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Capítulo 20

Capítulo 20
¡Feliz día del amor comercial!:
Día 35 del programa M.E.R: 14 de febrero de 2015

7:00 am

San Valentín es una de las fechas más comercializadas hoy en día, pero eso ya lo sabes ¿Verdad?

La industria chocolatera gana millones cada catorce de febrero gracias a los bombones vendidos en exceso ¡Y ni hablar de la cantidad de dinero que reciben las floristerías! La aparición de ese famoso bebé con alas suele traer consigo gastos, rosas y caries a aquellos que abusan de regalar o recibir golosinas. En este siglo, San Valentín está más relacionado a cosas materiales, que al cariño y el afecto. Esta absurda festividad se convirtió en un día en el calendario donde el amor tiene precio, sabor a bombones y olor a flores. Y eso estaba muy claro para un par de amigos en particular.

—¡Feliz día del amor comercial, Lilian Bennett! —exclamó Derek al ver a su amiga llegar por la puerta de trasera de Sweets ese catorce de febrero.

Lilian llegaba tarde, otra vez. No obstante, una pequeña sonrisa estaba pintada en su rostro. Sabía que ese sería un día especial, lo era cada año. Lo que para el resto de la sociedad era un miércoles lleno de romanticismo, para ese par de amigos era un día lleno de bromas y burlas a lo único que los dos se atrevían a criticar en voz alta: La sociedad y su hipocresía.

—Feliz día de enamorados desesperados y solteros despechados, Derek Osbone —respondió con su voz ronca apenas audible.

—Te propongo comenzar este día tan importante con una galleta en forma de corazón —habló él, mostrando una de las galletas especiales que Sweets ordenó preparar para la ocasión —. Tú solo ignora que es anatómicamente imposible que un corazón tenga esta forma y di que esta bonita porque es rosada y tiene brillo.

—Como todo el día de hoy.

—¡Exacto!

Ambos amigos rieron en sincronía ante las verdades de ese miércoles tan particular. Las margaritas, quienes ya habían tomado como costumbre desayunar en Sweets, los observaron confundidas desde la barra. Aún no conocían esa extraña costumbre de encontrar una burla para cada cliché presente en ese día por parte de esos amigos; aunque pronto lo harían.

—Vaya, nerd, hasta el día de San Valentín logras arruinar —bromeó Cloe al tiempo en que Lilian se incorporaba en su trabajo.

—No lo arruino, friki —explicó Derek —. Yo solo le regalo un poco de mi sinceridad a este mundo, ya que parece que la ha perdido toda.

—Pues, tu jodida sinceridad logra arruinar el día más romántico del año.

—El San Valentín que conoce nuestra generación no se arruinará mientras existan floristerías y dulcerías abiertas. Cuando la oferta de cartas de amor prediseñadas y peluches decaiga, el día de los enamorados se arruinará. Mientras tanto, este día seguirá siendo igual de material que los años pasados —opinó Lilian —. Los comentarios de un chico con lentes solo lo hacen más divertido.

—¡Por Dios! ¿Qué tienen ustedes dos en contra de este día? —preguntó Sanne, sentando a Caleb en su regazo. Hoy cuidaría de su sobrino todo el día y a esas horas de la mañana, el pequeño estaba más dormido que despierto.

—No tenemos nada en contra —aseguró Lilian.

—Es solo que, mientras las personas normales sienten amor en el aire el día de hoy, nosotros vemos idioteces en el viento—explicó Derek —. Les aseguro que más de una pareja está actuando de manera ridícula solo por ser San Valentín.

—Además, a Derek y a mí nos causa gracia que la gran mayoría de las personas crea que el amor se compra con billetes, y este día sirve para recordarlo; por eso tantas bromas.

Querían negarlo, pero la verdad era que a ninguna de las chicas le resultó una gran sorpresa oír aquello viniendo de ese par de amigos. En el tiempo que llevaban conociendo a Lilian, concluyeron que a ella le costaba sentir afecto por el resto de la gente. Cloe la bautizó como la "descorazonada" del grupo y, como nadie hizo algo para desmentir ese apodo, se quedó de esa manera. En cuanto a Derek, a él le encantaba romper estereotipos y clichés, ¿y qué más cliché que el romanticismo de San Valentín?

