Capítulo 41
Capítulo 41
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Día 210 del programa M.E.R: 9 de julio del 2015
1:30 pm
La secundaria se convierte en la última etapa de irresponsabilidades y despreocupaciones para muchos de nosotros. Es extraño pasar con togas azules y un diploma frente a tus compañeros y pensar que esa será la última vez que los veas así, sentados y perteneciendo todos a un mismo grupo: los graduados. Te invade una sensación de desapego, como estar dejando tu hogar para mudarte a un apartamento más amplio, más apto para un nuevo capítulo en tu vida.
Y, sinceramente, da miedo.
Cloe le echó la culpa a ese temor y a los nervios por el crujir constante de su estómago, ya que el hambre no podía ser el responsable de eso; ella simplemente no podía sentir hambre. Así que, unos minutos antes de tener que subir junto con sus otros compañeros a recibir el diploma que confirmaría el enorme cambio al que se sometería su vida, abandonó la multitud de alumnos y corrió hacia el baño. No se detuvo en su reflejo, ni siquiera miró el espejo, solo se encerró en un cubículo y, una vez sola, se permitió abrazarse a sí misma y dejar escapar una mueca ante el dolor.
Pero que terrible momento para sentirse mal. Se suponía que ese día empezaba una nueva etapa de su vida ¿Acaso ese inicio no sería suficiente como para dejar los retorcijones y las quejas de su estómago atrás?
Más que dolor, sentía una especie de agujero intentando devorar las paredes de su estómago. Esos crujidos y retorcijones debían ser llamados de auxilio de su organismo, que pedía a gritos ser salvado y aún así ella prefirió ignorarlo. Pensó en lo que comió esa mañana, la mitad de una simple tostada. Contó las calorías, las calculó en cuestión de segundos, y eso hizo que Cloe se reprochara a sí misma. A pesar, de que fue muy poco lo que ingirió, seguía siendo demasiado. Entonces, su mente confundida sacó una única conclusión: ¡La comida era la culpable de su dolor!
Si, eso debía ser. Y, mientras escuchaba a su estómago retumbar y exigir ayuda, se repitió a sí misma que comer fue lo que la llevó a ese instante. Por culpa de esa tostada, ella se estaba perdiendo del momento más importante de su corta vida. La comida no solo le impedía ser perfecta, sino que también le estaba prohibiendo ser normal. No podía disfrutar de su graduación como lo hacían el resto de los adolescentes. Una vez más, se sintió fuera de lugar y, a falta de brazos para consolarla, se rodeó a sí misma para acompañar su alma débil y adolorida. Ni siquiera sintió el choque de los huesos de sus delgados huesos contra los de sus costillas expuestas, la toga azul que traía puesta se lo impidió.
Tenía la sensación que comenzaría a llorar, pero no fue así. Se volteó hasta dar con el inodoro de ese diminuto cubículo y una pregunta peligrosa llegó a su mente: ¿Qué es lo que hace Lili para ser delgada? ¿Será que lo puedo intentar?
Pero tranquila, la margarita anoréxica no llegó a probar el método con el que se marchitaba la margarita bulímica; no le dio tiempo. Escuchó un leve sollozar en el cubículo a su derecha, lo que hizo que ignorara los crujidos de su estómago por un segundo para enfocarse en aquel sonido tan...triste. Logró percibir respiraciones entrecortadas que la llenaron de curiosidad. Incluso observó la pared a su lado como si pudiera ver a través de ella, pero por su puesto que solo logró ver las palabras obscenas y las declaraciones de amor escritas en marcador, no a la dueña del llanto que escuchaba.
¿Recuerdas que te dije que lo único que permanecía de la vieja Cloe en ese cuerpo débil era su curiosidad? Pues, este momento en particular lo demuestra:
—¿Hola? —cuestionó lo suficientemente alto como para ser escuchada —. ¿Está todo bien por ahí?
No obtuvo respuesta, tan solo escuchó que el llanto se detuvo. Las respiraciones entrecortadas continuaron, solo que se escucharon mucho más tenues. El silencio se hizo presente y Cloe lo odió al instante; sin ese sollozo de por medio, tan solo podía escuchar a su estómago. Y, como quería ignorar que esa parte de su cuerpo existía, le continuó hablando a la pared esperando una respuesta que quizá no llegaría.
