Capítulo 38
Capítulo 38
¿Quién es Jayden?:
Día 182 del programa M.E.R: 11 de junio del 2015
5:00 pm
La carta que nunca fue enviada esa noche sin estrellas seguía en el en el escritorio de Margaret, intacta y con una estampilla, a pesar de que jamás dejaría esa oficina. La doctora adquirió en ese tiempo la mala maña de leer una y otra vez sus propias palabras, lo hacía día tras día, solo para recordar la razón por la cual creó ese programa.
Fue por él, por ella, y por un millón de otras margaritas...
Su orgullo no le permitía admitirlo, pero a veces se sentía perdida en cuanto a sus acciones y sesiones. Quizá, el lazo que la unía a ellas lo que lograba desorientarla por instantes. El único capaz de llevarla a su camino de inicio, centrarla, y darle fuerza, era Jayden. Así que leía su nombre con anhelo al tiempo en que enredaba un mechón de su cabello caoba en su dedo y se deleitaba con el aroma floral a su alrededor.
"...No podré olvidarte..."
Y no podía hacerlo. Lo tenía tan presente que, a veces, su recuerdo dolía tanto como una realidad. Se detuvo en ese extracto de la carta durante largo rato, hasta que el repicar del teléfono fijo indicó que tenía una llamada. Dejó el papel en el escritorio y se dispuso a contestar. A pesar de que pensaba día y noche en Jayden, aún tenía un trabajo que realizar.
—¿Sí? —preguntó al poner el teléfono en su oído.
—Las margaritas acaban de llegar —la voz de Primrose soltó esa información, despertando a una Margaret que había estado muy distraída últimamente.
—Oh, está bien, está bien —la doctora Wallace soltó un suspiro y acarició su sien con delicadeza —. Bajaré en un instante.
Seguro ya notaste esto, pero si no es así entonces te lo digo: Margaret Wallace tenía una sonrisa casi exagerada en su rostro el noventa por ciento del tiempo. Sin embargo, y te ofrezco esto como un consejo, no hay que subestimar ese diez por ciento restante. Horas de alegría pueden quedarse cortas ante instantes de tristeza.
Y Primrose, quien la conocía muy bien, sabía eso a la perfección.
—Mamá, ¿Te encuentras bien? —Prim era más que la secretaria de Margaret, también era su tercera hija; un detalle que quizá debió haber sido mencionado antes, pero no me molesté en decirlo —. Escucha, sé que yo soy la menos sentimental y delicada entre mis hermanos, pero si necesitas apoyo, puedo pedirles a las chicas que se vayan y llamaré a Jade y a Pad, incluso puedo buscar a Aviv, si quieres. Con ellos si te desahogas...
—Ay, Prim, no es importante —aseguró la mujer —. Estoy bien, linda. Además, debo y quiero ver a las margaritas. Así que no las eches, por más que sé que te encantaría hacerlo.
—Ninguna me agrada —bufó Primrose.
—Cariño, ¿quién te agrada a ti? —preguntó la madre a la menos simpática entre sus hijas.
—Touché. Cómo sea, si quieres verlas, están en el consultorio, esperándote.
—Bien, voy para allá.
Margaret colgó la llamada y puso el teléfono de nuevo en su lugar. Tras darle una rápida ojeada a la carta una vez más, dejó todo como estaba y se levantó de su lugar. Necesitaba un respiro de sus memorias, dejar descansar al pasado...Así que su sonrisa volvió a sus labios, tal y como siempre lo hacía.
Mientras tanto, en el consultorio, las cuatro margaritas observaban con extrañeza los nuevos detalles en el lugar de trabajo de Margaret. Cosas inusuales ocurrían en sus sesiones, eso no lo podían negar. Sin embargo, luego de seis meses conociendo a la doctora, ella aún conseguía asombrarlas.
Antes de revelar aquello que tanto las impactó, primero debes saber que las margaritas que entraron por primera vez a ese consultorio eran un tanto diferentes con respecto a las margaritas que analizaban ese inusual detalle en el consultorio en ese instante...
Sanne tenía momentos difíciles en su camino para sanar. No obstante, encontró refugio en sus amigas, en los delatores y en su entrenador que la apoyaba por llamadas y mensajes. El año de descanso que tomó al graduarse para decidir si quería o no estudiar alguna carrera llegó a su fin, y decidió que, en ese momento de su vida, debía enfocarse más en si misma que en cualquier otra cosa. Preferiría ser la Sanne que se sumergía en una piscina a la que se zambullía en libros, así que comenzó a entrenar niños en natación. Aún era un tanto arrogante, todavía sentía la necesidad de seguir dietas a cada instante, pero luchaba con eso día a día. Su antipatía desaparecía poco a poco, y sus ganas de seguir a delante solo se fortalecían.
