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Capítulo 3

Capítulo 3
Las cartas de Dalia y Lilian
Día 0 del programa M.E.R: 11 de enero de 2015

11:45 am

Lo peor que le puede pasar a alguien es creer que está destinado, o destinada, a ser la peor versión de sí durante toda su vida. Esa voz que dice que, aunque lo intentes, no podrás mejorar, es como un molesto bicho que ni con el mejor de los insecticidas logras matar. Muy pocos logran desterrarlo de su cabeza, e ignorar su perverso zumbar no es opción. Para la gran mayoría de las personas, ese insecto termina por convertirse una plaga difícil de exterminar.

Dalia Milestone conocía bastante bien ese sentimiento. Se miraba al espejo todos los días y criticaba a su propio reflejo. Estaba convencida de que jamás lograría cambiar; pero, ¿cómo culparla por sentirse así? Esa grasa extra en su parte abdominal había sido su cruel compañera desde niña. Ahora, con dieciocho años, creía que jamás lograría deshacerse de esos kilos de más.

Mordió la magdalena a pesar de que no tenía hambre. La necesidad de introducir algún dulce a su boca se había vuelto parte de su día a día. Comía cuando estaba nerviosa y su vida se había vuelto un manojo de nervios con el pasar de los años.

Tras dejar su hogar en Florida, decidió mudarse a Detroit junto con su hermano mayor. Ella había sido el hazmerreír de su escuela por mucho tiempo, ahora que estaba graduada y en un nuevo lugar, pensaba comenzar de nuevo. Tendría una nueva vida, todo sería distinto ¿El problema? Los nuevos inicios la llenaban de nervios.

Volvió a morder la magdalena.

La obesidad es uno de los problemas alimenticios más comunes hoy en día. Esta enfermedad crónica trae muchos más problemas que tejido extra en el cuerpo, o "rollitos" difíciles de tapar. Desde artrosis, o dificultades para respirar con normalidad, tener kilos de más no se limita a tener más volumen en brazos, piernas, o abdomen. Son muchos los problemas que causa este trastorno, pero la salud no es lo único que está en riesgo para margaritas como Dalia.

Hay gente que cree que, mientras más grasa se tiene en el cuerpo, menos persona se es. Es ridículo un pensamiento como ese, pero existe. La sociedad arrastró a la gente a creer que una persona "gorda", a pesar de tener dos ojos, una boca y un corazón como el resto, no es humana.

Y de tanto repetirlo, incluso la gente con kilos de más comenzó a creerlo.

Tras dar el último atorado mordisco a su magdalena, Dalia escuchó la puerta de una de las habitaciones abrirse para luego cerrarse. Supo de inmediato que se trataba de su hermano, Calvin, y comprobó aquello cuando este apareció en la cocina con el cabello mojado y con una camisa a medio colocar.

Los hermanos Milestone se llevaban cinco años de diferencia; aun así, eran muy unidos. Ambos eran increíblemente parecidos: mismo cabello pelirrojo, mismos ojos verdes brillantes, mismas pecas abundantes, misma sonrisa radiante...la diferencia podría ser que Calvin no tenía sobrepeso, y las sonrisas de Dalia, si bien siempre eran sinceras, nunca duraban demasiado.

Luego de mudarse a Detroit, Calvin supo que ese sería el lugar perfecto para su hermanita. Allá de vuelta en Florida, sus padres la mimaron tanto que nunca le negaron comer de más. Sin saberlo, le dejaron el camino libre a Dalia para que ella llevase su obsesión hasta el límite. Cal sabía que debía ponerle fin a todo eso, o su hermana saldría perjudicada. Así que justo después de su graduación, convenció a su familia para traerla junto a él a Detroit, donde su empleo como dueño de una marca exclusiva de ropa le daba suficiente sustento como para cubrir sus necesidades y las de alguien más.

Estuvo emocionado durante meses, su hermana y él hacían un dúo que extrañó durante su ausencia. Incluso buscó academias de baile en las que ella pudiera cumplir su sueño de ser una bailarina profesional ¿El problema? Con el peso que cargaba su hermanita, difícilmente la tomarían en serio.