—¿Sabes? Un baño no es el mejor lugar para llorar —le dijo, apoyándose en la puerta de su cubículo —. Esta escuela es muy grande, tiene millones de escondites, pero creo que escogiste el peor.
Hubo silencio por un momento, pero, poco después, se escuchó un suspirar.
—Es el lugar más privado —respondió la chica en el otro cubículo. Cloe sonrió, pues ya no se sentía sola y supo que aquella voz ronca la distraería de los gritos de su estómago.
—No, no lo es —continuó Clo —. El armario del conserje es, sin duda, el lugar más privado. Y, como él nunca está, puedes llorar ahí con total libertad. Huele a humedad y a cloro, pero es mucho mejor que el hedor a orina que tiene este lugar, ¿no lo crees?
—¿Cómo sabes eso? —preguntó la voz sin rostro.
—Oh, llegué a tener mis momentos...
La mente de Cloe viajó a esos años en su escuela en los que no tuvo la protección de Cameron y Rachelle. Durante ese tiempo, los pasillos fueron una pesadilla para ella, en donde las burlas la golpearon tantas veces que perdió la cuenta de los moretones que recibió su alma; aún quedaban las marcas. Un nudo se formó en su garganta ante el recuerdo, un escalofrío recorrió sus huesos cuando revivió el instante de su vida en el que incluso su novio y su mejor amiga en la actualidad llegaron a insultarla, y un suspiro escapó de su boca al recordar el olor a cloro y a humedad que tantas veces fue testigo de su llanto.
Por suerte, todo había cambiado. Así que decidió seguir charlando con la desconocida antes que perderse en el pasado.
—¿Y por qué estás llorando? —cuestionó, sin esconder su curiosidad encerrada en su pregunta —. Se supone que hoy debe ser un día alegre...
—Ningún día en esta escuela infernal es alegre —bufó la chica en el otro cubículo —. No cuando eres yo.
—¿Y quién eres?
Una risa seca provino del otro lado de la pared y, luego, una fuerte confesión se escuchó:
—Me han llamado de tantas maneras en estos pasillos que ni yo sé quien soy. Creí que hoy podría ser feliz. Después de todo, luego de la graduación, jamás veré a los idiotas que me han hecho la vida imposible. Pero me equivoqué, ellos siempre lo arruinan. Ahora tengo miedo de graduarme y encontrarme a personas así afuera ¿Y si también me llaman rarita lejos de estos pasillos?
Cloe se tensó ante los pensamientos de la chica ¿Por qué estaban siendo tan sinceras entre ellas dos? La culpa de eso la tuvo la pared que las separaba. Quizá, sin ese muro rallado por marcador, ninguna de las dos habría hablado en primer lugar. Es increíble lo que uno puede llegar a confesarle a un desconocido, a veces confiamos más en ellos que en nosotros mismos.
Y es que un alma sedienta por desahogarse prefiere confesarle sus penas al aire, a una extraña sin rostro, antes que soltarlas al mundo exterior.
—¿Te llaman rarita? —preguntó Cloe, y tuvo que tragar saliva al pronunciar esa etiqueta que tantos recuerdos le trajo.
—Todo el tiempo, les encanta hacerlo. Me han insultado, etiquetado y bombardeado con ese insulto ¡Ni siquiera hoy pudieron contenerse! Se suponía que hoy se acababa el miedo, pero solo está empeorando...
A Cloe la llamaron de ese modo tantas veces que logró comprender a la desconocida de voz quebrada. Reconocía ese miedo, comprendía su llanto, pues ella lloró muchas veces en el pasado por la misma razón. Existió un momento en el que una simple palabra logró lastimar su corazón. Ahora, lo que la lastimaba era la comida, y no sabía qué era peor.
No supo decir cuál de sus dos versiones sufrió más: la Cloe a la que llamaron rarita, o la Cloe que estaba luchando por olvidar una palabra que empieza con g.
