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Capítulo 22

Capítulo 22
Prueba de resistencia:
Día 53 del programa M.E.R: 4 de marzo de 2015

7:00 am

—¿Tú entiendes por qué debemos ir a un parque esta vez? —le preguntó Lilian a Derek, al tiempo en que ambos caminaban hasta el punto de encuentro que habían acordado con Margaret.

—Lili, entiendo muchas cosas en esta vida, pero Margaret no es una de ellas —él se encogió de hombros —. Tan solo hay que dejarse llevar por sus métodos, supongo que sabe lo que hace.

—¿Supones? —preguntó ella alzando una ceja, él solo asintió —. Todavía creo que cometiste un error al inscribirme en este programa.

Derek suspiró y tomó su brazo para que ella se detuviera. Sus ojos expresivos se fijaron en los de ella y de nuevo sintió esas polillas molestas revolotear en su estómago. Cada vez la veía más pequeña, más lastimada, y le dolía que las cosas fueran así. Bajó la mirada y analizó las piernas de ella, cada vez había menos Lilian. Él pasó su mano del brazo de su brazo hasta su mano y sintió un escalofrío recorrerlo al recordar esa vez en la que los doctores le dijeron que ella estuvo al borde de toparse con la muerte. Ese fue el peor día de su vida, y temía que se volviese a repetir porque esa vez no lo resistiría.

—Estaba desesperado —dijo él, levantando la mirada —. Todavía lo estoy.

—Lo siento —ella apretó su mano con delicadeza —. Tú no mereces sentirte así por mí, soy una terrible amiga.

—No, claro que no. Eres magnífica, el problema es que no lo ves —él le sonrió con tristeza desbordando en ese color café —. Si tan solo pudieses verte con mis ojos...

Él solo deseaba eso, que ella pudiese ver la maravillosa persona que él veía a través de los cristales de sus lentes. Los síntomas de un enamoramiento comenzaban a hacerle efecto, pues cada vez veía menos defectos en ella. Solo se fijaba en sus ojos azules y se perdía del resto del mundo. Estaba cayendo; lentamente, pero caía.

Lilian sintió que estaban muy cerca, y que sus manos entrelazadas pesaban estando juntas. Bajó la mirada hasta ver ese contacto y la subió una vez más. Eso fue suficiente como para que Derek se diera cuenta de que aún no era momento para ser succionado por un hoyo negro. Todavía sentía más amistad que atracción, así que él le sonrió con amabilidad e intentó eliminar la tensión del ambiente.

—¡Hey, chicos! —una voz conocida los llamó a lo lejos, lo que logró que se separaran.

Ambos voltearon al mismo tiempo para encarar a Dalia, que agitaba su mano de lejos para llamar su atención. Se soltaron de las manos y caminaron hacia ella, el resto de las margaritas y los delatores estaban a su lado. Al llegar allá, Eve alzó una ceja en dirección a Derek, cuestionando algo que solo ellos dos comprendieron. Por supuesto, la delatora observó la pequeña escena entre Lilian y su amigo. El chico ajustó sus lentes y la miró directamente.

—Antes de que lo preguntes, Eve —dijo Derek —: no, no me caí de camino aquí.

—¿Estás seguro? Es que eres muy torpe, joyita —habló ella —. ¿No se cayó, Lilian?

La mencionada frunció el entrecejo sin entender la razón de esa pregunta. Sin embargo, decidió contestar.

—No, no se cayó, Eve —dijo Lili y luego miró a Derek—. ¿Por qué siento que ustedes dos están hablando de otra cosa?

—Creí que era la única que lo había notado —confesó Cloe.

—Solo me preocupa que Derek se caiga, eso es todo —Eve se encogió de hombros —. ¿Empezamos con la sesión, Maggie?

—Buena idea —secundó Derek —. Da las órdenes, querida Margaret.

Dann y Calvin negaron con la cabeza, divertidos ante el poco disimulo que tenían esos dos. A ese punto, los dos dudaban que algún secreto pudiese estar a salvo en la boca de Eve.

En cuanto a la sesión, Margaret también estaba allí. Para dejar clara la situación en la que se encontraban debes saber que la doctora les había indicado a todos ir a un parque al aire libre, en dónde la gente acostumbraba a trotar, correr y caminar. Estaban rodeados de árboles, que cubrían la de los edificios que se veía a lo lejos. Un cielo gris, clásico de Detroit, les regalaba tan solo unos pocos rayos de sol que se escapaban de algunas nubes. Era lindo escapar del hedor a humo de carros de la ciudad, y del olor a flores común en la oficina de la doctora. Aún así, ese parque seguía siendo un lugar extraño para una sesión.

Tanto delatores como margaritas recibieron la orden de llevar una vestimenta deportiva, así que eso era lo que traían puesto. Incluso Margaret había dejado su bata de doctora y elegante vestimenta para usar leggins y una camisa deportiva, además de zapatos de goma ¿Qué ocurriría? Creo que las margaritas y los delatores dejaron de hacerse esa pregunta varias sesiones atrás. Tal y como había dicho Derek, a la doctora no se le podía comprender. Tan solo debían...dejarse llevar

—Bien, les seré sincera — dijo sonriendo —. Esta sesión no estaba incluida en la estructura original de mi programa.

—¿Y por qué carajo nos hizo levantarnos tan temprano un domingo? —preguntó Cloe con antipatía.

