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Capítulo 25


Capítulo 25
Palabras difíciles:
Día 81 del programa M.E.R: 1 de abril del 2015.

6:30 am

Hay palabras que fueron hechas para ser gramáticamente difíciles, como, por ejemplo, paralelepípedo u otorrinolaringología. Estas son palabras complicadas de pronunciar gracias a su complejidad y podrían enredarse en tu boca antes de si quiera abandonarla.

Luego, están las palabras que fueron hechas para ser sentimentalmente complicadas. Estas no suelen ser muy largas o complejas a la hora de escribirlas en papel, pero pesan tanto en la conciencia y estrujan tanto al corazón que se enredan en tu lengua y se atoran en tus dientes cuando las quieres decir. Adiós es una de esas palabras sentimentalmente complicadas. Caleb Carlton y su tía Sanne Coleman lo descubrían de la manera más dura, en lo que se podía considerar en su primera y más larga despedida.

—¡No quiero irme! —sollozó él, abrazado a su tía —. ¡No quiero que la tía Sanne se quede aquí! ¡Yo me quedo con ella!

El niño podía escucharse a sí mismo llorar y gritar gracias a ese aparato en su oreja al que aún no se acostumbraba. Sin embargo, habría deseado no oír palabra alguna en el momento en que sus padres le dijeron que se mudarían, y que su tía se quedaría en Detroit. Sanne estrujó al pequeño contra su cuerpo y se permitió derramar lágrimas al acariciar su cabello. Sabía que dejar ir a Dann y a Caleb era lo mejor, pero le dolía. Su entrenador observaba la escena de cerca, conteniendo la tristeza junto con su esposa. De igual manera, los tres delatores faltantes los miraban comprendiendo lo complicado que era un adiós. Estaban ahí para despedir a quien se había convertido en un amigo en poco tiempo, al rubí de la colección de Eve.

—¡No quiero! —continuó llorando Caleb.

—Precioso, debes hacerlo —le susurró Sanne —. Te irás con mami y con papi, y tu hermanita llegará dentro de poco. Tienes que cuidarla por mí, ¿de acuerdo?

Caleb se alejó un poco de ella para poder limpiar las lágrimas que no paraban de caer por su jovial rostro.

—No te quiero dejar —él puso un puchero que le destrozo el corazón a su tía y a sus padres —. ¿Y si me olvidas? ¿Quién me va a peinar allá en mi nueva casa si no estás tú? ¿Quién me llamará precioso, tía?

Sanne levantó la mirada unos instantes solo para fijarse en Dann. Ese adiós estaba resultando demasiado difícil. Todas las células egoístas de la margarita le gritaban que les pidiera quedarse, pero su sensatez fue más fuerte. Se fijó en los ojos llorosos de Caleb y trató de sonreírle.

—Caleb, no es como si me fuera a ir de tu vida —le dijo con delicadeza —. No es tan fácil librarte de mí.

—Pero vamos a estar muy lejos...

—No importa, yo siempre estaré contigo. Existen las llamadas, cariño. No importa la hora, el lugar, o el momento, tu marca mi número y yo te responderé. Siempre podrás contar conmigo, Caleb. La distancia que nos separará no hará que me olvide de ti, o que te quiera menos porque tú, mi precioso sobrino, eres alguien que vale la pena recordar.

» No hay manera, ni distancia, que me impida quererte, ¿entiendes? Siempre encontraré un modo de que notes que no estoy tan lejos, ya verás.

—¿Lo prometes?

Ella sonrió.

—Lo prometo. Y tú me debes prometer que te irás con tus padres y serás el mejor niño posible allá en tu nuevo hogar. Nunca dejes de ser tan alegre, Caleb ¿Está bien?

—Te lo prometo —él rodeó el cuello de su tía con fuerza, adivinando que ese sería el último abrazo en mucho tiempo —. Te quiero mucho, tía Sanne.

—Y yo te quiero a ti, Caleb.

Entre lágrimas y rendido ante ese adiós, Caleb se soltó de Sanne y fue hasta su madre, quien le sonrió con tristeza y tomó su mano. Una vez el pequeño Carlton se alejó de ella, fue el turno del mayor para acercarse. Dann aún no creía el hecho de que tendría que decirle adiós a la niña que vio crecer. Le sonrió cuando ella se puso de pie para estar a la misma altura. Sería difícil despedirse de alguien tan importante en su vida.