Dalia, por su parte, aprendió a manejar sus dosis de insulina a la perfección. Continuaba entrenando con Sanne y, en un periodo de un mes, logró deshacerse de dos kilos. Sonaba poco, pero era un logro para ella. Seguía odiando su cuerpo, aún quería rendirse en ocasiones, pero junto a su hermano y las margaritas buscaba la fuerza para no caer una vez más. Estaba decidida a tener una mejor vida y lograría bailar sin estar avergonzada de ninguno de sus apodos.
En la vida de Lilian, un nuevo factor se añadió a la ecuación. Derek no hacia de su vida algo perfecto, pero no podía negar que si lograba aumentar la duración de sus sonrisas. Aún era agria, cerrada y muy insegura, pero tenía momentos de dulzura que delataban que sentía cariño tanto por su novio, como por sus amigas. Todavía había bolsas bajo sus ojos, sus clavículas seguían muy expuestas, mascaba chicle todos los días... Así que se podía decir que seguía siendo la misma margarita, solo que comenzaba a ser regada con un agua distinta. Una más cristalina.
Cloe, por otro lado, seguía igual o más delgada que al inicio del programa. Se cansaba con facilidad, y negaba que eso se debía a la anemia que le diagnosticaron. Aun así, la extravagante y extraña manera de ser de la chica salía cada vez más a la luz. Desde su pasión por los videojuegos, hasta su fascinación por los cómics, todo eso era conocido por sus nuevas amigas, quienes aprendieron a entenderla. Sus notas mejoraban de a poco, gracias a un tutor bastante nerd. Las cosas con su prima no parecían mejorar, pero al menos la saludaba al llegar a casa luego de la escuela. Un avance, ¿no lo crees?
En fin, el programa había influido en ellas de distintas maneras. Aun así, seguían sin comprender los métodos de trabajo de la doctora. Cuando la observaron entrar, junto con su sonrisa restaurada y su bata blanca, no escondieron su confusión ante las novedades en el consultorio. Lo demostraron todo en sus miradas y, luego, con palabras.
—Hola, margaritas —las saludó la doctora tras cerrar la puerta tras ella —. ¿Cómo están?
—Confundidas —habló Sanne —. Es decir, no sé qué me confunde más: el rosal falso en la pared o, los cuatro maniquíes frente a nosotras.
—Definitivamente, los cuatro maniquíes sin cabeza —opinó Cloe —. Que cosas más escalofriantes ...
—¿Y para qué las macetas bajo el rosal? —preguntó Lilian —. Es falso, no necesita agua o tierra.
—Lili tiene razón—la apoyó Dalia, observando el rosal —. Además, creo que es un tanto exagerado, sobre todo porque ocupa toda la pared.
—¿En serio nadie va a preguntar por las figuras sin cabeza? —cuestionó Cloe —. ¿Llegaron al punto en que se fijan más en un montón de flores que en unos maniquíes escalofriantes?
Sí, era exactamente ese punto del programa.
Margaret soltó una pequeña carcajada al tiempo en que caminó hacia los maniquíes. Se apoyó en uno de ellos y observó a las cuatro chicas. Por ellas hacia el programa, por ellas y por Jayden; esa era la razón principal de su sonrisa.
—Por el rosal, no se preocupen. Aún no tendrán que enfocarse en eso —les aseguró —. En cuanto a los maniquíes, esto es parte de la sesión.
—Supongo que Padme se los prestó —comentó Dalia.
—Supones bien —aseguró —. ¿Saben que solo el veinticinco por ciento de la población femenina es de la misma talla que los maniquíes que se usan en exhibiciones? Eso quiere decir que, estos "muñecos", por así decirlo, tienen un margen de error de un setenta y cinco por ciento.
—Lo que quiere decir qué...—la animó Lilian, para ir directo al grano.
—Que los cuerpos de las mujeres cuyas tallas son más grandes o más pequeñas no están mal, son los maniquíes. Ellos se alejan demasiado de la realidad, ¿saben por qué?
—Porque son de plástico —soltó Cloe.