—Porque puedo, Cloe —respondió con la misma sonrisa de siempre —. Y porque hacer ejercicio siempre es bueno. Sin embargo, en todos los estudios que he hecho sobre trastornos alimenticios, los sujetos o se abstienen de ejercitarse, o abusan de ello.

—¿Ahora nos llama sujetos? —preguntó Sanne en susurro hacia Lilian.

—Nos tiene como mil nombres —le susurró de vuelta —. Yo la seguiré llamando perra loca, es el único nombre que le pega.

Sanne se tragó su carcajada con esfuerzo, había ocasiones en las que la actitud agria de Lilian le causaba mucha gracia y esa fue una de ellas. Se concentró en Margaret para evitar reír, por más difícil que fuera.

—Margaritas, ¿Alguna de ustedes ha abusado de hacer ejercicio? —preguntó dirigiéndose a ellas directamente.

—Yo no —aseguró Sanne —. Hago lo necesario para ser una buena nadadora y Dann lo sabe. Mi rutina de ejercicios es completamente normal y hasta recomendada.

—Eso es cierto —admitió Dann —. Pero presumir está de más, niña.

Sanne se encogió de hombros, ni siquiera notó que su tono de voz fue presumido. Luego, dejó que el resto de las chicas respondiera a la pregunta de Margaret.

—Yo hago lo necesario para mantener una figura de porrista —habló Cloe —. Así que también es normal.

—Eso no es cierto —dijo Eve, ganándose una mirada asesina por parte de su primita —. No me mires así, Clo-Clo. Haces demasiado ejercicio para la cantidad de comida que ingieres.

—Al menos haces ejercicio —le dijo Dalia a Cloe —. Yo solo practico coreografías de vez en cuando.

—Lilian, estás muy callada —señaló Margaret, logrando que la atención de todos recayera en la margarita bulímica.

Lilian les devolvió la mirada a todos y se abrazó a sí misma, sintiendo como sus brazos podían rodearla sin problema. Recordó en ese momento el dolor en su zona abdominal, además del que recorría su garganta y el cansancio que sentía gracias a sus noches llenas de insomnio. La pregunta de Margaret recorrió cada centímetro de su mente, sobre todo cuando llegó a ver los ojos de Derek. Sabía la respuesta, estaba escrita en su dolor.

Pero Lilian era demasiado orgullosa como para admitirlo, así que se dedicó a imitar a la perfección la sonrisa de Margaret y a mirarla directo a los ojos.

—Según usted, yo abuso de muchas cosas — le dijo en una voz tenue pero amenazante —: abuso de pastillas dietéticas, de purgarme, de mis palabras cortantes... ¿Ahora cree que abuso del ejercicio también? No imaginé que usted tendría tan mala imagen de mí, doctora.

Derek suspiró al escucharla decir aquello. Lilian rara vez mentía, pero era excelente esquivando la verdad. Entre palabras cortantes y su actitud, evadía responder las preguntas que le incomodaban. Esa era una de las muchas diferencias entre los dos, pues él era extremadamente sincero y directo mientras que ella era sincera, pero solo con los detalles que ella quería.

—Sí, ella abusa del ejercicio —los ojos pálidos de Lilian casi escapan de sus órbitas tras escuchar aquello salir de los labios de su mejor amigo. La sonrisa que fingió, se esfumó de su boca, y lo observó atónita.

—¡Derek! —le reclamó.

—¡Es la verdad! —gritó él, para luego mirar a Margaret —. Lilian hace abdominales al levantarse y antes de irse a dormir. Nunca los cuenta, se detiene cuando se cansa.

—Derek —ella se puso frente a él y lo tomó con desesperación por la camisa. Le rogó con la mirada que se detuviera, él solo suspiro.

—Lo lamento —él tomó sus manos con delicadeza —, pero es cierto que exageras ¿Has visto tu espalda? Esa camisa deja ver un poco de ella y esta roja, llena de cicatrices. Estás demasiado delgada y, cuando haces abdominales, tus propios huesos te lastiman.

—Yo...yo también noté lo de tu espalda el día se la sesión de fotos, Lili —dijo Dalia con delicadeza —. El vestido de Pad mostró tus cicatrices, pero no dije nada para no incomodarte.

—Todas lo notamos, la verdad —habló Sanne y Cloe asintió.

Lilian solo pudo suspirar. La dolorosa sinceridad en los ojos de Derek la hicieron sentir fatal. Sabía que él era el primero en salir lastimado cuando ella sufría. Era como si ambos compartieran el mismo cuerpo, y cuando ella se lastimaba, él portaba las cicatrices; el problema era que no podía detenerse a la hora de herirse, así que le resultaba imposible no herir a Derek. Por eso, no podía enojarse con él, tan solo se sentía culpable por esa tristeza en su mirada café.

—Bien, abuso del ejercicio —admitió, volteando a ver a Margaret —. ¿Qué hará para restregarme en la cara que lo que hago está mal? Dígame, ¡¿qué método usará ahora para humillarme?!

La sonrisa de Margaret desvaneció de su rostro y, por primera vez en todo el programa, las chicas presenciaron como esa curvatura no regresó ni siquiera luego de un tiempo ausente en sus labios. Ella solo se quedó inexpresiva, manteniendo el contacto visual con Lilian.

—No haré nada para mostrarte que estás mal, me di cuenta de que eso no funciona contigo —dijo —. No funciona con ninguna. He estado examinándolas, repasando los resultados de las sesiones para no cometer errores y todas tienen un mismo patrón...

—¿Cuál? —preguntó Cloe.

—Ninguna cree mis palabras.