—No todas las parejas actúan como idiotas el día de hoy —se defendió Cloe, quien pensó en su novio y en la cena que le prometió esa noche.

—Por supuesto que no —dijo Derek, al tiempo en que Lilian se alejaba para atender a un cliente —. Es más, tengo amigos que sé que disfrutaran ese día como se debe. Lo malo es que la gran mayoría no lo hará porque esta sociedad es demasiado comercial como para pensar solo en amor.

—Seguro pensarías distinto si alguien te gustara —habló Sanne, acariciando el cabello de Caleb.

Derek soltó una risa nerviosa y bajó la mirada hasta la barra. Escuchó la voz de Lilian explicándole a un cliente las ofertas del día de los enamorados y maldijo a sus adentros al sentir una sensación nueva en su estómago que podía compararse a ciertos insectos conocidos. Se convenció a sí mismo que Derek Osbone no podía sentir mariposas en el estómago, era imposible. Él no sucumbiría ante algo tan común como esa frase. Por ende, dedujo que lo que había en su interior eran polillas; polillas revoloteando entre jugo gástrico.

Si, solo eso podía ser.

—No, no existe sentimiento o chica que cambie mi opinión sobre este día, Sanne—aseguró levantando la mirada.

—¿Cómo estás tan seguro? —cuestionó Cloe.

—Porque sé que la chica indicada, esa que enamorará cada partícula de mi ser, no cambiará mi forma de ver un día...Ella lo cambiará todo, o al menos eso debería hacer la correcta ¿Y para qué querría yo solo veinticuatro horas para mostrarle que la quiero? ¿Para qué comprarle bombones o rosas, si sé que eso no se comparará a lo que ella me dará? Mejor seria demostrarle que la amo cambiando todo su mundo también, y para eso se necesita más que un día tan comercial como este.

Se necesitan meses, años, una vida entera...Él habló de un amor futuro, pues estaba seguro de que aún no estaba atrapado en algo tan fuerte. Todavía no conocía a la chica correcta, y si la conocía, entonces no sentía lo indicado por ella todavía. Pero estaba seguro de que el amor se trataba de eso, de cambiar el mundo del otro. Fuera quien fuera la mujer que enamoraría cada partícula de su ser, él prometió darle más que un simple día.

—Eso es lindo, Derek —dijo Dalia con ternura.

—Consideren eso lo más real que escucharán el día de hoy —tomó una galleta en forma de corazón y se la ofreció a un adormilado Caleb —. ¿Quieres una galleta con forma de un corazón anatómicamente incorrecta, hombrecito?

El niño frunció el entrecejo al escuchar aquellas palabras complicadas, arrugó su nariz y miró con cierta desconfianza al amigo de su padre. No obstante, el dulce olor de esa galleta de vainilla lo convenció y terminó por aceptarla, gustoso de saber que tendría un dulce solo para él. Derek le sonrió y volteó, encontrándose con Lilian frente a frente. La chica mascaba chicle y sus ojeras estaban vagamente cubiertas por el maquillaje. Incluso así, las polillas se alborotaron dentro de sus paredes estomacales y su ritmo cardíaco se volvió anormal.

Consiguió sonreírle de manera amistosa, se controló con facilidad ¿Las polillas tendrían algo que ver con el bebé con un arco y flecha que hacía acto de presencia ese día? No, él no fue el responsable de esa reacción. Solo era Derek, que se enamoraba poco a poco.

...

7:00 pm

Esa noche, Eve estaba desanimada.

Ella trabajó duro para alcanzar sus metas, para conseguir lo que muchos dijeron que no lograría. Se graduó de periodismo esperando llegar a ser una buena reportera. Ni siquiera quería ser famosa, tan solo soñaba con hacer lo que todos creyeron que no haría. Sin embargo, a pesar de todo su esfuerzo, no lo había logrado porque el noticiero en el que trabajaba solo confiaba en ella para una cosa: ser la chica del clima.

En algunos noticieros eso podría considerarse un honor, pero para ella no. Más aún cuando, en la empresa para la que trabajaba, solo se quedaba parada frente a un mapa lleno de nubes y soles. Ni siquiera hablaba, solo era la imagen atractiva, un imán para los televidentes. Y no importaba que tanto insistiera por una oportunidad, los productores se rehusaban a dejarle demostrar todo su talento y eso la molestaba, pero más que todo la decepcionaba. Comenzaba a pensar que todos los que le dijeron que solo servía para ser una cara bonita tenía razón. Eso sin mencionar otras cosas de su empleo que...lentamente la estaban matando.

