que daban dirección al baño. Lo hicieron con Lilian apoyada en los hombros de Sanne y de Cloe, pues cojeaba con dolor.
—Sanne, sé que son tus zapatos, pero... ¿Los puedo quemar? —preguntó cojeando.
—Exagerada —Sanne rodó los ojos con diversión y luego pasó su atención a Cloe —. Clo, ¿tienes noticias sobre tu novio?
—Lo mismo iba a preguntar —concordó Dalia —. ¿No te ha escrito?
—No —dijo Cloe revisando una vez más su celular —. Seguro nos está dando un tiempo a las cuatro solas. Luego nos buscará en la fiesta, creo.
—Puedes ir con él si quieres, no tienes que estar siempre con nosotras —le dijo Sanne al notar que Cloe no mostraba mucho interés en ir a buscarlo —. Vinimos aquí para que te divirtieras, pero si quieres ir a besar a tu novio y hacer lo que hacen las parejas en sus bailes de graduación, ve a buscarlo. Eso sí, con responsabilidad, Cloe.
—Claro, claro, y no olvides usar protección —acotó Lilian, con burla en su voz.
—¿Por qué? ¿Tú la usas con Derek? —Cloe le devolvió la pregunta, logrando que los ojos pálidos de Lilian casi salieran de sus órbitas. Volteó a mirarla con una rapidez que incluso le generó un pequeño dolor en su cuello.
—Fin de la discusión —cortó Lilian, con sus mejillas de un tan sonrojadas que a sus amigas a duras penas si pudieron reconocerla —. ¿Cómo pasamos a hablar de Derek y de mi? ¿No estábamos hablando de Cloe? Ya sabes, Cameron y... ¡¿Alguien puede volver a preguntar donde está Cameron?! ¡Por favor!
Las tres rieron ante la reacción de Lilian. Descubrieron que a la margarita se avergonzaba con facilidad.
—Tranquila, no tocaré más ese tema—carcajeó Cloe —. En cuanto a Cam, supongo que lo buscaré luego. Primero, ocupémonos de Lili y sus zapatos.
—O...—habló Dalia, con una sonrisa en sus labios —. Podríamos hacerla sonrojar una vez más...
—Por favor, no.
Así que Cloe luego iría a buscar a Cameron. Luego de sus risas, de esa alegría repentina en su pecho, ella recordaría que, de hecho, su novio estaba por algún lugar. Lástima que las carcajadas no son eternas, se terminan, y dan espacio a pensamientos que asfixia. Y, ese es el momento en que comienzan a desprenderse los pétalos de la flor: ¿me quiere? uno menos, y Cloe pensaba en Cameron diciendo que la amaba con locura; ¿no me quiere? se arrancó otro pétalo en el momento en que recordó el terrible San Valentín que tuvieron ese año...
¿Me quiere?, y tocó su dije con alas de ángel.
¿No me quiere?, y pensó en él dejándola sola en todas las fiestas.
¿Me quiere?, y se dijo a si misma que ella lo amaba.
No me quiere, y lo vio junto con su mejor amiga, besándose en uno de los casilleros de camino al sanitario...
Te advertí que este jueguito era doloroso, ¿no es así?
—¡¿Pero qué carajos les pasa a ustedes dos?! —Dalia fue la que les gritó, pues Cloe no pudo despertar del shock.
Sintió como algo dentro de ella se quebraba, en el momento en que su supuesta mejor amiga se separaba de Cameron. Ambos estaban desarreglados. El maquillaje de Rachelle estaba vuelto un desastre y regado sobre la cara de Cameron. Eso no podía estar pasando, no podía ser. Trató de arrancar otro pétalo, pero no había más. Estaba frente a la pura verdad: él no la quería.
—Ya era hora de que se diera cuenta —Rachelle rodó los ojos, enfocándose en Cloe quien ni siquiera podía hablar —. ¿Qué pasa? ¿Te quedaste sin palabras, rarita?
—Tú...Tú... ¡Hija de perra! —vaya que le resultaba doloroso insultar a su mejor amiga.
Pero estaba molesta, e insultar resulta la anestesia temporal capaz de aliviar cualquier dolor.