—Ah, diste en el clavo esta vez —la felicitó Sanne —. Ya creo lo del doctorado en Columbia, es lo más inteligente que ha descifrado en lo que llevamos de programa.

—Es cierto, Sanne. Cada una tiene una manera distinta de decirme que mis palabras les valen, en pocas y vulgares palabras, mierda. Dalia lo hace poniéndose en el lugar de una víctima, como lo hizo cuando dijo que jamás curaría su obesidad con unas fotos; Cloe lo hace insultándome, y poniéndose a la defensiva; Lilian con su sarcasmo y su agria manera de responder; y tú, Sanne, lo haces con humor, como si aún creyeras que estar aquí es solo una broma pesada.

—¿Cuál es el punto de decirnos eso? —preguntó Dalia.

—Que esta vez no les diré que está mal lo que hacen. En lugar de eso, se los demostraré. Hacer demasiado ejercicio puede ser tan dañino como no hacer nada en lo absoluto, ¿no me creen? Pues, lo verán...

—Y esa es mi entrada —interrumpió Dann, con una sonrisa hacia las chicas que aligeró el ambiente —. Hoy seré yo quien las ayude en la sesión, chicas.

Margaret le dejó tomar el relevo a Dann, justo como le había dicho que lo haría. No era tonta, sabía que las margaritas no le tenían mucho cariño, así que añadió esa sesión al cronograma no solo para mostrarles los daños que podían hacer una mala rutina de ejercicios, era una estrategia para que las chicas volvieran a confiar en el programa.

La sesión en el estudio fotográfico había ayudado bastante en ese sentido, además de que logró romper un poco con el estereotipo de las modelos en la mente de las chicas. Esperaba que, con la personalidad atenta y amigable de Dann, ellas se sintieran cómodas y así, el programa volvería a su curso natural. Debía darles confianza poco a poco, mostrarles que existen maneras sanas de vivir...

—Bien, no sé si lo saben, pero llevo prácticamente toda mi vida entrenando personas —Dann se detuvo en los ojos de Sanne al decir aquello y ladeó su sonrisa —, dentro y fuera del agua. El deporte es mi vida, mi carrera, así que soy experto en este tema.

—Uy, adoro escucharlo hablar con tanta confianza —dijo Eve, lo suficientemente alto como para que los otros dos delatores la escucharan —. Este es el Dann que conocemos y queremos.

—Tienes razón —concordó Calvin —. Es tu rubí, coleccionista.

—Gracias al Cielo, creí que lo estaba perdiendo.

Ese era el principal peligro de tener una colección de joyas: perder a alguna de ellas, o peor, que alguna perdiera su brillo.

—Para mantener una vida sana, se recomienda mínimo una hora de ejercicio al día— explicó Dann —. Suelo recomendarles a mis alumnos utilicen un tiempo en su día para hacer cardio al aire libre, como correr, caminar o trotar. Eso es lo que haremos hoy.

—¿Por qué dices haremos y nos miras a nosotros también? —preguntó Derek —. Solo hablas de las margaritas, ¿verdad?

—Ustedes harán ejercicio también, delatores —habló Margaret sonriendo una vez más —. ¿Por qué crees que los hice venir en ropa deportiva, Derek?

—¿Apoyo moral? —cuestionó Derek, con cierta esperanza de que le dijera que esa era la respuesta correcta.

—No, nada de eso —aseguró Dann —. Ustedes se van a ejercitar durante una hora junto con las chicas. Maggie y yo creemos que esta es la mejor manera de demostrarles que la falta de ejercicio, o la exageración de él, puede perjudicarlas.

» Eve y Calvin hacen deporte frecuentemente, pero no exageran. Notarán que tienen una resistencia muy diferente a las de ustedes, ¿para bien o para mal? Eso lo averiguarán en la sesión. Tomen esto como una prueba para descubrir si lo que hacen les sirve de algo en verdad.

Las chicas comenzaban a comprender de qué se trataba la sesión. Simplemente, era una comparación. Luego de minutos trotando, verían qué resultados se obtendrían en las margaritas y en los delatores, eso les daría la respuesta a sus preguntas: ¿hacer mucho, o casi nada de ejercicio, les era útil o no?

—Entonces, ¿esto es como una prueba de resistencia? —preguntó Derek.

—Exactamente.

Derek miró a Lilian; Lilian miró a Derek, y ella soltó una carcajada que nació desde el fondo de su garganta lastimada al imaginarlo trotar tanto tiempo en el parque.

—Amigo, lo lamento, buscaste a la persona equivocada —dijo Derek, la risa de Lilian no se detuvo—. Mejor los espero aquí.

—No, todos deben hacerlo —indicó Margaret —. Hasta yo trotaré, Derek.

—De esta no te puedes librar —canturreó Lilian —. Ya no estás en la secundaria, no puedes huir de las clases de ejercicio físico, Osbone.

—¿De qué hablan? —preguntó Eve con diversión al ver la cara de desagrado de Derek.

Derek llevó una mano a su cabello chocolate lleno de ondas y la pasó por él. Tenía una cara de horror, y sus ojos expresivos delataban que quería huir de ese lugar.

—Escuchen, soy el nerd más original que todos ustedes conocerán en sus vidas —aseguró él —. Soy ese 0.001% de mi estereotipo social al que le encanta ir a fiestas, hablar, socializar, bromear...