Sin embargo, puso su mejor sonrisa en el momento en que Calvin llegó a buscarla para cenar juntos. Creyó que nada en el mundo podría animarla luego de ese día, pero él cambió eso en cuestión de segundos.

—Amo este lugar —dijo ella al entrar a su restaurante favorito con la mano de Calvin entrelazada con la suya. De inmediato, el olor a comida recién hecha llegó a su nariz y le abrió el apetito.

—Lo sé —él le dedicó una sonrisa —, por algo te traje.

—Y porque a ti te encanta la pasta que sirven aquí —añadió ella, con diversión.

—Ganamos los dos.

Ambos caminaban hacia la mesa que acostumbraban en el momento en que Eve notó en una de las mesas más alejadas una cabellera rubia descuidada que se le hizo conocida. Se detuvo de inmediato, logrando que Calvin detuviera su caminar también. La sintió tensa contra su mano y, a juzgar por su mirada, parecía que algo no estaba nada bien.

—¿Qué pasa? —le preguntó, extrañado.

—Mierda —masculló Eve para luego arrastrar a Calvin hacia una de las mesas del lado contrario —. Ahí está Cloe con el idiota de su novio.

Calvin volteó para observar el lugar que Eve señalaba y encontró la razón por la cual su novia mantenía la cabeza baja, pues aún creían que mantener su relación en secreto era la mejor opción para ambos. No querían que Dalia o Cloe supieran algo de su noviazgo, eso solo rompería la burbuja de felicidad que habían creado. Y sí, quizá suene un poco inmaduro, pero quizá deberías entender un poco sus puntos de vista, o al menos el de Eve. Cal era lo único que estaba bien en su vida, lo único que lograba animarla cuando solo quería llorar y gritar. Quería conservar la magia de ser solo ellos, ignorar al mundo que tanto daño le hacía. Así que esconderse de la pareja de adolescentes resultó su única solución.

—Entonces, ese es el imbécil de Cameron —dijo él, sin apartar la mirada de esa mesa. Podía ver al rubio hablando con Cloe desde su lugar.

—Si, pero no mires hacia allá —Eve atrajo su atención —. Podrían vernos.

Calvin obedeció las órdenes de su novia y regresó su mirada a ella. La Eve de sonrisa tierna que conocía estaba ausente, sólo había una tensa chica cuyos ojos azules brillantes permanecían fijos en la mesa donde estaba su prima. Ya no estaba desanimada por el trabajo, tampoco estaba intentando estar feliz por salir con su novio, tan solo estaba preocupada y se notaba por la forma en la que mordía el interior de su mejilla mientras observaba a su prima a lo lejos. Soltó un suspiro que le permitió a Cal intuir lo que pensaba, y no era bueno.

—¿Viste la cantidad de comida en el plato de Clo-Clo? —preguntó Eve.

—Me pediste que no mirara, Eve —le recordó su novio, logrando que ella rodara los ojos.

—Bien, voltea disimuladamente —Calvin decidió voltear, pero Eve lo detuvo al instante al pegarle en el brazo —. ¡Dije disimuladamente, no que juegues al exorcista!

—Okey, okey —habló Calvin reprimiendo una sonrisa burlona —. Lo haré disimuladamente.

—Que te burles de mi esta de mas —ella alzó una ceja, pero no pudo evitar sonreírle —. Anda, voltea.

Calvin le hizo caso, esa vez siendo más cuidadoso. Sus ojos verdes se fijaron en el plato de la margarita anoréxica primero, Eve tuvo razón al decir que la cantidad de comida que había ahí era casi nula. Los trozos de pollo acompañados por una guarnición de lechuga eran tan chicos que a él le dio hambre con solo verlos. Nadie podría llenarse con algo así, ni siquiera alguien con el estómago tan reducido como el de Cloe. Por un momento, creyó que eso debía ser una entrada, pero, cuando pasó la mirada por el otro plato en la mesa, se dio cuenta de que ambos estaban degustando el platillo principal, solo que las cantidades en ambos platos eran muy diferentes.