Intentó acercarse hasta ella, furiosa, pero Sanne y Lilian la sujetaron para evitar que hiciera alguna locura. Dalia las miró sin comprender ¿Por qué hicieron eso? ¡Qué golpeara a la desgraciada! Y, como el pensamiento le llegó primero a ella, decidió probar que tal se sentía estamparle su puño a una delgada bien condenada.
Y, siendo sincera, debía admitir que se sintió bien.
—¡Dalia! —exclamó Lilian al ver ese golpe. Rachelle cayó al suelo de inmediato ante el impacto, e incluso se aturdió por el puñetazo en la mejilla.
—Carajo —Sanne abrió mucho los ojos con sorpresa —. ¿Quién dijo que las margaritas éramos frágiles? Porque eso no se vio para nada sutil...
—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Acaso están locas?! —exclamó Cameron, levantando a Rachelle.
Pero a ninguna de las cuatro le importó mucho ser llamadas dementes en ese momento.
—¡Los dos son unos idiotas, unos imbéciles! ¡Mi mejor amiga y mi novio! ¡¿Me pueden explicar que mierdas les pasa?! —Cloe se soltó de Lilian y Sanne, para encarar a esas dos personas que habían significado tanto —. ¡Me traicionaron! ¡Ustedes...!
— ¡Nosotros nunca fuimos nada tuyo! —gritó Rachelle de vuelta, ya de vuelta en sí —. ¡Tú fuiste la tonta que creyó que personas como nosotros perderíamos el tiempo en ti, rara de mierda! Dime, ¿acaso te parecía lógico que alguien como Cameron se fijará en ti?
Cloe pasó su mirada de Rachelle a Cam, quien la miró sin expresión alguna en su rostro. Entonces, se dio cuenta de que el dije de ángel no tenía ningún significado específico, y que sus besos nunca la hicieron sentir especial. Además, se dio cuenta de que él nunca se preocupó por ella. Si lo analizaba todo con cabeza fría, parecía que el amor de Cameron hacia ella no fue más que algo fingido.
Se arrancó el dije y lo tiró al suelo. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, pero estaba tan molesta que no se permitió llorar. Sin duda, era un mal momento para sentir el crujir de su estómago intensificarse una vez más...
—¡¿Qué clase de enfermos podrían hacerme esto?! ¡¿Qué carajos les pasa?! —les gritó, ignorando los pedidos de auxilio de sus tripas —. ¡Estos dos años, todo lo que hicieron por mí, fue mentira! ¡¿Por qué lo hicieron?!
—Verás, eras tan rarita que llamabas la atención de todos en la escuela —Rachelle le habló con la clase de tono de voz que se usa en los niños —. No tenías amigos, usabas extrañas camisas, eras...Mucho menos delgada.
—¿Y qué con eso? —preguntó Cloe, con la voz temblorosa.
—Rachelle y yo tuvimos problemas con la dirección —continuó Cameron, con la mirada baja —. El consejero de la escuela nos llamó bullys. De hecho, la madre de una niña presentó quejas y planeaban bajarnos créditos, algo que nos impediría graduarnos, incluso llegaron a considerar la opción expulsarnos
—Y fue ahí cuando se nos ocurrió la brillante idea de acercarnos a una niña rarita, ser buenos con ella y pretender que no nos molestaba compartir el mismo aire que respiraba alguien tan asquerosa como tú ¡Pero vaya que me molestó!
A Cloe se le heló el corazón. Entonces, ¿ellos jamás quisieron ayudarla? ¿Nunca fueron Cloe, Chelle, y Cam, el trío que creyó inseparable? ¿Nunca le pidieron cambiar por su bien? El aire se hacía denso, pero su molestia no cesaba. Era un remolino de sentimientos, una tormenta en la que los truenos eran el rugir de su estómago para nada lleno.
—Ay, pero no malentiendas esta situación, Cloe. Somos buenas personas —aseguró Rachelle a lo que Lilian, Dalia y Sanne rodaron sus ojos —. Tratamos de ayudarte a cambiar, de transformarte en alguien menos...rara. La idea de que fueras porrista salió de Cameron, y yo le sugerí a él que salieran. Solo así podrías dejar de ser la maniática de videojuegos y cosas de hombres: enamorada. Créeme, no me gustó nada tener que compartir a mi chico contigo, pero gracias al cielo la secundaria se acabó. Ya me tenías harta, no iba a poder aguantarte más.