—Pero...—dijo Cloe, esperando el resto

—¡No he roto el cliché del nerd pésimo en los deportes! —exclamó con desesperación —. ¿Quieres que ellas vean lo que es una buena resistencia, Dann? Eve, Calvin, incluso Sanne puede mostrarlo, ¿pero yo? ¡Ja! ¡Me canso subiendo las escaleras hasta mi cuarto! A veces, hasta duermo en el sofá por pereza.

El pequeño cuerpo de Lilian se sacudía gracias a las carcajadas que le provocaba aquello. Desde pequeño, Derek le huyó a cualquier tipo de actividad física existente en el planeta. No le gustaban y nada podía hacerlo cambiar de opinión. Era un perezoso nato que en su adolescencia disfrutó de escapar de las clases de educación física en la escuela para dormir en la enfermería, pero ya no tenía a donde correr.

—En serio, chicos —repitió —. Odio hacer ejercicio.

—No lo imaginé — dijo Eve sorprendida —. Si parece que te ejercitas, joyita.

—En otras palabras, estás bueno para no hacer ejercicio —Cloe decidió ir directo al grano, como siempre.

—Eso es gracias a su metabolismo milagrosamente rápido —explicó Lilian —. No importa cuánto coma, Derek siempre se ve igual: ni muy relleno, ni muy delgado. Parece que va al gimnasio, pero no tiene nada de músculo en su cuerpo. Es como una gelatina puesta en un buen molde.

—¿Metabolismo rápido? —preguntó Sanne a lo que él asintió.

—Personas como tú merecen un lugar en el infierno —dijo Cloe, cruzándose de brazos. Esa gente que comía sin engordar la llenaba de envidia.

—Lo sé, ya me están guardando el trono allá abajo —pero era imposible detestar a Derek, ese nerd era muy cómico como para odiarlo. Lo que odiaba era su metabolismo —. Ahora, querida Margaret, Dann, ustedes me quieren, ¿verdad?

—La mayoría de las veces —bromeó Margaret.

—Eso es un sí para mí. Cómo me quieren, no me harán esto. Yo los esperaré aquí y les haré porras cuando regresen —Derek volteó a ver a Cloe en ese momento —. Friki, ¿me prestas tus pompones?

—Ni lo pienses, Derek — habló Dann con diversión en su voz —. Tú también vas a trotar.

Derek lo miró con ojos de cachorro desamparado, luego pasó su mirada a la doctora, luego a Eve, luego a Calvin, hasta llegar a Lilian y, como vio que ninguno de ellos se ablandó con su gesto, se rindió tras un suspiro.

—Huiría y me escondería de ustedes, pero sé que corro a la velocidad de una tortuga coja, así que me lo ahorraré.

—¡Esa es la actitud! —exclamó Lilian, burlona —. Solo deberás trotar una hora sin descanso ¡¿No te parece fantástico?!

—Dann, comienza ya, antes de que Lilian me saque de quicio.

Dann soltó una carcajada para luego buscar el silbato colgado en su cuello. La vida de este delator estaba centrada en el deporte, así que conocía las consecuencias de un exceso o la ausencia de este. No veía mejor manera de demostrarles a las margaritas que el ejercicio era algo que debía hacerse con cuidado y responsabilidad, pero más importante, debía hacerse para llevar una vida sana, no para satisfacer una imagen que podía llegar a ser dañina.

Así que, con eso en mente, el entrenador llevó el silbato hasta su boca, y con el primer pitido dio inició a esa sesión.

...

7:30 am

A pesar de los dieciocho grados centígrados en el ambiente, calor recorría el cuerpo de todo aquel trotando en ese parque lleno de naturaleza y caminos. Ni siquiera las margaritas y los delatores se libraron de aquello. Luego de un tiempo haciendo ejercicio, comenzaron a notar las consecuencias de las que Dann y Margaret les habían advertido.

La fatiga se hizo presente en ellas muy pronto. Sanne trotaba con normalidad, junto con Dann, Calvin, Eve e incluso la doctora Wallace. Sin embargo, luego de varios minutos haciendo ejercicio, Dalia transpiraba y respiraba con dificultad; Cloe tomaba grandes bocanadas de aire, en un vago intento por recuperar el oxígeno que perdía; y Lilian comenzaba a perder fuerzas, sus piernas amenazaron varias veces con fallarle. Era cuestión de tiempo para que alguna terminara en el suelo.

En cuanto a Derek...Ese ya era un caso perdido.

—¿Cuánto falta? —preguntó, jadeante.

—Más de la mitad, joyita —informó Eve sin dejar de trotar.

—¡No me jodas! —exclamó —. ¡Esta tortura nunca acabará!

Eve y Calvin soltaron una carcajada sin dejar de trotar. Todos seguían a Dann y a Margaret, que iban a la cabeza. Mientras, los dos delatores prácticamente arrastraban a Derek para que trotase a la misma velocidad que ellos. Las margaritas, por su parte, se mantenían atrás, luchando por mantenerse de pie de alguna manera.

Sanne observó a sus compañeras sin detener su trote. Su cerebro las vio con desagrado al inicio, no tardó en oír esa voz que le decía que era preferible mantenerse alejada de ellas tres. Su mente le gritó que esas chicas estaban mal en todo sentido, ¿cómo podían vivir de esa manera? Sin embargo, hubo algo nuevo su interior que calló aquel juicio injusto en contra de las margaritas. No supo exactamente lo que fue, pero resultó ser más fuerte que cualquier grito en su cabeza.