—Él come un plato de pasta y ella un tentempié —dijo Eve, al tiempo en que Calvin volteaba para verla a ella—. Esa podría ser la única comida que Cloe haya ingerido en el día y él no hace nada al respecto.

—Está mal —aseguró Calvin apretando con delicadeza la mano de Eve.

—¡Claro que está mal, Cal! Es decir... ¿qué harías tú si yo decidiera pedir algo así y te dijera que es lo único que pienso comer?

—¿Qué haría yo?

Calvin respiró con fuerza, sintió que le faltaba oxígeno en los pulmones y que la garganta se le secaba de tan solo imaginar algo así. Nadie merece sentirse de la manera en que las margaritas se estaban sintiendo y él lo sabía. Sin embargo, creía que Eve era quien menos merecía sentir algo así.

Observó sus ojos azules, brillantes y profundos, y le dolió pensar que ese par de joyas eran vulnerables a encerrar el sufrimiento que encerraba la mirada de su prima. Todos podemos caer de la forma en la que lo hizo Cloe. Ella, él, tú, yo...Todos podríamos vivir lo que Cloe estaba viviendo esa noche. Es más, ¿quién nos asegura que no lo estamos viviendo ahora? Calvin no quería ver a Eve así, no pudo siquiera imaginarla. No aguantaría ver como se esfumaba aquel brillo del que se estaba enamorando cada vez más. Así que estaba seguro de que, si se diera la situación, él haría algo al respecto para recuperar a la mujer que tanto quería.

—Si yo fuera Cameron y tu Cloe, yo notaría que algo anda mal al instante —le aseguró él, sin apartar la mirada de esos ojos que le encantaban —. Para solucionarlo, buscaría una forma de hacerte reír. No soy un bromista experto, pero tengo mis métodos para sacarte una o dos sonrisas. Luego de lograrlo, y de poder ver esos pequeños hoyuelos en las esquinas de tus labios que me fascinan, llamaría al camarero...pero tendría que esperar un poco porque aquí el servicio es terrible.

Eve soltó una pequeña carcajada y, solo en ese entonces, Calvin pudo deleitarse con sus hoyuelos. En verdad, le gustaba la manera en que esos dos pequeños agujeros decoraban el alegre rostro de su novia. Eran como un par de accesorios que acompañaban a la sonrisa más bonita que él había visto alguna vez. Él tomó la barbilla de ella con sus dedos y la perfiló hasta llegar a su mejilla, donde se detuvo para acariciarla. Eve era hermosa, todos lo sabían ¿Pero acaso todos apreciaban esa belleza de la forma en la que Cal lo hacía? Quizá sí, pero a ella no le importaban los demás. Con él tenía suficiente.

—Cuando el camarero llegase, le preguntaría cual es el mejor plato de la carta y pediría uno para cada uno—continuó Calvin —. Intentaría distraerte durante la cena, o por lo menos hasta que te des cuenta que ya estas comiendo el postre ¿Sabes que dulce pediría para ti?

—¿Helado de vainilla? —preguntó ella, con una sonrisa ladeada

—No lo dudes. Lo pediría sin pensarlo, porque es tu postre favorito. Y cuando termines con el helado, tomaría tu mano de nuevo. Luego, te daría un beso —beso sus nudillos con lentitud, como prometieron sus palabras —, y te diría que para mí eres perfecta, así como eres. No me importan cuántas calorías bajan hasta tu estómago diariamente, lo que me importa es mantener esa sonrisa intacta.

Eve parpadeó un par de veces, sin saber cómo reaccionar. Un suspiro involuntario se escapó de sus pulmones y ella no tardó en notar que delató toda su ilusión con ese gesto, o al menos eso le indicó la curvatura que nació en los delgados labios de Calvin. A él se le achicaban los ojos cuando sonreía, cosa que resultaba un espectáculo para su novia, quien veía esos ojos verdes como un par de esmeraldas. He ahí la razón por la cual él era la esmeralda en su colección de joyitas, y resultaba ser su favorito.

—¿Ves? Eso es cariño, no lo que tiene mi prima con Cameron —dijo ella, sonrojada —. Es triste que ella sienta que así se ve el amor, cuando hay gente como tú que cambia por completo el significado de afecto que ella conoce.

—Alguien se lo demostrará tarde o temprano —le aseguró, acariciando su mano.