—Bien, chiquita ¿Lista para conocer Detroit? —preguntó, ganándose una mirada de sorpresa por parte de la chica.

—¿No tienes que trabajar, Cal? —indagó.

—Llegaste ayer, Dali. Quiero pasar tiempo con mi hermana —dijo, bajando bien su camisa para luego tomar una manzana del frutero elegante en la mesa —. Iré luego. Después de todo, yo soy el jefe. No creo que alguien tenga los cojones para decirme que voy tarde.

Dalia elevó las puntas de sus labios en una sonrisa que le agregó mucho más volumen a sus mejillas regordetas. Nunca entendió cómo su hermano había adquirido el don para animarla de esa forma, tampoco sabía quién le había enseñado a provocar sonrisas en su rostro cuando ella estaba acostumbrada a las lágrimas, pero su sofocado corazón siempre se lo agradeció. Ella tenía la dicha de decir que su hermano era un entusiasta estrella. Él tenía un corazón demasiado grande como para ser cierto, y ella lo conocía mejor que nadie.

Tras tomar sus cosas, y asegurarse de que Calvin no dejara las llaves en el apartamento, ambos salieron hacia las calles de Detroit para enfrentar por primera vez lo que sería el nuevo comienzo de Dalia; un comienzo que ella quería saborear tal y como saboreo el dulce azúcar que cubrió a su magdalena unos instantes atrás. El delicioso sabor a vainilla aún acariciaba su garganta, y los carbohidratos, que en algún momento tuvieron forma de un delicioso ponqué, ahora se unían a toda la grasa que asfixiaba a sus pobres arterias.

Te confieso que, en la historia de esta chica, dulce será sinónimo de letal.

Volviendo a los hermanos Milestone, los dos tenían personalidades muy similares. Eran un par de pelirrojos amables, conversadores y cariñosos, que tenían esa peculiar y chispeante manera de ser que es escasa hoy en día. Eso sí, la fuerza predominaba más en uno que en otro. Mientras que Calvin caminaba con total normalidad por las calles de Detroit, a Dalia se le escapaban suspiros que iban más allá del cansancio que le traía caminar unas cuantas cuadras, y esos suspiros se volvieron mayores cuando se detuvo frente a una vitrina.

—¿Por qué te desinflas, Dali? —preguntó Calvin a su lado. Tras escuchar el cuarto suspiro del día, creyó que su hermana se desinflaría cual globo.

—Jamás entraría en ese tutú, ¿o sí? —señaló la tienda de artículos de baile, donde un hermoso maniquí con un tutú era el centro de atención.

Calvin dirigió su mirada hacia la vitrina y maldijo en silencio el grosor de la cintura del maniquí. Desde niña, el sueño de Dalia se basó en el ballet. Conocía de memoria cada baile clásico del cascanueces, o del lago de los cisnes, y soñaba despierta con estar bajo un reflector. Claro que su sueño siempre estuvo alejado de la realidad, pues cuando intentó asistir a clases de danza, los mismos profesores la echaron por ser tan "gorda".

Si tan solo ellos hubiesen sabido que sus palabras ayudaron a intensificar la ansiedad de Dali, logrando que más y más comida bajara por su garganta, quizá jamás habrían pronunciado esas cinco letras.

—Deben hacer tutús en tu talla —aseguró su hermano.

—¿Quién quiere una bailarina de talla XL? —preguntó con tristeza.

—¡Yo la quiero! Es más, creo que las bailarinas deberían seguir tu ejemplo ¡Son tan delgadas que se pueden partir en dos luego de un giro!

—Y yo tan gorda que rompería la tarima tras un Grand jete.

—Dalia, no digas eso.

—Búscale humor a la cosa, Cal. Es lo que hacen todos.

Ella se encogió de hombros, logrando que el siguiente suspiro que presenció aquel mediodía nublado en Detroit viniese directo de la boca de Calvin. Dalia podía ser un rayo de sol en ocasiones, y en otras se convertía en su propia tormenta. Luego de tantos años siendo insultada, era muy poco el amor propio que conservaba. Pero aún se quería a sí misma, por eso se defendía de las malas palabras. Aún se amaba, a pesar de los kilos extra.