—Fui su experimento...—analizó Cloe todavía en shock.
—No diría que...
—¡Si lo fui, Cameron! —lo interrumpió ella, dolida —. ¡Me usaron como coartada y luego comenzaron a jugar conmigo! Fui su conejillo de indias, su proyecto, su...
—¿No lo entiendes, Clo? Tratamos de salvarte de tu terrible personalidad. Puedes verlo como quieras, pero lo cierto es que, gracias a nosotros, eres quien eres ahora.
—Chelle...—Cameron intentó detenerla. Él parecía mucho más incómodo por toda esa situación que ella.
—Pero quien eres ahora no es, ni será nunca, suficiente. Incluso con nuestra ayuda, tu personalidad de mierda volvió a aparecer. Sigues siendo la misma rarita de antes, la que lloraba en el armario del conserje ¿Crees que fuiste un experimento? Pues, en ese caso, resultaste fallido en todo sentido.
Sus palabras le causaron dolor a Cloe hasta en sus huesos, los cuales ahora se veían mucho más debido al cambio de iluminación. Tenía frente a ella a quien consideró su mejor amiga y a su media naranja, pero todo resultó ser un engaño, un show, una coartada ¿Eso valía ella? ¿Era tan poco que eso era lo que merecía?
—¡Bien, me harté! —exclamó Dalia, quien podía ser un terrón de azúcar, así como también podía ser un cubo de sal a la hora de defender a su amiga —. ¡Perra, te juro que lamentarás haberle hecho esto!
—¡Cerda de porquería! ¡O te alejas de mí en este instante, o llamó a seguridad! ¡¿Entiendes?!
—Dile cerda una vez más, y te arrancaré hasta las uñas postizas —Sanne tuvo que intervenir en el asunto, así que se colocó entre ambas —. Y ni se te ocurra dirigirle la palabra a Cloe o a Dalia, a menos de que quieras terminar tu noche de graduación de una manera muy distinta a la que tenías planeada.
—¿De verdad creen que un montón de chicas esqueléticas y su mascota cerda me dan miedo? —se cruzó de brazos —. Es como ver a un grupo de niños disfrazados en Halloween,
—Bien, hasta aquí llegaste, rosa de porquería...—refunfuñó Lilian.
Y sin previo aviso, la margarita bulímica se quitó el tacón de su pie derecho y se lo lanzó con fuerza hasta el estómago de Rachelle, dejándola sin aire por instantes. Sanne y Dalia no perdieron el tiempo, y sacaron a Cloe del lugar. De sus ojos azules profundos, comenzaron a brotar lágrimas de vergüenza y tristeza con un sabor tan salado que le dieron ciertas nauseas en el instante en el que unas gotas llegaron hasta sus labios. Procesaba la información a un ritmo en el que su ira desvanecía, y solo quedaba el dolor; un dolor tan fuerte que solo provocó más y más llanto.
Por otro lado, en el momento en que Cameron se acercó a socorrer a Rachelle, Lilian tomó su tacón una vez más y los amenazó.
—Las personas como ustedes merecen más que un taconazo en el estómago —les dijo —. Tienen suerte de que estos zapatos no son míos, o habría hecho algo mucho peor que eso.
Rodó sus ojos y, tras quitarse otro tacón, salió descalza, restaurando su amenazante metro sesenta ¿Qué era lo que le ocurría a las rosas que creían que eran dueñas del prado? Personas como ellos eran los responsables de que margaritas como ellas se estuvieran marchitando.
Y Cloe se estaba quedando sin sus pétalos blancos gracias a ellos.
Se sentía engañada, traicionada, adolorida. Al instante en que salieron del baile, la culpa comenzó a invadirla. En lugar de molestarse con Cameron y Rachelle, se molestó consigo misma por haber creído que personas como ellos de verdad la querían. Tuvo que soltarse de Dalia y de Sanne cuando sintió la necesidad de abrazarse a sí misma. Se rodeó con sus esqueléticos brazos, y sintió sus costillas mezclarse con su piel. Soltó un sollozo adolorido y cayó al pasto de la entrada de su secundaria al tiempo en el que lloraba con más fuerza.