—Además de eso, carecen de imperfecciones ¿Cómo esperan que se asemejen al cuerpo de una persona cuando no tienen lo más importante? Les hace falta lo que nos hace personas, y esos detalles son exactamente lo que no nos gusta a la mayoría.
Se alejó del maniquí y buscó en uno de los estantes una gran bandeja con pinturas, escarchas y pinceles. La puso en la mesa para café frente a las margaritas y les sonrió una vez más.
—Su trabajo hoy es colorear imperfecciones, y volver a los maniquíes un poco más reales —les indicó Margaret —. Alguien hizo a estos "muñecos" para ser perfectos en todo sentido, pero les aseguro que, con un poco de color en sus defectos, encontrarán una belleza incluso mejor de la que ven ahora.
Las chicas se observaron entre sí. Recordaron en ese instante que ninguna de ellas era de la misma talla de los maniquíes en las tiendas. Ni siquiera Sanne, cuyo cuerpo era atlético, llegaba a la perfección hecha de plástico que reflejaban esas cosas. Durante buena parte de sus vidas, creyeron que estaba mal no verse igual a la imagen que retrataba un simple maniquí; cuando, quizá, lo que estaba mal eran esos moldes. No estaban hechos para ser iguales a un cuerpo promedio, carecían de realidad.
—Yo creo que a este de aquí le hacen falta estrías —señaló Dalia, tomando un pincel y un pote de pintura para adueñarse del maniquí en la esquina derecha.
—Y a este unas cicatrices, ¿no? —Lilian la siguió, pintando lo indicado en el maniquí a su lado.
Sanne y Cloe se dedicaron a colorear más imperfecciones en los otros dos maniquíes restantes. Pronto, entre las cuatro decoraban cuerpos hechos de plástico, resaltando errores que nunca pensaron mostrar. Así, esas figuras sin cabeza se vieron más reales que al principio. Con estrías, con costillas expuestas, con cicatrices...quizá no tenían la misma talla que el maniquí que coloreaban, pero las margaritas los editaron a su propia medida.
"...Siento que te tengo enfrente, tú esquelético cuerpo y el mío, de nuevo..."
Margaret suspiró al pensar en esa parte de la carta. Las margaritas no se parecían en nada a Jayden, pero a veces sentía que lo veía reflejado en ellas. Cuando Sanne soltaba algún consejo maduro al aire, percibía la sabiduría, en aquel entonces incomprendida, de Jay; los abrazos continuos de Dalia le recordaban lo cariñoso que él podía ser; las locuras de Cloe eran similares a lo que él solía hacer, y las sonrisas cortas de Lilian eran idénticas a las que Jayden esbozó alguna vez.
—¡Listo! —exclamó Cloe, cubierta de pies a cabeza con escarcha y pintura.
—¡Por Dios! —Sanne soltó una carcajada —. Eres un desastre.
—La realidad es un desastre en sí, por eso hice un huracán de colores para mostrarlo —dijo, orgullosa —. Eso y que no se pintar, así que volví esto un desastre antes de empezar.
—Típico —sonrió Dalia.
—Me gusta lo que hicieron —admitió Margaret, sonriendo al encontrar todos los maniquíes con defectos coloreados.
—Y a mí —dijo Lilian, alejándose para ver el resultado.
—Admito que tenía razón, doctora —aseguró Sanne —. Me gustan más con imperfecciones incluidas.
"...Son cuatro margaritas entre un millón de rosas, que han olvidado lo bellas que son..."
La carta se repitió una vez más en su subconsciente, haciendo eco de la manera más estruendosa posible dentro de su cráneo. Se sentía como si un trueno retumbara en su cerebro, como si un huracán de recuerdos quisiera destrozar su cordura. Pero tranquila, Margaret se llevaba bien con las tormentas, así que supo manejar esa.
—Lilian, cariño, ¿puedes ir a buscar mi celular en mi oficina? —preguntó para luego sentarse en uno de los sillones —. Quiero tomar una foto de esto.
—Yo... supongo que puedo hacerlo.
Lilian se encogió de hombros y salió del consultorio para buscar lo que le encargaron. Ella todavía tenía roces con la Margaret, pero al menos no eran tantos como al principio. Aprendía a tolerarla poco a poco, inclusive creía que comenzaba a descifrar a la incomprensible Dra. M Wallace.