—Quiero iniciar de nuevo, Cal —le dijo a su hermano, sin despegar la mirada de la vitrina —. Solo que es difícil asimilar que este es un nuevo comienzo cuando aún tengo el mismo cuerpo.

—No se trata de tu cuerpo, Dali —Calvin la tomó por los hombros y la miró con gentileza —. Eres magnífica y sé que triunfarás con, o sin esos kilos que te molestan. Si admito que te quiero ver más delgada, por tu salud; a duras penas si puedes bajar una escalera sin cansarte. Pero es tu cuerpo, tú eres la que decide qué hacer con él.

» Tomaste la decisión de comer de más en algún momento, ahora eres tú quien decide si cambiar o no. Si quieres iniciar de nuevo, te apoyaré. Solo no olvides que no es cuestión de tu cuerpo. Después de todo, eso solo está ahí para guardar esa increíble alma que tienes.

Dalia no tardó en envolver a su hermano entre sus brazos que, si bien se veían fofos y gruesos, también eran un refugio acogedor para las personas que la amaban. No cabía duda de que Calvin Milestone siempre sabía qué decir, y solo por eso ella sintió que había lugar para un cuerpo de talla XL en el futuro que la aguardaba. En medio del abrazo, se preguntó por instantes cómo hizo para vivir cinco años sin él, allá en Florida. Le pareció una eternidad en ese entonces. Finalmente, estaban juntos de nuevo y ella utilizaría la fuerza que le daba su hermano cómo arranque para comenzar una vez más.

Lástima que él no podía decirle qué dirección debía tomar.

—Disculpe, ¿usted es Dalia Milestone? —preguntó un niño, interrumpiendo su abrazo.

—Eh, sí —contestó con desconfianza —. Soy yo.

El chico sacó un sobre de su abrigo y, sin más, se lo entregó. Dalia y Calvin observaron con intriga al pequeño de cabello cobrizo, no parecía pasar de los once años ¿Cómo conocía el nombre de Dalia? ¿Que traía ese sobre? ¿Por qué se lo daba en medio de una calle?

—Una mujer me pidió entregarte este sobre —explicó el chico, luego de ver ambas miradas esmeraldas cubiertas de duda.

—¿Qué mujer? —preguntó Dalia, desconcertada.

—Ah, no lo sé. Se marchó luego de darme diez dólares y el sobre. Si me lo preguntan, era extraña. Se quedó mirando la floristería de mi madre por media hora y no compró nada.

—Niño, ¿no te han dicho que no puedes hablar con extraños? —preguntó Calvin.

—Esa extraña me dio diez dólares por entregar una carta, puedo fingir que la conozco por un par de billetes.

Y, tras decir eso, el niño se alejó de ellos. Calvin negó con la cabeza, pero atrajo su atención a la carta de inmediato. Decía el nombre de Dalia, escrito en una caligrafía muy elegante. Era anónima, por lo que la identidad de la mujer seguía siendo un misterio. La duda era, ¿abriría Dalia la carta de una extraña?

—Sé que no debería leerla—dijo, mientras observaba a su hermano —, pero los Milestone somos curiosos ¿No?

—Como hermano mayor, no debería dejar que aceptes cosas de extraños —indicó Calvin —. Así que ábrela rápido antes de que me arrepienta.

Y eso hizo, abrió la carta; convencida de que leer las palabras de una extraña era diferente a hablar con una...

...

10:30 am

Uno: Lleva dos de tus dedos hasta el final de tu garganta.
Dos: No luches contra las arcadas, no eres tan fuerte.
Tres: No intentes ignorar el ardor, solo se hará más fuerte.
Cuatro: ¿Dije dos dedos? Mejor que sean tres.
Cinco: Vomita todo lo que acabas de comer.

Esto te lo mereces.