El ver a Lilian, Cloe y Dalia sufriendo con cada paso, la llenó de una lástima nueva en su sistema. Olvidó que debía odiarlas por llevar una vida tan alejada a su ideal sano, y quiso detenerlas antes de que alguna quedara inconsciente. Así que apresuró su trote para alcanzar a su entrenador.

—Dann, paremos a descansar —le pidió.

El entrenador se fijó en sus ojos grises, extrañado ante esa petición. Conocía muy bien a Sanne y, por lo tanto, sabía que ella tenía suficiente resistencia como para seguir con el ejercicio sin tomar un descanso aún; así que no le costó deducir que pedía aquellos minutos por otras personas. Si bien, eso no lucía como algo que la margarita ortoréxica haría normalmente, Dann siempre supo que ese lado empático existía en su alumna. Él nunca perdió la fe en ella, a pesar de que su naturaleza competitiva y un tanto engreída opacaba a esa versión la mayoría de las veces.

—Bien, descansemos unos segundos —Dann se detuvo y el resto lo imitó al instante.

—¡Gracias al cielo! —exclamó Derek, que no se conformó con detener el trote así que se sentó en el suelo —. Necesitaré más que unos segundos para reponerme. Mejor me buscan en un año, los espero aquí.

—No tienes ni idea de cuánto estoy disfrutando esta sesión —le susurró Calvin a Eve mientras observaban a Derek con diversión.

Margaret sacó de su mochila algunas botellas de agua, al igual que Dann. Mientras que la doctora le ofrecía una al delator en el suelo, Sanne tomó tres que le ofreció su entrenador y caminó hacia las margaritas, al fondo del grupo. Cloe jadeaba con fuerza con sus manos en las rodillas, Dalia trataba de darse aire con movimientos exagerados de sus manos y Lilian tuvo que apoyarse en el poste más cercano, pues sus piernas temblaban tanto que le costaba ponerse de pie sin ayuda.

—Gracias —le dijo una Lilian jadeante luego de entregarle una botella de agua. Las otras dos se las dio a Dalia y a Cloe, quienes le dieron la misma respuesta.

—No hay de qué —respondió —. ¿Se sienten bien?

—No exactamente —dijo Dalia, tras tomar con desesperación del líquido en la botella —. Mi corazón...va...demasiado...rápido.

—Y el mío —concordó Cloe tocando su pecho —. Me cuesta respirar.

—No siento las piernas —habló Lilian con poco aliento —. No aguantaré una hora.

Sanne estaba de acuerdo con Lilian en ese aspecto en particular. Supo de inmediato que ninguna de las tres tenía una contextura apta para aguantar tanto tiempo de cardio. Su vida también estaba centrada en el deporte, así que podía considerarse una erudita en el tema. Volteó para ver a Dann, quien se reía de algo que había dicho Derek. Si quería que las chicas quedaran consientes esa mañana, algunas cosas debían cambiar en esa sesión.

—Dann, ellas no aguantarán tanto ejercicio —advirtió Sanne, acercándose a él —. Quizá puedan con abdominales y eso, pero no tienen la resistencia física como para aguantar tanto cardio. Terminaran por desmayarse.

—¿Qué sugieres que haga? —preguntó él tras mirar a las chicas.

—Cambia los parámetros de la sesión —sugirió y, tras llevar su vista al reloj en su muñeca, decidió exponer esa idea que surgió de pronto en su cabeza —. ¿Y si nosotras cuatro caminamos el tiempo restante? Sigue siendo cardio, pero ellas lo aguantarán.

Dann sonrió, como si hubiera esperado que ella dijera eso durante mucho tiempo. El programa de Margaret no solo tenía como fin sanar a cada chica por su cuenta, sino que también permitía que se ayudaran entre ellas. Dann no podía sentirse más orgulloso de su margarita, pues ese fue el primer paso firme que ella dio en el duro camino que les impuso la doctora.

—Hecho. Haremos lo que dices, niña —dijo Dann, ofreciéndole una sonrisa ladeada —. Ustedes caminarán y nosotros trotaremos. Nos encontraremos al finalizar el tiempo, ¿bien?

—Yo caminaré con ellas —se apresuró a decir Derek al tiempo en que se ponía de pie.

—Ah, no, joyita —Eve entrelazó su brazo con el de Derek y no lo dejó caminar hacia las margaritas —. Tú vienes con nosotros.

—¡¿Me quieres matar, mujer?! —le gritó.

—Vamos, Derek —lo animó Calvin con diversión —. Solo son unos cuantos minutos.

—Ya hice unos minutos de ejercicio, ¿por qué debo hacer más? ¿Acaso este no es el momento en que me largo de aquí y voy a dormir?

Antes de que alguien respondiera, Dann sopló el silbato y eso fue suficiente como para que Eve y Calvin empujaran a Derek a continuar con el trote. Margaret les dedicó una última sonrisa a las chicas antes de retomar el ejercicio junto con Dann. Las margaritas los observaron marcharse durante unos segundos, hasta que Sanne dio el primer paso que las impulsó a todas a caminar.

Mientras sus respiraciones se calmaban, Lilian, Dalia y Cloe, analizaban en silencio lo que les estaba ocurriendo. A ninguna de ellas le gustaba sentirse tan cansada, con sus corazones latiendo a millón y sus fuerzas disminuyendo poco a poco. Eve, Sanne, Calvin, Dann y la doctora Wallace a duras penas sintieron cansancio. Si, los vieron transpirar, pero no fue nada comparado con ellas. Su condición física era patética comparada con la de cualquiera en ese parque.