—Eso que le dijiste a mi hijo —habló Dann —, espero que sepas que yo también estoy dispuesto a hacerlo. No importa la hora, la razón o el momento, tú solo llama y voy a estar para ti. Lo sabes, ¿no?

Ella sonrió a pesar de las lágrimas que caían por sus mejillas.

—Por supuesto que lo sé —dijo ella —. ¿De dónde crees que saqué el discurso?

Dann soltó una pequeña carcajada y, sin poder aguantarlo más, envolvió a Sanne en sus brazos. Ella se dejó abrazar y consolar, aunque sabía que segundos refugiada en su entrenador no le quitarían el dolor que le traía dejarlo ir. Debía recordar que era lo mejor para él, por más difícil que fuera para ella.

—¿Recuerdas cuando ganaste tu primera competencia? —le preguntó él, sin soltarla. Una sonrisa se le escapó a su alumna.

—¿Cómo olvidarlo? —ella se alejó un poco para verlo mejor —. Nadie creía que ganaría salvó tú. Era la más pequeña en la competencia y parecía imposible que llegara antes que el resto. Claro que les callé la boca a todos en el público, alcancé la meta mucho antes que los chicos mayores.

—Las personas te subestiman demasiado, Sanne —él la miró directo a los ojos, queriendo mostrar su sinceridad —. Siempre habrá gente que esperará lo peor de ti, y solo te quiero pedir que hagas lo que siempre has hecho, desde pequeña...

—¿Qué cosa?

—Demostrarles lo equivocados que están, niña.

A Sanne se le escaparon más lágrimas de sus ojos grisáceos. Dann fue el único que siempre puso su completa fe en ella, el resto siempre dudó de su talento. Tuvo mucha suerte de que él formara parte de su vida.

Dann la volvió a atraer a sus brazos al tiempo en que ambos escuchaban el altavoz del aeropuerto anunciar uno que otro vuelo. Él volteó para ver a los tres delatores, sin soltar a Sanne. Jamás había visto a Eve llorar con tanta intensidad y, para ese momento, ella dejó escapar un sollozo bastante sonoro. Luego tomó a Derek y a Calvin de los brazos con fuerza.

—¡Ah! ¡Tus uñas lastiman, Eve! —se quejó Derek —. ¿Qué clase de fiera te crees para tener esas garras, mujer?

Sanne y Dann rieron sin soltarse y ella se volteó para verlos también. Cuando Calvin y Derek lograron librarse de las "garras" de Eve, los tres se las idearon para sonreírle con melancolía a su amigo. Era difícil explicar la relación que los cuatro habían creado en poco tiempo, pero se volvieron tan unidos que sentían que estaban perdiendo una extremidad al despedirse del mayor de los delatores. Estaban felices por él y por la oportunidad que tenía, pero el perder a una de las joyitas de Eve era doloroso.

—Joyita...yo...—entre sollozos, a Eve le costaba hablar. Ella les tomaba cariño a las personas con rapidez, y su rubí no se quedaba atrás —. Espero... ¡Ay esto es muy difícil!

—Lo que Eve quiere decir, si pudiera hablar entre sus mocos y lágrimas — intervino Derek para luego sonreírle a Dann —, es que fue un placer conocerte, amigo. Te extrañaremos mucho.

—Y te deseamos todo lo mejor allá — Calvin le tomó el relevo —. ¿Era a lo que te referías, Eve?

Ella asintió levemente al tiempo en que mordió su labio para evitar seguir llorando.

—Oh, y también que te quiere mucho —agregó Derek —. Se levantó temprano por ti, considérate afortunado.

Dann dejó escapar una carcajada y soltó a Sanne solo para abrazar a la delatora rubia, quien no tardó en lanzarse a sus brazos. Sanne los observó con una sonrisa ladeada, Dann perdió a muchas amistades gracias a ella, pero al menos había ganado esas tres por su cuenta.