Lilian Bennett se sabía de memoria esos pasos; su vida se basaba en ellos. Los había seguido por años, en los que el ardor en su garganta y la acidez se convirtieron en parte de ella. Ya no le generaba asco liberar cada pequeña porción de comida digerida luego de las arcadas. Para este punto de su historia, ella no sentía nada; ni siquiera la libertad que sintió las primeras veces que se arrodilló frente al váter y soltó todo lo que estaba en su interior.

Recordaba con exactitud su primer atracón. Cuando ocurrió, ella tenía tan solo quince años. El ver cómo su madre bebía día y noche sin control, el hecho de que tendría que trabajar para mantenerla a ella y a sí misma, y el abandono de su padre, llenó de un estrés incontrolable a la que alguna vez fue una adolescente tierna e inocente. Fue el estrés lo que la llevó a comer una cantidad monstruosa de alimentos chatarra en pocos minutos y de lo único que se sintió llena luego de esa noche, fue de vergüenza.

Su familia había sido destrozada por personas más perfectas que ella, así que, luego de ese atracón, se sintió culpable por no poder ser como "las otras". Corrió al baño, llevó ambos dedos hasta su garganta y...

...Soltó en vómito tan solo una pequeña parte de la vergüenza, pero no fue suficiente.

Luego comenzaron las pastillas dietéticas, que tomó como si fueran caramelos, pero no le bastó. Entonces, de vez en cuando y solo si sentía más pérdida de lo usual, empezó a ingerir laxantes. A partir de ahí, todo se hizo más sencillo, pero no por eso menos doloroso. Ni siquiera con ellos la vergüenza se fue del todo.

Las personas con bulimia nerviosa suelen esconderse para darse esos atracones de comida, tal y como lo hacía Lilian. Luego, se purgan de maneras poco saludables, que las pueden llevar a adquirir problemas en su bienestar ¿Pero acaso Lilian notaba esos problemas? ¡Su vida era un problema en sí! ¿Qué importancia le iba a dar a uno más?

Con diecisiete años, Lilian seguía cuidando de su madre alcohólica ¿Escuela? Tuvo que dejarla para trabajar ¿Y su padre? No lo veía desde los catorce, cuando le dejó muy claro que tenía una mejor familia a la que cuidar y amar.

Ella bajó el inodoro una vez liberó toda la vergüenza posible. El hedor a ácido de la bilis mezclada con comida que dejó en el fondo de él ya no le causaba repulsión, sus fosas nasales estaban acostumbradas a aguantar la respiración. La vergüenza que vomitaba nunca era suficiente, pero al menos era algo. Purgarse era lo único que la mantenía más o menos viva.

Su cabello castaño, lacio y corto hasta su mentón estaba estratégicamente arreglado para que no se manchara a la hora de sus purgas. Limpió su boca con una servilleta húmeda y se acercó al lavamanos, donde su reflejo en el pequeño espejo no tardó en darle esa mirada crítica a la que estaba acostumbrada. Sus ojos eran azules pálidos, pero no se veían desamparados. Más bien, se veían inaccesibles, como un par de escudos que cubrían toda la melancolía concentrada en su interior.

Lilian era alguien que no se permitía sentir tristeza, o al menos no de la común. No lloraba, no sollozaba, sustituía todo eso con silencios o con enojo. Se tragaba sus problemas que, a diferencia de la comida, nunca lograba liberar con el vómito. Decidió dejar de mirar su reflejo, lo odiaba. Desvió su mirada hacia la foto pegada en una esquina del espejo ¿Qué hacía con una imagen de las responsables de sus desgracias? No lo sabía, pero no podía evitar mirarla todas las mañanas. Envidiaba a las dos rubias en esa instantánea, ellas le robaron toda su perfección.

Apartó la mirada y salió del baño. Sin querer ver el desastre de su alcohólica madre, entró a su cuarto con prisa y se encerró en el pequeño santuario lleno de lienzos y pinturas que se había encargado de construir.

A diferencia del resto de las habitaciones en su casa, que olían a alcohol y a humo de cigarro, la habitación de Lili olía a pintura y a sueños quebrados. Los momentos de total felicidad de esta chica eran pocos, pero la mayoría de ellos los vivía con un pincel en su mano, o con su mejor amigo contando anécdotas sobre física cuántica que rara vez llegó a comprender.