—Ya me he desmayado dos veces en prácticas de animadora —confesó Cloe, rompiendo el silencio —. ¿No se supone que cuando haces ejercicio deberías sentirte bien? Es decir, solo miren a Eve. Ella se ve radiante gracias al deporte mientras que yo me esfuerzo para tener una figura correcta y solo logro cansarme sin obtener ningún beneficio.

Se cruzó de brazos, sintiendo injusta y bochornosa su situación. Todo le salía bien a Eve, ¿por qué no podía ser igual a ella?

—No recuerdo la última vez en la que no me sentí cansada —Lilian notó que la confesión de Cloe fue dura, así que soltó una propia para que ella no se sintiera tan sola estando expuesta —. Mi cuerpo se ve liviano para muchos, pero yo lo siento pesado. Es como si me arrastrara al suelo todos los días.

—Si tú te sientes pesada, imagina como me siento yo —habló Dalia sin detener su caminar —. No soy tonta, sé que tengo kilos de más, y también sé que esa es la razón por la que me canso con rapidez.

—¿Y por qué no haces algo para deshacerte de esos kilos? —preguntó Sanne.

—No es que no hago algo, es que me canse de intentar. Por supuesto que ninguna de ustedes sabe lo que se siente ir a un gimnasio y ser vista con asco, pero les digo que eso es suficiente como para que a cualquiera le den ganas rendirse.

—Que ironía, ¿no? —Lilian rio sin gracia —. Los gimnasios fueron hechos para que las personas que quieran ponerse en forma puedan hacerlo, pero son las primeras a las que critican y echan.

—Yo diría que la ironía aquí es que tú y yo hacemos ejercicio como unas desgraciadas, Dalia no hace nada, y las tres no podemos con nuestras almas luego de quince minutos de cardio —dijo Cloe —. Somos muy diferentes, pero un trote nos ha destrozado a todas.

—Es que ninguna hace ejercicio de la manera correcta —explicó Sanne —. Por eso su resistencia es casi nula.

—Pero tú estás bien— habló Cloe —. A veces me pregunto qué haces aquí, Sanne.

—Créeme, yo también lo hago.

Sanne ajustó la coleta de su cabello, que parecía sufrir estando atado de esa manera. Cuando veía que a las chicas les costaba hacer cosas que ella hacía con facilidad, se preguntaba porque Margaret la había juntado con esas margaritas. No tenía sentido, y eso le hacía dudar aún más el hecho de estar enferma. Quizá Margaret se equivocó y ella no tenía ortorexia. Quizá ella estaba tan sana como los alimentos que comía.

—Debe sentirse bien que tu físico no sea un problema en tu vida —le dijo Dalia con cierta tristeza —. El mío me ha arruinado muchas cosas.

—Mhm, si me ha traído problemas, la verdad —aseguró Sanne —. No tengo la misma movilidad que muchos nadadores estando en el agua. Tengo un buen físico, pero no es el mejor de todos.

—Y Sanne no descansa hasta ser la mejor —dijo Cloe, quien esbozó una sonrisa ladeada en dirección a la morena —. No nos conocemos desde hace mucho, pero ya notamos que eres bastante competitiva.

—Supongo que lo soy —ella se encogió de hombros.

—Al menos puedes hacer lo que amas —acotó Dalia, sintiendo que Sanne menospreciaba su físico—. No puedo contar de cuántas academias de baile me han rechazado por estar gorda.

—Eso de que solo las delgadas pueden bailar me parece tan ridículo —señalo Lilian, frunciendo el entrecejo —. Es decir, mírenme: tengo la contextura de una hoja de papel y ni siquiera puedo bailar bien la macarena.

Las chicas soltaron una pequeña carcajada con las palabras de la margarita bulímica. Dalia había notado que Lilian, a diferencia de Sanne y Cloe, no veía el peso extra como una restricción o un pecado mortal; al menos no cuando los kilos estaban en alguien más. Ella no se exigía ser delgada por creer que ser gorda era una abominación. Para Lilian, el problema no estaba en los kilos en su cuerpo, estaba en ella misma. Ella era su propio problema.

—Ojalá que todos pensaran como tú, Lili —dijo Dalia con cierta tristeza —. Admito que hay cosas que no puedo hacer por mi peso, pero es horrible saber que jamás me darán la oportunidad de cumplir mi sueño solo porque no tengo un abdomen libre de grasa.

Al escuchar esas palabras, Sanne sintió algo que jamás creyó que sentiría por alguien con el cuerpo de Dalia: simpatía. El que su peso fuera el muro entre ella y su sueño, llenó a su compañera de una tristeza repentina y, al tratar de ponerse en su lugar, comprendió su dolor.

Dalia era una buena persona, quizá la más respetuosa y tranquila entre las cuatro margaritas. A veces resultaba ser demasiado dependiente, pero eso no quitaba el hecho de que tenía un corazón inmenso. Quizá por eso pesaba tanto: no era grasa, era un alma increíble que se refugiaba dentro de esa piel llena de estrías. Así que se puede decir que Sanne vio injusto que alguien tan amable sufriera tanto. Ignoró su mala alimentación por instantes y se le ocurrió una idea para cumplir el sueño de la margarita obesa.

—¿Y si te ayudo a bajar de peso? —le preguntó, tomando a Dalia por sorpresa.

—¿Hablas en serio? —preguntó Dali sorprendida.

—Sí. Es decir, Dann me enseñó todo lo que sabe. Soy capaz de crear rutinas de ejercicios que te ayudarán a perder peso. Así podrías hacer todos los pasos de baile que te propongas y te aceptarían en cualquier academia.