Mientras la mayoría de los adolescentes pasaban un buen rato en la fiesta a sus espaldas, ella se más sentía miserable que nunca ¿Pero acaso alguien escucharía sus sollozos allá adentro? La música de mal gusto opacaba sus lamentos...
—Ay, Clo —Dalia se sentó a su lado y permitió que ella llorara en su hombro.
—Soy una idiota —sollozó —. ¿Cómo pude pensar que alguien como yo puede ser suficiente para ellos?
—Eres más que suficiente para ellos, Cloe —aseguró Sanne, poniéndose de cuclillas frente a ella.
Por supuesto, Cloe no pudo creerle. Ya estaba convencida de que ella era el error en la ecuación. Le hacían daño porque no era perfecta, porque no logro parecerse al ideal que le habían impuesto. Quizá, si hubiese estado más delgada, nada de eso habría pasado...
—Hay que sacarla de aquí —dijo Sanne al notar que sus sollozos eran cada vez más fuertes —. Vayamos a mi casa.
—Llamaré a un taxi —Lilian sacó su teléfono, pero fue interrumpida antes de marcar el número.
—¡No quiero que un extraño me vea así! —le gritó Cloe.
Con tan solo pensar en los ojos de un taxista desconocido juzgándola, o sintiendo lástima por ella, las lágrimas se intensificaron ¿Por qué tenía que pasar por cosas como esas? ¿Por qué no podía ser feliz y perfecta? A ella todo le resultaba tan difícil.
—¿Y a dónde vamos? —preguntó Dalia.
—Derek —soltó Lilian —. Su casa queda a menos de dos cuadras de aquí. Si vamos caminando...
—¿Y que nos violen y asalten? —preguntó Sanne alzando una ceja —. Vivimos en Detroit, no en Disney, amiga.
—Este es un vecindario relativamente seguro y son las diez de la noche, a penas —indicó Lilian —. Creo que estaremos bien.
Sanne suspiró y bajó su mirada hasta Cloe. Su maquillaje estaba corrido gracias a las lágrimas, su cabello teñido jamás había estado tan desorganizado. Ella siempre solía traer moños desarreglados, pero ese ya era uno exagerado. En cuanto a su vestido, este estaba manchado por la tierra del suelo. Era una Cloe destrozada, una imagen nada agradable a la vista.
—Llama a Derek y que nos espere en su casa —le indicó Sanne a Lilian para luego ayudar a Cloe a ponerse de pie —. Esto debe darte una idea de lo mucho que te queremos, Clo. Solo tres chicas dementes se atreverían a arrastrar a su amiga por las calles de Detroit en la noche.
Cloe no pudo responder, tan solo continuó sollozando. Sus piernas flaqueaban al caminar, por lo que Dalia tuvo que tomarla de un extremo y Sanne del otro. Se sentía engañada, traicionada. Sin embargo, el sentimiento que predominaba en su sistema era una profunda desilusión.
Se hizo la idea de que había cambiado tanto y de tan buena manera, que había atraído la atención de aquellas dos rosas por su cuenta. La verdad fue que la utilizaron, y lo hicieron de la manera más terrible posible. Ahora, se sentía mal consigo misma por jugar un juego tan peligroso e impreciso como el que decidió jugar cuando se hizo novia de Cameron.
Así, más o menos, se siente cuándo el último pétalo de una margarita te revela una terrible verdad: que no te quiere.
...
11:00 pm
El problema de despojar una margarita de sus pétalos y que el resultado sea un rotundo "no me quiere" va más allá de una desilusión arrolladora. Nadie piensa en el tallo, que se queda sin lo único que lo decora; no se fijan en lo vulnerable que se vuelve ese retoño, en lo delgado que es...
Tan delgado que da miedo.
—¡Se acabó! ¡Mataré al desgraciado! —exclamó Derek, tras escuchar la historia completa.
Luego de llegar sanas y salvas a la residencia Osbone, Derek las recibió sin problema. Al ver a su querida friki llorando a lágrima suelta, su instinto de amigo protector se despertó. Les pidió a las margaritas que contaran cada detalle de la historia, y resultó uno más indignante que el otro. Definitivamente, parecía que la gente en ese mundo cada vez era más cruel.