—Yo también los extrañaré —dijo Dann al soltar a Eve, ella secó unas cuantas lágrimas para darle una sonrisa —. Fue bueno conocerlos. No imaginé que podría conseguir amigos como ustedes.

—Y nosotros no pensamos en encontrar un rubí como tú, Dann —Eve le sonrió —. Hay que darle crédito a Maggie por juntarnos.

—Si seguimos subiendo su ego, las chicas no la aguantarán y terminarán por matarla.

—Concuerdo con Derek —habló Sanne luego del comentario del chico con lentes, lo que hizo reír a los delatores.

—Bien, tomen nota —dijo Dann refiriéndose a los delatores —: varias cosas deben ocurrir en mi ausencia, comenzando con que nuestras cuatro chicas se mejoren.

Él volvió a rodear a Sanne con un brazo y luego le sonrió.

—Dalo por hecho —aseguró Calvin.

—También espero que a Eve le den el puesto de trabajo que merece —continuó —, y que alguien consiga callar a Derek de una vez por todas.

—¿Callarme? No pidas cosas imposibles, Dann —bromeó Derek.

—Pero, sobre todo, espero que ustedes dos consigan las agallas para decirle a Cloe y a Dalia que están saliendo — dijo, viendo a Eve y a Calvin —, y que cuando Derek caiga en ese agujero negro del que aun no entiendo ni un poco, tenga el valor de decirle a Lilian que está enamorado de ella.

Sanne abrió su boca impactada por tales revelaciones.

—Esperen, ¿qué? —preguntó sorprendida —. ¿Ustedes están saliendo? ¿A Derek le gusta Lilian?

—¡Dann! —le reclamó Eve, y al instante su joyita mayor comenzó a reír.

—Lo hizo a propósito —entendió Calvin atónito —. Se está burlando de nosotros.

—Carajo, le enseñamos bien —habló Derek pasando una mano por su cabello.

Ni él, ni el resto, de los delatores esperaron que Dann fuera el primero en delatar sus secretos, pero se lo dejarían pasar solo porque el altavoz del aeropuerto comenzaba a sonar más fuerte, y el adiós se acercaba cada vez más.

—Cariño —Lei, quien había estado a una distancia considerable junto a Caleb, se acercó a su esposo con tristeza —, no quiero interrumpir, pero...Ya debemos irnos.

En ese momento, los ojos de la alumna y el entrenador se juntaron ¿Ese era? ¿Ese era el adiós que tanto habían temido? No pudieron ni hablar, porque esa palabra es sentimentalmente complicada de pronunciar. Tan solo se abrazaron unos segundos más y cuando fue el momento de soltarse, en silencio, ambos desearon que el tiempo se detuviera en ese instante.

—Chicos, cuiden de ella por mí, ¿sí? —le dijo a los delatores —. Sé que no lo necesita, pero no quiero que se sienta sola.

—Cuenta con nosotros, amigo —aseguró Calvin.

Luego, intercambió una última mirada con Sanne antes de tomar su maleta y la mano de su hijo, quien le lanzó un beso a su tía. Lei se entrelazó del brazo de su marido y, luciendo una cara llena de tristeza y un vientre lo suficientemente hinchado como para notar que el número en esa familia aumentaría pronto, se dio la vuelta para irse junto a ellos. La familia Carlton buscaría su lugar en Inglaterra, muy lejos de sus inicios en Detroit.

Mientras los veía de espaldas, caminando hacia donde debían abordar el avión, Sanne solo pudo abrazarse a sí misma y llorar en silencio. Recordó entonces todo lo que Dann había hecho por ella: perdió amistades por defenderla, casi le puso fin a su matrimonio por ella, estuvo a punto de rechazar la oportunidad más importante de su vida solo por su alumna favorita...

El recuerdo del día en que Dann la inscribió en el programa llegó a su mente. Lo creyó loco por pensar que ella podría estar enferma. Pensó que era una broma pesada, cuando él solo trató de ayudarla. Dann siempre fue el caballero de armadura brillante en su vida, aquel que había dado todo por verla feliz ¿Y que había hecho ella al respecto? Nada.