—Ya he intentado con ejercicio antes...

—Pero nunca me has tenido a mí de entrenadora personal. Si lo que te preocupa es que se burlen de ti en el gimnasio, debes estar tranquila, yo hallaré la manera de que eso no pase. Anímate, quizá funcione.

—Yo...

Dalia lo dudo unos instantes. Aún seguían caminando, y la fatiga en su cuerpo era cada vez peor. Se fijó en los ojos grises de Sanne sin detenerse y tragó saliva al pensar que las burlas podrían repetirse. No obstante, le sonrío, aquella ayuda fue una de las cosas más amables que alguien hizo por ella alguna vez.

—Esta bien, lo haré —dijo finalmente —. Gracias por ofrecerte, Sanne. Es muy amable de tu parte.

—No es nada —le sonrió —. También podría recomendarte algunas dietas. Las que pongo en mi cuenta de Instagram te servirán para...

—Alto ahí, querida entusiasta —la detuvo Lilian —. Ni se te ocurra hacerle eso a Dalia.

—¿Por qué no?

—Sanne, no sé cómo decirte esto sin lastimarte —dijo Cloe —, pero tus dietas son algo... ¿estrictas? Están bien para mí, que estoy acostumbrada a hacer dietas, pero Dalia está acostumbrada a comer. Algo tan exagerado la matará de hambre.

—Hasta yo sentiría hambre con tus dietas —concordó Lilian —, lo que es mucho decir considerando que soy la que estuvo en ingresada en un hospital por anorexia purgativa entre las cuatro.

—Bien, entendí su punto —las calló Sanne, rodando los ojos —. Le pediré ayuda a Margaret para que haga dietas acordes para ti, Dalia.

—Está bien — aceptó Dalia para luego soltar una pequeña carcajada —. Será interesante llamarte entrenadora.

—Será interesante ser llamada entrenadora —concordó Sanne, con una sonrisa.

Continuaron caminando y hablando, decididas a que esa idea era excelente. Cada vez se les hacía más sencillo entablar conversaciones entre ellas y el tiempo se les pasaba rápido cuando estaban juntas. Es más, se concentraron tanto en la charla que, antes de notarlo, el tiempo de ejercicio había llegado a su fin. Encontraron a Margaret y a los delatores descansando en uno de los bancos del parque. Fueron hacia ellos y de inmediato notaron que Derek aún no se recuperaba de la sesión de ejercicios.

—Bueno, yo ya me sentía mal por mi resistencia de mierda —comentó Cloe con diversión, mirando a Derek —. Pero verte así, nerd, acaba de alegrarme el día.

Derek alzó la vista para mirar a Cloe con antipatía. Sentado en el banco, jadeaba en busca de oxígeno. Gotas de sudor bajaban por su frente, su cabello, e incluso empañaron los cristales de sus gafas. Las chicas esbozaron la misma sonrisa divertida que los delatores habían tenido durante toda la sesión de ejercicio. A ese punto de la sesión, Derek comenzaba a considerar buscarse amigos menos atletas, o menos fastidiosos; o simplemente quedarse sin amigos y buscar una cama en la cual hibernar hasta el siguiente año.

Odi eos omnes —espetó, quitándose los lentes para poder limpiarlos con su camisa.

—¡¿Qué?! —exclamó Calvin, sin comprender.

—Es latín—aclaró Lilian —. Si no me equivoco, acaba se decir que nos odia a todos.

—Soy un pésimo atleta, pero al parecer soy un excelente profesor de idiomas —señaló Derek y volvió a colocar sus gafas en su lugar.

Lilian negó con diversión y se sentó al lado de su amigo. Poco después, Dann carraspeó para llamar la atención de todos. Estuvo a punto de hablar, hasta que Cloe lo detuvo:

—Ah, ah, ah, puedes ahorrarte el discurso. Ya sabemos que vas a decir que esto solo demostró que el ejercicio que hacemos no nos sirve de nada —dijo ella—. Ya lo captamos solitas.

—No nos costó mucho ver que a Cloe y a mí nos era tan difícil trotar como a Dalia, a pesar de que nos alimentamos distinto —admitió Lilian tomando un poco de agua, pues aún estaba cansada —. También notamos que Calvin, Eve, la doctora, Sanne y tú se cansaron menos porque no abusan, o le huyen al ejercicio

—Pero no se preocupen, encontramos una solución para nuestro problema de resistencia física —dijo Dalia con una sonrisa que desconcertó a la doctora.

—¿En serio? —preguntó Margaret, extrañada.

—Si, estuvimos conversando todo el camino hasta acá, y acordamos que Sanne será nuestra entrenadora personal. Esa es nuestra solución.

Dann se fijó de inmediato en su alumna y la observó con sorpresa. Ella solo pudo encogerse de hombros, pero no tardó en devolverle una pequeña y tímida sonrisa.

—Al principio solo iba a entrenar a Dalia para ayudarla a bajar de peso —explicó Cloe —. Pero luego nos dijo que podría ayudarnos a Lilian y a mí a mejorar nuestra resistencia y a enseñarnos a hacer ejercicio correctamente.

—Y aceptamos aprender —habló Lilian —. Así que, felicidades, doctora Wallace, su sesión de hoy ha funcionado. No solo entendimos su punto, sino que también le buscamos solución.