—Nerd, mi ex es jugador de fútbol americano —dijo Cloe entre lágrimas —, y tú tienes la fuerza de una niña de cinco años ¿De verdad quieres retarlo?
Derek tomó esa información y la proceso con cuidado. Cloe estaba frente a él, sentada en el sillón de la sala envuelta en una frazada y en los brazos de Dalia. Sanne estaba sentada junto a ellas, y Lilian de pie junto a su novio. Ninguna tenía el mismo brillo de alegría que tuvieron al inicio de la fiesta, el ver lágrimas en una de ellas provocó una tristeza colectiva.
—¡Llamaré a Calvin, entonces! —continuó Derek, quien se rehusaba a dejar a Cameron sin su merecido —. Él es boxeador, ¿no? Además, todos estamos de acuerdo que Cal es la fuerza bruta del grupo y yo soy el encanto.
—Derek, te quiero, pero no es el momento —lo calló Lilian, quien suspiró al escuchar a Cloe llorar con mayor intensidad.
Derek asintió con lentitud. La verdad, no tenía idea de cómo apoyar a Cloe en esa situación. Le resultó terrible tener que verla tan triste y destrozada ¿Qué era lo que tenía el mundo en contra de las Nicols últimamente? El joven físico sentía que estaba viviendo un déja vu, pues, así de destrozada, Cloe se veía igual que su prima el día que llegó con un ojo morado a Sweets. La única diferencia era que Eve no había jugado al juego de me quiere, no me quiere; por lo tanto, su tallo no se veía solo y delgado. Por su parte, la contextura de Cloe era preocupante...la margarita marchita se quedó sin pétalos, y con un tallo muy débil como para mantenerse de pie.
La culpa seguía carcomiéndola por dentro. Comenzó a pensar que, de ser más bonita, habría llamado la atención de Cameron. Quizá se acercaron por ella gracias a un interés material, pero de haber sido hermosa, todo hubiese sido distinto. Claro que no lo era, alguien más era el detalle estético en el retrato familiar, y Cloe sentía que debía pagar las consecuencias de no ser igual a una rosa.
Sus ojos repletos de lágrima se fijaron en una de las muñecas "Barbie" que la hermana de Derek había dejado en el suelo de la sala de estar. Se soltó de los brazos de Dalia para sujetar aquel pedazo de plástico, y lo examinó con ojos quebrados.
—¿Cuánto creen que mide la cintura de la muñeca? —preguntó con poca voz.
—¡Nada de muñecas! —Derek golpeó la figura de plástico, logrando que está cayera al suelo —. He tratado de quitarle esas cosas a Silene desde hace años. Son irreales, Cloe. No importa cuánto mida su cintura, la tuya ya está bien.
Quizá demasiado delgada, pero no era el momento de mencionar aquello.
—Dile eso a Cameron —se cruzó de brazos —, porque él no lo cree.
—Clo, él no es más que un idiota —Sanne se levantó y la abrazó —. No merece ni una de las lágrimas que derramas por él.
—Es cierto, y odio tener que decirte esto, probablemente no es el momento, pero te advertí que él no era tan perfecto como mostraba —acotó Dalia con delicadeza —. Se nota que es de la clase de persona que nunca está satisfecho con lo que ve, lo mismo con la tal Rachelle. Podrías ser gorda, o súper delgada, pero ellos no se conformarían.
—Son tontos, friki —aseguró Derek —. Solo un verdadero idiota tendría la osadía de hacerle algo así a una persona tan increíble como tú.
» Tu ex y esa arpía a la que llamabas amiga están ciegos, te sorprendería cuántas personas tienen problemas de visión en esta sociedad...y no me refiero a miopía, astigmatismo o demás, porque eso se soluciona con gafas; yo hablo de algo que no tiene remedio más que un cambio radical de perspectiva.
No importaba cuanto trataran, Cloe no podía ver a Cameron como el culpable en ese asunto. Solo identificó un único villano en la historia: el continuó sonar de sus hambrientas tripas. Lloró con más fuerza, mordiendo su labio al punto de causar un doloroso sangrado. Sentía merecer ese dolor, pero dudaba poder aguantarlo
Lilian intercambió una mirada fugaz con su novio, la preocupación era evidente en ambos. Él no tenía ni idea de que hacer, pero en los ojos azules pálidos de ella encontró que Lili si tenía una idea. Después de todo, solo una margarita marchita era capaz de comprender a otra.