En medio de sus pensamientos, imaginó a la chica desconocida como un reflejo de sí misma. Generalmente, odiaba su propia imagen, pero esta le causó simpatía. Era una chica perdida, que necesitaba apoyo para encontrarse. Pero, ¿cómo la ayudaría si ella también se sentía perdida en ese instante? Los cólicos, su estómago, las calorías, el hambre...Cloe tenía en la mente un remolino de ideas, y aún así decidió ordenarlas para deshacerse del llanto de esa extraña.
Quizá así se sentiría mejor consigo misma.
—Un chico me dijo una vez que las personas no somos prendas de ropa, y por lo tanto no estamos hechos para tener etiquetas que nos describan —le dijo Clo —. Cerda, nerd, rarita...Esas palabras no deberían definir tu valor.
—Para el mundo entero, es así —señaló la extraña.
—En eso tienes razón, pero a veces solo hay que ignorar al mundo entero, mandarlo a la mierda.
—Todos critican...
—Y no pararán, pero tu mereces ser llamada por tu nombre, no por una etiqueta que te impuso la sociedad. Claro que nadie lo hará si tu no lo haces primero. Ser rarita no es malo, me han dicho que es un privilegio. Pero, lo más importante, es que seas tú misma, no lo que el resto cree que eres.
Cloe no dijo ni una de esas palabras pensando en sí misma. Las dijo pensando en sus nuevas amigas, en como las juzgó al inicio sin conocerlas. Creyó que Sanne era sosa y aburrida, cuando en realidad era todo lo contrario. Le dijo a Lilian descorazonada, cuando en realidad sentía con una intensidad incomparable. Y llamó a Dalia cerda cuando ella era mucho más que la grasa acumulada en su abdomen. Se equivocó, y ahora comprendía la advertencia que Derek le dijo alguna vez:
"Hay un mundo detrás de cada persona y podrías equivocarte al etiquetarla a primera vista. Una palabra no basta para describir algo tan importante como una personalidad y, si insultas, te insultarán de vuelta tarde o temprano ¿Eres lo suficientemente fuerte como para aguantar ese golpe?
Cloe comprendió lo mal que había estado al juzgar con la mirada durante tanto tiempo ¡Incluso se equivocó con ese nerd! Él era más que un simple chico inteligente...Se sintió mal al instante, incluso peor que antes y ya no se debía al hambre, al miedo, o a cualquiera de sus excusas. Ahora, el malestar venía de lo más profundo de su ser, de un corazón que se quejaba por no tener espacio entre sus costillas. Ella insultó, etiquetó y dañó a personas que no se lo merecían.
Estaba recibiendo el golpe, y fue peor que cualquier otro que recibió en el pasado.
Se arrepintió de no haber detenido a Cameron o a Rachelle todas las veces los vio etiquetando, o juzgando personas ¡Pero es que en el momento tuvo tanto miedo de que la rechazaran que se vio incapaz de hacer algo al respecto! La presión que cargaba sobre sus delgados hombros era demasiada. Esa desconocida tuvo razón, criticar es algo que la gente siempre hará y, si quería ser aceptada por la sociedad, ella debía hacerlo también, ¿no?
Solo que ahora no estaba tan segura, estaba probando el amargo sabor del arrepentimiento y no supo contar cuantas calorías tenía. Con su mirada azul perdida en las declaraciones de amor escritas en la pared, tomó una decisión: en ese baño nadie la veía, así que estaba bien no etiquetar; ayudaría a la rarita porque su corazón se lo pedía.
Y su corazón fue más fuerte que todas las inseguridades en su cabeza...Esa vez.
—Salgamos de los cubículos —sugirió Cloe —. Quiero verte a la cara.
—No lo sé...—respondió la voz —. Me veo horrible por tanto llorar.
—¿Y? Yo me vi peor en algún momento. Juro que no te voy a juzgar.
—¿Por qué te creería? Eres una extraña para mi...
—Justo por eso debes creerme ¿Qué sentido tiene mentirle a una extraña? ¿Eh?
Ambas estaban conscientes de que se estaban perdiendo buena parte de su ceremonia de graduación, pero no les pareció tan importante en ese momento. Lo que estaban viviendo era más relevante, una declaración en contra de lo que dicta el mundo: ignorarían las etiquetas para verse tal como eran. La voz desconocida soltó un tembloroso "lo haré" que fue señal para la cuenta regresiva en la cabeza de Cloe comenzara.