Hablando del susodicho, lo primero que notó Lilian al tomar su móvil fue un mensaje de su mejor amigo. Observó la hora en la que recibió el mensaje, hacía treinta minutos. Por suerte, Derek Osbone estaba acostumbrado a que su amiga contestara tarde. Al menos contestaba, eso era suficiente.

»Derek: Tibi gratias ago pro vigiliae

Lilian tenía la costumbre de fruncir sus labios siempre que algo la confundía, o si no entendía algo. Hizo eso mismo al leer el mensaje de Derek, escrito en una lengua que ella desconocía. Él hablaba alrededor de ocho idiomas distintos, por lo que Lili estaba acostumbrada a no entenderlo de vez en cuando.

Pensó en contestar, pero al ver la hora se dijo a sí misma que ya iba demasiado tarde como para hacerlo. Tomó su bolso y, tras meter un chicle en su boca para quitar el mal aliento que le dejó el vómito, salió corriendo de su habitación. Ni se molestó en ver que había más botellas que la noche anterior, sólo se enfocó en que llegaría con media hora de retraso al trabajo.

Considero que la vida es fiel creyente de la dulzura de la ironía y utiliza cada momento posible para demostrarlo. Lilian trabajaba en una nueva franquicia de dulces, donde el azúcar reinaba por doquier y no había forma de escapar de los carbohidratos. Vaya que debía de ser una tortura para ella olfatear el aroma a chocolate, a merengue, a caramelo...Todos esos olores juntos formaban una fragancia que le recordaba a sus momentos de atracones. Era horrible.

Solo había una cosa buena en ese dulce trabajo:

—Joe acaba de pasar por aquí, preguntando por ti —dijo el chico de ojos café y lentes desde el mostrador —. Le dije que estabas en el baño. Llegas justo a tiempo, Lili.

Derek le sonrió de esa manera tan propia suya, en la que mostraba sus impecables dientes y el brillo en sus ojos café aumentaba. Lilian se limitó a dedicarle una sonrisa ladeada al tiempo en el que caminaba a su lado. Tomó su delantal una vez él se lo ofreció. Con solo ver ese color rosa brillante sintió ganas de vomitar.

—Como odio este trabajo —dijo ella, amarrando de mala gana ese delantal a su pequeña cintura.

—Lo sé —habló él —, pero ambos lo necesitamos.

Ella asintió. Como siempre, Derek Osbone estaba en lo cierto.

—Gracias por cubrirme, de nuevo.

—Lili, nací para sacarte de problemas. Es como mi hobby —dijo él. Luego entregó el pedido en su mano al cliente al otro lado del mostrador —. Pero admito que no me gusta saber que te retrasas por hacer...eso.

Lilian abrió los ojos en sorpresa.

—¿Cómo sabes que...?

—Tienes chicle en la boca y esa mirada de melancólica cabreada —se apoyó en el mostrador, casi parecía alardear de lo bien que la conocía, pero no; él jamás podría alardear en medio de algo tan serio —. Te conozco, Lili. No finjas que no sabes que sé cada detalle de ti.

Ella parpadeó un par de veces y luego sonrió.

—Lo sé, me conoces. A veces me miras y siento que puedes leerme como a uno de tus libros—dijo Lilian, cruzándose de brazos —. ¿Podrías parar de hacerlo? No tengo letras en mi frente.

—No, pero hay distintas maneras de leer una historia —alegó su amigo —. Aun así, no debes preocuparte porque no te estoy leyendo. Estás escrita en un idioma que no comprendo.

—Si no me comprendes, ¿entonces porque dices conocerme?

—No necesito comprenderte para conocerte. Ni tú, ni yo, ni nadie comprende al mundo, pero lo conocemos lo suficientemente bien como para saber que puede ser una mierda cuando se lo propone. Solo hay que saber entender las partes buenas en una historia y así deja de importar si no entiendes el idioma en el que está escrita la vida.