—¿Derek, nos prestas tus estrellas? —le preguntó.
Él soltó una sonrisa ladeada.
—Son todas suyas...
Lilian no perdió el tiempo y tomó a Cloe del brazo. La obligó a subir, acompañadas de Sanne y Dalia, que no tenían ni idea de qué clase de idea tenía en la mente la margarita bulímica. Derek las observó desaparecer por las escaleras y, una vez estuvo solo, se encargó de tomar esa muñeca de cintura irreal y para botarla en la basura. Estaba harto de tantos estereotipos, pues les habían hecho daño a esas cuatro chicas que no lo merecían. Cómo ellas, debía haber muchas más, que observaban caderas de plástico con envidia ¿Así de lejos había llegado la idea de la belleza? ¿Al punto en el que una muñeca completamente falsa era el ideal para ser perfecta? Él negó con la cabeza y se retiró a la cocina, pues se le ocurrió una idea para ser útil en esa situación.
Mientras tanto, Lilian ya había llevado a sus tres amigas hasta la habitación de Derek. Cloe no tardó en hacerse una bola en la cómoda cama y se refugió entre las sábanas y mantas esperando desaparecer. De haber sido una situación normal, se habrían fijado en la cantidad de rarezas físicas que tenía el joven en su desordenado cuarto. No obstante, estaban demasiado ocupadas en Cloe y en su tristeza como para mostrar curiosidad. Sanne y Dalia se miraron entre sí al notar que el llanto de Cloe no disminuía ¿Qué insinuó Lilian al traerla hasta ese lugar? No lo sabían...
Hasta que ella apagó la luz.
Las luces fluorescentes en formas de estrellas iluminaron el techo de una manera casi mágica. Al sentir esas luces verdes sobre ella, Cloe levantó la mirada, encontrándose con ese particular paisaje. Una habitación en un ático pasó a ser como un pequeño planetario de pegatinas brillantes.
—Estás estrellas siempre me han calmado —Lilian se sentó a su lado, seguida por Sanne y Dalia —. Incluso, me agradan más que las estrellas reales.
—¿Por qué? —preguntó Dalia, al notar como Lilian se perdía en el brillo del techo.
—Es que las del techo también se ven en el día —dijo con simpleza, inclusive encogió sus hombros.
Cloe se enfocó en ellas. Deseó encontrar la calma que encontraba Lilian, pero no fue así. Tan solo vio un montón de pegatinas que no ayudaron en nada a su situación, solo la hicieron desviarse a la imagen que tenía de perfección. La clavícula de Lilian vino a su mente; ella era tan delgada...y una idea surgió en su mente. Pero no la diría en voz alta, al menos no aún.
—Descorazonada, las estrellas no funcionan conmigo —confesó con voz quebrada.
—Lo sé, no te traje aquí por ellas —le indicó —. Tú necesitas llorar a solas y desahogarte sin que nadie trate de consolarte. Primero tienes que soltar todo lo que sientes, y luego es que nos encargaremos de hacerte notar que no eres la equivocada del cuento.
—Subiste aquí para huir de Derek, ¿no es así? —preguntó Sanne, casi segura de que la respuesta sería un "sí".
—Lo adoro, pero no sabe callarse —habló Lilian, con una leve sonrisa en sus labios —. Está acostumbrado a dar mucho amor cuando, a veces, solo se necesita un poco de silencio. Luego, si te haré bajar, Cloe, porque soy testigo de que él es el mejor a la hora de consolar.
—Y nosotras le seguimos el paso —aseguró Dalia.
Cloe sonó su nariz, tratando de contener la tristeza un poco más. Las miró a las tres, iluminadas por las estrellas color verde. Lilian se apoyó en su hombro y se cubrió con la misma frazada que ella. Luego, la miró a los ojos. No hubo necesidad de sonreír.
—¿Qué esperas? Suéltalo todo —le susurró —. Aquí tienes un hombro huesudo para llorar.