Uno...Y puso su mano sobre el seguro.
Dos... Ignoró el crujir de su estómago para empujar la puerta.
Tres...Salió justo al mismo tiempo que la desconocida y quedaron frente a frente antes de siquiera notarlo.
¿Qué es lo que hace a un extraño, un extraño? Pues, la respuesta obvia a la pregunta es simplemente el hecho de no conocerlo. Pero, ¿cuándo conoces a una persona en verdad? Porque hay veces que pasamos toda la vida con alguien, pero sigue siendo un desconocido, y hay otras veces que pasamos tan solo segundos con otra persona, pero terminas sintiendo que la conoces de toda la vida. Entonces, ¿qué es lo que hace a un conocido, un conocido?
Tú dirás que es la confianza, yo digo que es la mirada ¿Por qué? Solo para llevarte la contraria...
Fue justo la mirada de la extraña lo que vio Cloe ese día; ojos como almendras, hinchados por las lágrimas y refugiados por unas gafas amplias. Al instante, le pareció conocida, no solo porque la había visto varias veces por los pasillos de su escuela, sino porque la timidez encerrada en sus iris se le hizo familiar. Era alta, de mejillas rellenas un tanto destruidas por el acné. Ella también reconoció a Cloe, solo que no lo quiso admitir. Quedaron inmóviles viéndose la una a la otra, hasta que Clo decidió sonreír.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la rubia teñida.
—Yo...eh...me llamo Ivy.
La sonrisa de Cloe se extendió y se acercó hasta la extraña que ahora era una conocida. Debió levantar su mirada, casi ponerse en puntillas, para poder ver a Ivy a los ojos. De nuevo, pensó en sus amigas, las margaritas, y en todo lo que quería decirles ahora que sabía lo mal que estuvo juzgarlas sin conocerlas.
—Bueno, Ivy —le dijo a la chica, cuyo cabello desaliñado le daba un aspecto bastante descuidado —. Te daré un consejo, aunque no soy muy buena dándolos: a la próxima, di tu nombre con orgullo, tatúalo en tu mente y vuélvelo inolvidable para las personas que te conozcan, pero hazlo cuando comiences a verte a ti misma en él porque, mientras le des más valor a una etiqueta que a ti misma, tu nombre solo será una palabra, y tú te parecerás más a una prenda de ropa que a una persona.
Casi sintió orgullo al decir aquello, quizá se estaba volviendo buena en eso de dar consejos. Sin embargo, cometió el error de voltear hacia el espejo justo en ese momento. Se observó, la misma imagen de siempre apareció en su campo visual. Era como una belleza rota, el intento fallido de encontrar la perfección. Se negaba a notarlo, pero lo cierto era que ella tampoco se veía a sí misma en su nombre. No era Cloe, solo era lo que el resto esperaba de ella; y por el resto hablo de sus salvadores: Cam y Chelle.
Lo que si notó fue el crujir de su estómago, así que se acercó hasta al lavamanos para que Ivy no lo escuchara. Abrió el grifo, pero no hizo algo con el agua.
—Eres diferente a como creí que serías —admitió Ivy, ahora también mirando su reflejo en el espejo —. Sé que eres Cloe Nicols, lo supe al verte...Pero, no lo sé, tú no eres como Cameron, o como Rachelle.
—Eso lo sé —suspiró Cloe.
Lo tomó como algo malo, cuando en realidad era un cumplido. Ella no se parecía a Cameron o a Rachelle.
—Siempre te vi con ellos —continuó Ivy, acercándose al lavabo a su lado —. Siempre presente, el testigo, pero no la bully...
—Lamento no haber detenido a mis amigos —dijo Cloe —. Todas esas veces que insultaron a las personas yo...Yo creí que estaba bien.
—¿Y ahora no lo crees?
—Conocí a otras personas que me dijeron que no es así, que no está bien. No estoy muy clara de a quienes debo creerles aún, pero creo que, mientras estemos en este baño solas, puedo creerle a los que me dijeron que etiquetar esta mal.
—¿Y afuera no?