—Supongo —ella se encogió de hombros —. Creo que no todos tienen el lujo de tener un Calvin que se los recuerde a diario.

—Y gracias al Cielo, no todos tienen una Eve que les haga querer recordarlo —ella se sonrojó aún más al oír aquello —. Si quieres, podemos irnos. Sabes que cocino bien, no hay necesidad de quedarnos aquí y que veas esto.

—No, no quiero irme —ella apretó su mano para evitar que se levantara —. Conozco a Cloe y sé que cuando está con Cameron el resto del mundo se le olvida, así que no nos verá. Quiero quedarme aquí y pasar el rato contigo, Cal.

—¿Segura?

—Si, muy segura.

Ella dejó de forzar su vista hacia la mesa de Cloe y se concentró en esos ojos verdes que ya podía decir que adoraba. Lo que le gustaba de su burbuja de secretos era que solo eran ellos dos. No había nadie que juzgaba o hablaba de su relación, lo que volvía más sencilla la tarea de conocerlo mejor. Veía al Calvin auténtico, no al Calvin que el mundo quería ver, y eso solo la enamoraba aun más. Y tenía tantas ganas de mostrarle lo que sentía con un beso...

—Buenas noches, ¿desean el menú y algo de tomar? —el camarero se acercó a ellos para tomar su orden y terminó por frustrar los planes de la rubia.

—No será necesario —aseguró Calvin, sin dejar de observar a Eve—. De tomar nos basta con una botella de vino blanco y para comer... ¿Cuál es el mejor platillo del menú?

Eve sonrió al escuchar aquello.

—Bueno, hoy estamos ofreciendo un platillo especial por el día de San Valentín y se ha vendido muy bien —explicó el camarero —. Es un filet mingón acompañado de...

—¿Dijo San Valentín? —preguntó Eve, frunciendo el ceño. Entonces, ambos le prestaron atención al camarero —. ¿A qué fecha estamos hoy?

—Catorce de febrero, señorita.

Tanto Eve como Calvin parecían sorprendidos ante esa revelación. Hasta entonces, ambos creyeron que ese solo era un miércoles igual que cualquier otro. Al intercambiar miradas, se dieron cuenta de que ambas partes de la relación habían sufrido la misma amnesia con respecto a ese día. No obstante, Cal sonrió y logró aligerar el ambiente. Luego, ordenó la comida y esperó a que el camarero se marchara para poder hablar.

—Lo siento, no sabía que hoy era San Valentín —se excusó —. Te lo compensaré.

—Cal, este día no podría importarme menos —aseguró ella, dándole a entender que no tenía de qué preocuparse —. Es más, yo también lo olvidé. Todos mis días de San Valentín resultan ser un fracaso. Este fue el primero que de verdad disfruté y ni siquiera sabía que era catorce de febrero.

—Y aún no acaba —le aseguró él con una sonrisa —, no hasta que termines el postre.

Eve le sonrió y acercó su rostro hasta el de él, sin importarle la mesa que había de por medio.

—Feliz día de San Valentín, Cal.

—Feliz día, Eve.

Y, a pesar de esa felicitación mutua, ambos olvidaron que era San Valentín en el momento en que sus labios se juntaron. Para ellos, aquel fue un día común, en donde sintieron lo mismo que sentían día a día. No necesitaban unas veinticuatro horas específicas para recordar que cada vez se querían más, los dos tenían sus propios métodos para recordarlo a cada segundo.

...

—¿Qué miras? —la pregunta de Cameron hizo que Cloe volviera a la realidad una vez más.

—Oh, nada —respondió ella, apartando la vista de la mesa que había llamado su atención hacia unos segundos —. Vi a una mujer rubia y creí que era Eve, pero es imposible. Mi prima trabaja hasta tarde y, además, la chica está besándose ahora con un chico...creo que es pelirrojo, desde aquí no veo bien. Como sea, con lo bocona que es Eve, me habría dicho si sale con alguien.

Cameron alzó una de sus cejas pobladas y se mostró indiferente ante la respuesta de Cloe, ahí entendió que él tan sólo preguntó por educación. Ella bajó la mirada avergonzada por haber cambiado el tema y se reprochó a sí misma por hacer aburrida la conversación. A Cam le gustaba hablar de sus pasiones, o contar anécdotas propias, y hablar de Eve no era un tema apto para una cita romántica.

