Capítulo 28
Capítulo 28
El lago de los cisnes:
Día 95 del M.E.R: 15 de abril del 2015.
9:00 am
—Dali —la voz de Calvin fue lo primero que escuchó en la mañana, igual que todos los días.
Se estiró en la cama, solo para abrir los ojos y volver a cerrarlos. La vida de Dalia podía considerarse como una vida bastante sedentaria, en la que se le pasaba sentada viendo series, añorando ser bailarina y durmiendo. Ahora que entrenaba a diario con Sanne y las otras chicas, que tenía una dieta impuesta por Margaret, sentía que sus hábitos comenzarían a cambiar. Pero no todo es tan sencillo.
Se dio la vuelta y Calvin no pudo evitar dejar escapar una carcajada, resultaba una coincidencia que Dalia tuviese el sueño incluso más pesado que el de Eve. El chico se adentró por completo en la habitación y se sentó en la cama para poder sacudir a su hermana con delicadeza. Desde niña, a Dalia debían de levantarla en las mañanas. De lo contrario, nunca lo haría por su cuenta.
—Vamos, Dali, dijiste que debía levantarte temprano. Tienes que ir con las chicas al gimnasio —le dijo con una voz suave —. Levántate, hermanita. Necesito ir al trabajo y no puedo quedarme todo el día tratando de sacarte de la cama.
—¿Y por qué vas al trabajo el domingo? —preguntó somnolienta —. ¿Qué clase de pecado es ese, Calvin Milestone?
—Pad y otros diseñadores necesitan que los supervise para la publicidad de las nuevas colecciones en la tienda. Vamos, Dali, son las 9:00am. Luego iré a entrenar así que arriba, chiquita.
Con diecinueve años, a Dalia aún la llamaban con ese apodo en su familia. Era la chiquita de los Milestone, a la que consentían sin cesar. Ella volvió a estirarse en su cama y se sentó para bostezar. Estrujó sus ojos con fuerza y le sonrió al pelirrojo a su lado.
—Buenos días, hermano —parecía que las sábanas aún estaban adheridas al cuerpo de Dalia, pero poco a poco comenzaba a despertar.
—Buenos días, chiquita —Cal beso su frente con cariño y luego peinó con su mano el desarreglado cabello pelirrojo de su hermana.
—Calvin, no hagas eso. Me estrujas el cabello.
—Pareces una leona pelirroja, Dali.
—Y tu una versión de Ed Sheeran con traje y sin talento.
—Lo del talento es cuestionable —su hermano soltó aquello con gracia y se levantó de la cama de Dalia —. Jamás me has visto cantar karaoke.
—Ni quiero hacerlo...
—Algún día lo harás... Escucha, debo irme. El desayuno está en la cocina. Te amo, hermanita.
—Yo más, Cal.
Tras dedicarle una sonrisa, Calvin se retiró de la habitación. Minutos después, el sonido de la puerta del pent-house cerrándose llegó a los oídos de Dalia, quien se estiró una vez más. Le dolía el cuerpo de hacer ejercicio, y ahora debía hacer más. Lo bueno de que Sanne fuera su entrenadora era que ella le exigía solo lo que sabía que podría lograr, así que, si le dolía demasiado, ella no la obligaría a hacer ejercicios fuertes.
Con un quejido, se puso de pie y buscó su ropa de deporte en su gran armario. Lo que odiaba de esos leggins y camisas ajustadas era que resaltaban lo peor de su cuerpo. Es decir, todos sus royitos se mostraban por debajo de la fina tela, como si hubiese sido hecha para avergonzarla. Al menos le agradaban los colores de su ropa deportiva, y que era linda. El único problema era ella y que nada le que daba bien.
Fue hasta al baño con la ropa en su mano y comenzó su rutina mañanera luego de lavarse la cara. Cometió el error de desvestirse frente al espejo, tuvo que apartar la mirada para no sentir repulsión ante su propio reflejo. Le habían dicho tantas veces que las estrías y la grasa colgando en los costados de su abdomen eran repugnantes que ya se lo creía. Solo podía verse a sí misma con asco, quizá por eso usaba ropa colorida: para opacar el horror de sus kilos de más.
Una vez se cubrió con los leggins y la camisa, se colocó los zapatos de goma y salió hacía la cocina mientras ataba su cabello pelirrojo en una coleta alta. Calvin había dejado su desayuno justo donde había dicho, así que fue hacia allá. Su hermano mayor se encargaba de preparar todos esos platillos señalados en la dieta de Margaret, incluida la porción de avena que le tocaba esa mañana.
Ella suspiró al ver el plato, esas comidas nunca la dejaban satisfecha. Su hermano era un excelente cocinero, pero el comer menos de lo que acostumbraba hacía sentir a Dalia un tanto extraña, lo que la llenaba de ansiedad. Además, ya llevaba un mes en esa dieta y no veía los resultados. A pesar del ejercicio y de la comida sana, ella aún seguía con la misma talla.