Analizó muchas veces esos extraños métodos que ella usaba: solía hacer que ella y las margaritas reflexionaran sobre pequeñas, pero importantes cosas, que de alguna manera terminaban por influir en sus percepciones de la vida. Poco a poco les demostraba como esas impresiones influían en sus desórdenes también. Sin embargo, aún no entendía como era que ella podía perderse en ocasiones—porque había veces en las que se descolocaba, y soltaba discursos que parecían ser ensayados— y volver a la realidad como si nada. Y si había algo que no terminaba por entrar en la cabeza de Lilian era la sonrisa en los labios de la doctora ¿Por qué parecía estar siempre sonriente?
En fin, trató de no pensar en aquello simplemente porque no era su problema. Ya tenía demasiadas preocupaciones en su vida como para ponerse a evaluar la de alguien más. Entró al lugar de trabajo de la doctora y buscó lo que le habían indicado. Encontró el aparato sobre unos papeles regados en el escritorio. Sin mucho preámbulo, lo tomó. En el acto, la hoja que se encontraba bajo él, cayó al suelo. Ella suspiró y se agachó para recogerlo, pero se sorprendió al encontrar una carta idéntica a la que recibió alguna vez. Y, si bien ella no disfrutaba meterse en la vida de los demás, no pudo evitar leer.
"Querido Jayden..."
A medida que avanzaba, las letras se iban incrustando en los huesos de la chica. Sintió un escalofrío, pues cuando Margaret se refería a ese chico lo hacía con tanta nostalgia y anhelo que los sentimientos plasmados en palabras la invadieron por completo. Era una carta llena de detalles cariñosos, sinceros y adoloridos, pero hubo uno que logró descolocarla por instantes...
"...No podré olvidarte hasta que perdone lo que le hicimos a nuestros cuerpos..."
—¿Qué? —le fue necesario releer, pues no pudo creer lo que procesó su cerebro.
Las descripciones en la carta relataron la historia de dos personas frágiles y rotas; dos margaritas, para ser más preciso. No obstante, uno de ellos había logrado algo que el otro no. La letra era la de Margaret, y su firma estaba al final ¿Acaso la doctora llegó a odiar su cuerpo de la manera en que sus margaritas lo hacían en la actualidad? ¿Pudo ella ser una flor marchita en algún momento?
Lilian estaba confundida, pues al pensar en Margaret solo veía esa sonrisa que siempre estaba impresa en la cara. Era imposible que su pasado se hubiese basado en algo tan doloroso ¿Y ahora trabajaba para sanar a otras personas con los mismos complejos? No lo entendía, ¿por qué querría regresar al inicio? ¿Por qué planeaba recordar a Jayden de esa manera? ¿No sería más sencillo contactarlo, disculparse entre ellos, y listo?
Pero, más importante, ¿quién era Jayden?
Con la curiosidad invadiéndola por primera vez en su corta vida, se levantó del suelo y puso la carta en su lugar una vez más. Con el celular de Margaret en la mano, salió de la oficina con una única pregunta rondando en su mente. El nombre de Jayden rebotaba en su subconsciente, al igual que las palabras que leyó en aquel papel.
¿A quién le pertenecía ese nombre, y qué tenía que ver con Margaret y el programa?
...
El único hijo varón de Margaret era un bromista de primera. Alegre, soñador, risueño, el favorito de su madre y sus hermanas, por lo que gozaba de conocer cada detalle de la vida de las mujeres más importantes en su vida. Sin embargo, ciertas cosas se le escapaban. Después de todo, esa ceguera que lo acompañaba desde niño hacía que se le escaparan varias cosas.
Aviv Everton, cuyo nombre significaba "primavera", nunca vio su discapacidad como un obstáculo. Es más, bromeaba tanto con su ceguera que no podía imaginarse a sí mismo sin aquel detalle. No obstante, comenzó a considerarla una desventaja al escuchar a sus hermanas hablar sobre lo extraña que estaba su madre últimamente. Quiso verla por instantes, para comprobar con sus propios ojos si era cierto lo que decían.
—¿Distraída? —preguntó Aviv, quien conversaba con Primrose al lado contrario de su escritorio de secretaria —. Mamá es muchas cosas, pero no distraída.
—Lo sé, es tan extraño —habló Pad, acariciando a Loto, quien movió su cola con alegría —. Y está demasiado sentimental, ¿no lo creen?
—Les digo que es por esas chicas —aseguró Primrose —. Desde que se encarga del programa, está así. Yo creo que estar con esas margaritas le hace daño.
—Ay, Prim, esas chicas son unos amores—Pad rodó los ojos hacía su hermana —. Ellas no tienen la culpa.