Derek Osbone era fanático de la física, los idiomas y de la sonrisa casi inexistente de su mejor amiga. Pertenecía a ese grupo que la sociedad decidió denominar como "nerds", y eso se notaba de lejos. Sus gafas de pasta refugiaban unos ojos que podían callar al mundo utilizando toda la intelectualidad que resguardaban. Cuando no estaba anotando pedidos, revisando inventario o sirviendo dulces, estaba leyendo algún libro, o resolviendo algún teorema complicado. Sin embargo, Lilian nunca lo había llamado nerd, y nunca lo llamaría de esa forma.

¿Por qué? La palabra nerd está atada a un estereotipo, y Derek los rompía todos.

La sociedad tiende a clasificar a aquellas personas que resguardan mucha inteligencia en sus mentes como retraídas, tímidas y penosas. Pues, esa clasificación no encajaba con Derek Osbone. A diferencia de muchos, él jamás llegó a avergonzarse por su intelecto, más bien se sentía orgulloso de él. Hacía amistades con facilidad y vaya que amaba socializar. Es más, si se lo preguntaras a Lilian, ella te diría que no había un botón que silenciara la parlanchina boca de su amigo.

Se sentía cómodo con su forma de ser y se encontraba a gusto con sus pasiones, por más distintas que fueran. Muchos no lo comprendían, pero, ¿qué más da si no lo hacían? Después de todo, a Derek le encantaba ser incomprensible, extraño, y amaba romper estándares. Era todo lo que no se esperaba de él.

—Oye, Derek —lo llamó Lilian luego de unos minutos de servir cafés y pasteles —. ¿En qué idioma estaba escrito el mensaje que me mandaste hoy en la mañana?

—latín —respondió él.

—¿Y que decía?

Derek le permitió a las orillas de sus labios levantarse, sin mostrar sus dientes esa vez ¿Puedo confesarte algo sobre este chico tan peculiar? Escapó de un millón de clichés, pero hubo uno que lo alcanzó y lo envolvió por completo.

Tibi gratias ago pro vigiliae —repitió y luego se fijó en los ojos azules pálidos de Lili —. Significa: gracias por despertar.

En miles de novelas, películas, series, y demás, un chico como él termina por enamorarse de una chica como ella, su mejor amiga. Era el típico cliché, la escena que siempre le pareció estúpida y repetitiva. Para desgracia, o bendición suya, unos meses atrás se dio cuenta de que estaba atrapado en esa historia tan tradicional.

Él siempre estuvo ahí en las buenas y en las malas para ella. Se ofreció para ser su tutor cuando su madre la obligó a dejar la escuela, estuvo presente cuando ella se lamentó por el abandono de su padre, y para Lilian estaría siempre.

Se enteró de sus purgas por error y el día en que la encontró en su baño vomitando sintió que su mundo se venía abajo. Trató de detenerla, de rogarle que parara, incluso le pidió que se uniera a un grupo de apoyo, o que acudiera a un profesional, pero las razones que tenía Lilian para hacer lo que hacía fueron más fuertes que los intentos de su mejor amigo por ayudarla.

Luego, vino lo peor. Dos meses atrás, un episodio de anorexia purgativa casi destruyó por completo la deprimente vida de Lili. La anorexia purgativa era muy diferente a la bulimia que acostumbraba. Durante ese tiempo, se abstuvo de sus típicos atracones, pero continuó purgándose igual que siempre. Ella se puso tan mal que él tuvo que llevarla a un hospital tras desmayarse por tercera vez en una semana.

¿Sabes qué fue irónico? ¿Sabes qué fue doloroso en verdad? Cuando Lilian abrió los ojos luego de dos días hospitalizada, Derek se dio cuenta que sentía una debilidad increíble por el color pálido encerrado en el iris de esa débil chica. Su rostro delgado se convirtió en su propio agujero negro personal y, tras tomar su mano ese día, se dio cuenta de que no quería vivir sin ella. En ese momento, entendió que le gustaba alguien que estaba atada a la muerte y le dolía.

Pero no era un dolor del que podía escapar.

Por esa razón, le había enviado ese mensaje. Todos los días, agradecía en silencio porque ella despertó aquella vez, y porque seguía haciéndolo a pesar de lo mucho que le costaba. Esa mañana lo había dicho en voz alta por primera vez. No importaba en qué idioma lo pronunciara, estaba inmensamente agradecido porque ella abriera los ojos una vez más.