No tuvo que repetirlo dos veces, ella comenzó a repartir sollozos como si no hubiese un mañana. Dalia y Sanne la envolvieron en un abrazo, de manera que ella tenía seis hombros para llorar; algunos eran más delgados que otros, pero no le pudo importar menos. Tan solo necesitaba soltar todo el dolor que las espinas de unas rosas le habían dejado clavados en sus huesos.
Al llorar, su mente quedó en blanco. No obstante, su corazón se llenó de los pensamientos que debían de estar en su subconsciente, pero se perdieron camino a este. Era como si su órgano bombeador de sangre hubiera cambiado lugar con su cerebro. Ahora no solo tenía un corazón roto, sino que, además, razonaba con él. De esa manera, cada idea sobre el amor y la amistad que tuvo con Cameron y Rachelle por dos años se hizo aún más dolorosa.
Se estremeció tanto ante la tristeza quedaba la impresión de que su cuerpo delgado y esquelético se desgastaría. Los sollozos salían desde lo más profundo de su estómago vacío, y se extinguían al llegar a su garganta, pues se quedó sin voz suficiente para gritar. Su delgado tallo estaba sufriendo las consecuencias de vivir sin pétalos a causa de un desamor. Y dolía.
Su cuerpo comenzó a sentir fatiga luego de una hora de llanto intenso. Dejó de estremecerse, para intentar tomar aire entre su continuó torrente de lágrimas. Acostó su cuerpo entero en el colchón de la cama y se fijó en las estrellas. Debía admitirlo, eran lindas. No obstante, nunca serían suficientes para sanarla. Sentía que no había remedio para su corazón y confianza rota...no había remedio para ella.
—No funcionó, Lili —dijo con un llanto tenue —. Aún me siento terrible.
Lilian cruzó su mirada con la de Sanne, ¿y ahora qué harían? Tan solo siguieron a Dalia en su acción de recostarse al lado de la margarita anoréxica y mantener el silencio interrumpido de vez en cuando por los hipidos de Cloe. Quizá aún necesitaba llorar, o capaz era momento de iniciar con los consuelos. Pero ninguna estaba segura de ello.
Se escucharon unos pasos desde la escalera. Luego, un pequeño toque en la puerta que se abrió para dejar ver a un chico de lentes. Él traía un vaso en la mano y una sonrisa triste en su rostro. Lilian tuvo razón en algo: él estaba demasiado acostumbrado a dar amor, así que se olvidaba que el silencio era el mejor compañero en momentos de dolor. No obstante, no fue hasta allá a repartir abrazos y consuelos. Tan solo pensó en poner en práctica cierto don...
—Sé que no crees esto, pero mi madre solía decirme que el chocolate era la cura de cualquier mal —se acercó hasta Cloe, que se sentó al escucharlo hablar —. No sé si está bebida achocolatada logrará sanarte, pero te aseguro que llenara algunos espacios que sientes vacíos dentro de ti; no importa si es en tu corazón o en tu estómago.
Derek le ofreció el vaso con la bebida de delicioso sabor y Cloe solo pudo esbozar una mueca. Contó las calorías al instante, ¿de verdad esperaba que tomara algo que la haría engordar? Ya estaba lo suficientemente gorda y repugnante, por eso alejó a Cameron de su lado. Si tan solo hubiese sido más hermosa...
—Ni pienses que tomaré esa porquería —le dijo sin más —. A mí el chocolate solo me trae problemas.
—¿Cuándo fue la última vez que lo comiste? —preguntó Derek, alzando una ceja.
Recordó entonces aquella vez en la que recibió un regaño por parte de su ex amiga y ex pareja solo por ingerir una barra de chocolate. Tragó saliva, pues se dio cuenta de que los que le inculcaron que el cacao era terrible fueron ellos dos ¿Y si él chocolate no era malo? ¿Y si los malos fueron ellos todo ese tiempo? Pero Cloe no parecía verlo. Aún observaba ese líquido marrón claro como si fuera veneno en un vaso.
Lilian dedujo que, en la mente de la rubia teñida, cálculos de calorías debían estar en su mente ¿Qué le habían hecho esas dos rosas? La convirtieron en alguien aterrada a pasarse del límite de grasa. Esa no era Cloe.