—¿Habían visto antes a cuatro chicas tan productivas? —preguntó Cloe alzando sus brazos con entusiasmo, pero bajó uno de ellos para callar a Derek en el instante en el que notó que él respondería algo —. Ni se te ocurra responder, nerd. Puedo escuchar tu comentario sarcástico sin la necesidad de que lo pronuncies.

Él alzó ambas manos en señal de inocencia y se quedó callado. Tenía mil y una respuestas burlonas ideadas en su cerebro, pero decidió guardarlas para no enfurecer a Cloe.

Margaret, por su parte, estaba impresionada con el resultado sorpresa de la sesión. Esperó que ellas lograran ver las diferencias entre las resistencias de Eve y Calvin en comparación con las suyas, ¿pero buscarle una solución a ese problema? Eso fue algo inesperado para todos. La doctora miró a Dann, esperando que él si tuviera palabras para describir ese resultado, pero a ambos quedaron mudos de satisfacción.

—Eh, bueno...supongo que la sesión ha terminado —habló Margaret con una sonrisa bastante alegre —. Pueden irse.

—¡Sí! —exclamó Derek con emoción, para luego mirar a su mejor amiga —. Lili, nos vamos en taxi ¡No pienso usar mis piernas hasta nuevo aviso!

—Bueno, pero tú pagas el taxi por llorón —le dijo ella, levantándose.

—Pagaría hasta un jodido jet de ser necesario ¡Quiero largarme de aquí! —él tomó el brazo de Lilian y volteó hacia el resto antes de irse —. Querida Margaret, amigos traidores, friki molesta, chicas, espero que sepan que agradezco tener el metabolismo de un leopardo con sobredosis de Red Bull luego de este día. Hasta mañana.

Y sin decir más, se largó de ahí arrastrando a Lilian. Todos rieron ante sus palabras y fue cuestión de segundos para que Eve y Cloe comenzaran a bromear sobre la poca resistencia física de Derek. Calvin se les unió en menos de lo esperado y, al cabo de un rato, él y Dalia le ofrecieron a las chicas Nicols darles un aventón hasta su casa. Sanne y Dann fueron los últimos en alejarse de la doctora.

—Entonces, ¿ahora eres entrenadora? —preguntó Dann con una sonrisa.

—Eso parece —dijo ella.

—Wow, mi alumna pasó de ser una niña a una entrenadora.

—¿Te sientes viejo, entrenador?

—No, solo me siento orgulloso. El que quieras ayudar es algo muy noble de tu parte, niña.

—Aprendí del más noble de todos, Dann.

Sanne lo había pensado bien: si en verdad no estaba enferma, ¿entonces que le costaba ayudar a quienes sí lo estaban? Aún dudaba de su ortorexia, y todavía creía que solo ella llevaba una vida sana entre las cuatro margaritas. Sin embargo, debía admitir que las chicas le caían bien, y si podía darles lo que Dann le dio a ella por años, entonces lo haría. Sería la entrenadora de las margaritas.

—¡Sanne, espera! —Margaret llamó su atención, logrando que volteara. Entrenador y alumna intercambiaron miradas, y este le indicó que fuera a ver que quería la doctora mientras él iba por el auto.

—¿Qué ocurre, doctora? —preguntó una vez estuvieron cerca.

Margaret sacó una carpeta de su mochila y se la entregó. Sanne notó que no había sonrisa pintada en el rostro de la doctora Wallace, lo cual la alivió casi tanto como la preocupó. Desconocía el contenido de la carpeta, pero la tomó.

—Son los resultados de los exámenes que te hiciste la primera sesión —le explicó —. Ume me los dio hace semanas, y he dudado en dártelos, hasta ahora. Eres la única margarita a la que se los quiero entregar.

—¿Por qué?

—Porque en tu humor veo que aun sientes que esto es una broma —le dijo abriendo la carpeta por ella —. Es momento de que alguien te haga entender que esto no es un juego.

Los trastornos alimenticios causan síntomas distintos, y las personas que los padecen pueden ser tan diferentes como los problemas que acontecen. Algunos pueden dejar de comer, otros comer demasiado; algunos tienen una resistencia física impecable, y a otros les cuesta trotar media hora tan solo. Sanne se preguntó cada día desde el inicio del programa si estaba enferma o no, y nunca pudo encontrar una respuesta. Pero, en el momento en que se lo cuestionó con la carpeta frente a ella, los exámenes le revelaron la verdad... 

Dinámica 18:
Admito que amo este capítulo porque Derek es yo haciendo deporte JAJAJA Espero que les gustara tanto como a mi me gustó escribirlo❤

Ahora a lo importante...la dinámica de hoy. Para celebrar el día del libro, se me ocurrió hacer algo que todo lector necesita: un marcalibros (porque doblar las páginas de los libros deberia estar prohibido, ¿ok? OK).

Entonces, los invito a hacer su propio marcalibro y usarlo en los libros que deseen. Eso sí, al hacerlo, debe tener algo relacionado con esta historia, ya sea alguna frase, o simplemente pintar una flor en él ¡Usen su creatividad y hagan el mejor marcalibros que hayan tenido!

Recuerden, si suben sus dinámicas a redes sociales comentenme junto con el #soyunamargarita ¡He estado recibiendo algunas de sus dinámicas y me encantan! Gracias por hacerlas...

También recuerden marcar un check en su calendario✔

Con amor, Rina García ❤

Pd: aquí les dejo el link de una de mis carpetas en pinterest, ahí hay ideas de marcalibros por si necesitan inspiración https://pin.it/5twpbN3

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