Todavía no lograba ver sus pies entre tanta grasa ¿Qué sentido tenía todo ese esfuerzo si no funcionaba?
Se sentó y encontró una nota al lado de la avena. Supo de inmediato que Calvin era el autor de esta al encontrar su caligrafía a duras penas legible. Sonrió, pues su hermano era demasiado atento para ser real.
"Un día a la vez, chiquita. No te rindas"
Su sonrisa se expandió. Era increíble la capacidad que tenía Calvin para decir siempre lo correcto, incluso sin la necesidad de hablar. Comió la avena con la nota de su hermano en la mano y se dispuso a empezar ese día con el mejor ánimo posible. Pero no todo es tan sencillo.
...
9:45 pm
A Dalia comenzaron a temblarle las piernas en el momento en que abrió el chat con las margaritas. Leyó que ellas llegarían un poco tarde al gimnasio, lo cual la puso nerviosa. No le gustaba estar sola en ese lugar, donde las miradas eran demasiado críticas para aguantarlas. Sin embargo, ya estaba ahí y no podía hacer más que esperar a la llegada de las chicas.
Con ellas se sentía más segura que consigo misma.
Tragó saliva y se adentró en el gimnasio con su botella de agua en la mano. Su mirada verde se mantuvo en el suelo en todo momento, hasta que llegó a una de las caminadoras libres del lugar. Buscó sus audífonos y su reproductor en el bolsillo de sus leggins. Se apresuró a colocarlos en sus oídos al montarse en la máquina de ejercicios. Pronto, se sumergió en la música clásica proveniente de su reproductor, y permitió que los compases métricos le hicieran compañía durante sus primeros pasos en la caminadora.
¿Sabes que odiaba Dalia de los gimnasios, a parte de la gente que la criticaba en ellos? Que había espejos por doquier. Tenía uno justo delante de ella, cubriendo toda la pared. Pensó de inmediato que era un terrible lugar para poner un espejo, pues le resultaba deprimente fijarse en su frente sudada, en sus royitos que brincaban al compás de sus pasos rápidos, y en sus brazos gordos con estrías, mientras luchaba por deshacerse de ellos. Aunque, pensándolo bien, no existe un buen lugar para poner un espejo. Resultan crueles en cualquier sitio.
Le subió el volumen a la música y la intensidad a la caminadora. Comenzaría a trotar y ese era el momento en el que su corazón se aceleraba de una manera dolorosa, pero sabía que unos pocos minutos así la podrían ayudar. Sanne le había comentado antes que no debía exagerar en cuanto a la rapidez de la máquina, y pensaba hacerle caso.
Pero no todo es tan sencillo.
Bajó la mirada por instantes y luego volvió a subirla hacia el espejo. Comenzaba a jadear por el cansancio y manchas de sudor empezaban a aparecer en su camisa. No obstante, no pudo fijarse mucho tiempo en su deprimente imagen, pues el reflejo de dos chicas esbeltas tras ella llamó su atención primero. Ambas mujeres la observaron con asco y susurraron cosas entre ellas. Dalia comenzó a sentirse incómoda y, tratando de evitar mirarlas, bajó sus ojos verdes al monitor de la caminadora. Subió su intensidad, casi sin pensarlo, y volvió a levantar la mirada.
El espejo seguía igual de cruel, reflejando solo las peores partes en ella. Se fijó en la imagen de un hombre en el sector de pesas, al final del gimnasio. Encontró otra mirada llena de repugnancia por parte de él, y ella solo pudo subir la intensidad de la caminadora aún más.
Jadeaba, sudaba y se sentía casi sin aire. Sus piernas le reclamaban el exceso de ejercicio, pero, ¿qué podía hacer? Con tantas miradas sobre ella, bajar sus ojos hasta el monitor y modificar la rapidez de la máquina era lo único que la distraía de su envolvente ansiedad.
Necesitaba a las chicas, ellas la distraían. Necesitaba a Calvin, él la defendería de todas aquellas críticas silenciosas que el espejo no paraba de reflejar. Sin embargo, y para desgracia de Dalia, no estaban a su lado ni las margaritas, ni su delator. Tan solo le quedaba un cruel espejo, el sudor en su frente, y la quinta sinfonía de Beethoven acaparando toda su audición.
Entre los compases de la música clásica y sus pasos acelerados en la caminadora, Dalia tuvo que cerrar los ojos por instantes para evitar llorar. Se sentía vulnerable e indefensa ante tantas miradas críticas. Sin embargo, al abrirlos de nuevo, se fijó en las mujeres que susurraban. Su corazón dio un vuelco al poder leerle los labios a una de ellas, mientras reía con su amiga. Pudo identificar fácilmente la palabra gorda, saliendo de los labios de esa rosa.