—latín —Lilian saboreó aquello, sin querer descifrar el mensaje —. Debes enseñarme ese idioma.

—¿No te basta con el francés, el italiano y el español? —preguntó Derek, alzando una ceja.

—¿A ti te bastó? —logró sacarle una sonrisa a su amigo.

Touché.

Derek era lo mejor en el mundo de Lilian y ella lo sabía. Aun así, su amigo no era suficiente como para detener sus purgas, y mucho menos sus atracones. Sin importar cuantas sonrisas le sacara, todavía estaba el recuerdo de su padre dejándola. Quizá sería una vergüenza para siempre y no había nada que ni ella, ni Derek, podían hacer para detener esa sensación.

Mientras limpiaba el mostrador, una carta con su nombre escrito en una caligrafía admirable llamó la atención de Lilian¿Qué hacía eso ahí?

—Derek, ¿tú dejaste esto aquí? —preguntó, tomando la carta.

—Pf, Lili, el día que yo tenga esa caligrafía será el día en que tú llegues a tiempo al trabajo —dijo, observando la letra —. Esto no se parece en nada a mis jeroglíficos.

—¿Pero sabes qué es? ¿O quién la dejó aquí?

—No. Dice tu nombre, deberías saberlo.

—Pues, no lo sé. Por algo te pregunto, tarado.

—Hey, hey, sin ponernos agresivos. Mira que de tarado no tengo ni un poco.

—A veces me haces dudarlo, Osbone.

—Luego te digo de memoria las bases de la teoría cuántica y te callas la boca.

Lilian dejó escapar una pequeña risa. Bien, su amigo no era un tarado, pero sin duda no sabía qué hacía esa carta ahí. Era anónima, así que lo primero que se le ocurrió a Lilian fue arrojarla a la basura. No era normal que una carta con su nombre apareciera de la nada en el mostrador. Nada normal.

—La tiraré a la basura —dijo, pero Derek se la arrebató de las manos al instante.

—Oh, vamos, Lili. Debes leerla —dijo Derek —. Podría ser algo importante.

—Dudo que una carta como esta tenga algo importante en su interior. Además, la dejaron ahí sin explicación. Podría ser algo peligroso, como una bomba.

—¿Una bomba? ¿De verdad? Me esperaba una excusa más inteligente viniendo de ti. Que decepción, Lilian Bennett.

— Ya cállate y déjame deshacerme de esa cosa.

Derek le dedicó una sonrisa juguetona; de esas que un nerd en un libro, o en una película, no suelen esbozar.

—Bien, si no la vas a leer, yo lo haré por ti —dijo —. Quizá sea algo que cambie tu vida.

—Una carta no cambia vidas, Derek.

—¿Y si está escrita en latín?

Lilian dejó escapar una sonrisa que extinguió su ceño fruncido. Tomando eso como una victoria, Derek sacó la carta del sobre y se dedicó a leer en voz alta. No estaba en latín, pero si sería capaz de cambiar vidas...Así que Derek leyó una y otra vez, hasta que Lili creyó cada palabra de aquella carta anónima.

Dinámica 4: 

Bien, esta dinámica es parecida a la anterior. Vuelvan a buscar una frase pero, en lugar de ser una que les recuerde a una persona importante, que sea una que sepan que los animará en momentos complicados. Si son personas muy nerviosas, busquen una frase que los alivie; si son personas de baja autoestima, busquen una relacionada a esto; y así dependiendo a lo que crean que pueda ayudarlos. 

¿Qué van a hacer con esta frase? Colóquenla en un lugar en el que saben que la verán a diario. Espero que esto los ayude en momentos difíciles. 

La mía la pueden encontrar en mi instagram porque no se carga aquí. No se ve muy bien por la luz, pero es una frase de una canción de Emile Sandé, y la anoté en el cuaderno en el que tengo todas mis notas para mis libros.

No olviden marcar check en sus calendarios y comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita.

Con amor, Rina García


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