—Tú lo dijiste, Ivy. El mundo no para de criticar, no me puedo arriesgar —suspiró —. Por eso te pido que te busques en tu propio nombre, que te quieras a pesar de las etiquetas, porque las personas que hacen eso son libres de vivir como quieran. Son gente rara, que mejora al mundo con su presencia. Luego están los otros, que se buscan a sí mismos en nombres ajenos...
Ahí, Cloe llevó sus manos hasta el agua helada del grifo y lavó su rostro. Sintió el agua recorrer sus pómulos, las gotas bajar por su piel ¿En qué nombre se buscaba ella? Miró al espejo, sus ojos azules y profundos iguales a los de Eve...
Eve...
—Te ves mucho más delgada de cerca —soltó Ivy, devolviéndola a la realidad.
Cloe sonrió al escuchar aquello, sin notar la gravedad en la voz de su nueva conocida. Limpió su cara con un papel que luego arrojó a la basura. Retomó su sonrisa en sus labios quebrados y se enderezó. Volvía a actuar, a fingir que su estómago no le causaba dolor.
—Gracias —le dijo a Ivy, volviendo a mirarla —. ¿Qué dices si salimos y nos graduamos? Ya llevamos mucho tiempo aquí adentro...
—Espera...—ella la detuvo al sujetarla por la muñeca antes de que pudiera salir —. ¿Por qué viniste al baño en primer lugar?
La margarita se petrificó ¿Qué le diría? ¿Qué fue por culpa de una tostada que comió? ¡No! ¡No podía! Creería que era una cerda, una gorda por comer tanto. Sus tripas se retorcieron una vez más, su estómago continuó exigiendo algo que ella se negaba a darle. Los ojos de almendras de Ivy esperaron por la pregunta, mientras los de Cloe rogaron en silencio que su nueva conocida no tuviera que mentir tan seguido como lo hacía ella...
—Tenía miedo —la engañó —. Hoy es el nuevo inicio de nuestras vidas, eso aterra.
—Oh, pues es cierto —Ivy la soltó y le dedicó una sonrisa —. Pero creo que ahora estoy más calmada con respecto a eso. Gracias, Cloe.
—Ni lo menciones.
Y sí, da miedo...Da miedo verte al espejo y no reconocerte por tu nombre solo por desear tener el de alguien más. Y es así como una imagen se convierte en una etiqueta, y una etiqueta en la espina más dolorosa que te puedes clavar.
...
Tras recibir su diploma, dar un pequeño discurso y lanzar su birrete al aire junto al resto de sus compañeros, Cloe se abrió paso entre la multitud de graduados para ir hacia las personas que fueron a acompañarla ese día; con los únicos que podía ser ella y estar cómoda con eso. Perdió de vista a Ivy poco después de salir del baño, pero estaba bien. Supuso que sería una conocida de solo segundos, pero le alegró poder ayudarla. Incluso, descubrió una sensación nueva en su pecho al hacerlo.
Cloe Nicols estaba destrozada, probablemente necesitaba ayuda, y aún así entendió gracias a esa conocida en el baño que amaba ayudar a los demás.
—¡Estoy tan, tan, tan orgullosa de ti! —exclamó Eve, lanzándose a los brazos de su prima.
La única razón por la que Cloe se dejó envolver en el abrazo que le dio la chica que envidiaba, era porque se trataba de una fecha especial. De lo contrario, la habría empujado.
—Gracias, Eve —dijo, sin mucho entusiasmo. Luego, se soltó a ver a sus cuatro amigas y con cierta emoción —. ¡Vinieron!
—¡Por supuesto! —exclamó Sanne de vuelta —. No podíamos faltar, Clo. Nos querías aquí, y ninguna de las tres quiso fallarte.
—Oh, me hiciste llorar tanto con tu discurso —soltó Dalia, abrazándola mientras hipaba por el llanto —. Eres tan única, amiga ¡Estoy tan feliz por este logro!
—Sí, yo también estoy feliz, orgullosa y todo eso —señaló Lilian, con una sonrisa genuina en sus labios —. Pero no esperes llanto y muchos abrazos de mi parte.
—¡Oh! ¡No seas un limón hoy, Lilian! —le reclamó Sanne —. ¡Vengan acá las tres!