Un nudo en la garganta la invadió, tal y como el día del recital. Detuvo la caminadora de golpe y se quitó los audífonos con brusquedad; la música clásica podía ser muy calmada, pero había detalles que sus dulces acordes nunca lograrían apaciguar.
Con sus ojos relampagueando por las lágrimas que luchaban por no salir, Dalia tomó su botella de agua y se fue a paso apurado de ahí. Estaba cansada, quizá en exceso. Le dolía el pecho y le costaba respirar. Sin embargo, nada de eso pudo importarle. Su interior se sentía peor que su exterior.
Su alma estaba lastimada porque esas dos mujeres utilizaron el arma que, entre flores, no se debe usar; y es una palabra que empieza por g y termina por a.
Se permitió soltar un suspiro roto al salir del gimnasio. Sentía que lloraría, que le pasaría igual que en el recital ¿Dónde estaba su hermano cuando lo necesitaba? Porque, sin Calvin, ella solo era una inútil que no podía valerse por su cuenta. Sentía vergüenza ante sí misma, y solo Cal podía solucionar eso. Ella no podía hacerlo sola.
Estando por su cuenta, todos los insultos que recibió en su vida llegaron a su mente y comenzaron a girar en torno a ella, como si fueran pequeñas bailarinas danzando el Lago de los cisnes en las paredes de su cabeza.
Gorda
Marrana
Cerda
Obesa
Su visión se tornó borrosa al tiempo en que cada uno de sus insultos se coló en su piel llena de grasa, atravesándola de manera dolorosa. Dejó caer la botella de agua en el suelo, y comenzó a caminar sin rumbo alguno. Las lágrimas finalmente se escaparon de sus valientes ojos verdes, que aguantaron lo suficiente como para alejarse del gimnasio y soltar toda esa tristeza en forma de gotas de agua.
No obstante, el Lago de los Cisnes interpretado por una orquesta de insultos, seguía repitiéndose en su cabeza una y otra vez.
Quizá fueron las burlas, o quizá fue la frustración de estar haciendo ejercicio y aún así no ver los resultados, pero algo la llevó a adentrarse en aquella tienda de servicios rápidos para gastar todos los dólares que traía a la mano en la máquina expendedora. Dulces y frituras comenzaron a salir de esta. Ella pensó en su dieta, la que Margaret había creado con tanto esfuerzo y ella había seguido por un mes entero. Quizá romperla no era lo correcto, y dudó por instantes en tomar todos aquellos alimentos dañinos para su organismo.
No obstante, recordó las miradas que había visto en el espejo hacía tan solo minutos. Los insultos comenzaron a bailar una vez más: Cerda, marrana, gorda... ¿Por qué eran tan crueles con sus kilitos de más?
Mientras observaba los dulces y la ansiedad aumentaba en su interior, se convenció a si misma de que se merecía todas y cada una de esas críticas. Tomó toda esa comida y corrió con ella al baño del local. Una vez ahí, se encerró y apoyó todos los dulces en el lavamanos. Su reproductor cayó al suelo, logrando que la música se pusiera en marcha una vez más y se escuchara en el exterior desde los audífonos. Fue la quinta sinfonía de Beethoven la que acompaño a Dalia al llevar toda esa comida chatarra a su boca con rapidez y sin respirar.
La llamaron cerda toda su vida, quizá era tiempo de aceptar que lo era en verdad.
—Esta eres tú —se dijo a sí misma, mirando su patético reflejo en el espejo del baño —: una marrana de mierda, una cerda amorfa, una...
Soltó un sollozó entre sus lágrimas ¿Dónde estaba Calvin cuando lo necesitaba? O, una mejor pregunta seria, ¿por qué no podía ser fuerte por su cuenta? ¿Por qué dependía de alguien más para sentirse segura?
¿Por qué se rendía?
Se respondió a sí misma con los insultos que se habían calado en su piel llena se estrías y que ya se creía por completo: porque era una marrana de mierda, una cerda amorfa...
—Una gorda...—le habló a su repugnante reflejo, que tenía dos ojos verdes rojos y llorosos. Luego, continuó devorando todos los carbohidratos que con un par de dólares había comprado.
Dalia Milestone danzaba la melodía incorrecta, era la bailarina equivocada en esa interpretación de El lago de los Cisnesque solo le restaba importancia a ese buen corazón que latía con fuerza debajo de tantas capas de grasa.
Dinámica:
Bien, provemos que tan atentos han estado en estos últimos capítulos. Díganme quien dijo las siguientes frases y la persona que acierte todas primero se ganará una dedicatoria en el siguiente capítulo (perdón, no soy creativa con los premios jeje).
Aquí vamos:
Publicaré esto en mi instagram también, así que si se quieren pasar por ahí son más que bienvenidos ❤
Recuerden marcar un check en su calendario y si quieren usar alguna de las frases en sus redes sociales no olviden comentarme junto con el hashtag #soyunamargarita.
Con amor, Rina García ❤
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