Ella carraspeó, sintiéndose tonta y su vista se hizo una con el plato frente a ella. Otra cosa que le molestaba de sobre manera era el tener que comer frente a él, la ponía nerviosa e incómoda. Por lo general, odiaba tener que ingerir cualquier alimento frente a alguien más, pero con Cameron era peor. Nunca estaba segura de cuánto era demasiada comida, y el crujir en su estómago no era un buen indicador, pues ella aprendió a ignorar ese sonido.

—¿Comerás? —preguntó él, al ver como ella agarraba el tenedor para pinchar un trozo de pollo.

—Yo...eh...

La mirada de Cameron la hizo sentir pequeña e indefensa. Comenzó a preguntarse si hacía lo correcto al comer y una lucha sobre si cenar o no se apoderó de su mente. Mordió su labio con nerviosismo y quiso escapar de ahí hasta un lugar seguro. Cuando el sabor metálico de la sangre se hizo presente en su boca, tuvo una respuesta con respecto a la batalla mental dirigida por sus propias inseguridades: decidió que cenar no era necesario, no frente a los hermosos ojos de Cameron.

—Lo lamento, cariño, pero no tengo hambre.

—Lo entiendo, debes cuidar tu figura —él le sonrió de vuelta —. No te preocupes, lo pediré para llevar.

—Gracias, Cam.

Luego de eso, la conversación volvió a centrarse en Cameron. A ella le encantaba escuchar cosas sobre él, aún más si las contaba él mismo. No obstante, no pudo encontrar interés en ese momento. Todo lo que él decía, le resultaba aburrido y no entendía por qué. Cam lo era todo para ella, ¿por qué no le resultaba interesante conversar con él? Quizá se debía a que solo uno de ellos hablaba en verdad.

Tras unos largos minutos de charla, ella empezó a divagar en pensamientos al azar que llenaron su cerebro con distintos temas: pensó en las prácticas de animadoras, los pasos y demás; recordó que ella y Rachelle habían quedado para ir de compras en la semana; repasó los últimos sucesos que leyó en cómics para entretenerse; y revivió en su mente una de las varias tardes que había pasado con las margaritas. Todo eso, con la voz de Cameron de fondo y el repugnante olor a comida recién hecha que empeoraba toda esa situación. Carne asada, papas horneadas, vapor con olor a pescado frito, cada aroma proveniente de la cocina revolvía sus tripas y le impedía mantenerse tranquila. No quería admitirlo, pero ya deseaba que se acabara el catorce de febrero.

—Por cierto, Cam —dijo, una vez vio la oportunidad de decir algo —. Muchas gracias por el collar, esta precioso.

Como regalo del día se San Valentín, Cameron le dio una cadena dorada con un colgante en forma de alas de ángel a Cloe. Ella no preguntó la razón de que fueran específicamente unas alas, así que se inventó su propia historia sobre él regalándole ese detalle para recordarle que cupido los había flechado a ambos. Tomó el dije en su cuello y sonrió, le pareció una muestra importante de amor.

—No solo es precioso, también es costoso —aseguró, tras terminar de comer su último bocado —. Gasté mucho dinero en él, pero lo que sea por ti.

Cloe maldijo en silencio a cierto nerd, pues sus palabras se calaron en su cráneo hasta hacerle recordar la visión que él y Lilian tenían sobre el día de los enamorados. Lo imaginó a él diciendo: ¡feliz día del amor comercial para ti, friki! ¿Podrían estar esos dos amigos en lo correcto con respecto a ese día?

—Cam, ¿tú me amas? —preguntó, con una voz muy tenue.

—Pero, ¿qué pregunta es esa? ¿Acaso dudas de mí, Cloe? —él sonaba indignado.

—¡No, no dudo de ti! —se apresuró a decir —. Sólo quiero oírte decirlo.

—Pues, claro que te amo —él tomó su mano y eso la hizo sonreír.

—¿Cuánto?

—Cloe, esto se está poniendo fastidioso.

—Solo dilo, Cam.

Ella apretó su mano y el dije con fuerza, esperando una respuesta. La voz de Derek seguía taladrando su subconsciente junto con el espantoso olor a comida que solo empeoraba la situación. Sentía la inmensa necesidad de demostrarle al nerd que se equivocaba en cuanto a Cameron, que para ellos ese día era sobre el amor y no sobre lo materia. Debía demostrarles a todos que él era perfecto y que la amaba incondicionalmente.