Y, sin pedirle permiso a ninguna, Sanne envolvió a las tres amigas en un abrazo grupal. Lilian se quejó al instante, pero, entre sus risas, se pudo notar que no estaba tan incómoda como decían sus quejas. En medio de tanto afecto, Cloe se dio cuenta de que quería a esas chicas, y lo hacía de una manera en que no podía describir. Siempre creyó que Rachelle sería su única y verdadera amiga, pero ahí estaban ellas tres, que siendo diferentes y únicas a su manera, lograron entrar en su vida con una facilidad increíble.
Tras soltarse del abrazo, se fijó en su tutor. Ese nerd era la razón por la que se estaba graduando...lo cual resultaba increíble después de todo lo que le dijo la primera vez que intercambiaron palabras.
—Me gustó tu discurso, friki —aseguró él, tras introducir sus manos en los bolsillos de su pantalón—. Tengo que admitir que estuvo mucho mejor que el mío cuando me gradué.
—¿Qué dijiste en tu discurso de graduación, joyita? —preguntó Eve con curiosidad. Aún tenía lentes de sol que cubrían su ojo morado y, ya que no era más un secreto, la mano de Calvin estaba entrelazada a la suya.
—¿Cuál discurso? Solo tomó el micrófono, gritó: ¡Hasta nunca idiotas! Y se fue —les confesó Lilian —. Desapareció una semana entera y aún hoy no sé qué hizo todo ese tiempo.
—Y ahora que eres mi novia, menos querrás saber —aseguró Derek.
—Sí, mejor déjame con la duda —concordó Lilian, poniendo sus ojos en blanco.
Cloe negó con la cabeza, divertida. De verdad, agradecía haber conocido a los delatores y a las margaritas. Detestaba a Margaret y a su programa, aún no creía necesitarlo, pero al menos le había dejado amistades como esas. Abrazó al nerd más original que conocía y se convenció a si misma de que lo mejor que pudo haber hecho fue no guiarse por el estereotipo que le designó a él en primer lugar. Porque Derek Osbone era mucho más que un nerd, y, aunque ella no lo sabía, Cloe Nicols era mucho más que una friki.
—¡Cloe! —al escuchar la voz de Rachelle acercándose, se soltó de Derek y corrió hacia ella.
Abrazo a su amiga con entusiasmo, y luego beso a su novio, quien estaba a su lado. Los amaba, a los dos. A pesar de que no estaba de acuerdo con su manera de tratar a las personas, y finalmente lo aceptaba, aún los quería con locura. Ellos la habían rescatado, y estaba segura de que el cariño era mutuo.
—¡Nos graduamos! —exclamó entusiasmada —. Sobrevivimos a secundaria ¡Lo logramos!
—Si —Cameron esbozó una sonrisa leve —. Pero, ¿por qué apareciste a mitad de la ceremonia con esa chica...la rarita?
—Su nombre es Ivy —lo corrigió Cloe —. Y no es rara, es tan normal como tu o yo.
—Pf, por favor —Rachelle rodó los ojos y la miró con cierta furia —. Existe un mar de diferencias entre personas como esas y nosotros.
—Sí, es cierto. Somos distintos a ella...Pero quizá eso signifique que nosotros somos los raros.
—¿Qué quieres decir?
—Somos los raros por tratarla de esa manera, por no tomarnos la molestia de conocer su nombre y por hacerla sentir mal.
—¡Dios! Dime que no crees ni una de las palabras que dices...
Cloe miró a su amiga y suspiró. Al sentir como Lilian, Sanne y Dalia se ponían a su lado, tomó la fuerza para decir la verdad.
—Sí, sí creo en lo que dije —confesó —. Chicos, pasaron toda la secundaria riéndose y aprovechándose de nuestros compañeros ¿No creen que este es un buen momento para dejar todo atrás? Pasaremos a tener una vida adulta y me pareció maduro pedir disculpas.
—La secundaria y la vida funcionan de la misma manera, Cloe —Rachelle rodó los ojos —. Hay gente superior y gente inferior, éramos los primeros hasta que lo echaste a perder al relacionarnos con esa rarita.
—¿Y quién decide quién es superior? —preguntó Dalia alzando una ceja —, ¿o es que automáticamente te crees importante por reírte de los demás?