La actitud competitiva y antipática que últimamente se apoderó de Sanne le trajo problemas a Dann. Entonces ella lo entendió todo: no era normal, ni sano, arruinarle la vida a alguien que amaba con esa actitud. Algo en ella había cambiado, y no solo era su dieta. Soltó un suspiro al entenderlo, uno que casi la dejó sin aire.

Finalmente, vio todo con claridad, a pesar de las lágrimas en sus ojos.

—¡Dann, espera! —le gritó antes de que pudiera desaparecer.

Dann volteó, causando que el resto de su familia se detuviera también. Sus ojos se incrustaron en los de ella una vez más, las miradas relampagueaban por las lágrimas.

—¿Qué ocurre, niña? —preguntó él, lo suficientemente alto como para que se escucharan a la distancia a la que se encontraban.

—Lo lamento, tenías razón —dijo ella con voz temblorosa.

—¿En qué?

Ella respiró hondo antes de confesarlo.

—Estoy enferma, Dann. Tengo ortorexia...

Dann parpadeó un par de veces con sorpresa, eso antes de sonreírle con orgullo. No era fácil admitir algo así, pero ella lo había hecho.

—¿Y qué piensas hacer al respecto, niña? —él llevó sus manos al bolsillo de su sudadera y la observó devolverle la sonrisa.

—Me voy a curar —soltó ella —, e iré a las Olimpiadas ¿Vendrás a verme, entrenador?

—Seré al primero que escuches gritar cuando ganes el primer lugar —aseguró él, antes de acercarse con rapidez hacia ella y darle un último abrazo —. Tú solo mejórate, y luego el mundo será tuyo, Sanne. Te lo aseguro.

—Gracias por todo, Dann.

—Gracias a ti, Sanne. No tienes ni idea de lo orgulloso que estoy de ti, niña.

Dann sacó algo del bolsillo de su sudadera y se lo entregó a Sanne. Ella quedó impactada al ver lo que su entrenador había dejado en su mano, pero no tuvo tiempo de devolvérselo; él ya se había alejado para regresar con su familia. Los Carlton desaparecieron en el aeropuerto, pero Sanne estaba segura de que esa no sería la última vez que los vería.

Esperaba que la próxima vez que se encontrara con los ojos de distintos colores de Caleb, podría hacerlo reír sin estar pensando a cada momento en alguna dieta la cual probar; confiaba en que su siguiente encuentro con Lei sería amistoso y alegre, no quería dejarse llevar por su manera de comer al verla de nuevo; y deseaba con todas sus fuerzas que, cuando viera a Dann de nuevo, podría mirarlo a los ojos y decirle: "lo hice, entrenador, le demostré al mundo que estaba equivocado y me curé".

Así que apretó con fuerza el objeto que él dejó en su mano antes de marcharse.

Sintió de repente a alguien rodearla por los hombros. Encontró a Eve dándole un abrazo cálido y una sonrisa llena de apoyo. Le devolvió el gesto, ignorando a la voz en su cabeza que le decía que no se acercara a ella, a menos de que tuviera una dieta saludable. Finalmente comprendía que esos gritos en su mente eran la razón por la que no estaba sana.

—Joyitas, esta chica necesita una dosis de cariño —dijo Eve al tiempo en que se soltaba de Sanne.

—Yo lo arreglo — intervino Derek —. Vamos a Sweets.

Ella sonrió al ver como Derek le ofreció su brazo como en una especie de película. Observó el objeto en su mano una vez más y se dijo a si misma que no estaba mal pasar el tiempo con ellos. Colgó el silbato de su entrenador en su cuello, ese objeto lo conservaría por siempre, y luego tomó el brazo de Derek con la misma sonrisa triste, pero esperanzadora, que se instaló en sus labios tras despedirse de Dann.

—Vamos —les dijo, para luego retirarse del aeropuerto junto a ellos.

Hay palabras sentimentales difíciles de pronunciar, pero esa no fue la razón por la cual Sanne no le dijo adiós a su entrenador en ningún momento. Ella sabía que eso no sería definitivo, tan solo era una despedida por un tiempo. Ella quería curarse, y él esperaría a la versión sana de la alumna que era más que una simple pupila...

...Ella era una margarita dispuesta a florecer.

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