Y debía ignorar el aroma a vegetales salteados que llegó a su nariz y provocó un crujido nada deseado en su estómago.

—Te amo mucho, Cloe —él tomó sus dos manos y le sonrió aún más —. ¿O crees que le regalaría ese dije a alguien a quien no amo?

Y eso le bastó a Cloe para a callar la voz de Derek dentro de su cabeza. Se dijo a sí misma que, si bien el nerd creía que lo material se había vuelto el centro de San Valentín, eran esos detalles los que definían al amor. Después de todo, no conocía otro tipo de relación en la que no se demostrara afecto mediante obsequios y palabras bonitas. No era como Eve, que había pasado por una larga lista de decepciones hasta descubrir que el amor es algo que se siente, no que se compra.

Así que, para Cloe, lo que ella sentía por Cameron era completamente correspondido. Se sintió en las nubes al pensar que alguien la amaba con tanta fuerza y todo se volvió obsoleto ante la presencia de Cam. Lo amaba tanto, que olvidó que dejó su plato intacto al marcharse; lo amaba tanto, que los latidos de su corazón opacaron los rugidos de su estómago por el hambre. Lo amaba tanto, que consideró normal el hecho de que ella se hubiese desmayado cuando se levantaron para marcharse del restaurante y que, al despertar, el camarero le dijese que su novio debió marcharse por una diligencia que se le presentó. Era normal porque lo amaba.

—¿Se siente bien, señorita? —le preguntó el camarero al tiempo en que el resto de los clientes volvían a sus lugares luego de curiosear sobre lo que había ocurrido.

Su cabeza palpitaba y su estómago se sentía revuelto. Escuchó al camarero, aunque le costó procesar sus palabras. Aún estaba mareada y tuvo que aguantar su frente para poder enfocarse en lo que le sucedía. Seguro todo eso era culpa de la comida, de esos olores que se mezclaban y se volvían uno solo en sus fosas nasales. Esos aromas la estaban torturando.

—Si, si —dijo, confundida —. Aunque no entiendo cómo fue que me desmaye.

El camarero la ayudó a sentarse de nuevo en la mesa y, agitando un menú, le proporcionó aire. Ella se sentía increíblemente cansada, como si sus energías hubieran abandonado su cuerpo tras ese golpe y no entendía por qué. Claro que no podía pensar en sí misma, no cuando estaba apenada con Cameron a quien seguro le resultó terrible verla así. Además, pensó en el pobre de su novio teniendo que irse apurado por la diligencia que se le había presentado. Debía de estar preocupado por ella o peor, enojado. Había arruinado el día de San Valentín.

—Oh, antes de que lo olvide —habló el camarero, para luego entregarle un plato lleno de fresas a Cloe —. Ordenaron esto para usted.

Cloe leyó la nota que decía "¡Feliz San Valentín!", y lo hizo con una sonrisa en el rostro. Su corazón se aceleró dentro de sus costillas, fue un lindo detalle y de inmediato creyó que fue obra se Cameron. Es decir, ¿de quién más podría ser? Cameron era el único en el restaurante que sabía que las fresas eran sus favoritas. Seguro las encargó para hacerle entender que no estaba enojado.

Ella llevó una a su boca, gustosa de saber que no tenía muchas calorías y que podría quemarlas con facilidad. Se sentía afortunada de tener a alguien como Cameron a su lado, solo él la comprendía y conocía tan bien como para complementar la noche con detalles así...O creyó que él era el único.

Verás, Cupido debe ser un bebé de unos diez u once meses, es entendible que el chiquillo se equivoque de vez en cuando y apunte a los ojos en lugar de al corazón. Por eso, se dice que el amor puede llegar a ser ciego. A veces solo se distinguen pequeños detalles, y por eso las industrias ganan tanto dinero en diminutas tonterías como peluches y bombones en San Valentín. Ellos entienden que los pequeños lujos son lo primero que se ve.

¿Te preguntas por qué San Valentín es la fecha más comercializada del año? Pues, no tiene que ver con un religioso decapitado o un bebé con alas; solo se debe a que hay amores tan ciegos, que se pueden comprar con una cena y un dije costoso.

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