—Pues, entonces búscale una explicación lógica a los cambios de humor de nuestra madre, Padme.
—¿Menopausia? —sugirió Aviv.
La mayor entre los tres soltó un resoplido. Sus dos hermanos menores eran conocidos por ser demasiado positivos y muy simpáticos; los más sentimentales de la familia. En cambio, sus hermanas mayores eran las que resaltaban en cuanto a inteligencia y elegancia. Ella podía considerarse la oveja negra del rebaño, pues se veía a sí misma como alguien realista y directa. Ser la hermana del medio era un dilema para Primrose Everton, pero su vida estaba tan llena de dilemas que uno más a duras penas si le hacía daño.
La puerta de la entrada se abrió, dando paso a los delatores. Al verlos, Padme corrió hasta Eve para abrazarla con tanto entusiasmo que casi la empujó al suelo. Luego de tanto tiempo acompañando a su novio a las industrias Miles Tone, Eve se había hecho muy buena amiga de la hija de Margaret. Pad saludó a su jefe con entusiasmo y luego reconoció a Derek como: "chico que sale con Lilian y que me cae súper bien".
Primrose solo pudo suspirar, era típico de Padme distraerse de temas serios para fijarse en otras cosas.
Observó cómo su hermana menor presentaba con cariño a Aviv, quien no perdió el tiempo para comenzar a bromear. Como era de suponerse, cierto nerd con miopía se llevó de maravilla al instante con él. En cuanto a Loto, el labrador estaba fascinado con las caricias que le proporcionaba la delatora rubia. Y Prim continuaba preguntándose cuando se centrarían en lo importante: alejar a su madre del programa; terminarlo, de ser necesario.
Pocos minutos después, las chicas salieron del consultorio cubiertas de pintura y con sonrisas en sus labios. Lilian era la única que no traía ese gesto en su rostro. Es más, estaba demasiado pensativa, incluso para ser ella. Su novio lo notó de inmediato, y se acercó a ella por instinto.
—Hola, bonita —le dijo, logrando sacarle una leve sonrisa y unos ojos en blanco. Tomó su mano, pero no pudo quitarle esa cara de pensativa a Lili.
Ella cargaba en su mente el peso de un nombre escrito en una letra distinguida...
—¡Aw! ¡Un perro! —exclamó Sanne, atrayendo la atención de Loto al instante.
El labrador dorado corrió hacia la chica de cabello voluminoso y se lanzó sobre ella. Sanne comenzó a acariciarlo de inmediato, mientras Cloe se alejaba de esa "máquina de baba peluda". Aviv solo pudo sonreír al escuchar a su perro guía ladrar y juguetear con alguien más.
—Pero que perrito más lindo —algo que nunca imaginaron las chicas fue oír a Sanne hablar en ese tono. Ahí descubrieron su debilidad por los animales —. ¿Cómo te llamas, cachorrito?
—Loto —respondió Aviv —, y suele tener ese efecto en las chicas.
—Es prácticamente la única razón por la que las chicas se te acercan, Avi —bromeó Pad.
—Pf, claro que no —aseguró Aviv —. Soy increíblemente guapo, se acercan a mi por eso.
—Jamás te has visto en un espejo, genio —acotó Prim —. ¿Cómo sabes si eres guapo?
—¿De verdad quieres saber los detalles? —él alzó una ceja.
—¡No! ¡Nadie quiere! —gritó Pad —. Cometí el error de decirte que sí una vez y aún estoy superando el trauma.
Aviv sonrió, satisfecho al saber que le había ganado esa a sus dos hermanas. Padme saludó con entusiasmo a las margaritas y les presentó a Aviv, quien dijo de inmediato que estaba feliz de conocer a las margaritas de su madre. El chico de la edad de Lilian y Cloe, soltó de inmediato que creyó que serían un poco más altas, y ellas tardaron como cinco minutos en caer en los chistes sobre su propia ceguera.
—Definitivamente, si yo fuera ciego, sería como este sujeto —aseguró Derek.
—Y si yo pudiese ver, probablemente sería como este sujeto —completó Aviv.
—¿Quién los presentó? Porque fue una mala idea —aseguró Cloe —. Ya nos costaba aguantar a Calvin y a Derek juntos, pero esto será otro nivel.
—Ya lo creo —asintió Lilian.