—Vamos, Chelle —Cloe la tomó por los hombros y le regaló una sonrisa —. La secundaria se acabó, hay que seguir adelante ¿No te sientes mejor al no cargar ese peso encima?
—¡Yo no...! —comenzó a decir, pero Cam la detuvo.
—Bueno, suficiente. Hablaremos de esto luego —las separó —. Hoy es un día importante para nosotros. Clo, ¿a qué hora paso por ti para el baile?
—Sobre eso...—Cloe bajó la mirada y mordió su labio —. Esperaba poder decirles a unas amigas que nos acompañen.
—¿Quiénes? —preguntó Rachelle, sonando más molesta todavía.
Cloe se hizo a un lado, encarando a las margaritas. Las señaló a las tres, logrando que ellas abrieran sus ojos con sorpresa. No esperaron aquella invitación por una simple razón: creyeron que a Cloe le daría vergüenza estar con ellas en público. Sin embargo, ella parecía querer tenerlas a su lado.
—¿Y por qué mierdas las quieres en nuestro baile? —preguntó Rachelle, irritada.
—Porque son mis amigas, y porque creo que podrían llegar a tomarles cariño si las conocen —aseguró.
—¿Acaso no las has visto? ¿Cómo podría tomarles cariño?
—Ay, cariño, tu tampoco eres una diosa griega. Qué no se te suban los humos a la cabeza —Sanne rodó sus ojos.
Sanne no quería ir a ningún lado dónde estuvieran esos dos, Lilian tampoco. Y Dalia...
—¿A qué hora llegamos? Estaremos ahí sin falta —respondió la margarita obesa por las cuatro.
—¿Dijiste, estaremos? —preguntó Lilian sorprendida.
—Sí, ahí estaremos las tres —aseguró la pelirroja —. Nos hace falta un poco de diversión, ¿no lo creen?
—¿Y si nos divertimos haciendo cualquier otra cosa? —cuestionó Sanne, y Dalia la fulminó con la mirada —. Está bien, está bien, iremos.
Cloe sonrió como una pequeña niña en navidad. Le alegró muchísimo saber que tendría junto a ella a sus tres amigas esa noche, así aguantaría una de esas fiestas que tanto detestaba. Les dijo que iría a tomarse unas fotos con Cam y Chelle, volvería al instante después de eso. Así que, durante su ausencia, Lilian y Sanne aprovecharon para preguntarle a la pelirroja porque había decidido por ellas.
—Yo no quiero ir a ninguna fiesta con "miss simpatía" y el que se parece a Ken —Sanne se cruzó de brazos al tiempo en que los delatores se unían a la conversación.
—Ni yo —concordó Lilian —. Y estoy segura de que tú tampoco, Dalia. Así que, ¿por qué dijiste que sí?
—Miren, es la noche de Cloe. Se supone que hoy debe de estar feliz, y, sola en una de esas fiestas, jamás lo estará —les indicó Dalia —. Además, esos dos no me agradan ni un poco. Están molestos con ella, y no me gustaría dejarla por su cuenta en el caso de que decidan ser rudos con ella.
Lilian y Sanne se miraron entre ellas. Esa era una excelente razón. A pesar de lo horrible que sonaba ir a un baile escolar, lo harían solo por el hecho de que a ninguna de las tres les agradaban Cameron y Rachelle. Sabían que dejarían sola a Cloe, y no permitirían eso en una noche tan especial.
—Bien —alegó Sanne —, hagamos esto.
—Solo quiero dejar algo claro —habló Lilian —: si alguna de ustedes tres intenta ponerme tacones para hoy, se los clavaré en los ojos.
—Ya entiendo que le ves, Derek —carcajeó Sanne —. Su dulzura es cautivadora.
Derek soltó una pequeña risa ante la reacción que luego tuvo su novia debido a esas palabras. Las margaritas no están hechas para bailes escolares, al menos no esas cuatro. Los consideraban ambientes hostiles, un lugar dónde las burlas y etiquetas predominan. No obstante, ellas irían por una única razón: para evitar que una de ellas se sintiera sola.
Eso era lo que volvía margaritas a esas tres personas, y no sólo chicas con etiquetas cual prendas de ropa.
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