Lilian suspiró, y, al ver el vaso, sintió la misma necesidad de contar las calorías y de ver el líquido con asco. A pesar de sus atracones, Lili desarrolló el mismo asco por la comida que Cloe tenía años atrás. Por esa razón, se autocastigaba al exagerar con sus alimentos. Se purgaba para tratar de limpiar sus errores, así como comía para llenar un vacío que no estaba en el estómago. Entendió el terror en la cara de Cloe al oír la palabra chocolate. Sin embargo, al ver lo destrozada que estaba ella, solo quiso que probara tan solo un poco de la bebida. Capaz Derek acertaba y el cacao podría ser una medicina. Deseó que los labios de Clo se adhirieran al vaso, pero sabía que no sería tan sencillo lograrlo...
Así que ella tomó un largo sorbo de la bebida por Cloe.
Lilian sintió como el dulce pasaba por su garganta hasta aterrizar en su estómago como algo pesado. Una mueca llena de asco se presentó en su rostro mientras tomaba la leche achocolatada. Eran demasiadas calorías, y no las había ingerido en un atracón. Quería vomitar, soltar aquello...
Pero se contuvo.
Con la misma mueca de asco, bajo el vaso, que aún tenía bastante líquido. Todos se quedaron mirándola, confundidos, pues su acción fue algo inesperada. Le devolvió el vaso a Derek, queriendo alejarse lo más posible de todo aquel dulce. Ya comenzaba a odiarse a sí misma, sus rosas no debían de ingerir chocolate. Pero lo había hecho por Cloe, así que las calorías extras valieron la pena.
—Probablemente lo vomite pronto —aseguró Lilian —, pero si yo pude llevar eso a mi boca, tu puedes. No es un pecado comer chocolate, aunque sé que soy la menos indicada para decirte eso.
Sanne imitó la iniciativa de Lilian y tomó el vaso, llevándolo a sus labios. Cuando sintió el dulce bajar por su garganta, la voz en su interior la insultó por no seguir las reglas alimenticias a las que estaba acostumbrada. Calló a esa voz, por más de que fuera doloroso ignorarla. Sí era por Cloe, entonces rompería cualquier dieta.
—Tampoco creo que sea un pecado tomar esto —aseguró Sanne, dejando bastante líquido en el vaso.
—Ni yo —Dalia tomó tan solo un pequeño sorbo, comenzaba a controlar la cantidad de azúcar que ingería por su bien. Luego le pasó el vaso a Cloe —. Pero si para ti es un pecado, creo que este es el infierno que necesitas: uno en el que las calorías aumenten, pero tú tristeza disminuya.
Cloe observó el vaso entre sus huesudas manos. El líquido se veía intimidante con ese color marrón claro. Temía por las calorías, y cómo estás podrían adherirse a sus caderas. Jamás tendría la perfecta cintura de una muñeca si ingería cosas como esa. Pero debía admitir que quería averiguar si él chocolate podía llenar los huecos que tenía dentro de ella...
Así que no lo pensó demasiado al llevar el vaso hasta sus labios.
El cacao viajó por su tráquea hasta su estómago, quien debió de quedar sorprendido al encontrar algo dentro de sí porque, al instante, rugió por más. El sabor dulce la inundó al momento, había olvidado que se sentía tener glucosa en su boca. Era una sensación extraña, agradable al paladar, pero terrible en sus pensamientos. Y, considerando que pensaba con el corazón roto, eso solo pudo significar que todo resultaba más doloroso.
Terminó todo el líquido en el vaso solo porque no se detuvo a captar lo que ocurría. Para cuándo encontró el fondo vacío, asimiló el hecho de que tenía chocolate conviviendo con su organismo. Ahora, las calorías de tal elemento debían de estar adhiriéndose a sus caderas, a sus brazos y a sus piernas. Era menos perfecta y, por ende, nadie podía quererla.
No culpes a un tallo débil por pensar así de sí misma. Después de todo, Cloe acababa de quedarse sin pétalos para seguir ilusionándose. Aún no podía pararse por su cuenta o pensar con claridad. Al menos, y debería verse como algo bueno, logró tomar una bebida con bastantes calorías y de sabor chocolate...
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