La margarita bulímica aun pensaba en el nombre Jayden. Durante los minutos que tuvo para reflexionar, creyó que podía tratarse de su hijo. No obstante, ahora que lo conocía, pensaba que la idea era absurda ¿Por qué escribirle una carta a su hijo? Así que la pregunta sobre la identidad del destinatario seguía siendo desconocida. Aunque, pensándolo bien, podía preguntarles a las personas más cercanas a Margaret.
—¿El nombre Jayden les suena? —preguntó Lilian, sin anestesia previa.
Los tres hijos de apellido Everton se paralizaron al instante, como si ese nombre hubiera sido el detonante de algo terrible. Solo la mayor de ellos encontró las palabras para hablar.
—¿De dónde sacaste ese nombre? —cuestionó Prim.
—¿Y por qué la secretariucha se mete en conversaciones ajenas? —Cloe se cruzó de hombros y la miró de mala gana.
—Me meto en la conversación porque ese es el nombre que mi madre repite día tras día sin explicación —Primrose se levantó de su silla y la miró amenazante.
—¿Qué tiene que ver tu madre con el hombre al que Margaret quiso enviarle una carta? —preguntó Lilian.
—Porque Margaret y mi madre son la misma persona.
Los delatores y las margaritas abrieron demasiado sus ojos ante la sorpresa, y lo hicieron en sincronía por esa declaración. Primrose se cruzó de brazos, detestaba a los pacientes de su madre, pero ellas cuatro sin duda encabezaban su lista negra.
—¡Ya decía yo que era imposible que todos sus hijos nos cayeran bien! —exclamó Cloe, ganándose una mirada de reproche por parte de Eve.
—Como sea; tú, la flacucha —Prim señaló a Lilian —. ¿De qué carta estabas hablando?
—Una que encontré en el consultorio de Margaret hace unos minutos —dijo bajando la voz, en caso de que la doctora decidiera salir del consultorio —. El destinatario era un tal Jayden, y hablaba sobre nosotras...las margaritas y porque quiso empezar el programa.
—¿Por qué? —preguntó Prim.
—Algo sobre perdonarse a sí misma, a lo que le hizo alguna vez a su cuerpo...
Padme y Primrose intercambiaron miradas llenas de confusión. Aviv, por su parte, frunció el entrecejo. Ninguno conocía nada sobre el pasado de su madre, ella nunca quiso hablar de aquello. Lo único que perduraba de aquella época era ese nombre, que a ella se le escapaba de los labios de vez en cuando.
Pero no tenían ni idea de quien era Jayden.
—Se los digo, este jodido programa tiene que terminar —sentenció Prim —. Estas chicas son problemáticas y le hacen daño a mamá.
—¿Problemáticas? —Sanne dejó de acariciar a Loto para mirar a Primrose, ofendida.
—¿Yo le hago daño a tu madre? —Lilian se apoyó en el escritorio y retó a la secretaria con la mirada —. No tienes ni idea de toda la humillación que pasé gracias a ella.
—Está arruinando su vida para ayudarlas a sanar —retó Primrose.
—Pues, ese es su problema. Si esta es su manera de olvidar al tal Jayden y de perdonarse a sí misma, bien por ella. Yo jamás le pedí que perdiera su tiempo en tratar de sanarme.
Se alejó del escritorio y caminó con un paso apretado hacia la salida. Los comentarios de Primrose la irritaron, pero le molestó aún más que no supiera quien era Jayden. No sabía porque, pero quería conocerlo. La manera en que Margaret se refirió a él fue suficiente como para que ella creyera que debía verlo. Quería preguntarle porque de todas las flores, pensó que podían ser margaritas...
—Sabes, no sé quién carajos es Jayden —Lilian se volteó para mirar a Primrose antes de salir del lugar —, pero debe de ser alguien muy importante si él es la razón por la cual tu madre decidió gastar dos años de su vida en una flacucha como yo.
Quizá no era importante; quizá él era solo una margarita...
Dinámica:
Holiiiis, hace tiempo que no hago dinámicas...¡Pero he vuelto! Para la dinámica de hoy, pintemos nuestro propio maniquí, como las margaritas.
No estoy esperando que tengan un maniquí en su casa (porque ni yo), así que intenten dibujar uno o conseguir una imagen en interten. Pónganle todas las imperfecciones que deseen, decorenlo a su gusto, y luego muéstrenmelo si lo desean ❤
Esta dinámica les recordará lo bellas que son con sus imperfecciones incluidas...
Recuerden marcar sus calendarios y comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita si lo llegan a hacer.
Con amor, Rina García.
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